Los músicos de tu pelo - Daniela Muñoz Muga

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Daniela Muñoz Muga Ilustraciones de Carolina Angulo

Los músicos del tu pelo

©de las ilustraciones Carolina Angulo

©de esta edición

Editorial Una casa de cartón 2022

Comodoro 028, Limache

www.unacasadecarton.cl

info@unacasadecarton.cl

@unacasadecarton_editorial

ISBN: 978-956-9809-16-3

Financiado por el Fondo de Fomento del Libro y la Lectura, Fondo de Emergencia Transitorio 2021, Región de Valparaíso.

Impreso en China - Todos los derechos reservados.

Los Músicos de tu Pelo Daniela Muñoz Muga

Ilustraciones: Carolina Angulo

1. Viento

Era un extraño y ventoso día de invierno y Guillermo despertó un poco antes de lo normal. Desayunó con su familia y se fue caminando al trabajo como de costumbre.

Vivía en una pequeña casita con chimenea de piedras y fachada de madera oscura, con Alicia y sus dos hijos, Ludovico y Jazmín.

Guillermo trabajaba de lunes a viernes a horario completo, porque era un sujeto muy esforzado. Todos los días debía girar la llave azul y bajar la manilla roja repetidas veces, para mantener funcionando la máquina de la “sala W” de la “Fábrica de Televisores”.

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Ya no recordaba hace cuántos años trabajaba allí ni el nombre de los demás trabajadores de las distintas salas de la Fábrica; pocas veces conversaban y cuando lo hacían se llamaban por el nombre de sus respectivas salas: trabajador A, trabajador B, trabajador C… en fin, eran muchas salas. El viento no cesaba.

Sonaron unas campanas eléctricas y los trabajadores de la “Fábrica de Televisores” dejaron sus máquinas para llegar simultáneamente al casino a almorzar. Se sentaron a la larga y única mesa del casino, en sus sillas plásticas y se sirvieron la comida en platos plásticos y servicio del mismo material.

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Guillermo tenía compañeros de trabajo, familia, una casa… pero él sentía un vacío inexplicable; parecía faltarle algo.

El viento rugía afuera, mas nadie parecía darse cuenta.

Cuando llegó la hora de salir, soplaba tan fuerte el viento que Guillermo apenas podía caminar de regreso a su hogar. De repente, llegó una fuerte ráfaga que lo hizo tambalear.

El viento volvió a rugir, esta vez más fuerte. Con gran esfuerzo, Guillermo se afirmó de un árbol y quedó acostado en el aire, con el vendaval pasando a su lado, despeinándole el cabello y haciendo flamear su ropa como una bandera.

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—¡Oh Dios, que alguien por favor me ayude! —suplicó intentando afirmarse con todas sus fuerzas. Después de unos momentos eternos, en que Guillermo sintió que no podía aguantar más, el viento se detuvo, como si nada hubiera pasado y él continuó caminando extrañado a su casa.

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2. Extraña situación

—¡Hola Alicia, ya llegué! —dijo aún confundido Guillermo.

—¿Qué te pasó? —preguntó Alicia— Te noto extraño y muy despeinado.

—¿Por qué estás tan despeinado papá? — preguntó Ludovico, mientras Jazmín reía de su aspecto.

—¿No sintieron el viento? Casi no logro llegar a casa…

—Creo haber escuchado un poco de viento, pero entre tanto trabajo no me di ni cuenta —respondió Alicia.

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Guillermo pasó al baño antes de ir a cenar. Escuchaba una música lejana. Se lavó las manos, la cara… y la música seguía.

Salió del baño y fue a cenar con su familia. No era frecuente escuchar música en ese barrio.

—¿De dónde vendrá la música? —preguntó Guillermo.

—¿Qué música? —preguntaron a coro Ludovico y Jazmín.

—La única música que está sonando…

—afirmó Guillermo.

Alicia y los niños se miraron extrañados.

—Guillermo —dijo Alicia—, no escucho ninguna música.

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Aunque Guillermo seguía escuchándola, no dijo nada más; venía muy cansado del trabajo y un poco confundido por la tormenta de viento.

Esa noche se acostó más temprano que de costumbre. A la mañana siguiente, la música comenzó temprano. Era sábado y Guillermo no tenía que ir a trabajar. Fue a preparar el desayuno, mientras prestaba atención a la música. Se escuchaban variados instrumentos, como los de una orquesta filarmónica.

—Buenos días Alicia —dijo Guillermo dándole un beso.

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—Hola Guillermo, ¿cómo estás hoy? —preguntó preocupada Alicia.

—Muy bien —dijo Guillermo—, me he despertado con esta hermosa música y me siento de maravilla.

Pero al decir esto se extrañó por la cara de preocupación que puso Alicia.

—¿Qué pasa, amor?

Alicia solo lo miró preocupada.

—¿Me vas a decir que de nuevo no escuchas la música? —preguntó incrédulo Guillermo.

—No escucho nada Guillermo, solo un perro ladrando, unos autos pasando y algunos pájaros, nada más. Quizá estás estresado,

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deberías tomar un descanso y no estaría mal que fueras a un doctor.

Guillermo dudó, quizá era cierto que debía ver a un médico, llevaba mucho tiempo haciendo lo mismo en el trabajo, despertando muy temprano y volviendo muy tarde a casa.

Haciendo las mismas cosas, que con la repetición, iban perdiendo sentido.

Entonces se acordó de un juego de palabras al que jugaba cuando niño, se trataba de repetir una palabra hasta que las sílabas perdían el orden y se transformaban en otra palabra. Trataba de recordar…

—Parecequeeranpalabrasdedossílabas, que si cambiaban el orden de éstas, formaban…

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Esa misma tarde fue Guillermo al doctor.

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—Guillermo —interrumpió Alicia—; no estás bien. Conozco un doctor que te puede ayudar.

3. La música

—Guillermo, pase por favor a la consulta del doctor —llamó la secretaria.

La sala de espera tenía sillas, unas pegadas a las otras, y algunos muebles de fierro con vidrio, adornados por jarros con flores plásticas y otros adornos de metal. También había sobre lamesadecentro,unaqueotrarevistademoda, ropa y gente que salía en la televisión.

En la sala de espera había un televisor transmitiendo un programa sobre los automóviles más lujosos del mundo. Por un momento, Guillermo había dejado de escuchar la música.

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—Buenas tardes, adelante —llamó el doctor. Guillermo saludó y tomó asiento. Mientras se acomodaba, se fijó en los grandes libros que el doctor tenía en un estante.

La música seguía ahí.

—Cuénteme Guillermo, ¿qué lo trae por aquí?

—Desde ayer escucho una música. Llegué a mi casa desde el trabajo escuchándola, sin embargo, en mi casa nadie más la oye.

¿La escucha usted doctor?

—No logro percibirla. —Hizo una pausa

y preguntó—: ¿cómo se ha sentido últimamente?

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—Normal, es decir, he estado un poco cansado por el trabajo, pero ahora que es fin de semana me siento bien; en todo caso esto de la música más que preocuparme me alegra.

—Dígame usted —preguntó el doctor con expresión confundida— ¿cuándo empezó a percibir la música?

—Ayer cuando volvía del trabajo, corría mucho viento… creo que comenzó después de una fuerte ráfaga, en que tuve que afirmarme de un árbol para no volarme. Ese momento pareció eterno… finalmente el viento cesó y comencé a escuchar la música.

—Todo parece indicar que usted sufre de estrés postraumático. —Frente a la cara dudosa de Guillermo, el doctor siguió explicando—:

Sucede que cuando uno vive una experiencia

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muy fuerte emocionalmente, a veces el cuerpo reacciona provocando algunos síntomas como el que usted presenta. Pase por favor a la camilla para examinarlo.

Guillermo se sentó en la camilla y el doctor le revisó los ojos, los oídos, escuchó su respiración… todo parecía normal, pero escuchaba algo más, como un murmullo.

Parecía venir de la cabeza de Guillermo.

El doctor se acercó más a la cabeza y con gran sorpresa ¡escuchó la música!

No sabía cómo decírselo a Guillermo.

En eso Guillermo notó al doctor un poco complicado. —¿Qué sucede doctor?

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—Eh… bueno, tengo que decirle que escucho la música que parece que usted escucha… el sonido viene de su cabeza —tardó en decir, aún incrédulo.

—No entiendo —pensó Guillermo. Se preguntaba cómo la música podía venir de su cabeza; aunque eso podría explicar por qué únicamente él la sentía.

Mientras tanto, el doctor buscaba algo en uno de los cajones de su escritorio. Sacó un objeto del cajón y se acercó a Guillermo. Era una gruesa lupa.

Sin decir más, tomó delicadamente la cabeza del paciente con una mano y con la otra afirmó la lupa.

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No pudo creer lo que vieron sus ojos. Había visto cosas extrañas durante sus años de servicio, todo tipo de enfermedades y síntomas desconocidos, que había tenido que estudiar de sus grandes libros para diagnosticar, pero nunca había visto algo tan asombroso como lo que vio ese día en la cabeza de Guillermo.

Entremedio de los pelos de Guillermo, había unas personas tan pequeñas, pero tan pequeñas, que apenas se veían con la ayuda de la lupa. Cada personita estaba acompañada de un aún más diminuto instrumento musical. Difícilmente se veían de pequeños los violines, flautas, cellos, trombones, tambores… había de todo tipo de instrumentos, incluso un piano.

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Un día que parecía como cualquier otro, se transformará en el día más especial de la rutinaria vida de Guillermo.

Ese día con mucho, mucho viento, Guillermo comenzará a escuchar una misteriosa y bella música que cambiará su vida y la de su familia, para siempre.

ISBN 978-956-9809-12-5

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