La negociacion de la diferencia

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La negociación de la diferencia Una experiencia del Centro de Desarrollo Infantil Inicio de la Buena Vida Yapú, Vaupés Relato de E fraín M ejía A rango D iomar M arcelo M uñoz L ópez


La negociación de la diferencia, 2016 Ministerio de Educación Nacional, Colombia Una experiencia del CDI Inicio de la Buena Vida (modalidad institucional, educación intercultural) Yapú, Vaupés Relato de Efraín Mejía Arango Diomar Marcelo Muñoz López Proyecto editorial desarrollado por la Corporación Voces y Saberes Coordinación editorial Mariana Schmidt Quintero Carolina Turriago Borrero Redacción Juan de Brigard Pardo Asistencia editorial Juan Pablo Bonilla Carvajal Corrección de estilo Lilia Carvajal Ahumada Diseño y diagramación Marta Cecilia Ayerbe Posada Impresión Zetta Comunicadores S. A. Esta reseña se desarrolló en el marco de la Alianza por la Primera Infancia (Convenio de asociación 1375 de 2015), producto del diseño del esquema de reconocimientos e incentivos a buenas prácticas en educación inicial.


Vivimos al lado del río Yapú, pero también vivimos en el río y vivimos del río. La selva nos da lo que necesitamos y es la naturaleza la que nos ha enseñado a hacer las cosas.


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n español nuestras lenguas se llaman tatuyo, tukano y carapano. Esos son también los nombres que los occidentales nos han dado como pueblos, pero no siempre nos hemos llamado así. No están en nuestros idiomas ni son los nombres que nos hubiéramos dado si hubiéramos tenido que elegir uno en español. Nuestro territorio es el mismo que hemos habitado siempre. Ahora es un área protegida por la Unesco en el gran resguardo del Vaupés. Vivimos al lado del río Yapú, pero también vivimos en el río y vivimos del río. La selva nos da lo que necesitamos y es la naturaleza la que nos ha enseñado a hacer las cosas. En esta vasta extensión de tierra convivimos veinticinco grupos étnicos, cada uno con su propia lengua, y cada uno con su propio espíritu. Siempre hemos vivido lejos de Occidente. Aunque sabemos que somos colombianos y que el Estado tiene presencia aquí, también hemos vivido lejos de él y de sus organizaciones. Hemos sabido educar a nuestros niños y niñas, y hacer que crezcan felices sin grandes programas y sin necesidad de planes rígidamente estructurados, pero últimamente esto se está haciendo difícil. La presencia cada vez mayor del Estado, que en muchos casos es un apoyo, para nosotros ha sido a veces también desafiante. Para tener más voz nos hemos reunido en Asatrizy, la Asociación


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La idea de que el Estado validara un sistema propio, diseñado para educar a nuestros niños de manera autónoma, siempre ha sido una prioridad, pues es claro que la educación es la única manera de preservar nuestra cultura. S.P.

de Autoridades Indígenas de la Zona de Yapú, y con la fuerza de esta agrupación hemos podido responder mejor a las exigencias oficiales. Cuando en 2008 el Ministerio de Educación empezó a oír propuestas de proyectos etnoeducativos, Asatrizy presentó primero una para educación primaria y más adelante una para educación media. La idea de que el Estado validara un sistema propio,


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 Yapú, Vaupés  diseñado para educar a nuestros niños de manera autónoma, siempre ha sido una prioridad, pues es claro que la educación es la única manera de preservar nuestra cultura. Al cabo de algún tiempo, unos dos años después de que estas iniciativas se pusieran en práctica, la ministra de Educación —que nos había acompañado de manera muy cercana— nos dijo: “Para que este modelo funcione hay que empezar más atrás. La educación comienza antes”. Y siguiendo sus indicaciones la Asociación presentó un proyecto de educación inicial. Estábamos muy entusiasmados, ello significaba un ejercicio importante de autonomía y una fuerte posibilidad de reafirmar nuestra identidad, y aunque la educación primaria y media ya son un paso importante, la educación inicial garantiza que nuestros niños y niñas reciban una primera formación sobre sus raíces y que conozcan sus orígenes culturales, así después se vayan a vivir a otra parte. Por estas razones, en 2010 presentamos ante el Ministerio, y esta vez también ante el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, una propuesta que expresaba nuestra manera de concebir la nutrición, la pedagogía y, por supuesto, las maneras de conservar nuestra identidad. Ahí empezaron las discrepancias. Inmediatamente después de presentado el proyecto, el ICBF, que tiene unos lineamientos muy claros, em-


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 La negociación de la diferencia  pezó a hacernos exigencias con las cuales no estábamos de acuerdo. Por ejemplo, chocamos cuando objetó que no hubiéramos vinculado a nuestro CDI un profesional psicosocial universitario, asunto que era materialmente imposible: el salario que podíamos pagarle era demasiado bajo como para que alguien con ese nivel de estudios tomara un trabajo que le obligaba a permanecer en la selva; además, no había nadie de ese perfil que hablara siquiera una de las lenguas de nuestros grupos. También decían que el servicio solo podían dárselo a niños y niñas con registro civil, el cual se obtiene solamente llevando a los pequeños a la Registraduría de Mitú, lo que implica un largo viaje por tierra y agua o veinte minutos en una avioneta cuyo pasaje por persona puede costar ochocientos mil pesos. Exigían que el tamizaje lo hiciera una autoridad médica profesional una vez al mes, cuando el médico más cercano estaba en la capital del departamento. En la alimentación también teníamos diferencias, debíamos cubrir el setenta por ciento de los requisitos alimentarios de los niños según las pautas dadas por ellos y no se valoraba lo que aportaban nuestras minutas tradicionales como el pescado o las frutas de la selva; además el rubro para Bienestarina ofrecido por el Instituto era menor que el costo de traerla hasta el resguardo.


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 Yapú, Vaupés  Antes tales requerimientos hubo, por supuesto, también mucha resistencia por parte de nuestras propias comunidades. Además, no era claro el sentido de algunas actuaciones del Estado. Por ejemplo, cuando había jornadas de vacunación y los indígenas veían venir a los médicos, tomaban a sus niños y se escondían en la selva. Sentían mucho miedo porque nadie les había explicado con claridad quiénes eran los doctores que venían a vacunarlos o qué eran las vacunas. Esos esfuerzos de vacunación no estaban acompañados de explicaciones que le sirvieran a la comunidad para aclarar sus dudas, y con culturas tan distintas es imposible que esas iniciativas funcionen sin ningún acompañamiento. Fue un periodo muy duro. El Ministerio y el ICBF fueron muy estrictos con sus requisitos, y nosotros muy intransigentes. No estábamos dispuestos a ceder y a cambiar nuestra propuesta. El contraste fue tal, que al cabo de seis meses de diálogos infructuosos tuvimos que rechazar la oferta. Les dijimos: “Tomen estos recursos y llévenlos a otra parte. Aquí no los podemos administrar como ustedes quieren”. No pudimos llegar a un acuerdo. Después de eso, la ministra de Educación de ese entonces intervino y abrió el terreno para la negociación. Ella les exigió a los funcionarios oír nuestras necesidades y nuestras condiciones. La mentalidad del


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 La negociación de la diferencia  Ministerio y del ICBF cambió completamente y ambas partes empezamos a ceder. Cuando nos hicimos a la idea de que tanto ellos como nosotros haríamos concesiones, empezamos a mirar el asunto con otros ojos: el ICBF accedió a que los niños se registraran directamente en sus comunidades, es decir, empezó a valer certificaciones provisionales en forma de un documento firmado por las autoridades tradicionales y un código que identificara a cada pequeños. De nuestra parte, nos comprometimos a contar en seis meses, como diera lugar, con registros civiles para todos nuestros niños. Hemos logrado por ejemplo, que delegaciones de la Registraduría vayan hasta nuestras comunidades y allí mismo tramiten los documentos necesarios. En salud, el Ministerio y el ICBF aceptaron que tuviéramos a una persona de la comunidad con algún tipo de capacitación, para que certificara que los niños eran atendidos. Tuvimos que pedir otro plazo para reunirnos con nuestras comunidades y mostrarles que nuestros sabedores iban a ser reconocidos como una autoridad médica, pero que debíamos completar el esquema de vacunación. Fue un proceso difícil y largo, porque las comunidades tenían mucha resistencia, pero con el tiempo demostramos que era cuestión de explicar qué eran las vacunas y qué ventajas tenían para nosotros mismos. También logramos que cedie-


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 Yapú, Vaupés  ran en que el tamizaje fuera cada cinco meses, no mensual, y logramos que, para exigirnos ese registro del peso y la talla, nos dieran antes una capacitación y nos explicaran cómo debía hacerse. Les mostramos que no tenía sentido que nos hicieran una exigencia que no sabíamos cómo cumplir. El caso de la Bienestarina también fue importante. Para tenerla no hubo otra opción que pedirle al Ministerio que nos diera el producto y nos comprometimos a hacernos cargo nosotros mismos del transporte. En ese entonces estaba estipulado que el rubro de transporte era de mil quinientos pesos por niño, cuando su envío desde Mitú a Yapú cuesta setecientos mil y teníamos cerca de cien niños. Obviamente el dinero que nos daban no era suficiente, pero logramos que en el vuelo en el que se nos trae el combustible, también viniera la Bienestarina. Además, conseguimos que accedieran a alimentar a los niños que no formaban parte del CDI —por ejemplo a los hermanitos mayores que vienen como acompañantes de los pequeños— y a las madres lactantes, cuando originalmente eso no estaba pensado así. Para nosotros eran grandes victorias cuando lográbamos que ellos comprendieran nuestra situación. Por ejemplo, ya avanzadas las negociaciones, ellos ofrecieron hacer una interventoría para brindarnos posteriores capacitaciones. Nosotros accedimos, pero


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 La negociación de la diferencia  con una condición: harían un recorrido entero por nuestro resguardo, pagado por ellos mismos. Sabíamos que así vivirían las dificultades e iban a entender que nuestras peticiones no eran absurdas ni las hacíamos porque sí. Así fue. Esto funcionó muy bien y realmente logró cambiar su perspectiva. Hoy en día entendemos, mirando el proceso por el que pasamos, que para llegar a acuerdos habría sido muchísimo más fácil comenzar por abandonar las posiciones rígidas, y adoptar unas más flexibles en las que cada uno ponga un poco de su parte. En las negociaciones cedimos cerca de un cincuenta-cincuenta, pero nuestro modelo de educación, salud y nutrición es diez por ciento occidental y noventa por ciento tradicional. Reconocemos que tenemos mucho que aprender de Occidente y por eso nos acogimos a algunas cosas, pero sabemos que solo nosotros podemos lograr que nuestros niños conozcan su herencia cultural y conserven nuestras formas de vida, y por eso nos mantuvimos firmes en las cosas que nos parecen fundamentales. Por ejemplo, sabemos que nuestros bienes más preciados son nuestros idiomas. Somos muy firmes en que los docentes del CDI, llamados por nosotros padrinos culturales, sean personas de la comunidad para que hablen la lengua y sepan a qué contexto pertenecen los niños: eso solo es posible si han vivido


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 Yapú, Vaupés  nuestro tipo de vida. Nuestros pequeños aprenden español después de sus seis años de vida. Hablan el idioma de su padre y el de su madre, que siempre son distintos, y con sus compañeros tal vez un tercero y hasta un cuarto. La relación que desarrollan con sus padres siempre es en su propia lengua. El español viene luego. Por supuesto que lo van a necesitar, pero les será mucho más fácil aprenderlo y para ese momento ya sabrán quiénes son y podrán sentirse orgullosos de ello. Otro ejemplo es nuestra relación con el río. El ICBF, con buenas razones, exige que el riesgo se minimice y que los niños siempre estén protegidos frente a peligros como las escaleras, donde se pueden caer, los cuerpos de agua, donde corren riesgo de ahogarse, o los animales que pueden atacarlos, transmitirles enfermedades o causarles alergias. En nuestra comunidad, sin embargo, el río es parte de toda nuestra vida. Es una de nuestras principales fuentes de alimentos ricos en proteína, es la vía de acceso y de salida a la comunidad y es un poder espiritual muy grande en nuestra cosmovisión. Por eso hemos decidido enseñar a nuestros niños, desde muy pequeños, a relacionarse con el río respetándolo y conociendo sus peligros, pero también navegando, pescando y nadando en él. Si los niños saben desde el comienzo de su vida que esto no es algo que debe tomarse a la ligera y adquie-


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 La negociación de la diferencia  ren habilidades que les permitan mantenerse seguros en el río, logramos prevenir los accidentes de mejor manera, más que si simplemente los mantenemos alejados de él. Los peligros en realidad no desaparecen. No es posible lograr que un ambiente sea totalmente seguro y eliminar del todo el riesgo de accidentes, pero sí está en nuestras manos preparar a los pequeños para que reconozcan, eviten y puedan manejar los peligros. En la selva siempre va a seguir habiendo culebras venenosas y arañas que pican, pero si los pequeños aprenden dónde viven, cómo se ven y cómo pueden evitarlas, los preparamos mucho mejor que si pretendemos que esos peligros no existen. Así como nuestra manera de entender el peligro es distinta de la de Occidente, tenemos también muchas otras diferencias en cómo vemos el mundo. Para nosotros está claro que podemos aprender de estas diferencias, pero a veces sentimos que Occidente no acepta que también tiene muchas cosas por aprender de nosotros. El país tiende a vernos como a niños pequeños que debe proteger, y nosotros pensamos que es importante que la actitud cambie para que realmente podamos aprender unos de otros. Esto es muy claro en lo institucional: el ICBF y el Ministerio lentamente han venido cambiando su perspectiva, porque comienzan a darse cuenta de que


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 Yapú, Vaupés  para reconocer la autodeterminación de los pueblos indígenas, es muy importante que nos den verdadera libertad en la manera de hacer las cosas. Que las posibilidades que tenemos de decidir por nosotros mismos no se queden en el papel y que nuestros modelos educativos sean vistos también como ejemplo. Una de las enseñanzas que creemos que podemos ofrecer es la que da nombre a nuestro CDI: Inicio de la Buena Vida. Creemos que es importante siempre recordar que nuestros esfuerzos están dirigidos a vivir bien. Esto es lo que guía todo nuestro proyecto. La buena vida está en ayudarnos unos a otros, en cuidar el medioambiente, pero sobre todo en ser más humanos. Nuestro CDI quiere abrirle la posibilidad a los niños de vivir su vida plenamente. Las cosas no están separadas, no somos seres distintos, ni vivimos en países distintos, ni respiramos otro aire, por eso no tiene sentido ir en direcciones opuestas. Aunque nuestras culturas son muy diferentes y tenemos maneras muy distintas de ver la vida, no podemos olvidar que el objetivo común, tanto el nuestro como el de Occidente, es que los niños y las niñas desarrollen su potencial y vivan plenamente su vida. Para eso debemos aprender a lidiar con la diferencia y a encontrar las similitudes para trabajar juntos.


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Sabemos que nuestros bienes más preciados son nuestros idiomas. Somos muy firmes en que los docentes del CDI, llamados por nosotros padrinos culturales, sean personas de la comunidad para que hablen la lengua y sepan a qué contexto pertenecen los niños: eso solo es posible si han vivido nuestro tipo de vida.


La reseña que aquí se publica forma parte de un conjunto de 27 relatos cortos en los que gestores de buenas prácticas en educación inicial —  de la modalidades institucional, familiar, comunitaria y de educación intercultural — exponen algunas de sus actuaciones a favor de las niñas y los niños en el marco de la atención integral a la primera infancia. Colombia ha caminado hacia la cualificación de sus prácticas en educación inicial buscando que estas respondan a un enfoque de desarrollo integral, a los avances investigativos en asuntos de primera infancia y, por supuesto, también a las características y particularidades de cada niño y cada niña que recibe atención. Esta reseña es una prueba fehaciente de las transformaciones que se vienen dando y un reconocimiento a quienes las hacen posibles: equipos humanos de unidades de servicios regadas por todo el territorio nacional, que trabajan minuto a minuto, día a día, cumpliendo lo que como país hemos establecido en la Constitución y en el Código de Infancia y Adolescencia: el derecho impostergable de niños y niñas a recibir una educación inicial de calidad. ¡A los gestores de la experiencia que se relata en esta reseña, como a de las demás de la colección, nuestros reconocimientos!


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