El Templo de San Francisco - Bogotá

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Detalle del retablo del altar mayor


La iglesia de San Francisco de Bogotá, declarada monumento nacional por Decreto 1584 del 11 de agosto de 1975, está íntimamente ligada a la historia de la Orden Franciscana en Colombia, pero también a la capital de la República, pues en ambos casos es el símbolo de su antigüedad y también de la pujanza y esplendor de ese pasado.


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San Francisco, la Veracruz y el Humilladero. Papel Peri贸dico Ilustrado, 1913.


Introducción histórica Los primeros franciscanos que vinieron a sembrar el Evangelio entre los indios del Nuevo Reino de Granada, entraron a Santa Fe de Bogotá a mediados de 1550. Una placa en mármol blanco, colocada en 1950 por la Academia Colombiana de Historia, sobre el muro del templo que da a la carrera séptima, recuerda a los viandantes este memorable acontecimiento para la capital. Aquellos pioneros de la evangelización entraron a la ciudad pocos meses después de que lo hicieran los oidores Beltrán de Góngora y Juan López de Galarza, que venían a instalar la Real Audiencia de Santa Fe. Por los mismos días también llegaron los frailes dominicos, que como los franciscanos, venían enviados por la Corona con idéntico fin evangelizador. De modo Abajo: Fray Juan de los que el año de 1550 marca el punto de partida de la verdadera organización Barrios. Óleo. Catedral político-religiosa de la capital, en una época en la que la religión católica se Primada de Colombia. consideraba como uno de los ejes de la vida social. En 1575 llegaron a Santa Fe de Bogotá los primeros agustinos y en 1600 los jesuitas, órdenes religiosas que vinieron a sumarse a la gran empresa evangelizadora del Nuevo Reino de Granada. Los franciscanos inicialmente se ubicaron en dos puntos de la ciudad, que resultaron inapropiados: el primero, por muy breve tiempo, en un lugar cercano a la actual iglesia de las Nieves y luego en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de San Agustín. En este permanecieron hasta 1557, cuando se trasladaron a unas casas que les donó el arzobispo Juan de los Barrios, también franciscano, ubicadas en el mismo sitio que ocupa el templo actual, objeto de este estudio, y que desde entonces ha sido el lugar tradicional de la presencia de los franciscanos en la capital. En este lugar dieron comienzo a la construcción de su convento, que por ser el primero y el más importante, recibió el nom-


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Frontis del retablo mayor, del 13 de julio de 1623.

bre de Convento Máximo, del que solamente salieron en 1861 con motivo de la exclaustración decretada por el general Tomás Cipriano de Mosquera. Simultáneamente con el convento, en el año de 1557, se empezó a levantar el templo de San Francisco, que vino a concluirse en 1566, cuando fue bendecido solemnemente por el arzobispo fray Juan de los Barrios. Pero con el correr de los años este templo resultó insuficiente, a tal punto que en 1583 era descrito como “una iglesia muy pequeña y de ruin edificio, que no cabe casi nada de gente”, y que estaba a punto de derrumbarse. Por este motivo, “y por acudir a ella tanta multitud de gente”, los frailes decidieron que debía comenzarse la construcción de una nueva iglesia y en 1586 ya la tenían iniciada, pero todavía en 1598 se le informaba al rey que no se podía continuar la obra por no tener con qué. Este clamor surtió buen efecto pues en ese año se le otorgaron 500 ducados de ayuda para continuarla. Con este auxilio y, obviamente, con las tradicionales ayudas de los fieles, la obra avanzó sin interrupción, de tal modo que el templo fue concluido en 1611. Pero si la obra arquitectónica básica ya estaba terminada para este año, el templo carecía de la parte más notable de su decoración interna. Nos referimos a su magnífico retablo mayor, cuya fabricación solamente vino a concertarse el 13 de julio de 1623, entre el ensamblador y arquitecto Ignacio García de Ascucha


INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

y las autoridades del convento. En esta escritura, el artífice se comprometió a entregar la obra en dos años, a partir de la fecha. Y no cabe duda que cumplió con su palabra, pues en 1625 ó 1626 escribía el cronista fray Pedro Simón: “Está también acabada una muy buena iglesia de mampostería, con un buen retablo en la capilla mayor”. Sin embargo, para esta época todavía no había alcanzado el retablo toda su magnificencia, pues apenas el 2 de noviembre de 1633, siendo provincial el padre fray Gregorio Guiral, firmaba contrato con Lorenzo Hernández de la Cámara, para “dorar, estofar y dar matiz de color” a seis cuadros de media talla y seis tableros para el retablo, a medida que los fuera acabando el artista que los esculpía. Pero esta obra del dorado fue tan costosa, que la Provincia quedó endeudada y para salir de ella no tuvo otro camino que vender “cuatro negros chirimías” que había dado como esclavos al convento doña María de Miranda, madre del provincial fray Gregorio Guiral, de cuyo precio total de 2.500 patacones, se destinaron “707 pesos y real y medio a la obra del dorado del retablo de la capilla mayor”. La capilla de la Inmaculada, que estaba concluida en 1610, comenzó a ser decorada en 1634, a instancia de las numerosas peticiones de asientos para sepultura de familias santafereñas, perteneciendo a esa época su techumbre; pero el embellecimiento y los adelantos que se admiran hoy en día, provienen de la segunda mitad del siglo XVIII.

Torre reconstruida en 1795

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A pesar de tres grandes temblores ocurridos en Santa Fe de Bogotá, en los años de 1743, 1785 y 1826, el templo no sufrió daños que hubieran afectado su estructura esencial. Sin embargo, el de 1785 averió de tal manera su torre, que esta debió ser desmontada y reconstruida; además, la pared derecha de la gran nave de la iglesia se desplomó en 3 pulgadas, por lo que fue necesario levantarla de nuevo, ya que de ella dependía la mayor parte del arco toral. Gruesas sumas de dinero debieron ser recolectadas para esta obra. La parte correspondiente a la torre solamente vino a estar concluida en 1794, cuando el templo fue consagrado solemnemente, hecho que recuerda la siguiente inscripción en el frontispicio del templo: “Esta iglesia se consagró el día martes 25 de marzo de 1794 por el ilustrísimo señor don Baltasar Jaime Martínez de Compañón, arzobispo de SantaFe”. El templo jamás ha dejado de estar en manos de los franciscanos, pues aun durante el período que duró la exclaustración decretada por el general Tomás Cipriano de Mosquera (1861- 1881) al frente de sus destinos se mantuvo, en calidad de capellán, el padre fray Ramón Cáceres, en virtud del nombramiento que hizo de su persona para ese cargo el propio general Mosquera. A pesar de hallarse en el epicentro de los pavorosos sucesos del 9 de Remate de la fachada abril de 1949, en medio de las llamas y de las balas, el templo no sufrió detrimento alguno,


INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

hecho que los contemporáneos atribuyeron a un auténtico milagro. Gracias a las intervenciones técnicas que propició la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Colombiano, cuyos trabajos se iniciaron en 1988 y culminaron en 1990, el templo recobró toda su belleza, pero sobre todo la consistencia que había perdido con el paso de los siglos. Puede asegurarse que esa intervención ha sido la obra más grande que ha recibido el templo a lo largo de su historia, si se exceptúa la de la torre, reconstruida entre 1785 y 1794, como ya dijimos. Pero estos trabajos no han afectado para nada lo esencial, pues estuvieron concentrados en la consolidación de los muros y cubierta del presbiterio, refuerzo de los maderos de la estructura, limpieza del polvo y hollín acumulado por siglos, aseguramiento de la capa pictórica de los relieves y del dorado y por el resane de sus grietas y fisuras. El templo, a pesar de su belleza y de sus tesoros artísticos, jamás ha abandonado su vocación y destino de lugar de culto, privilegiado de los bogotanos y de cuantos transitan por el centro de la capital, pues en él se ofrece diariamente la eucaristía, “desde que sale el sol hasta el ocaso”, y se atiende a los feligreses en el Escudo de la Orden Franciscana sacramento de la penitencia.

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Arriba: Estructura de madera artesón

Descripción DEL TEMPLO Se trata de un templo muy sencillo que no sigue las pautas de estilo clásico alguno, el cual, originalmente, estuvo construido con una sola nave, según opinión del arquitecto historiador Alberto Corradine Angulo. Esta nave fue cubierta con una estructura de madera del sistema de par y nudillo que llaman artesón, característica de todas las obras mudéjares. La fachada actual es el diseño realizado por el ingeniero militar Domingo Esquiaqui, inaugurada en 1794, la cual ofrece elementos ornamentales y formales que no se ajustan a las pautas de los estilos clásicos, salvo las columnas que enmarcan la portada, según opinión del mismo Corradine.


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Las techumbres

Frontis del retablo mayor, del 13 de julio de 1623.

Ostenta la nave principal de la iglesia uno de los ejemplares más notable de techumbre mudéjar de “pares y nudillos” que se encuentran en Colombia; pero esta techumbre representa, según el arquitecto Jaime Salcedo, “la culminación del arte de las techumbres de lazo conforme a la tradición y el final de la presencia mudéjar en el país”. Esta techumbre, según el mismo autor, se trabajó entre 1590 y 1611. En la armadura del presbiterio se observa el almizate (o punto central del artesonado o armadura de madera) una combinación de nudillos perpendiculares que parten del cupulín central, con racimos de mocárabes (combinaciones geométricas de prismas acoplados) en los extremos, que “son muy curiosos”, según Enrique Marco Dorta. El historiador Guillermo Hernández de Alba, veía en esta techumbre “un traslado fiel de uno de los más caros ejemplares que de este incomparable estilo guarda España, en el hospital real de Granada”. Hermosa y deslumbrante es la techumbre que está debajo del coro, entrando por la puerta principal del templo; hermosa también la techumbre de la capilla de “El Chapetón”, “que lleva en el almizate un cubo de base octogonal decorado con adarajas y mucarnas o prismas de almocárabe”, según las expresiones técnicas de Jaime Salcedo. Hermosa, en fin, la techumbre de la nave de la Inmaculada. “Las techumbres de San Francisco nos presentan en Santa Fe de Bogotá –dice Salcedo– un gremio de carpinteros, maestros del arte capaces de resolver complejas armaduras de lazo con originalidad y con corrección”.


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

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Retablo mayor, presbiterio y altar mayor.


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

El presbiterio o capilla mayor La primacía en el arte escultórico de Colombia, según palabras del arquitecto historiador Carlos Camacho Arbeláez, “es arrebatada por Santa Fe de Bogotá cuando aparece, en el panorama del arte, el más suntuoso escenario que pueda imaginarse: el retablo y los relieves de la capilla mayor de San Francisco”. En efecto, el majestuoso conjunto del retablo mayor, hecho con base en el anteproyecto del español Ignacio García de Ascucha, natural de Asturias, cuyos despojos mortales vinieron a encontrar descanso en el mismo presbiterio que ornó su imaginación, no es solo el conjunto escultórico más importante que existe en Bogotá, y tal vez en América, sino que representa una apoteosis de la Orden Franciscana y una exaltación mística de San Francisco de Asís. Dicho de otro modo, es la representación del firmamento franciscano, coronado por un tímpano donde el Padre Eterno, con el mundo en sus manos, nos recuerda la antigua figura del pantocrátor del arte bizantino y románico, el Salvador sentado bendiciendo. Debajo se halla enhiesta la imagen del Seráfico Padre, con el Crucifijo en su mano derecha. Lo rodean, en gloriosos movimientos, los grandes santos de la Orden que realizaron su consagración evangélica tras su mismo ideal. En el centro de este idealizado firmamento de oro, refulge en su trono, con su capa de azul y rosa y su corona imperial, llena de belleza y majestad, la Inmaculada Concepción, patrona de la Orden Franciscana, lo que de paso es una señal inequívoca de cómo ya desde mediados del siglo XVI, aquí mismo, se le rendía culto al misterio de su “purísima concepción”, anticipándose a la declaración del dogma en 1854. Los seis santos franciscanos que, según las preferencias de sus hermanos del Nuevo Reino de Granada, merecieron destacarse en este firmamento franciscano y rodear a la Inmaculada y al Seráfico Padre, son en su orden, de arriba hacia abajo: A la derecha de San Francisco: San Diego de Alcalá (canonizado por el Papa franciscano Sixto V, en 1588); a la izquierda San Jaime de la Marca (canonizado por el Papa Benedicto XIII, en 1726). A la derecha de la Inmaculada: San Juan de Capistrano (canonizado por el Papa Alejandro VIII, en 1690); a la izquierda: San Bernardino de Siena (canonizado por el Papa Nicolás V, en 1450).

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A la derecha del expositorio del Santísimo Sacramento: San Buenaventura, doctor de la Iglesia (canonizado por el Papa Sixto IV, en 1482 y proclamado como “Doctor Seráfico” por el Papa Sixto V; a la izquierda: San Antonio de Padua, doctor de la iglesia (canonizado por el Papa Gregorio IX, en 1232, y proclamado “Doctor Evangélico” por el Papa Pío XII, en 1946). Aunque hasta ahora no ha sido documentado, los especialistas afirman, basados en la evidencia que se impone a la vista, que la parte central del retablo, o sea la que corresponde a los nichos de la Inmaculada y de los santos que se acaban de describir, no es la original, sino que fue sustituida en el siglo XVIII por la obra rococó que hoy existe. De todos modos, nosotros sí hemos podido demostrar documentalmente que el expositorio, que se halla debajo de la imagen Arriba: Detalle del Expositorio en de la Inmaculada, estaba a punto de concluirse en 1750, del cual se decía en 1789 que “es el mejor de esta ciudad”. el Retablo Mayor, 1750 La segunda calle del retablo está regiamente adornada por cuatro episodios de la vida de San Francisco de Asís, en media talla, de una graciosa belleza, que parecen haber sido escogidos por su dramatismo y por representar cuatro momentos de trance místico del santo: al lado derecho, la indulgencia de la Porciúncula, y el Santo es consolado por un ángel que toca un violín. Al lado izquierdo: San Francisco en éxtasis –que podría interpretarse también como el tránsito de San Francisco– y debajo de éste la impresión de las llagas en el Monte Alvernia. En la parte superior, encima de estas representaciones, al lado izquierdo: Jesucristo Salvador, con aureola y con el mundo en sus manos; y al lado derecho: la Virgen Dolorosa, uno y otro en mediorrelieve. A lado y lado de estos dos, se encuentran colocados dos ángeles en pie y con las manos juntas, que preceden la serie de los doce apóstoles, seis a un


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

Retablo mayor, hecho con base en el anteproyecto del español Ignacio García de Ascucha

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lado y seis al otro, cada uno con su símbolo. “La técnica de estos relieves presenta claras diferencias con los de las paredes laterales y es menos suelta y movida, más manierista que barroca”, nos dice el historiador franciscano fray Alberto Lee. Debajo de la galería de los apóstoles aparece el movido cortejo de las santas vírgenes y mártires, en número de doce: al lado derecho: Santa Catalina, Santa Anastasia, Santa Marta, Santa Bárbara, Santa Cecilia y Santa Lucía. Al lado izquierdo: Santa Ursula, Santa Margarita, Santa Agueda, Santa Dorotea, Santa Inés y Santa Apolonia. Cada mártir ostenta el emblema de su martirio y cada cartela tiene un paisaje pintado como fondo. Finalmente, en la parte más baja del retablo, se observan las siguientes imágenes de media talla, que son la preciosidad y el gran derroche de fantasía y exuberancia de todo el conjunto escultórico: al lado izquierdo, la visión de San Juan escribiendo el Apocalipsis; el martirio de San Lorenzo en la parrilla (copiado, según Marco Dorta, de un cuadro de Rubens que se encuentra en la Pinacoteca de Munich); Santa María Magdalena penitente; Santa Ana, la Virgen María y San Antonio de Padua; medallón con las cinco llagas, que se asume como escudo de la Tierra Santa y, por tanto, de la Orden Franciscana; un ángel corre la cortina para mostrar a San Buenaventura el Crucifijo, que éste llamaba “mi libro”. En el lado opuesto, comenzando en el mismo orden: El bautismo de Jesús; la conversión de San Pablo; San Jerónimo penitente; el regreso de la huída de Egipto; medallón con el escudo de la Orden Franciscana, sostenido por dos ángeles, que remata en una tiara, símbolo que recuerda los Papas de la Orden Franciscana (Nicolás IV, Sixto IV, Sixto V, Clemente XIV) y, finalmente, el martirio de Santa Catalina. Debajo de esta tercera sección, a lado y lado, adornos caprichosos y arabescos, técnicamente llamados “grutescos”, agallones, follajes, frutas, aves, mascarones, monstruos, etc., que además de su interesante y sugestivo aporte decorativo suscitan en los creyentes la pregunta: ¿qué significan estas escenas mitológicas y profanas en un templo consagrado al único Dios Verdadero? Debiéndose dar por única respuesta, la más simple: esa era la corriente que invadía la moda de la época.


DESCRIPCIĂ“N DEL TEMPLO

Retablo mayor, talla del regreso de la Huida a Egipto

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El visitante admirará, en fin, en este sorprendente conjunto, los 12 pares de columnas “melcochadas”, según la expresión utilizada por García de Ascucha en el contrato, todas de cedro y que son las mismas originales, sin que hasta hoy alguna haya sido cambiada.

El escultor del retablo Hasta hoy se sigue sosteniendo que el artífice que talló en madera los tableros de medio relieve y las imágenes que adornan el retablo del presbiterio fue un religioso franciscano, aunque nunca se reveló su nombre. La única referencia documental a este respecto es muy tardía y se encuentra en una crónica escrita en 1789, en la que se le atribuye su autoría a “un religioso lego que hubo en esta provincia”. Pero silencia su nombre, aunque en otro lugar de la crónica insiste en las cualidades de este religioso, pues describiendo los claustros principales del convento, dice que “están adornados con pinturas de la vida de nuestro Seráfico Padre, pincel que es la alegría de muchas gentes y más los cuatro de las esquinas, que los pintó el mismo religioso que hizo el medio relieve del arco toral”. Tal vez un futuro hallazgo documental venga a redimirnos de este enigma; entre tanto, ha de seguirse hablando del “maestro del altar de San Francisco”, como lo propuso hace muchos años el historiador Luis Alberto Acuña, para referirnos a este incomparable artista. Entre tanto, nosotros nos atrevemos a sostener la hipótesis de que este anónimo religioso debía ser criollo, por el empleo que hace en los fondos de los relieves de paisajes de tupidas frondas de árboles, cuajados de ramas, frutas, pájaros y flores, de inconfundible identidad nacional. No en vano para Enrique Marco Dorta, estos fondos “constituyen la nota más distintiva de su estilo y de su única originalidad”. Por otra parte, el hecho de que la imagen de San Francisco, en la capilla que luego se describirá, la hubiesen llamado los mismos frailes “el chapetón”, es decir, “el español”, marcaría la diferencia entre dos artistas, uno nacido en estas partes, el otro en España. Esto, si se tiene en cuenta que por esta época se agitaba la famosa contienda americana entre franciscanos criollos y peninsulares, y que en el Nuevo Reino de Granada se acentuó de manera contundente en el año de 1636 cuando los frailes nacidos acá, y que ya sobrepasaban numéricamente a los que habían venido de España, consiguieron nombrar su primer Provincial criollo.


DESCRIPCIĂ“N DEL TEMPLO

Retablo mayor, segunda calle del retablo adornado con episodios de la vida de San Francisco.

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El pavimento del presbiterio El pavimento del presbiterio, así como el de todo el templo, que era una costra de tierra con esterillado indígena y que había sido cambiado por entablado en 1909, después substituido por ladrillo prensado en 1948, fue reemplazado en 1963 por el actual pavimento de mármol, importado de Italia (la firma Fratelli Redi), con lo cual se puso fin a los inveterados problemas de aseo que tanto afectaban el decoro del templo. En el pavimento relucen siete medallones que representan las iglesias históricas de la Orden Franciscana y en el centro el Monograma del Santísimo Nombre de Jesús, devoción fomentada por San Bernardino de Siena. Cuando se concluyó esta bella e importante obra del pavimento, los puristas del arte pusieron el grito


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

en el cielo y el arquitecto-historiador Carlos Arbeláez Camacho escribió: “El presbiterio, decorado con el retablo que cubre los paramentos laterales, es un conjunto deslumbrante, del que únicamente desentona el absurdo y “lujoso” pavimento en mármol, totalmente inadecuado al ambiente de la arquitectura neogranadina y obra reciente infortunada de un arquitecto italiano, desconocedor de nuestra historia del arte y de los valores que le son propios y de sus características esenciales, una de las cuales es la austeridad...”. La Comunidad Franciscana, en cambio, que había dado su consentimiento para la obra en la sesión del discretorio del 30 de julio de 1963, prefirió sacrificar mínimamente el rigor de los conceptos arquitectónicos por el de la funcionalidad, al cual está ordenado el templo; es decir, como lugar de culto.

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Los púlpitos Descendiendo del presbiterio, a uno y otro lado del arco toral, se hallan sendos púlpitos tallados, en cuya cúspide rematan las imágenes de los dos grandes maestros de la Escuela Franciscana, con sus birretes de doctor: al lado derecho la de San Buenaventura, “Doctor Seráfico, ” y al lado izquierdo la del beato Juan Duns Scoto, “Doctor Sutil”o “Doctor Mariano”, en cuya mano sostiene la efigie de la Inmaculada Concepción, aludiendo a su participación en la defensa de la doctrina sobre la purísima concepción de María en la Universidad de la Sorbona, sintetizada en su célebre axioma: “Potuit, decuit, ergo fecit” (Podía, convenía, luego lo hizo). Estos púlpitos ya existían en 1789 y el hecho de que sean dos en vez de uno, como en todos los templos, se explica por cuanto servían en los actos académicos solemnes, en donde se disputaban las sentencias escolásticas. Uno de los más famosos actos fue el que se conoció con el nombre de la “Velada de las 13 tesis”, que tuvo lugar el 18 de abril de 1820, como homenaje al Libertador y para celebrar el triunfo de Boyacá. Esta velada fue organizada por el fraile patriota Francisco Antonio Florido, y en ella sustentó 13 tesis filosófico-teológicas en pro de la libertad americana el padre fray Francisco Javier Medina. Los púlpitos estuvieron ocupados por el padre Florido y Medina y al acto concurrió el Vicepresidente Francisco de Paula Santander. Cada púlpito está adornado con tallas de los Apóstoles, cuyo gran parecido con las que coronan el retablo mayor, hace suponer que son del mismo artista que hizo éstas. Izquierda: Púlpito del lado derecho. con remate en la cúspide de San Buenaventura.


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

Púlpito del lado izquierdo,con remate en la cúspide del beato Juan Duns Scoto.

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La capilla de la Inmaculada Se comenzó a decorar y a embellecer en 1762, por iniciativa de un religioso que tenía el cargo de comisario de la esclavitud de la Inmaculada Concepción. En 1789 se escribía sobre esta capilla: “Al lado izquierdo está una capilla que llaman de Nuestra Señora, cuya imagen de la Purísima está en un camarín adornado de espejos, de láminas y de algunas reliquias. La imagen tiene de alto dos varas y es tradición que es una de las que vendieron los ingleses en el tiempo del cisma de Enrique VIII e Isabel”. Fue ante esta imagen que el Virrey don José Solís Folch de Cardona depuso los atavíos virreinales para vestir el hábito franciscano en aquella memorable noche del 2 de febrero de 1761. En las paredes laterales de la capilla se admiran diversos cuadros famosos, casi todos de la Madre de Dios, especialmente los cuadros alegóricos a la Eucaristía y a la Virgen María, del pintor quiteño Miguel de Santiago, conocidos como los del “Alabado” por hallarse repartidos entre ellos la jaculatoria “Bendito y Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”.

Capilla de la Inmaculada


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

Detalle de la imágen de la Inmaculada en su Camarín.

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La nave de la Inmaculada y sus altares Al salir de la capilla de la Inmaculada, a mano izquierda, encontramos 5 altares: 1) el de San Joaquín, cuya figura central es la del santo, hermosa escultura de Pedro Laboria, hecha en Cádiz, en 1729; 2) de Santa Ana; 3) de Nuestra Señora con el Niño; 4) de San Judas Tadeo, formado con fragmentos de antiguos altares; 5) del Señor de la Humildad, de moderna fabricación, pero que encierra en su nicho la milagrosa y antigua imagen del Señor Caído, de la que corre la tradición que sudó copiosamente en 1686. A un lado de cada altar se pueden leer en una placa negra los nombres de los santos que integran el conjunto.

La capilla de “El Chapetón” Así llamada por estar dedicada a San Francisco, cuya imagen, de vestir, fue tradicionalmente apodada con el sobrenombre de “El Chapetón”, sea porque fuese traída de España, o por su conmovedora expresión, que recuerda las esculturas de los grandes tallistas españoles. Dada la similitud de los elementos ornamentales de este retablo con los del retablo central, se ha pensado que hizo parte de la misma gran obra y, por lo tanto, que la época de su construcción debe fijarse entre 1623 y 1633, habiendo participado en ella los mismos ensambladores y artistas que trabajaron en el presbiterio. En la parte superior del retablo hay un óleo que representa la escena del Calvario y a sus lados sendos cuadros rectangulares, uno que representa a Santa María Magdalena, el otro a Santa María Egipciaca. Famosos son los cuadros medianos, pintados sobre latón, que fueron traídos de Europa, obra del pintor flamenco Geert van der Daal, que representan, en orden descendente, a la izquierda: la Piedad, la misa de San Gregorio, las bodas de Caná, la Virgen y dos santas mártires que portan el retrato de Santo Domingo de Guzmán; a la derecha, las tentaciones de San Jerónimo, San Pedro apóstol, el apóstol Santiago en una batalla y la impresión de las llagas de San Francisco. Se encuentra en esta capilla, además de otros óleos, el gigantesco cuadro del Juicio Final, terminado en 1673, obra de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos.


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

Derecha: Frontis del retablo de la capilla de “EL Chapetón”.

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DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

El Juicio Final. Gonzálo Vazquede Arce y Ceballos. Óleo. 1.673.

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Los altares Descendiendo de esta capilla, a mano derecha, hallamos cinco altares: 1) el de San Diego; 2) el de San Pedro de Alcántara; 3) el de San Antonio, presidido por la imagen del santo, de vestir, que siendo uno de los más antiguos es el mejor conservado y muy interesante por su talla. 4) el de San Benito de Palermo; 5) el del Sagrado Corazón de Jesús, de mediados del siglo XX, presidido por un óleo de la artista bogotana Inés Acevedo Biester. En cada altar hay una placa con los nombres de los santos que integran el conjunto.

Izquierda: Altar de San Benito de Palermo.


DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

La sacristía La mayor parte del tesoro pictórico del templo se halla en la sacristía, cuya enumeración desborda los propósitos de un folleto de carácter tan general como este. Baste mencionar, la Inmaculada de Acero de la Cruz, pintada en 1641; San Diego de Alcalá, de Vásquez; el Cristo de la Columna; los desposorios de San José y la Virgen, y el Nacimiento de Jesús, óleos de Gaspar de Figueroa, etc. El altar de San José, con la preciosa imagen policromada del santo y su primoroso Niño, constituyen la gran sorpresa para quien ingresa por primera vez a la sacristía; sobre todo cuando ya se creía haber terminado aquella ensoñadora visita al templo. Pero dado que sobre este lugar nadie ha escrito hasta ahora con más emoción y con pluma más galante que lo hiciera en 1954 don Guillermo Hernández de Alba –a quien además debemos considerar como el máximo investigador de la historia y de los secretos de nuestro templo– es con aquellas palabras suyas con las que queremos concluir este recorrido descriptivo del templo más antiguo de Bogotá: “La interesante sacristía constituye la prolongación del celebérrimo altar mayor. La decoran, en el testero, un precioso altar barroco enmarcado por un arco magnífico de arrebatada ornamentación; rondas de graciosos angelillos envuelven la figura del Creador, cuya mirada reposa sobre la imagen orante de la Anunciata, enfrentada al arcángel emisario. La hornacina del Patriarca, dulce imagen que sostiene la adorable figurilla del Niño, labrada con entrañable amor, está rodeada de guirnaldas de rosas florecidas, columnas salomónicas exuberantes de arracimada vid y soportadas por geniecillos que hacen de ménsulas, mientras, arriba, los acantos de los capiteles lucen orientales policromías. A uno y otro lado, sendos cuadros de Gregorio Vásquez, engarzados por hojarascas y sarmientos labrados en volutas increíbles, completan el retablo. Frente a frente, el paso procesional del Nazareno, conducido por sayones bajo baldaquino de labra barroca, permite evocar las sonadas procesiones de la Semana Santa, celebradas en la antigua Santa Fe. A los dos lados del grupo procesional, las dos penitentes, la Magdalena y la Egipciaca, en relieves diseñados conforme a las láminas que coronan los cuerpos laterales de la capilla

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DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO

llamada del Chapetón, lucen carnaciones y semblantes juveniles que rompen la severidad del ambiente con sus siluetas gordezuelas de doncellas. La cajonería es muy interesante por su labor de taracea y su antigüedad, como que fue concluida en 1618. Sobre los dos tramos de mano derecha, dos grandes lienzos de Gaspar de Figueroa, erróneamente atribuidos por Pizano a su hijo Baltasar, ocupan los vanos de dos arcos cegados. Sobre el umbralado de la maravillosa puerta que pone en comunicación la sacristía con la iglesia, y cerrada por una celosía mudéjar, está la cripta que guarda cenizas venerables: los restos de fray Juan Martín, criollo de La Palma, dotado del poder divino de obrar milagros, y el cráneo de fray José de Jesús María, el virrey inolvidable que hizo célebre el nombre de José de Solís Folch de Cardona”.

Izquierda: Altar de San José en la Sacristía. Derecha: Confesionario del siglo XVIII.

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Techumbre del coro y sotocoro en la nave central y cancel.




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