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El Cristo de Velázquez de Unamuno: Aproximación poético-pictórica Mª del Sagrario Rollán Profesora de Filosofía

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ener presente a la vez una pintura y un poema es complicado, y nunca es sencillo contemplar a Cristo. El poema de Unamuno es duro, profundo, contundente, con aristas difíciles de transitar y mucha meditación filosóficoteológica de fondo. Se trata de un poema construido a lo largo de varios años: 1913-1920, una tarea arquitectónica, comparable al largo periplo de Los nombres de Cristo de fray Luis de León 1572-1585, o a los Cuatro Cuartetos del poeta angloamericano T.S. Eliot 1936-1942, con su trasfondo de lecturas místicas, teológicas y filosóficas, fuertemente entrañado también en un proceso personal de dudas y conversión religiosa. Efectivamente, al igual que Eliot, Unamuno atraviesa conflictos existenciales, sociales e ideológicos que se reflejan en su obra poética. Es muy osado, por mi parte, abordar esta reflexión, después de Manuel García Blanco, Olegario González de Cardedal o Victor García de la Concha, por citar sólo los que desde nuestra querida ciudad de Salamanca, hogar del poeta, han emprendido estudios a fondo, en sus ediciones críticas y en su hondura teológica. Les remito a los maestros, yo me conformaré con una humilde aproximación, como quien cultiva la poesía, practica la pintura y reza con las Escrituras, además de haber leído y releído a Unamuno desde la adolescencia. Tampoco me es completamente nuevo referirme a Cristo en la poesía o en la literatura. Lo hice desde la PUC- Rio en Brasil en 2007, y un año después, desde la sala capitular de los Dominicos, en las Conversaciones de San Esteban. Para quien pinta, aunque sea sólo una aficionada como yo, para quien escribe poesía, la magnífica figura del Cristo crucificado es casi una tentación de soberbia. ¿Cómo aproximarse a este misterio, con la pluma y los pinceles? ¿No sería mejor guardar silencio, como sugiere san Juan de la Cruz? : “Una Palabra habló el Padre que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (Dichos de luz y amor, 99) Pero, entremos, sin más rodeos, con temor y temblor en esta espesura. En primer lugar es necesario plantear el triple horizonte desde el que enfocar tan difícil lectura, cuando la pintura parece por momentos un pretexto. El largo poema requiere de una atención paciente, pausada y bien acompasada desde las citas bíblicas que lo acompañan, las cuales, si no se está mínimamente familiarizado, pueden llegar a ser tropiezo o motivo de desánimo, en lugar de esclarecimiento. Es preciso leer hasta el final, porque en realidad es en la segunda mitad cuando el texto se encuentra realmente con la pintura, y es entonces cuando podemos empezar a contemplar al Cristo pintado, sin extraviarnos. Para entenderlo mejor: el texto escrito se puede considerar en sí, para mí, y por vosotros. En sí el poema constituye un objeto de estudio y análisis. El para mí hace referencia a lo que es el sujeto poético, el yo-autor que compone y exclama, y luego por vosotros, es decir, el lector a quien se dirige el poema, aunque esté redactado en forma de invocación a Cristo. Por vosotros somos nosotros, ustedes y yo como lectores. Como en tantos escritos místicos y en algunos poéticos, con sentido religioso, inmediatamente el lector se siente arrastrado, incluso abrumado por un cierto compromiso, este lector, insisto, que somos cada uno de nosotros, era el vosotros de Unamuno mientras escribía, pues él quiso hacer del poema una catequesis, en resonar de fe, no sólo personal, sino a modo de credo, confesión y agonía, vocero en medio del cristianismo español. Y qué poco éxito tuvo,

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