Número 3
E d i c i ó n B i m e s t r a l : D i c . – E n e . 2 015
Cholula,Puebla.
microficción• cuento • narrativa visual • poesía • ensayo
ESPORA convocatoria no.4
Revista ESPORA, a través del proyecto de servicio social Creadores, Lectores y Textos Literarios del departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte de la Universidad de las Américas Puebla convoca a: escritores, artistas visuales y fotógrafos. FECHA LÍMITE
Domingo 17 de Enero de 2016.
BASES
Podrán participar artistas de habla española. El autor podrá participar con una obra en cada una de las siguientes categorías:
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• Cuentos 2 - 6 cuartillas • Microficción 1 cuartilla • Poesía 1 – 3 cuartillas • Ensayo 3- 7 cuartillas • Apoyos iconográficos como narrativa visual, fotografía e ilustración (extensión dos páginas tamaño medio oficio, 300 dpi, a color y en tonos grises.)
FORMATO DE ENTREGA
• • • • •
En archivo adjunto Word (.docx) Fuente Times New Roman Tamaño: 12 puntos Interlineado doble (2.0) Margen normal (1 pulgada)
RECEPCIÓN DE TRABAJOS
Se deberá enviar la obra con asunto “Convocatoria no. 4” a la dirección de correo electrónico esporarevista@gmail.com. Identificando los siguientes datos: • • • • • •
Título de la obra Nombre de autor Pseudónimo (opcional) Correo electrónico Lugar de residencia Red social
DICTAMINACIÓN
La recepción de trabajos será desde la publicación de la presente hasta el Domingo 17 de Enero de 2016. El consejo editorial notificará por medio de correo electrónico a aquellos autores cuyas sus obras hayan sido seleccionadas. El fallo será inapelable.
Directores Guadalupe González Prieto Mariel Almazán Vázquez
Consejo Editorial Comisión de redacción Guadalupe González Prieto Mariel Almazán Vázquez Alejandra Gutiérrez Romero Olivia Nicté Toxqui Martínez
Diseño Alex Fernando Blanco Juárez Verónica Vanessa Sánchez Garza Francisco Covarrubias Álvarez Mariana Camacho Covarrubias Carolina Chávez San Pedro Luis Sebastián Belmont Pérez
Colaboradores Aldo Rosales Velázquez Daniel Alberto Can Caballero Krsna Sánchez N Amaranta Castro José María Campos Mata Benjamín Aguilar Sandín Gerardo Álvarez Martha Brenda Hernández Martínez Katalina Ramírez Aguilar Thalía Azyadeth Osorio R Marco Octavio Torres García
CARTA EDITORIAL Hablamos de paz y tolerancia, pero acaso no nos molestamos cuando después de un día de cansancio llegamos a nuestros cuartos, nos recostamos, y apenas estamos disfrutando de esos 5 minutos, cuando alguien de repente, toca a nuestra puerta y nos llama, o peor aún, cuando nos encontramos ante una crítica hacia nuestros textos. Y es que es cierto, no es fácil aceptar que existen ideas diferentes a las personales, y mucho menos que pueden influir o afectar nuestras vidas. Darse cuenta de que lo que pasa en el mundo es una cosa de la que somos conscientes, pero de la cual no estamos completamente listos para enfrentar, porque aceptémoslo, ponerse en los zapatos del otro no es tan fácil como se dice. Y como sabemos que no es posible eso de que todos calcemos del mismo número; ESPORA una vez más se abre al reconocimiento de esas voces que a través de las letras nos incitan a reflexionar sobre nuestra realidad, viajes, personas ausentes, libertad de expresión son temas cotidianos, pero que, sin embargo, siempre habrá una diversidad en la forma en la que se tratan. Consejo Editorial
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ÍNDICE 05 10 12 15 16 19 21 22 24 25 26 30 32 34
Ensayo: Caracol Poema: El día de mi muerte Cuento: Una tonelada de basura Microficción: La soga Poema: Manifiesto libertario Cuento: La danza de la noche triste Poema: Los primeros hallaron la palabra Microficción: Siete carmesí Poema: Spaghetti monster Microficción: Terminal Ensayo: El pozo Poema: Atentamente el jurado Reseña de microteatro Cartelera cultural
Aldo Rosales Velázquez Estado de México @AldoRosalesV
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Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y en estas mismas casas encanecerás. Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes- no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida la arruinaste aquí en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste. Konstantino Kavafis
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Hoy, como hace mucho no me pasaba, cumplo una semana de jugar al menos cinco horas diarias un videojuego. Mi primer videojuego lo jugué, aproximadamente, a los 5 años, lo que me deja con 24 años como asiduo participante o, como se les conoce, gamer. Ha sido un largo viaje desde ese entonces hasta ahora (se podría decir que la tecnología y yo hemos crecido a la par) y, a través de los videojuegos que he coleccionado a lo largo de estos años alguien, quien sea, podría formarse una idea de mí: casi todos son para un jugador, casi todos sobre guerras o matanzas (debo decir que no estuve exento de la fiebre zombi, y que si ahora no sufro de ella es porque me atacó a los 12 años). La violencia debe dejarse en algún lado, y prefiero que sea en un control remoto y no en la calle. Mis videojuegos, películas y libros (éstos en mucho menor cantidad que los dos anteriores) son, digamos, el equipaje que he reunido para viajar a través de mi vida; y son, además, lo primero que me llevaría en caso de tener que irme para no volver. El juego que ahora me atrapó, luego de años de que nada me sorprendiera, es uno que, a mi parecer, es fiel muestra de que la narrativa de los videojuegos a veces supera la de las películas o la de los libros (si nadie ha llamado el octavo arte, o el noveno, no sé, a los videojuegos, se ha tardado). Se llama I am alive, se desarrolla en un mundo post apocalíptico donde el protagonista (de quien sabemos muy poco, ni siquiera el nombre) busca a su familia, a quien perdió tras el incidente que destruyó, casi en su totalidad, el mundo (tampoco se nos dice qué sucedió ni cómo, hay mucho que no se dice, sólo se sugiere; la teoría del iceberg, de Hemingway, no ha muerto). Los únicos
objetos con los que cuenta son una mochila, una cuerda, una pistola (sin balas), una cámara de video y un poco de comida; así atravesó de costa a costa —a pie— un desolado Estados Unidos, lo que le llevó un año completo. Tal vez nunca me encuentre en esa situación (espero) pero el juego me hizo plantearme una pregunta: ¿cuáles son las cosas que uno debe llevar en un viaje?, ¿existe un kit básico, universal, del viajero, algo sin lo cual no podríamos sobrevivir o, al menos, estar cómodos o en paz? II Yo, al igual que el protagonista, viajo siempre con una mochila. Es cierto que he viajado pocas veces, y que no es una de mis actividades favoritas, pero cada que lo hago es indispensable viajar ligero. He tenido viajes que duran diez días, otros que duran ocho, cuatro o simplemente uno; no importa, siempre llevo mi mochila y nada más que mi mochila. Llevar algo en las manos me parece imperdonable, una tara gravísima a la hora de viajar. Para los viajes, creo yo, se necesitan las manos libres, por si se quiere tomar una fotografía, si se quiere recoger alguna piedra u objeto del lugar visitado o, en ocasiones, para llevar en la manos algo que comer (a veces un sabor, o un aroma, ayuda a fijar mejor un lugar en la memoria; hay sabores que llevan en sí una ciudad). El acomodo de las cosas que contendrá esa mochila es un asunto a veces difícil, pues, como Arca de Noé, procuro llevar sólo dos de cada cosa importante (sin la esperanza o preocupación, claro, de que se reproduzcan en el camino) y una sola cosa de lo que, bueno, se necesita sólo una. Es necesario no excederse, ya que si la mochila está a reventar y falta algo por
llevar, se corre el riesgo de caer en la tentación de usar una segunda mochila, o una petaca, y entonces, ya traspuesto el umbral del minimalismo viajero, una tercera, y hasta una cuarta, no se antojan imposibles. Por eso hay que tener cuidado con lo que se lleva. Una cosa es cierta: el equipaje de alguien es una muestra clara de quién es esa persona.
Pensemos en las personas que huyen, que son, por así decirlo, sometidas a un viaje. Pongamos este ejemplo: un hombre (o mujer) del México de los 60, o que vive en Chile durante la dictadura de Pinochet, o en la Argentina del siglo pasado, se entera que está a punto de ser detenido: tiene pocos minutos, acaso una hora, para huir, ¿qué es lo primero que toma, qué es aquello que no puede dejar atrás? Él, o ella, en III cierta medida está sometido a una situación similar a la de los personajes ficticios Me pongo por un momento en los zapatos que mencioné (¿no es el exilio una especie del protagonista del videojuego que men- de destrucción del mundo, de su mundo, cioné (o del protagonista de The road, pe- tal y como lo conoce esa persona?) y se ve lícula dirigida por John Hillcoat, basada en forzado a decidir, más con el sentimiento una novela del mismo nomque con la razón. ¿Qué cosas bre, ambas de corte igualse lleva, cuál es su kit de viamente post apocalíptico) je? Los objetos que se lleve y me pregunto, ¿qué cosas serán su mundo, acaso el Lo que llevan no es debe uno llevar a un viaje cuerpo de los pensamientos del que quizás no vuelva?, sólo una parte de su y emociones que lleva en el ¿qué se debe llevar cuando mundo, de su hogar: cuerpo, en el pecho; el equisólo es posible llevar lo in- eso que llevan, poco o paje interno. Si uno se lleva dispensable? Ambos, el pro- mucho, es su hogar, es una fotografía es porque tagonista del juego y de la ayudará a reforzar los rossu mundo: su todo. película, llevan consigo una tros que llevamos dentro, fotografía de sus seres quelos rostros que no queremos ridos, como mapa del munolvidar. Lo mismo con los do que se ha perdido, quizás demás objetos. eso sea un buen inicio. Tal vez un libro sea una buena opción, como en la película The Ellos, los que no volverán jamás (hay book of Eli, de los hermanos Hughes, don- testimonios de ciudadanos chilenos, por de un hombre atraviesa, otra vez, un mun- ejemplo, que murieron en Europa sin haber do post apocalíptico, con un libro como vuelto a oír o ver a su familia, o su casa) son único tesoro. Algo tienen en común estos los que debieran llevar hasta la polillaque tres protagonistas: lo que llevan no es sólo cae de los muebles y, sin embargo, son los una parte de su mundo, de su hogar: eso que menos llevan consigo. Este tipo de viaque llevan, poco o mucho, es su hogar, es jes, por desgracia cada vez más comunes, su mundo: su todo. Son, por decirlo de son una balanza, dura, para medir qué es alguna forma, caracoles, que avanzan de aquello que consideramos vital. En la peforma lenta, sin destino aparente, con su lícula Left Lugagge, de Jeroen Krabbé, un mundo a cuestas, mundo que los ralentiza joven judío guarda sus objetos más valioy protege al mismo tiempo. sos en un par de maletas que, sin embargo,
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Se puede, en un escenario ideal, volver a empezar una vida como la que se tenía, siempre y cuando se tenga, precisamente, vida
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se ve obligado a dejar (a enterrar, para ser más precisos) para no ser atrapado; ha estallado la guerra. Un violín, libros, una caja de música, la platería de su familia (entre la que va el candelero de los judíos, su religión, símbolo de ella). Llevaba ahí lo más preciado, símbolos de su mundo. Años después, vive obsesionado con encontrar dichas valijas, como una manera de encontrarse a sí mismo, al joven que ya no es. El kit del viaje voluntario es diametralmente opuesto al del viaje forzado; el primero se piensa, y es para instalarse en el destino del viaje y estar cómodo; el segundo se siente, y es para no olvidar de dónde se viene. IV Existe otro tipo de “desalojo”, digamos, y que no se produce por cuestiones políticas o de ideología: los que son causados
por fenómenos naturales. Los “viajes” provocados por la naturaleza (los desplazamientos, suena mejor) son cada vez más frecuentes en ciertas zonas y, por ello, las autoridades han recomendado la elaboración de un kit básico para este tipo de viajes: documentos importantes, una radio, una lámpara, baterías, comida enlatada, dinero y agua embotellada. Este kit básico contiene, si se quiere ver así, la reminiscencia última, indispensable, de quiénes somos; en esto se parece a cualquier equipaje, que nos dibuja, que nos define; que nos delata. Se puede, en un escenario ideal, volver a empezar una vida como la que se tenía, siempre y cuando se tenga, precisamente, vida. Eso que contiene el kit de los damnificados es, por ponerlo en palabras fáciles, la semilla de una vida futura, de un porvenir; rescoldo de lo que se llevará la lluvia. Entonces podríamos decir que, a la usanza
bíblica, cuando se acerca el diluvio es necesario dejar atrás todo, tal y como lo conocíamos, y llevar consigo sólo la semilla, una promesa de un segundo florecimiento. Así como Eneas llevaba consigo toda Troya (si Eneas moría, si él y sus acompañantes perecían, con ellos se extinguía toda Troya) así los exiliados, los damnificados, llevan consigo su mundo; el destino del caracol. V Edipo, al enterarse que sobre él pendía un hado funesto, un destino poco amable, decidió abandonar su ciudad y a sus padres (a quienes creía sus padres, a lo que creía su ciudad) y logró, así, completar dicho destino. Lo que él no sabía era que no importaba a dónde fuera, el destino iba atado a él; era, de alguna forma, su equipaje interno, innegable, en el viaje de la vida. Hay gente también que decide huir de cierto lugar por razones varias pero con una sola meta: el olvido. Conozco a varias personas (al menos de oídas las conozco, o de vista) que han huido para no enfrentar tal o cual situación. Salen una madrugada, con los ladridos de los perros rasgándoles la sombra y el aliento congelado, con su equipaje —su equipaje externo, que varía de persona a persona— y no regresan. Sin embargo, aquello de lo que huían, lo que llevaban aún sin darse cuenta —su equipaje interno, su kit invisible, innegable— los acompaña a cualquier lugar y a veces termina por tragárselos, como los gusanos se devoran a los que ya no respiran. Pongo el caso de los migrantes, los que abandonan México o algún país de Centroamérica para instalarse en Estados Unidos. Ellos, como Eneas, parecen llevar en sí la consigna de fundar una nueva ciudad,
idéntica a la que abandonaron o que les fue destruida, a ese lugar a donde llegarán. A veces, no siempre, se rehúsan a adoptar las costumbres del lugar a donde llegan, y hacen de esa nueva tierra una extensión de su ciudad; llevan, podríamos decir, su ciudad a cuestas, y sólo la instalan, la esparcen, en su nuevo lugar. Como los circos. La fe como único equipaje es, también, un tópico común en las creencias y mitologías de ciertos pueblos. La fundación de Tenochtitlán, por ejemplo, fue un viaje en el que la fe, la creencia (un mandato superior) fungió como la pieza más importante del equipaje, del equipaje interno al menos. VI Si hablamos de los kits de viaje que se tiene en vida, hablemos, entonces, del kit de viaje que se usa comúnmente en el tránsito de la vida a la muerte, algo que muchos consideran un viaje. En Resurrección sin vida, José Revueltas habla de la vida (de estar muerto en vida, mejor dicho) como un viaje, un transitar hacia la muerte; un peregrinaje que es más largo para algunos. “Lo amaba como a un ser desaparecido muchos siglos atrás, algún faraón egipcio en cuya tumba había que depositar diariamente la ofrenda de los alimentos para ayudarlo a subsistir durante su inacabable tránsito a lo largo del reino de la muerte.”, dice Revueltas. El equipaje, siempre, como parte indisoluble del viaje. No se concibe el viaje sin un kit, sin un mínimo paquete de cosas útiles. Aunque en mi caso, debo decirlo, me importan más las ausencias a la hora de viajar: los huecos en la vista y el olfato que llenaremos con el lugar visitado; porque de un viaje se vuelve, pero con las maletas distintas y, naturalmente, distinto uno mismo, o en realidad nunca se partió. ■
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el Día de mi Muerte Daniel Alberto Can Caballero
Yucatán fb: Can Caballero
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El día de mi muerte prometo Morirme bien, Pero bien muerto: Abrir la boca, Crujir los huesos, Sacar la lengua, Tirar pellejo. El día de mi muerte prometo Morirme bien, Pero bien muerto: Inflar el vientre, Torcer pescuezo, Negrear las uñas, Oler a huevo. El día de mi muerte, confieso, Me pondré zapatos, Pero bien puestos. Pues quiero evitar Tirar el sepelio, Que chille el cura “¡Qué horrible su cuerpo! Ni el santo aceite Le dará el consuelo. Prendan el aire, Soplen el fuego, Lloren las viejas, Recen los credos. Ese olor levanta hasta muertos”
Supongo que muchos En el mero entierro, Dependiendo el cariño Hablarán sus cuentos, Dirán poesías, Contarán recuerdos: —Pues sí, pues eso, El chico escribía. Qué triste. Qué triste. ¿Un funeral de versos? —Era literato de a ratos, Pues sí, pues eso, Pobre muchacho. El día de mi muerte prometo Morirme bien, Pero bien muerto. Y ustedes amigos Harán juramento, Por ningún motivo Leerán este texto.
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Krsna Sánchez N Guadalajara, Jalisco Fb: Krsna Sánchez
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Fabián el Distraído era la clase de sujeto que extraviaba las cosas muy a menudo. Cosas comunes, cosas sin importancia, cosas que al perderse lo desconcertaban. Una caja de cerillos, un peine, una llave, una manzana, un disco de música, un lápiz, un salero, un paquete de chicles, una lata de cerveza, una revista de dibujos obscenos, una chaqueta vieja, una postal de Polonia, dos botones de cilocybina, cuatro monedas de 50¢... En fin, Fabián perdía algo distinto cada día. Entre los amigos era común visitarlo y hallar su departamento revuelto, con los muebles patas arriba. Frenético, él registraba los recovecos y las esquinas, en una búsqueda destinada al fracaso. Aunque nunca hallaba los objetos perdidos, el Distraído no se resignaba a los extravíos. Lo que significaba una molestia para todos nosotros. Nadie quería que arruinara el efecto de un ácido con interminables indagaciones. ¿Alguien ha visto mi cepillo de dientes? ¿Dónde está el cenicero? ¿Ya encontraron el sacacorchos? ¿Y el control de la televisión? De vez en cuando las preguntas fastidiaban a alguien, alguien poco acostumbrado a Fabián, alguien como Edgar el Egipcio. En una ocasión, maniaco por la cocaína, Edgar encaró al Distraído y le soltó un reclamo: Pareces pendejo, siempre sin saber de tus chingaderas, mejor ponte despierto. En episodios similares, Fabián se limitaba a bajar la mirada y contestar: Perdón, no controlo mis poderes de teletransportacion. Si, él se creía capaz de trasladar las cosas con la mente. A pesar de su renuen-
cia, yo logré que nos explicara el asunto a todos. Dijo que se trataba de una capacidad incontrolable, provocada por cualquier enervante cerebral. Describió el suceso cómo un lapsus mental, un parpadeó que arrebataba las cosas súbitamente, sin que él lo deseara. Aclaró que el poder se limitaba a objetos ligeros y que no tenía idea de adonde los enviaba. Pero presentía que era un sitio cercano. Ya debe haber una tonelada de basura donde quiera que sea, agregó Lili Cervantes, con el sarcasmo encantador que la caracterizaba. Hugo fue quien más se rió entre todos. Hugo Montes siempre celebraba los chistes de Lili. Por supuesto que nadie del grupo creyó la historia de la teletrasportacion descontrolada. Pero no criticamos la locura de Fabián. La verdad era que cada quien tenía sus particulares delirios fantásticos. Por ejemplo, Edgar el Egipcio nos amenazaba a diario, incluida a su novia Lili, que seríamos sacrificados a Osiris, o a Orus tal vez. Y por mi parte, yo padecía de transpiración de silicio, que formaba circuitos eléctricos, atrapados en los poros de mi piel. Sin embargo, nuestras respectivas psicosis no impedían que le jugáramos bromas a Fabián. En una ocasión estábamos fumando marihuana en mi casa y el Distraído salió a orinar en el patio. Edgar
propuso que aprovecháramos la oportunidad. Lili escondió la pipa dentro de una caja de cartón, llena de mis libros. Al regresar, dijeron a Fabián que la pipa desapareció frente a la mirada del grupo. Él se creyó responsable de inmediato. Apenado sinceramente, se disculpó por arruinar la velada. Me prometió una pipa nueva. En ese momento Hugo apenas evitó partirse a carcajadas. Después que los demás se marcharon, no encontré la pipa entre las novelas de Dick y Gibson Octubre fue un mes difícil para Fabián. Pasó semanas aficionado a oler quitamanchas de alfombra. No hacía más que hundir la nariz en un trapo empapado del químico. Su departamento, que apestaba a solvente, ya lucia medio vacío. Se esfumaron los objetos de menor peso. Los focos, los postigos, las manijas, los portarretratos e incluso el rollo de papel higiénico. Hugo Montes sospechó que Fabián cambiaba esas cosas sin valor por más botellas de quitamanchas. Pero el Distraído seguía creyendo que enviaba las cosas a quien sabe dónde. Pero volverán algún día, decía con seguridad. Hugo me convenció de dar amparo al desgraciado, por lo menos unos días, mientras se desintoxicaba. Mientras que Hugo y Lili Cervantes se encargaron
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de cuidar el departamento y yo llevé a Fabián a mi casa. Tomó un baño con agua caliente. Le regalé una de mis camisas. Serví buena comida frente a él. Durmió en una cama decente. No le ofrecí más drogas fuertes. Solamente una taza de café cargado, tres veces al día. Por las tardes, jugábamos a las damas chinas. Cuando desapareció la mayoría de las fichas, pusimos frijoles como reemplazo. Luego los frijoles también se fueron. Pasadas un par de semanas, el Egipcio llegó de visita una noche. Golpeó la puerta con desesperación. Al abrir, noté que venía borracho y mucho más. Se sentó callado en un sillón, junto a Fabián. Transcurrido un rato de silencio, explicó que Lili lo abandonó. Hugo y ella huyeron hacia California. Planeaban traficar goma de opio, según el mensaje que dejaron. Con voz trágica, Edgar juró que arrancaría el corazón de Hugo Montes y lo colocaría en la balanza de Toth. Todavía trastornado, pidió un cigarrillo para tranquilizarse. Yo no fumaba tabaco. El Distraído dijo que su última cajetilla estaba en un lugar ignorado del mundo, quizá no tan lejos como California. El comentario rebasó el límite. Sin aviso o amenaza, Edgar sacó una navaja de hoja retráctil y se lanzó contra el Distraído. Apenas en un instante le lanzó unas veinte puñaladas al estómago. Pero no corrió la sangre, ni siquiera salió una gotita. El Egipcio detuvo el ataque y revisó su mano. La navaja no se hallaba entre los dedos. Tampoco en ningún otro sitio del cuarto. La sorpresa me causó un sudor de
circuitos fríos a lo largo de la espalda. La falta de arma no tranquilizó a Edgar el Egipcio. Por el contrario, su rabia aumentó. Igual que un salvaje, puso las manos alrededor de la garganta de Fabián y comenzó a estrangularlo, despiadadamente. Yo no interferí en aquella lucha de vida o muerte. Me entretuve en estrenar una nueva pipa para la marihuana. Quería aliviarme de la mala vibra que se insinuaba en el ambiente. El Distraído quedó inconsciente, agitado por débiles esternones, con una mueca horrible en la cara, babeante. No estaba muerto, obviamente. Al Egipcio le faltó fuerza para finalizar el homicidio. Se recostó en el piso, sudoroso y mareado. No pudo retirarse a tiempo cuando sonó un gran estruendo, el anuncio de lo qué pasó a continuación. Yo alcancé a dar unos pasos hacia atrás, salvándome por poco. Desde algún punto impreciso se ve una avalancha sobre la cabeza del Egipcio. Zapatos, calcetines, hebillas, espejos, esferas navideñas, libros, floreros, latas, botellas, vasos, platos, cucharas, huevos, cacahuates, semillas, cristales rotos, piedritas, guijarros, monedas, trozos de madera, canicas, dados, pelotas, cartas de baraja, tachuelas, clavos, alambres, huesos de pollo, corchos, anillos, engrapadoras, lentes de sol, brochas, llaves, llaveros, muchísimas llaves, muchísimos llaveros, tuercas, relojes, carretes, frascos de somníferos, imanes de refrigerador… El cálculo de Lili Cervantes resultó exacto, increíblemente.
Antes de grabar una película, Hitchcock se dedicaba a pasar un rato en su habitación de sogas. Las había de dos tipos, pero sus preferidas eran las que tenían una textura retorcida. A nadie se le hizo extraña la obsesión del director por llevar aquella soga a todas partes, pues el argumento de su próxima película tenía relación con aquella. Sin embargo, cuando tras varios días Alfred, se ausentó de las locaciones de la película, se tuvieron que cancelar los preparativos para el rodaje. Algunos empezaron a preguntarse si aquella cuerda retorcida no tendría otro propósito más siniestro. Hitchcock regresó con un cambio de argumento. Una escena nueva, un giro en la trama; habría que meter un cuerpo dentro de un baúl. Esa escena, que es el nudo de la historia tuvo opiniones dividas. Después de la muerte del director, se encontró en la habitación de las sogas, un baúl que guardaba varios libros. Hitchcock ni siquiera se había molestado en poner bajo llave los rastros de su última víctima, en una pequeña caja se encontraron unos guantes, algunos trozos de cabello y una nota que recordaba
Amaranta Castro Puebla, Puebla Instagram:_amarant_
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Decía lo siguiente: “El poder de matar puede ser tan satisfactorio como crear.” el diálogo de Brandon en la película. Después de ese evento, las películas de Alfred H, fueron censuradas y su carrera fue difícil de rastrear, pero puede conseguirse algunas copias clandestinas en la deep web.
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Galopo el corcel de Napoleón y con la astucia de Morelos me dedico a conquistar mi libertad. Yo; preso del pesimismo de mi país, la ideología con la que crecí, mi infantil comportamiento; me veo obligado a hacer algo radical, me veo obligado a escribir. La libertad es un camino solitario pero no lo es el de las letras, libre me pienso al escribir de amor, pero ¿realmente lo soy cuando escribo de alguna Dulcinea? Tal vez lo sea por el hecho de escribir lo que quiero pero en prisionero de los recuerdos me convierto.
Por esta duda dejo el corcel de Napoleón y decido montar a Rocinante, pienso en gigantes y doncellas, dragones, quimeras y ciudades sepultadas por algo que no sé qué es pero sé que no existe. Soy un libre caballero andante que por arma tiene un bolígrafo y por escudo un poemario de Sabines, en este momento pierdo mi libertad, preso soy de un mundo fantástico y de una vida que no soñé y por lo tanto, no existe.
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Libre de quĂŠ podrĂŠ ser si no me permito ser libre, libre grito que libertad quiero pero libertad le niego a mi libre voz y mis libres letras, libre lo deseo y libremente lo niego pero libremente amo la libertad que libre detesto, creo que eso me libera de la libertad que preso me tiene.
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Libre quiero decir que libremente encontrĂŠ en este manifiesto la libertad que preso me tenĂa y me libero de esta libertad rutinaria.
Derrumbaron el Teatro Sartoris un miércoles de ceniza, lo recuerdo porque todos los parroquianos que acostumbrábamos a ir a dar la vuelta al Zócalo vimos cómo el edificio se desplomaba dejando una estela de humo que se esparció hasta Plaza de Armas, y aún más allá, detrás del Palacio de Cortés, donde los muchachos se pasean de la mano como si tres veces por semana fuera catorce de febrero. Benjamín Aguilar Sandín Benjamín Zambrano Cuernavaca, Morelos Fb: Benjamín Zambrano
Recuerdo que aún era un chico cuando entré por primera vez a la función de clausura de los Juegos Florales, llevaba el mismo traje apretado que mi abuela mandó a hacer con uno de los últimos sastres ciegos de la ciudad, cuando me recibí de bachiller. Aquella noche el cielo se almidonó de nubes atigradas, y yo estaba como loco buscando en el recibidor alguien que me prestara fuego. Los muchachos de mi calaña no acostumbrábamos a entrar a esos lugares, más por miedo que por desgano, porque la mayoría de nosotros éramos pobres como ostras y vivíamos hacinados en la ciudad gris, un conjunto de edificios trazados con paciencia de relojero por un ingeniero inglés que en su tiempo estaba a las órdenes de don Lauro Ortega, y que terminó sus días dando un salto de caída libre en la barranca de Amanalco, pero esa es otra historia. No me hubiera atrevido a ir esa noche ni el siguiente año, pero me atreví a comprar el último boleto de aquella función a un almirante retirado de las fuerzas armadas porque aquella noche se presentaba por última vez la Pies Ligeros
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con su comparsa de bailarinas españolas, y en aquellos días la Pies Ligeros era poco más que el amor de mi vida y yo era aún muy joven y muy estúpido para entender las cosas del amor.
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Cinco minutos antes de empezar la función uno de los viejos venerables que asistían con regularidad a esos eventos me prestó su mechero de cola, y le obsequié a regañadientes el último cigarro rubio de la cajetilla y nos pusimos a fumar, mientras por la vieja bocina se anunciaba el inicio de la función. ¿Vino a ver a la niña, verdad? Yo asentí aplastando la colilla con la suela del zapato y el viejo rió y me dijo que era una pena que no hubiese llegado con un ramo de rosas, y yo no entendí lo que quería decirme hasta que entré a la sala y tomé asiento, y vi, un par de hileras delante de la mía a otros muchachos como yo, bien vestidos, con sendos ramos de rosas anaranjadas esperando a que la Pies Ligeros abordara el escenario. Nunca había entrado a un teatro, ni había sentido el esplendor del silencio en todos sus deciveles antes de que comenzara la función, ni había visto ni volví a ver El Lago De Los Cisnes ni a la Pies Ligeros dando vueltas y sonriendo a diestra y siniestra con ese encanto que tienen las mujeres a los veinte años, y que tenía y tuvo y tendrá la Pies Ligeros en aquel rincón tan absurdo de la memoria. Cuando terminó la función salí disparado detrás de una hilera interminable de muchachos al camerino donde la Pies Ligeros junto con su comparsa se aligeraba de atavíos. Estuve esperando cerca de una
hora a que saliera la Pies Ligeros, hasta que apareció entre la multitud un hombre con saco gris de proporciones inconmensurables a decir entre comillas que las señoritas se habían ido porque tenían que tomar un vuelo hacia Rusia para presentarse en la Plaza Roja. Recuerdo que salí del Teatro Sartoris muy tarde, y paré un taxi con el gesto que comprendí después, era el gesto de los constantes derrotados, y me mantuve en siencio mirando gotear la ventana hasta que llegué a la ciudad gris, y esa noche y las siguientes durante muchos meses no pude conciliar el sueño en secuencias imprecisas, constantes pero fugaces de la Pies Ligeros, el siempre eterno amor de mi vida. Derrumbaron el Teatro Sartoris un miércoles de ceniza, lo recuerdo porque todos los parroquianos que acostumbrábamos a ir a dar la vuelta al Zócalo vimos cómo el edificio se desplomaba dejando una estela de humo que se esparció hasta Plaza de Armas, y aún más allá, detrás del Palacio de Cortés, donde los muchachos se pasean de la mano como si tres veces por semana fuera catorce de febrero, y de pronto brotó como una flor inmarcesible la imagen de aquella bailarina de veinte años de la cual estuve enamorado hasta que me perdí en el sueño de las corbatas y las oficinas, y dejé de mirar la ventana (y dejé de mirar la ventana). Escribo esto a media luz, con los años encima, tratando de mirar como miraba antes, cuando era joven y estúpido, y aparece constantemente la imagen de aquella bailarina, de aquel amor de mi vida. Escribo esto desde mi trinchera, desde la ciudad gris, desde el planeta de los monstruos… ■
Gerardo Álvarez Puebla, Puebla Fb: Geras Alvarez
empezó entonces el circo verdadero el hombre consciente de las cosas y poniéndole nombres a las cosas y consciente de sí Pero ¿antes qué? ¿cómo mirar un pedazo de tierra o una mano sin poder decir tierra o decir mano? o ante la furia de un ciclón por ejemplo ante un trueno poderoso ante la muerte Tal vez el hombre -el neandertal antes del sapiens sapiensse aterró del rayo y gritó con la cabeza entre las piernas desesperado porque la tormenta era grande y todo lo oscurecía y prendiéndolo todo vino el fuego de arriba entre las nubes 21 y tuvo cuerpo el terror del primer hombre que ante lo grande solo pudo rogar cantar desamparado El primer hombre -antes del sapiens-
cantó temblando le puso nombre a la catástrofe temblando atérido de frío dijo diosa tormenta dios trueno/rayo diosa noche dios fuego con su voz con su miedo La palabra la primera palabra la primera del hombre antes del hombre fue un ruego solitario ante lo grande
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MARTHA BRENDA HERNÁNDEZ MARTÍNEZ ROSIER DE LUNA COCULA, JALISCO FB: BRENDA HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete; la chica que subió al tren ligero está vestida de rojo, limpia, prodiga, hermosa. ¡Excelente! Subiré de nuevo. La suerte está de mi lado, hay un asiento detrás de ella. ¡Ahí está!, tan fuerte, tan vigorosa, tan frágil, vena yugular que me invita a acercarme. Se dispone a bajar del tren, iré tras sus pasos de aguja negra que pisan y no pisan. Voy tras la dulce vainilla de su cabello, labios rojo quemado. Voy tras su yugular escarlata, tras su vestido cereza, tras su alma rojo diablo que tengo en mis manos. Selene la número siete carmesí.
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KATALINA RAMÍREZ AGUILAR | LINA | PUEBLA, PUEBLA | FB: KATA LINA
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si tan solo pudiéramos construir una nave con los cabellos espaciales del spaghetti monster y lanzarnos al vacío negro de los ojos de Vishnú, y por la velocidad se nos rompieran las piernas, nos quedáramos sin piernas, olvidáramos las piernas, y las manos se volvieran tiempo; si tan solo pudiéramos olvidar las palabras y recordáramos las palabras primeras y con palabras construyéramos una nave, o mejor aún, nos volviéramos nave, o recordáramos que fuimos nave, que fuimos que somos : nave y mapa, y volviéramos a serlo;
Thalía Azyadeth Osorio R. Distrito Feredal @pulparindou En un parpadeo cabe un chillido acompañado por una ráfaga de viento. En otro, caben pasos y la sensación de un repentino vacío. El suelo es frío y respira profundamente. Mis pulmones envidian a los de asfalto y grava. ¿Cómo respirar? Lo intento. Demasiado brusco. Exhalo. Sus pasos atropellan mi aliento. Cada respiración como un colchón inflable, infalible. Como si cada burbuja de oxígeno fuera helio. Como si las entrañas se convirtieran en plomo. Como si mi cuerpo se rompiera con cada uno de sus pasos. Como si las vías del metro atrajeran mis huesos en negativo. Como si las ventanas se fragmentaran y se estrellaran por dentro. Como todos los vidrios rotos que llevo debajo de este disfraz. Sonrío porque el mundo está percudido. Las muecas no demuestran suficiente desdén. Día que se vuelve tornasol en la terminal; día destruido de tajo, como lo que soy. Mi cuello comienza a agrietarse. No dejo de reír. Recargo mi cabeza en el suelo porque él sabe lo que es ser pisoteado todo el tiempo. Las tuberías a mi alrededor laten con más fuerza que mi corazón. Pisadas. Escucho con atención. Veo a unos niños jugan-
do. Tienen tu sonrisa inocente. Cierro los ojos, no quiero saber más. Termitas fermentadas migran del estómago al hígado. Me ciega tu visión etílica. Tengo que levantarme, pero el piso no me deja ir. Sus pasos no me dejan ir. Termino. Adorno el suelo con todos los colores que mi jugo gástrico me permite. Sus pies hipócritas me miran con asco. El tren se acerca y mis huesos en negativo me revelan una imagen futura de mi cuerpo en las vías. Al fin logro levantarme y este mundo me parece un carrusel barnizado en sangre blanca.
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La imagen del sargazo ronda por mi cabeza. La marca de su paso se va acumulando con el color cobre que le caracteriza. El vello púbico, el de Mariana, se asemeja al color del sargazo. No sé a ciencia cierta qué es. Me temo que es igual de estorboso que mi cuerpo en esta playa, aunque mi aspecto debe ser el de la herrumbre. Esa parece ser una orilla destinada a los bañistas, esos tipos que quieren pisar descalzos la arena que cubrimos el sargazo y yo. Cuando mi pelvis y sus huesos -piel adentro- se juntaban, era como sentir la dureza de la muerte.
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Marco Octavio Torres García Puebla, Puebla Fb: Octavio Torres
Trato de escribir la historia de uno de los ausentes. Un ser lejano de por sí. Puedo imaginar su rostro, aunque para describirles ese recuerdo debo hacer una suma infinita de particularidades, no tiene caso. Es más fácil decirles que usaba ropa tan diversa como la de un carnaval. También bastaría con decirles que fue el mar quien se lo tragó. Su padre no lo cree. Y aunque hay mucho que reprochar a las aguas del océano, hacerlo es inútil. Sobre todo porque al mar no se le llora, ni se le reza, no se le entrega más que la vida, a veces flores. El mar regurgita y se traga todo, odio y amor por igual. Nada en lo natural distingue ni compartimenta. La hiel se vierte desde bocas absurdamente bellas. Nosotros, los de este lado, somos tan diferentes; los distantes están en una callada ola, yendo y viniendo de sueño en sueño. ¿Qué es más terrible: la indiferencia hacia los ausentes o la indiferencia de los ausentes hacia nosotros? A veces se supone que ellos no tienen voluntad propia, pero creo que nuestra voluntad, la de los vivos, se nutre de ese vacío de voluntad que dejan en el aire. Y esto en cierto sentido es una especie de aliento: spirit, éter, ceniza.
Es como si reparar en la ausencia, en el páramo vacío y seco, hiciera de nuestros ojos elementos como el fuego o el aire, capaces de transportar las nubes o incendiar el horizonte. Todo porque no están, todo porque van y vienen. Con el sol. Callados, están cada vez más callados y nosotros nos sentimos solos. Como en un pozo. Es decir, esos chicos, esas chicas se vuelven, tierra adentro, un montón de gusanos que se juntan, se besan, quieren hacer el amor y no pueden, no es lo mismo, la materia el espacio, la historia ya no los beneficia con el placer mínimo, carnal. Y es ahí cuando fragua su materia pastosa, se van solidificando y se vuelven ladrillos, piedras, madera. Van rodeando a los vivos como un pozo que contendrá toda el agua de la que beberemos los sobrevivientes. ¿Qué tanto pertenecen las palabras a nuestro cuerpo? ¿Qué tanto le pertenece nuestro cuerpo a la voz y sus articulaciones, al sonido y su configuración? Eso pensaba al principio. Poco a poco, al saber que estaba un poco más lejos que antes, ese chico se volvió un pozo. Yo estaba dentro del pozo. Campos oscuros se enredan en el patio, en la llanura de la noche, en la última extensión de la tierra, donde el sol se nos niega. Rehuye de igual manera un motivo claro, un porqué convincente, un paso seguro (aunque creamos que no hay paso más seguro que el que se da hacia atrás). No hay dirección: es el mar. No hay visión, sí eco. Sólo los sueños caen al pozo. Descorrí las cortinas y vi una hilera de luz en greca. La escalera ahí, junto a una ventana, donde una pálida mueca retorcía los labios de una mujer secreta. La noche regada de sal y mercurio me hizo ver las sombras viejas. Un gato paseando silencioso por las vigas
de los sueños de mis hermanos durmientes. Yo preguntando al silencio y a las puertas inútiles ¿qué valor tienen todas las noches sobre mi última noche? Si todos mis sueños morinatos siguen su curso fantasmal hacia alguna clase de sentido o, peor, hacia la encarnación terrenal de la pesadilla. Un ángel secuestra el miedo y puedo mirar a las bestias que habitan los recintos, las recámaras, las cuevas. Junto a mi cama, un campo se extiende hacia el aire hueco que cubre a mis dobles vagabundos. Sólo hasta hoy puedo perdonar el abandono, los silencios, puedo empezar a hacer crujir la madera de los muelles sin temor a no escuchar réplica ni afirmaciones sonoras de alguna cosa viva. Alguien además de mí escucha las sirenas, el tren, los ladridos. Alguien que no deja escapar al insecto blanco que gira la cabeza, con su pico de urraca y que yace, como hada impoluta, dentro de su garganta.
Voy tejiendo algo parecido a un disfraz, a un cuerpo, con las vidas naturales que me abundan y rodean: acá la hierba, allá los remolinos del verano muerto. El cielo que se va manchando paulatinamente con puntitos dispersos, abundantes después, hasta ser una mancha absoluta de tinta china, que
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deambula como un río negro, llevándose consigo todas las certezas hacia la umbría morada de lo que no se dice. Veo sus botas relucientes y puntiagudas, lo suficientemente duras para dar un golpe que se escuchará en el resoplido y el vigoroso galopar. Su caballo se llama Sayno. Así lo nombró Fernanda, su mujer. De quien supe: –Se fue Baraquiel, su caballo nos avisó: el trote extraviado de su espanto sonó cerca del ventanal a la hora en que comenzó a llover. –Me despierto porque sueño que tiembla. Es la cigarra, la escucho cuando todos callan.
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Tal vez el golpe tan quedo de sus botas, que surtía efecto para mostrar el brío de esa bestia sea ahora el toque, también tenue, de la aurora, que se impregna en el cristal y no se siente llegar. Ahora está montado en una bestia enorme, suplantada a ratos por un segundero, y es demasiado lento su sonido y demasiada tosca su voz para creernos lo que dice: que algo pasa y no lo vemos.
Sus espuelas de acero giran. Se van manchando de puntos rojos. El amarrador de navajas lleva las espuelas sucias. Mientras tanto una ola estremece ya el silencio que en la playa yace, meciéndose sobre una hamaca. Y se ven sombreros, se ven camisas volando a donde hay espacio para quedarse a solas. Mucho viento... Era el día nacional del charro. Se celebró en Acapulco y algunas cosas quedaron apuntadas. Aunque decir que se celebró es eso, un decir. El agua entró por doquier, borró las líneas blancas que demarcaban el campo de batalla de los gallos y por eso, por no haber cal que la contuviera, se escapó la muerte. La crónica de Acapulco La gravedad ha cambiado, el aire se hace pesado, como si respirar fuera ahogarse o tragar partículas dispersas de plomo. Estoy en un pozo. Sólo veo porque sueño: las lanchas sobre la arena, los cascos entre las rocas, huesos equinos. Se escucha venir. Canto y grito están hechos esencialmente de lo mismo y ambos, si se miden, tienen cierta potencia, los escuchamos en cierta frecuencia y provienen de la misma antigüedad insondable. [Se] Escucha.
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Para nosotros la muerte es una flor del pensamiento SchehadĂŠ
Atentamente el Jurado Daniel Alberto Can Caballero Yucatán Fb: Can Caballero
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Triste que triste Es la historia de Pito, El moderno poeta Que no pudo y que quiso. No estás pa’ saberlo, Ni yo pa’ contarlo, A Pito el poeta La beca le negaron. Ya eran dos años seguidos Que a Jalapa había viajado Como joven poeta De una fundación pa’ letrados. — ¡Ay! Mis amigos me están extrañando. Pito a sus santos gritaba: Una foto de Frida, Un relicario de Octavio. En la mano una piedra de sol Metalúrgica mística pa’ curarse de espanto.
Pobre poeta maldito Se clavaba los versos Los versos que nunca ganaron: “Voz pájaro silencio” Clavado en la boca; “Común sentido común” Clavado en los párpados. “Alegría nocturna tristeza” Clavado, pero bien clavado Adentro readentro del ego cansado. Pito poeta escucha tu canto La musa en el arco del verso Un beso muy largo te ha regalado. No dejes pasar los tantos tontos años Y labra la huella, la palabra del bardo. No estoy pa’ contarlo Ni tú pa’ saberlo,
Pero Pito inspirado y henchido Escribió unos versos Pa’ mandarlos de nuevo. Salió a las calles, Buscó inspiración. En cada esquina un verso esculpió. Dejó su alma En cada palabra. Quintaesencia tejió. — ¡Jalapa, amigos, ahí les voy! Triste que triste Es la historia de Pito El moderno poeta Que no pudo y que quiso. No estás pa’ saberlo Ni yo pa’ contarlo, Pero al cabo del plazo un correo llegó.
Lo sentimos tanto querido poeta Sustentaste tanto para que luego NO. Pero aceptemos lo que la rúbrica dicta, A tus casi treinta años Veintisiete según tu ficha de autor, Amigo poeta, Usted ya no es joven creador. Atentamente el jurado Rómpanse los mantos sagrados, Anúnciese el fin de los tiempos, Los versos de Pito el poeta De nuevo han sido rechazados. — ¡Ay mis amigos me están extrañando! Adiós a la beca Adiós.
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POR ALINE L. BER N AL ¿DE QUÉ VA?
Microteatro es un formato teatral que consiste en la representación de una obra con una duración de 15 minutos, para un público no mayor a 15 personas en un espacio de 15x15 m². Se presentan varias obras simultáneamente en diversas salas y todas responden a una temática que va cambiando mes con mes (por amor, por venganza, por dinero, etc.).
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Todas las propuestas deben tener las características de una obra tradicional: principio, desarrollo y desenlace. La intención es captar la esencia de un tema y expresarla en un corto periodo de tiempo ante un número limitado de espectadores. Se puede entender a Microteatro frente al teatro más convencional como el cortometraje al largometraje o el cuento a la novela.
¿CÓMO SURGIÓ?
A finales del 2009, casi 50 artistas entre directores, autores y actores presentaron un proyecto teatral en un antiguo prostíbulo de Madrid. En las 13 habitaciones del burdel se alojaron 13 grupos independientes con la consigna de crear una obra teatral de menos de 10 minutos para un público de menos de 10 personas por sala sobre un tema común, la prostitución. Estas obras se representaban tantas veces
como público hubiera durante tres horas, llegando alguna de las obras a representarse más de veinte veces al día. Gracias a los distintos acercamientos que hizo cada uno de los grupos, el público recibía muy distintas visiones del tema tratado. Tiempo después, el espacio fue cedido a Miguel Alcantud, autor de la idea y coordinador del proyecto. Teniendo únicamente difusión a través de redes sociales y comunicados de prensa, el experimento fue un éxito. El impacto de Microteatro alcanzó una gran difusión mediática y aceptación del público, de manera que los participantes y algunos nuevos miembros decidieron abrir de manera permanente un espacio que era reclamado por el público de Madrid, y en el que no había distinción de personas por sus edades y estatus.
MICROTEATRO MADRID
Tras Madrid, Microteatro ha abierto sedes oficiales en Miami, Buenos Aires, Costa Rica, Valencia, Almería, Málaga, Sevilla, Barcelona. En México está presente en el Distrito Federal, Guadalajara, Veracruz, Aguascalientes y ahora también… en Puebla.
MICROTEATRO PUEBLA
A partir de febrero de 2015, Microteatro Puebla abre sus puertas en una casa azul cielo ubicada en la calle 8 norte 606 del Centro Histórico, con la temporada “Por amor”.
Esta sede corre a cargo de sus directivos Mitzuko Villanueva y Alejandro Aguirre, quienes se han encargado de invitar a artistas estatales y nacionales de renombre como Aleyda Gallardo, Luis Fernando Peña, Amancio Orta, Carlos Arturo Aguilar, Mayho Moreno, Alejandro de la Madrid, Sophie Gómez, Enrique Escalera, entre otros. Microteatro Puebla se caracteriza por ser el único lugar en el Estado que cuenta con una cartelera teatral todo el año, ya que desde febrero han tenido nueve temporadas continuas, y desde agosto, cuentan con la Sesión Golfa: micro obras sólo para adultos. Alejandro Aguirre nos comenta: En estos momentos se presenta la temporada “Por Lupe-Reyes” con cinco obras en el horario estelar de jueves a sábado a partir de las 7:30pm y los domingos desde las 4:30pm. Para la Sesión Golfa presentan tres obras los viernes y sábados a partir de las 11:00pm. Todos los jueves los boletos tienen promoción de 2x1. En conclusión, Microteatro es una gran oportunidad para acercar al público al teatro de una manera dinámica y distinta a lo que estamos acostumbrados. Por otro lado, es un verdadero reto para directores y actores el resolver un texto en un espacio tan reducido y además ser capaces de representar la obra varias veces sin perder su frescura y esencia.
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* ENTRADA LIBRE 4 NORTE #208 B | SAN PEDRO CHOLULA, PUEBLA