no.
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Enseñarle castellano a un perro es la verdadera enseñanza. “Nunca va a aprender”, dicen. ¿Por qué? ¿Acaso el castellano es cuestión de inteligencia? Tal vez será mejor aprender a ladrar entonces. - traducción radical, mario montalbetti
c a r ta e d i t o r i a l Esta carta se escribe de forma raquítica mientras los editores en turno teclean los otros deberes de la vida diaria, y nuestros correctores y diseñadores despuntan las próximas páginas que usted leerá aquí. Imagínese nada más, lector, (porque nosotros nos lo imaginamos a usted también sudando frente a una computadora) que todos vamos a manera de cuesta empinada. Esa cuesta que después se propone bajar cien metros a trote apresurado. Todos esperamos que termine la jornada, quizá, con el mínimo de enfados en la oficina y con el debido humor oratorio, singular, encerrado frecuentemente entre el capricho y lo excéntrico, lo desproporcionado y lo ridículo, la ironía y el rencor. Este número, así: frente al telón de lo urbano, el encuentro de lo cotidiano sobrepasa los límites tranquilizadores. Las extravagancias amazónicas, las relaciones indescifrables, los ojos que palpitan, la sonrisa asesina…, culminan en un conjunto sedicioso que se regodea en cada microteatro, cada rápida escenificación, cada exceso de performance literario que, como ritual, rinde tributo a la distorsión irrisoria. Ahora imagínese que está en medio de lo rimbombante del tráfico. El claxon depresivo frente a la mentada de madre y la poesía de la desesperación. Por momentos hay una caótica e incongruente mezcla de hombres y vehículos, episodios lluviosos en la Ciudad de México, las entrañas de un túnel, lámparas fluorescentes y el encuentro constante de lo cotidiano que sobrepasa, con la ligereza, sus límites tranquilizadores. Una bitácora sobre la presencia apenas detectable de lo hermosamente maligno es un exceso bíblico en una zona con poca actividad dramática, un canto atroz de la agonía. La cartografía permanentemente del valor de las voces que, en su crítica, agonizan en su aplicación del humor y se destruyen a diario. La farsa sólo puede confrontarse a lo clásico gracias al continuum de símbolo y realidad, ese arriesgar la vida por nada, que propicia lo urbano, bien festivo, bien trágico. Todos somos el godinez que, aun destrozado por la contingencia del peso devaluado, todavía tiene la suficiente fuerza para abrir facebook y, con muchas gracias, el número ocho de esta revista. Lea y dése cuenta que todos estamos acá, en la filtración de humor, de lo urbano como versátil actor de reparto, y por supuesto, en todas estas insólitas coexistencias.
— Nicté Toxqui María Fernanda García Reyes
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directorio Colaboradores
Editor responsable Clemencia Corte Velasco Editores responsables de este número Nicté Toxqui Martínez María Fernanda García Reyes Consejo Editorial María Fernanda García Reyes Nicté Toxqui Martínez Paulina del Castillo López Jimena German Blanco Eric Josué Ibarra Monterroso Carla Laura de la Hidalga Jiménez Fabiola Lucía Fuentes Morales Montserrat Flores Castelán
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Directores de diseño Diego Aguirre Marín María Marcela Medel Vera Diseño Diego Aguirre Marín María Marcela Medel Vera Brenda Báez Rodríguez Georgina Morales Delgado Zaira Edith Cuecuecha Montiel Daniela Anell Cuevas Eduardo Avelino García Herrera
Alejandro Iván Flores Chávez Cristina Bello Esther Eben-ezer Gil Hernández Felipe Gaytán Fernanda Guzmán Francisco Morales Jaime Martínez Aguilar Joaquín de la Torre Luciano Mora Cabezas Martín Petrozza Paulina del Castillo Ricardo Sandoval Tello
Portada
Diego Aguirre Marín Marcela Medel Vera Zaira Edith Cuecuecha Montiel
Jefa de comunicación Diana Gabriela Castillo Toriz Comunicación Denisse Aguila Arias Fabiola Padilla Patiño Andrea Ruiz González
N Ú M E R O 8
índ i ce 6
Rutinaria
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X-Y+Z
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La periodista de Cultura Colectiva
Cristina Bello
Alejandro Iván Flores Chávez
Martín Petrozza
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Asunto concluido
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El tren
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Borges y yo
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Garantizada metodología
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Poemas de Francisco Morales
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La memoria de Tláloc…
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Óxido vital
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Invierno jurásico
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Carnicería
Jaime Martínez Aguilar
Esther Eben-ezer Gil Hernández
Paulina del Castillo
Ricardo Sandoval Tello
Francisco Morales
Joaquín de la Torre
Luciano Mora Cabezas
Felipe Gaytán
Fernanda Guzmán
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RUTINA R I A Cristina Bello | Morelia, Michoacán
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La certeza del arquero
El agua ignota cae a cántaros desde su cuerpo quién soy yo para decirte mata así la guerra que conozco está poblada de silenciosos huesos que no se levantan con el alba el miedo se aparece como un ciervo que pasta criatura de los aires anda los montes cubierto estás arquero de lluvia intrépida echas migajas de los escudos no encuentras la flecha que apunta caminos el ciervo deshace en la piel revestida los labios que tiemblan de su cazador un beso prefiere o que otra daga lo atraviese es espejo también el miedo en la aguda vista ya los brazos se extienden y son las alas del arquero sí así se mata se mata así como quien no quiere mirar a los cuervos bocas llenas de carroña inasible toda ella son mis muertos cérvidos que de salmodia mañana niebla urbana recordatorio del flechero y su certero blanco.
Carnada
Hablo desde el fondo. Las amarras del puerto son tan sólo el recordatorio de un tacto semejante al oleaje que deposita arena en mis pies, cada grano es una palabra del diálogo que sostiene el mundo y el mar. Despierto como el claro estruendo del caudal, soy merluza, porción de escamas; ¡mundo, mundo! Estoy convencida que tú eres el Señor, el que nos aventó en este curtido envoltorio, despojados de las alas infantiles, volamos en torno a los faros de mares anónimos. Espero desde el tacto los navíos que me lleven al infierno (único lugar sin laberintos) ¡mundo, mundo! Escucha y húndeme en mar abierto, que sea el agua salada quien juzgue mi vuelo.
X-Y+Z
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No existe la sombra, sólo el cúmulo de sentimientos podridos. El olor a viento añejado en perpetrantes alucinaciones. No me muero pero tampoco estoy vivo. Estoy en este hervidero engomoso. En esta categoría de sin razones, de sin colores, de ardiente verticalidad, horizontal en el llano vacío de mi mente. Estoy ardiendo y eso me basta. No he muerto pero al parecer para allá voy. Y me aterra y me hace dudar cada vez más. No me muevo. Solo escribo, solo respiro. Y oigo el canto atroz de la agonía, de la sonrisa de fina cortesana, de asesina prostituta. El calor no deja de sofocarme. No hay el sueño, no conocí el dulce sentir de mi doliente amor. Sólo está este camastro dorado de platas delicias. Y el olor del latido de su voz a mi cabeza pone a hornear, a dorar en el cancel de mi nación. No he muerto y sin embargo las casas a mi lado ya me lloran. No me muevo, solo respiro y dejo que la temperatura me agonice. Las sucias sombras de delgada luz salada; el cansancio no me vence pero la angustia sí. Es el oscuro del hartazgo, es la espera en obviedad. No sólo dejo de existir, pero cada vez que lo vuelvo a pensar, sube delante de mí como espuma hirviendo en sonidos estridentes. Pero aún sigo aquí, velado por la lluvia de jazmines dolientes. No es la respiración ni la melodía verde del pastel, es la azulada tierna espalda. La fría solada vertiente. La soldada vergüenza sediente. Son mis ojos de Fermín de sombreadas obsesiones. ¿Acaso el ocaso es deseo? Pero sigo aquí, dormido en desesperación, en necesidad atada a la armadura. Sintiéndolo, oliéndolo, odiándolo. Con sonatas de carmín y sueños inexistentes como suelo de carbón y sueros de vih.
Alejandro Iván Flores Chávez | Puebla, Pue. | f: Alex Chávez
* * Parte de la serie "Ritual N° 72: Contraluna radiante (la época de la miserabilidad cósica)"
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LA PERIODISTA DE CU
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Martín Petrozza
Cd. de México, México f: /martin.petrozza
Una tarde conocí a una muchacha hípster. Estaba de pie frente a una galería de arte en la calle de Chiapas. La galería era Cultura Colectiva. Yo salía de la plaza comercial luego de haberme emborrachado en el bar de Sanborns, como cada tarde. Lo primero que vi fue su espalda hípster, con su ropa hípster y su peinado hípster. Luego volteó y pude ver toda su cara hípster. Era una chica muy bonita… aunque era muy hípster y eso le quitaba autenticidad, fuego interno, alma, o como se llame. Me miró y le sonreí. Ella no me sonrió. Eso sería muy poco hípster: sonreírle a un borracho de plaza comercial, no hípster. Pero me acerqué aún más a ella y no pudo evitarlo. Tuvo que entablar conversación conmigo. Se quedó de pie, en sus zapatos de plataforma hípster, y me escuchó decirle “Buenas tardes. ¿Es usted Claudia Taboada, la periodista de Cultura Colectiva?” Oh, oh, oh, bueno, yo sabía quién era ella porque hace tiempo envié una copia de mi último libro a esa periodista, aunque no sabía que era una hípster, eh. Había reconocido su cara a pesar de que la fotografía que vagaba por internet de ella no era tan… hípster. Y ella dijo “oh, sí, sí, ¿y usted quién es?” “Soy Martin Petrozza.” Le respondí. La miré de arriba abajo, saboreando sus carnes, y exclamó “¡oh, sí, es usted!” “¿Pudo leer mi libro?” Pregunté. Se sonrojó. “Oh, lo siento, aún no lo termino… Pero… En cuanto lo haga…” Su mirada buscaba una salida. La interrumpí: “No importa, no lo termine, sólo dígame si publicará el artículo sobre mi libro; puedo enviárselo yo mismo. Usted sólo deberá firmarlo.” Me miró atónita. Eso debió parecerle muy poco ético y muy poco hípster. “Si quiere, se lo envió por correo postal, escrito a mano con pluma fuente, eh, quizá eso vaya más con… Mmm… ¿Usted?” No supo qué responder. “Da igual, es una broma, no se lo tome personal, es solo que vivo aquí a tres cuadras y… Hay mucha gente así por aquí, usted sabe, y bueno… no es muy cómodo para nosotros los… Ya cansa…” Me interrumpió: “Oiga” dijo, “me tengo que ir. En cuanto tenga el artículo sobre su libro se lo mandaré a través de Cultura Colectiva.” Y yo “oh, qué amable de su parte, eh…” Comenzó a caminar. La seguí. “En serio, qué amabilidad, espero no ser muy incómodo para usted, pero he leído sus artículos y me gustan mucho, ¿sabe?” No se detuvo. Caminé atrás de ella, casi alcanzándola. “Como quien dice no puedo quedarme sin un Taboada, ¿no? Es importante para mí…” En la esquina de Manzanillo se detuvo. “Sí, mucha gracia por sus… ¿elogios?” Me dijo. La miré directo a los ojos: “Oiga, usted me gusta, eso es todo, ¿okey?” Se sonrojó en serio. Era una cara chapeada muy bonita, detrás de un maquillaje muy hípster. Y de pronto, comenzó a llover. Nos refugiamos debajo del techo del Extra. “Bueno,” le dije, “no puede decirse que Dios no está de mi lado esta tarde, ¿no?” Y ella, asustada, se sobó los brazos con las manos y me dijo “¿Qué quiere de mí?” Y yo: “Bueno, nada. Me gustaría conocerte, salir contigo…” Me miró con una mirada hiperhípster y me dio un rotundohiper-
ULTURA COLECTIVA hípster no. “¿Es por mi ropa?” Pregunté mirándome la ropa. Tardó estuvo a mi mesa. Sonrió. “Ya, no soy hípster”, dijo mientras se quien contestar. La gente comenzó a amontonarse junto a nosotros. taba sus anteojos hípsters y los secaba con una servilleta y se los “No, no es eso.” Contestó al fin. “Bueno. ¿Entonces por qué?” La po- volvía a poner. Dios mío, era muy bonita de verdad. Tenía una cabre chica sonrió, casi se rio, y dijo “no lo sé, es tu actitud.” “Ah, bue- bellera espesa, negra y pesada, una piel blanca y rosada, y esa rono,” respondí, “eso se puede cambiar cualquier día. No siempre soy pita de niña rica de los sesenta o setenta. Parecía una muñeca emasí, eh. Solo que ahora ya estoy bebido y no me puedo controlar…” Y brujada de 1966. Había algo en ella que me excitaba. Y le dije “Oye, ella: “No, no te justifiques, es igual, no importa lo que hagas, tengo no- te pediré un caldo de camarón y una cerveza Tecate.” Y ella “Tecate no, vio de todos modos.” Oh, no iba a dejar que me juagara tan chueco. pide Barbière.” Miré la carta. “Oh, no, nada de cerveza hípster.” Suspi“No tienes novio, no te hagas,” le dije. “¿Y tú cómo sabes?” Preguntó ró. “Pide Victoria.” Y eso hice, y ella pudo comer y beber y contarme casi en un susurro. La gente podía oír nuestra conversación. Le que tenía veintiún años, vivía en la colonia Portales, era estudiante contesté por lo bajo: “He entrado a tu Facebook, el de lollipop666. de periodismo en la sogem y trabajaba como becaria en Cultura No tienes novio y lo sé, entro seguido.” Otra vez se sonrojó. “Bueno,” Colectiva. Pero todo eso yo ya lo sabía, jeje. Y yo le dije que era un me defendí, “Facebook es una cosa libre, puedo entrar si quiero, no escritor fracasado de veintisiete años, sin empleo y medio casado es acoso, eh.” “Está bien,” me dijo, “tú no tienes la culpa, yo soy la úni- con una chica que levanté aquí mismo, en la colonia Roma, pero ca culpable de lo que publico en Facebook, pero… Es esa actitud por que no era hípster, aunque reciclaba pet y no comía carne roja. “Yo la que no quiero salir contigo. trato de no comer carne roja.” ¿Ves?” Silencio. “¿Y si fuera hípsDijo. Y yo: “Sí, ya lo sé, está de ter saldrías conmigo?” Silencio. SÉ PACIENTE, AMIGO MÍO, SÉ PACIENTE COMO EL PESCADOR QUE moda. ¿No?” Y ella salió con “Yo no soy hípster.” Silencio. “Sí todo un cuento chino sobre la PESCÓ ESTOS CAMARONES PARA TU CALDO DE CAMARÓN… lo eres, no te hagas.” Silencio. matanza y la producción ma“Bueno. ¿Y si lo fuera qué?” Sisiva de carne y el sufrimiento lencio. La lluvia arreció. Ya casi no podíamos escucharnos. “¡Pues de los animales y las virtudes de la soya. Ya casi me arrepentía de nada, pero no lo niegues!” Trueno. “¡Bueno, sí soy un poco! ¡¿Y qué?!” haberla invitado, eh. Pero cruzó las piernas y pude ver sus piernas Silencio. Lluvia. “¡Pues nada, está bien, no me importa cómo seas, yo y me dije: Sé paciente, amigo mío, sé paciente como el pescador solo quiero salir contigo y conocerte, saber quién eres en realidad! La que pescó estos camarones para tu caldo de camarón y pronto gente llegó a ser tanta que casi nos sacaban de debajo del techo. podrás estarte chupando esas piernitas ricas en otro caldo. Le dije: “Oye, ya, no te hagas la difícil, está lloviendo y nos vamos a mo“Bueno”, me dijo de repente, “háblame sobre tu libro.” Y yo: “Er, sí, jar. ¿Quieres una cerveza en el bar de Sanborns? Yo invito.” Lo pensó bueno, es un libro de cuentos, de relatos, sobre… Cosas que me pasan unos segundos. “No, gracias.” Entonces sentí repulsión por su vida en la vida real, creo, y…” Y por dentro pensaba: Ay, olvida el libro, hípster y le dije: “Tú te lo pierdes.” Y me eché a correr a la otra acera. lo único que quiero es acostarme contigo, muñeca, aunque tenMe eché a correr por debajo de los techos, como rata mojada, has- ga que decirte que tus artículos son buenísimos y que me muero ta la entrada a Sears. por uno… “Bueno, mejor lo lees y me dices, ¿no?” Y ella: “Oh, ya lo En la mesa del bar del Sanborns sentí arrepentimiento. No leí, la verdad es que ya lo leí.” Joder, eso sí me asombró. “¿Y bien?” debí dejarla, me dije, sólo es una chica hípster asustada. Ade- Pregunté casi apenado. “Es bueno, pero muy vulgar.” Sentenció, así, más es muy bonita. sin lubricarme. “Oh, sí, sí”, dije, “eso me han dicho, eh…” “Pero voy a La busqué en el chat de Facebook de mi celular. Ahí estaba, ja. hacer el artículo”, interrumpió, “lo haré este fin de semana y lo enviaLe escribí: “Oye, ya, ven al bar de Sanborns. Hay caldo de camarón.” ré a Cultura Colectiva para que lo publiquen. ¿Okey?” Y yo dije “Okey.” Ordené dos cervezas Tecate. Bebí media cerveza y medio caldo de Sólo tomó dos cervezas. No quiso ni una más. Supongo que no camarón. Abrí el chat otra vez. No había contestado. Le puse: “Pro- deseaba emborracharse delante de mí. meto ya no molestarte con que me gustas y eso, sólo ven por amor a La acompañé a la salida. Ya no llovía. Pudo irse caminando al Dios porque afuera está lloviendo y te puedes enfermar.” No contestó. metro Insurgentes. ¡Ah, que la atropellen! Pensé, y pensé en el encabezado: Yo me fui a casa a echarme, a esperar a mi mujer y a masturbarme pensando en Claudia y en cómo sería hacer el amor hípster. CONDUCTOR BORRACHO DE METROBÚS ATROPELLA A JOVENCITA Y el artículo nunca llegó. SOBRIA HÍPSTER AL CRUZAR INSURGENTES. Y me bloqueó en Facebook. Me reí. Vi una sombra entrar al bar. Luego una silueta. Era ella. Eso fue mi relación hípster con la reportera hípster de CulVenía toda mojada. “Estás hecha una sopa hípster”, le dije cuando tura Colectiva.
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Jaime Martínez Aguilar | Cd. de México, México | f: Jaime Mtz Aguilar
10 La ranchería del Tomatal está ubicada a 25 kilómetros de la cabecera municipal de Santiago de Jiménez, Municipio de las Cumbres Durango. Para llegar a ella, hay que tomar un transporte colectivo hasta el cruce de la ciénaga, estando ahí, hay que caminar al pasito unos doscientos metros por la terracería para finalizar en una cuesta empinada, y bajar cien metros a trote apresurado. La ranchería amedrenta las pupilas por su peculiar forma al incrustarse en un hoyo. Esto hace que cualquier visitante sea detectado por el educado olfato de los perros flacos. Emiliano de 90 años creció en el criadero de pollos de su padre, el mismo que desairó su hijo Raúl, antes de migrar al otro lado hace veinte años. Eva, su esposa, murió después de dar a luz a su segundo hijo: Mérito. Raúl no lo pensó mucho antes de salir de la ranchería hacia el otro lado. A los 15 años de edad, siguió la única vía al progreso en el pueblo: el gabacho. Mérito al contrario, se quedó en la ranchería sólo con su padre desde los 10 años. A los quince años cumplidos Mérito fue reclutado a la empresa del narco por un vecino del municipio de Dolores. La única oportunidad para salir de la pobreza y la miseria que brindan los montes pelones del Tomatal. Antes de ser reclutado se le veía por el pueblo como los perros: envueltos de puro pellejo, desesperado y preocupado por llevarse algo a la boca. Todos los días se le veía merodeando en las pocas sombras que ofrecen las ramas secas del pueblo. Mérito viajaba todos los fines de semana a la cabecera Municipal Santiago de Jiménez para estarse un rato y recogerse en el centro de la plaza. Veía a las mujeres pasar, de lejos, jamás de cerca. Al exhalar el aroma que dejaban al pasar junto a él, se le olvidaba el olor que desprendían las gallinas al meterlas en agua hirviendo y su cara se reconfortaba en olvidar tantos años de oler ese balbuceo y respirarlo con el aliento.
Siguió la camioneta Lobo su marcha, Mérito vio de reojo el letrero que anunciaba el Tomatal. No le hizo caso y siguió de frente. Le sorprendió entrar en un tramo nuevo en autopista que conocía muy bien. Metió el freno y bajó al entrar el segmento nuevo. El paisaje árido le recordó su niñez, su infancia. El olor a tierra seca y orines hizo que su rostro firme cambiara a uno uniforme, y sin expresión. Al exhalar no sólo sacó varios recuerdos que se le alborotaron en el momento en que entró a los límites del pueblo, sino también la pobreza y la miseria con la que creció. Repuesto, abrió la cajuela. Sacó una pala. Se recargó en la parte trasera con una postura recia, épica. Miró a su alrededor. Recordó los días que caminó por ese monte, buscando una vida que vivir, un quehacer fuera del pueblo. Después de unos segundos de introspección, sacudió los recuerdos de su mente y de la cajuela sacó un bulto envuelto en bolsas negras. Cerró violentamente la cajuela y el eco logró perderse entre el aire caliente. Brilló en él la decisión ominosa de darle rapidez al asunto. Caminó cien metros hacia el entronque y se sumergió en él. Fue en la parte más honda en donde tiró el bulto. Pegó varias veces en la tierra antes de cavar. Acto seguido empezó. Cavó duro. Como muchas veces. En pocos minutos se encontró con una cantidad enorme de restos óseos. Abrió cancha para los nuevos. Rellenó el poco espacio de la fosa. La cerró con sumo cuidado y regresó a la carretera. Puso en marcha la camioneta y le dio un trago directo a la botella de whisky. De la radio salían las voces de dos mujeres que daban el horóscopo. Puso atención al suyo y apagó el aparato. Insertó su preferido. Subió el volumen hasta apagar el soplido del viento caliente y aceleró cantando.
EL TREN
Esther Eben-ezer Gil Hernández | f: Esther Gil Hernandez
11 Las entrañas del túnel se iluminan por las pequeñas lámparas fluorescentes que luchan contra la oscuridad, su brillo artificial domina la sala de espera, los pasamanos y las escaleras. Las voces se confunden con música, con ruido y con miles de golpes de zapatos en una Babel indescifrable. La gente se arremolina muy cerca de donde me encuentro y la luz vence a la oscuridad, aunque sea por un momento. De un salto entro al vagón y me acomodo donde siempre. Sube esa señora obesa que siempre va comiendo un exagerado helado con chispas de color verde y chocolate que escurre profusamente; es toda una atleta que surfea entre la ola de gentes. El siguiente turno es para el hombre que siempre lleva un libro en la bolsa trasera del pantalón y que nunca pasa del segundo capítulo pues se queda dormido cerca del último párrafo. Le sigue la chica que escribe notas de ánimo sobre hojas brillantes y que de forma aleatoria reparte entre los tripulantes. Luego vienen haciendo su desmadre el grupito de roqueros que se alborota cuando sube el loquito que carga con una bola de plastilina de colores revueltos y, en un índice, una tira de plástico roja que agita de manera desmesurada y que siempre va murmurando, mientras su cuerpo se mece de forma intempestiva. En pocos minutos nos mezclamos conocidos desconocidos en un orden rutinario. La puerta se cierra. La lucha entre la luz y la oscuridad se reanuda. El tren se mueve lento hasta tomar su ritmo acelerado. Estiro mis pies, mientras la mujer ataca al indefenso helado a lengüetazos. El libro de bolsillo se abraza con sus letras a la nariz y los ojos del hombre. Entramos al túnel más largo y sombrío y siento frío. Dentro de los desconocidos un hombre se mueve por el pasillo dejando collares con piedrecillas, que según él son talismanes. - Baratijas - pienso cuando miro con desdén aquel hombre,
el tren
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mientras la mujer del colosal helado le pregunta si de verdad sirven... - ¡Claro! las chispas de menta se convertirán en preciosas joyas.- Mascullo intentando disimular la risa irónica que me produce. Sólo por curiosidad saco la baratija de su burdo empaque y la levanto para ver en medio de la cristalina pieza. Los rayos de luz convergen en ella de una forma muy particular que parece hechizarme. - Rayos, ahora resulta que terminaré comprando chácharas, - me digo, y me río no sé si de mí, o de la plática que aquél sostiene con el hombre del libro, pues le pregunta que si aquello le ayudará a espantar el sueño… Veo hacia todos lados con mi juguetito nuevo, todo visto desde él es diferente: las formas se acortan o se alargan según la intensidad del color, cuando pasamos por los túneles parece que una luz se enciende. Me divierto al ver brillar las chispas del helado que, vistas desde aquí, parecen joyas… - Cortesía de la casa, para la incredulidad -, me dice el vendedor mientras se acerca a la puerta para descender en la próxima estación. Agradezco con desgano, mientras enfoco el dichoso talismán en una de las hojas en las que la chica aún no ha escrito. El hombre del libro sigue leyendo y la mujer le desprende aquellas chispitas brillantes al helado… - ¡Pero qué! - Me quedo con las palabras en los labios cuando observo al vendedor a través del talismán: es como si pudiera verlo años atrás, su piel morena, joven y brillante, jugando con los reflejos del cristal, mientras en la hoja puedo leer: “desafía tu destino”. El viejo sale de un brinco del vagón, mientras su pelo revolotea con el viento provocado por la velocidad de los trenes; el morral que le atraviesa el pecho se mueve y el viejo coloca su mano para evitar que algo salga de él, provocándome una curiosidad tremenda. Por un segundo lo pienso, pero qué más da; a mí siempre me ha gustado la aventura. El viejo (el joven) se mueve con agilidad entre los centenares de personas que se desplazan por la estación, lo persigo hasta salir a las calles y me encuentro con que todos los comercios están inundados mientras los empleados se ocupan desesperados por sacar las aguas, cosa que nunca se ve por aquí. Conforme el viejo se aleja de la multitud su paso se torna acompasado y lento, situación que aprovecho para acercarme más. Las calles brillan por su ausencia de gentes y de ruidos, sobre el filo de la banqueta se refleja la tarde fresca. Llegamos a una
pequeña puerta que parece estar comprimida por las paredes de los demás locales atestados de mercancías y anuncios chillantes. - Valiente travesía, para una insignificante chuchería. - Me dice el viejo al tiempo que me da el pase por aquel angosto pasillo que huele a húmedo y a papel añejo. Hasta aquí no hay novedad, pero las cosas se ponen interesantes cuando llegamos al primer cuartito que aloja un buen número de frascos que contienen algo así como un humo que ante cualquier contacto se convierte en líquido. - ¡Buen truco! - Le digo mientras lanzo un par de aplausos en seco. Tras la cortinilla que divide la parte trasera del cuarto está una niña, ni muy grande ni muy chica, que le avisa que hay alguien esperando. Yo quiero ver, pero no me dejan, aguardo tras la cortina, sólo escucho un ruido de hojas secas y a través de mi talismán la pared se torna selva, algunos humos escapan para danzar con el viejo, todo se une: viejo con humo. Dicen que la víctima sufre una extraña enfermedad de la que nadie ha encontrado cura, ni médicos ni brujos. En este momento desearía reír, pero mi incredulidad está a punto de morir. La víctima lucha entre ser o dejar de ser; pero la niña la toma de la mano. Puedo verlas por la piedra de mi talismán, como un par de pájaros revoloteando. Pasa un buen rato hasta que el ruido de la selva calla, se levanta la víctima saliendo satisfecha. El viejo parece estar cansado, en tanto que la niña ilumina el lugar. Yo quiero preguntar, yo quiero saber, pero el viejo no tiene ganas de charlar. Fuma de su enorme pipa, ofreciéndome de vez en vez un poco. Inhalamos, exhalamos. La nube es un arcoíris tenue, que incita a mezclarnos, nos hacemos humo para luego desaparecer. Habría anhelado detener el tiempo, pero nunca es posible. El viejo se planta en la puerta diciendo que alguien tiene que trabajar y pues la niña que no era ni muy grande ni muy chica ahora está muy acabada. Es el típico día soleado, con sus manchones de nubes que amenazan con convertirse en tormenta. Me pierdo en el subterráneo, hasta que los pasajeros toman su lugar en el tren, por primera vez en mucho tiempo los roqueros toman a alguien en serio, y el loquito parece cuerdo. Se reparten las piedrecillas de cristal, pero desde mi talismán otras cosas se pueden ver y alguno que otro puede creer. Pongo mi mano sobre el morral para que el viejo que en ratos es humo no se me vaya a perder.
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borges -y yoPaulina del Castillo | Puebla, Pue.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Mientras (y como siempre) yo soy la que escucho, la aprendiz inmóvil. Nuestra relación es indescifrable, cambiante. Funcionamos como una especie de refugio: teniéndolo nunca estoy aburrida, teniéndome jamás será olvidado. Ese egocentrismo suyo que me hace dudar muchas veces, esa modestia con la que se jura el rey, pero la que tampoco me molesta. No me cansan sus múltiples juegos e invenciones, sus viajes temporales y su inevitable protagonismo, nada de lo que le ocurre me fastidia del todo. Nuestra amistad consiste en algo muy simple: él y yo, sin la intervención de nadie más. Es una amistad dual y libre de juicios externos, los cuales nunca sabré (ni quiero saber) si eran ciertos o no. Somos amigos desde el ¿quién eres tú escritor, quien soy yo, lector?
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Garantizada metodología
para acabar con las tradiciones Todo marchaba perfectamente y nunca hubo dificultades con los reglamentos. –Julio Cortázar
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Quincuagésima edición de Le Tour de France, George C. Hempstock llega a la línea de salida en patín sobre ruedas, literalmente en línea (mal equilibrio nunca ha tenido). Se le pide retirarse bajo cargos de desacatar los sagrados estatutos del irrevocable reglamento de la honorable competencia y con la finalidad de que no obstaculice a los demás, s’il vous plaît. El inglés argumenta un severo caso de hemorroides que le imposibilitan, mediante agudo dolor en sacrosanta parte, asumir posición necesaria. “En primera, no era necesario contar los pormenores y, en segunda, mejor diríjase a una competencia de patinaje (escuchamos que hay una en Denver la siguiente semana)”, oficialmente contestan los organizadores. “¡Discriminación, discriminación!” Grita la comitiva inglesa. “Pues háganle como quieran”, se escucha en acento galo. “Ring”, “ring”, “ring”, “ring”, “ring”, suena el teléfono del embajador británico; teme posible altercado internacional, “y para qué lo queremos, nos quedaríamos sin buen vino; ni me mencionen al italiano”. Director del Comité Paralímpico Internacional devuelve la llamada recién sale del toilette; simpatiza con la situación del británico. Prensa amarillista se lame los bigotes ante inminente primera plana. Parisinos temen manifestaciones en calles y plazas públicas. Se autoriza la participación del patinador en la carrera. Ciclistas lo miran con desconfianza, no dicen nada bajo temor de verse “antideportivos”; pero en voz baja y en las regaderas cotillean sobre él. Jueces no saben cómo calificar su desempeño: uno le da alto puntaje por puritita lástima, otro por la novedad, y el último porque le gustaron sus patines (¿Que dónde los compraste, chaval?). Termina en quinceavo dentro de la tabla general. Al año siguiente repite la faena (y ni quien lo pare). Se une a su causa un holandés, Frederic Von Front, éste en monociclo. Argumenta “duoquaemonfobia” (miedo a montar cosas que tengan dos de algo). Asociación Internacional de Psicología respalda su diagnóstico. Comité Paralímpico Internacional se para el cuello y argumenta que apoyan a cualquier tipo de discapacitado. Británico queda en décima posición, holandés en penúltima global. “La intención es lo que cuenta”, “todos somos ganadores”, “fue un honor el tan sólo competir” y demás pavadas de perdedor son proclamadas. Tercer año consecutivo del inglés, al holandés se le suman sus compañeros del grupo de apoyo; pero ahora llega un californiano en monopatín. Apela al lado sentimental: “mi sueño siempre ha sido competir en “la Tour”, pero el equilibrio nunca ha sido mi fuerte”. Relata espantoso accidente infantil que lo dejó huérfano y desorejado. Amas de casa parisinas se suenan la nariz y, en sollozos, le dicen que “el artículo está erróneo, querido” y salen a exigir su
Ricardo Sandoval Zitácuaro, Michoacán t: @S_Tello
pronta inclusión dentro de la competencia. Para infortunio de los organizadores, entre el lacrimoso grupo se encuentran sus madres, esposas e hijas (y una que otra amante). Patinador, quinto (el siguiente es el bueno); fóbicos, último, penúltimo, antepenúltimo y ante antepenúltimo (las mismas palabras de consuelo son referidas, ahora por cuadriplicado); americano orilla a los jueces a instaurar una nueva categoría, “Mejores Piruetas”, obteniendo primer y tercer lugar (ciclista belga que se estrelló contra un árbol es condecorado segundo). Al cuarto año se les suma a los anárquicos veteranos una niña alemana, Mathilde Tejo, en triciclo. Ni pretextos pone. Organizadores temen reprimendas por parte de la unicef, televidentes franceses (apareció en el show de Gerard Dupont haciendo toda clase de linduras) y aficionados del vehículo cansados de ser denigrados; la dejan participar sin más ni más. También concuerdan con que es una monada. Alentados por el triunfo del año anterior de su compañero de penas, un gran número de personas con capacidades diferentes para sentarse se le suman. Bajo objeciones del Comité Paralímpico, los organizadores únicamente piden carta firmada por algún proctólogo que respalde la dolencia. Para el quinto aniversario del inicio de las excepciones un ranchero mexicano pide poder competir a caballo: los organizadores (que para estos momentos han quedado calvos) sólo atinan a santiguarse ante el inminente apocalipsis y no hacen más que pedir los datos tanto del hombre como de su corcel (Evaristo Archundia y Pasto Verde. “Muchas gracias, pase a recoger su camiseta al módulo de enfrente; buena suerte”). La única controversia se origina al momento de las premiaciones: ¿Se le galardona al jinete o al caballo? Se resuelve en entregar doble medalla, para beneplácito, por igual, de humanistas y equinistas. El cartel de la Quincuagésima Séptima dice “para ciclistas y algunas excepciones”. Proporción alcanza un balanceado 50/50. Vaya usted a saber dónde quedó el “algunas”. A la siguiente edición se le indica al diseñador encargado que ya no señale siquiera medios de transporte oficiales: “Con el puro 58 Tour de France en letras grandes va a quedar chulo. Y te pago la siguiente semana, te juro que del viernes no pasa.” En el próximo año ya lo raro es ver a un ciclista. Algunos se han jubilado prematuramente, otros prefieren competencias foráneas y los más vanguardistas han adoptado otros medios. Jueces terminan por valorar vistosidad y carisma en pos de una competencia justa y homogénea.
Al cumplir su sexta década ya nadie menciona al noble vehículo que alguna vez fue el estándar de la competencia. Incluso se ridiculiza a los ciclistas por retrógradas y presuntuosos. La onu alaba a la carrera y la compara con el gran crisol de razas que es la humanidad: nombrándola patrimonio cultural y acusando a la versión anterior de impulsar la discriminación y segregación de los hombres (si tal fue voluntaria o involuntariamente ya quedará a conciencia de los fundadores). El descontento fluye por las venas de los parisinos al ver desfilar, cada año, por sus calles a una caótica e incongruente mezcla de hombres y vehículos. Sólo falta que alguien diga “déjalos comer pastel”, “y tomaremos la Bastille, ma reine”. Primer Ministro dice “déjalos comer chocolate”. Assez Proche. Primer Ministro rectifica y aclara que las palabras estaban dirigidas a su esposa y se referían a la costumbre que tienen sus hijos por comer el postre antes de la cena. Demasiado tarde. Primero cayó la monarquía, ahora será la democracia. “Nos gustaría probar con la dictadura pero por ahora estamos contentos con la anarquía, gracias”, dicen los franceses. “La historia no se repite, pero a veces rima”, o algo parecido, dijo Twain. Sentimiento revolucionario se contagia a través del globo. Las Américas ya no tienen de quién independizarse: se independizan de sí mismas. Every man for himself sustituye al In God we trust en los billetes de a dólar. Líderes sudamericanos temen surgimiento de un nuevo Bolívar y mandan a matar a todo niño menor de dos años. Dictaduras surgen un martes para ser demolidas por revoluciones un miércoles. El estornudo de un contador en Beijín provoca una devaluación de la libra. La reina tiene que vender las joyas de la corona para alimentar a su pueblo. Joaquín Díaz, tercer emperador de México, las adquiere a precios irrisorios (“era una verdadera ganga, mi amor. No te pongas así”). Pero poco le dura el gusto y al día siguiente es derrocado mientras merendaba un tamal canario con champurrado. Los caudillos, tras acaloradas discusiones y reducir su número a un tercio del original, concluyen que los métodos griegos no funcionan más e instauran una nueva forma de gobierno: la “nimbuformacracia”. La cual coloca a las formas de las nubes como sumas dirigentes de las decisiones nacionales. Ya sea por novedad o escasez de alternativas, el sistema se expande a las demás naciones. Tras un verano particularmente despejado el pueblo comienza a extrañar la época en la que los regímenes tenían palabra de honor, las leyes no eran anunciadas por meteorólogos y los ciclistas competían en Le Tour de France.
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Francisco Morales | Puebla, Pue. | t: @infamemorales
YO SOY EL FASTIDIOSO, el viudo, el desdichado. Un esteta con verga de caballo. El Mario Balotelli del budismo pop. Zapatista de GoPro. El perro semántico, el fértil. El espíritu de la hermandad en la segunda revolución del diseño gráfico. ¿Soy Amor o Febo? Soy el que mató a su padre con una espada japonesa porque no pudo ir a Berlín. Soy el que recién instalado en Berlín pensó en regresarse — es cierto, esta canción fue concebida como instalación coreográfica: depende del montaje, del establishment gubernamental y sus estrategias de distribución. Pero presiona
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y dobla en la sintaxis como una anécdota íntima sobre la presunta genialidad de Kanye. En palabras de Vice: soy el que puso de moda el BDSM en México — el príncipe de Aquitania, el santo niño de las quemaduras. El prosista — tienes razón, siempre me ha costado tomar decisiones. Es increíble pero no se me da. Soy un Clásico. Lena Dunham con pasamontañas. El milagro de la virginidad masculina narrada en cinco tangos. Naturalmente, soy el hombre de antifaz, el movimiento desde adentro del deseo y el movimiento desde afuera de la palabra. Soy prácticamente todas las películas ambientadas en la época disco. Soy como las torres de luz , esqueletos de luz sin luz. Soy el que nunca ha perdido una migraña.
¿HAS ESTADO en Perú? ¿Has estado en Perú preguntándote si volverás a Perú? ¿Si saldrás de Perú? ¿Si Perú bajaría por nosotros?
ESA MAÑANA — desde un punto de vista compositivo
¿Lo haría?
había algo que termina a destiempo
¿Te has dejado arrastrar por Perú
y funciona.
después de un agasajo químico?
No exactamente un ensayo fotográfico
¿Te parece un buen nombre?
sobre edificaciones abandonadas
¿Dirías que Perú es una abstracción polisémica
en la playa de Ciudad Madero.
sujeta a una corriente estilística
Y no , no estoy hablando de una simetría natural
con ganas de chingar?
entre la retórica de los artificios obligatorios
¿Firmarías algo así?
y la razón.
¿Levantarías la mesa entre aspavientos?
No sé que quieres que te diga — últimamente la razón me la pone
¿Dispondrías del elemento histórico
como casi todo lo que suda o cuesta o se suspende
para arrasar el Perú?
en una corriente de aire.
¿Se dice Perú o el Perú o el artículo es una fórmula
No , no es eso.
basada en hechos reales?
No se trata de agitar a la bestia mediante la repetición
¿Era Perú un pájaro?
de estructuras sintácticas
¿Era Perú un gran pájaro en aras de la prosa?
con tal de descifrar lo que quiero decir.
¿Un péndulo?
Tampoco me refiero a poder recordar otra época
¿Y si Perú fuera una mujer?
en la que despertábamos
¿Y si Perú fuera un exceso bíblico
con la sensación de haber conceptualizado el dolor como un contacto.
en una zona con poca actividad dramática?
No , no mames.
¿Es eso?
No sé por qué dije eso pero apúntalo en mis grandes hits.
¿El temblor de una crítica?
Que son tres.
¿Una cruzada contra la experiencia?
Que son como las notas al margen de Lucía
¿Un Avemaría con 15 segundos
en un libro de Sor Juana.
en el reloj?
No, qué te digo. Si insisto en una voz fechada, en tensión — pero en un formato kitsch y tropical es porque sigo sin escucharme.
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La memoria de Tláloc: LA LLUVIA, EL TIANGUIS Y LOS CAMINOS IMPOSIBLES
Me ahogaré en Viaducto Tlalpan con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo. –César Vallejo
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I. Destino Miguel Hidalgo creía en los augurios. Por eso él planeaba dar el grito de Dolores una vez que pasara septiembre y su temporada de lluvias. Los textos de historia dicen que la conspiración fue descubierta antes de tiempo y eso obligó al cura a adelantar su plan. Sin embargo, no mencionan que esto lo hizo a pesar de sus intuiciones esotéricas. Es cierto que no sabía si ganaría la guerra a la que convocaba, pero probablemente sí sospechaba que, de lograrlo, el carácter del pueblo quedaría condenado a nacer bajo los astros de septiembre: ¡Vale Virgo!, pensó. ¿Cuántas veces la lluvia no ha querido sabotear el grito del dieciséis? Y sin embargo, los fuegos pirotécnicos se dan el lujo de ignorar las leyes de la física para reventar y brillar entre nubes torrenciales. ¿Cuántas veces los gritos de ¡Viva México! han ahogado el estruendo de los relámpagos o el de las gruesas gotas de lluvia que golpean violentamente contra las tejas de los quioscos? Frente a la catastrófica realidad, el mexicano sabe que nunca son excesivas las manifestaciones de bienestar. Las inagotables fiestas populares nos enseñan que aun si no tienes un quinto es menester matar al último borrego. Dejar una botella de alcohol a la mitad o irse antes de que suenen las dolorosas canciones de Juan Gabriel y El príncipe resulta inadmisible en un reventón mexicano. Por lo mismo, en México es tradición que un buen cumpleaños vaya acompañado de un vasto banquete con pozole, quesadillas, sopes, tamales, dulces de leche y demás antojitos. Cumplir años implica para los mexicanos vaciar la despensa: echar la casa por la venta. Un buen festejo –queremos creer– augura un buen año. Por eso las fiestas del mexicano son tan intensas y ruidosas. Pero con tantas cocinas mexicanas atiborradas, las tiendas y los supermercados no dan abasto. De ahí que durante septiembre —y las fiestas decembrinas— una de nuestras más antiguas tradiciones se vuelva más próspera que en otras épocas del año: parece que con las lluvias en cada esquina florecen los tianguis y los mercaditos. Sin embargo, ir de compras durante septiembre resulta aun así toda una proeza que muchas veces puede desembocar en un total desastre. De nuevo basta echarle un ojo a los textos de historia para ver el caos que ocasionó el ejército de Hidalgo y Allende en la Alhóndiga de Granaditas cuando, al no encontrar todo lo que necesitaban para la insurgencia, decidieron pasar a Guanajuato a hacer el mandado. Y aunque la historia oficial tampoco lo mencione, creo que mucho tuvieron que ver las lluvias. No los culpo: yo también me pongo de mal humor cuando voy de compras al tianguis y termino empapado. II. Hay que afrontar la realidad En esta ciudad a los camiones y a los taxis tampoco les gusta mojarse. Y es que cuando llueve, las coladeras de Pandora siempre amenazan con abrirse. Por eso, ellos, como cualquiera, prefieren
Joaquín De La Torre Cd. de México, México t: @QuimDeLaTorre
quedarse calientitos en su taller con una buena taza de anticongelante. Y si no es cierto, aquel que esté libre de pecado, que tire el primer paraguas. No hay tempestad citadina que se soporte fuera del hogar: en tierra de Tláloc los versos de Neruda no fueron gran novedad dado que todos sabemos desde tiempos prehispánicos que aquí “llueve, como llueve Dios”.
letos rumbo a Casablanca sería Metro Observatorio. Tampoco es casualidad que al lado esté la central camionera ya que si en el tianguis no tienen lo que necesitas para afrontar tu catástrofe, siempre te queda una última opción —y quizá la más efectiva—: tomar un camión y dejarlo todo atrás. ¡Vaya!, hasta nuevos comienzos ofrece el vasto comercio del tianguis en Metro Observatorio.
III. La Tercera Guerra Mundial Si se anunciara una tercera Guerra Mundial, al primer lugar que acudiría sería, sin duda, a Metro Observatorio. No hay lugar que esté mejor preparado para cualquier tipo de catástrofe que su tianguis. Incluso entre los meteorólogos, astrólogos y adivinos que en algún momento pasaron por ahí, se ha despertado la más profunda admiración y las peores envidias: justo antes de que la primera gota de lluvia caiga, ya se escuchan los gritos anunciando paraguas chinos a 10 pesos y se asoman las primeras cartulinas fluorescentes con la promoción paraguas 2x1, sólo hoy. Sin embargo, constantemente he comprobado que no son ningunos novatos y que su éxito nada tiene que ver con golpes de suerte pues, en su gran variedad de productos, hay tanto para la damita, caballero; para el niño y para la niña así como para los espíritus sobrios y recatados que prefieren el negro o para el extrovertido que combina el color con sus distintos estados de ánimo. Es más, hasta un despistado escocés podría combinar el paraguas con su falda. Aclaremos que como buenos profesionales, su talento no se limita a ofrecer paraguas chinos durante las lluvias septembrinas: aquella preparación nada le envidia a los cuerpos de rescate de la onu. Días antes de que salga un éxito en la radio, el vendedor del tianguis tiene ya lista la discografía completa del cantautor y ellos reciben los estrenos de la cartelera al mismo tiempo que el director de la película en turno. Pero esto no se reduce a trivialidades, son varias vidas las que han salvado, en especial las de aquellos pasajeros que están por sumergirse en las infernales entrañas del Metro con sus pródigas aguas al 2x1 o los milagrosos miniventiladores que utilizan sólo una pila aa. Y claro, qué sería de los madrugadores sin las plumas y folders que venden cuando se hace algún trámite burocrático en las oficinas gubernamentales que están cerca de ahí. Todos sabemos que ninguna papelería abre a esas horas. Más aún para quienes dormir es un bien preciado y no logramos madrugar para preparar el desayuno: el paquete de sándwich y jugo a diez pesos es más útil que cualquier kit de primeros auxilios. No es exageración si decimos que hasta un espía soviético que huye para salvar su vida podría comprar una maleta, un nuevo conjunto de ropa e incluso —falta comprobarlo— las herramientas que 007 utilizó en Spectre. No es ninguna imitación, va probado, va calado, va garantizado; si no le sirve puede venir y aquí mismo se lo cambio son frases que convencerían hasta al agente más experimentado. Incluso posiblemente el único lugar para conseguir pasaporte y bo-
IV. Cuidado con lo que deseas No cabe duda de que la lluvia revive viejos y necios amores. Por ejemplo, los conductores y sus cláxones en un tráfico en el que ni Moisés podría abrirse paso. A estas alturas, la chusma enardecida de la Alhóndiga no debería sorprendernos. Bien dicen que hay cosas que nunca cambian. V. Nuevas tecnologías Creo que hablo por todos cuando digo que odio mojarme, odio tener que ir esquivando charcos y techos que insisten en empaparme a mi paso por la ciudad —tampoco Gene Kelly disfrutó su escena en Singin' in the rain—. Todo esto se vuelve peor a la hora de la salida en las oficinas. El ciudadano común debe enfrentarse a la lluvia como si la afrenta con incontables oficios no hubiera sido calvario suficiente. A esto se le suma el frío, el cansancio y unos cuantos pesos en la bolsa que no alcanzan para un taxi. Para ese terrible momento de la jornada, muchos locales ya han cerrado y nadie quiere pasar un segundo más fuera de su hogar. El encuentro con los medios de transporte atiborrados resulta inminente. Sardina eres y en lata de sardina te convertirás, piensa el convaleciente en sus últimos instantes por la calle. Afortunadamente, el mexicano ha ideado una variante del tianguis que por su naturaleza sólo es posible encontrar en momentos específicos del día. Y aunque resulta más compacto, portátil y fácil de montar, por lo mismo, está menos abastecido. Sin embargo, esto no es impedimento para socorrer al godín, pues ya hay a la fecha uno en cada esquina. No hay mayor oasis para refugiarse de la lluvia nocturna que un puesto de tamales calientitos que con el vapor de sus ollas le regresa el calor al maltratado peregrino. Al mismo tiempo, lo provee de una guajolota y un champurrado bien caliente para seguir el duro trayecto hasta casa sin la penuria del hambre. En tiempos de Noé, era difícil adivinar a qué hora se cenaría y desde entonces el godín promedio vive bajo la misma incógnita. Poca importancia se le da al puesto de tamales, pero sin estos manglares de la ciudad, muchos hubiéramos perdido la dentadura con el castañeo de dientes que tiende a prolongarse indefinidamente junto con el tráfico en días de lluvia. VI. El último idilio En una ciudad tan urbanizada como la Ciudad de México, la idea bucólica de que no hay nada como el olor a tierra mojada cuando
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l a memoria de tl áloc
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llueve, resulta irritante. Sólo los que promueven la inteligencia para turistas siguen alardeando con tal ridiculez. Digo esto porque, con el paso de los años, el concreto de las calles, de los innumerables edificios y de los crecientes centros comerciales le arrebató el espacio a las plantas: la lluvia se ha convertido en un trámite de limpieza frente a las constantes contingencias ambientales. Aquellas postales que nos venden las librerías, las compañías de café y las películas hollywoodenses pertenecen sólo al reino platónico de Instagram. Por eso la idea de tomar café mientras la lluvia da rienda suelta a los aromas del jardín parece hoy día un despilfarro ya que la mayor parte de la clase media vive en medio de un montón de viaductos y edificios encimados. Los pequeños espacios que sobran en la planeación de un condominio se reservan para cajones de estacionamiento. Dar alojo a las plantas es algo que sólo se podía pensar el siglo pasado. En pleno siglo XXI, tener dos coches es sinónimo de una vida apenas decente, mientras que un jardín en la Ciudad de México se ha vuelto un lujo que sólo María Antonieta de Austria se daría. Sin embargo, en este escenario digno de una novela de Michael Ende, gracias a la paciencia que otorga la rutina del pobretón —que a falta de ama de llaves debe hacer su propio mandado—, me he percatado de que cuando llueve se revela el último idilio que resguarda la ciudad. Mientras los románticos se regocijan con el divino olor a tierra mojada, yo me quedo con el mundano aroma a tianguis bajo la lluvia. Bien podría citar a Baudelaire para justificar aristocracia en mis viajes al tianguis diciendo que “no le es dado a todos tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte”. Pero siendo honestos, soy de humilde ascendencia y nunca sabré lo que es tener sirvientes. Como ya mencioné, si yo no hago el mandado en fin de semana, tengo que someterme a una rigurosa dieta de sopa instantánea y hot-dogs del Oxxo el resto de la semana. Cuando se acerca las temporadas de lluvias, empiezo a comprar el periódico del domingo y el mandado en el tianguis que se pone en la esquina de mi casa para que el trayecto sea más breve y la lluvia no me pesque cargando bolsas. A pesar de esto, más de una vez los chubascos me han sorprendido escogiendo tomates y contra los charcos de la ciudad nada pueden los paraguas ni cualquier otro invento humano. Hay que señalar que las diferencias entre un mercado y un tianguis, sobre todo bajo la lluvia, son abismales y en ello se resguarda el encanto. Si empezamos por los aromas, se diría que el lector bucólico sabe con la primera gota de lluvia que es hora de poner la cafetera y abrir un libro, pues la tierra está por despertar. Por otro lado, el comprador común y corriente sabe que con la lluvia las frutas y las verduras recuerdan los huertos de donde provienen y expanden sus aromas imponiéndose a los curtidos olores de las carnitas, de los menudos y de las fritangas. Sin embargo, al no tener paredes, el aroma del tianguis no resulta sofocante —como los gases délficos en el metro, el pesero o el mercado— pues las ligeras ventiscas le brindan un movimiento al mar de aromas que atraviesa el lugar. En esas circunstancias, uno termina guiándose muchas veces más por la nariz: ¡Mira, allá están las alcachofas!. La lluvia también revela la vasta fauna del tianguis. Por ejemplo, no falta la ama de casa que, al percatarse de la amenaza torrencial, toma cualquier bolsa o periódico para cubrirse la cabeza y se echa a correr por la calle —sobre todo las señoras que vienen del gimnasio—, como si viviéramos aún bajo las imperantes reglas de moda de Luis xiv. Es decir, como si la única preocupación fuera salvaguardar nuestros elaborados peinados dominicales y de no
hacerlo seremos acreedores a la pena máxima. Si no, ¿por qué otro motivo nos cubrimos la cabeza cuando llueve? Habrá quienes lo hagan porque piensan que el órgano vital es el cabello así que procuran no mojarlo bajo ninguna circunstancia. Otros de pensamiento más logocentrista olvidan las clases de biología que tomaron en la primaria porque —como dice Villoro— la lluvia vuelve olvidadiza a la gente e ignorarán que en el tórax hay otras órganos que también valdría la pena procurar; sobre todo, porque el cerebro poco tiene que ver con las enfermedades respiratorias. Incluso los pesimistas, quienes saben que el tiempo siempre puede empeorar, me resultan ingenuos con sus paraguas en la bolsa del mandado, pues en una ciudad como ésta, en donde aún la lluvia es caprichosa, uno termina inevitablemente empapado de los pies hasta la barbilla. Por último estamos —no por ello más astutos— los que decidimos quedarnos, más o menos resguardados bajo una carpa, y somos testigos de las maravillas del tianguis que sólo el mal tiempo revela. La lluvia transforma en el tianguis la noción de propiedad privada para rescatar, no sólo entre los agremiados, sino también entre los marchantes, la mayor cantidad de lugares secos posibles para que el comercio se siga desarrollando con naturalidad. Nada refleja mejor lo devastador que puede resultar la lluvia que un vendedor consultando su reloj cuando cae la primera gota. Sabe que aquello puede arruinar, no sólo el resto de la tarde, sino el día más importante de su semana y de su cartera. Mientras en la Bolsa de Valores se intenta que el peso no retroceda, en la calle se impide que la lluvia no termine con las lechugas ni las coles. Bajo la tiránica y berrinchuda lluvia, las divisiones de suelo se borran y todos pueden hacerse de un trozo de piso seco. Si a alguien se le inunda gran parte de su puesto, nadie se quejará porque se arrejunte un poco al vecino, aunque esos centímetros, en otra circunstancia, serían innegociables. Al mismo tiempo, los vendedores empiezan a expandir sus carpas encimándolas entre ellas, entrelazando sus extremos y empujado el agua que se acumula, tratando de no empapar el puesto del vecino. Hay quien incluso ofrece sus cubetas para no empapar más el suelo por donde pasan los pocos compradores que han quedado atrapados o que han decidido, como los músicos del Titanic, continuar con su lista del mandado como si nada, hasta el final. Es difícil creer que las reglas del comercio neoliberal operen bajo la lluvia capaz de arruinar su día cuando uno ve cómo los vendedores se organizan, cómo en medio de gritos tratan de coordinar una efectiva defensa que envidiaría Numancia. Es cierto que nadie preferiría estar bajo la lluvia, que todos optaríamos por quedarnos en casa tomando una café y leyendo, pero hay veces que uno debe empaparse los zapatos para darse cuenta de cómo la lluvia levanta más que un simple aroma a tierra mojada. Es ser testigo de otro mundo que despierta y empieza a recordar aquellos alños cuando todo en la tierra era agua, cuando era imposible dibujar una línea divisoria en el suelo aunque en aquel entonces tampoco hubiese jardines. No cabe duda de que una de las memorias más persistentes es la de la Ciudad de México que constantemente nos recuerda que vivimos sobre un lago. VII. En el fin del mundo Hoy se soltó el aguacero —ahora sí— del siglo y el mundo está a una gota de tronar. Con estas lluvias citadinas, yo sólo espero que cuando Dios decida resetear el mundo, me agarre —como hoy— en mi casa y con la despensa llena. No hay nada peor que tratar de seguir con la vida ordinaria y sus pendientes en medio de una ciudad que colapsa por culpa de la lluvia: ir al trabajo, hacer el mandado o iniciar una revolución puede resultar catastrófico. Miguel Hidalgo lo sabía.
Ó x i d o v i ta l Luciano Mora | Santiago de Chile, Chile
Los caminos plantados en el cemento Las líneas blancas que dibujan la vida Son viento de tempestad cuando el tiempo cuelga En las últimas horas del día Te quedaste babeando, Aislado entre titanes de piedra y vidrio Dejando las historias revolcarse Por los límites que antes fueron excedidos Ahora debes levantar la mirada para chocar con ataúdes motorizados Cuerpos que se elevan al ciber mundo Conociendo ojos que palpitan al encontrarse sumergidos en vitrinas cavernosas Las piedras estelares repartidas en añicos por las selvas de tinta negra Nadando en círculos, tragando las larvas que recorren tus manos Tropiezos repetitivos que construirán El sepulcro humano donde las letras serán infinitas en el andar de las guerras suicidas Volverán a sentenciar los estallidos finales de la existencia
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invierno jurásico Felipe Gaytán | f: Felipe Gaytán Gaytán
En esta ocasión, por mi trabajo estoy muy lejos de Jaqueline Mariana, ella en Xochimilco y yo nadando a diez metros bajo el fondo del mar. En estos momentos debería estar a mi lado con sus mejores palabras amorosas, colocándome el traje de buzo, el cinturón de plomo, el tanque y las aletas. Pero no fue posible, se quedó allá, arreglando un negocio de flores y distribuyéndolas por los cinco principales mercados de la ciudad. Una de sus hermanas prometió acompañarla en una trajinera para visitar varios huertos.
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Antes de salir rumbo a Quintana Roo le pedí: no salgas a la calle con el vestido arriba de la rodilla, que tus hermanas no te dejen sola y que tu madre esté contigo en todas partes. ¡Por Dios! Si supiera que me mato trabajando, que estoy estresada buscando ideas y clientes para que los ramos de flores se vendan rápido, que casi no duermo debido al compromiso adquirido de llegar a los principales expendios de flores de la ciudad de México. Sobre todo es difícil vender los abedules, los naranjos y los limoneros. ¡Todo tiene su temporada! A las cinco de la tarde los dos, con un sol a todo su esplendor, en Isla Mujeres disfrutando la playa y un pescado a las brasas. El día de ayer nos sorprendió un pequeño chubasco y los cuatro buzos nos convertimos en títeres de la naturaleza. De pronto nos atraparon varias corrientes y los cuerpos de los peces parecían ondulantes. Cuando llegó la calma chicha, el coordinador nos dio la señal de ascender. Los cuatro salimos lentamente. Uno de nosotros infló el chaleco para no patalear y reposar en la superficie, luego pasó como veinte minutos para que la balsa nos localizara y nos recogiera uno por uno. - En este invierno abundan las lluvias, pero el clima es agradable. Pocas veces hace frío y rara vez el mar se ha embravecido con grandes olas. - Esos días no hay actividades, descansamos totalmente. La balsa está hecha de veinte troncos gruesos y diez vigas atravesadas, con una cabina totalmente calafateada. Para su fabricación buscaron una madera más ligera que el corcho. Tiene una vela, un timón y varias palas grandes para remar. Por si esto fuera poco, también cuenta con una fuerte ancla que ayuda a la estabilidad de la plataforma, la cual fue tapizada con varias tarimas antiderrapantes fijadas con tornillos en sus extremos. Es nuestro centro
de estudios, todas las tardes nos reunimos para hacer nuestra bitácora con apuntes y dibujos sobre el arrecife coralino. Poco después, el capitán nos lleva de regreso a nuestro hospedaje. Hace un mes que estoy casada con Orlando y llevamos cuatro días separados. Ya lo empiezo a extrañar, tengo miedo de que ande solo, allá en Isla Mujeres hay señoras muy bellas y estoy segura que pueden ser muy resbalosas con él; a pesar de que está feo puede engañarme con otra. - ¡Me marcho madre! Voy a realizar un largo trayecto hasta Cancún, por el camino voy a visitar a mi tío Fernando y a mis dos primas Luz y Mireya, en su totalidad tengo diez días para localizarlo, no quiero perderlo. - De la mesa agarró raíces y semillas para sembrar flores y las envolvió en una tela. - Si triunfo, voy a poner negocios de flores en distintos lugares. Falta poco para volverla a ver, para tenerla a mi lado, para acariciar su cuerpo. Con este pensamiento estuve tranquilo toda la mañana, nadando en el fondo, a diez metros, deslizándome entre las rocas, viendo las algas, las mantarrayas y las tortugas. Con una pequeña red traté de atrapar un pez metamorfosis, coleccioné un poco de algas y pedazos de cerámica. Mi entusiasmo por ver de nuevo a Jaqueline Mariana era tan grande que no me di cuenta cuando fui golpeado en la cabeza, la espalda y las rodillas por algo que paso a una velocidad asombrosa sin siquiera tocarme. Caí bruscamente en el arrecife coralino y perdí la conciencia durante veinte segundos. Cuando desperté vi a lo lejos un animal enorme con el cuello muy largo, con un cuerpo ancho, escuché sus gemidos, quise bucear hacia la playa, pero ese tipo de reptiles buscan desovar en la arena y a su paso yo sería presa fácil de sus mandíbulas. Una hora después les reproché a los arponeros. - ¿Dónde andaban? corrí un peligro inmenso. - Estuvimos cerca de Rodolfo, inspeccionando de manera superficial unas grutas. Rápido nadé hacia la balsa, quise llegar de manera veloz, cuando estuve cerca de la orilla volteé y a través del visor supe que era un banco de peces con varias focas extraviadas que en su conjunto recreaban la imagen de un plesiosaurio. Esa tarde descansé tranquilo, tres horas después llegó Jaqueline Mariana directo desde Xochimilco.
Fernanda Guzmán | Puebla, Pue.
Trescientas mil piernas amazónicas ingresan al centro de salud. Las camillas cantan con tobillos amarrados a ellas. Se abren los muslos.
Dedos de viejo látex se adentran, el espéculo filtra la vagina. Rapto de gritos, llanto.
Vino tinto vertido en el suelo es masa homogénea de despojos.
¿Donación de úteros? se ha alcanzado la cifra del mes.
Erradiquemos la pobreza.
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Su ambición es el lenguaje del piloto hablándole a los pasajeros en medio de una situación desesperada: parte engaño, parte esperanza, parte verdad. - objeto y fin del poema, mario montalbetti