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Hacia un cine expandido: de las prácticas de la digitalización
«As traditional film technology is universally being replaced by digital technology,the logic of the filmmaking process is being redefined». lev manovich
Una escalinata enorme flanqueada por gigantescas columnas coronadas por elefantes sentados sobre ellas, 1916. Una monstruosa fábrica en la que decenas de tuberías dejan escapar vapor al tiempo que su caldera se convierte en un devorador de la clase proletaria de unametrópolis, 1927. Cleopatraes adorada por cientos de guardias, esclavos y súbditos mientras baja una escalinata dorada sobre una plataforma cargada en hombros, 1963. Decenas de criaturas de un azul brillante vuelan hacia lo que parecen montañas flotantes en el cielo, 2009. Me refiero por supuesto a Intolerancia (Griffith),Metrópolis (Lang), Cleopatra (Mankiewicz), y finalmenteAvatar (Cameron). Cualquiera podría decir que la gran similitud entre estas películas —filmadas a lo largo de poco más de cien años— son los grandilocuentes escenarios, lo épico de sus tramas o sus desproporcionados presupuestos. En realidad, la gran diferencia entre las tres primeras y la última son las prácticas mediadas por el paradigma digital. Es decir, buena parte del conjunto de modos y maneras en las que la producción cinematográfica se lleva a cabo. Por supuesto que han ocurrido otros cambios profundos en la práctica cinematográfica a lo largo de los más de cien años de su historia —como el sonido, el color o la distribución internacional—, pero pocos tan profundos como las mediaciones digitales en casi todas las etapas de realización.
En el presente libro se intenta analizar cómo el paradigma digital cinematográfico (las prácticas digitales incorporadas al cine) ha mo-
dificado de manera sustancial la forma en la que la narrativa en el cine es entendida y estudiada. Estas nuevas prácticas, aplicadas a lo que algunos autores llaman nuevos medios, hacen evidentes nuevas mediaciones —hipermediaciones o metamediaciones dirían otros— es decir, nuevas maneras de hacer y, por lo tanto, de pensar lo hecho. ¿Qué provocan estas mediaciones digitales?, ¿qué estimulan en el cine?, ¿cómo alteran sus prácticas?, ¿provocan los nuevos medios nuevas narrativas?, ¿qué implicaciones tienen en la manera en la que el cine cuenta?, ¿sigue contando el cine?, ¿su intención ha sido siempre contar? Éstas son algunas de las preguntas que pretendemos responder a lo largo de este libro.
Nuestro argumento central es que lo que llamaremos a lo largo del libro «teoría clásica cinematográfica», en buena medida por partir de la teoría y entendimiento sobre la novela del siglo xix, ha perdido cierta capacidad de dar cuenta de muchos fenómenos del cine contemporáneo, ya que dicha teoría estaba pensada para un cine analógico que empleaba ciertos procesos y prácticas que lo constituían como hecho colectivo y social. ¿Qué ocurre si varias de estas prácticas se modifican sustancialmente?
Para responder estas preguntas y probablemente para realizar otras tantas, hemos dividido el libro en dos capítulos. El primero es una genealogía de la teoría cinematográfica clásica (que por supuesto ha sido analizada desde muchos otros ángulos que no fincan su paralaje en lo digital), en donde, además de exponer y analizar el recorrido que dicha teoría narrativa realiza desde algunos presupuestos asignados a la novela del siglo xix, planteamos cómo el cine adoptó este modelo narrativo que ha permanecido durante casi un siglo, a la par que ha moldeado desde las prácticas más específicas hasta todo un modelo de producción económico alrededor del cine.
El segundo gran apartado, dividido a su vez en secciones más puntuales, habla de la narrativa cinematográfica digital directamente, su uso de la teoría literaria para moldear conceptos como el de narrativa, autor y espectador; su estudio de la narrativa tradicional desde diversos aspectos y aproximaciones, los retos a los que se enfrenta al tener
como nuevo objeto de estudio al cine digital contemporáneo, o qué tipo de narrativas desencadena, promueve o estabiliza esta tecnología.
Si partimos de la capacidad de la teoría clásica cinematográfica para dar cuenta de las transformaciones que la digitalización ha provocado en el cine, será necesario discutir de dónde provienen y cuáles son esas premisas que pueden estar perdiendo vigencia. De la misma manera, como se puede cuestionar la pertinencia de aplicar conceptos relacionados con la narrativa literaria al cine, o en general de conceptos de una teoría disciplinariamente específica a otro campo de conocimiento, encontramos también que la propia industria y práctica cinematográfica ha empleado clasificaciones y categorías heurísticas —como las de «preproducción, producción y postproducción», o «producción, consumo y recepción»— que la digitalización mezcla, funde y, en algunos casos, borra. Entonces, si el punto de partida es concebir la digitalización como un proceso generador de prácticas, podríamos —en lugar de hablar de lo digital— hacerlo sobre «prácticas digitales». Esto sin duda nos hará profundizar en una pregunta central: ¿dichas prácticas digitales exponen un cambio epistémico en los modos de pensar, hacer y ver el cine?
Ya que es parte central del ángulo analítico de este libro, consideramos importante anotar la genealogía del concepto de mediación, ya que si bien partimos del primer entendimiento que Jesús Martín-Barbero realiza en De los medios a las mediaciones, utilizamos con mayor énfasis la postura acuñada por Nick Couldry que plantea entenderlo como una serie de «prácticas». Guillermo Orozco en su texto «De las mediaciones a los medios. Contribuciones de la obra de Martín-Barbero al estudio de los medios y sus procesos de recepción» recuerda que, a pesar de que el «paradigma de las mediaciones» se debe en parte a las propuestas teóricas de Martín-Barbero, el concepto de mediación existía ya en los estudios de la comunicación, principalmente con relación al análisis de la recepción televisiva (93). El mismo Orozco afirma que, en el contexto iberoamericano, fue el español Martín Serrano quien introdujo en los ochenta el concepto para referirse a la función de los sistemas comunicativos y particularmente de los medios masivos en relación con la realidad social (93). A decir del autor,
para Serrano existen dos tipos de mediación, la «estructural» —relacionada con la capacidad de los medios para conformar su apreciación del acontecer social— y la «cognitiva», es decir, cierta capacidad mediática para otorgar orientaciones determinadas y semantizadas a los contenidos que se transmiten por dichos medios (93).
Como ya antes decíamos, Martín-Barbero entiende las mediaciones como «las articulaciones entre prácticas comunicativas y movimientos sociales, así como la articulación de diferentes temporalidades de desarrollo con la pluralidad de matrices culturales» (Tufte 89). Se entiende entonces que la mediación es el proceso a través del cual el sentido se construye en los procesos comunicativos. Como lo plantea Tufte, el análisis de Martín-Barbero se distancia del enfoque centrado en los medios, desplazándolos «hacia un contexto más amplio de las actividades culturales, y su teoría se inscribe en la línea de desarrollo de los estudios culturales británicos de las últimas dos décadas» (89). En este sentido, Martín-Barbero plantea que existen tres principales espacios de mediación: la vida familiar, la temporalidad social y las competencias culturales (211-224). A partir de estas propuestas, Guillermo Orozco desarrolla una tipología que explicita las relaciones que dichas mediaciones plantean. El investigador mexicano afirma que «las mediaciones individuales provienen de nuestra individualidad como sujetos comunicativos» (Tufte 100); las mediaciones institucionales son producciones de sentido obtenidas de la participación de los individuos en grupos sociales; las mediaciones massmediáticas están conformadas por la tecnología y los lenguajes de cada medio; las situacionales implican el contexto de la recepción y las de referencia se localizan respecto a ciertas variables de edad, género o clase (Tufte 100).
Antes de aproximarnos al sentido del término que se centra en las prácticas, es de vital importancia anotar qué otras actualizaciones ha sufrido dicha noción teórica para obtener un mapa, seguramente parcial aún, de lo que el concepto detonó en el análisis mediático. A decir de Néstor García Canclini, la obra de Martín-Barbero ha sido el punto de partida para dejar de aislar a los medios, para entenderlos entonces como parte de las mediaciones de la sociedad, sin embargo, plantea también que con el transcurso de los años, nuevos «mediadores»
han aparecido en el panorama comunicacional, por lo cual el concepto debe ser actualizado (9).
En un sentido puramente metodológico, Tufte apunta que la teoría de las mediaciones arrojó una nueva perspectiva sobre la forma en la que la investigación se venía haciendo en los estudios de recepción, tanto cualitativa como cuantitativamente (94). En este mismo sentido metodológico, Elizabeth Lozano apunta que el trabajo de Martín- Barbero es también un «mediador teórico» ya que se volvió un articulador «de la reflexión en torno a la comunicación social como campo de investigación y como práctica social y, por lo tanto, en parte de los referentes comunes, de la competencia “cultural” de quienes se ocupan de este campo en América Latina» («La ciudad» 168). Esto ha significado comprender la comunicación no únicamente como un proceso de producción, consumo y uso social, sino «como las prácticas cotidianas de interacción que constituyen y dan sentido social a la experiencia» (177). Es en buena medida esta acepción que Lozano pone sobre la mesa la que más interés nos genera para este caso de análisis.
Rossana Reguillo apunta que, desde el momento de la publicación del libro emblemático de Martín-Barbero, se han producido diversos estudios analíticos que utilizan —y en algunos casos actualizan— el término de «mediación» (83). Tufte nos recuerda que una de estas actualizaciones del término la realizó la investigadora brasileña María Immacolata Vasallo en un estudio acerca de la construcción de sentido en torno a las telenovelas brasileñas (101), o también por parte de algunos investigadores fundacionales de los estudios culturales. Como ejemplos anota el reconocimiento de la polisemia del texto de parte de Stuart Hall, el proceso activo de recepción de David Morley, la relación intertextual de los textos mediáticos de John Fiske, la experiencia del consumo cultural popular de Janice Radway, las comunidades interpretativas del mismo Morley o los usos sociales de los medios de James Lull (Tufte 101-102). Por ello, Tufte afirma que «los estudios culturales son primeramente estudios de mediaciones, y son consistentes con la teoría de las mediaciones de Martín- Barbero» (102). Este asunto es sumamente interesante si se toma en cuenta que, en efecto, los estudios culturales desde sus inicios en el CCC de Birmingham plantea-
ban como una de sus principales preocupaciones la manera en la que la gente «utilizaba» los medios enraizados en una cultura popular que respondiera a un momento histórico determinado, es decir, siempre les ha sido de gran relevancia la manera en la que los objetos culturales son en sí mismos «prácticas culturales».
Para objetivos de este texto, la ampliación del término que más nos interesa es aquella en la que se entiende la mediación como una práctica, es decir, como un modo de hacer, acceder y, por lo tanto, comprender el medio con el que se establecen relaciones de diversas índoles. De esta manera, nos interesa hacer evidente una migración hacia una visión que analiza cómo los textos mediáticos se incorporan a las prácticas socioculturales de sus receptores y usuarios. Nos parece que la aportación más relevante al respecto es la propuesta por Nick Couldry, quien plantea que este nuevo paradigma pide observar los medios, no como una producción textual o económica, sino como una práctica (Couldry, «Theorising» 115). Dice el autor que este acercamiento concibe a los medios como un conjunto abierto de prácticas relacionadas u orientadas alrededor del medio. El potencial de esta reformulación, apunta el autor, se clarifica únicamente cuando miramos de manera más detallada debates recientes sobre las «prácticas» en las Ciencias Sociales (117).
Así, aunque no perdemos de vista que existen aproximaciones que hablan ya de «remediaciones» (Bolter y Grussin, 1999) en las que entienden el término como una apropiación del medio en lugar de entenderlo como una práctica, o conceptos como el de «hipermediaciones» en el ambiente digital, acuñado por Carlos Scolari (2008), hemos optado por continuar utilizando el término «mediación» como sinónimo de práctica, ya que consideramos que es esta acepción la que mayor incidencia conceptual tiene sobre nuestro argumento.