Cerรกmica policromada de Puebla
Gobierno del Estado de Puebla Miguel Barbosa Huerta Gobernador Constitucional del Estado de Puebla Sergio Arturo de la Luz Vergara Berdejo Secretario de Cultura Maribel Vázquez Chávez Directora General de Artes y Fomento Cultural Beatriz Meyer Rodríguez Directora de Fomento Cultural Darío Ordaz Cantellano Subdirector de Proyectos Especiales Jefatura de Literatura y Diseño Editorial Princesa Hernández Muñoz Diseño editorial y de colección Adriana Rojas Córdoba Edición de textos Arnulfo Allende Carrera Director de Artesanías
Primera edición en México, 2020 D.R. © Gobierno del Estado de Puebla / Secretaría de Cultura ISBN: 978-607-9390-29-7 Avenida Reforma 1305, colonia Centro Puebla, Pue. C.P. 72000 Impreso en México Distribución gratuita
Presentación “Haremos de Puebla un estado lector” Miguel Barbosa Huerta Gobernador Constitucional del Estado de Puebla
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n nuestro permanente recorrido por el territorio del Estado de Puebla, encontramos una numerosa cantidad de nichos ecológicos en diversos escenarios geográficos. Y en cada lugar y ocasión donde el ambiente natural impone sus más duras condiciones, están los pueblos que nos invitan al conocimiento y fruto del trabajo de sus manos creadoras. Desde las gélidas selvas de la Sierra mágica hasta los riscos tatemados de la soberbia Mixteca, pueblos enteros se han adaptado y han generado formas de ser y de vivir cuya diversidad reviste y enriquece la naturaleza que las sustenta. Y es en estos espacios donde encontramos dos elementos que forman ya una constante: ingenio y tradición. El primero para resolver las necesidades básicas y sobrevivir aprovechando las mismas circunstancias y elementos que la naturaleza otorga; el segundo para transmitir su aprendizaje y forjar una personalidad propia. La respuesta de la humanidad a la naturaleza ha sido siempre la Cultura, como artilugio que nutre las manifestaciones que dan sentido y carácter a la sociedad y que, al tiempo, se ve influenciada por las ideas y aspiraciones de cada grupo en los objetos que crea y utiliza en su camino cotidiano a la supervivencia. Muchos de estos objetos muestran representaciones sobre la manera en que las personas vemos el mundo y la vida en cada época y lugar. La Secretaría de Cultura de Puebla honra en este volumen a los artífices que han plasmado su inspiración en piezas de barro policromado, en tiempos prehispánicos, durante el virreinato y en nuestro mundo contemporáneo, que nos dan identidad e impulso hacia el futuro. Sergio Arturo de la Luz Vergara Berdejo Secretario de Cultura del Estado de Puebla
Las colecciones de cerámica polícroma del Museo Regional de Cholula
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ada una de las manifestaciones culturales de la humanidad está ligada a un periodo específico de tiempo que le ha permitido existir gracias a las nuevos avances tecnológicos, a las nuevas formas de pensamiento y a los cambios derivados de los procesos históricos que implican invasiones, guerras, periodos de desarrollo, influencias extranjeras, etc. Desde las enigmáticos megalitos de Stonehenge en Inglaterra hasta las imponentes catedrales del Medievo y pasando por las monumentales pirámides mesoamericanas, cada una de estas expresiones tenían un propósito específico que no se daba de manera aislada, sino que formaba parte de la dinámica imperante de la sociedad en las cuales fueron concebidas. En ellas, se puede apreciar cuáles eran sus intereses, sus creencias, sus aspiraciones y sus valores. Es de esta manera que uno puede hacer un seguimiento del desarrollo de una zona geográfica a lo largo del tiempo gracias a los testimonios materiales que han sido rescatados por diferentes especialistas entre los que destacan los arqueólogos y los historiadores. Dichos testimonios pueden abarcar construcciones, documentos, utensilios, entierros y objetos ceremoniales .
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entre otros. Es a partir de ahí que podemos obtener información de gran valor sobre cuáles fueron los procesos sociales y técnicos que permitieron el desarrollo de una comunidad. Uno de ésos elementos que suelen sobrevivir al paso del tiempo y que de gran importancia como evidencia de varios aspectos de la vida cotidiana debido su característica dual de ser al mismo tiempo frágil y resistente es la cerámica. Aún en los pequeños fragmentos arqueológicos de lo que alguna vez fue una pieza completa, la cerámica nos permite conocer que tan avanzada estaba una sociedad en varios aspectos: El técnico, al demostrar la capacidad de desarrollar nuevos objetos más resistentes, más adecuados a un uso específico o ser más finos. El aspecto social generalmente puede apreciarse a través de los motivos que se plasmaban en cada pieza gracias a técnicas tales como la pintura, el esgrafiado o el pastillaje. Estos motivos nos muestran claramente cuáles eran los conceptos que al ser tan relevantes, eran dignos de plasmarse en un objeto de uso ritual o decorativo. Por su parte, el aspecto artístico implica por ejemplo, que alcanzar un determinado grado de abstracción requiere de una tradición que haya formado escuela y por lo tanto, que en esa sociedad existían las suficientes condiciones de estabilidad y desarrollo como para que se pudieran fomentar las artes y no solamente limitarse a crear piezas de carácter meramente utilitario. ¿Qué le dice a un visitante una vasija tipo códice de la tradición Mixteca -Puebla del precláscio tardío a través de sus formas y de sus símbolos enigmáticos? A quien no es un investigador especializado, pudiera parecer que más bien poco. Pero precisamente para eso existen los museos, para servir de puente entre el lenguaje técnico del especialista y el público visitante. Actualmente, el Museo Regional de Cholula ofrece la oportunidad de conocer las épocas por las que han pasado las distintas poblaciones del valle de Puebla a través de las diferentes colecciones de cerámica que se exhiben en sus salas. Justamente en estas piezas puede observarse que no se trata de objetos aislados, sino que están estrechamente vinculados a la sociedad que los elaboró. Así podemos conocer que la cerámica Cholulteca tuvo una gran reputación. Tanta, que se dice que el propio emperador Moctezuma comía en una vajilla de esa procedencia. En el ámbito mesoamericano los temas de importancia estaban vinculados a lo religioso y a lo político, y dentro de ellos, los eventos trascendentales requerían de toda una parafernalia digna
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de la ofrenda a un Dios en el momento de pedir lluvias para mejores cosechas; o de un casamiento estratégico entre la realeza de dos pueblos que habría de permitir la expansión del imperio; o de un emperador que tenía a su cargo no sólo a un pueblo sino también a todas las otras comunidades tributarias. Es aquí donde la cerámica tuvo un papel realmente preponderante debido a que en ella no sólo se demostraba lo simbólico de la ideología religiosa o del poder en turno, sino también los avances tecnológicos y artísticos a los que solamente algunos privilegiados podían acceder en ocasiones especiales. Esas vasijas no solamente eran exclusivas de eventos especiales, sino también de contenidos especiales que no eran de consumo cotidiano: el pulque, el chocolate o la sangre sacrificial. ¿Podría cualquier persona en la actualidad ver de cerca el cayado o la mitra del papa en turno en cualquier momento? No. Solamente en ocasiones especiales la persona designada la portará como símbolo de una ideología y de poder. Ese era justamente el valor que llegaron a tener esos platos, esas vasijas y esas jarras que ahora se encuentran dentro de una vitrina y que cualquier persona puede ver cuando lo desee. Tienen además el valor agregado de ser piezas fortuitas: llegaron a nuestros días en su mayoría por pura suerte, ya que buena parte de todo eso que constituía una forma de vida muy distinta a la nuestra, se ha perdido para siempre. En el museo no contamos con la espada de Hernán Cortés, ni con la urna donde se dice, estaban las cenizas de Quetzalcóatl del gran templo dedicado a su memoria y por las que habría de constituirse en el centro de peregrinaje más importante de todo el mundo indígena mesoamericano, tampoco las joyas enviadas por Moctezuma para tratar de convencer a los españoles y sus aliados de que se fueran de ésas tierras. Todos esos objetos son sin duda, elementos icónicos dentro de la historia, pero cabría hacerse la pregunta si de ellos, -siendo objetos únicos- habríamos aprendido tanto como de la cerámica de la cual tenemos tantos ejemplos que sumados nos permiten notar las tendencias, los estilos, las influencias y las temporalidades. Aún así, todavía quedan muchas interrogantes, algunas de ellas de carácter fundamental. Por ejemplo: ¿Quiénes hicieron esas vasijas? Cholula ha estado habitada por muchos grupos por más de tres mil años ininterrumpidamente en una historia de migraciones, convivencia, conflictos territoriales, conquistas, desarro-
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llo y cambios que aún no han terminado. Por lo pronto sabemos que fueron los grupos Otomangues quienes trajeron la tradición alfarera a la zona para después ser transformada por la influencia maya de los grupos Olmeca-Xicallanca y finalmente por la dominación de los Tolteca-Chichimeca. Más adelante los artesanos Mixtecos habrían de tomar la tradición y desarrollar su propio estilo en las tierras de los valles centrales basados en dichos avances. Muy importante es mencionar la enorme influencia de Teotihuacan, ciudad que aún se encontraba vigente durante buena parte del desarrollo de Cholula y cuya técnica denominada “anaranjado delgado” permitía la elaboración de piezas sumamente finas. Como se mencionó previamente, cada una de estas etapas estaba vinculada estrechamente a lo que estaba pasando en ese momento y eso se refleja en la producción de sus vasijas, ya fueran de uso cotidiano o de carácter ceremonial. Así que todas esas influencias más el hecho de que había un volcán activo —el popocatépetl— bañando el valle con sus cenizas en diferentes momentos históricos, crearon una historia de tradición alfarera que habría de resonar hasta nuestros días. Sin esa ceniza, la composición del barro habría sido más pastosa y menos maleable. Todos los sucesos se suman a la historia y dejan su huella. Pero el museo no tiene solamente cerámica prehispánica. Poco antes de que arribaran a Cholula los grupos Tolteca-Chichimecas, en el 850 d.c. en Irak se estaba desarrollando una tradición alfarera que habría de recorrer parte de Asia y Europa para finalmente llegar a América y convertirse en la técnica representativa de Puebla. Provenía de un pueblo español llamado Talavera de la Reina, y una vez instalado el virreinato en la nueva España, habría de empezar con inicios algo modestos. Al principio, los alfareros realizaban objetos de uso cotidiano y utilitario que iban más allá de platos y jarrones, ya que se elaboraban ladrillos, tejas y ducterías para el drenaje. Más adelante los talleres comenzaron a realizar objetos más finos, y es aquí donde habrían de comenzar las interpretaciones locales de la técnica, de los motivos y de las formas. Fue gracias a que en ése entonces la talavera no era un objeto suntuario pero si de gran practicidad y expresividad, que se convirtió en una tradición que incluso habría de convertirse en la identidad de la región. Incluso más que en otros lugares donde también se llegó a producir, como Oaxaca, Pátzcuaro o la Ciudad de México. Hay quienes
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podrían pensar que la tradición alfarera que venía en desarrollo desde la época prehispánica se perdió después del contacto con los españoles, pero en realidad lo que sucedió es que se transformó. No es una casualidad que la talavera haya sido y siga siendo representativa de la región. Geográficamente, Cholula está muy cerca de Puebla y en varias ocasiones sirvió como fuente de mano de obra de gran calidad para la nueva empresa de una ciudad para españoles. Los grandes talleres artesanales de hoy justamente se encuentran en o entre ambas ciudades. Talleres como Santa Catarina, Celia o Talavera de la Reina entre otros siguen manteniendo viva y muy en alto, la tradición alfarera de la zona. En 1996 se obtuvo el reconocimiento para la denominación de origen de la talavera poblana, y recientemente a principios de este año 2020 fue declarada como patrimonio de la humanidad por parte de la unesco. Los cuatro elementos fundamentales tierra, agua, aire y fuego se han fundido en un símbolo que nos une y nos da identidad. Desde la cerámica prehispánica que habla de un pasado remoto y enigmático, pasando por los árboles de la vida de Izúcar de Matamoros o las ollas ecológicas de barro policromado, hasta las interpretaciones contemporáneas realizadas con la técnica de la talavera tradicional, Puebla exhibe un mosaico de formas y colores que tienen raíces profundas en los procesos históricos que nos han llevado hasta nuestros días y que son reconocidas a nivel internacional por su calidad, su valor cultural y su expresividad. Edgar A. Ramírez Soto Investigador y curador
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La vida en un árbol: barro policromado de izúcar de matamoros
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l estado de Puebla se distingue por su abundancia en cerámica. La variedad que existe en técnicas y estilos es destacada, y un extraordinario ejemplo es la maestría alcanzada en el barro policromado de Izúcar de Matamoros y sus característicos árboles de la vida.1 Explorar el mundo del barro policromado de Izúcar de Matamoros es indagar en las leyendas, en las tradiciones, en la voz de los propios creadores y en la observación de diferentes piezas elaborados a lo largo del tiempo. Izúcar de Matamoros es heredera de una destacada tradición de cerámica prehispánica que, en la actualidad, se puede apreciar en piezas que se encuentran en diversos museos con un notable grado de maestría y que es importante explicar. La historia de este sitio, junto con otros cercanos como Las Bocas, Caballo Pintado, Atzala, Epatlán y Ayotla, se remonta a los asentamientos humanos, como aldeas y centros ceremoniales, de la época preclásica (2,000 a 200 a.c.), que recibieron gran influencia de los olmecas de la costa del Golfo y mantuvieron vínculos comerciales con el Occidente. También se recibió influencia de Chalcatzingo, Morelos y de Etla, Oaxaca. Como ejemplo de los objetos encontrados en estos lugares, tenemos gran cantidad de materiales típicamente olmecas, como las figurillas llamadas “baby face”, y otras tantas
Esta investigación forma parte de la tesis presentada para obtener el grado de licenciada en Humanidades por la Universidad de las Américas Puebla en 1994 por la autora. 1
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con influencia de Tlatilco; la mayoría procede de Las Bocas, pero hay también de Caballo Pintado, de San Juan Epatlán y de Izúcar. Dada su situación geográfica, tribus zapotecas, mayas y nahuas tuvieron acceso a la zona durante le época del protoclásico (200 a.C. a 250 d.c). Posteriormente, durante la época clásica (250 a 900 d.c) la organización política, costumbres, alfarería y artesanía en general, reciben influencia teotihuacana; ejemplo de ello lo encontramos en la variedad de cerámica anaranjada que proviene de la zona aledaña a Izúcar. Más tarde, en el Postclásico (900 a 1,200 d.c.) la zona fue ocupada por los popolocas, mixtecos, chándaros, huilotos, olmecas y xicalancas, extendiéndose éstos últimos por Itzocan hasta por 1292 cuando fueron desalojados por los tolteca-chichimecas. El jeroglífico de Itzocan está representado con un ixtli, o cuchillo de sacrificios, labrado en obsidiana, una encía roja y cuatro dientes blancos que significa: “vidas que trituran vidas”; en la parte inferior están tres huellas humanas que indican camino u otli. El conjunto quiere decir “lugar donde se labra la obsidiana”. El jeroglífico de Xelhua está representado por una cara humana oscurecida a la mitad cuyo significado es “el partido o dividido”, al que se le ha dado el equivalente de “lugar de caras pintadas”, que también se ha llegado a aplicar a Itzocan. Localizado a 53 km. de la ciudad de Puebla, Izúcar de Matamoros es la cabecera del municipio que lleva el mismo nombre, extendiéndose por 514.11 km. cuadrados que lo ubica en el sexto lugar en extensión con respecto a los demás municipios del estado. Con un clima semicálido subhúmedo, cuya temperatura media anual oscila entre 18 y 22 grados C, el municipio se localiza dentro de la cuenca del río Atoyac; los ríos Atotonilco y Nexapa recorren los valles del norte, en tanto que el sur es recorrido por tributarios temporales del Atoyac, que forman barrancas importantes como las denominadas Poza Honda, Las Piletas y Huaxtepec. El municipio se encuentra dentro del Valle de Matamoros, el cual desciende de la ladera sur de la Sierra Nevada; al oeste y noroeste, se presenta un relieve plano, con una altura promedio de 1,300 msnm y entre las principales actividades económicas que se han desarrollado tras la conquista, se encuentran la agricultura, donde el cultivo de la caña de azúcar, árboles frutales y hortalizas ocupan un lugar importante; y la ganadería, con ganado vacuno, ovino, porcino y caprino.
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Tras la caída la Gran Tenochtitlán (13 de agosto de 1521) Hernán Cortés repartió tierras y gentes a sus soldados. Itzocan pasó a ser Izúcar y fue encomendado a Pedro de Alvarado. Los frailes dominicos fundaron el convento de Santo Domingo, y desde ese entonces, la zona se volvió famosa para la siembra de caña, que ha tenido gran auge. Durante los movimientos de insurgencia, Izúcar recibió a José María Morelos y Pavón en diciembre 1811, incorporándose a las fuerzas rebeldes Mariano Matamoros y Orive, cura de Jantetelco. En el México independiente, el 29 de octubre de 1825, el gobierno del Estado por medio de un decreto para perpetuar la memoria del insurgente Mariano Matamoros y Orive, erige a la población de Izúcar en ciudad, con el nombre de Izúcar de Matamoros. Hasta 1880 se llegaba a este lugar por un estrecho y sinuoso camino que lo conectaba con Puebla. La línea fue tendida primero a Cholula y luego a Atlixco, para finalmente conectar a Izúcar. Con esta vía férrea llegaron el telégrafo y el teléfono, permitiendo comunicación entre haciendas y poblaciones; y además fue entrelazada con el Ferrocarril Interoceánico que permitió a Izúcar comunicarse con varios puntos del país.
Glifo de Izúcar de Matamoros
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Actualmente, Izúcar se encuentra dividido en 14 barrios —herencia de la época prehispánica y posteriormente de la Colonia, donde se dejó a los indios agrupados, alejados del centro de la ciudad— además de las colonias que caracterizan a cualquier población de regular tamaño. Santa Catarina, uno de los 14, es considerado el primero de todos los barrios ya que, de cierta manera, encabeza a todos los demás por ser el primero que nombran en todas las asambleas. Los barrios se encuentran divididos por el río Nexapa. En el banco occidental encontramos Santa Catarina, San Bernardino Mexicapan, la Asunción, la Magdalena Ixcatihuacán, Santa Cruz Coatla, San Martín Huaquechula y Santa Cruz Tecoxco. Del lado oriental encontramos San Juan Piaxtla, San Diego Chiconcoac, Santiago Mihuacán (o Santiago del norte), San Juan Coahuixtla, Santo Tomás Chilón, Santos Reyes Zoquiapan y Santiago Mazatla (o Santiago del sur). En la actualidad, unos 16 talleres de creadores de barro policromado ofrecen trabajo a un centenar de personas, concentrándose en los barrios de San Martín Huaquechula y Santa Catarina. En su mayoría los talleres son dirigidos por hombres, aunque hay un taller que es dirigido por una mujer, el de María Luisa Balbuena. Cabe destacar, que hay extraordinarias pintoras en los talleres que imprimen su sello distintivo. Los orígenes del barro policromado de Izúcar de Matamoros se pierden, al igual que la historia de la población, en las calles polvosas, en las historias de los mayores y en los recuerdos de los artesanos. Según los testimonios de los propios creadores, todo parece indicar que el barro policromado tuvo un origen netamente religioso, con la producción de sahumerios y candeleros domésticos, tanto para el Día de Muertos como para las fiestas de la cofradía, que se conservan en los 14 barrios que subsisten en la población. Conocemos de sobra la importancia que la fiesta de Día de Muertos ha tenido para gran cantidad de mexicanos en el altiplano del país. Izúcar no ha sido la excepción, al producir sahumerios y candeleros policromados domésticos para las ofrendas que se colocaban antiguamente en las casas. Aniano Velázquez, en 1994, relató cómo eran las ofrendas: [sic] Aquí Día de Muertos era una fiesta, todos arreglaban la calle, deshojaban la flor y hacían la cruz, en cada puerta ya estaba el caminito. En los barrios lo hacían mejor, porque tenían su altar especial por casa, grandote de adobe, .
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los revocaban de mezcla o cemento; lo adornaban bien. Antes, en la casa, mi mamá ponía una mesota, ahora sólo una mesa, y la llenaba con comida, con pan, tejocotes, cualquier clase de fruta; ahora sólo pone unas ceras. Ya también se perdió eso de que iba el ahijado a casa de su padrino de bautizo para llevarle su ofrenda y que el padrino le devolviera también su ofrenda. Ya no se usa. Yo todavía me acuerdo que me llevaban, estaba yo chiquillo; la ofrenda era de lo que ponían en el altar: una hojaldra, plátanos, naranjas, y ya el padrino allá le daba sus borreguitos, o sea, que él devolvía cosas de dulce y también cosas como hojaldra, tejocotes en conserva; yo veía bonito eso. Ahí veía los sahumerios que usaban; los hacía el papá de mi tío Pancho [Francisco Flores]; en los barrios él los hacía y se los mandaban hacer. Los sahumerios eran como de 40 cm., tenían una base, ya de nuevo arriba tenían otra base grande y tenía, creo, un San Miguel de figura. Lo pintaban y se lo daban así al que lo mandaba pedir.
Por su parte, Agustín Castillo también nos remitió a los orígenes de esta cerámica en los sahumerios que se producían para las fiestas de Día de Muertos: [sic] Al principio fueron sahumerios que se utilizaban para Día de Muertos, no había para venta, eran para sus festividades. En las ofrendas que ponía mi mamá cuando era chico había de los sahumerios que hacía ella. Ya no hay sahumerios como los que hacían antes...
De igual modo, no podemos dejar pasar por alto el testimonio de Francisco Flores quien coincidió, junto con Aniano Velázquez y Agustín Castillo, en el uso ritual que tenían estos objetos en su origen. [sic] Los candeleritos de toritos, burritos, se utilizaban la mayoría para el mes de noviembre, para la fiesta de Todos Santos, que ve que eso se celebra dondequiera, nomás que para tener un poquito se empezaba trabajar desde el mes de junio, julio, agosto, para que empezando las plazas en octubre, se llevara la mercancía. Y se vendía todo, no nos quedaba nada entre las familias que trabajábamos.
Queda claro que la cerámica de Izúcar de Matamoros se producía inicialmente para satisfacer la demanda local, entre una población que hacía de una tradición un ritual que se celebraba año con año. .
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Por otra parte, es interesante observar que paralelamente a la tradición de las ofrendas en noviembre, en Izúcar existía la costumbre de los “campaneros”. Estos campaneros eran designados por los mayordomos de sus barrios para velar durante la noche del primero de noviembre, indicando su presencia por medio del sonido de su campana. Los campaneros, que eran alrededor de diez personas mayores por cada barrio, pasaban a las casas de los barriegos por su “ofrenda”; ésta consistía en algún pan o fruto de los que se ponían en la ofrenda colocada en la casa. Entre ellos se encontraban, en ocasiones, a niños que se les iniciaba en los diferentes toquidos de las campanas. Gracias a la producción de sahumerios y candeleros, la tradición de la cerámica volvió a resurgir y, con ella, la competencia entre las dos familias más importantes en su momento en la fabricación de cerámica, por considerarse las ramas familiares que continuaron con una tradición desconocida: los Castillo y los Flores. La historia para ambas es similar, orillados por la pobreza encontraron en la producción de algunos candeleros un ingreso más que aliviara su precaria situación económica.2 De ello da cuenta la versión de Agustín Castillo: [sic] La misma miseria y forma de vivir nos hizo seguir produciendo esto. Nosotros trabajábamos en el campo, pero perdimos tres siembras: melón, jitomate y frijol. Quedamos temblando, con gastos hechos y todo. Llegó la fiesta de Todos Santos y mi abuelita le dijo a mi mamá, hay que hacer como las piezas que hacíamos antes, de los candeleritos con muñequito. Los llevaron al mercado donde el señor Samaniego, que tenía una tienda de artesanías atrás de la Catedral de Puebla, compró varios.
Por su parte, Francisco Flores en su momento, narró la misma versión: [sic] Los que empezaron a consumir la mercancía fue un difunto que su familia vivía o vive atrás de la Catedral de Puebla, Guadalupe Peña es ella y fue la esposa del señor José María Samaniego; ése fue el que vino a buscarnos por acá y el que nos hizo un contratito y así fue como empezó a renacer el trabajo En la actualidad, Alfonso y Agustín Castillo, así como Francisco Flores han fallecido, mientras que Aniano Velázquez emigró a los Estados Unidos. El taller de la familia Flores, de gran tradición, terminó al fallecer don Panchito. 2
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porque digamos, ya había muerto. Empezó a venir por el ‘53 y luego dejó de venir por el ‘74 o ‘75.
Ambas familias se disputan el privilegio de haber rescatado la tradición. Sea cual fuere, lo cierto es que las dos rescataron una producción artesanal que se encontraba a punto de la extinción y que dio lugar, a través de los años, a un desarrollo en el estilo. Por otra parte, existe una variante en los candeleros conocidos como “árboles de la vida”, cuyas características le han dado realce a la cerámica, por ser lo más conocido de toda la producción. A diferencia de los sahumerios y candeleros sencillos, el origen de estas piezas es un poco confuso de acuerdo con los testimonios de los creadores de barro policromado. Francisco Flores platicó cuando aún se encontraba activo: [sic] Pues francamente yo no le sé decir como comenzaron ellos [la familia] la tradición, pues esta cosa de los candeleros viene quizá de mis abuelos o bisabuelos. A mi abuelo, Cayetano Flores, ya no lo conocí; de allí trabajó también mi abuelita Rosa Torres y luego aprendió mi papá [Aurelio Flores], trabajó también mi tía Ignacia Torres y aquí en la extensión de todos los barrios había varias familias que trabajaban la cerámica quién sabe desde hace cuántos años, porque yo soy como la cuarta o quinta generación dentro del trabajo y llevo 50 años. En la manzana del barrio de Santa Catarina estaba la familia Flores y de ahí era mi abuelo. También Rosa, Ignacia e Indiana Torres, todos trabajaban correspondientes a ese barrio. En la Asunción había una señora, María Luisa, y otra, Catarina, también trabajaban. Luego en el barrio de la Magdalena estaban don Eulalio Zárate, Casio Piedra, Guadalupe Piedra, Julio Navarro, su papá que era Héctor Navarro, tantos que trabajaban. Esas mercancías no crea usted que se trabajaban en ciertos tantos modelos, lo más que se consumían eran de los candeleros medianos [40, 45 cm.] por la sencilla razón que, en aquellas épocas, decían y lo comprobaban, que cada matrimonio que se formaba, el padrino tenía la obligación de darles un árbol de la vida; según las capacidades económicas era la pieza que les daba y en una invocación, como toda la gente era campesina, sus siembras se les daban abastecidas, porque tenían el árbol de aquella suerte, tanto que por eso le dieron el nombre del árbol de la vida y para que constatara empezaron a pedirlos con su Adán y su Eva. .
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Por su parte, Joaquín Balbuena narra otro origen diferente para los árboles de la vida: [sic] Se hacían los árboles de rama genealógica de un familiar, de los abuelitos, de los papás, de los hijos y de los nietos; se refieren a cuestiones familiares. Ahora nos dan los nombres y hacemos el dibujo; eso ya viene de tiempo, como de hace unos 25 años que se trabaja. De ahí surgen los árboles de la vida y también la idea del árbol genealógico como Adán y Eva siendo nuestros primeros padres. A los árboles genealógicos se les podía poner unos viejitos, unos más jóvenes, unos pequeñitos que significaban los niños y así.
El tradicionalismo que caracterizaba a la familia Flores se puede constatar en el famoso libro de Frances Toor, Mexican popular arts (1939), que contiene una lámina ilustrativa con un sahumerio de Izúcar de Matamoros con bastantes similitudes a los producidos por la familia Flores durante años. En otro aspecto, se tiene que destacar también la fiesta de la cofradía. Esta celebración se lleva a cabo el día de Corpus Christi; cada año se festeja en un barrio diferente de los 14 que se conservan en Izúcar de Matamoros. Es en esta gran fiesta donde el barrio elegido recibía un plato hecho de plata en el que se conserva una hostia consagrada o Santísimo Sacramento. Según informes de Francisco Flores la fiesta del “platito” lleva 455 años, aunque el investigador Gonzalo Carrillo Vivas sitúa esta tradición desde la época prehispánica, teniendo su origen en comunidades aledañas -como Tepeojuma, localizado a 20 km.- donde una persona pasaba tocando una flauta y un teponaxtle para avisar a los vecinos que el flujo del agua de la acequia iba a ser cortado, previniéndoles de recaudar agua en recipientes; en señal de agradecimiento, los vecinos le proporcionaban algo de comida que la persona se encargaba de recoger en un platito de barro. Carrillo Vivas señala el sincretismo de esta fiesta con la que se le celebra al Santísimo Sacramento a partir de la época colonial. Este “platito”, en la actualidad, se trasmite de barrio en barrio en el transcurso de los meses, conservándose en las casas de los pobladores que lo solicitan o se les asigna por un acuerdo. Francisco Flores narró acerca de estas fiestas y de la importancia que los sahumerios y candeleros tenían en ellas: [sic] [En estas fiestas] se utilizaban los mentados sahumerios, que ahora también les dicen copaleros, pero el nombre que tenían por el dialecto que se .
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utilizaba era popoxcómetl. Cada año que recibe el ‘platito’ dicho barrio, se encuentran sahumerios, incienso, flores, bueno, lo que uno desee llevar porque es una devoción de creencias.
Esta versión también confirmada por Agustín Castillo, nos cuenta: [sic] El sahumerio también lo ocupaban para las fiestas de la cofradía, que se celebra cada año en una comunidad; ellos tenían como tradición incensar con unos sahumerios que se hacían especialmente de colores.
Como parte de esta celebración del “platito”, se le hacía una fiesta de menor proporción al Santísimo Sacramento en el Templo de Santo Domingo cada tercer viernes del mes; se realizaba en esta iglesia porque es la que los pobladores consideran la cabecera que reúne a los 14 barrios. A esta fiesta también se le conoce como Minerva. Para dicha celebración, se designa a un mayordomo que juega el papel de maestro de ceremonias, conocido como quamochitl, quien corrige al que reza, va indicando el momento en que tiene que tocar la banda y el momento en que desfilan los que acarrean las flores. Francisco Flores platicó acerca de las Minervas: [sic] En cada Minerva se le canta al Santísimo, se le ensoma [muestra] para que oiga la misa, se le hace una rueda con las mentadas cucharillas que se hacen para adornar la cera, se ponen doce ceras en lo que es el templo y el altar y se adorna con flor. [El Santísimo] oye misa y se trae de allá para acá [del Templo de Santo Domingo a los barrios]. Toda la gente que viene, la mayoría, trae sus flores para adorno del mismo Santísimo en la casa donde está; una casa a veces lo tiene quince días, a veces lo tiene un mes, uno se pone de acuerdo, pero esas tradiciones, yo tengo ya edad y no se han terminado, quizá costumbres de otras cosas, como candeleros, quizá sí, porque luego se les hace caro.
Es difícil precisar desde hace cuánto tiempo se realizan estas fiestas, pero sí se puede afirmar que el sahumerio es la pieza principal que año con año se manda a elaborar exprofeso para esa celebración, como lo ha afirmado también el cronista de Izúcar de Matamoros, Raúl Martínez Vázquez. Para la elaboración del barro policromado de Izúcar de Matamoros se requiere de un pequeño taller doméstico, en el que una mesa amplia de trabajo .
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hecha de cemento es indispensable. Es necesario un patio con un tejabán donde se deja el barro en terrón para protegerlo de la lluvia; en el patio se apalea el barro y se cuela. Posteriormente, se pone a remojar en una pileta que, generalmente, también se encuentra ahí. De igual forma encontramos un rústico horno de ladrillo al que se le introduce la leña por la parte inferior y se le cubre con lámina en la parte superior. Unas estanterías colocadas en el taller o en la casa son utilizadas para almacenar tanto las piezas en barro crudo o cocido como las pintadas y barnizadas. Una mesa de madera en el patio o en el interior de la casa funciona como centro de trabajo para la persona encargada de pintar las piezas. Las herramientas de trabajo son mínimas: pinzas para cortar alambre, unas rebanadoras de barro hechas con varilla doblada a la que se le amarra un alambre y algunos palos de madera, que van de medio a tres cm. de grosor, a los que se le saca punta para perforar el barro donde sea necesario. Se puede decir que básicamente las manos del artífice con su desarrollada habilidad y gran creatividad son la herramienta fundamental y más importante para la elaboración del barro policromado que funge hoy en día como símbolo de identidad para Izúcar de Matamoros. Por su parte, entre los materiales se cuentan el barro, el alambre, el blanco de España o base comercial que últimamente es más utilizada, la cola —solo cuando se usa blanco de España— pintura blanca vinílica, pegamento, pinceles y pinturas. De manera general, los creadores recurren a concentrados acrílicos comerciales, de los que se compran los colores blanco, negro, rojo, amarillo, verde esmeralda, morado, azul cobalto y azul cielo; de las combinaciones de estos colores se obtiene una mayor paleta y diversos matices. Algunos artífices —como en su momento lo hizo Joaquín Balbuena— además de los colores acrílicos utiliza algunos vegetales que los obtiene en tiendas naturistas, ferreterías o droguerías de la ciudad de Puebla, como son el guinda, el rosa mexicano, el morado y, algunas veces, el amarillo. Se mezclan con resistol y cola para que se adhieran bien. Estos colores se aplican en piezas donde se combinan con los comerciales para aumentar la gama de colores. En piezas especiales del taller de Alfonso Castillo Orta —o tradicionales, como ellos las llaman— se usan pinturas naturales, tales como: • Cochinilla (insecto que se convierte en un parásito del nopal, que se en-
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cuentra principalmente los estados de Puebla y Oaxaca); ésta proporciona colores como son el solferino y el naranja. • Índigo o añil (arbusto leguminoso que se encuentra en zonas fangosas del estado de Oaxaca), proporciona el azul intenso. • Palo de Brasil (se utiliza el corazón de este árbol que se encuentra en el estado de Puebla), proporciona el rojo escarlata. • Zompancle (se utiliza la corteza de este árbol), proporciona el amarillo. • Muicle (se utilizan las hojas de este arbusto, el cual se halla en la zona de Izúcar de Matamoros), proporciona el morado o púrpura. Los demás colores se obtienen de las diferentes combinaciones, por ejemplo: del añil y del zompancle se obtiene el verde musgo; del palo de Brasil y del zompancle se obtiene el naranja; del añil y del muicle se obtiene el negro. Como aglutinante y fijador se utiliza la goma arábiga. Para una mayor comprensión, es importante explicar el proceso que se lleva a cabo para la elaboración del barro policromado de Izúcar de Matamoros. Adquisición del barro. Al barro, que viene en terrón, se le da el término de terremote; puede provenir de diversos sitios de la región, tales como San Andrés Sahuatelco (para los talleres de Alfonso y Agustín Castillo), San Marcos Acteopan (para Aniano Velázquez), San Bartolo Cohuecan (para Joaquín Balbuena cuando tenía el taller y para Elfego Vázquez), San Felipe Coapexco (para Silvestre Hernández). Beneficio. En el proceso de beneficio del barro se azota o apalea, hasta que quede “majado” o suelto, para después colarse. Se separa el polvo del barro que queda en piedritas. Estas últimas se echan en una pileta a remojar por varios días: de tres o cuatro, hasta ocho. A este procedimiento se le conoce como podrido. En la actualidad, la mayoría de los talleres compran el barro ya listo para ser trabajado y ahorrar así tiempo. Amasado. Una vez que el barro podrido ha adquirido la plasticidad necesaria, se vuelve a colar -para evitar que se pasen las piedras-, y se mezcla con el polvo que anteriormente se había colado. Esto es con la finalidad de que el barro adquiera maleabilidad, para que se ponga “chicloso”. Se amasa el barro y se corta en bloques más pequeños y se deja reposar por unas dos o tres horas. Elaboración. Posteriormente se empiezan a elaborar las piezas a mano, unas partes utilizando moldes y otras a modelado libre. Los moldes, o hem-
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bras, son sacados del modelo original hecho en barro, o macho, los cuales también se fabrican de barro y se hornean para su dureza. Los moldes sirven: primero, para hacer las flores; segundo, para algunos animales, como venados, antílopes, cebras, búhos, caballos, borregos y mulas; tercero, para algunas partes de figuras como las cabezas de los esqueletos y las costillas de estos; y cuarto, para algunos personajes, como San José, la Virgen, el Niño Dios y sirenas. Para la elaboración de las piezas en molde se cubre el molde con un poco de polvo de barro para que el barro, al ser compactado, no se pegue y la pieza pueda salir con facilidad. Por otra parte, las partes que se fabrican sin molde son trabajadas con las manos sobre la mesa de cemento; con un poco de agua, y utilizando las rudimentarias herramientas de trabajo, se le da la forma deseada al barro: los rosquetes o armazones para los árboles de la vida, las lámparas, las macetas y los animales, como la nueva serie de dinosaurios que se han elaborado; los cuerpos de los muertos en todas sus variedades, las frutas y los colgadijos, y un sinfín de formas creadas por una hábil imaginación. Secado. Una vez listas, las piezas se dejan secar el tiempo que sea necesario, primero a la sombra y luego al sol por un período de seis días; en piezas más grandes puede llevar de 10 a 15 días. Cocción. Las piezas se meten al horno para su cocción de dos a tres horas a una temperatura que oscila de 300 a 850 grados C, dependiendo del tamaño. Casi todos los creadores colocan las piezas paradas en el horno, que es la manera que permite reducir el número de piezas que se echan a perder por quebraduras y doblamiento. El ingenio de los artífices llega a tal grado que, cuando tienen que quemar pocas piezas, utilizan un “comal de metal”, donde primero se ponen las piezas para calentarlas paulatinamente, para después pasarlas directamente a las brasas de carbón y terminar de realizar el quemado, como lo ha mostrado Elfego Vázquez. Si se usa horno, una vez cargado con las piezas que van a ser quemadas, el fuego tiene que ser muy lento para darles tiempo a que expidan el agua que han conservado, en forma de vapor, y para evitar que se truenen. Al expedir el agua, las piezas se encogen de 1.50 a 2.00 cm. Silvestre Hernández nos explica el proceso del quemado: [sic] Empieza el fuego lentísimo, cuando ve que ya está empezando a aguantar se le mete más y más leña, las piezas están entre llamas, en un horno cubierto .
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de láminas. Para calcular la temperatura arriba empieza a salir la llama de la lámina y cuando el humo negro empieza a volar, es que ya está, entonces con un palito se levanta y se ve si las piezas están rojas, rojas como un carbón, se deja enfriar, cuidando de bajar las llamas si están demasiado fuertes.
En el caso de Élfego Vázquez ha elaborado un ingenioso horno a partir de un barril de metal partido en dos, que ha sido recubierto con fibra de vidrio; en la parte inferior y por medio de una manguera, se alimenta de gas, de esta manera, se realiza un ahorro considerable de energía. Además, cuenta con un moderno y amplio horno, al igual que el taller de la familia Castillo Orta que cuenta con funcionales hornos para dar cabida a piezas de gran tamaño. Baño en blanco de España. Al otro día se descarga el horno. Pero, en caso de tener prisa, el mismo día de la horneada se deja enfriar unos 15 o 20 min., y con un gancho se sacan las piezas para esparcirlas en el piso. Una vez frías, se da a las piezas un baño de blanco de España —sumergiéndolas en una tina—, como base para su decoración. Al blanco de España, que viene en bulto comercial, como nos indica Silvestre Hernández, “se le adhiere sintético o cola, junto con pintura blanca vinílica dejando que quede espesito, como atole, para que pegue bonito.” El blanco de España se deja secar por unas dos o tres horas; este tiempo puede variar si el clima no es tan caliente como suele serlo en Izúcar de Matamoros. Para evitar este paso, y en recientes tiempos, se utiliza una base comercial que hace el proceso sea más rápido. Decoración. La pieza está lista para decorarse totalmente a mano, utilizando pinceles comerciales. La combinación de colores sigue el gusto de los creadores. A las piezas pintadas con acrílicos se les aplica un sellador o barniz para que los colores no se opaquen ni se corran, y puedan ser limpiadas con trapo húmedo sin dificultad. El tiempo de secado del barniz es de una a una hora y media. Sin embargo, a las piezas pintadas con colores naturales no se les aplica nada porque perderían su valor. Según Elfego Vázquez, las pinturas vinílicas tienen mayor resistencia al transcurso del tiempo, a diferencia de los pigmentos naturales que pierden su color más rápido. Cabe destacar que, en la actualidad, los creadores y/o talleres, cuidan de firmar ahora las piezas, como motivo de orgullo y distinción de estas elaboradas y coloridas expresiones artísticas. .
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La variedad de objetos que se producen, al igual que los temas y decoración, son casi infinitos, como la propia creatividad de cada uno de los artesanos. Así, podemos enumerar, a intento de una clasificación, se distinguen los siguientes tipos: • Escenas religiosas: basadas en diversos pasajes bíblicos, con un amplio repertorio. • Escenas profanas: con diversos temas como el circo, bandas de músicos, personajes históricos, todo tipo de animales, entre otros. • Objetos: con fines religiosos como sahumerios y candeleros; objetos decorativos: gran variedad de calaveras, catrinas, representaciones de Fridas, chinas poblana-muerte, entre muchos otros. • Árboles de la vida: destacan y han dado gran renombre a varias familias. Los árboles de la vida de Izúcar de Matamoros representan las piezas más gustadas entre la mayoría de los artistas que las elaboran. Afirman algunos de ellos —como Jorge Mercado y Francisco Flores—, que “es un homenaje a la propia vida.” La representación del característico árbol de la vida de Izúcar de Matamoros está compuesta por una estructura que representa al árbol en sí. La base de la que se desprende el “tronco” del árbol, constituye la parte central; este “tronco” sirve para indicar la mitad de un círculo, llamado arco, que se forma a su alrededor. De este arco, a su vez, se desprenden otros arcos y elementos curveados que le darán forma según el capricho del artista. Los árboles de la vida pueden ir desde un arco central en la base que son los más sencillos, o se sobreponen verticalmente hasta cinco arcos centrales, de los que se ramifican un sinfín de arcos de menores dimensiones hasta alcanzar grandes proporciones. Esta estructura que representa al árbol: base (raíces), parte central (tronco) y arcos y elementos curveados (ramas), está acompañada por el tema central: el momento de la tentación de Adán y Eva en el jardín del Edén. En la base de la figura se encuentran Adán y Eva; ésta porta en su mano la manzana que ha sido tomada del árbol prohibido, mientras que una serpiente enroscada en él se acerca a su oído para convencerla de que la coma y se la ofrezca a su compañero. La escena es completada, dependiendo del tamaño del árbol de la vida, con una gran variedad de flores, frutos y animales. Un elemento distintivo de los árboles de Izúcar de Matamoros es que siempre van a llevar boquillas para velas.
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La gran mayoría de los frutos que aparecen en los árboles de la vida, son lo que los creadores llaman “colgadijos”, pequeñas piezas redondas que se pintan de diversos colores para denotar la variedad, aunque en muchos casos, los colores brillantes se utilizan para darle mayor colorido al árbol, sin importar exista una relación entre la realidad y lo que se pinta. Estos “colgadijos” penden de los arcos de pequeños alambres. Además de éstos, en ocasiones se moldean pequeñas frutas, como son sandías, plátanos, naranjas, fresas y granadas. El animal obligado a aparecer en cualquier árbol de la vida, sin importar el tamaño, es el pájaro, del que se tiene variaciones del mismo tipo en diversas medidas y que se encuentra de perfil. Los pájaros pueden ser de dos formas: de molde, es decir, planos, o moldeados a mano, en los que se aprecia el cuerpo por delante y detrás. El colorido que el artista les aplica va relacionado con los colores que se han utilizado en otras partes del árbol, es decir, los pájaros se tratan de resaltar por medio de la aplicación de colores primarios como base; ciertas partes del cuerpo son pintadas, con líneas o grecas, usando otros colores para realizar una diferenciación de especies. En piezas más antiguas, la estructura del árbol de la vida es más planimétrico, y más sencillo en su elaboración. Es común encontrar el arcángel San Miguel en su parte central, de donde surgen las diferentes ramas del propio árbol. En la actualidad, diversos talleres han retomado este tipo de árboles de la vida al que le llaman “estilo antiguo” y que hoy en día son muy apreciados por los coleccionistas. Otro aspecto que debe destacarse es la evolución en el tipo de decorado que se utiliza. Resulta evidente que en las piezas más antiguas la decoración es más simple, predominando los colores primarios y cálidos, así como grecas simples. Por lo general, las bases solo están decoradas con uno o dos colores, con trazos amplios y sencillos. En contraste, hoy en día, el decorado de las piezas es sumamente detallado, cuidando esmeradamente los trazos que cada vez son más delicados y el petatillo más fino. Se podría decir, en el buen sentido, hay una saturación de decoración, en base a líneas, semicírculos y puntos pequeñísimos y multicolores, que predominan en toda la superficie y que resultan en piezas muy atractivas por su preciosismo en la ornamentación. Para concluir, hay algunos aspectos que se deben considerar: primero, debido a la comercialización resurgió un tipo de cerámica que se encontraba
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a punto de extinguirse. Los objetos originales producidos en Izúcar de Matamoros se encontraban estrechamente relacionados con el ritual religioso: fiestas del “platito” y Día de Muertos. Segundo, se dio una transformación, a lo largo de los años, de ciertos objetos de tipo ritual a una gran variedad de modelos y continuará evolucionando por la propia creatividad. El árbol de la vida paulatinamente apareció y, de igual manera, se ligaba al ritual religioso, como regalo de boda. Es probable que éste haya surgido como una derivación de los sahumerios con arcángel o los llamados árboles genealógicos. En la actualidad, la estructura del árbol de la vida permite intercalar la escena del jardín del Edén con otras escenas bíblicas, como arcas de Noé, así como utilizar la estructura para conformar originales composiciones, con todo tipo de temáticas, como el encuentro de dos mundos, episodios históricos nacionales, platillos mexicanos, entre otros. Tercero, se dio una evolución en el decorado de las piezas, tanto en los colores como en diseño de líneas y grecas. En un inicio se pintaba aplicando franjas y grecas muy anchas; en cambio, a partir de hace algunos unos años, el decorado ha variado: el color se difumina en más ocasiones y se aplican una serie de grecas y diseños más finos, combinados con petatillo, que se han constituido como característicos de Izúcar de Matamoros. De igual modo, las figurillas que aparecen en las composiciones sean de ángeles, santos, personajes históricos, animales o flores, se elaboran cada vez más finos, cuidando todo mínimo detalle. Varios de los creadores han participado en concursos y exposiciones nacionales e internacionales, llevando a exhibir sus coloridas piezas para deleite de propios y extraños. El barro policromado de Izúcar de Matamoros se ha convertido hoy en día en un símbolo de identidad para esta población y orgullo de todos los poblanos. María de la Cruz Ríos Yanes
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Cerรกmica policromada de puebla
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l registro que presentamos a continuación es parte del material fotográfico que ilustró el trabajo de investigación original que presentó la autora en 1994. Destacan en esta serie imágenes de talleres y artesanos actualmente reconocidos y, principalmente, procesos como la aplicación de blanco de España, que ha caído en desuso en nuestros días. La fotografía con la que abrimos este registro es la última conocida de un alfarero izucarense trabajando en el piso sobre un petate. Ofrecemos parte de esta documentación etnográfica como homenaje a las manos y el espíritu de los ceramistas poblanos que con su talento creador materializan las obras de arte que apreciamos como elemento de nuestra herencia cultural poblana.
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Aplicando el barniz, taller de Francisco Flores .
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Las herramientas, taller de Francisco Flores .
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Horno para pocas piezas, taller de Aniano Velรกzquez .
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Oreando las piezas, taller de Alfonso Castillo .
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Acabando la lámpara, taller de Aniano Velázquez
Piezas con blanco de España, taller de Agustín Castillo .
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Decorando las piezas, taller de Jorge Mercado
Decorando las piezas, taller de AgustĂn Castillo .
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Piezas en proceso de decoraciรณn, taller de Alfonso Castillo
Piezas pintadas secรกndose, taller de Alfonso Castillo .
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Crédito de fotografías
Edgar A. Ramírez Soto (p. 10 a p. 34). Glifo de Izúcar de Matamoros, ilustración de Lizette Romero (p. 37). Javier González Carlos (p. 70 a p. 94). María de la Cruz Ríos Yanes, fotografías del proceso (p. 54 a p.69).
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Cerámica policromada de Puebla se terminó de imprimir en el año de Gracia de 2021 en la barroquísima ciudad de Puebla, México. Se tiraron 1000 ejemplares, más sobrantes para su reposición.