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EN EL CIELO RONDAN VOCES
“La niña María ha salido en el baile. Baila que baila que baila...”
Entre los recuerdos más bellos de la niñez, se encuentran los juegos. Estos formaron parte de mi vida en esa época. A veces los evoco con nostalgia. Cómo olvidarme de las rondas: El luche; Pasen, pasen niños; La tiña; La chola y tantos otros.
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A lo largo y ancho de nuestro país, casi todos los niños nos entreteníamos con estos pasatiempos, en que todos éramos uno.
Para mi era una odisea salir a jugar. Aunque ya hubiese hecho mis tareas, tenía que esperar sin moverme que mi abuela Negra terminara de zurcir con su huevo de palo, las papas de los calcetines. La ansiedad me consumía al escuchar los gritos de apremio, de mis amigas llamándome, en el callejón.
Ella ni se inmutaba.
La única señal positiva para mi, era cuando ella cortaba con sus dientes, la pequeña hebra sobrante de la última puntada y luego verla pararse sin esfuerzo de la silla de mimbre, que crujía de alegría al verse libre del peso. Sus manos rugosas sacudían su falda y entonces me miraba, diciendo:
—Puedes salir.
Mis zapatos volaban para llegar a la puerta, no alcanzaba ni a escuchar todas las recomendaciones, me las sabía de memoria, sólo la hora de volver era importante, aún la escucho: “Hasta las seis”. No puedo olvidar, porque preguntaba a cada rato por la hora. Una vez afuera, mis pulmones se llenaban del aire fresco, me llegaba a doler el pecho, me sentía libre como un pájaro. Al ingresar al juego no necesitaba decir una palabra, cortaba la ronda, mi pequeña mano se aferraba a otra y comenzaba a girar, cantando a todo lo que daba la voz. En esos momentos no existía rencor o temor, aunque en la mañana hubiera peleado con alguna de ellas en la escuela, sacándoles la lengua, seguido del movimiento despectivo de la cabeza. Llamado desprecio infantil. Algo sin importancia, pero a veces con terribles consecuencias. Ser acusada a la profesora. Ésta nos hacia pedir perdón a la afectada y luego a darle un abrazo. Muchas veces olvidé la promesa de no pelear y grité: —¡Acusete tira cuete, cinco panes y un bonete!
Las rondas, ese dar vueltas y vueltas, sin parar. Entonando: La niña María, Alicia va en el coche, y tantas otras. En ellas me sentí princesa, bailarina y hasta el peine de cacho de la abuela, con el que me desenredaba el pelo y que me dolía tanto, se transformaba en el peine de cristal usado por “Alicia”. Con las cosas más simples inventábamos juegos, todo era asombro. Con estos aprendí; que ganar era bueno, que el perder tenía un lado triste, aunque esforzándose podía ser mejor. En las rondas sufrí el mal de la envidia, cuando no me sacaban para estar en el centro, supe que a veces el ganar era perder amigas.
Cuando la casualidad me junta con alguien que fue de mi tiempo, recordamos las rondas y las tarareamos a pesar de pertenecer a espacios distintos. Muy dentro de mi, pienso: Que en algún momento de nuestra infancia, las voces se unieron en la enorme bóveda ultra azul del cielo y deleitaron a más de una estrella.
De Apoyo
—¿Quieres participar en un grupo de apoyo? —preguntó el adolescente al viejo.
—¿Qué es eso? —dijo el anciano.
—Es luchar por los derechos de las personas, por ideales, calidad de vida, en general, por lo que quieras —respondió el muchacho.
Por la Alameda se escuchan gritos.
Joven y anciano corren para unirse a los que piden una ley para la igualdad de género.