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M E N E S E S
MI VIAJE
A LA LUZ DE MI VIAJE
título original: a la luz de mi viaje diseño gráfico y maquetación: xavier castellsaguer © del texto: yai meneses © de las ilustraciones: xavier castellsaguer © del prólogo: ismael tounia © de esta edición: facultad de bellas artes (ucm) calle el greco, 2 , madrid 28040 comunidad de madrid
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MI VIAJE YA I M E N E S E S
ilustraciones
XEVI CASTLE
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n la habitación principal del piso 240, reinaba la oscuridad de la noche. Hacía mucho tiempo que ni de día ni de noche se podía disfrutar de la luz del sol, pero la oscuridad nocturna le daba a la ciudad, donde reinaba las veinticuatro horas una semipenumbra permanente, un aspecto de falsa normalidad que hacía recordar las noches de antes del desastre. Primero había sido la contaminación la responsable de la falta de visibilidad, del enrarecimiento del aire hasta hacerlo irrespirable y del exagerado crecimiento de la tan conocida nube 9
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lenticular, la famosa “boina” resultante de los gases de combustión de los millones de coches que llegaron a circular por la urbe años atrás. La situación empeoró con la emisión y acumulación de los óxidos de nitrógeno – la boina de Madrid pasó a ser una espesa manta de color marrón–, y terminó de complicarse con la niebla fotoquímica de aquel verano en el que ya no se pudo siquiera salir a correr ni practicar actividades al aire libre. La cuenta atrás había comenzado. Por primera vez desde que la comunidad científ ica diera la voz de alarma cincuenta años antes, la gente pareció dar crédito e importancia a lo que sucedía, pero era demasiado tarde. La población lo ignoraba entonces, pero el efecto dominó de la mayor catástrofe medioambiental del planeta, se habría de extender todo un milenio. De pie junto a la inmensa ventana, la mirada perdida sobre el tercer nivel suspendido de la ciudad y su frenético ritmo silente, meditaba. La necesidad de evitar la oscuridad había sido siempre instintiva en el hombre, pero desde que 10
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la luz desvelaba imágenes tan dantescas, era raro encontrar a alguien que prefiriera las horas diurnas. Ella no era la excepción. Sólo se detenía a contemplar la privilegiada vista que podía disfrutar desde semejante altura cuando la noche disimulaba lo mucho que había cambiado todo. Los niveles bajos de la ciudad, lo que antes había sido una altura habitable, ya no lo era. El primer nivel era impracticable, nadie bajaba hasta allí porque no reunía condiciones propicias para la vida y, en la mayoría de los barrios, quedaba completamente soterrado, como si de una interminable red de túneles de metro se tratara, o como un mal intento de esconder aquellos testigos mudos del fracaso del progreso mal llevado. Las escuelas organizaban expediciones y llevaban a los estudiantes, ataviados de máscaras e infinidad de medidas de seguridad, a visitar la ciudad antigua. Era un modo de concientizar aún más a las nuevas generaciones sobre desarrollo sostenible y asignaturas afines, tan importantes como las matemáticas en otros tiempos. 12
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Éste era también el basurero de la ciudad. Allí se habían acumulado gigantescos contenedores con elementos de lenta degradación. Categorizados por ciclos y velocidad de reabsorción, cada contenedor habría hecho las delicias de cualquier coleccionista de principios de la época moderna. Los mecheros, de acero y plástico que tardan un siglo en desaparecer se acumulaban junto a vasitos desechables de todas las marcas de comida rápida. El plástico, sobre todo, demasiado contaminante y que no se degrada fácilmente, sería siempre superado por los modelos que contienen zinc, cromo, arsénico, plomo o cadmio. A los chicos les encantaba visitar esta especie de museos de una civilización chiflada que en su desenfreno estuvo al borde del autexterminio. Las bolsas de plástico tardan unos 150 años en degradarse. Por eso ya no se utilizaban. Era chic llevar una de tela o, en todo caso, usaban bolsas de bioplástico que se degradan de forma natural. Uno de los contenedores más visitados era el que contenía zapatillas deportivas, chanclas y sandalias compuestas de espumas sintéticas. 13
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Los materiales sintéticos no desaparecen, sólo se reducen y el calzado terminaba teniendo tallas de bebé. A través del carenado transparente, aquellas miniaturas hacían un recuento perfecto del desarrollo vertiginoso y descontrolado de entonces. Las grandes marcas competían por sacar cada vez tecnologías más sofisticadas y cualquier ciudadano de a pie, podía acumular una media de hasta ocho pares de zapatillas diferentes según la cantidad de deportes que practicara y de las diferentes épocas del año en que lo hiciera. Las botellas de plástico, los objetos más contaminantes, eran otra muestra que atraía poderosamente la atención de los jóvenes. Un panel informativo contaba que siglos atrás habían formado terribles islas en los océanos y que habían sido recogidas, pulverizadas y esparcidas como arena artificial, pero al estar la mayoría fabricadas con tereftalato de polietileno (PET), un material que los microorganismos no pueden atacar, había sido peor el remedio que la enfermedad, de modo que sólo quedó una opción: las botellas de vidrio. 15
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El vidrio, que además es reciclable al 100%, había sido testigo de excepción del paso de milenios porque aunque tarda cuatro mil años en degradarse, es con diferencia, la mejor opción. Yaciente bajo la densa capa de gases, sobre el primer nivel semisoterrado, el segundo nivel consistía en un entramado de enormes tuberías que conducían a salvo de la inmensa cantidad de contaminantes presentes en el suelo, la poca agua potable que se había podido preservar. Las pilas que antes hacían funcionar infinidad de artilugios de toda clase, juguetes, gadgets y trastos cada vez más novedosos, habían liberado metales muy nocivos que en contacto con el agua produjeron el temido metil-mercurio, que pasó a la cadena alimentaria produciendo graves desórdenes del sistema nervioso en los seres vivos. Entonces se había achacado todo al estrés y descontento popular; pero la agresividad creciente de la ciudadanía, el comportamiento paranoide y antipático, las crisis de pánico y los trastornos del sueño provocaron la alarma sanitaria. 16
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Cuando se detectó que no sólo esto, sino que otras enfermedades mucho más letales tenían una incidencia infinitamente superior en individuos de clase media y baja, incapaces de comprar agua mineral o productos orgánicos, los gobiernos tuvieron que reconocer públicamente el envenenamiento progresivo de la población. Los grandes edificios de la ciudad vieja, y que siglos atrás habían formado el skyline de Madrid, eran ahora humildes columnas de carga que soportaban el descomunal peso de la red hidráulica que sustituía al depauperado manto freático. Del Edificio España a la Torre de Madrid, del Faro de Moncloa a la torre del Museo de América, de la Torre Picasso a las Torres de Colón, de la Torre del BBVA a la Torre Europa y a la Puerta de Europa, todas eran parte de esa telaraña metálica que partía de las cuatro torres Business Area y que acometía la gestión del ciclo integral del agua en casi la totalidad de la ciudad. Un nivel más arriba, jardines colgantes intentaban con poco éxito reproducir los jardines de antaño. El sistema microjet permitía economizar 17
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los recursos hídricos y ya se podía disfrutar de algún que otro árbol gracias a la iluminación artificial y a los mimos de una legión de jardineros. Lejos de las ciudades sí que había sobrevivido alguna zona boscosa, pero eran áreas protegidas, reservas de la biosfera y no permitían la entrada a más de algunas decenas de personas al día, con lo cual, cualquier manchita verde era un oasis que se agradecía, aunque seguía siendo demasiado poco. El transporte individual, con todo esto, era historia pasada. Los airtrain, suerte de vagones gigantes, se deslizaban aprovechando la red de tuberías para el agua y poco más. Tenían forma de arco y permitían el crecimiento de la poca vida vegetal que las condiciones ambientales permitían. Todo estaba inmerso en un proceso de recuperación que a muchos se les antojaba imposible o eterno. Por eso el panorama era tan desolador.
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l cuarto de baño comenzó a iluminarse como cada noche. Debía pasar la revisión rutinaria que garantizaba que, aun en condiciones medioambientales adversas como las reinantes en el primero y segundo nivel de la metrópoli, la población urbana gozara de los mejores estándares de salud de la historia. Se desvistió parsimoniosamente. Escaneó su muñeca izquierda. El holograma surgió en la oscuridad de la habitación y le devolvió su imagen giratoria en 3D. Eran colores saludables, tanto los del espectro visible como los infrarrojos. Siglos atrás se hablaba de chakras y los científicos se burlaban, pero las cosas habían cambiado tanto, que mucho de lo que alrededor del 21
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año 2000 era considerado pseudo-ciencia había encontrado explicación y aplicación en esta época. Las teorías de Física cuántica, energía vital y compañía habían terminado explicándolo todo. Echó una ojeada a los valores. Temperatura, tensión y frecuencia cardíaca en rangos normales. Forma física: 9 de 10. Densidad ósea: +1. El resto ni lo leyó, tocó el reflejo de la palabra Enviar, y al instante recibió acuse de recibo de la Central de Salud Urbana. Se contempló apenas unos segundos, esbozó una leve sonrisa y tocó su imagen para que desapareciera. Al final, tanto Chi-Running, yoga y Pilates habían surtido efecto. Salió del cuarto de baño. Cuando las fotocélulas dejaron de percibir su presencia la estancia giró sobre su vértice y desapareció dejando aparecer una enorme pantalla. Las paredes multitarea permitían toda clase de actividad. Las lighthouses, único tipo de vivienda que se podía construir desde la casi extinción de la superficie boscosa y de la insostenibilidad de los materiales de construcción tipo mortero, contaban con infinidad de 22
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“virtual walls”. Sólo las paredes de carga eran reales y estaban hechas de materiales reciclados inteligentes. Las otras, como casi todos los elementos de la casa, aparecían o desaparecían según se los necesitara. Todo funcionaba mediante impulsos de luz y esta realidad, ahora muy tecnológica, habría sonado demasiado poética sólo cien años antes. Ese día, como siempre, la hora de comer había estado acompañada por un recorrido virtual de ciudades y sitios relacionados con el menú. La Fotografía Esférica Inmersiva se activaba mostrando una visión esférica completa de las localizaciones del lugar de origen del plato que se estaba degustando. La vista panorámica de 360º era totalmente interactiva y permitía al comensal ubicarse en el lugar deseado, escuchar el idioma y hasta el sonido ambiental de los tiempos pasados. Había comido Casseruola alla fiorentina, y como se suponía, se vio rodeada de maravillosas imágenes de la que un día había sido la ciudad mundial del arte. Imágenes de antes… 23
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Todo esto no era por gusto. La vida al aire libre era bastante restringida y la sociedad había empezado a sufrir de claustrofobia así que había sido necesario idear soluciones que permitieran salir y disfrutar viajes virtualmente... ¡Cuánto se arrepentía a veces de lo poco que había aprovechado el mundo real cuando todavía se podía! Hubo una época, en su infancia y juventud, en la que los niños y jóvenes vivían atados a sus dispositivos conectados a la red y el grueso de sus relaciones y experiencias las realizaban a través de aquellos trastos, entonces prescindibles. Recordó aquel día de campo en plena primavera en que no despegó los ojos de la pantalla de su móvil para desesperación de su madre. Estaban en la montaña, junto a un río de poco caudal y aguas increíblemente trasparentes que bajaba saltando en pequeñas cascadas que formaban pozas verde esmeralda de increíble belleza. Todo el campo bullía de vida: los prados repletos de flores desbordaban zumbidos y aleteos de mariposas, abejas y aves. El cielo límpido de aquel azul celeste hoy casi olvidado… 24
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El lugar no podía ser más bonito, pero sus amigos habían quedado en Madrid y ella no paraba de contestar a la mensajería instantánea, así que no prestaba casi ninguna atención al espectáculo natural que la rodeaba. No disfrutaba del sitio donde estaba, y no estaba con quienes disfrutaban de su atención. Había perdido la capacidad de estar, se había convertido en un ser omnipresente que no estaba en realidad en ninguna parte. La suya sería la primera generación en sufrir los efectos de la conectividad permanente, cuando la comunicación virtual llegó a sustituir casi por completo la real a tal punto que algunas personas llegaron a experimentar niveles altos de angustia cuando no estaban conectadas a la red. Era común entonces ver dos personas sentadas tomando café en silencio, cada una atenta a su teléfono comunicándose virtualmente con otras personas distantes, en el metro cada cual iba atento a su pantalla, ya nadie se miraba ni intercambiaba palabras, y si alguien se perdía, su primer impulso era buscar respuesta usando 26
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el GPS o información online. Estar siempre conectados y accesibles, incluso cuando se realizaban otras actividades como compartir tiempo con alguien o mientras se veía una película, llevaba a dividir la atención hasta el punto se perdió la capacidad de concentrarse en algo de manera óptima. Echó a reír. Su primer novio no podía evitar el impulso de mirar a la pantalla de su móvil al sonido de un mensaje entrante aunque estuvieran en pleno sexo. Se metió en la cama con la intención de ver un documental sobre Florencia. Al mediodía se había quedado con ganas de más, pero las bellísimas imágenes de la ciudad, sus monumentos y la Toscana se desvanecerían a los pocos minutos una vez detectar que la había vencido el sueño. Dormía rodeada por una luz azul violácea que significaba sueño apacible-reparador. La casa inteligente detectó su sueño y se puso en modo Sleeping también. A la mañana siguiente se levantó con una decisión tomada. Pronto llegarían las vacaciones del equinoccio primaveral. Era una suerte que las 27
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festividades geográficas se respetaran a escala global. Por su parte, desde que el trabajo se medía según el desgaste físico y mental, y tomando en consideración las horas de autopreparación en casa, acumulaba el doble de tiempo de descanso que antes. Tenía 748 horas por descansar y había decidido viajar a Florencia… virtualmente, claro. Pulsó el ícono del asistente por reconocimiento de voz para deshabilitarlo, le apetecía hablar en voz alta con su interlocutor sin que la buena señorita, tataranieta de la Siri de aquellos antiguos teléfonos primitivamente inteligentes se diera por aludida y acudiera en su “ayuda”. La tenue luz de la comunicación inalámbrica que animaba todo dejó la habitación. Accedió a la Agencia global de viajes y solicitó su destino, Florencia. La cara del agente en la pared resultaba cómica de tan ampliada.
―Simple ―dijo el agente. ―Todo está previsto ―aseguró. 29
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La invade un aluvión de imágenes de una ciudad imposible de tan bella, con los geniales Miguel Ángel y Leonardo, conviviendo; con Botticelli, un poco antes, atreviéndose por primera vez a adorar el placer y la belleza; con la catedral inacabada y Brunelleschi desafiando los conceptos arquitectónicos imperantes. Imágenes que se condensan y proyectan en una habitación amplia, herméticamente cerrada. Su pensamiento no permite al agente deducir nada. Es casi un muchacho y se desespera. ―Año, por favor. ―1504 ―susurra. ―1504 ― repite la voz y añade. ― ¿Día, mes…?. ―18 de mayo ―contesta. Pero seguía titubeando, quería ver salir del taller de Miguel Ángel al David recién esculpido, la magnífica obra de un genio… pero la 30
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época de regresión, la caída de los Medici, el oscurantismo religioso subsiguiente era algo que no deseaba sufrir. Una época es un todo. Una persona también. Tendría que elegir. No sabía cómo explicarle… ―Entiendo. Descuide, no necesita hablar para comunicarse conmigo, solo piense lo que desea decirme y será suficiente. Y escucha la risa de su interlocutor. De pronto no había recordado que esto era posible. Pensar y ser escuchada. Desde luego que pensar en un pasado tan remoto la había remontado a su juventud dos mil años antes. Se sintió algo incómoda y un pelín ridícula. Desde que se podía transferir la mente de una persona desde un cerebro vivo hacia una máquina, conservando la personalidad y la memoria intactas, como si se tratara de una transferencia vía Nube liberando la mente de su forma física, la persona podía existir en una red similar al Internet y ser capaz de viajar a 31
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la velocidad de la luz por todo el planeta, desplazarse en el tiempo e incluso viajar hacia el espacio exterior. Al final la iconografía antigua no había hecho más que nuestro intuir lo que la ciencia demostraría luego: las almas eran luz y podían viajar en ella. La naturaleza almática tenía un carácter material idéntico al de la luz y sus propiedades físicas eran las mismas. Desde luego que ahora le hacía gracia que desde el principio de los tiempos por mera intuición todas las civilizaciones hubieran pintado al alma como halo de luz alrededor de la cabeza. Sus padres, hartos de su dependencia tecnológica, de su incapacidad de comunicarse realmente y viendo el peligro medioambiental convertirse en una inminente catástrofe la habían enviado al futuro lejano en cuanto tuvieron la posibilidad de hacerlo. De hecho habían sido contactados por dirigentes del futuro que necesitaban jóvenes con experiencias en el mundo real pero a quienes lo virtual no molestara en demasía para poblar aquellos años de recuperación planetaria. 32
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Había que elegir un avatar que permitiera controlar una réplica humana robot a través de una interface orgánica, pero se perdía una cosa que entonces no pareció esencial: la risa espontánea. Sí se había logrado reproducir la reacción a lo cómico, como las risas grabadas de aquellos programas de la tele, pero la que surge de la nada, la risa ingeniosa, esa no. El proceso in extremis consistía en trasplantar un cerebro humano a un cuerpo artificial “al final de la vida de la persona.” Así pretendía la humanidad preservar la memoria de lo que había sido la tierra antes del desastre, usando la nostalgia de lo bello como elemento catalizador de la transformación y reconstrucción necesarias.
Era una sociedad inmortal, con recuerdos de la época en que se perdió casi todo. Era un reino donde lo natural era un lujo impagable. La memoria y la personalidad de la persona permanecía intacta en el cyborg, pero para llegar a este punto, había sido necesario crear un modelo computarizado de la conciencia humana. 34
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Siglos atrás toda la población se había hecho con esta suerte de Arca de Noé virtual hasta el punto en que la interfaz f ísica había llegado a ser irrelevante. Las personalidades humanas salvadas de la muerte y la carne podrían manifestarse en forma de hologramas y “vivir” en forma de información en un espacio similar al Internet de antaño. A veces recordaba lo mal que lo había pasado entre dietas y gimnasios. Gustaba de pequeños placeres: café con leche endulzado con azúcar de caña, bollitos con mantequilla y mermelada, pan recién horneado con aceite de oliva y tomate triturado… Por suerte aquello era historia, porque ahora la buena forma física estaba garantizada de serie, y sólo para mantener los niveles cerebrales de endorfinas virtuales se practicaba algún deporte.
―¿Cómo desea viajar? Avatar A, B o C? Había olvidado la “presencia” del agente. Siglos atrás habrían preguntado si en primera o turista o si en low cost … 35
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―Avatar C― Almas. Era el nombre popular para las psiquis humanas digitalizadas Inmediatamente cambió de opinión. Al fin y al cabo seguía siendo un ser humano digitalizada o no. Quería volver con sus padres, a la época del mundo real. Sabía que tenía sólo 748 horas pero quería disfrutarlas con ellos, ver a sus amigos de entonces y hablarles de verdad, cara a cara… pero la inmediatez de su mundo no dejaba lugar a cambios de opinión ni a titubeos. Cuando quiso darse cuenta ya iba viajando por la luz rumbo a Florencia, justo a tiempo para ver salir la magnífica estatua del David del taller de Miguel Angel.
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Este volumen 1º de la colección de reproducciones de libros por la clase de gráfico (2016-2017) de la universidad complutense (ucm) bellas artes se terminó de imprimir en la ciudad de Madrid el día 23 de mayo de 2017