La "Grancia Grande" 150 años después

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LA “GRACIA GRANDE” 150 AÑOS DESPUÉS LA EXPERIENCIA “EUCARÍSTICA” DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES, CMF Ya desde niño me sentí fascinado por la imagen de san Antonio María Claret “sagrario viviente”. Pasados muchos años y coincidiendo con el 150 aniversario de aquella gracia, he sentido la necesidad interior de reflexionar sobre aquello que me fascinó. Lo hago con la experiencia que puedo tener como profesor de teología durante los cuarenta últimos años. Nunca he dudado de la veracidad de la confidencia de nuestro Padre Fundador sobre la permanencia sacramental de Jesucristo en él de una comunión a otra en la última etapa de su vida. Debo confesar que valoro mucho los estudios que se han realizado en la Congregación para explicar el fenómeno y descubrir su trascendencia; no obstante, a 150 años de esta “gracia grande” necesitamos volver sobre la herencia recibida y reinterpretarla en un nuevo contexto.

I. EL TESTIMONIO DE CLARET SOBRE LA “GRACIA GRANDE” 1. LAS VERSIONES DEL HECHO Y SU CONTENIDO FUNDAMENTAL Parto del supuesto de que el testimonio de Antonio María Claret sobre la gracia grande merece ser creído1, aunque se sirviera para ello de categorías teológicas propias de aquel tiempo que hoy nos resultan un tanto obsoletas : “En el día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario, en La Granja, a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho” (Aut 694)

El hecho así transmitido aparece, ante todo, como una gracia muy especial (reserva milagrosa 2 del Santísimo en su pecho) que Claret experimenta en un contexto de oración y a la cual responde con una intensa y permanente oración3. Él lo interpretó como gracia de la “conservación de las especies sacramentales” y por otra parte la localiza “en su pecho” y la temporaliza en un genérico “día y noche”. En

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Hablo de “reserva” y no de “permanencia” sin más como F. Juberías, porque el relato pone el acento en el “de una comunión a otra”; la comunión es la culminación de la celebración eucarística; por eso, debería decirse más correctamente “de una celebración eucarística a otra”. Por eso, prefiero hablar de “reserva” eucarística; no se trata de una permanencia de la celebración –que ha concluido-­‐, sino de la reserva eucarística. 3 “Hallándome en oración… el Señor me concedió la gracia grande… por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar”.


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