Los cazadores de bestias humanas. Tenía mucho de no ir a Cuzco. Siempre esa ciudad, de alto nivel de tolerancia y aceptación a las visiones alternativas, me ofrecía tranquilidad en medio de las persecuciones. Esta vez, sin embargo, mi viaje tenía otra razón. El mundo es un lugar que se convirtió en un campo de caza. Nos dijeron que nunca más, pero se encendió la mecha de la persecución oculta por las leyes contra inmigrantes. . No contaré la historia del cómo pasó, pero si de los resultados. Esta era la razón de mi visita a Perú. Una invitación llegó a mis escondrijo en el sur, el lugar más apartado de las brigadas que hacen cumplir las leyes de deportación a una isla llamada “El Deposito”. Ahí todos aquellos que fueran de una religión, raza, diversidad sexual, etnia, distinta a las mayorías, los metían en las enrejadas áreas sin la oportunidad de ver un amanecer o anochecer en paz. No se tenía nombre, solo se les decía a todos “extranjeros”. No cabía duda que no era muy amigable la situación en dicho lugar, y ganarse un pasaje ahí, era el infierno en este tercer planeta. En ese entorno, esta invitación vino a mí. Un sello al final mostraba una serpiente que era aplastada por una bota de metal, y esta mordía el tobillo de su asesino. Esa fue la interpretación que di al verla. Un lugar y una fecha: 5 de noviembre y calle de San Blas. Nada más. Nada había que perder en medio del caos, solo la vida, pero como en estos tiempos nuestra misma existencia no vale más que un soplo de algún vecino que dijera: Ahí hay un extranjero, Metí mis prendas en una vieja mochila roja y partí a Cuzco por los pasos fronterizos de los arrieros donde los vientos andinos soplan en los ventisqueros. En pocos días, llegué a Cuzco, que por su ubicación se había aislado, como algún día lo estuvo Machu Picchu. Conocía muy bien el lugar de unos años atrás. En un época muy lejana para mí. Tiempos que la gente se sentía protegida por el desconocimiento de las realidades que se unían bajo la visión de la intolerancia y discriminación. Cuando tras las sombras de consumir y ser consumidos todo era bello y fantasioso, nos fuimos quedando, no miopes, sino ciegos. Ya no importaba, ahora solamente quedaba sobrevivir, no vivir. Al llegar a la subida de San Blas ese 5 de noviembre, me salió al encuentro un chico de unos 14 años y me dio una hoja de coca con un pequeño mapa marcado en ella. Lo seguí y llegué a un costado de una tienda de ollas, y me recibió una pequeña mujer doblada por los años. Me hizo pasar a una habitación donde me esperaban cinco personas. Con gran amabilidad me señalaron una bolsa sobre una mesa. La tomé y los miré. Uno me dijo que sí podía vaciarla en el suelo. Mi estómago se revolvió pues la pestilencia que emanaba de ella era asquerosa. Cuando la levanté sobre mi cabeza y la vacié rodaron por el suelo varias cabezas cercenadas de tajo.
De los cinco, uno se paró frente a mí, y con una sonrisa me preguntó si le tenía miedo a la justicia. Yo solamente baje la mirada. Sabía de quiénes eran esos restos en el suelo. “No” le grite. Lo sabemos, me respondió. - Sabes, cuando la situación te pone contra la pared, y no tienes nada que perder en este momento actual, unas cabezas cortadas sobre la tierra, no es nada. Solo son objetos pertenecientes a enemigos, perseguidores, secuaces, y su intelecto no es más, en este momento exacto, que la expresión de la justicia evolucionada. ¿Sucio? Sí. ¿Crimen? ¡No! - Yo creo que existe una pequeña confusión en la solución al problema de la persecución, considero que esto es ser parte del problema. ¿Cortar cabezas? ¿Enemigo? ¿Hablan en serio? - No hablamos en serio, actuamos seriamente. Ahora el punto de haberte invitado es si serás parte de las serpientes que envenenan a sus victimarios o si tu cabeza será parte de las que yacen como sandías ahí. - Yo no pedí ser parte de esto. - Sí lo fuiste. Claro que sí. Tú piensas que las acciones solo son las que envenenan a nuestros enemigos, también tus palabras en cada reunión a donde pones tus pies siempre incitaban a la justicia y la equidad. Nosotros fuimos a ellas. Siempre los que mucho hablan se escandalizan de los resultados sucios de sus ideales. Eso ya no importa, pues el momento de pasar de víctimas a victimarios se acabó. Durante siglos han perseguido a personas consideradas diferentes a la generalidad social, por medio de las torturas, la hoguera, el exilio, la cárcel, la discriminación y el asesinato, todo el cóctel de formas que las bestias han usado para llevar a cabo sus delitos en nombre de cuidar sus valores propios. - No podemos ser igual a ellos, nos convertiríamos en bestias si aplicamos la violencia sobre la violencia. No me uniré a esto, aunque mi cabeza termine junto a estas. - La razón sobre la fuerza siempre fue tu debilidad ¿Hace cuánto no tocas un violín, Tevye? Mi corazón se llenó de los sonidos de mi violín. Mi violín que nunca más me dejaron tocar, hasta mi nombre había olvidado como sonaba al pronunciarse por otro ser humano. -
Muchos años que no pongo mis dedos en un violín, pero posiblemente puedo poner las manos en algo que pueda hacerme sentir algo más que miedo entre las bestias. Bienvenido a la overtura, Tevye.