DE UNA TRAGEDIA UNA OPORTUNIDAD

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DE UNA TRAGEDIA UNA OPORTUNIDAD

Breve reseña sobre la vida del Dr. Joaquín Molina Cornejo

Óscar Perdomo León

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Óscar Perdomo León

DE UNA TRAGEDIA, UNA OPORTUNIDAD Breve reseña sobre la vida del Dr. Joaquín Molina Cornejo

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Óscar Perdomo León

DE UNA TRAGEDIA, UNA OPORTUNIDAD

Breve reseña sobre la vida del Dr. Joaquín Molina Cornejo El Salvador, 2007

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Primera edición, 2007.

HACER DE UNA TRAGEDIA, UNA OPORTUNIDAD Derechos Reservados

© Joaquín Molina Cornejo y Óscar Perdomo León, 2007.

Fotografías tomadas por Óscar Perdomo León* y Gustavo Guardado** Escaneado de las fotografías: Jaime Barrera. Trabajo de edición y digitación: Erika Valencia y Óscar Perdomo León.

Todos los derechos reservados. No puede ser reproducida total ni parcialmente esta publicación, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor de esta obra.

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DEDICATORIA

A todos los pacientes, hombres y mujeres, que permitieron ser tratados quirĂşrgicamente y que confiaron en nuestros conocimientos. A todas las doctoras y doctores en Medicina de El Salvador. A todo el personal de Salud que trabaja jornadas interminables, salvando vidas en los diversos hospitales de El Salvador.

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Contenido Página Prólogo………………………………………….

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Capítulo 1 Una decisión.........................................................

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Capítulo 2 Adolescencia y vida universitaria.........................

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Capítulo 3 Residencia en el Rosales………………………..

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Capitulo 4 Final …………………………………………….

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Glosario …………………………………………

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Prólogo

Vi por primera vez al Dr. Joaquín Molina en la Universidad de El Salvador, cuando aún era estudiante de Medicina. Sin embargo pude conocerlo bien hasta cuando llegué a trabajar al Hospital de Sensuntepeque. Me pareció de entrada una persona muy agradable. Un día del año 2005, como a las 8:30 p.m. nos vino a la Emergencia del Hospital de Sensuntepeque, un hombre herido por arma de fuego; tenía al menos 14 heridas de bala en todo su cuerpo, incluyendo el tórax y el abdomen. El paciente estaba en shock hipovolémico. Inmediatamente llamé al Dr. Molina y le expliqué el caso. En un par de minutos estaba en el hospital, sin importar la hora y sin importar que en ese año él no estuviera trabajando en el mencionado hospital. Entramos a Sala de Operaciones durante 4 horas y el paciente logró salvarse. Creo que la vida del Dr. Molina, ligada a la honradez y al trabajo diario, es un ejemplo a seguir. Así que cuando me contó su historia de cómo había decidido convertirse en médico, un golpe positivo sonó dentro de 9


mi cabeza, que motivó en mí la idea de escribir un pequeño esbozo de su vida. Al plantearle la idea se mostró entusiasmado y se involucró conmigo en el proyecto. Este libro no es una biografía en esencia, sino más bien, una historia sobre cómo a través de una tragedia y ante adversidades, una persona se puede superar con trabajo, constancia y honradez. Además nos encontramos en este libro una colección de interesantes anécdotas de la vida de Joaquín Molina, las cuales nos muestran su naturaleza como ser humano, como profesional de la salud y como ente social, político y espiritual. Óscar Perdomo León

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1 UNA DECISIÓN

Joaquín sintió un dolor terrible cuando la carreta pasó encima de su abdomen, junto con el peso de un tonel de agua y de aproximadamente once personas. El paso sobre su cuerpo fue rápido; pero en ese instante él percibió el tiempo como un túnel negro, largo e infinito. Esa mañana el sol de las once ya había endurecido los caminos del cantón El Espinal. Un viento ralo y caluroso golpeaba los rostros de los niños -quizá unos quince- que iban subidos en la carreta, junto al carretero Chepe Cotón, a través de una vereda polvorosa, cuyas orillas estaban llenas de arbustos, árboles y cercos de madera cubiertos de hiedra. Era un 02 de febrero de 1975 y era el regreso del primer día de clases. Joaquín era un joven de 13 años de edad, fuerte 11


y profundamente arraigado a su tierra natal, soñador e ilusionado con la vida. El camino desparejo y pedregoso hacía que la carreta se moviera con un vaivén de barco en el mar, con un vaivén de hamaca rígida. Cuando la carreta pasó inesperadamente sobre una piedra grande, Joaquín, quien llevaba abrazados todos sus libros de texto –de televisión educativa de séptimo grado- perdió el equilibrio y cayó inevitaJoaquín Molina a los 13 años de edad.

inevitablemente bajo la carreta (aún cuando era supuestamente el más experto carretero de entre todos sus amigos); al caer quedó trabado en “el matabuey”, por el que fue arrastrado más o menos 10 metros antes de que le pasara la carreta encima. Unos vecinos cercanos al lugar del accidente lo auxiliaron. Lo acostaron en una cama de lona, de esas de doblar, y le dieron un 12


poco de agua. El dolor era intenso y el abdomen se empezaba a distender y endurecer. Joaquín sentía un dolor abdominal intenso, al respirar profundo; sin embargo su pensamiento más inmediato y necesario era, sin duda, que no se le avisara a su madre porque tenía miedo que lo regañara. No obstante, en esas comunidades pequeñas las noticias corren como pólvora encendida y muy pronto su madre se vio envuelta en la angustia. Chepe Cotón trató de ayudarlo, pero no sabía que hacer. -¿Qué fue lo que pasó? -le preguntó uno de los primeros vecinos que llegaron al lugar del accidente. Y Chepe Cotón, con un evidente sentimiento de culpabilidad, con una fuerte sensación de responsabilidad, contestó: -¡Ya maté un bicho ahí! En realidad todo había sido un desafortunado accidente; pero el sentimiento de culpabilidad lo empujó a tratar de ayudar con ímpetu al joven, por lo cual Joaquín fue llevado por su madre con prontitud al hospital de Cojutepeque, en donde los médicos que estaban de turno decidieron referirlo inmediatamente al Hospital Rosales, debido a su comprometido estado; pero no había ambulancia, así que en esa deplorable y grave situación como Joaquín se encontraba, tuvo que caminar junto a su madre 13


desde el hospital hasta la parada de buses de Cojutepeque, en donde se subió a un bus hasta la Terminal de Oriente de San Salvador, en donde tomaron un taxi. Fueron horas que parecían siglos. Fueron dolores que se parecían mucho a la tortura. Cuando llegó a la jungla de concreto y entró al Hospital Rosales, los cirujanos no pensaron dos veces en llevarlo a Sala de Operaciones e intervenirlo quirúrgicamente a través de una laparotomía exploradora, sin el previo y rutinario lavado quirúrgico. ¡Gritaba a leguas que era un abdomen quirúrgico! Había alrededor de Joaquín numerosos estudiantes de Medicina y algunos médicos residentes de Cirugía. Joaquín fue llevado por largos pasillos hasta la Sala de Operaciones de Emergencia. Ahí se le realizó resección y anastomosis de intestino delgado, y además, resección del bazo. Al despertar de la anestesia, Joaquín sintió el dolor postoperatorio, pero en realidad lo que le importaba y preocupaba más en ese momento era la extrañeza de encontrarse en un lugar completamente distinto del campo abierto, verde y silvestre. Se vio en cambio a sí mismo acostado sobre una cama blanca, en medio del aire acondicionado de la Sala de Recuperación y de las cuatro paredes cerradas. Joaquín vio una enfermera que escribía afanosamente. Casi con 14


angustia, mientras veía las ventanas sol-aire y sentía la zozobra de encontrarse en un ambiente extraño para él, de vidrios, luces artificiales y pintura blanca, le dijo a la enfermera: -Quiero ver árboles... A la enfermera le cayó en gracia el pedido del joven y le sonrió. -No te preocupés que ya te vamos a sembrar unos árboles -le contestó en tono de broma. “Quiero ver árboles”... lo cual en realidad significaba quiero regresar a mi casa, quiero estar con los míos, quiero, en fin, irme de aquí. En su corazón había una inquietud perturbadora, un llanto silencioso sin lágrimas, una nostalgia quemante sin tregua. “Quiero ver árboles”: una frase muy dolorosa en ese contexto. Joaquín se hundió involuntariamente en el sueño otra vez, sometido por los remanentes de la anestesia y soñó con su casa, con sus amigos, con su madre y su padre, con sus vecinos del cantón El Espinal. (El Espinal es un cantón que pertenece jurídicamente a San Rafael Cedros, departamento de Cuscatlán. Es un lugar en donde se siembra caña de azúcar y que en los días en que Joaquín era un joven no había agua potable ni energía eléctrica, las cuales se han instalado hasta hace relativamente muy poco tiempo.) 15


Al día siguiente, por la mañana, en la pasada de visita rutinaria de los médicos, en el Hospital Rosales, el jefe del servicio del Primero Cirugía de Hombres, un doctor de apariencia agradable, que inspiraba respeto e irradiaba entusiasmo, con canas en las sienes y espeso bigote gris y con el saco café colgado en los hombros, se acercó a Joaquín y dijo en voz alta dirigiéndose a todos los demás médicos y estudiantes de Medicina que lo seguían: -A este muchacho es al que le pasó la carreta encima ¿verdad? -No, doctor, -replicó Joaquín, con la voz sostenida y profunda que le producía el dolor post-quirúrgico- sólo fue una rueda la que me pasó encima. El especialista se sonrojó. Y la risa fue general, entre médicos y pacientes, al oír la ocurrencia del joven. El tiempo fue pasando lentamente en el hospital. Joaquín estuvo ingresado durante ocho días, sin probar ningún alimento y con drenos y líquidos endovenosos. Fueron días largos y tediosos, llenos de aprendizaje y de prueba a su fortaleza. Aunque no todo fue doloroso. Hubo momentos divertidos, gracias a uno de los pacientes que también estaba ingresado ahí. Siempre estaba contando anécdotas o chistes y Joaquín trataba de no reírse –aunque era 16


inevitable- debido al dolor que le causaba en la herida operatoria. Joaquín, en su ignorancia de niño, se preocupaba por momentos, pensando en si quedaría estéril o si acaso nunca más practicaría deportes. Un día, mientras Joaquín era curado y miraba las torundas empapadas de jabón yodado y mientras un médico interno le extraía uno de los drenos (lo cual le causó un dolor exquisito), tomó una firme decisión: -Cirujano quiero ser. Se lo dijo a sí mismo, hacia adentro, sin voz ni ruidos, sólo con la decidida confianza de que lo que acababa de desear era algo irrevocable. Y durante algún tiempo no se lo confesó a nadie. Joaquín nunca había estado antes en un hospital y era además la segunda vez que se encontraba en San Salvador. Joaquín soñó esa noche, que se acercaba al día de su alta, con coloridos pájaros cantando y árboles llenos de verde follaje, con lagartijas y zompopos. Soñó con un mar de cosas verdes y silvestres. Soñó con lo que más amaba, sin saber que veinte años después se estaría graduando de Cirujano General del mismo hospital en donde estaba siendo atendido.

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2 DE LA NIÑEZ A LA VIDA UNIVERSITARIA

Lo intensos lamentos de la mujer se escucharon en todo el cantón. Las aves, las vacas y los caballos fueron mudos testigos. Sólo sostenida por la mano de la partera, la mujer pujó con fuerza y sintió como a través de su canal del parto salía con lentitud el pequeño ser humano. La cabeza empujaba con fuerza para abrirse paso a través del apretado túnel. Un grito sofocante se produjo al mismo tiempo que el recién nacido salía del vientre de la madre, untado de sangre y líquido amniótico. Era Joaquín Molina Cornejo, quien nacía un 20 de octubre de 1962, en el cantón El Espinal, San Rafael Cedros, departamento de Cuscatlán. Este pequeño recién nacido sería médico especialista

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en Cirugía y futuro alcalde de San Rafael Cedros, durante seis años.

Joaquín Molina, sostenido por su hermana Felícita.

La partera cortó el cordón umbilical, amarró el ombligo fuertemente y lo curó con alcohol. Si la comadrona no hubiera hecho esto último, probablemente Joaquín hubiese muerto, al igual que dos hermanos que habían nacido antes que él y que fallecieron precisamente de onfalitis (1), aunque un tercero había fallecido debido a gastroenteritis (2). Joaquín fue el quinto hijo de 13 hijos, atendido por partera empírica. En ese momento 20


del nacimiento de Joaquín sólo sobrevivía la primera hija, Felícita. Los otros hermanos son Teresa de Jesús, Manuel de Jesús, José Simeón, Paula, José Alirio, María Cordelia y Adrián.

Mauricio (vecino),Teresa de Jesús, José Alirio, Joaquín, Paula, José Simeón y René (primo).

Su padre, Adrián Molina Cañas, nació en julio de 1927, también en el cantón El Espinal. Nunca aprendió a leer ni escribir; pero se instruyó en los elementos básicos de la aritmética de una forma empírica. Fue huérfano de padre y madre desde los cinco años de edad, creciendo al lado de sus abuelos maternos. El padre de Joaquín trabajó desde niño en la agricultura y con el tiempo se cultivó en todas aquellas cosas necesarias que hay que saber del agro, así como también en aquellas cosas con 21


respecto a la ganadería. Siempre fue un obsesivo-compulsivo del trabajo. Trabajar fue y ha sido siempre su placer y su vida. Y ese amor al trabajo, así como el apego hacia todas las cosas del campo, fueron transmitidas a Joaquín sin palabras, tácitamente, con un vigoroso ejemplo cotidiano. La madre de Joaquín, Sara Cornejo Martínez, quien nació el 26 de diciembre de 1937, en el mismo lugar, es decir, en el cantón El Espinal, desde pequeña fue educada para los oficios del hogar y siempre fue y ha sido una excelente ama de casa y una devota cristiana católica. Constantemente ha llenado a Joaquín de un amor que sólo una madre puede dar. Ella, a diferencia de su esposo, estudió hasta cuarto grado de primaria. Es importante hacer notar que, en el área rural de El Salvador, el hijo varón mayor siempre ha sido educado y preparado para que se dedique a cultivar la tierra. Así que desde que era un bebé, Joaquín fue llevado hasta el lugar de trabajo: la tierra. Siempre fue alimentado con leche de vaca y leche materna, nunca con leches-fórmulas. Desde los 5 años ayudó a cuidar a los terneros y a podar la maleza de la tierra, sin dañar los cultivos. A la edad de 7 años ya podía ordeñar. Además acostumbraba bañarse una vez cada 22


semana; y cuando se le olvidaba, a los quince días. La realidad era que no había acceso adecuado al vital líquido durante la estación seca, y la distancia hacia los lugares donde había fuente de agua era al menos de un kilómetro. Su padre viajaba los domingos y lunes a Santa Rosa de Lima, los jueves a San Isidro, los viernes a Ilobasco y sábados a San Rafael Cedros. Los animales, vacas y bueyes, se llevaban a pie, atravesando carreteras de asfalto y caminos empolvados y eran conducidos por el mismo Joaquín. El potrero estaba a un kilómetro de la casa. Joaquín solía levantarse al amanecer. Se bañaba en una quebrada de agua cristalina que atravesaba el terreno de su padre y que desembocaba en el río Jiboa, desayunaba y caminaba hasta la escuela que estaba a 400 metros en línea recta desde la casa y a 800 metros por la carretera. Al finalizar al mediodía las clases, Joaquín iba a separar los terneros de las vacas. Estaba pendiente de ellos, de darles agua y traerles zacate, cada día, día tras día. En enero ayudaba a sembrar caña y luego a cortarla. El dulce de panela se envolvía con tusas (hojas de maíz) y se amarraba con hilos de mata de guineo. La carga (que tiene 48 pares de atados) se guardaba en el tabanco (3). Las 23


cocinas estaban siempre debajo de los almacenajes del dulce de panela, de tal manera que éste permanecía siempre con calor, evitando que se licuara. En el invierno Joaquín siempre se iba al potrero. Algunos días sembraba frijol y maíz, los cuales abonaba en dos ocasiones. Estaba pendiente de podar dos veces para que no creciera la maleza. A veces echaba tierra al tronco del maíz, lo cual era conocido como aporcar. Doblaba el maíz y cuando estaba seco lo tapiscaba, es decir que arrancaba la mazorca de la planta de maíz, siguiendo las tradiciones culturales de sus ancestros pipiles. Su familia tenía telares donde se tejían colchas y sábanas, lo cual implicaba mucho trabajo. Había dos tipos de hilo: ambos de algodón, uno delgado y otro grueso. Una mezcla de agua y arroz conocida como chilate se usaba para impregnar el hilo de algodón, lo cual se conocía como enchilatar las madejas. Otras personas hacían cañones (hilo enrollado) para lo cual se utilizaban tornos, de los que salía las canillas (bollos de hilo) y por la tarde Joaquín mallaba (anudaba las puntas de los hilos de las colchas peludas). Luego cenaba, rezaba hincado el santo rosario y se acostaba a dormir a las 7 p.m. Día tras día. Los días domingos le tocaba ir a misa a la ciudad, San Rafael Cedros. 24


También se divertía jugando de una u otra manera. A los 8 años hacía trompos de madera de guayabo y los vendía a 5 centavos de colón. Hacía yugos de madera y los amarraba a los copinoles y jugaba que iba manejando una yunta de bueyes. Hacía también capiruchos, poniéndoles un hierro caliente a los trozos de madera en medio y dándoles la forma con corvo o cuma. Para afinar la parte interna lo hacía con un pedazo de vidrio. Jugaba con pepas el toque y cuarta y al chusco (4). Jugaba también de lazar un tronco, a manera de práctica para apresar el ganado vacuno. Hay una anécdota de cuando Joaquín estaba en tercer grado de primaria. Mientras jugaba chusco se peleó con un compañero de clases. En esa ocasión casi lo expulsan de la escuela. Esto fue muy traumático para Joaquín, ya que hasta tenía pesadillas de vez en cuando, por lo cual prometió no volver a pelear más de esa manera. Así fue el nacimiento y la niñez de Joaquín: lejos de la ciudad, rodeado de un auténtico ambiente rural.

*** Tan pequeño e inocente para entonces ni siquiera se imaginaba que algún día habría de 25


estar en un hospital, en la ciudad de San Salvador, entre la vida y la muerte, y que por fortuna iba a ser intervenido quirúrgicamente a tiempo. Y ahora Joaquín de 13 años de edad, ingresado en el Hospital Rosales, recuperándose rápidamente, pensaba en regresar a su casa. Por fin llegó el día del alta y Joaquín salió del hospital al octavo día. Un vecino que lo estimaba mucho lo había ido a visitar y decidió regresar con él a su casa. Como sus padres le habían llevado alguna ropa (una camisa guayabera celeste y un pantalón de poliéster amarillo, de un tono garbanzo), pero no zapatos, tuvo que irse descalzo. Pero eso no le importaba mucho, con tal de regresar a su casa. El único problema es que su estimado vecino, quien era conocido como tío Eulalio, no tenía dinero ni para su propio pasaje, pero tenía una ventaja circunstancial: había sido cobrador de buses durante algún tiempo, así que conocía a muchos en ese trabajo, de tal manera que consiguió que ambos regresaran a su casa sin gastar un solo centavo. Ese día cuando regresó y entró a su casa, su familia se mostró muy feliz de verle de nuevo. De algún modo sintieron que su regreso era una especie de milagro. Joaquín les contó

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con entusiasmo y detalle sus vivencias como paciente operado. Quince días después se reincorporó a sus estudios de tercer ciclo. Dos años después del accidente, Joaquín se entusiasmó mucho con los deportes, especialmente con el fútbol. Se sabía de memoria el nombre de los jugadores de la categoría A y jugaba a ser uno de ellos con sus compañeros de estudio. Formó parte del equipo Balboa como jugador y años después dirigió un equipo llamado San Felipe, con el cual jugaban en torneos de San Rafael Cedros. También practicó el atletismo, en el cual en varias ocasiones quedó entre los primeros tres lugares, llegando a formar parte de la selección del Instituto Walter Thilo Deininger de Cojutepeque. Entrenaba entre algunos cerros, en un lugar conocido como El Salto (entre San Vicente y Cuscatlán), lugar agreste, lleno de piedras y matorrales, con partes planas y otras con inclinaciones de hasta cincuenta grados, en donde trataba de imitar a los corredores africanos, de Kenia y Etiopía, sobre los cuales había leído. A veces iba a correr desde Cojutepeque hasta al lago de Ilopango, junto a sus amigos Venancio Ramírez Ramos (quien actualmente es periodista) y José Alejandro León Lara (quien se desempeña como profesor 27


de educación física y entrenador de marcha y que en sus años de juventud fue campeón centroamericano precisamente de marcha). También entrenaba corriendo desde San Rafael Cedros hasta Ilobasco, cumpliendo una distancia de más o menos 16 kilómetros.

*** En 1981 Joaquín tuvo que enfrentar una decisión de la cual dependía su futuro. Entonces tuvo esta plática con sus padres: -Gracias a Dios que ya terminaste tu bachillerato, hijo –le dijo su madre. -Sí, pero usted cree que yo ahí nomás me voy a quedar. No, mamá, voy a estudiar Medicina. -¡¿El qué?! ¡¿Qué creés que tenemos pisto?! Eso es caro. -Sí, ya sé que es caro, pero yo tengo la capacidad intelectual y ustedes tienen la capacidad económica. En ese preciso momento iba entrando su padre a la casa y la mamá de Joaquín le dijo: “¡Mirá lo que quiere éste!”, y le contó. La respuesta del padre fue tajante y espontánea, y dirigiéndose a Joaquín dijo:

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-¡Vos creés que uno caga pisto! Además eso del estudio no da dinero, sino el negocio del ganado y la agricultura. Sin embargo, Joaquín insistió una y otra vez. La discusión terminó con las palabras de determinación de Joaquín: -Quieran o no quieran, me ayuden o no, yo voy a estudiar Medicina. Si no me ayudan voy a ir a sacar un crédito educativo. Sus padres al ver la terquedad positiva del joven terminaron accediendo. Joaquín se alejó de su casa un momento para pensar y recordó sus largas jornadas de trabajo en un cañaveral, a las diez de la mañana, podando, en cuclillas con el sol fuerte y que aumentaba cada vez más en intensidad y las tunas o ajuate que picaban y ardían en la piel, dolor que se exacerbaba al contacto con el sudor salado que recorría la epidermis irritada. “Es más fácil estudiar que chapodar un cañaveral o destusar el maíz” -pensaba Joaquín. En realidad, Joaquín desde niño estuvo seguro que estudiando y esforzándose podía llegar a alcanzar la meta que quisiera, como por ejemplo, llegar a ser sacerdote (durante la niñez e influenciado por la religiosidad de su familia, pensó alguna vez en serlo), agrónomo (que podría ser lo natural a seguir, tomando en cuenta que vivía en el campo), ingeniero (estudió el 29


bachillerato físico-matemático), médico, albañil, carpintero, abogado, militar o guerrillero, etc. Cualquier cosa. Sin duda. “Si es necesario no comer, no voy a comer; si es necesario no dormir, no voy a dormir; si es necesario hacer cualquier esfuerzo, lo haré, pero médico voy a ser”, pensaba Joaquín. En esos días la Universidad de El Salvador (“La Nacional”), se encontraba cerrada, debido a la intervención militar del campus universitario. Pero las universidades privadas habían empezado a florecer y proliferar, y Joaquín investigó en la UNSSA, en la USAM y en la Universidad Evangélica. Se decidió por esta última. El pago mensual de 200 colones era alto para los ingresos familiares, pero su familia hacía el esfuerzo. El día que fue a conseguir los papeles a la universidad, fue una especie de odisea para Joaquín, ya que sólo había ido a San Salvador -y nunca él solo- dos veces en su vida, cuando era niño y cuando estuvo ingresado en el Hospital Rosales. Así que se sentía perdido de una y otra forma. Pero pronto consiguió compañía al encontrar a un ex compañero de bachillerato. Juntos llegaron al parque Cuscatlán, en donde preguntaron a un transeúnte

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por la universidad Evangélica; de ahí en adelante ya era fácil llegar. En 1983 se reabrió la Universidad de El Salvador y se examinó. Tuvo que iniciar nuevamente la carrera porque la Universidad de El Salvador no daba equivalencias de las materias cursadas en las otras universidades. Tres generaciones de estudiantes se examinaron; había 3500 aspirantes para 635 plazas, para Doctorado en Medicina y carreras paramédicas. Joaquín sólo contaba con 25 colones a la semana; gastaba 2.50 colones de pasaje diario y 1.50 de almuerzo. Así que durante sus primeros años de universidad nunca se tomó una gaseosa ni tampoco fue al cine. “Tampoco nunca me compré un blue jean, por dos razones: no tenía dinero y además esa era mi manera de combatir al imperialismo norteamericano”, dice Joaquín, recordando esa difícil época. Al salir de su casa, entre 3-4 a.m., caminaba como 800 mt. de calle polvorosa o de charcos y regresaba a las 8 p.m. Siempre usaba una mochila para cambiarse zapatos. En esos tiempos de guerra había paros de buses frecuentemente, pero se venía en pick up, colgado de la parrilla de los buses o a pie.

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Andaba con libros gruesos para estudiar cuando fuera posible y para defenderse, según él, de los cuchillos de los ladrones. Se sentaba además en los asientos de en medio de los buses para protegerse de los posibles choques. Los militares hacían los famosos “retenes” y Joaquín tenía que sufrir estos inconvenientes y en todo momento corría el peligro de ser reclutado. En muchas ocasiones se encontró en la calle con cadáveres mutilados, victimas del cruento conflicto armado. En sus ratos de descanso estudiaba en la biblioteca de la universidad o en los buses. Al regresar a su casa estudiaba hasta la media noche, aun cuando estuviera cansado. Algunas veces estudiaba subido en un árbol de almendro o en uno de guayabo, porque según él así se concentraba más y memorizaba mejor debido a que en los árboles hay más producción y concentración de oxígeno. Esto realmente le resultó bien, ya que llegó a conseguir notas de hasta 10 en Anatomía y 9.6 en Bioquímica. También le gustaba estudiar en «El Salto», lugar que era propiedad de su padre, ubicado en el límite entre San Vicente y Cuscatlán; allí además aprovechaba a cuidar el ganado vacuno. “Si no leo, puedo perder una pregunta, si pierdo una pregunta, pierdo el examen, si pierdo

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Nacimiento de su hijo Joaquín Alberto. Joaquín le hizo la cesárea a su esposa Gloria**.

el examen pierdo el ciclo, si pierdo el ciclo pierdo el año y entonces pierdo el apoyo económico de mis padres y adiós al estudio” -pensaba Joaquín. Además Joaquín siempre estuvo muy seguro de alcanzar cualquier meta académica que se propusiera. En la Universidad también hizo deportes. Perteneció a la selección de atletismo, corriendo los 400 metros con vallas. Con esta selección participó en los Segundos Juegos Estudiantiles Universitarios, en los cuales la UES se coronó campeona nacional. A veces entrenaba corriendo desde el estadio Jorge Mágico González (antes 33


Flor Blanca) hasta la finca El Espino. El entreno era en las horas del mediodía; la mayoría de atletas almorzaban con un guineo de 10 centavos de colón, ya que las condiciones económicas eran bastante apretadas. En la Universidad les dieron el uniforme, pero Joaquín no pudo comprarse zapatos deportivos adecuados (tipo spike (5) ). Sin embargo fue parte de los elegidos para llevar la corona (roja y con chongas negras) en memoria del “rector mártir”, asesinado en 1980, Félix Ulloa.

*** El Doctorado en Medicina es una carrera larga, cara y llena de sacrificios. Son en total ocho años de estudios y desvelos para graduarse como Médico General. Los estudiantes se la pasan los primeros años en la universidad. A partir del cuarto año se convierten en médicos externos, lo cual quiere decir que asisten a los hospitales a aprender directamente de los pacientes y de los médicos mayores y experimentados. Luego, en el séptimo año, se convierten en médicos internos, entonces trabajan con responsabilidades específicas y directas sobre los pacientes; este año es uno de los más difíciles, debido a las interminables y agotadoras horas de trabajo y estudio, turnos diarios y nocturnos, que incluyen jornadas de 34


hasta 32, 36 o más horas de trabajo continuo, a veces sin dormir ni una sola gota. Se lleva a cabo la atención de pacientes en la Emergencia, en las salas de ingresados; se aprenden procedimientos sencillos y complejos de las áreas generales de la Medicina, como son la Ginecología, la Pediatría, la Medicina Interna, la Cirugía, la Psiquiatría y la Salud Pública. El octavo año es el famoso Año Sexual, perdón, quiero decir, Año Social, en el cual se trabaja también en la tesis, después de lo cual viene la graduación. Joaquín realizó su Año Social en 1991, en el Hospital Nacional de Sensuntepeque. Su graduación se llevó a cabo en 1991 en el Teatro Presidente.

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Dr. Joaquín Molina en su Año Social en 1991**.

Promoción de Doctorado en Medicina de 1991. Dr. Joaquín Molina, cuarta fila, tercero de izquierda a derecha. Foto tomada en la Plaza Salvador Allende, Facultad de Medicina, Universidad de El Salvador.

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3 RESIDENCIA EN EL ROSALES

La sirena de la ambulancia de la Cruz Roja sonaba intensa al entrar de prisa a través de las puertas del Hospital Rosales. Los gritos de los paramédicos alertaron inmediatamente a los médicos de Emergencia. El paciente que traían era un joven de aproximadamente 22 años, herido casi fatalmente con arma blanca exactamente en el tórax ventral izquierdo. No sangraba casi nada; pero su estado general era grave. Joaquín, para entonces residente de Cirugía de Tercer Año, examinó inmediatamente al paciente; encontró ruidos cardíacos apagados, yugulares llenas y baja presión arterial (tríada de Beck) y se dio cuenta que el paciente presentaba

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una tamponada cardiaca, lo cual quiere decir que el puñal que hirió al joven, había lesionado el pericardio (6) y el corazón; la sangre entonces se acumulaba entre estas dos estructuras, comprimiendo a este último. El corazón, atrapado y cada vez con menos espacio para moverse con libertad, con su sístole y su diástole, se enfrentaba al fatal desenlace del paro cardíaco y muerte. Los segundos eran más valiosos que el oro. La decisión de actuar no podía esperar. Se trataba de una operación de urgencia a corazón abierto, de vida o muerte. Joaquín ordenó sin dudar que se llevara con la mayor rapidez al paciente a sala de operaciones. Las enfermeras preparaban el instrumental quirúrgico con tanta rapidez como de rayo y estaban tan bien capacitadas que en dos a cinco minutos de haber llegado el paciente a la unidad de Emergencia, ya estaba el tórax abierto y expuesto el corazón para ser reparado. («Considero que las enfermeras de Sala de Operaciones del Hospital Rosales son las mejores del mundo, y el equipo que se prepara con médicos, anestesistas, laboratoristas, técnicos en rayos X y arsenalistas, constituyen uno de los mejores equipos de urgencias del mundo» -opina Joaquín.)

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Un estudiante de Medicina apretaba un suero endovenoso para que entrara más rápidamente, trabajadores de la salud de una y otra especialidad, corrían de un lado a otro, buscando y trayendo cosas. Joaquín, sin esperar más, se abrió paso entre las costillas hasta dejar al descubierto el corazón, carnoso, rojo y palpitante, herido y sangrante, en vigoroso movimiento; con un hilo especial de sutura, seda 2-0 con aguja redonda, reparó con habilidad el daño, en medio del estrés y el sudor de todos los que estaban alrededor. Se le dieron 2 puntos, teniendo cuidado de no estrangular las arterias coronarias. El paciente sobrevivió. Tanto así que a la hora de haber sido intervenido quirúrgicamente, el paciente se sentó, estando en una de las camas de recuperación, y le dijo, al entonces médico externo, hoy Dr. Vicente Rovira (miembro del cuerpo de médicos del Hospital de Sensuntepeque): “¿Dónde estoy...? Quiero una Pepsi”. El paciente fue dado de Alta a los tres días, en perfecto estado de salud. La Emergencia siempre estaba llena de pacientes. Mientras Joaquín salía de Sala de Operaciones, un paciente gravemente herido con un machete entre el labio superior y la nariz, la cual era tan profunda que el paciente parecía 39


tener dos bocas, entraba a Sala de Operaciones con el cirujano máxilofacial…

*** Graduado como Doctor en Medicina, Joaquín entró en 1992 al residentado de primer año de Cirugía en el Hospital Rosales, que es el centro hospitalario de tercer nivel más grande de El Salvador. Ese año, durante su estancia en la difícil vida intra-hospitalaria ocurrió una de las anécdotas más divertidas, en un receso dentro de la Sala de Operaciones: Joaquín estaba conociéndose con una joven estudiante de Medicina. Por perifoneo lo llamaron para que se presentara inmediatamente a la Emergencia y un colega suyo le advirtió, con mucha reserva, que otra de sus amigas lo esperaba a la salida de la Sala de Operaciones. Sin pensarlo mucho, Joaquín se acostó en una camilla de ruedas y su amigo médico lo cubrió con una sábana blanca y lo sacó de Sala de Operaciones como si llevara el cadáver de alguien. Ninguna de las dos muchachas se enteró de lo que había ocurrido.

*** En otra ocasión, se presentó a la Emergencia un paciente de 82 años de edad que ya tenía diagnóstico de aneurisma de aorta 40


abdominal. Fue llevado inmediatamente a la sala de Máxima Urgencia, en una camilla de ruedas. El paciente se puso pálido y sudoroso y susurró: «¡Ayúdenme, ayúdenme!». Inmediatamente se le distendió el abdomen. Joaquín llamó de prisa a sala de operaciones para que le prepararan material de injerto y cinco unidades de sangre (glóbulos rojos empacados). En dos minutos el paciente estaba en Sala de Operaciones. Joaquín, sin lavarse, sólo vistiéndose con traje estéril y calzándose los guantes, procedió a operar, abriendo ágilmente el abdomen hasta llegar a la cavidad abdominal, pinzando con rapidez ambos extremos de la aorta y colocando con destreza el injerto, bifurcado, con una vía hacia la aorta abdominal y otros dos extremos hacia las arterias femorales comunes. El paciente sobrevivió y fue dado de alta en buen estado de salud diez días después.

*** La intensas y agotadoras jornadas de trabajo del Hospital Rosales, eran hasta de 36 horas seguidas sin dormir, desde las seis de la mañana de un día hasta las siete u ocho de la noche del siguiente día, en donde se incluía el trabajo en los servicios hospitalarios de los pacientes ingresados, así como también pasando 41


por la Emergencia y Sala de Operaciones. Muchas veces no quedaba tiempo ni de comer. “Recuerdo una vez –dice Joaquín- que teniendo comida en la Casa de Residentes no pude comer nada sólido, durante todo el día, sino hasta las diez y media de la noche, después de una larga jornada en Sala de Operaciones”. “Hacíamos turno cada 3 días, mínimo de 34 horas, más el trabajo diario continuo de todos y cada uno de los días de la semana; así que a veces tenía sueño y hambre, pero tenía tanto sueño que prefería dormir a comer. Y en esa tónica pasé durante tres años y nueve meses”. Al llegar al hospital como residente, siempre se empieza como ayudante en las operaciones, haciendo uno de los procedimientos más sencillos, aunque siempre con su grado de riesgo: el lavado peritoneal. A los seis meses se hacen las primeras operaciones de apendicitis complicada, pero siempre bajo la supervisión de los residentes de mayor jerarquía. Luego se hacen laparotomías por heridas de arma blanca. Al finalizar el primer año se hacen colecistectomías y herniorrafias; así como laparotomías por arma de fuego, toracotomías por trauma, por arma de fuego y por arma blanca. Las exploraciones de cuello así como también las exploraciones del árbol biliar se hacen en el segundo año de residentado. Las 42


cirugías de cáncer se realizan a nivel de tercer año de residentado. Otro componente laboral y pedagógico son las tutorías, en donde se discute anatomía, fisiología y tratamiento de patologías quirúrgicas, con los maestros de tantas generaciones de médicos en El Salvador, como: Dr. Melvin Guardado, Dr. Donato Aparicio Milla, Dr. Rolando Melgar, Dr. Elmer Ávila Rosales, Dr. Víctor Centeno Maravilla, Dr. Rolando Fagoaga, Dr. Mauricio Ventura Centeno, Dr. Rafael Menéndez Minervini, Dr. Rolando Silva, Dr. Carlos Orellana, Dr. Roberto Castañeda, Dr. Francisco Miranda, Dr. Efrén Estrada, Dr. Juan Tobar, Dr. Salvador Salgado Rauda, Dra. Flor de María Barahona, Dr. Rafael Edmundo Maza, Dr. Ángel Gabriel Doño, Dr. Rodolfo Canizález, Dr. Rodolfo Góchez, Dr. Angulo y Dr. Orestes Estrada. Todos los anteriores son Cirujanos Generales con una vasta experiencia y calidad. También algunos residentes tratan de robarle tiempo al tiempo, dando tutorías a los estudiantes de Medicina de cuarto, quinto y sexto año; pasan grupos de diez estudiantes cada quince días por diferentes rotaciones, como podría ser Ortopedia, Urología, Cirugía Plástica, Oftalmología, Otorrinolaringología, Oncología, Sala de Operaciones, etc. 43


“Los compañeros del Residentado en Cirugía se han dispersado por todo el territorio salvadoreño, y los veo sólo en raras ocasiones, ya sea en Congresos de Cirugía o coincidimos en los quirófanos de algún hospital privado. Juntos pasamos momentos de tristeza, de alegría y de dolor, de acuerdo a los resultados de las

Doctores Carlos Medina, René Mena, Joaquín Molina y Tito Gámez, recibiendo el título de Cirujía General

cirugías de los diferentes pacientes, que a veces eran resultados grandiosos, producto de esfuerzos heroicos, casi resucitando a pacientes literalmente muertos y que lograron sobrevivir; así como también hubo resultados negativos, a pesar de haberse hecho todo lo humanamente posible, después de minutos, días, semanas y hasta meses de esfuerzos. En esos casos, nosotros mismos nos consolábamos y discutíamos todo lo referente al caso y de lo que 44


se pudo haber hecho si las condiciones de infraestructura y equipo hubiesen sido mejores. Así es la Cirugía y nosotros aprendimos y nos formamos como cirujanos en el Hospital Rosales, y al momento damos fe con los resultados de nuestro trabajo”.

Dr. Cerritos, Dra. Fisher, Dr. Colato, Dr. Fagoaga, entregando el diploma de cirujano general al Dr. Molina.

“La experiencia que vivimos juntos es una experiencia que nunca voy a olvidar.” “La Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador y el departamento de Cirugía del Hospital Nacional Rosales, nos prepararon para trabajar en las más adversas condiciones”.

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“Podemos trabajar en montaĂąas o en desiertos, en el campo o en la ciudad. Estamos preparados para todo.â€?

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4 FINAL

Desde el año de 1996 al 2000 el Dr. Joaquín Molina trabajó en el Hospital de Sensuntepeque, departamento de Cabañas, como Jefe del Servicio de Cirugía, así como también en su clínica privada. Del 2001 al 2003 estuvo a la cabeza de la alcaldía de San Rafael Cedros, departamento de Cuscatlán. Del 2003 al 2004 estuvo trabajando en el Hospital de Sensuntepeque y Ad Honorem en la Alcaldía de San Rafael Cedros. Dr. Molina Cornejo ha desempeñado el cargo de Alcalde de la ciudad de San Rafael Cedros, departamento de Cuscatlán, durante dos periodos, desde 2000 al 2003 y reelecto del 2003 al 2006, representando al partido FMLN.

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Entrevistado el día que ganó la elección de la Alcaldía de San Rafael Cedros, depto. de Cuscatlán.

Entregando un trofeo. Apoyando el deporte, con el cual se consigue salud y se aleja a los jóvenes de los vicios.

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Del 2006 a la fecha ha vuelto al Hospital de Sensuntepeque, como jefe del Servicio de Cirugía. En ningún momento ha estado alejado de su carrera, ya que siempre ha estado ejerciendo la Medicina y la Cirugía en la práctica privada. Al momento está dedicado a la práctica privada y la práctica institucional de la Medicina.

Sentados, de izquierda a derecha Licda. de Hernández, Dr. Molina y Dra. Escobar Guerra. De pie anestesista Juan Vásquez, enfermera Sra. de Navarrete, jefe de Anestesia Gustavo Guardado, Licda de Escoto, Dr. Reyes Barahona, Licda. Castro, enf. Glendy de Arévalo, Dr. Landaverde y Dra. Pérez

*** En el Hospital Nacional de Sensuntepeque el Dr. Molina ha atendido numerosos pacientes, ha visto pacientes con enfermedades graves y 49


que se han logrado sacar adelante. Por ejemplo, el caso de un ex sargento del Ejército Nacional que fue traído en 1998 a la Emergencia gravemente herido por arma blanca en el corazón, específicamente a nivel de la aurícula derecha. “Pasó inmediatamente a Sala de Operaciones. Y sin hacernos asepsia nos colocamos los guantes y se procedió a realizar la incisión anterolateral izquierda. Como no había separadores costales, el médico ayudante apartó las costillas con sus propias manos y luego el Dr. Molina procedió a incidir el pericardio, teniendo cuidado de no dañar el nervio frénico, liberándose el corazón, el cual

Dr. Molina mientras opera a una paciente con Apendicitis.*

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sangraba a presión, llegando la sangre hasta el techo. Se le colocó un dedo y el sangramiento cedió. Luego se le dieron dos puntos con seda 20 intestinal, entonces el corazón latió normalmente y sin sangrar. Esta fue la primera cirugía de corazón en el Hospital de Sensuntepeque. Al momento el paciente, Alejandro Sánchez, vive aún en Sensuntepeque, sin ninguna patología cardíaca”.

*** Otro caso fue el de un joven que había recibido 14 impactos de bala y que fue traído a la Emergencia del Hospital de Sensuntepeque en el año 2005, con una tensión arterial de cero y sangrando abundantemente. Tenía heridas en el pulmón derecho, en el diafragma, hígado, estómago, intestino delgado e intestino grueso. Así como otras heridas menores en las piernas y brazos. Este paciente fue sometido inmediatamente a 4 horas de intervención quirúrgica. El paciente Armando Rivera Góngora sobrevivió. Vive todavía en Sensuntepeque y tiene dos hijos.

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Dr. Joaquín Molina Cornejo, a la derecha y Dr. Óscar Perdomo León, a la izquierda.**

*** Otro caso fue el paciente Francisco Martínez, quien el 29 de mayo de 1996 fue recibido en la Emergencia en una silla de ruedas, sudoroso e hipotenso. Este paciente hacía 10 minutos se había estrellado contra un poste de la luz eléctrica, mientras manejaba una bicicleta. El Dr. Molina lo pasó inmediatamente a Sala de Operaciones y le realizó laparotomía exploradora. Encontró que tenía 3 litros de sangre libre en cavidad y el bazo roto. Además le colocó un tubo de toracostomía izquierda ya que debido al trauma se había fracturado la clavícula izquierda y siete costillas y esto lo había llevado a tener hemotórax. Al final de la operación el paciente tenía 6 gr/dl de

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hemoglobina. Se le transfundió sangre. paciente sobrevivió y actualmente vive en Estados Unidos de América. Es esposo Sandra de Martínez, jefa de Almacén Hospital de Sensuntepeque.

Paciente con gran pérdida de la masa muscular**.

El los de del

Reconstrucción del miembro**.

Colocación de injerto**.

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Paciente en recuperación**.

*** El Dr. Molina ha procreado cinco hijos: Cristina Rosimar, de 21 años de edad; Adrián de 19; Joaquín Alberto, de 15; Antonio Carlos, de 12; y Gloria Yaneth de 10. Se encuentra casado con la licenciada Gloria Yanet Saravia de Molina.

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El día de su boda, junto a su cuñado, su esposa y junto al lider histórico del FMLN Shafik Handal, el 27 de enero 2001, en la iglesia de San Rafael Cedros.

“Cuando estoy interviniendo quirúrgicamente a alguien, me transporto mentalmente al momento en que yo fui operado y trato al paciente como quisiera que me trataran a mí”. El Dr. Molina siempre ha tenido en mente el siguiente pensamiento: “Me gusta tanto practicar la Cirugía General, que si fuera necesario pagar por ejercerla y yo tuviera dinero para pagar, lo haría con mucho placer”.

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Compartiendo un pastel con los colegas del Hospital de Sensuntepeque*.

Personal de Sala de Operaciones. Sentados, Dr. Molina y Dra. Eliana Escobar. Atrás, personal de enfermería, Srita. Cubías, Srita. Pacheco, Srita. Valladares, Sita. Orellana y Srita. Glenda de Arévalo.*

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Breve glosario 1- Onfalitis: Infección del ombligo, que se da generalmente en la primera semana de vida del recién nacido. 2- Gastroenteritis: Infección intestinal que se presenta con vómitos, diarrea y, en consecuencia, deshidratación. 3- Tabanco: bodega ubicada justo abajo del techo, para proteger al dulce de panela de la licuefacción y al maíz de la humedad. En muchas casas de Cuscatlán el tabanco se sitúa sobre la cocina de leña, la cual lo provee de calor. 4- Chusco. Juego infantil. Se hace un agujero en la tierra, al cual se arrojan semillas de marañón a una distancia de más o menos un metro. Si el número de semillas que cae dentro es impar el lanzador pierde, si es par, gana. 5- Zapatos tipo spike: Zapato con clavos en las suelas, especial para competencia de carreras. 6- Pericardio: Membrana que rodea al corazón.

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HACER DE UNA TRAGEDIA, UNA OPORTUNIDAD Derechos Reservados © Joaquín Molina Cornejo y Óscar Perdomo León, 2007.

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