Por: Byron Andino Veloz-2013 TEMA: "América Latina: modernidades periféricas: estudio de caso".
Transgénicos, la modernidad que se planta en la agricultura La modernidad económica y de producción se inmiscuye a profundidad en el pensamiento del economista Rafael Correa, quien como Presidente de la República plantea la prueba y estudios del uso de transgénicos en el país. Esta decisión, en caso de ser apoyada, cambiaría las relaciones productivas, económicas, culturales de varias de las poblaciones dedicadas al agro en el país, quienes serían ‘bombardeados’ por una modernidad de producción masiva que alejaría su visión de convivencia armónica con la tierra o pachamama. "Las semillas genéticamente modificadas pueden cuadruplicar la producción y sacar de la miseria a los sectores más deprimidos", dijo Correa al expresar su deseo de extender y permitir la capacidad productiva del agro en Ecuador, en caso de que los productos que se obtengan de esto no hagan daño. A pesar de aquella afirmación, la representante de la organización Acción Ecológica, Elizabeth Bravo, expresó que esto sería un concepto opuesto a lo denominado “soberanía alimentaria” que se plantea en la Constitución, ya que todas las semillas transgénicas están patentadas. El artículo 401 de la Constitución de Montecristi en el 2008, que fue apoyada por grupos de izquierda, grupos ambientalistas y ecologistas plantea lo siguiente: “Art. 401.- Se declara al Ecuador libre de cultivos y semillas transgénicas. Excepcionalmente, y sólo en caso de interés nacional debidamente fundamentado por la Presidencia de la República y aprobado por la Asamblea Nacional, se podrán introducir semillas y cultivos genéticamente modificados. El Estado regulará bajo estrictas normas de bioseguridad, el uso y el desarrollo de la biotecnología moderna y sus productos, así como su experimentación, uso y comercialización. Se prohíbe la aplicación de biotecnologías riesgosas o experimentales” (CONSTITUCIÓN, 2008). Además, se recuerda que la Constitución del 2008 es garantista de derechos de la naturaleza y de inclusión de los distintos grupos sociales, así lo muestra en sus derechos fundamentales, el régimen del Buen Vivir. Además de que se garantiza la conservación de la agrobiodiversidad para mantener el equilibro con la naturaleza. (WALSH, 2008, p.199) Esto sería opuesto a la idea eurocentrista en cuanto a derechos de la naturaleza, es por esto que nuestra Constitución ha sido catalogado “de avanzada” por ser garantista. Es así que Boaventura de Sousa Santos (2008, p.25) da un ejemplo de esto: “En nuestro sistema occidental de derecho humanos hay una asimetría entre derechos y deberes. Solamente damos derechos a quienes podemos exigir deberes. Por eso, la naturaleza no tiene derecho porque no le podemos exigir deberes. Entonces los derechos de la naturaleza, en este marco occidental liberal, son un absurdo, como también lo es atribuir derechos a las futuras generaciones porque no podemos exigirles deberes. Si vamos por las culturas asiáticas, el hinduismo, por ejemplo o, más cerca, las culturas indígenas, ahí la asimetría es más profunda, porque no tienen la misma concepción de
futuras generaciones, porque las generaciones pasadas, los antepasados hacen parte viva de la comunidad. Es otro concepto”. Ante esta nueva idea y voluntad política de probar las semillas transgénicas, Correa propuso que se permita a esta actividad mediante una ley que se desarrolle en la Asamblea Nacional, la cual está a la espera de los asambleístas y su decisión para conocer qué colocarán en ella: “<<Cometimos un error en la Constitución (…) por no haber tenido la entereza para oponerse a esa cláusula>>, impulsada, según él, por ‘el ecologismo infantil’ de personas como Alberto Acosta, presidente de la Asamblea Constitucional que redactó la Carta Magna”. (EL COMERCIO, 2012) La idea del Presidente es comprensible en un entendimiento modernista de producción, pues aún mantiene su aparato de Gobierno -que se ha autodenominado de “Izquierda”- en un sistema capitalista. Además se entiende su postura en el ámbito de producción y competitividad que quiere reforzar por las condiciones de frágil “desarrollo” económico que ha afectado al país. Es así que el sistema hegemónico es duro frente a quienes quieren separarse de las formas de “desarrollo” que se implantan en él, y hasta se ejecutan acciones contra ellos: “La ‘concepción del mundo’ marcha determinada por la suerte de los intereses político-comerciales y sociales. Aquel que no quiere o no es capaz de adaptar su comportamiento práctico a las condiciones del triunfo capitalista, ha de hundirse o, al menos, no progresa bastante” (Weber, 1991, p. 39) Esta propuesta del Presidente muestra que las políticas que podrían ejecutarse también tendrían cierta influencia de, como llama Weber, un “racionalismo económico”, que sería la adquisición de bienes materiales para los seres humanos por medio de las supuestas ganancias que se tendrían por el incremento de la producción. A la vez, esto sería de doble sentido, porque por un lado ayuda a la gente en el tipo de progreso “occidental”, y por el otro explota o se enriquece al mismo sistema de negocios que es capitalista en el país. En la parte económica, esta colonialidad (nuevas modernas de colonialismo mediante imposiciones racista/etnicistas contra el “otro”) también refleja su manejo con la naturaleza, a la que ha sido vista como un “objeto” de explotación, mediante la que el ser humano le saca provecho para satisfacerse, esto según la visión eurocéntrica de los recursos naturales. “Tal como conocemos históricamente, a escala societal el poder es un espacio y una malla de relaciones sociales de explotación / dominación / conflicto articuladas, básicamente, en función y en torno de la disputa por el control de los siguientes ámbitos de la existencia social: (1) el trabajo y sus productos; (2) en dependencia del anterior, la “naturaleza” y sus recursos de producción (…) la autoridad y sus instrumentos, de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales y regular sus cambios ”. (QUIJANO, 2000, p. 345) Pero esto no es motivo para que el Primer Mandatario coloque y discrimine el pensamiento de otros actores y organizaciones políticas que puedan tener distinto pensamiento o concepción acerca del tema. Pues Acosta defiende una postura ambiental-económica contraria a lo que el gobierno central propone en esta ocasión: “Los transgénicos son una verdadera amenaza no sólo a la salud, el ambiente, y el patrimonio genético de nuestra biodiversidad. Son sobre todo una amenaza económica para los agricultores, erosionando a su vez, las oportunidades del país de entrar con su producción y sus ventajas comparativas a mercados internacionales diversos.
Si bien es cierto que en diversos países hay agricultores que están adoptando con entusiasmo las semillas transgénicas, lo hacen porque hay una simplificación del manejo de las malezas y con esto se disminuye el uso de mano de obra. Son los grandes hacendados que buscan como objetivo tener cada vez menos trabajadores” (ACOSTA, 2012, segundo y tercer párrafo). De igual forma en la Asamblea Nacional, los legisladores indígenas Lourdes Tibán, Gerónimo Yantalema y otros más han mostrado su desacuerdo ante el uso de los transgénicos, e incluso el oficialista Pedro de la Cruz se ha unido a esta posición contraria que según su posición afectaría a los propios pequeños agricultores. ( lo que refleja una ideología orgánica en cuanto a los principios y valores que se le dan a la naturaleza y a las comunidades y minorías. Ellos se mantienen en principios que grupos como la CONAIE propuso desde hace varios años atrás, en lo que concuerdan con un modelo económico acorde a la cosmovisión plurinacional e intercultural. Esto se plantea así: “Económica: establecer un modelo económico social, responsable, ecológico, comunitario, equitativo, con moneda regional; proteger y garantizar la propiedad comunitaria y colectiva como también la soberanía alimentaria; (…). El objetivo y los principios centrales aquí no son la rentabilidad sino el bienestar humano: el sumak kawsay o “buen vivir ” (WALSH, 2009, p.105) La relación de los indígenas con la “pachamama” es distinta a la que tienen los mestizos y blancos, pues en Latinoamérica se la toma como “fuente de sustento de toda la humanidad”. Por lo que se lo toma muchas veces como “sagrado”. “Al igual que sus hijos, come, bebe, respira y descansa: es una madre llena de vida, pero para recibir su protección debemos protegerla y para recibir un buen alimento debemos alimentarla. La tierra es Pachamama en toda la región andina, y en la mayoría de los pueblos indígenas de América es venerada como Madre Naturaleza” (Los libros de la quebrada, 2012). Correa, al establecer políticas para el uso de transgénicos mostrará una ideología frente a la situación; además que también identificará la apertura o no hacia las circunstancias, argumentos y cosmovisión por las que las comunidades, pueblos, y las personas se dedicaban a esta actividad de la agricultura sin necesidad de hacerla masivamente. Aquel pensamiento debería ir en función de la historia y del contexto propio del lugar donde se quiere implantar esta forma de producción: “No se puede ser filósofos en el sentido más inmediato y literal, o sea tener una concepción del mundo críticamente coherente, sin la consciencia de la historicidad de la fase de desarrollo que representa y del hecho que se encuentra en contradicción con otras concepciones o con elementos de otras concepciones. La concepción del mundo que uno tiene responde a determinados problemas planteados por la realidad, los cuales están bien determinados y son ‘originales’ en su actualidad”. (Gramsci, 1978, p. 365) El manejo histórico del Gobierno y del Estado por las élites empresariales, económicas y de poder ha determinado la configuración de la estructura mediante la cual se desarrollarán las políticas, planes, ideas, y paradigmas sociales. Así el manejo del Estado ha monopolizado su mantenimiento histórico de poder en manos que no han sido indígenas, campesinas, o de grupos de minoría, además que ellos son muchos de los actores que tienen relación con la agricultura y el tema de transgénicos, por lo que no tendrían
poder para ejercer directamente su criterio, sino dependen de los representantes políticos que traten el tema. Esto produce un desequilibrio en las formas sociales de relación, entre mestizos, blancos, negros, indígenas, y grupos de minorías. En este caso, es de las poblaciones indígenas dedicadas a actividades agrícolas, a lo que Aníbal Quijano menciona: “Debido a estas determinaciones todos los países cuyas poblaciones son en su mayoría víctimas de relaciones “racista/etnicistas” de poder, no han logrado salir de la “periferia colonial” en la disputa por el “desarrollo”. Y los países que han llegado a incorporarse al “centro” o están en camino hacia allí, son aquellos cuyas sociedades o no tienen relaciones de colonialidad (…)” (QUIJANO, 2000, p.375) Frente a una dicotomía de criterios, sigue ausente la existencia de diálogos que permitan sacar conclusiones que vayan en relación a la cultura, economía y el bien común. Una lucha de clases y de intereses en estos temas se ha llevado a cabo, por un lado se desenvuelven los interesados en las producciones masivas, que serían los empresarios y grupos de poder económico que tengan la capacidad de incrementar fuertemente su producción, por el otro están quienes se niegan a todo tipo de inmersión en este tipo de tecnología agrícola. Ninguna parte permite explorar y analizar mejor sus conceptos acerca de un tema: “Desde su origen, las naciones de Nuestra América tienen la intuición de vivir una vida de dobleces. La lengua oficial, los poderes, los estados las instituciones provienen de la cultural europea occidental. Pero las poblaciones autóctonas y originarias que conforman la mayoría de la población han quedado en una notoria inferioridad social, económica u política. América Latina vive, tras su siglo de independencia, un paulatino descubrimiento de una realidad dividida”. (MARIÁTEGUI, 2011, p.121) Lo que se provoca con ello es aún más división entre los distintos tipos de pensamientos, esta situación ha estado presente en la historia de Latinoamérica, solo pocos han soñado con alternativas de consenso como resultado de un “mestizaje final”: “Las diversas respuestas a este fenómeno privilegian una posición sobre la otra. Unos afirman la autenticidad excluyente de las poblaciones indígenas y consideran la influencia occidental como una imposición y una injusticia; otras han supuesto que la cultura europea es claramente superior, más racional y más justa y por lo tanto, represente un avance histórico. Otros más –y es la gran esperanza de Martí, de Rodó, del joven Vasconcelosimaginan una unión fructífera entras las culturas. De acuerdo con la idea progresista de las primeras décadas del siglo XX, la gran confluencia se habría de dar en el ámbito de las razas y de su mestizaje final“. (MARIÁTEGUI, 2011, p.121) Como respuesta a este ideal del peruano Mariátegui, algunas corrientes de pensamiento latinoamericano han presentado alternativas que propician la interrelación y aprendizaje mutuo entre culturas, rasgos distintos, tradiciones o creencias. Este es uno de los conceptos, el de interculturalidad: “Como concepto y práctica, proceso y proyecto, la interculturalidad significa –en su forma más general- el contacto e intercambio entre culturas en términos equitativos; en condiciones de igualdad. Tal contacto e intercambio no deben ser pensados simplemente
en términos étnicos sino a partir de la relación, comunicación y aprendizaje permanentes entre personas, grupos, conocimientos, valores, tradiciones, lógicas y racionalidades distintas, orientados a generar, construir y propiciar un respeto mutuo, y un desarrollo pleno de las capacidades de los individuos y colectivos, por encima de sus diferencias culturales y sociales. (WALSH, 2009, p.41) De igual forma, este concepto puede intervenir en el aspecto hegemónico de control y poder que se desarrolla en las sociedades, es decir los grupos minoritarios, de indígenas, pequeños productores, agricultores, tendrían mayor presencia en las decisiones que se tomen, incluso siendo partícipes de propuestas. En sí, la interculturalidad intenta romper con la historia hegemónica de una cultura dominante y otras subordinadas y, de esa manera, reforzar las identidades tradicionalmente excluidas para construir, tanto en la vida cotidiana como en las instituciones sociales, un con-vivir de respeto y legitimidad entre todos los grupos de la sociedad” (WALSH, 2009, p.41) En la Asamblea Nacional se discute el proyecto de ley de agrobiodiversidad, que ha superado su primer debate. Como siempre se han escuchado las observaciones de los distintos grupos involucrados, los cuales también concuerdan con el pensamiento y apoyo de los asambleístas. La problemática está encuadrada en si el veto presidencial no cambiará el fondo de esta discusión acerca del uso de transgénicos. Como hemos podido resaltar, hay una resistencia del grupo indígena y agrícola contra los transgénicos. Este arraigo hacia las creencias propias de su cultura les mantiene firmes en su posición ante cualquier intento del gobierno o de los interesados para no dejar que se plasme la aceptación de los transgénicos. La explicación de aquel arraigo sería un tradicionalismo, el cual explica Max Weber es un enemigo del capitalismo, pues no permite que la productividad se incremente a pesar de que se incentive al trabajador con estímulos económicos y de “desarrollo” al estilo hegemónico. Según esta explicación el obrero preferiría vivir como lo hacía: “En esta forma, el primer enemigo a la vista contra el cual hubo de luchar el espíritu capitalista –considerado como un nuevo tipo de vida con sujeción a ciertas reglas, subordinado a una “ética específica- fue aquel hecho, parecido en mentalidad y en conducta que podría calificarse como “tradicionalismo” (Weber, p.30) Esta sería una barrera para la propagación de estas técnicas de producción, de la modernidad y del capitalismo en sí. Por estas dificultades que hay para el sistema, el mismo produce una constante variación de las formas de integración a este sistema, sean con convencimiento económico, placentero, cultural, político. El individualismo acude ante este problema. El capitalismo y los grupos de poder intentarán convencer a los pequeños agricultores para que produzcan de esta forma, o para que vendan sus tierras a los grandes interesados, pues detrás de esto hay que recordar que las semillas de transgénicos están patentadas, por lo que quienes trabajen en esta actividad tendrían que pagar anualmente por el uso de aquellos elementos. “Ahora, no obstante, cuando la industria lleva a una producción masiva y la demanda debe ser masiva, el derroche se hace indispensable y se alza en regla extensible a todo: (…) al
consumo de bienes sin excepciones de estatus, al consumo del otro sin excepción del yo. Y día a día, efectivamente, requiriendo una mejor relación calidad/precio” (LIPOVETSKY, 2007, p.71). A la vez, el resto de producciones agrícolas que no se unan a este tipo de producción quedarían anuladas por cantidad de sembríos que se obtengan, lo que perjudicaría a los agrícolas y propulsaría pobreza, y posteriormente a ello migración. Como se expresaba, la dificultad por ese “tradicionalismo” tendría que ser convencido por un gran cambio en la vida de quienes se dedicaban a esta actividad con fines de mutua ayuda con la tierra, en definitiva sería mostrarle y ‘venderle’ maravillas del sistema, una felicidad distinta: “Pero es la transformación de los estilos de vida unida a la revolución del consumo lo que ha permitido ese desarrollo de los derechos y deseos del individuo, esa mutación en el orden de los valores individualistas” (LIPOVETSKY, 2007, 8). En este punto, es necesario analizar la nueva concepción de felicidad que se presenta con la modernidad. En las comunidades agrícolas ha sido importante su cosmovisión del mundo; la interacción con el cosmos y los ciclos naturales; su relación armónica con la pachamama; su modo de vida y el arraigo familiar y comunitario; las prácticas tradicionales y ancestrales, la cultura alimenticia local. (Acción Ecológica, 2012) Ahora hay una nueva felicidad. La economía productiva presenta ganancias económicas, legitimidad y capital económico, experiencias placenteras al momento de usar el dinero y de gastar. Como expresa el cantante Pedro Guerra en su canción “Si tu quisieras”, dice: te sentirías “un ángel vivo de la economía”. Vicente Verdú (2007, p. 13) expresa que: “Las decepciones, las inseguridades sociales y personales aumentan. Son estos aspectos los que hacen de la sociedad del hiperconsumo, la civilización de la felicidad paradójica”. Toda la ganancia de esta nueva forma de producción que podría llegar, de seguro serían aprovechados también en el “desarrollo” económico y de condiciones de vida que propulsó Correa, pero también llegaría un cambio cultural-social de las comunidades pequeñas agrícolas. Parafraseando a Vicente Verdú, las soluciones económicas que el presidente Rafael Correa mencionaba son igualmente paradójicas, porque existiría más consumo y a la vez más “desarrollo” (Verdú, 2007, p. 15). De esta manera se podría reinventar al sistema, modificarlo para direccionarlo hacia beneficios sociales, y por otro lado también se podría ser “felices” mediante el consumo, mediante una felicidad paradójica. Es por eso que surge una pregunta acerca del multiculturalismo que se ha propagado, porque si bien se reconoce a los pequeños agrícolas y se les piensa ayudar mediante estas propuestas de producción masiva, por otro lado no se interrelaciona con ellos sino que se los aprovecha para beneficio de las grandes empresas que tienen patentados los transgénicos y del sistema económico. Graciela Esperanza (2012, p.12) refuerza esta idea: “Hoy, en cambio, el multuculturalismo se ha convertido en la lógica cultural, del capitalismo multinacional (el capital global ya no opera con los patrones conocidos de homogenización cultural, sino con mecanismos más complejos que exaltan la diversidad para expandir el mercado) y es preferible la omisión franca a la condescendencia forzada”.
El propósito de todas estas medidas es unir o anular a los “otros”, es decir a los que no se encontraban en una actividad económica de producción masiva. Si bien se los podía incluir en esta lógica mediante la “felicidad paradójica” en base al consumo, y al gusto por consumir y tener ese placer; también se los puede ‘liquidar’ de una vez, anulándolos en la capacidad de comercio, y siendo discriminados en el sistema económico lo que produciría males posteriores. Además los daños en la cultura propia no se los puede rescatar tan fácilmente, pues una vez que hayan conocido al sistema “eurocentrista” habrían quedado convencidos de estar aliados a él. “El eurocentrismo ha llevado a virtualmente todo el mundo, a admitir que en una totalidad el todo tiene absoluta primacía determinante sobre todas y cada una de las partes, que por lo tanto hay una y solo una lógica que gobierna el comportamiento del todo y de todas y de cada una de las partes. Las posibles variantes en el movimiento de cada parte son secundarias, sin efecto sobre el todo y reconocidas como particularidades de una regla o lógica general del todo al que pertenecen” (WALSH, 2009, p.352). Todo se modifica o se adhiere al contexto en que esté para así captarlo y llevarlo al mundo de la “felicidad paradójica”, el mundo que envuelve a gran parte del mundo occidentalizado y que no da muchas salidas para escapar de él.
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