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Pedro Almodóvar y su mala educación
ESCRITORES
Gustavo Mota
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Pedro Almodóvar y su mala educación
Pedro Almodóvar es un continente cilíndrico. Redondo en su cine y en persona.
Almodóvar es una palabra circular, igual que almohada, álamo, o amor. Su apellido coincide con la redondez de su rostro. El vocablo es una curva, una circunferencia, una pelota que acentúa los extremos de unas cejas sin pelo y unas aceras sin cintura que vienen hacia mí. El director camina solo, un pantalón blanco de lino rumia sus pasoscalmos, una camisa azul de manga corta no aguanta su sudor y su característico mechón blanco se le ha extraviado, el cabello es menos negro que marrón, el tinte denota su rejuvenecimiento, excepto por las patillas blancas, gordas y largas que ciñen su rostro esférico.
¿ Es Pedro Almodóvar? pregunto exaltado a la amiga que me acompaña, con un volumen tan sonoro que hace voltear al director. Pedro se dirige a la zona de bebidas en el Patio Central del antiguo Cuartel Conde Duque, donde se presenta el disco “Dos Lágrimas” de Diego el Cigala.
Sentado lo observo desde las mesas dispuestas para meterse litros de cerveza y pedazos minúsculos de pizza precongelada. Me levanto y lo sigo con la ventaja de quien despierta sólo indiferencia (cuando no te ven, ves más).
Con el fondo de un acorde flamenco y un son cubano Pedro llega a la barra, espera su turno, mientras un camarero clava su mirada en el director, a quien desea atender, más atónito que rápido. Pedro pide un agua con hielos, e incrusta su firma en un pedazo de cartón, el autógrafo que le ha pedido el mismo camarero, insinuante y seductor, más joven y guapo ante la mirada del director.
La tenue luminosidad, ciega y negra para los ahí presentes permite que por instantes se apague el reflector de su fama.
Por detrás también es Pedro unos brazos que sólo cuelgan, con toda su gravedad, desmayados o dormidos, delinean la imposibilidad de repetición del manchego. Cuesta trabajo reconocerlo por la vaguedad luminaria, pero, quizá, sobre todo, porque nadie podría imaginarse al director, como uno más, haciendo una cola.
Pedro paga. Regala sonrisas, voltea y se topa conmigo, casi rozándome, pero concentrado en el equilibrio de caminar con su agua. Mi estómago es un pozo sin agua, mi intención un paralítico intentando caminar. Siento la chispa, el instante donde la prudencia no asoma porque en lo fugaz se cifra lo posible, donde lo incierto toma aire.
Como en un tobogán cierro los ojos y me lanzo. Venga, lo que sea, me digo, y mi voz ya va por delante de mis miedos: “Hola, Pedro”, ataco, a media luz, con la luna partida de Madrid como único testigo.
-¿Puedo hacerte algunas preguntas? –pido.
Su mirada es una cuenta atrás, cada palabra es un minuto menos, cada guiño es un un tic tac tic tac, hay miradas que se mantienen mientras el cuerpo se va yendo, como aquel que juega con su llavero para indicar que se tiene que ir, el sonido de esas llaves son los hielos del vaso con agua de Pedro. La incógnita y la curiosidad lo detienen y con la temperatura del asombro mira, sonríe, escanea cada expresión, sin distraer su entorno.
Aprovecho y suelto la primera pregunta que no debo hacer:
¿ En qué andas? “Estoy escribiendo el próximo proyecto” –contesta rústico, como una lengua que se atora entre lo decente y lo viable. El metraje de sus pasos que se dirigen a las gradas donde está su asiento es la respuesta, el listón, la valla. La huída que no es falta, apenas indicación, me obliga a la prolongación del detalle que se apoya en su mundo. Pregunto:
¿ Sobre qué? A lo lejos se escucha El Cigala arrancarse con “Se equivocó la Paloma”, de Alberti, coincidiendo<con mi equivocación que subraya Pedro al decirme: “Hombre no, no me pidas que te conteste ahora, no puedes pretender hacerme una entrevista, tengo que irme para allá, estamos a mitad del recital”. –Pide sin alterarse, extendiendo sus brazos como quien ruega comprensión.
La mirada que se arrodilla ante él le convierte en cómplice de una necesidad, para mí es una oportunidad, el lugar oportuno para otorgar o negar, percibo que percibe. Pedro se embolsa un silencio, atropella a su huida, y justo cuando lo posible y lo frecuente suman abismo, pareciera que me indica: aprésame y me dejaré.
Sigo: “Me he enterado que Chavela Vargas ha venido”. Pedro interrumpe: -¿Está ella aquí? –Pregunta, descolocado, volteando para todos lados, buscándola, como si olvidara que había quedado con ella, se perturba, y preso de esa paradójica angustia que nace de la alegría, pareciera que estorbo en su visión.
Repentinamente es como si Pedro y la protección que había guardado se doblegaran para sólo asomar en la sombra gruesa de Chavela. Lo cotidiano no lo pierde y lo fantástico se le enreda en su enfoque. Noto su confusión y entonces aclaro: “No, no está aquí pero se ha publicado que ha venido para trabajar contigo”. “Ah, sí” -Suspira, recupera el orden, se lleva la mano a su corazón, y desinflado, sin aire en los pulmones, sobre la tierra movida que le dejó la convulsa alegría del desconcierto, explica: “Ella va a venir para grabar un disco y bueno yo estaré porque, como ya sabes, lo que me pida ella yo lo hago. Pero todavía no ha venido y todavía no sé muy bien en qué va a consistir el disco”, revela bajo la bóveda de un pasillo que conduce al escenario, recorrido que altera los ecos de su voz.
Un techo nos cubre, el túnel se antoja enorme, en la penumbra todo es calmo, nuestros pasos son más sonoros, el calor sube como el instante que no termina de perfilarse, de perfil lo miro, insisto: ¿Pero es para incluir algún tema de Chavela en tu próxima película? “No, bueno, no lo sé” -Duda, se columpia en el irresistible encanto de la ambigüedad del que hablaba el poeta- “es que todavía no sé la próxima película que voy a hacer, ahora la estoy escribiendo y tengo que irla descubriendo poco a poco”.
Pedro y yo nos buscamos desiguales, él desea concluir, yo prolongar. Sediento en acabar la grabadora que media entre los dos es foco de atención y más de uno lo reconoce.
Un grupo de jóvenes asalta ruidosamente al director, a quien saludan como: “eres un puto amo, te adoramos, somos cubanos”. El cuarteto de mulatos alegremente bebidos pide una foto con el director. Almodóvar accede.
El asalto me hace reparar en la estrechez del tiempo, el suelo que piso es una pausa ardiente y la piedra amnésica de quedarse en blanco me escribe mentalmente ¿Qué coño le pregunto?; De sus proyectos no habla, a Penélope la protege con su silencio, de otros directores calla, de volver lo ha dicho todo, la fama es una armadura.
Entonces pienso en los lazos, si la admiración en estado puro hacia Chavela lo ha embaucado, entonces del rumor canalla me tengo que colgar….
Gael García Bernal me sirve y le detiene. Me suelto, desato los chismes. Le explico que llevo varios años viviendo en España y que algunos amigos de México me comentaron que durante el rodaje de la Mala Educación había habido mala relación entre Gael y él, que terminaron mal, pero no lo sé, me disculpo, casi pidiendo perdón. “Claro tú como lo vas a saber si estas acá”, comprende y lo mejor de todo, me cree, y algo superior, su chorro de voz ataca para desvanecer la nebulosa de los malos humores del rumor.
Antes, advierte, “que sea la última eehhh, me estoy perdiendo el concierto”. Toma aire y agua, su estatura lucha con el recuerdo y categórico, humano, perfora en el tiempo pasado: “No, eso no es cierto. Yo lo he vuelto a ver la última vez en Cannes y todo muy bien. Yo sigo teniendo muy buena relación con Gael. Lo que pasa es que te explico, –ahí se detiene, rompe sus pasos, para en la memoria y comparece igual que cuando dirige una película, didáctico, anclado en los detalles: “El trabajo fue muy duro por las características del papel, y fue muy duro para él, pero eso forma parte del trabajo. Pero nunca hubo problemas conmigo, únicamente lo de ir con tacones la mitad de la película se le hizo muy complicado.
Pero te repito, entre nosotros nunca hubo mal rollo, ni mucho menos, te lo confirmo, he vuelto a ver a Gael en Cannes, existen fotos de ello, y me he llevado muy bien con él y con todo ese grupo que compuso la película. Y te pediría que si en México existió algún rumor al respecto, que lo desmintieras, con Gael tuve y tengo muy buena relación, pero sí, admito que el papel fue muy duro para él, y supongo que de ahí surgieron todas las especulaciones”.
La noche late a treinta grados centígrados con el viento a favor del calor. Agradezco suatención y con la humilde expresión, gracias a ti, se va Pedro Almodóvar, igual que cualquiera, dispuesto a disfrutar una noche que se alarga, sobre todo, si hablamos de verano y estamos en Madrid.
Gustavo Mota