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Despoir, Kundera (1929-2023)
Columna Invitada
Cada veo me alejo más del mundo rutinario de las letras. Desde hace tiempo me empieza a parecer, no tanto insoportable como cargado de vacuidad y ligereza, y la verdad no pienso en Kundera, que, aunque no es de mis escritores preferidos, ante los escritores y merodeadores del mundo o mundillo literario, es un escritor enorme”, escribía hace algunos años. 1985 puede ser el año en que algo cambió, sobre todo en mi manera de concebir la literatura, Víctor Hugo, Zola, Dickens, Tolstoi, Flaubert, es decir, la novela venía del siglo XIX. Y no fue sino mi querido Julián Meza quien comenzó a provocar las lecturas de los escritores, modernos, centroeuropeos y con una peculiar forma de asumir y asimilar la historia del mundo, de cuestionarla, de percibir la caída que había iniciado, tal vez desde Kafka, dentro de una conciencia en crisis, como Kraus o Canetti observaban desde Viena. O de romper paradigmas acerca de la validez y vida de la novela como instrumento de denuncia sin que la estructura de un panfleto se adueñara de ella.
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La crisis de la novela propició un verdadero motín por parte de muchos de los involucrados, en la antigua Checoslovaquia las cosas desde los años sesenta parecían marcar algunos de los rasgos que se expandirían entre varias narrativas, no solo se preguntaban por la partición real del mundo en oriente y occidente, sino que permitían algunos intersticios a sus letras que poco a poco llegaron a nuestros lares con el estimulante título del Arte de la novela.
Milan Kundera que, si bien sentía el peso de una cercana metamorfosis, también privó de nombre a sus personajes, asimismo, ante el aplauso de miles de morbosos de la literatura que estábamos a la espera de cualquier obscenidad de los grandes hombres, pues en el fondo solo codiciamos verlos tropezar para no sentirnos tan pequeños, él denunció la traición no sólo a la intimidad de un hombre sino algo que quizás hubiera convertido al gusano de Kafka en algo peor, algo que pocos vemos, la traición tanto al amor como a la amistad, quién sabe en aras de qué. Pero aquellos en que confiaba Franz Kafka no tuvieron la valentía de soportar ese peso.
Por ejemplo, Kundera sabe que Milena había roto su palabra y le había entregado la carta a su padre. El temor de Franz alcanzaba a todos los que la leían y su confidente imaginó lo que pasaría si Hermann Kafka se hubiera enterado de otra manera. Milena Jesenská, al igual que Felice Bauer, pero sobre todo Max Brod, no tuvieron la fortaleza de convivir en la intimidad con Franz. Cuánta razón del título de Kundera: Los testamentos traicionados. La traición es la inevitable señal de debilidad, antes que cualquier otra cosa. Imaginemos, los que escribimos, que todo lo que pensamos en palabras puestas en papel las van a leer todos y cada uno de los que aprendieron a juntar palabras y se dicen alfabetos. Claro que, en los ideales demócratas, tan de moda, sería maravilloso, pero desde la intimidad de nuestras vidas es una catástrofe. Las cartas que mandamos y las que no mandamos también serán leídas. La nota de una amante la conocerá otra; la nota a un amigo la conocerá el enemigo; cada palabra que proferimos a aquél que no soportábamos o incluso odiamos será conocida y di-vulgada. Imaginemos el tamaño de la vulgaridad.
Su mirada fue el centro de su escritura, los gobiernos totalitarios pretenden, -decía Kundera en una entrevista que Julián Meza le realizó en 1999 y Tierra prometida, la revista que hacíamos en esos años, publicó-, desaparecer la novela, pues en ella la verdad se desvanece a cambio del relativismo que enriquece la literatura. “permanecer fiel a la novela es una actitud más hostil al espíritu totalitario que cualquier programa político. En la novela no se impugna, sino que se conserva. No estamos amenazados por el pasado estamos amenazados por el porvenir del ángel totalitario” (2000).
No sólo se exilió, como él dijo, en realidad pienso que dejo su patria al cambiar de lengua, pues al fijar en Francia su territorio desterritorializó su narrativa, no sé si para bien, pero sus novelas francesas perdieron algo, no sé si ganar la supuesta libertad (con la caída del Muro), aprisionó la fortaleza de su narrativa e imaginación, pero ya él no podrá decírnoslo.
Hablo de este Kundera, porque lo muestra de cuerpo entero, que si bien podemos hablar de la ironía o su dolor ante el mundo que se desmorona, pierde el sentido del humor o reinventa la levedad del ser, más allá de que si es o no insoportable, el escritor nacido en Brno y enorme lector de Sterne, que lo motivó a rescribir las estigmatizadas letras de Diderot, en un momento en que Jacques está casi en el olvido, pero ahora sabemos que no es broma, hoy nos quedamos solo con El libro de la risa y el olvido, hasta que La insoportable levedad del ser nos alcance, Milan Kundera sabía que la vida estaba en otra parte, consejo proveniente desde Rimbaud.
Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.
AFIRMÓ QUE ES TIEMPO DE POLÍTICOS YA DEFINIDOS