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Una visita a la Madre en Lourdes

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Manuel Ferrer

Desde la puerta de la Basílica. Las horas pasaban rápidas por su intensidad amorosa. Nos queríamos llevar a casa muchos rincones de Lourdes.

En su gruta, María luce su rosario para que lo recemos con la fe de un niño, y la fortaleza y convicción de un santo.

Fuimos un buen grupo. Todos teníamos unas ganas enormes de verLA, de gozarLA, de escucharLA, de rezarLA, de regalarLE promesas de esas que ya jamás se olvidarán, aunque en algunas ocasiones seamos vencidos por nuestras debilidades, pues somos así de pequeños tan necesitados de madre. Fuimos gozosos, animados, desafiando el fuerte invierno de ese fin de la semana de febrero 2023. El deseo de verLA nos daba alas, alas que se fortalecerían para volar un poco más altos para ver desde allí y comprender mejor las necesidades de nuestros hermanos. Verlas y acercarnos a ellos para decirles que tenemos una Madre que nos ama con locura y que no se cansa de esperarnos. A Jesús se llega mejor por medio de María. Ella sabe mucho de toda clase de amores y sinsabores.

A la Madre le encantan esas promesas que, brotando del corazón y de la inteligencia, caminan con garbo, voluntad y elegancia hacia un futuro –el cielo-y que se fundamentan en la seguridad de que Ella ha sido-es-y será- la que nos acompañe y guíe siempre. Ella nos sonreía y más que hablarnos nos enviaba sus rayos luminosos –oración, eucaristía y confesión- que fortalecerán nuestras debilidades y regalarán seguridad y ánimos a nuestras alegrías y tristezas.

Le pedíamos que nos regalara el don del servicio, que supiéramos imitarla en su modo de servir a su Hijo Jesús, a su Esposo san José, a la Iglesia, a quienes iban a su casa a pedirle encargos a los carpinteros, a nuestras parroquias de la diócesis de Tortosa, a sus sacerdotes, a sus familias, a los más desvalidos… Servir, servir a cada uno con su mismo celo con el que ella cuida de nosotros.

Y por pedirle –somos muy pedigüeños- le decíamos que nos regalara el don de la alegría, ese don que jamás se tuerza por más que nos sobrevengan situaciones adversas. Me vienen a la memoria las palabras de san Josemaría que tantas visitas le hizo en su santuario: “Corazón, hijos míos, poned el corazón en serviros. Cuando el cariño pasa por el Corazón Sacratísimo de Jesús y por el Dulcísimo Corazón de María, la caridad fraterna se ejercita con toda su fuerza humana y divina. Anima a soportar la carga, quita pesos, asegura la alegría en la pelea. La caridad fraterna, que no busca su propio interés (cfr. 1 Cor 13,5), permite volar para alabar al Señor con un espíritu de sacrificio gustoso».

Gracias porque allí también os acordasteis de quienes no pudimos acompañaros.

Arropados en su casa. Viajamos contentos y alegres porque íbamos a la casa de la Madre. Dinos, Madre, ¿estás contenta de tus hijitos?

En el camino del Via crucis: Jesús resucita glorioso del sepulcro. Y ella, amorosamente, entró y se aposentó en nuestros corazones y ahora anda por nuestras casas, ocupaciones y trabajos.

En la explanada. Ella nos pide y regala que seamos: Luz, Sal, Levadura en esta andadura por la tierra sirviendo a Dios y a nuestros hermanos con la entrega total de enamorados, igualico que la suya. .

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