LA ANTIESPAÑA

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LA ANTI-ESPAÑA

La idea de la existencia de unas fuerzas endógenas, cuya aspiración final sería la destrucción de la nación española, hunde sus raíces en el contexto decimonónico de la restauración borbónica. Al parecer surge, dicha noción, de la denominada “segunda cuestión universitaria”, de 1875, que enfrentó a los krausistas, quienes defendían la libertad de cátedra, con los integristas católicos que pretendían, a través de la circular del Marqués de Orovio (a la sazón Ministro de Fomento del régimen de Cánovas), establecer un sistema de control férreo de las opiniones y contenidos del cuerpo docente, orientado a reforzar y reproducir, a través de la enseñanza, los valores ideológicos más rancios. Se trataba, según la mencionada circular, de asegurar que los docentes no expresaran disensión alguna con los principios, para éstos indisolublemente ligados a la idea misma de España, monárquicos y católicos que componían el núcleo duro del orden vigente. Así se expresaba en dicho documento que “Junto con el principio religioso ha marchado siempre en España el principio monárquico, y a los dos debemos las más gloriosas páginas de nuestra historia.”1 Explicitándose una clara amenaza de expediente a todo aquel que desde la institución educativa se atreviera a contravenir dicha orientación.2 En este contexto, por tanto, cualquier tipo de manifestación crítica —no sólo hacia la pretendida esencia católico-monárquica de España sino hacía el propio hecho de su imposición— constituyó razón suficiente para la atribución de epíteto de antiespañol. A partir de ese momento cristaliza la noción de la Anti-España para estigmatizar a todos aquellos cuya visión de la sociedad no correspondiera a la del catolicismo radical, la idealización de la idea imperial ligada a la monarquía hispánica y a la indisoluble unidad territorial. Durante las primeras décadas del siglo XX, esta narración se irá extendiendo de forma más intensa según se fue acercando el período republicano. Durante los años treinta la idea de la Anti-España aparecerá de forma reiterada en los periódicos de derechas3 y la eliminación de aquellos que la conformaban constituirá, a la postre, la coartada para el golpe de Estado de 1936 y para el desencadenamiento de la Guerra Civil por parte de las fuerzas tradicionalistas-fascistas que, en definitiva, querían imponer dicho credo sobre la idea de nación. En aquellos momentos y, especialmente, en los del primer franquismo la Anti-España la conformará lo

En la circular Orovio se encomendaba la vigilancia de estos principios: “Es, pues, preciso que vigile V. S. con el mayor cuidado para que en los establecimientos que dependen de su autoridad no se enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral, procurando que los Profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales. Use V. S., en este punto del más escrupuloso celo, contando con que interpreta los propósitos del Gobierno, que son a la vez los del país.” Marqués de Orovio, Circular del Ministro de Fomento de 26 de febrero de 1875, disponible en: http://personal.us.es/alporu/legislacion/circular_orovio_1875.htm#texto 2 El texto de la circular deja claro este punto: “El Gobierno está convencido de que la mayoría de los Maestros y Profesores obedecen y acatan el sistema político establecido y todo lo que emana de la Suprema Autoridad del Monarca; más aún, entiende que muchos no sólo lo hacen por deber, sino por propia convicción, habiendo llegado algunos a dar pruebas de valor y abnegación dignas del aplauso público; pero si desdichadamente V. S. tuviera noticia de que alguno no reconociera el régimen establecido o explicara contra él, proceda sin ningún género de consideración a la formación del expediente oportuno.” Ibíd. 3 Como ejemplo pueden citarse los diarios La época, La Igualdad o La Nación, auspiciado y sufragado éste por la administración de la dictadura de Primo de Rivera, en cuyas páginas aparecerán de forma reiterada ataques contra la Anti-España. 1


que se dio en denominar el contubernio judeo-masónico-bolchevique, dejando claro que cualquier opción de pensamiento que no se alineara con el nacional-catolicismo sería no sólo excluido del, por así decirlo, Volksgeist [espíritu del pueblo] español sino que, además, se declararía enemigo a exterminar, como así se llevó a cabo tanto como se pudo. Con el triunfo bélico del franquismo, el término quedará como un tópico para la desactivacióneliminación de cualquier rastro de desacuerdo ideológico con el régimen recién impuesto. Se insistirá en la amenaza que constituirá para el orden vigente. Así entre las numerosas producciones culturales del primer franquismo, que se encargarán de propagar esta idea, se publicarán libros como “Contra la Anti-España”4 del militante falangista Tomás Borrás de 1954. La noción de la Anti-España, sea como fuere, siempre ha invocado la existencia del enemigo interior que, como es bien conocido, tiene unos claros antecedentes en Europa en el antisemitismo, por lo que no sorprende que el judío fuera considerado como uno de los agentes de tal reunión de amenazas. La idea del enemigo interior fue extensamente explotada en aquellos tiempos por el nazismo, el estalinismo —recordemos aquí las palabras de Stalin de 1928: “Tenemos enemigos internos”— o, un poco más tarde, por el macartismo durante la primera mitad de la década de los cincuenta del siglo XX. El punto común de estos cuatro fenómenos, que gravitan sobre la construcción del enemigo interior, es su capacidad para estigmatizar, primero, y someter-eliminar, después, cualquier voz discordante con una visión hegemónica de lo que constituye participar de una comunidad nacional. En el caso español, todo aquel que no suscribiera los principios nacional-católicos. En el alemán quien fuera crítico con el Reich, racial o moralmente degenerado, según su perversa cosmovisión. En el estalinista el enemigo de clase, y por tanto del partido. Y en el estadounidense el que se manifestara, en el ámbito de la guerra fría, como simpatizante comunista, considerando tal cosa como un atentado contra los principios en los que se asentaba el sistema estadounidense. No es casual que en ese país existiera entre 1938 y 1975 el Comité de Actividades Antiamericanas (House Un-American Activities Committee). Hoy, que la fiebre nacionalista se ha rebajado, el enemigo interior del sistema demoliberal capitalista sería, por supuesto, el antisistema cuya imagen se vinculará a la figura del terrorista. Todos estos planteamientos, en mayor o menor medida, están atravesados por una pulsión totalitaria que pretende la ciega adhesión a unos supuestos principios constituyentes esenciales de un pueblo, en particular, en el que se vertebra la nación.5 Toda aquella posición personal o colectiva que no se alinee con esas esencias será tomada como una fuerza destructiva que hay que eliminar para garantizar la pervivencia del pueblo. No valdrán aquí actitudes tibias, como señalara Hannah Arendt en relación a los contextos totalitarios clásicos.6 Este enemigo interior, señala, será definido irónicamente con la mayor de las arbitrariedades como el “enemigo objetivo”, que se trata de cualquiera que se le hace portador de un estigma o, incluso, de una enfermedad que le señala como proclive, según la ortodoxia dominante o que pretende serlo, a desestabilizar un orden que desde esa perspectiva se concibe como

Borrás, Tomás, Contra la Antiespaña, Ediciones del Movimiento. Madrid, 1954. En este sentido, Noam Chomsky calificaba la denominación por parte del gobierno estadounidense de antiamericanos a aquellos que disentían del modelo hegemónico estadounidense como propia de un sistema totalitario. Estas declaraciones pueden contrastarse en el documental Requiem for the American Dream (Peter D. Hutchison, Kelly Nyks & Jared P. Scott, 2015). 6 Arendt afirma: “Cualquier neutralidad, y, desde luego, cualquier amistad espontáneamente otorgada, es, desde el punto de vista de la dominación totalitaria, simplemente tan peligrosa como la hostilidad declarada, precisamente porque la espontaneidad como tal, con su imprevisibilidad, constituye el mayor de los obstáculos a la dominación total del hombre.” Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Taurus, Madrid, 1998, p. 366. 4 5


inalienable.7 Se trata aquí de la determinación subjetiva, en función de unos valores excluyentes, de un peligro potencial en ciertas actitudes y pensamientos8 que, a la postre, acabarán siendo codificados como delitos. Cuestión que, en tiempos recientes, se ha podido observar, en el contexto del Estado español, con la entrada en vigor de la Ley de Seguridad Ciudadana, o “Ley Mordaza”, en junio de 2015. En ésta se recogen ciertas limitaciones, por citar uno de sus aspectos más siniestros, a la libertad de expresión cuya genealogía bien podría localizarse en la persecución de lo que los antepasados ideológicos, y biológicos en algunos casos, de los perpetradores de dicha ley denominaron la AntiEspaña. No han sido pocos, desde el siglo XIX, los intentos de construcción de un modelo alternativo, más abierto de España al que, de manera más o menos clara, no ha cesado de vencer y que definió el concepto del que aquí nos ocupamos. Debemos concluir que la idea de España, como toda idea nacional y quizás de pueblo, está profundamente determinada por las fuerzas más excluyentes y reaccionarias y que desde una posición ideológica, que aspire a la emancipación y la igualdad, no merezca malgastar ningún esfuerzo en la redefinición de una noción cuyas coordenadas fundamentales están ya preestablecidas. En este sentido conviene recordar como Miguel de Unamuno, quién por un breve espacio temporal apoyaría el golpe de Estado de 1936, durante los años de la II República no cejó, con tanta energía como con tan poco éxito, en su empeño crítico contra el concepto de Anti-España. En su discurso con motivo de su nombramiento como Ciudadano de Honor de la República, pronunciado en abril de 1935, manifestó la posibilidad, desde cierta perspectiva pluralista, de una España conciliadora de las diversidades: “Profeso lo que ciertos ciudadanos han dado en llamar la Anti-España es otra cara de la misma España que nos une a todos con nuestras fecundas adversidades mutuas. A nadie, sujeto, partido, grupo, escuela o capilla, le reconozco la autenticidad y menos la exclusividad del patriotismo. En todas sus formas, aún en las más opuestas y contradictorias entre sí, en siendo de buena fe y de amor, cabe salvación civil.”9 Como es sabido la postura inclusiva, al menos hasta cierto punto, bienintencionada, cuando no ingenua, del filósofo no tendría ningún efecto en la configuración de la idea de España que en poco tiempo saldría triunfante militarmente en la contienda que se avecinaba y que, una vez más, respondería al esquema autoritario, imperialista, centralista y católico. No quiso atender Unamuno a los reproches que el integrista Ramiro de Maeztu, identificado con este modelo nacional, le hiciera desde las páginas del diario ABC, en el año 1934, en relación con su negación de la existencia de la Anti-España que representaba, por supuesto, todo aquello que no coincidiera con este modo de entender el país y la idea de pueblo:

En este sentido Arendt señala: “[…] el «enemigo objetivo» […] es definido por la política del Gobierno y no por su propio deseo de derrocar a éste. Nunca es un -individuo cuyos peligrosos pensamientos tengan que ser provocados o cuyo pasado justifique la sospecha, sino un «portador de tendencias» como el portador de una enfermedad. Prácticamente hablando, el gobernante totalitario procede como un hombre que persistentemente insulta a otro hombre hasta que todo el mundo sabe que el segundo es su enemigo, así que puede, con alguna plausibilidad, ir a matarle en defensa propia. Esto, ciertamente, resulta un poco crudo, pero funciona —como sabrá todo el que haya contemplado cómo ciertos arribistas afortunados eliminan a los competidores.” Ibíd. p. 341. 8 Sobre esta cuestión, manifiesta Arendt: “Desde un punto de vista legal, aún más interesante que el paso del sospechoso al enemigo objetivo es la sustitución totalitaria de la sospecha de un delito por la posibilidad de éste. El delito posible no es más subjetivo que el enemigo objetivo.” Ibíd. p. 343. 9 Gómez Molleda, Dolores, “El proceso ideológico de D. Miguel. De la Republica a la Guerra Civil”, en: Gómez Molleda, Dolores [Ed.], Actas del Congreso Internacional. Cincuentenario de Unamuno. 10-20 de diciembre de 1986, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1989, Salamanca, p. 59. 7


“Lo que pasaba, lo sabemos ahora. Que la anti-España se había apoderado de España y se había apoderado por sorpresa, porque los españoles no se habían dado cuenta de que Aranda y Rada y la Masonería y los afrancesados, constituían el modo temporal, siglo XVIII, de la anti-España que de haberse dado cuenta de que España era Recaredo, y las Navas, y el Salado, y Santiago y las Ordenes militares, y el dogma de la Inmaculada, y los jesuitas y dominicos de Trento, y las leyes de Indias, y el descubrimiento de América, por la creencia de que todos los hombres son capaces de salvarse, nunca habría dejado de vencer a la anti-España. […] Los individuos nos morimos; pero los pueblos perduran, cuando están en acecho; es decir, cuando España no se deja sorprender por la anti-España.”10 En tiempos más recientes, cualquier propuesta de reformulación de la idea de España se ha encontrado, de modo invariable, con una fuerte oposición donde ha reaparecido, en sus versiones más extremistas, la noción de la Anti-España. En cualquier caso, en este contexto no parece haber espacio para una transformación de sus fundamentos básicos, de carácter profundamente reaccionario. Es cierto que en la situación actual, donde los intereses del poder transnacional han conseguido desarticular en buena parte los discursos de estirpe nacionalista, estos planteamientos identitarios sirven, fundamentalmente, para administrar las diferentes divisiones territoriales del gran imperio corporativo global y, frecuentemente, para desviar la atención hacía asuntos locales. En cualquier caso, y a pesar del avance de los movimientos ultraderechistas que esgrimen el discurso nacionalista, la idea de nación y sus atributos asociados aparecen en escena como mecanismos de control y cómo razón de la represión de cualquiera que se ubique en el territorio del disenso, respecto de las reglas que se han venido imponiendo para la consecución de un sistema de dominación mundial. En tanto que instrumento de poder, el discurso de lo nacional, a pesar de su relativa oquedad, ha de seguir siendo combatido tanto en su dimensión instrumental, administración de los intereses imperiales globales localizados geográficamente; como en la de carácter reactivo a esas condiciones que representa el más que incipiente fenómeno político nacionalista de corte neofascista. La postura que desde aquí adoptamos se articula mediante una actitud de desidentificación con la idea de nación, España en este caso, y que tiene una vocación de extensión hacia la de Europa y, de manera más general, a la de Occidente. Ese mecanismo intelectual y afectivo bien podría estar emparentado con la noción de “identificación imposible” de la que habla Jacques Rancière, cuando lo hace de la postura política adoptada por cierto sector de la población francesa, con motivo de la represión de los argelinos en la manifestación ocurrida en París, motivada por la guerra de independencia de su país: “Más cercano a nosotros, la política, para mi generación, descansó sobre la identificación imposible, una identificación con los cuerpos de los argelinos golpeados a muerte y lanzados al Sena por la policía francesa, en nombre del pueblo francés, en octubre de 1961. No podíamos identificarnos con esos argelinos pero podíamos cuestionar nuestra identificación con el “pueblo francés” en nombre del cual habían sido asesinados. Podríamos entonces actuar como sujetos políticos de intervalo en la falla entre dos identidades sin poder asumir ninguna.”11 Del mismo modo que en el caso francés, no faltan razones en lo relativo al español, para que problematicemos y tomemos distancia de ese conjunto de ideas y creencias que fundamentan cualquier variante de esa nefasta idea que representa la pertenencia-identificación al relato nacional. Consiguientemente Rancière indica que los procesos de identificación son de carácter policial,12 esto Maeztu, Ramiro de, “La Anti-España”, ABC, 12 de diciembre de 1934, p.15. Rancière, Jacques, Política, policía, democracia, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2006, p. 22. 12 A lo que Rancière llama policía queda explicado en la siguiente frase: “Y la pendiente natural de los gobiernos, como de quienes legitiman su poder, es pensar la comunidad política sobre este modelo: gran familia gobernada por sus ancianos, patrimonio de la divinidad confiada a aquellos que la divinidad ha elegido, gran empresa 10 11


es, de imposición. Y sólo desde una posición de desidentificación puede construirse una política alternativa al discurso dominante: “Así, la lógica de la subjetivación política es una heterología, una lógica del otro […] nunca es la simple afirmación de una identidad, es siempre al mismo tiempo, negación de una identidad impuesta por otro, fijada por la lógica policial. La policía quiere efectivamente nombres “exactos”, que marquen la asignación de la gente a su lugar y en su trabajo. La política, ella, es un asunto de nombres “impropios”, de misnomers que articulan una falla y manifiestan un daño.”13 Se trata, según Rancière, de distanciarse de los nombres “propios” y “exactos”, con lo que la policía, como antagonista de la política, pretende controlarnos. Sin embargo, desde aquí se sostiene otra posición. Aceptando la noción Anti-España, la identificación con ella, se pretende establecer una distancia radical con la idea de España, que antes y ahora remite a unos valores fundantes que, sin lugar a dudas, no compartimos y rechazamos como propios. Es cierto que, en cierto modo, reconociéndonos en un marco que se construye negativamente, se acepta la definición que la policía, en términos de Rancière, hace de quienes no sentimos ni pensamos como se nos exige. Pero tal circunstancia no implica plegarse, de ningún modo, a una supuesta autoridad de quien nos enuncia de tal modo. Muy al contrario, se trata de una postura de confrontación con quienes creen estar en posesión de una verdad esencial, que pretende modelar un ser en virtud de una supuesta conformación geográfico-cultural de la subjetividad. No es la primera vez, claro está, que se utiliza el lenguaje con el que el “enemigo” trata de estigmatizar e inferiorizar a quienes trata de dominar con la finalidad de establecer un territorio propio y contrapuesto al que se propone desde ese lugar. Recordemos aquí como la resistencia al colonialismo imperialista occidental, que designó de forma despectiva al africano como negro, se apropió de esa denominación, expresión directa del mayor de los desprecios por parte del autodenominado blanco, para establecer un marco de definición, la négritude, de una posición frente a la dominación. En este sentido Frantz Fanon afirmaba que: “El concepto de la “negritud”, por ejemplo, era la antítesis efectiva y no lógica de ese insulto que el hombre blanco hacía a la humanidad. Esa negritud opuesta al desprecio del blanco se ha revelado en ciertos sectores como la única capaz de suprimir prohibiciones y maldiciones.”14 Si anteriormente afirmábamos que la Anti-España era una idea, al igual que otras fórmulas semejantes conformadas en diversos contextos, de estirpe totalitaria, en este punto, reconocerse en la misma (la idea de Anti- España) opera en la confirmación de dicho carácter impositivo de la noción de pertenencia nacionalista. En este sentido, quienes desde nuestra subjetividad, afectividad y pensamiento no queremos, necesitamos o entendemos el sentido del mundo desde esta perspectiva, no dudamos en afirmarnos en negativo:

¡Sí! Nosotras y nosotros somos la Anti-España

dirigida por los expertos en el manejo de las riquezas y el cálculo de los flujos, reunión de alumnos medianamente ignorantes o indóciles instruidos por los más sabios. A esta lógica de adaptación que se quiere hacer pasar por la de la política, propuse reservarle el nombre de policía. Y es claramente ella quien tiende hoy día a repartirse el mundo: entre los gobiernos de la riqueza ilustrada y los gobiernos fundados en la filiación o en la religión.” Ibíd. p. 11. 13 Ibíd., p. 23 14 Fanon, Frantz, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aries, 2013, p. 194.



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