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Semillas al viento
EL EFECTO DUNNING-KRUGER
Los problemas de la superioridad ilusoria: cuando el jugo de limón no nos hace invisibles.
El 19 de abril de 1995, McArthur Wheeler asaltó dos bancos, en Pittsburgh, Estados Unidos. McArthur, un hombre de un metro setenta y más de ciento veinte kilos, robó los bancos a mano armada, a plena luz del día y sin usar ninguna máscara o disfraz para proteger su identidad. Las cámaras de seguridad lo capturaron apuntándoles a las cajeras. La policía compartió las imágenes con el noticiero local, y en cuestión de minutos recibieron suficiente información para apresar a McArthur. Cuando la policía golpeó a su puerta, McArthur no podía creer que lo hubieran encontrado. “¡Pero me puse jugo de limón!”, les dijo a los oficiales de la policía. McArthur había leído en algún lado que el jugo de limón se usa como tinta invisible. Él pensó que, si se untaba la cara con jugo de limón, esto lo volvería invisible a las cámaras de seguridad. Antes de robar los dos bancos, McArthur verificó su teoría untándose la cara con jugo de limón y tomándose una foto con su cámara polaroid. Coincidentemente, la foto salió oscura, y él cre-
yó que había encontrado una forma práctica y eficaz de robar bancos sin ser reconocido.
McArthur fue llevado a prisión. Sin embargo, su historia motivó a David Dunning, un profesor de Psicología de la Universidad de Cornell, a investigar lo sucedido. David realizó una serie de experimentos junto con Justin Kruger. Ellos hicieron que un grupo de estudiantes de la Universidad tomaran exámenes de lógica, gramática y humor. Dunning y Kruger descubrieron que los estudiantes que peores resultados tenían en los exámenes eran justamente los que pensaban que habían rendido mejor. A este sesgo cognitivo lo llamaron el “efecto Dunning-Kruger”. Irónicamente, son justamente las personas más incompetentes las que tienden a considerarse más inteligentes y preparadas.
Estoy convencida de que todos tenemos la cara pintada con limón en alguna que otra área de nuestra vida, pero en ninguna tanto como cuando se trata de entender los caminos y los tiempos de Dios. La Biblia dice: “Pues así como los cielos están más altos que la tierra, así mis caminos están más altos que sus caminos y mis pensamientos, más altos que sus pensamientos” (Isa. 55:9, NTV). La perspectiva de Dios es infinitamente más grande y más alta que la nuestra. Dios ve el pasado, el presente y el futuro de un solo vistazo. Su inteligencia y su poder son ilimitados. Cuando nos sentimos tentados a soltarnos de la mano de Dios, sospechando que él no sabe lo que hace, o que no nos ama, estamos actuando como McArthur Wheeler. La autora estadounidense Stormie Omartian reflexiona: “Cuando llegamos a confiar en que los tiempos de Dios son perfectos, podemos estar contentos sin importar donde estemos, porque sabemos que Dios no nos dejará allí por siempre”.1 Confiar en los caminos y los tiempos de Dios nos ayuda a respetar la importancia del presente, a honrarlo sin tomar atajos ni saltear etapas. Significa que sabemos que nada se pierde, ni un día, ni una hora o siquiera un minuto. Todo es entrenamiento, a todo Dios lo usa para nuestro bien.
No te desanimes cuando parezca que el camino por el que Dios te guía no tiene sentido. Recuerda, ¡tenemos la cara pintada con limón! “Dios no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que están cumpliendo como colaboradores suyos”.2 Un día, cuando ya no veamos en parte (1 Cor. 13:12), reconoceremos que Dios siempre escogió lo mejor para nosotros.
1 Stormie Omartian, Just Enough Light for the Step I’m On (2008). 2 Elena de White, Promesas para los últimos días (1996).
Por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina pero vive y trabaja en Londres.