Edición 544/ Octubre 2014
1
Bodas de Oro Curso Militar Antonio Arredondo
‘ARREDONDOS’ Evocación: diez lustros de honor y gloria Como presagiando grandes aconteceres aquel día del diez de diciembre de 1964, el sol era radiante para los todavía imberbes setenta subtenientes pletóricos de patriotismo que desfilaban cara a su destino hacía su porvenir, sin proyectar sombra alguna bajo el arco triunfal de la Escuela Militar. Ese grupo selecto que conformaba la hermandad conocida como Curso Militar Antonio Arredondo Martínez, auténtica cofradía a quienes se les hacía entrega de las armas de la República, en procura de la paz, la convivencia y el bienestar de la patria. Compromiso que en esta fecha nació en lo más profundo de los corazones de estos hombres sencillos, que siempre estuvieron dispuestos a servir al vaivén de las circunstancias. Estos cadetes, de la siempre viva, compañía ‘pesada’ como parte del programa curricular de historia militar, se les programó un recorrido por la ruta del Ejercito Libertador, siguiendo los pasos de la Campaña Libertadora que en 1819 puso fin al dominio español sobre el territorio del Virreinato de la
Nueva Granada. Con tal propósito, los alumnos de la compañía, arribaron a la población de Tasco, Boyacá, donde ciento cuarenta y cuatro años atrás, el avance del Ejército Libertador, por los llanos del Casanare y las gélidas breñas del páramo de Pisba, se habían concentrado para planear y atacar a las tropas españolas del rey, invasoras en esta provincia Neogranadina. El Ejército Libertador se componía de las Divisiones de Vanguardia y de Retaguardia. La primera contaba dentro de sus unidades con el batallón de Infantería ‘Cazadores Constantes de la Nueva Granada’, al mando del teniente Coronel Antonio Arredondo Martínez quien antes de la organización de la División de Vanguardia había hostigado y combatido a las tropas del Rey sobre ambas vertientes de la cordillera Oriental. Comandante veterano y conocedor de los gloriosos campos de batalla que Bolívar, con el apoyo decidido del general Francisco de Paula Santander, había decidido emprender durante aquel bienaventurado año de 1819.
El Batallón de Cazadores Constantes, con su comandante a la cabeza, buscó el contacto con el enemigo en la unidad de vanguardia que marcaba el derrotero del Ejército Libertador, moviéndose con la celeridad que la difícil topografía le permitía logró derrotar brillantemente a las tropas realistas que se guarnecían y defendían en la posición fortificada de Paya. Luego de su victoria continuó el ascenso de la mole andina para cruzar el inhóspito páramo de Pisba, remontar la cumbre cordillerana y llegar en estado de semidesnudez y al borde de la hipotermia a Socha, donde los Cazadores Constantes fueron recibidos, apoyados y socorridos por el cura del pueblo y todos sus habitantes, para luego seguir a la pequeña aldea de Tasco, donde el Batallón reorganiza el grueso del maltrecho ejército. Como resultado de las operaciones ofensivas llevadas a cabo por el teniente Coronel Arredondo, se sucedieron los combates de Gámeza y Tópaga, donde Arredondo realizó una operación de repliegue, habien-
do sido mortalmente herido y evacuado al hospital de campaña de Tasco, donde el gallardo oficial expiró y su cuerpo sepultado en el cementerio de la población. En resumen, la corta existencia del teniente Coronel Arredondo, ascendido póstumamente a Coronel, estuvo dedicada a la causa independista, vinculándose a la lucha contra el dominio español en las provincias de Cúcuta, El Socorro, Tunja y Casanare, con derroche de patriotismo, estoicismo, coraje y lealtad, virtudes que lo señalaron como el comandante indiscutible durante toda la campaña que culminaría con la victoria, a costa de su vida. Por eso, un año antes de la graduación como Subtenientes del Ejército, los Cadetes de la compañía ‘pesada’, por voluntad del Director de la Escuela Militar, el brigadier General Guillermo Pinzón Caicedo, fueron honrados con la distinción de que su promoción 1964 llevara el nombre del Coronel Antonio Arredondo Martínez, decisión que se tomó en el mismo lugar de su sepultura, donde su alma
descansa y goza de la paz, del honor y de la gloria. Ese grupo de adolescentes, que recibió junto con su bautizo en campaña un cúmulo de responsabilidades, los hizo merecedores de llevar el nombre del intrépido Coronel patriota y en verdad que el tiempo demostró que ese legado había hecho justicia y honor al héroe mártir. Por ello, los jóvenes cadetes recién admitidos al novedoso entorno de la milicia, muy pronto empezaron a obtener junto con las destrezas propias del entrenamiento castrense, triunfos descollantes como la conquista consecutiva durante su permanencia en la Escuela Militar, del campeonato en los Juegos Deportivos Intercompañías, desde su iniciación como reclutas, hasta su graduación de subtenientes. A nivel nacional, un cadete de los futuros ‘Arredondos’, obtuvo el significativo y honroso galardón de Mejor Bachiller de Colombia, exhibiendo ante la nación entera, la calidad de la educación prodigada en las aulas del >> SIGUE ARREDONDOS pág. 2
2
Curso Militar Antonio Arredondo
<< VIENE ARREDONDOS pág. 1 Alma Mater del Ejército, donde el aspecto académico, recibía la misma importancia que la instrucción militar, para la formación de los nuevos defensores de la soberanía y libertad de la nación. Al graduarse como oficiales los integrantes de la promoción Coronel Antonio Arredondo Martínez, empezaron a marcar su huella de excelente desempeño en las diferentes funciones, misiones y actividades que les correspondió desempeñar como comandantes de unidades, desde el nivel básico de las patrullas, hasta el escalón máximo de los comandos del Ejército y de las Fuerzas Militares, por las sendas, trochas y caminos de los campos de combate en todo el
territorio patrio, donde varios de los ‘Arredondos’ ofrendaron sus vidas, para pasar a ocupar su puesto en la galería celestial de los héroes colombianos. Por su desempeño en la salvaguarda del orden constitucional y del estado de derecho, quince paladines de la entraña de los ‘Arredondos’ se hicieron merecedores a la medalla de Servicios Distinguidos en Orden Público, y de ellos, a siete se les otorgó varias veces más por las acciones en el teatro de la guerra. Igualmente, varios de los integrantes del clan de los ‘Arredondos’ estando en actividad, fueron llamados a ocupar cargos en la administración civil pública, destacándose el nombramiento de un Coronel como Gobernador de Arauca; un
Teniente Coronel como Gerente Seccional del Instituto de Crédito Territorial en el Amazonas y un Mayor como Secretario de Obras Públicas del Guainía. Un distinguido General ‘Arredondo’ fue nombrado por el Gobierno para comandar el Ejército Nacional, privilegio reservado para los mejores entre los mejores y que por los méritos obtenidos, se extendió más allá aún, al escalar la responsabilidad de Comandante General de las Fuerzas Militares de Colombia, desempeñando su cargo, con singular éxito y reconocimiento de la opinión pública que supo valorar la calidad de las ejecutorias operacionales realizadas por el miembro más representativo de los ‘Arredondos’, quien pasó a ocupar un sitio destacado en el
Salón de la Fama de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos y, en su retiro, representante plenipotenciario del gobierno en la mesa de negociaciones de La Habana. Después de su servicio bajo banderas y ahora en la vida civil, los ‘Arredondos’ siguieron cosechando éxitos en la empresa privada, o en los entes gubernamentales, en la docencia universitaria y en la Academia, integrándose de lleno al funcionamiento de la institucionalidad legal y legítima de la sociedad, a la cual no han dejado de servir en su condición de ciudadanos de bien, junto con sus familias que han ayudado a constituir la reserva moral de la nación. El selecto grupo de los
‘Arredondos’, después de transcurrido medio siglo de existencia terrenal, se congrega de nuevo con profunda humildad, pero con infinito orgullo pleno de alegría, al vaivén de sus remembranzas y nostalgias, para agradecer a la institución y al pueblo colombiano la benevolencia de haberles permitido realizar este recorrido vital con la frente en alto, la conciencia tranquila y las manos limpias, a lo largo de sus actuaciones como soldados, como ciudadanos y como jefes de familia, integrantes de una nación agradecida, que les ha hecho saber y sentir que no han vivido en vano y que sus esfuerzos y sacrificios quedarán para siempre registrados en las mejores páginas de la historia de la patria.
¡Felicitaciones al Curso Antonio Arredondo en sus Bodas de Oro!
Edición 544/ Octubre 2014
3
A los ausentes Bogotá D.C. 14 de marzo de 2010
Queridos amigos:
Llamamos ‘ausentes’ a aquellos seres queridos que físicamente se marcharon pero que dejaron como legado su recuerdo. Este es el motivo por el cual nos encontramos reunidos como una gran familia en este templo de colores de luz celestial en medio de solemne paz, para rendirles sencillo homenaje como tributo de admiración, respeto y veneración perpetua a su memoria. El Curso Antonio Arredondo no podría romper jamás el hilo invisible y mágico que nos ha unido con los compañeros desvanecidos por el tiempo, en el estadio de la eternidad. Allí donde seguramente nos esperarán muy pronto. Todo momento será propicio y oportuno para honrar a los compañeros que viviendo con intensidad agotaron prematuramente el tiempo de su existencia.
Entonemos, entonces, a viva voz su recuerdo como palpitante testimonio de su tránsito por este valle de alegrías y miserias. Ellos son:
Maximino Martínez Guerrero, Luis Carlos Herrera Restrepo, Carlos Caldas Cardona, Fernando Martínez Valencia, Jaime Rivas Ramírez, Oscar Delgado Cabrera, José María Obando Garnica, Flavio López Correales, Carlos Vela Guerrero, José Virgilio Sabogal Collantes, Jesús Antonio Guzmán Contreras, Antonio Acosta Caicedo, Joaquín Gregorio Ferro García y Oscar Arnedo Arango. No existe exclamación más profunda y triste, que aquella que sale del pecho de un ser humano ante la tumba de los elegidos, de los seres idos.
Compañeros en el espacio, hoy estamos presentes saboreando su recuerdo en las latitudes desconocidas desde donde ahora nos contemplan. Compañeros en el tiempo, hoy estamos acompañándolos con el fervor y en el entusiasmo que se desprende de lo más íntimo del alma.
Compañeros ausentes, hoy estamos tratando de llenar el vacío más allá del silencio que dejaron sus sombras. Compañeros de siempre, hoy nos inclinamos sobrecogidos con nostálgico cariño, para unir los eslabones de la cadena que enlaza la vida con la muerte.
Será muy corto el tiempo que nos separe de esa escuadra de vanguardia que partió rauda, anticipándose con afán a formar el grupo aposentador que se arruma a las puertas de la gloria, esperándonos con el mismo júbilo como hoy los estamos rememorando. Allá lograremos, al fin, la real y verdadera integración que tanto hemos soñado para nuestro curso.
Recordemos que ellos salieron del mismo tronco común que se ramificó en nosotros. Compartimos los mismos sueños, ideales, tristezas, alegrías y esperanzas. Pertenecieron a aquella cofradía que liga a los hermanos de sangre. Con ellos convivimos gran parte de nuestra existencia, nos presentamos a la vida, desnudos de ambiciones, sedientos de gloria y plenos de entusiasmo, con el firme propósito de disfrutarla y con ellos hicimos el mismo juramento de defender a nuestra patria adolorida desde las trincheras del olvido. Pero ¿Qué les debemos decir en este momento?
Digámosles que estamos siguiendo el camino que ellos alguna vez nos señalaron, cuando marcaron el rumbo, que los condujo serenamente más allá de las fronteras terrenales. Que transitamos más despacio por la senda
otoñal. Que ahora frenamos los ímpetus y serenamos los espíritus. Que disfrutamos plenamente con los mismos recuerdos de los cuales ellos fueron artífices y protagonistas. Que se ha mermado el egoísmo, la competencia y el celo. Que ahora añoramos más nuestras alegrías y soportamos con mayor grado de paciencia las dificultades. En fin, que tratamos de sobrevivir rumiando nostalgias, enfrentando retos y disimulando carencias. Que tenemos el mismo país haciendo enormes esfuerzos por mejorarlo, pero a una cadencia demasiado lenta.
Con la valentía, la experiencia y la sabiduría que dan los años, hemos podido soportar, amar, tolerar y aguantar a nuestras esposas. Ellas cada día están mas hermosas, saludables y radiantes y, nosotros, más viejos y devaluados. Pareciera que se nutrieran de nuestra energía y trasplantaran a su sistema linfático y simpático nuestra esbelta juventud. Es decir han cambalacheado sus defectos por nuestras virtudes. Queridos amigos ausentes: estamos necesitando de sus
luces, para dejar atrás toda esta oscuridad que nos envuelve, estamos necesitando de su paz para seguir fortaleciendo nuestra esperanza.
Nuestra meta, entonces, queridos amigos del pasado y sobrevivientes presentes, es la de llegar al final de nuestro destino satisfechos de lo hecho en paz y a conciencia. Conscientes del deber cumplido y dejando como legado un bello recuerdo como el que ustedes nos proporcionan cada día.
Amigos del reino desconocido, así es aquí la vida de nosotros los viejos veteranos. ¿Cómo es allá? en el más allá... la vuestra... Despidámoslos, entonces, al estilo del poeta.
“Conté mis años vividos y descubrí que son muchos Conté mis días pendientes y me asombre que son pocos” No moriremos del todo... seguiremos navegando en el recuerdo. Fernando González Muñoz
4
Curso Militar Antonio Arredondo
Aquel día de repente apareció una estrella como un enorme diamante prendido en la túnica del cielo y la tierra resplandeció como una virgen florecida de sonrisas. No era para menos, era un día de diciembre, era el día de la graduación, el esperado día: el día de las estrellas. La Escuela Militar, majestuosa, vestía sus mejores galas y en el horizonte se dibujaba, como perla en el desierto, brillando de esplendor, tal como la describiera magistralmente Alberto Lleras en histórica ocasión: “Bella Escuela donde se encuentra albergue espiritual a los recuerdos, se viste de uniforme y se oficia en el altar de la patria”. Por todas partes aparecían uniformes de colores, espadas, banderas, tambores de guerra, guirnaldas y oropeles adornando aquel escenario de ensueño y fantasía. Era un espectáculo grandioso, digno del acontecimiento que estaba a punto de celebrarse. La ceremonia se había preparado con cuidadoso esmero desde tiempo atrás, era el ascenso de los subtenientes, la imposición de la primera estrella de manos del Presidente de la República, en un acto que para entonces no tenía paralelo ni punto de comparación, sencillamente... ¡solemne! Para los que íbamos a ser enaltecidos con este honor, el momento no podía ser más emocionante. Al fin habíamos encontrado el camino, la senda de la gloria, la dichosa y esperada meta. La antorcha que encendía la llama de nuestra mas anhelada esperanza. La llave de Pandora que abriría las puertas del infinito para poder tener a
El día de las estrellas… nuestro alcance, la estrella del indescifrable destino que se nos pesaba sobre los hombros. Habían transcurrido tres largos años anhelando este día, desde la noche aquella: “la noche de los reclutas”. Para estos jóvenes adolescentes que apenas crispaban los dieciocho años, todavía se estremecen recordando el feliz momento. Ya se habían, develado las sombras de la noche y emergían los primeros destellos de luz, sobre la tierra, iluminando aquel día. Era el amanecer de la vida. Una contemplación en medio de la bondad del silencio, donde los más grandes secretos, para nosotros aún permanecían escondidos en la penumbra de lo inexplorado. Había llegado el “día de las estrellas”, cuando luciríamos por primera vez la insignia que nos consagraba como subtenientes del Ejército, oficiales de Colombia, nacidos para morir por la patria; soldados desconocidos que jugábamos a ser héroes anónimos. Al fondo se veía, el verdor
del majestuoso campo que contrastaba con el uniforme azul de gala del bloque de los graduandos, compuesto por setenta muchachos que entre el asombro y la emoción esperaban el instante del redoble de tambores y el sonar de trompetas y clarines para dar inicio a la ceremonia que cambiaría para siempre nuestras vidas. El acelerado palpitar de corazones y la efervescencia de pensamientos que se precipitaban en esas juveniles mentes, pareciera que de un sorbo se tragaban su imaginario mundo de dicha, glorias, aventuras, emociones, amores, sueños y ensueños. Cascada de imágenes llovían atropelladamente, noches de desvelos, lágrimas de dolor, rostros de padres, hermanos, novias, amores imposibles, campañas, triunfos y fracasos y tantas otras cosas pasadas antes de aquel glorioso día, el anhelado día de las estrellas. De la noche a la mañana, sin darnos cuenta, de imberbes adolescentes, pasaríamos a ser
hombres de honor, investidos de autoridad, mando y jurisdicción, dueños absolutos de nuestro tiempo libre y noches libertinas, capaces de ganar o perder batallas en el campo de combate o en las lides amorosas, es decir, dueños de nosotros mismos, era el precio que se logra, cuando del empollamiento del buitre sale orondo y flamante el subteniente. Las vetustas y sobrias edificaciones que enmarcan nuestra bella Escuela, eran historia viva y testigos mudos de esos mil días de sufrimiento y alegrías que pasamos en su compañía, esperando el sublime momento que nos coronaría de gloria. Con la profunda ilusión de acabar lo comenzado. El instante había llegado, parecía que el mundo se había paralizado y solo se movía en riguroso orden uno a uno de los llamados a recibir la estrella de manos de la primera autoridad de la nación. Con emoción suprema, venida desde las entrañas. Parecíamos seres de otros mun-
dos hijos de otra dimensión. Inmaculados por la gracia divina ¡oficiales de la patria! Ni siquiera la cortada respiración que ahogaba nuestros pechos, pudo aliviar esa carga de presión, que evitara la lágrima furtiva que lenta y esquiva se escurría de lo más profundo del alma. Cincuenta años después, la nitidez de estos recuerdos aflora con iguaL intensidad, porque perdura el conjuro de amor por la nación adolorida a la que le servimos luchando con armas nobles y valientes corazones. Con premonición apocalíptica, el Presidente Valencia en su discurso de graduación aquel día... el día de las estrellas, sentenció con profunda reverencia “La patria reconocerá, siempre con agradecimiento y con jubilo los sacrificios y la sangre que estos formidables jóvenes, en el transcurso de sus vidas, consagraran a la causa de la libertad”. La súbita explosión de los cañones, hizo que el eco disipara el efluvio de sensaciones que estremecieron a los asistentes anunciando el fin de la épica jornada. Se había cortado de tajo el tropel de recuerdos y se desvanecía la imagen de las palomas volando sobre las cabezas de los setenta subtenientes que desfilaban hacia el portal de la nostalgia entonando... “A Colombia, mi patria querida”. Con la caída del sol, aparecieron rutilantes en el firmamento azul las primeras estrellas, aquel día inolvidable... el día de las estrellas. Fernando González Muñoz