Tan difícil de asir como el propio tiempo

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Fig. 2. Ocaña, L. (2009-2014) Serie We’re birds [Fotografía analógica 35 mm., color]

TA N D i F í C I L D E A S I R COMO EL PROPIO TIEMPO


Tan difícil de asir como el propio tiempo

Fig. 1. Patiño, L. (2012). En el movimiento del paisaje [fotograma, HD, color, 9´].

Zuriñe Santamaría y Marta Sesé El filósofo y el poeta son, según Italo Calvino, quienes mejor pueden simbolizar las características de la levedad y de lo que le subyace. Encuentra esta capacidad en Ovidio, Lucrecio, Cavalcanti... Dante la expresa con los sustantivos “nieve” o “viento”, Leopardi a través de “pájaros” y “lunas”1. Otros dirán que es el artista quien mejor lo expresa. Leonardo revela la atmósfera que envuelve la pintura a medida que gana profundidad, los colores quedan desvaídos y las formas se difuminan hasta casi la desaparición. De otra manera, la cámara fotográfica facilita que muchos artistas capten los momentos más efímeros, como la fotografía de Yves Klein saltando al vacío que inserta en lo permanente el momento justo en el que el artista parece escapar de la gravedad. Y de entre todos, Duchamp, para quien la levedad se relaciona con aquello no evidente, no medible, no pesable, lo que queda, lo que sobra, lo que no se puede asir, y escribe una lista de lo que es más que leve, de infraleves, en la que recoge desde “el exceso de presión sobre un interruptor” a los bostezos2. Y especialmente una obra que contiene 50 centímetros cúbicos de aire, Aire de París, que “en definitiva, es París, es lo infraleve, es lo femenino, lo irrepresentable-representado, lo sublime, la materia ‘enmarcada’ por la forma...”3. Precisamente Duchamp lo define, delimita tales acciones en un sustantivo: inframince, infra-delgado, infraleve. Este sustantivo es el que contiene todo lo que le obsesiona atrapar al ser humano: captar el movimiento, congelar el tiempo, delimitar el paisaje, capturar la emoción. El paisaje tiene una faceta sutil que nos envuelve y nos remite a una dialéctica entre lo visible y lo invisible. En este sentido Jacques Derrida realiza una distinción entre dos modos de invisibilidad: lo “visible in-visible” y “lo absolutamente no visible”. El vapor, los pájaros, el polvo, tienen quizás algo que ver con lo “visible in-visible” de Derrida como elementos que aun perteneciendo al campo de lo visible se escapan de la visión común, como aquello que aun sin estar “a la vista” permanece siempre “en el orden de la visibilidad constitutivamente visible”4. Elementos que se insertan en lo secreto, lo desatendido. Existe una dimensión poética en el paisaje. En una de sus numerosas capas de lectura se encuentra el esplendor, la condición flemática, el movimiento imperceptible al ojo común y su carácter romántico que enseguida nos traslada a la inmensidad de la naturaleza ante el hombre que expresaban pintores como Caspar David Friedrich en el siglo XVIII. Este interés se perpetúa también durante el siglo siguiente. El poeta y crítico Charles Baudelaire pone de relieve cómo la naturaleza es una fuente fundamental de inspiración: “La naturaleza es un templo en donde vivos pilares dejan salir a veces confusas palabras; el hombre lo recorre a través de bosques de símbolos que con miradas familiares contemplan”5. No por casualidad, la naturaleza y el paisaje se han mantenido como razón de inspira-

ción a lo largo de la historia; en palabras de Kenneth Clark: “Estamos rodeados de cosas que no hemos hecho y que tienen una estructura diferente de la nuestra: árboles, flores, hierbas, ríos, montes, nubes. Durante siglos nos han inspirado curiosidad y temor. Han sido objeto de deleite. Las hemos vuelto a crear en nuestra imaginación para reflejar nuestros estados de ánimo”6. “Quédate quieto y observa cómo se mueve el mundo” es uno de los versos presentes en el poema Cabalum de Carlos Oroza al que recurre Lois Patiño para presentar En el Movimiento del Paisaje. Es en el movimiento del paisaje donde transcurre el fluir del tiempo, el curso de la naturaleza: cambia la luz, se mueve el agua y se transforma en fluido gaseoso, se levanta la niebla. La auténtica apariencia de la naturaleza se evidencia como “duración”, como “elaboración continua de lo absolutamente nuevo”7, de lo cambiante y sus posibilidades. Un transcurrir pausado que evoca un movimiento emocional en el espectador, el tiempo puro de Bergson, el tiempo interior de la consciencia, el que aprehende el paisaje y en el que coinciden y permanecen poéticas del pasado y del presente8. Y así, en el discurrir pausado del tiempo, el ritmo de los elementos del paisaje se acompasa con el del espectador, quien, aunque estático, contiene también el movimiento inherente a todo ser vivo. Este ritmo, armonizado con la naturaleza y su inmensidad, permite al individuo alcanzar su estado de agregación en el que la fuerza de sus partículas es tan leve que lo desmaterializa. En En el Movimiento del Paisaje reside lo infraleve. Pero no solo en el paisaje inconmensurable reside lo infraleve, también lo hace en el paisaje cotidiano. En el tiempo y el espacio de los fragmentos de vida captados por la cámara. Tacita Dean filma desde su ventana las coreografías no planificadas de urracas que habitan los árboles cercanos y Lúa Ocaña congela el planeo “in-visible” de los pájaros que vencen la gravedad en movimientos insignificantes. Para Italo Calvino la gravedad que se alza sobre la pesadez del mundo contiene el secreto de la levedad9. Ahora esa levedad queda delimitada, junto al paisaje y al tiempo, en un mismo marco. El espacio cotidiano, mundano, el que encierra el ajetreo, las luces, el movimiento y el ruido, queda silenciado; y el aleteo que se volatiliza insistentemente según está ocurriendo, permanece eterno en el tiempo de la representación. Nos hace conscientes del tiempo que habitamos y de la naturaleza del propio tiempo y su causalidad. Existe en el ser humano una querencia por dominar el curso de la naturaleza, medir lo no medible, lo que desaparece, lo que se desintegra o se desmaterializa, lo infraleve al fin y al cabo: el vapor como resultado de la transformación gaseosa del fluido, la disolución del individuo en la inmensidad del paisaje o la captación del instante aparentemente inexistente y comúnmente desechado.

LOIS PATIÑO (Vigo, 1983)

NOTAS

Lois Patiño ha estudiado cine entre Nueva York, Barcelona y Berlín. Su trabajo se ha exhibido en centros de arte nacionales como el MACBA (Barcelona) o La Casa Encendida (Madrid) e internacionales como el Centro Cultural San Martín (Buenos Aires), entre otros. Ha estado presente en numerosos festivales entre los que destacan el de Rotterdam y el de Locarno, donde recibió, en 2013, el premio a mejor director emergente con su largometraje Costa da Morte.

1 CALVINO, Italo.: Seis propuestas para el próximo milenio, Madrid: Siruela, 1995. 2 DUCHAMP, Marcel: Notas, Madrid: Tecnos, 1998, p. 155. 3 HERNÁNDEZ-NAVARRO, Miguel Ángel: “Cuando lo sólido se desvanece en el aire. Marcel Duchamp y las políticas de lo inmaterial” [en línea], en Creatividad y sociedad, nº 19, diciembre, 2012, p. 22. [Consulta: 07/02/2016]. Disponible en: http://www.creatividadysociedad.com/articulos/19/Cuando%20lo%20solido%20se%20desvanece%20en%20el%20aire.pdf 4 DERRIDA, Jaques: Dar la muerte, Barcelona: Paidós, 2000, pp. 88-89. 5 BAUDELAIRE, Charles: Las flores del mal, Sevilla: Renacimiento, 2010, p.41. 6 CLARK, Kenneth.: El arte del paisaje, Barcelona: Seix Barral, 1971, p. 13. 7 BERGSON, Henri: “La evolución creadora” en Bergson. Obras escogidas, Madrid: Aguilar, 1963, p. 447. 8 Íbid., p. 451. 9 CALVINO, op. cit., p. 24.

LÚA OCAÑA (Vigo, 1982) Lúa Ocaña ha estudiado fotografía en el IEFC de Barcelona. A lo largo de su trayectoria ha realizado exposiciones individuales en espacios como La Casa Elizalde (Barcelona) o la Galería Tri@rt (Vigo), entre otros. También ha participado en numerosas muestras colectivas en España, Francia y Escocia. Ocaña fue artista seleccionada en Full Contact del Festival Scan (Tarragona) en 2012 y finalista del XI Premio de Fotografía de El Cultural (Madrid) en 2011.


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