Conéctate, junio 2023: Padres e hijos

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10 SECRETOS PARA SER BUENOS PADRES

Todo parte por el amor

El abecé de los padres

Para aprender por las buenas

Crecer juntos

Relación con Dios

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 24 • Número 6

A NUESTROS AMIGOS

relación entre padres e hijos: una obra en construcción

Repasando un número anterior de Conéctate me topé con esta frase, muy gráfica por cierto, del doctor Bob Pedrick: «En la parábola que narró Jesús sobre el hijo pródigo,1 ¿se acuerdan cómo trató el padre a su hijo cuando este regresó a casa? ¿Se le acercó aprisa a olerle el aliento a ver si le detectaba tufo de alcohol? ¿Lo increpó por lo mal que andaba vestido? ¿Lo criticó por llevar el pelo desgreñado y las uñas mugrientas? ¿Lo interrogó a ver cuánto le quedaba de la fortuna dilapidada? Claro que no. Abrazó al muchacho con actitud de aceptación y acogida.

La mayoría recordamos el mensaje general de la parábola: el arrepentimiento del hijo y el perdón que con liberalidad le ofrece el padre. Sin embargo, la frase que citamos describe algo todavía más poderoso. El padre en realidad corre a saludar y abrazar a su hijo antes aun que este tenga tiempo de pedirle disculpas o explicarle por qué llega con pinta de vagabundo. En ningún momento muestra el padre interés por esas cosas triviales. Ni siquiera se le ocurre aleccionar al hijo por sus infortunios, cómo no, para que la próxima vez no caiga en lo mismo.

El relato es un llamado a todos los que nos hemos apartado de Dios. Con él, Jesús nos invita a volver a su lado. Pero no termina ahí. La parábola retrata el amor que debe abrigar un padre por su hijo —un amor pleno e incondicional—, sobre todo en los momentos de aprieto y descarrío; incluso cuando nuestros hijos ya hayan emprendido su propio camino y sean responsables de sus deciones.

Dos artículos de este número de Conéctate cubren de modo muy interesante la cambiante relación que se da en el tiempo entre padres e hijos. Son de la pluma de Marie Alvero, frecuente colaboradora de la revista y aparecen en las páginas 14 y 15. El primero de ellos fue escrito hace 15 años cuando Marie y su marido eran bisoños en su labor de padres; y el segundo lo redactó hace unos meses.

La educación y crianza de los niños es siempre una labor inconclusa, una tarea en perpetuo desarrollo, en la que siempre nos habría gustado desempeñarnos mejor, pero en la que ojalá podamos mejorar. Un buen comienzo es modelarnos según el padre del hijo pródigo y exhibir siempre ese amor incondicional.

Con la ayuda de Dios, sé que podemos.

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Director Gabriel García V. Diseño Gentian Suçi

Producción Ronan Keane

© Activated, 2023. Es propiedad.

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

1. Véase Lucas 15:11-24
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Año 24, número 6

LOS VÍNCULOS

QUE UNEN

Cuando dos de mis hijos mayores tuvieron recientemente sus primeros hijos, me confirmó algo que sabía desde hacía años: La paternidad hace aflorar lo mejor de las personas. Los padres primerizos sienten el impacto de inmediato, tanto emocional como físicamente: el vínculo amoroso que se establece a primera vista y se fortalece día a día, además de la interrupción del sueño y otros ajustes de horarios y prioridades. Pero hay también cambios más sutiles que los demás suelen ser los primeros en notar: ese brillo especial que Dios reserva a los padres primerizos y la madurez que se va produciendo al esforzarse y sacrificarse para satisfacer las necesidades de su bebé, por ejemplo.

Estaba seguro de que el momento en que me sentiría más orgulloso sería al llegar a casa con mi recién nacido, y así ha sido siempre. Ahora diría que llegar a ser abuelo ocupa el segundo puesto, porque cada vez que eso ocurre —tengo 11 nietos— me siento doblemente orgulloso: orgulloso de mi nuevo nieto y orgulloso de sus padres.

Ahora que ya saben que soy abuelo, se preguntarán qué consejos de abuelo puedo dar a los padres jóvenes. Pues

bien, además de los tres grandes de siempre —querer a tus hijos incondicionalmente, expresarles a menudo que los quieres y priorizar los momentos dedicados plenamente a ellos—, creo que una de las mejores cosas que pueden hacer los padres es dejar que sus hijos sean ellos mismos.

Si eres como la mayoría de los padres, quieres que tus hijos destaquen. Es bueno intentar ayudarles a alcanzar todo su potencial. Sin embargo, a menudo existe una delgada línea entre eso y esperar demasiado de ellos o de ti mismo. Ni tú ni ellos van a ser nunca perfectos; así que aprende a celebrar los éxitos y a no preocuparte por el resto. Esfuérzate por labrar el amor y la confianza en lugar de la perfección, y crearás vínculos para toda la vida que los mantendrán unidos a pesar de todo. ¡Feliz paternidad! Y para los doblemente bendecidos, ¡feliz abuelitud!

Keith Phillips fue jefe de redacción de la revista Activated, la versión en inglés de Conéctate, durante 14 años, entre 1999 y 2013. Hoy él y su esposa Caryn ayudan a personas sin hogar en los EE.UU. ■

Keith Phillips
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BUENOS PADRES

La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento no tiene ninguna ciencia; se resume con una palabra: Amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos diez consejos que te pueden orientar.

Lleva a tus hijos a conocer a Jesús. Hay veces en que el amor que Dios naturalmente te ha dado por tus hijos no basta para satisfacer sus necesidades. Les hace falta su propia conexión con la fuente del amor —Dios mismo—, y esa conexión la consiguen aceptando a Jesús. Explícales que cuando invitan a Jesús a entrar en su corazón Él se convierte en su mejor Amigo, los perdona cuando se porten mal o se equivoquen y los ayuda a ser felices viviendo cerca de Él. Luego enséñales a hacer una oración como esta: «Jesús, perdóname por portarme mal a veces. Entra en mi corazón. Quiero que seas mi mejor Amigo desde ahora y para siempre en el Cielo. Amén».

Si tus hijos son bastante pequeños, puedes empezar por leerles una Biblia para niños o libros de Historia Sagrada, o viendo con ellos videos basados en la Biblia y explicándoles lo que sea necesario. Sé constante y hazlo divertido. Tus hijos crecerán entonces en la fe y habrá menos probabilidades de que se descarríen a causa de influencias malsanas o de que busquen respuestas en otros sitios, pues su vida estará cimentada en la roca maciza de la Palabra de Dios.

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Inícialos en la Palabra de Dios leyendo la Biblia. ¿Qué podría ser más beneficioso para tus hijos que enseñarles a hallar fe, inspiración, orientación y respuestas a sus interrogantes y problemas en la Palabra de Dios? «La fe viene por el oír la Palabra de Dios.»1 La conexión diaria con la Palabra es clave para progresar espiritualmente. Eso es válido a cualquier edad.

1. Romanos 10:17

Enséñales a actuar por amor. Dios quiere que todos obremos bien, no por temor al castigo, sino porque lo amamos y queremos al prójimo. Por ende nos nace hacer el bien. Si llevaste a tus hijos a aceptar a Jesús y les has enseñado a amarlo y respetarlo, y a amar y respetar a los demás, y vas reforzando esos principios, con el tiempo irán adquiriendo esa motivación.

Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. Jesús lo resumió en Mateo 7:12, en lo que se conoce como la Regla de Oro. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti».

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PARA SER
Alex Petersen
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Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y conflictos se tornan mucho más complejos.

Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores; de ahí la importancia de tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias ingratas pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes.

Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, no aparentando ser perfecto frente a tus hijos,

sino manifestándoles amor, aceptación, paciencia, perdón y esforzándote por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles.

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Establece reglas de conducta prudenciales. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites y esos límites se hacen respetar con constancia y amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable deriva en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que los niños aprendan a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad.

Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz.

Prodígales elogios y aliento. Así como a todos nosotros, a los niños les encantan la valoración y los elogios. Cultiva su autoestima elogiándolos con sinceridad y regularidad por sus buenas cualidades y logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Procura hacer siempre hincapié en lo positivo, y tus hijos se sentirán más amados y seguros.

Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos.

Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Echa mano de Sus ilimitados recursos por medio de la oración. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pidan, y se les dará.»2 «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto.»3 ■

2. Mateo 7:7
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3. Santiago 1:17

LA MEJOR INVERSIÓN QUE PUEDEN HACER LOS PADRES

Tus hijos nunca olvidarán los momentos singulares que pasan contigo. Al igual que el resto de nosotros, a los niños les encanta recibir atención personal y, si no la obtienen, se sienten mal, poco importantes o incluso rechazados. No siempre hay que pasar mucho tiempo con los niños para que sepan que los quieres y los valoras, pero sí hay que dedicarles algo de tiempo, y la calidad de ese tiempo es tan importante como la cantidad.

El tiempo que pasas con tus hijos no es solo el mejor regalo que puedes hacerles, sino también lo mejor que puedes invertir en ellos. Ningún otro factor tendrá un efecto más duradero en su vida. Como alguien dijo sabiamente en una ocasión: «Tus hijos necesitan más tu presencia que tus presentes». Juega con tus hijos, lee con ellos, abrázalos, anímalos, disfruta de su compañía. Salgan a pasear o simplemente siéntense a charlar. Hazles preguntas y escucha sus respuestas, escúchalos de veras.

Si eres como la mayoría de los padres, tienes más demandas de tiempo de las que puedes satisfacer; por ende, el tiempo con tus hijos queda relegado cuando surgen circunstancias excepcionales. Razonas que siempre habrá un mañana para ellos, pero tus hijos te necesitan hoy. Si se produce un caso de verdadera urgencia, es

posible que tengas que reprogramar el tiempo que pasas con tus hijos, pero no lo canceles.

Además del tiempo que pasas con tus hijos, también es recomendable reservar algo de tiempo para rezar por ellos. Orar por tus hijos es un excelente medio de llegar a conocerlos mejor. Dios es capaz de enseñarte cosas sobre ellos que no podrías aprender de ninguna otra manera.

Muchos padres de hijos adultos te dirán que de lo que más se arrepienten es de no haber pasado más tiempo con sus hijos cuando eran chicos. Tendrás que sacrificar otras cosas para hacerlo y al principio puede que te parezca que no es el mejor uso de tu tiempo, pero no lo lamentarás si lo haces. Cada minuto que dedicas a tus hijos es una inversión a futuro. Los dividendos perdurarán por la eternidad.

Estar presente para tus hijos incide poderosamente en sus vidas, aun cuando te parece que no estás haciendo mucho por ellos o logrando mucho.

Adaptado de «la formación de los niños» de Derek and Michelle Brookes, que puede leerse completo en el siguiente vínculo: la formación de los niños (activated.org). ■

Derek y Michelle Brooks
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PAPÁ Y YO

El año pasado, el Día del Padre coincidió con el cumpleaños de mi papá, que falleció en 2002, a los 57 años. Antes de partir estuvo casi 28 años en una silla de ruedas a causa de un accidente en el que un auto le cayó encima mientras lo reparaba. Poco antes de aquel infortunio había aceptado a Jesús en su corazón, lo que cambió por completo su vida: dejó de consumir heroína y otras drogas, así como de robar y de realizar pequeñas actividades delictivas para costearse sus vicios. Todo eso también salvó su matrimonio, que se estaba desmoronando. Decidió dedicar el resto de su vida, poniendo todo de su parte, a ayudar a otras personas que también lo estaban pasando mal, y a pesar de su accidente fue fiel a su compromiso hasta su fallecimiento. Doy gracias por haberlo tenido como padre y por el ejemplo que fue para mí y para todos los que lo conocimos.

Hace unos años leí una encuesta que arrojó que uno de los denominadores comunes de la formación de personas exitosas era que sus padres les leían y les inculcaban el amor por la lectura. Uno de mis primeros recuerdos es el rato de lectura que disfrutaba con mi padre casi todas las noches antes de acostarme. Mi papá siempre fue de lágrima fácil. Solía llorar cuando leía algo que lo conmovía. Además de cuentos infantiles y clásicos sencillos, me leyó los cuatro Evangelios varias veces. Eso influyó

profundamente en mi vida, ya que todavía puedo recordar de memoria grandes pasajes de los Evangelios —y lo que es más importante— estoy seguro de que se han convertido en parte de mi alma.

Recuerdo que mi padre y yo hacíamos autostop a menudo. Él no conducía y el transporte público de entonces rara vez estaba adaptado a las necesidades de los discapacitados. Unos desconocidos le ayudaban a plegar su silla de ruedas y la metían en el maletero de su auto, y yo me sentaba en el asiento trasero a escuchar la conversación de los adultos. A mi padre le encantaba contar su vida y milagros y cómo Dios lo había salvado y transformado. Muchas veces no alcanzaba a contar mucho antes de arribar a nuestro destino; de ahí que los conductores solían estacionarse a la vera de la ruta para poder seguir conversando. Las más veces acababan rezando con mi padre para aceptar a Jesús. Yo nunca me cansaba de oírlo hablar de su vida y del amor y el poder de Dios para transformarnos a cada uno, por muy tristes o perdidos que estemos. Aunque extraño a mi papá, lo considero una de las principales razones por las que decidí dedicar mi vida a llevar a otros a encontrar a Jesús.

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Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■

Padres imperfectos

P.: A medida que mis hijos se van haciendo mayores me resulta cada vez más difícil ser el buen padre que tanto quisiera. Los temas son más complejos, y cada vez soy más consciente de mi insuficiencia e incapacidad, y ellos también. ¿Qué me aconsejan?

R.: Desde el principio los padres se dan cuenta de que no lo saben todo y no son perfectos. Solo que los bebitos y los niños pequeños son tan inocentes y confiados que ni siquiera lo advierten. La toma de conciencia, por así decirlo, comienza unos años después y alcanza su punto máximo durante la adolescencia. La solución no está en esforzarse inútilmente por alcanzar el rango de padre o madre perfectos, sino más bien en aprender a sacar partido de nuestras imperfecciones y nuestra incompetencia. Ese planteamiento posee tres ventajas que desglosamos a continuación:

En primer lugar, cuando uno se sabe débil e incompetente está más presto a pedir y aceptar la asistencia divina. «No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios.»1 Cuando somos débiles, Él se hace fuerte en nosotros y por nosotros.2 El hecho de recurrir a Dios nos proporciona unas fuerzas y una sabiduría que no podríamos alcanzar por mera superación personal.

En segundo término, nuestras debilidades nos mantienen humildes. Y al ser humildes, somos más pacientes y comprensivos con nuestros hijos. Normalmente eso

también nos predispone a escuchar las recomendaciones de otras personas que, por estar un poco más distantes de la situación, ven las cosas con mayor claridad.

Por último, al no ocultarles a nuestros hijos que nos consideramos débiles y vulnerables y que necesitamos la ayuda de Dios, en realidad les damos un ejemplo digno de seguir. Además, eso propicia que tengamos una relación más estrecha con ellos.

Así que no dejes que unas cuantas debilidades te frenen o te desanimen. A pesar de todas tus flaquezas e imperfecciones, puedes ser un buen padre o una buena madre. Es más, sin ellas no podrías cumplir bien tu función.

Aclarado ese punto, hay que decir que la mejor forma de saber lo que necesita un niño y cómo ayudarlo es preguntárselo a Jesús. La clave para realizar bien nuestra labor —aparte de estar llenos del amor de Dios— es aprender a pedir orientación al Señor en cada situación que se presente. Jesús siempre conoce el remedio idóneo. El hecho de contar con Su asistencia alivia enormemente nuestra carga.

Por ejemplo, si un hijo tuyo está pasando por una etapa difícil y ya estás perdiendo la paciencia, pídele ayuda a Jesús. Su Espíritu te serenará, te traerá soluciones al pensamiento y te ayudará a capear todas las dificultades que surjan. Él puede llenar tu corazón y pensamientos de Su amor y así infundirte una paciencia que supere tu capacidad natural. O, por ejemplo, si tu hijo tiene la costumbre de replicar o contestar mal, pide a Jesús que te indique el origen de esa conducta y la mejor forma de remediarla. Él conoce a tu hijo al derecho y al revés y te puede orientar para que des con las respuestas que buscas. ■

1. 2 Corintios 3:5 2. V. 2 Corintios 12:9
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Aptitudes para toda la vida

Maria Montessori nació en Italia en 1870. De joven tenía una mente inquisitiva y emprendió un camino que abriría las puertas a la educación moderna. Estudió medicina, se especializó en pediatría y psiquiatría y dentro de esos ramos se dedicó a crear materiales didácticos para niños con necesidades especiales, muchos de los cuales pudieron aprobar más tarde los exámenes de las escuelas públicas.

En 1906 María empezó a trabajar en la Casa dei Bambini, una escuela para hijos de padres trabajadores del distrito industrial de Roma. Allí desarrolló su teoría de que el aprendizaje parte al nacer y que entre los 0 y los 6 años se fundan los cimientos de todo aprendizaje futuro.

Cuando me inicié como docente en 1973, mis primeras experiencias fueron en escuelas Montessori. Empleábamos útiles didácticos diseñados para la exploración individual, y los niños podían elegir sus actividades haciendo uso de su libertad y autodisciplina. A los más pequeños les encantaba el sector de vida práctica del aula en el que aprendían a doblar, verter, atar, abrochar, barrer y limpiar con utensilios acordes para sus pequeñas manos.

Posteriormente enseñé en colegios donde se aplicaba una filosofía pedagógica más clásica, pero descubrí que los principios rectores del método Montessori se adaptaban a cualquier situación de aprendizaje, tanto en el aula como en el hogar. A continuación expongo dos principios que han sido los pilares de todos los métodos de docencia que he practicado a lo largo de los años.

María Montessori creía que el papel de un profesor era el de un facilitador que conduce a los niños al descubrimiento y la exploración. Como docente, se cae fácilmente en el exceso de explicaciones. Sin embargo, cuando me

contengo un poco y no ayudo más que lo necesario, permito que el alumno vaya descubriendo algo por sí solo paso a paso y se convierta en autodidacta. Dar a los niños autonomía para investigar y aprender por sí mismos —si bien bajo supervisión— los ayuda a cultivar una aptitud de incalculable valor para la vida.

Cuando el niño todavía está aprendiendo a dominar una tarea, Montessori no considera que lo esté haciendo mal, sino que está aprendiendo a hacerlo bien. Para ella la educación iba mucho más allá de las materias o asignaturas y abarcaba los aspectos del autocontrol, el respeto por uno mismo y por los demás, la autonomía, la curiosidad y la inventiva.

Mis momentos más gratificadores como docente han sido cuando veo a un alumno superar un bloqueo mental y tornar su asignatura más resistida en una que le encanta; cuando veo a alumnos contentos e independientes a los que les gusta investigar, experimentar y no se amedrentan ante nuevos retos. Ahí quedo yo contenta porque les he inculcado aptitudes que les servirán para toda la vida y porque espero haber contribuido de alguna manera a hacer el mundo un poquitito mejor.

Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacional. ■

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Maria Montessori, 1913

LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

Al salir de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en dirección a las montañas Du Toitskloof, se atraviesa un túnel excavado en una montaña. Gracias a ese túnel, cualquier viaje en esa dirección se torna más rápido y seguro que yendo por la antigua carretera que serpentea por las montañas. Tomamos la carretera del túnel sobre todo cuando vamos de vacaciones.

Desde que tengo uso de razón mis hermanos y yo jugábamos a que el primero que veía el final del túnel exclamaba «¡veo la luz!» lo más rápido que podía. Hace poco pasé por allí con mi madre y mientras atravesábamos el túnel le recordé el juego que hacíamos. Naturalmente se acordó y nos reímos juntas de la seriedad con que nos tomábamos el juego de ser las primeras en ver la luz. Entonces me puse a pensar en los orígenes de aquel pasatiempo, ya que no recordaba quién lo había inventado. —¡Fui yo! —me dijo—. Todos ustedes se veían nerviosos la primera vez que entramos en el túnel. Se me ocurrió entonces decirles que miraran hacia delante y practicaran a ese juego. Una vez que se concentraron en eso ya nadie tuvo miedo de aquel recorrido oscuro y sofocante, y el túnel llegó a ser una de sus partes preferidas del viaje.

Creo que nunca me habría acordado del miedo que motivó la creación de aquel juego. Solo recuerdo lo bien que lo pasábamos en el túnel, esperando que apareciera la luz. Cuando mamá me contó cómo surgió, era imposible no ver la eficacia de aquella analogía.

Las veces en que uno pasa por su trance más oscuro o por las situaciones más incómodas y sofocantes, casi parece tonto o trillado repetir la proverbial frase siempre hay una luz al final de cada túnel. Pero es cierto. Puedes entregarte al miedo y la preocupación que surgen al concentrarte en una situación difícil del presente y perderte lo que viene después. Eso, no obstante, parece una tontería cuando sabes con certeza que se acerca la luz y que tenemos promesas a las que aferrarnos: En Él hemos esperado, y Él nos salvará1. Creo que fijar la atención en la luz me permite dar una nueva cara a los momentos de angustia y tornarlos en momentos de esperanza. Sabiendo que el túnel oscuro sirve para algo, espero con impaciencia ver la maravillosa luz al final.

Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■

1. V. Isaías 25:9 10

Enseñanzas de un niño

Hace muchos años estaba muy amargada por un aborto espontáneo que había sufrido poco antes. Había hecho caso omiso de las señales de alarma y tenía el corazón destrozado por la pérdida de mi primer hijo. Me sumí en un abismo de dudas y desesperación, y me mostraba especialmente susceptible cada vez que alguien mencionaba mi embarazo frustrado.

Un día viajaba en autobús para reunirme con mi marido. Andaba regodeándome en mi dolor y enfadada con Dios por haber permitido aquella pérdida en mi vida. Empecé a enumerar los motivos por los que no confiaba en Él. Percibía Sus intentos de consolarme, pero me resistía.

Entonces levanté la vista. Varios asientos más adelante, un niño pequeño se puso de pie en el regazo de su madre. Me miró y sonrió cuando nuestros ojos se encontraron. Su sonrisa era tan grande, cálida y cariñosa que sentí el amor de Dios a través de él. De un momento a otro se renovaron mis esperanzas. Recé y la paz llenó mi alma. Menos de un año después di la bienvenida a mi propio hijo, aunque nunca olvidé a aquel bebé del autobús.

Me acordé de él el otro día cuando mi nieta de 16 meses se subió a mi regazo y me besó la cara. Fue un acto tan dulce, tan puro, tan cariñoso. Había tenido una jornada difícil y me costaba sonreír. Su beso me cambió el ánimo ese día. Todo el amor que le había demostrado durante los 16 meses anteriores volvió a mí cuando más lo necesitaba.

La Biblia dice que «un niño pequeño los guiará»1. Los chiquitines nos imparten hermosas enseñanzas de fe. Nos muestran que cuando damos en abundancia, recibimos en igual medida. Nos ayudan a centrarnos en las cosas sencillas de la vida. Disfrutamos de sus inocentes canciones y cuentos, y nos recuerdan una época menos complicada. La sonrisa de un pequeño puede cambiarnos la vida.

Estoy agradecida por los beneficios que me ha reportado cuidar a los pequeños. Me han enseñado a no perder la sencillez, a estar agradecida, a ser positiva y a tener fe en mi Padre celestial.

Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. Su blog se encuentra en https://joy4dailydevotionals.blogspot.com/.

■ 1. Isaías 11:6 11

CRECER JUNTOS

El mayor descubrimiento que podemos hacer en la vida es que todos tenemos acceso a una estrecha relación con el Padre celestial a través de Su Hijo Jesús. Esa relación íntima nos conecta con el amor de Dios, la vida eterna, la verdad y el auténtico sentido de la vida.

Para entablar una relación así con Dios basta con hacer una breve oración pidiéndole que se haga parte de tu vida: «Jesús, te necesito. Ven a mi corazón y hazte presente en mi vida. Perdóname mis pecados. Te ruego que seas mi Salvador, mi eterno compañero, mi consejero, mi firme amparo. Amén».

Pedir a Jesús que entre en tu corazón y se haga presente en tu vida es apenas un primer paso. Como toda relación que realmente valga la pena, esa unión se consolida y madura con el tiempo. Además, la interacción y los intercambios diarios aceleran el acercamiento. Poco a poco aprendemos a acudir a Él en oración. Leyendo Su Palabra nos compenetramos más con Él y llegamos a conocer mejor Su plan. Entonces comprendemos el amor tan profundo que abriga por nosotros, cuánto desea vernos realizados y plenamente desarrollados como personas. Entendemos además que quiere participar activamente en nuestra vida. Nos asombra lo dispuesto que está a manifestarnos amor y comprensión en tiempos de prueba y a ofrecernos soluciones prácticas a los problemas que afrontamos.

Para los que somos padres de familia solo hay una cosa más extraordinaria que establecer nosotros mismos esa íntima relación con Dios: saber que también está al alcance de nuestros hijos. «La promesa es para ustedes y para sus hijos.»1

Las familias cuyos integrantes tienen en común esa conexión con Dios, al que la Biblia llama amor por excelencia,2 suelen estar más unidas, tienen menos conflictos graves y, a cambio, más cariño y afecto. ¿A qué responde eso? A que tienen en común lo primordial: Además de tener criterios muy claros con respecto al bien y al mal, disponen de la orientación y el apoyo que necesitan para tomar buenas resoluciones y cumplirlas. ■

Si aspiras a que tu familia esté más unida y progrese en todo sentido, pero aún no has descubierto a Jesús, recíbelo por medio de esta sencilla oración: Jesús, gracias por ofrendar tu vida por mí. Perdóname las cosas malas que he hecho. Entra en mi corazón y concédeme el regalo de la vida eterna. Enséñame más acerca de Tu amor, y lléname de Tu gozo y de Tu Espíritu Santo. Amén.

1. Hechos 2:39 RVC 2. V. 1 Juan 4:8 12

El abecé de los padres

Reflexiones

Nos preocupa lo que un niño llegará a ser el día de mañana, y se nos olvida que hoy ya es una persona. Stacia Tauscher

Toda criatura, al nacer, nos trae un mensaje bajo el brazo: que Dios todavía no pierde la esperanza en la humanidad. Rabindranath Tagore (1861–1941)

No hay ejercicio más eficaz para ayudarte a entender tus creencias que esforzarte por explicárselas a un niño curioso. Frank A. Clark (1860–1936)

A los ojos de los niños, en el mundo no hay siete maravillas, sino siete millones. Walt Streightiff (1906–1978)

Antes de casarme tenía seis teorías sobre cómo se debe educar a los hijos; ahora tengo seis hijos y ninguna teoría. Anónimo

Para enseñar a un niño el camino en que debe andar, encamínate tú por él. Josh Billings (1818–1885)

Bien predica quien bien vive. No hay tal maestro como Fray Ejemplo. Más aprovecha un ejemplo que un precepto. El ejemplo de los mayores hace buenos o malos a los menores. Al niño, corrígele con cariño. Refranes españoles

No te preocupes de que los niños no te escuchan; preocúpate de que siempre te están observando. Robert Fulghum (n. 1937)

El trato que se da a los niños es el que ellos luego darán a la sociedad. Karl Menninger (1893–1990)

Si observamos algo que quisiéramos cambiar en el niño, debiéramos primeramente hacer examen de conciencia y ver si no es algo que podría ser mejor cambiar en nosotros. Carl Jung (1875–1961)

Cada día de nuestra vida hacemos depósitos en el banco de memoria de nuestros hijos. Charles Swindoll (n. 1834)

El hacer el padre por su hijo es hacer por sí. Miguel de Cervantes (1547-1616)

Si quieres que tus hijos mejoren, deja que te oigan decir a otras personas las cosas bonitas que hablas de ellos. Haim Ginott (1922–1973)

En la crianza de tus hijos, no inviertas sino la mitad del dinero que tienes previsto, pero el doble de tiempo. Anónimo

Tienes toda una vida para trabajar; sin embargo, tus hijos solo una vez son pequeños. Proverbio polaco

Para los niños, la palabra amor se deletrea T-I-E-M-P-O. Anónimo ■

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LA EVOLUCIÓN DE UNA MADRE

Cuando mi esposo Sean y yo teníamos un solo niño, me consideraba bastante competente como madre. Tuve que adaptarme, ser flexible y ceder parte de mi independencia, pero no demasiada. No se me pasaba un detalle de la indumentaria y aspecto de Cris, nuestro hijo. Nunca llevaba ropa sucia, manchada o percudida. Cris era un niño portátil: lo acarreábamos a donde fuéramos. Cuando había que hacer algo, emprendíamos tranquilamente la tarea y la llevábamos a cabo. Yo sabía que cuando tuviéramos más niños todo sería más trabajoso, pero eso me tenía sin cuidado. En cuestiones de maternidad, yo me sabía defender.

Seguidamente llegó Briana. Era una angelita. Solo se despertaba para gorjear y decir: «Gu, gu, gu»; después se dormía solita. Como en ese embarazo subí menos de peso, me puse en forma rapidito. Llegué a la conclusión de que si era capaz de bandearme tan bien con dos, podía hacer frente a cualquier cosa. Me estaba desempeñando de maravilla.

La siguiente fue Zoey. Ahí toda la confianza que tenía como madre se me fue al tacho. No es que Zoey fuera una niña difícil de por sí; pero de repente, lo que antes podía hacer en un santiamén, con ella me tomaba 45 minutos. No era raro que tuviera a tres niños llorando a la vez en distintas partes de la casa. Realizar cualquier actividad en familia requería la misma rigurosa planificación y ejecución que un viaje a la Luna. Se empezaban a oír comentarios del estilo de: «¡Solo mirarte ya me agota!» Para colmo, los bebés no son bebés para siempre: en menos que canta un gallo empiezan a caminar y se meten en todo. Pero aprendimos a adaptarnos a la nueva

situación. Nos dimos cuenta de que no teníamos que ser perfectos, y los niños tampoco.

En ese momento comprendí mejor que ser madre es mucho más que dar a luz y atender a las necesidades físicas de mis hijos. Significa vivir a través de ellos, no imponiéndoles mis ideas y sueños, sino alegrándome y enorgulleciéndome de cada uno de sus triunfos. Dondequiera que íbamos la gente nos decía: «Disfrútenlos mientras los tengan con ustedes, porque crecen en un abrir y cerrar de ojos». Esa afirmación tan cierta empezó a calar hondo en mí.

Cuatro hijos. Emily es tan particular como su hermano y sus hermanas. A estas alturas, algo sencillo puede fácilmente tomar una hora. Sobra decir que todavía tenemos que planificarlo todo, pero no programamos sino una actividad al día como máximo. Tenemos mucha ropa de batalla y de juego y unas pocas prendas de vestir. En cierta ocasión Zoey manchó una camisa de Cris con un marcador azul justo cuando nos aprestábamos a salir. Pensé: «Por lo menos la camisa es azul. Casi combina». Somos un circo, pero no me importa; además es bueno hacer sonreír a la gente.

Sigo aprendiendo nuevas facetas del amor, que poco a poco van cambiando algunos de los rasgos más pertinaces de mi naturaleza. Cada niño y cada día que pasa van moldeando mi carácter; pero no me cambiaría por nada del mundo. ¡Es entretenido ser familia!

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU. ■

Marie Alvero (escrito a principios de 2008)
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Hay cientos de libros y blogs sobre la crianza de los niños. Buscando por ahí se encuentran ene fórmulas para enseñar a dormir a tu bebé, vestirlo, dar de comer a tu pequeño de dos años, enseñarle a leer a tus chicos y cantidades de técnicas para motivarlos. Pero si buscas libros y consejos sobre cómo proceder con tu hijo adolescente, el mercado se reduce considerablemente. Creo que sé por qué. Los padres de adolescentes no queremos llamar mucho la atención, no sea que resulte enojosamente obvio que no tenemos ni idea de qué hacer. Tengo a mis espaldas una década de experiencia como madre de adolescentes, además de tres jovencitos en casa, y aún así no me siento calificada en la materia.

Lo que puedo decir es que en esta última etapa de la infancia siento que Dios ha obrado una ligera transformación en mi corazón. Me ha hecho ver que yo no soy la pieza que mantiene todo unido, ni por mi benignidad ni por mi sabiduría ni por mi presencia. Tampoco soy la destructora de su futuro en razón de mis carencias. El asunto cada vez depende menos de mí.

Es inquietante cambiar el rol de madre de unos pequeños cuya supervivencia dependía totalmente de mi presencia diaria por algo más parecido al de una mentora u orientadora. A veces se me va el alma a los pies al verlos luchar o sufrir cuando se resisten a recibir ayuda o consejos. Hay ocasiones en que digo «tierra trágame» ante las cosas que dicen o hacen, sabiendo que pueden volverse en su contra, pero no puedo protegerlos de las enseñanzas de la vida ni tampoco quiero. Claro está que la mayor

EL ADOLESCENTE

parte del tiempo es maravilloso verlos triunfar, superarse, aprender, madurar y crecer.

Dudo en llamar consejos estas indicaciones que haré enseguida, pues no quiero dar la impresión de que sé más que los demás. En todo caso estos son algunos puntos que en estos días me han servido:

• Orar. La oración es mi refugio. En ella resuelvo mis miedos, expreso mis sueños y esperanzas y en última instancia se lo entrego todo a Jesús.

• Soltar el volante. Procuro no aferrarme a la idea de que la vida de mis hijos deba tomar un rumbo determinado. La vida da muchas vueltas.

• Acompañarlos. Todavía necesitan orientación, guía y apoyo. Estoy en condiciones de proporcionarles eso.

• Dedicarles tiempo. El tiempo se traduce en amor. El tiempo que dedico a satisfacer sus necesidades siempre es provechoso. Limpiar su habitación de vez en cuando, aprender un poco sobre algo que les interese, hablar con ellos (aunque la mayoría de las veces quieran hacerlo a altas horas de la noche).

• Transmitir confianza. Es muy importante transmitirles confianza en su capacidad para resolver las cosas y hacerles saber que tienen libertad para equivocarse, aprender y probar de nuevo.

• Guiarlos hacia Jesús y a la Palabra de Dios. Él no deja de ser fiel y verdadero aún cuando la fe de ellos flaquee. Si me vuelven a preguntar dentro de un año, estoy segura de que tendré algo más que decir y quizás algo de qué retractarme. Pero estoy aprendiendo y, lo que es más importante, estoy aprendiendo a aprender. Buena suerte a todos. ■

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Marie Alvero (escrito a finales de 2022)

EL ARRANQUEDEL DÍA

La vía más segura de ayudar a tus seres queridos a empezar bien el día es manifestarles amor a primera hora. Me dirás que eso no es tan fácil cuando apenas estás despertándote.

Sin embargo, si le pides a Dios que te dé ese empujoncito que necesitas y haces un esfuerzo de tu parte, creo que te llevarás una grata sorpresa.

No hagan mutis todos juntos mientras desayunan pegados a sus celulares. Sigan estos consejitos: Hagan repaso de todas las cosas buenas que tienen. Agradézcanme las maravillas que saben que voy a obrar por ustedes a lo largo del día en respuesta a sus oraciones, simplemente porque los amo. Lean un breve pasaje de la Biblia. Oren unos por otros y por lo que tienen por delante ese día, y para ello invoquen una promesa de Mi Palabra.

Yo soy amor y luz. Mis fuerzas son infalibles, y todo me es posible. Antes que nada, pon los ojos en Mí. Así tú y tus seres queridos estarán preparados para hacer frente a cualquier prueba o tarea difícil que el día les depare.

Esos minutos que pasen juntos en la mañana son también ideales para infundir ánimo o pronunicar palabras de aliento. Dile a tu esposa lo bonita que se ve. Dile a tu hijo que no tienes ninguna duda de que le va a ir muy bien en el colegio. Despídanse con un abrazo que exprese: «¡No veo la hora de estar otra vez contigo!»

Si comienzan el día con amor, éste los sostendrá a lo largo de la jornada.

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