EL CICLO DEL LIMÓN
Sortear los altibajos
Zapatos distintos Cada cual sabe dónde le aprieta el suyo
¿Por qué sufrimos?
Respuestas a la secular pregunta Los tres hermanos
El día en que Jesús lloró
CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 24 • Número 10
Año
24, número 10
A NUESTROS AMIGOS cuando todo parece al revés
La inquietud que siglo tras siglo ha punzado a la humanidad es cómo reconciliar la existencia del mal y del sufrimiento en nuestro mundo con un Dios que consideramos infinitamente sabio, poderoso y bondadoso. Por miles de años este interrogante ha perseguido transversalmente a filósofos y pensadores de distintas culturas y religiones, al igual que a cada persona que ha afrontado el dolor, la pérdida o la injusticia y abrigó la bendita idea de que eso no es justo.
Varios artículos de este número de la revista examinan algunos de los motivos por los que Dios quizá permite que sucedan cosas malas. Sin embargo, quisiera introducir el tema replanteando, por así decirlo, la pregunta y recordando aquellas ocasiones en que Dios se hace presente cuando somos más vulnerables y sensibles al dolor. Si bien el siguiente relato ya apareció en Conéctate hace algunos años, vale la pena repetirlo textualmente:
Una devastadora explosión subterránea en una mina de carbón al norte de Inglaterra dejó a decenas de mineros atrapados sin posibilidad de rescate. En la entrada de la mina se había congregado una multitud de personas, entre ellas los familiares y seres queridos de los mineros fallecidos o desahuciados.
—Nos cuesta mucho entender por qué permitió Dios que se produjera una tragedia tan pavorosa —comentó el doctor Handley Moule, un clérigo al que se le solicitó dirigirse a la muchedumbre.
—Tengo en mi casa un viejo señalador de libros que me regaló mi madre. Es de seda bordada. Si observo el revés no veo más que una maraña de hebras entrecruzadas. Parece algo mal hecho. A primera vista se diría que fue confeccionado por manos inexpertas. Pero si le doy la vuelta y me fijo en el anverso, aparece en hermosas letras bordadas la frase: «Dios es amor». Hoy abordamos esta tragedia por el revés; algún día la veremos desde otro punto de vista. Entonces entenderemos.
La Palabra de Dios promete que Él siempre tiene un propósito y un plan en todo lo que atañe a la vida de quienes lo aman.1 No obstante, a veces «inescrutables son Sus caminos»,2 por lo que debemos confiar que lo que no entendamos ahora, lo entenderemos después. El apóstol Pablo lo expuso así: «Ahora vemos todo de manera imperfecta, como reflejos desconcertantes, pero luego veremos todo con perfecta claridad».3
Si en este momento pasas por un difícil trance es perfectamente posible que Dios te rodee con la fuerza de Su amor y te cubra con Su manto protector hasta que Él te ayude a salir adelante.
Gabriel García V. Director
1. V. Romanos 8:28
2. Romanos 11:33
3. 1 Corintios 13:12 (NTV)
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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso. 2
EL CICLO DEL LIMÓN
¿Te enfrentas en estos momentos a una andanada de pruebas o dificultades? ¿Te preguntas cuándo empezará a mejorar la situación, o si alguna vez volverá a la normalidad? ¿Te sientes exhausto, agotado y exprimido hasta la última gota?
Así exactamente me sentía yo un día no hace mucho. Tenía la sensación de que estaba dándolo todo sin cesar y que tendría que seguir haciéndolo sin aspirar a retribución alguna. Estaba reventado y vacío.
—¿Cómo puedo seguir? —supliqué en silencio—.
¿Cuánto más puedo aguantar?
Dios respondió mi interrogante ese mismo día mientras exprimía limones. Su voz me habló quedamente al pensamiento:
¿No te gusta tomar limonada?
¡Claro que sí! Ha sido mi bebida de frutas favorita desde que tengo memoria.
¿Sería posible preparar esta bebida preferida tuya sin exprimir cada uno de esos limones hasta la última gota?
En ese momento, comprendí que yo era parecido a los limones que estaba exprimiendo. Dios permitía que me exprimieran por medio de múltiples pruebas para hacer aflorar lo mejor de mí. Pensé en todas las veces en que una canción o un artículo nacieron en mí como resultado
Cuando las cosas van mal, pienso: Es parte de la travesía. Kenny Wallace (n. 1963)
Algunas cosas tienen que salir mal para que otras anden bien. Sherrilyn Kenyon (n. 1965)
de alguna experiencia que al principio me dolió o incluso me devastó.
Tienes una gran ventaja sobre los limones que exprimes continuó Dios.
—¿Qué ventaja?
—A diferencia de los limones, cuya cáscara se tira una vez exprimido todo el jugo, tú eres un ser vivo al que siempre renuevo y vuelvo a llenar una vez que termino de exprimirlo y saco a relucir lo mejor que tiene dentro.
Me gusta referirme a este proceso de ser exprimido hasta la última gota y luego renovado y reabastecido como «el ciclo de la limonada». Este término me recuerda que aunque lo que hoy atravieso pueda parecer agrio como un limón, o aunque quizá me sienta como un limón exprimido, Dios tiene un plan.
Si te encuentras «exprimido hasta la última gota», cobra ánimo y ten por cierto que Dios te renovará y te volverá a llenar para que puedas continuar dándote a los demás. Deja que el «ciclo de la limonada» siga su curso. Te sorprenderá cuánto cundirá el amor que emana de ti.
Steve Hearts es ciego de nacimiento. Se desempeña como escritor y músico y pertenece a la Familia Internacional en Norteamérica. ■
Steve Hearts
3
EN BUSCA DE SENTIDO
En cierta ocasión estuve hablando con una agente de viajes. Nuestra conversación derivó de pronto a temas espirituales y la existencia de Dios.
—Yo no creo en Dios —dijo ella—. Si Dios existe, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Por qué mueren de hambre miles de personas todos los días?
¿Qué clase de Dios puede permitir que se propaguen ferozmente enfermedades mortíferas? ¿Por qué se quedó inválida mi mejor amiga en un accidente automovilístico?
¿Por qué no detuvo a Hitler?
—Son preguntas muy válidas —le respondí —, pero como comprenderás, si Dios hubiera anulado a Hitler, habría tenido que anular el libre albedrío de toda persona. La Biblia dice: «Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios».1 En ese caso tendría que haber frenado a todo el mundo para que nadie hiciera nada malo o incorrecto. Desde el principio mismo Dios habría tenido que intervenir e interferir con nuestro libre albedrío y la
facultad que nos ha dado a cada uno de escoger entre el bien y el mal.
—Pero, ¿no habría sido mejor si nos hubiera obligado a todos a ser buenos? —me cuestionó.
—De haber querido Dios que fuéramos unos robots, claro, nos habría hecho a todos capaces únicamente de hacer el bien y de amarlo a Él. En cambio, nos creó con libre albedrío para que eligiéramos amarlo por iniciativa propia. ¿Disfrutarías mucho de tus hijos si te amaran porque estuvieran obligados a hacerlo? ¿Verdad que no? —le pregunté.
Sorprendida, me dijo:
—No, claro que no, pero ¿qué tiene que ver eso con el sufrimiento?
Proseguí diciendo:
—Es que Dios creó a los seres humanos para que escogieran entre el bien y el mal, entre hacer las cosas como Dios quiere o como a ellos mismos les apetece, y esas malas decisiones son la razón por la que hay tanto sufrimiento, dolor, penas, enfermedades, guerras y crisis económicas en el mundo de hoy. En vez de optar por
1.
3:23
Romanos
(NVI)
4
Él conoce mi camino: si me prueba, saldré como el oro. Job 23:10
Después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. 1 Pedro 5:10
Hermano, cuidado con esas partes lisas del camino. Si el sendero resulta áspero, da gracias a Dios por ello. Si Dios nos meciera siempre en la cuna de la prosperidad, si siempre nos balanceáramos en las rodillas de la fortuna, si no hubiera nubes en el cielo, si no nos tocara beber unas gotas amargas del vino de esta vida, nos embriagaríamos de placer, soñaríamos que estamos bien afirmados, y lo estaríamos, pero sobre un pináculo, como el hombre que duerme sobre el mástil, y a cada instante correríamos peligro. Bendecimos, pues, a Dios por nuestras aflicciones. Le agradecemos por las vicisitudes. Exaltamos Su nombre por las pérdidas; pues encontraríamos que si Él no nos hubiera aleccionado, nos habríamos sentido demasiado seguros.
C.H. Spurgeon (1834-1892)
amar y obedecer a Dios, preferimos hacer lo que nos place; por eso a veces terminamos sufriendo las consecuencias de las decisiones equivocadas que tomamos. La Biblia nos dice que «hay caminos que parecen rectos y al final son caminos de muerte».2
Esta conversación me llevó a pensar que buena parte del sufrimiento que aqueja al mundo es causado por la misma humanidad. Fíjense en el indescriptible dolor que la humanidad ha ocasionado por librar guerras en las que millones de personas mueren o sufren mutilaciones. Martín Lutero describió así la guerra: «Es la peor plaga que pueda azotar a la humanidad; destruye la religión, destruye los estados y destruye las familias. Cualquier otra plaga es preferible a la guerra».
¿Tiene Dios la culpa de las guerras humanas? La Biblia dice: «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten
en vuestros miembros?»3 Dios no tiene la culpa de los sufrimientos causados por los conflictos bélicos; por el contrario, los culpables son la codicia, el ansia de poder, de gloria y de ganancias egoístas.
En nuestra época, el estrés, la prisa y tensión de la vida moderna a menudo provocan enfermedades psicosomáticas como migrañas, úlceras estomacales y trastornos cardiacos. No hemos aprendido a echar toda nuestra ansiedad sobre Dios, como se nos aconseja que hagamos en 1 Pedro 5:7 y, por tanto, permitimos que nuestra mente atribulada y agobiada nos enferme físicamente por tratar de mantener el paso de una sociedad cada vez más acelerada. Entretanto, también nos enfermamos voluntariamente por fumar, beber alcohol en exceso y consumir sustancias perjudiciales para la mente y el cuerpo.
Otro ejemplo de que la humanidad se autoinflige el sufrimiento son los millones de personas que cada año mueren de hambre en algunas partes del mundo, mientras que en otras hay excedentes de alimentos. Dios ha provisto más que suficiente para que nadie pase hambre.
2. Proverbios 14:12 (BLPH)
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3. Santiago 4:1
No obstante, mientras en algunas partes del mundo se almacenan o destruyen esos excedentes, la gente de otros países muere de inanición.
Por supuesto que, en buena medida, el causante de que millones de personas de todas las latitudes padezcan privaciones, necesidad y miseria es el egoísmo de otros seres humanos. Si todos compartiéramos nuestra riqueza o tierras como debiéramos, o invirtiéramos en trabajos y en industrias para crear empleos o pagáramos sueldos decentes o precios justos por lo que los pobres han trabajado y producido, no cabe duda de que los recursos alcanzarían para todos. La Palabra de Dios aconseja e incluso insta reiteradamente a quienes tienen en abundancia que compartan con los carenciados, pues Él no quiere que los pobres sufran.
Por último, debemos recordar que Dios se puede valer del sufrimiento para nuestro bien. El dolor y el padecimiento a menudo suscitan los mejores sentimientos, la compasión, el amor y la preocupación por los demás. El propósito del sufrimiento es fortalecernos y prepararnos para dar fuerzas a otros. La Biblia dice: «Consolamos a los demás con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios».4 Y a nosotros los cristianos, nos da el deseo de ofrecerles a los demás la solución eterna a sus problemas y angustias: ¡Jesús!
«¿Por qué permite Dios que haya sufrimiento?» es uno de los mayores interrogantes de esta vida. Si bien leyendo la Palabra de Dios podemos entender muchas de las razones, hay algunas cosas que no entenderemos del todo hasta que pasemos a la otra vida y podamos verlas tal como Dios las ve.
Muchas veces el sufrimiento hace que la gente se vuelva a Dios. La motiva a implorarle perdón, pedirle que la salve y a arrepentirse. Así lo expresó el rey David: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, pero en mi aflicción clamé al Señor y me libró de todas mis angustias».5 El sufrimiento y la aflicción pueden unirnos más al Señor.
La Palabra de Dios promete que para los que amamos a Dios todo sufrimiento llegará a su fin. Él «enjugará toda lágrima de nuestros ojos; y ya no habrá muerte, ni llanto, ni clamor ni dolor, porque las cosas anteriores pasaron».6
Hasta que llegue ese día de perfección tendremos que soportar ciertos sufrimientos, pero la compensación, el premio que nos espera en el Cielo, supera con creces el dolor y sufrimiento temporales que podamos experimentar aquí abajo. Como dijo el apóstol Pablo: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse».7
Tomado de un artículo de Tesoros , publicado por La Familia Internacional en 1987. Texto adaptado del artículo original. ■
4. 2 Corintios 1:4
5. Salmos 18:6; 34:6; 119:67
6. Apocalipsis 21:4
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7. Romanos 8:18
¿Por qué sufrimos?
P.: ¿Por qué permite Dios que haya sufrimiento? ¿Será que no se conduele de nosotros?
R.: No te quepa duda: Dios se compadece infinitamente de nosotros. A Él le duele vernos sufrir. La Biblia dice: «El Señor es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos; pues Él sabe bien de qué estamos hechos: sabe que somos polvo».1
Jesús también nos comprende y se compadece de nuestras debilidades, porque fue «tentado en todo según nuestra semejanza».2 Él conoce bien lo que es sufrir.
Padeció más que ninguno de nosotros cuando lo azotaron y lo crucificaron por los pecados de la humanidad.
Además, en la Biblia Dios promete que un día acabará el sufrimiento para quienes lo amen. En el Cielo «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron».3
Entre tanto, Dios tiene una finalidad en todo lo que permite que nos ocurra, aunque no siempre la veamos enseguida. Por ejemplo, los momentos difíciles muchas veces hacen brotar la dulzura y la bondad en la gente. Los padecimientos, los sacrificios y las desdichas hacen
aflorar las mejores cualidades —amor, ternura e interés por los demás— en quienes no permiten que esos trances los encallezcan o amarguen. Quienes hemos descubierto el amor de Dios expresado en la figura de Jesús abrigamos un profundo deseo de transmitir ese amor y esa solución a los demás, para que Él pueda entonces aliviar su sufrimiento y sacarlos adelante en sus momentos de apuro.
Si bien la lectura de la Palabra de Dios nos desvela muchas de las razones de nuestras penas, es probable que no lleguemos a descubrir todas las respuestas a ese eterno interrogante hasta que lleguemos al Cielo. Los caminos de Dios difieren de los nuestros. Hay cosas que sencillamente no entenderemos hasta que las veamos tal como las aprecia Él.4
La Biblia también nos alienta: «El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría».5 Transcurrido un tiempo, nuestro sufrimiento se ve desde otra perspectiva. Mediante él adquirimos sabiduría y nos volvemos más compasivos con los que sufren.
En cualquier caso, a pesar de nuestros escasos conocimientos y comprensión de estos enigmas de la vida, podemos tener la certeza de que Su amor no nos fallará. Pasaremos por momentos dolorosos, pero gracias a Dios no terminaremos desesperados ni desamparados. «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, [...] ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús».6 ■
1. Salmo 103:13,14 DHH
2. Hebreos 4:15
3. Apocalipsis 21:4
4. V. Isaías 55:8,9
5. Salmo 30:5
6. Romanos 8:38,39
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Respuestas a tus interrogantes
ZAPATOS DISTINTOS
Caryn Phillips
Ocurre con mucha frecuencia que nuestra comprensión del mundo se circunscribe a lo que conocemos vivencialmente de él. Nuestra cosmovisión está determinada por nuestra experiencia, cultura, formación, educación, perfil socioeconómico, así como por nuestras relaciones personales, criterios y aspiraciones. Cuando vemos a un hombre durmiendo en el umbral de una puerta o a una mujer que pide ayuda arrastrando las palabras, es fácil que interpretemos su situación según nuestra cosmovisión. A veces nos imaginamos que alguien en ese estado tiene una anomalía intrínseca.
La verdad es que la pobreza desplaza a la gente a un mundo distinto. Puede que ese indigente que duerme en el umbral no haya descansado la noche anterior porque tenía que cuidar de sus pocas pertenencias, o que la mendiga sufra de un trastorno no tratado que le afecta el habla.
Chelle Thompson escribe: «Los seres humanos rara vez salen de sí mismos y llegan a comprender cabalmente las necesidades y los miedos de los demás. A menudo proyectamos nuestros pensamientos y creencias sobre gente que no conocemos, y emitimos juicios de valor basados en cómo pensamos que deberían vivir».
Se ha dicho que para entender a los demás hay que ponerse en su pellejo o en sus zapatos. Sin embargo, ¿es factible ponerse en los zapatos de una madre soltera indigente y enferma, que lidia con una adicción a medicamentos recetados y a quien le han quitado sus hijos para internarlos en un hogar de acogida? ¿Cómo es posible llegar a sentir lo mismo que ella? No puedo ponerme en su pellejo, pero sí puedo invitarla a hablar, a contarme su historia y decirme qué siente en su situación. Es posible que ambas nos beneficiemos.
Quentín —un querido amigo nuestro— sufre de la enfermedad de Parkinson. Ha tenido alucinaciones que lo asustaron y le hacían difícil llevar una vida normal. Con el tiempo lo trasladaron a un asilo de ancianos, donde el personal comprendió su afección fisiológica. Uno de los auxiliares le explicó en términos sencillos que algunas de sus neuronas enviaban señales falsas. Eso aclaró las cosas y determinó que la culpa era de una enfermedad y no de Quentín.
En una conferencia sobre salud mental a la que asistí, uno de los ponentes recomendó:
—No digan: «Es esquizofrénico», sino: «Padece esquizofrenia».
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En su búsqueda de satisfacción y felicidad, distintas personas toman caminos disímiles. El que no hayan tomado el mismo que tú no quiere decir que se hayan perdido.
H. Jackson Brown, Jr. (1940-2021)
Yo creo que debemos hacernos cargo de los temores que abrigamos sobre nuestros semejantes y luego dar con alguna fórmula práctica, que podamos aplicar diariamente, para ver a la gente desde una perspectiva distinta a la que se nos enseñó de chicos. Alice Walker (n. 1944)
Puedes recibir el amor y la salvación que Dios quiere regalarte rezando esta sencilla oración: Jesús, creo de corazón que me amas y que moriste por mí para que pueda vivir en el Cielo por la eternidad. Concédeme Tu don de salvación y lléname de Tu Espíritu Santo para que pueda conocerte mejor y transmitir Tu amor a otras personas, incluso a aquellas a las que normalmente no me acercaría. Amén.
De la misma manera, aunque yo tengo múltiples dolencias, preferiría que no se me caracterizara por ellas. No quiero que se me conozca como la enferma.
Ese enfoque cambia no solo los términos que usamos, sino también nuestra actitud. ¿Podemos separar a la persona de la circunstancia que la afecta, cualquiera que sea, una enfermedad mental, una adicción a las drogas, la pobreza o un trastorno físico? ¿Podemos descubrir el ser que hay en el interior y tratarlo con respeto? Cuando vemos más allá de las apariencias y de nuestras presunciones tenemos oportunidad de hallar algo bueno y hasta hermoso debajo de un exterior áspero o poco atractivo.
Cuando mi esposo y yo comenzamos a trabajar de voluntarios en un centro de acogida, mis ideas preconcebidas se hicieron humo al enterarme de la causa por la que tal madre soltera o tal anciano estaban allí. En muchos casos, una confluencia de acontecimientos desafortunados —que le pueden suceder a cualquiera— los habían dejado sin hospedaje y sin nadie a quien recurrir.
Cuando le pregunté a un hombre lo que hacía anteriormente, me dijo: «Era auditor… cuando era una persona». Había estado a cargo de una división de
auditores del Estado antes que una depresión le costara su trabajo y, a la larga, todo lo que tenía. Después de recibir tratamiento en el albergue consiguió empleo y ahora vive en su propia casa.
El personal del centro trata con cortesía a los que allí residen y los llama señor, señora, o señorita; don tal y doña tal. Al mostrar respeto, conferimos dignidad. La dignidad ayuda a las personas a verse a sí mismas por un prisma más positivo, lo que genera esperanza. La esperanza enciende en nosotros la voluntad para esforzarnos y seguir esforzándonos. Así, el respeto que manifestamos puede ayudar a una persona a emprender una nueva vida.
Resultó que las graves alucinaciones que sufría Quentín eran consecuencia de los medicamentos que le administraban; cuando se redujo la dosis, dejó de ver tantas cosas extrañas a su alrededor. Todavía tiene dificultades, pero en el hogar de ancianos lo comprenden y lo aceptan, y él es feliz.
Caryn Phillips trabaja como voluntaria con indigentes y otros marginados sociales en los EE.UU. ■
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ADVERSIDAD = OPORTUNIDAD
Iris Richard
¿Qué puedes hacer cuando las tormentas de la vida te superan, cuando los vientos y las olas se abaten sobre tus esperanzas y sueños y te dejan destrozada, a tal punto que sientes que te has dado contra un muro y no hay adónde ir?
La vida tiende a llevarnos a situaciones en las que nosotros no elegimos el conflicto, sino que este nos elige a nosotros. Esas experiencias normalmente nos presentan una disyuntiva: luchar por la victoria, un rayo de esperanza, fe para vencer; o bien, ceder a la amargura, la depresión, la ira o la desesperación.
Hace unos años, de la nada, a uno de nuestros hijos le diagnosticaron leucemia. Aquel golpe me llevó hasta el límite. Tras casi dos años de quimioterapia llegó la conclusión médica de que el tratamiento no era eficaz y nuestro hijo estaba perdiendo la lucha contra la leucemia. Le dieron seis semanas de vida. Tenía 16 años.
«El duelo cesará con el tiempo», me dijeron. «Piensa en positivo». «Trata de mantenerte ocupada». «Busca a alguien con quien hablarlo».
Sabía que eran comentarios bienintencionados, pero pronto me di cuenta de que seguir en piloto automático,
Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo. 1 Pedro 1:7 (ntv)
Las penurias suelen preparar a gente común y corriente para un destino fuera de lo común. C.S. Lewis (1898–1963)
trabajar más duro o tratar de esconder mis emociones en lo más recóndito de mi mente no iba a ayudarme a afrontarlo. No fue hasta que admití que no era lo bastante fuerte para superar el dolor y poner fin a la espiral de pensamientos autodestructivos, que empezó a aparecer un rayo de esperanza en el horizonte de mi desesperación.
Me puse de rodillas y le pedí a Dios una estrategia, un plan tangible que me ayudara a salir vencedora. Por fin se disipó la niebla. Empecé a copiar promesas de la Biblia en mi diario o a pegarlas en mi espejo.
Fue un proceso, pero pronto experimenté el efecto sanador de la Palabra de Dios y fui viendo las cosas bajo una nueva luz. Asomó la esperanza, y hasta empecé a detectar oportunidades en mis adversidades y pérdidas, como el don de la compasión por otros que afrontan pérdidas. Tengo la certeza de que ese valle, y otros parecidos, fortalecieron mi fe y contribuyeron un poquito más a hacer de mí la persona que Dios quiere que sea.
Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■
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LOS FRUTOS DEL SUFRIMIENTO
J.M. Stirling
Todos estamos de acuerdo en que no hay lugar en este mundo en el que no existan penurias y sufrimiento. Queremos creer que Dios es bueno y amoroso, que lo ve todo y que tiene el mundo entero en Sus manos. Sin embargo, cuando nos sobrevienen desgracias, ese concepto queda seriamente en entredicho.
En un momento en que volví a recibir noticias de una situación difícil, me acordé de cuando viví varios años en Filipinas, con veintipocos años. Apenas llegué a Manila desde el oeste de Canadá, las diferencias me chocaron en casi todos los sentidos: el calor y la humedad, la multitud de gente, el tráfico y el ruido incesantes, los nuevos sabores... Pero lo que más me impactó fue ver por primera vez la pobreza real. Muchas de las personas que conocí vivían con distintos grados de escasez.
Siendo un joven misionero que tuvo que aprender a prescindir de muchas comodidades habituales, al principio me vino la tentación de quejarme; pero el alegre ejemplo de la gente del país me motivó a abstenerme. Durante siglos la población filipina sufrió guerras y opresión por culpa de intervenciones extranjeras o a manos de funcionarios nacionales corruptos. Aunque han padecido durante generaciones el peso de la pobreza y de promesas incumplidas, su actitud ante la vida mostraba un tesón y una profundidad que en aquel momento me resultaban desconocidos.
Más adelante mi mujer y yo vivimos y trabajamos en otros países asiáticos, incluido el próspero Japón. Nuestra
labor de transmitir el evangelio nos llevó a entablar amistad tanto con ricos como con pobres, y en todos los estratos de la sociedad encontramos personas que mostraban cualidades de extraordinaria abnegación y alegría. Entonces entendimos que el denominador común no era la pobreza económica, sino el sufrimiento. Cada uno tenía la vivencia de alguna pérdida que había despertado en él o ella la gracia y la generosidad hacia los demás.
El mundo está lleno de quimeras. Los logros y ganancias se persiguen sin descanso, mientras que el fracaso se desdeña y debe evitarse. En cambio la vida en el universo de Dios es muy diferente. El fracaso y el sufrimiento son algunos de los medios de los que Él se vale para ayudarnos a ver las cosas desde una perspectiva más acorde con la realidad.
Aún hoy Jesús nos declara estas promesas: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.»1
J.M. Stirling y su esposa Anna criaron 10 hijos mientras misionaban en 7 países. Actualmente viven en Toronto, Canadá. ■
1. Mateo 5:3-8 11
VUELOS PERDIDOS
En el último año mi mujer y yo perdimos tres vuelos. En los muchos años que llevamos viajando nunca nos había pasado. Cada vez fue por algo distinto: agotamiento y estrés, la primera; información errónea en nuestro visado, la segunda; y un documento extraviado, la tercera. Si alguna vez has perdido un vuelo, sabes lo traumático que puede ser, sobre todo cuando implica obtener un nuevo visado, nuevos pasajes, además de molestias y gastos añadidos.
Después de uno de esos incidentes, mi hija dijo: «¿Quién sabe qué gran designio puede estar en juego aquí?» Y resultó ser cierto. Haber perdido ese vuelo nos llevó a visitar a mis suegros en un momento difícil para ellos. Otro de los vuelos perdidos nos llevó a pasar unos días en los Alpes mientras esperábamos a que se arreglaran los documentos; desde luego, no era esencial, pero sí un sueño que yo acariciaba.
No se trata de minimizar el trauma físico y psicológico que se sufre cuando las cosas salen mal, sobre todo cuando las consecuencias son más graves que unos simples inconvenientes y costes. Empero, vale la pena detenerse a reflexionar sobre estos acontecimientos para ver si Dios
no ha dispuesto por ahí algún mal que no es tal sino un bien especial, así como qué medidas podemos tomar para evitar que esas contrariedades vuelvan a ocurrir.
Cuando las cosas van mal, a menudo recuerdo el proverbio africano: «Una voltereta no separa la cabeza de los piojos». Significa que un problema no se va a resolver por el simple hecho de hacer algo, aunque implique mucho esfuerzo, a menos que sea lo que hay que hacer en ese momento y en esas circunstancias. Que en mi caso sería revisar dos veces mis documentos y prever posibles contratiempos.
No puedo decir que no volveré a perder un vuelo, pero en lugar de dejarme llevar por el pánico, haré lo que esté en mis manos para seguir el lema de los scouts: Siempre listo; o la instrucción de Jesús: Vela y ora. Y más importante aún, permanecer cerca de mi Buen Pastor, que me conduce a verdes praderas y me ayuda a superar mis errores. Ojalá en mi próximo vuelo oiga: «¡Bienvenido a bordo! ¡Buen viaje!»
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. 1 Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■
Curtis Peter van Gorder
http://elixirmime.com 12
1.
EL MOMENTO MÁS GRANDIOSO
Siempre le atribuí un fuerte simbolismo al hecho de que la crucifixión de Jesús tuviera lugar en la cima de un cerro. Su cruz se alzaba por encima de los caminos y del bullicio. Había que trepar hasta la cima y mirar hacia arriba para verla.
Esa metáfora física refleja la trascendencia histórica de la muerte de Cristo en la cruz. Fue el acontecimiento más importante de la Historia. Todo lo anterior fue como un lento in crescendo. Todos los actos de Dios y de los seres humanos condujeron, dieron pie y apuntaron a ese momento, el de Su muerte en la cruz.
Fue la demostración de amor más increíble que Jesús haya hecho jamás. Para mí, fue Su hora decisiva. Siguió adelante con el propósito para el que había venido, el cual había elegido antes de la fundación de la Tierra. Aceptó la copa del dolor y el padecimiento que deseaba desesperadamente evitar, y así nos dio la curación del cuerpo y la mente, y luego la restauración de nuestra relación con Dios y una eternidad a la que ahora podemos acceder a través de Su amor.
Es difícil determinar qué momento fue más importante, si la crucifixión o la resurrección. La resurrección fue el momento en el que Él demostró que en efecto era
quien había dicho. Escribió un final jubiloso a la historia más épica de todos los tiempos, y nos prometió una continuación. Mejor aún, nos prometió que seríamos los protagonistas de la nueva historia que estaba escribiendo. Qué futuro tan brillante tenemos ahora, estupendo como los lirios frescos en la niebla y el sol de la mañana que asoma por el horizonte.
Por eso la cruz que llevo al cuello está vacía. Jesús ya no cuelga de la cruz; ¡está vivo y triunfante! Sin embargo, yo llevo aún el símbolo de Su dolor. ¿Por qué?
Porque nada de esa sublime culminación habría ocurrido sin la cruz. Por eso los creyentes la admiramos y la alzamos. Porque tiene mayor trascendencia que ninguna otra cosa: es el precio que valía tu alma para Jesús, y fue así que te compró para que fueras Suyo.
Eso es digno de alabanza y admiración, digno de ocupar el primer puesto en la lista de los momentos más grandiosos de la Historia.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
13
Amy Joy Mizrany
LOS TRES HERMANOS
Marie Alvero
Este mundo está plagado de dolor. Al intentar colectivamente comprender sus causas, vemos que el tema del sufrimiento humano recorre todas las épocas de la Historia. En concreto, ¿cómo puede un Dios bueno permitir el sufrimiento? La verdad es que nunca oí una respuesta que me hiciera pensar: Vaya, eso tiene mucho sentido. Ahora me parece bien el sufrimiento: el cáncer, los secuestros, la pobreza, las guerras y demás atrocidades. Francamente, parece que todas las respuestas se sitúan del lado más liviano de una balanza tan cargada de tragedias. Cuando era más joven y oía a alguien plantearse cómo es posible que un Dios bueno permita que sucedan cosas tan horribles, se me venía una oleada de pánico, como si no ofrecer la respuesta acertada fuera a provocar la muerte
de la fe en Dios de esa persona. Sin embargo, todos conocemos a personas que, ante una pérdida, un sufrimiento y un dolor desgarradores, han ahondado en su fe y su confianza en Dios, e incluso a gente cuyos sufrimientos la han conducido a Dios. Claro que hay otros cuyo dolor y penalidades los han convencido de que Dios no existe o, si existe, de que le importa muy poco el dolor de Sus criaturas. Aprendí que no hay respuestas fáciles a esa pregunta.
El episodio en que Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos nos da algunas luces1. Comienza cuando Jesús recibió la noticia de que su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Aun así decidió quedarse dos días más donde estaba y no se dirigió hacia donde se hallaba Lázaro hasta que supo que este ya había muerto. Marta, la hermana de Lázaro, corrió a recibir a Jesús en cuanto llegó.
1. V. Juan 11
14
Marta dijo a Jesús:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.
Jesús le dijo:
—Tu hermano resucitará.
Marta le dijo:
—Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.
Le dijo Jesús:
—Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Le dijo:
—Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.
Entonces se acerca María, mucho más emocionada…
María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verlo, se postró a sus pies, diciéndole:
—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y preguntó:
—¿Dónde lo pusisteis?
Le dijeron:
—Señor, ven y ve.
Jesús lloró.2
El relato continúa. Entonces Jesús llamó a Lázaro, y este se levantó y salió de la tumba, a pesar de que llevaba cuatro días muerto. La mayoría de los espectadores quedaron atónitos y realmente creyeron que Jesús era el Mesías. Pero algunos todavía se negaban a creer.
La reacción de María en la trama es muy natural, muy humana. Dice:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Ella estaba familiarizada con las sanaciones de Jesús y sabía que Él podría haber salvado a Lázaro.
—¿Por qué no viniste a tiempo? Si lo hubieras hecho, todo iría mejor.
Yo seguramente le habría dicho algo así a Jesús.
¿Y qué hizo Jesús? Lloró. Se sensibilizó con su dolor. Él ya sabía que iba a resucitar a Lázaro, porque lo había anunciado antes en el capítulo. Pero el dolor de las personas que amaba lo conmovió y por ende lloró con ellas.
Lo otro que me llamó la atención es que incluso después de ver aquella gloriosa y milagrosa resurrección, algunas personas seguían sin creer. Eso me confirma que no se trata de cómo respondo a esa pregunta ante los demás, sino de cómo la respondo ante mí misma. En este episodio, veo que:
• Jesús se toma su tiempo
• Jesús se hace presente
• Jesús llora
• Jesús interviene
Aunque no tengamos a Jesús en carne y hueso y sean muy raros los casos en que Él resucita a alguien de entre los muertos, creo que Él no deja de cumplir con todas esas premisas.
No creo que haya una respuesta plenamente satisfactoria para explicar cómo puede el Dios del bien y del amor permitir los horribles sufrimientos que ha padecido la humanidad. Tal vez seguiríamos sin entenderlo aunque Él mismo lo explicara, porque sencillamente no podemos saber lo que Él sabe ni ver lo que Él ve. Pero sí podemos aprender a confiar en Él. Nadie puede tomar esa decisión por nosotros.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU. ■
2. Juan 11:21–27, 32–35 15
De Jesús, con cariño
CONFIANZA
Conozco tu corazón y entiendo todo lo que estás pasando. Sé que es difícil cuando te encuentras al borde de la desesperación. Te sientes incapaz de hacer frente a lo que se avecina, de atravesarlo y superarlo. No te preocupes por cómo te sientes. Créeme, saldrás airoso.
Yo sufro contigo. Cuando se duele tu corazón, el Mío se conduele contigo, pues tienes un Sumo Sacerdote que se compadece de tus debilidades.1 Sufro por ti. Me duele verte sufrir. Este es uno de esos momentos en que te alzo y te llevo en Mis brazos. Sé que en momentos así no puedes sostenerte y no te alcanzan las fuerzas para avanzar por tu cuenta. Por eso te estrecho fuertemente y te llevo en brazos.
De las cenizas del dolor y la derrota brotarán hermosos lirios de Mi amor, no solo en tu vida, sino en la de muchos a quienes tu vida afectará positivamente. Ten por cierto de que soy capaz. Confía en Mí cuando pases por aguas profundas. Confía en Mí cuando te halles en lugares tenebrosos. Recuerda que Yo estuve ahí y te sostengo. Impediré que los torrentes de aguas te aneguen.
1. V. Hebreos 4:15