CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
Año 25 • Número 1
BALONCESTO CON JESÚS Pasarle a Él la pelota
El Dios de la esperanza
Un don inapreciable
Moverme al ritmo de Él
Encomendar a Dios cada paso
Año 25, número 1
A N UE ST RO S A M I G O S encarar el futuro con esperanza El nuevo año suele traer aparejados cambios, innovaciones y nuevos rumbos. Este no es la excepción. A partir de este momento, mi esposa Sally se incorpora al equipo de redacción. Venimos trabajando juntos desde hace ya tiempo y ahora queremos oficializarlo. Esperamos dar lo mejor de nosotros para seguir entregándoles fe y aliento dentro de estas páginas. «Año nuevo, vida nueva», reza el dicho popular. Si bien el comienzo de un nuevo año conlleva su cuota de ilusión y expectación, en nuestros radiantes cielos del futuro generalmente también asoman nubes de inquietud e incertidumbre, particularmente en los tormentosos tiempos que vivimos. Nos asaltan muchos interrogantes: ¿Alcanzaré mis metas? ¿Me depararán buena salud los meses y años venideros? ¿Gozará también de buena salud mi economía personal o familiar? Año nuevo es, pues, el momento ideal para dejar en hombros de Dios la carga de preocupaciones que nos agobia. Dicen que el futuro es tan prometedor como las promesas de Dios. Promesas como que Él estará con nosotros hasta el fin (Mateo 28:20). Qué mejor momento que este para aferrarnos como nunca a Dios y soltar todo lo que nos causa desasosiego. La clave está en poner nuestra esperanza en Dios. Los artículos de este número son una infusión de esperanza. Como dice Peter Amsterdam en su artículo de la página 4, esperanza no es un vano deseo, sino una certeza. En este caso, la certeza de que traiga lo que traiga el futuro, Dios hará redundar todo en nuestro bien (Romanos 8:28). Recibamos, pues, el año poniendo todos nuestros asuntos y los de nuestros seres queridos en manos de Dios y pidiéndole que nos ilumine y nos proporcione Su asistencia. Que Dios nos conceda esperanza y fuerzas para cada tarea que realicemos, acudiendo siempre a Él y Su Palabra, y que hagamos partícipes de Su amor y Su verdad a los necesitados.
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Gabriel y Sally García Redacción 2
Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.
CON ESPERANZA TODO SE ALCANZA Marie Knight
Soy una jardinera aficionada, en el mejor de los casos, ¡pero me encantan las plantas y las flores! Lo que sí he logrado cultivar bien en mi jardín son narcisos y jacintos. Ello probablemente se deba a que una vez plantados los bulbos en el suelo, apenas necesitan mantenimiento para crecer. Cada primavera aparecen con sus alegres y vibrantes colores. Hace unos años tuvimos que arreglar nuestro sistema séptico y afortunadamente pudimos solucionar el problema. Lo único que lamento es que mi jardín estaba justo en el camino que había que desenterrar. Mientras observaba la retroexcavadora que arrancaba la tierra en la que cada año había plantado nuevos bulbos, sentí una punzada de remordimiento. De ninguna manera hubiera podido encontrar las plantas para desenterrarlas antes que se excavara la tierra; así que las di por perdidas. Cuando terminaron el trabajo, los obreros volcaron la misma tierra en las zanjas para rellenarlas. Llegada la primavera, donde antes había estado mi jardín, no había más que una gruesa capa de barro arcilloso, dura y pesada. Estaba segura de que nada volvería a crecer en ese sector. Sin embargo, al cabo de unas semanas noté que unos brotes se abrían paso entre la arcilla. Al parecer los bulbos de flores habían vuelto a su lugar de origen y el calor del sol los hizo germinar.
Empecé a desenterrarlos para plantarlos en un nuevo huerto de flores. Algunos de los bulbos estaban sepultados bajo al menos 30 cm de arcilla endurecida y aun así brotaron hasta salir a la superficie. Pasaron los años y nunca dejo de encontrar narcisos esparcidos por mi jardín. Esa experiencia me hizo reflexionar sobre cómo a veces nos encontramos en un lugar oscuro y la esperanza parece haber desaparecido; no obstante, por muy profundas que sean nuestras desventuras, el calor y la luz del amor de Dios pueden llegar hasta las honduras y sacarnos de allí. Me recuerda lo que escribió el rey David: «Me hizo subir del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso. Puso mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, una alabanza a nuestro Dios. Muchos verán esto y temerán, y confiarán en el Señor» (Salmo 40:2,3). Aunque en los momentos de apuro tengamos la impresión de que hemos sido arrojados a un foso de tierra arcillosa, sin escapatoria, el Señor puede valerse de esas sórdidas experiencias como testimonio de Su amor, ¡pues Él siempre nos ayuda a florecer! Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación. Vive en EEUU. ■ 3
EL
DIOS DE LA
ESPERANZA Peter Amsterdam
«Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo y paz en
el creer, para que abunden en la esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13). Al leer los Evangelios se hace evidente que Jesús sabía de antemano que iba a sufrir y que lo iban a matar; sabía también que resucitaría de los muertos. (V. Lucas 18:31-33.) En términos bíblicos se alude como esperanza a la confianza que tenía Jesús en que resucitaría de los muertos. Hoy en día cuando usamos la palabra esperanza por lo general nos referimos a algo que alguien quisiera que sucediese. Transmite la idea de que uno desconoce lo que va a ocurrir, pero desearía que se diese determinado desenlace. La Escritura también emplea a veces la palabra esperanza con ese sentido; no obstante, en la mayoría
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de los casos esta palabra comunica un significado distinto y mucho más sustancioso. La interpretación bíblica del vocablo griego elpis, traducido por esperanza, constituye «el deseo de algún bien y la expectativa de obtenerlo». El Dictionary of the Later New Testament and Its Developments lo explica así: «En lugar de expresar el deseo de que se produzca determinado desenlace que aparece incierto, en el Nuevo Testamento la esperanza se caracteriza por su certeza». La expectativa ligada a la esperanza bíblica guarda estrecha relación con la seguridad o certeza, toda vez que tiene su arraigo en el hecho de la resurrección de Cristo.
Su muerte, seguida por Su resurrección de entre los muertos, es lo que nos da la seguridad o la certeza de que nosotros también resucitaremos algún día para vida eterna. Habiendo depositado nuestra fe en Jesús nuestro Salvador —con el convencimiento de que Él es el hijo de Dios— nuestra esperanza, nuestra expectativa, pese a que no se concreta en este momento, es una certeza. Nuestra expectativa de obtener la promesa de salvación divina, el perdón de los pecados y la vida eterna con Dios son certezas basadas en las promesas de Dios. La fe y la esperanza están estrechamente relacionadas, pues la certeza de la esperanza se basa en nuestra fe en Dios. La Biblia nos dice que «la fe es la constancia de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven» (Hebreos 11:1). La esperanza en su sentido bíblico se identifica con el futuro, toda vez que representa la convicción de que algo que Dios ha prometido se materializará. Puede que no haya sucedido aún, pero tenemos la seguridad de que sucederá. Por ejemplo, el apóstol Pablo habla de la gracia de Dios que nos enseña a llevar una vida ajustada a los principios divinos en el tiempo presente, «mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:12,13 nvi). La esperanza aquí descrita corresponde más bien a la certeza que se tiene en la expectación, la convicción de
que Cristo aparecerá en gloria. Gracias a que tenemos la certeza de la esperanza, albergamos confianza en Dios y en Sus promesas. Sabemos que Sus promesas son ciertas, aunque no hayamos visto aún su pleno cumplimiento. Un ejemplo de una persona que abrigaba dicha esperanza lo encontramos en las descripciones bíblicas de Abraham. Él y su mujer Sara habían llegado a la vejez, y aunque ella estaba ya pasada de la edad de concebir, Dios le había revelado a él que en el plazo de un año Sara tendría un hijo. Tan descabellado parecía aquello que Abraham se preguntó: «¿A un hombre de cien años le ha de nacer un hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, dará a luz?» (Génesis 17:17). Sin embargo, como escribiera siglos después el apóstol Pablo: «Contra toda esperanza, Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones. […] Su fe no flaqueó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido» (Romanos 4:18–21 nvi). Abraham se mantuvo firme en la esperanza, en fe, en el certero conocimiento de que Dios haría lo que había dicho. La Biblia manifiesta: «Por lo tanto, de uno solo, y estando este muerto en cuanto a estas cosas, nacieron hijos como las estrellas del cielo en multitud y como la arena innumerable que está a la orilla del mar» (Hebreos 11:12). La Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe. El apóstol Pablo escribió sobre «la esperanza de la vida eterna». Y añadió: «Dios, que no miente, prometió esta vida desde antes del principio de los siglos» (Tito 1:2). Pablo alude a esa esperanza de vida eterna en el sentido de una certeza prometida por Dios. Dado que Dios no miente ni puede mentir, sabemos sin asomo de duda que somos beneficiarios de Sus promesas. Cuando entendemos la esperanza en este sentido bíblico podemos hallar fuerzas para sobrellevar las pruebas 5
y dificultades que se nos presentan en la vida. A veces en el sendero de la vida atravesamos por momentos de prueba y sobresalto; mas si fijamos nuestra esperanza en Dios, tendremos la seguridad de que el Señor nos ayudará y a la postre superaremos la prueba, cuando no en esta vida, en la otra. Esa esperanza puede infundirnos la valentía y la fortaleza para mantener una actitud positiva y de alabanza a través de las pruebas, adversidades y altibajos que afrontemos. Ciframos nuestra esperanza en las promesas de Dios, que ha garantizado que todas las cosas redundarán en bien de los que lo aman (Romanos 8:28). Tenemos la convicción de que sea lo que sea que afrontemos, por difícil y penoso que sea, al final estaremos para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17). Nuestra fe se basa en la certeza de la esperanza, que la Escritura califica de «segura y firme ancla del alma» (Hebreos 6:19). El conocimiento de que Jesús murió en la cruz para propiciar que entabláramos una relación con Dios, de que está presente en nuestra vida cada día y de que se nos garantiza la eternidad con Él, debiera afectar nuestro modo de ver y de sentir la vida. 6
Cuando refrescamos la memoria y recordamos lo que nos deparará el futuro, la certeza de nuestra salvación y las bendiciones prometidas para la eternidad, podemos enfrentar valerosamente las pruebas y exigencias que se nos presentan, con la convicción de que sea cual sea el desenlace, abrigamos la esperanza de un futuro con Dios. Vivir con esa esperanza nos hace saber que la conclusión o desenlace eternos serán gloriosos, lo que nos posibilita enfrentar mejor los avatares de la vida sabiendo que Él tiene un plan y un propósito para nosotros y para el mundo. Dios nos ha salvado maravillosamente, y pasaremos la eternidad en amor, dicha y paz con Él. Como portadores de ella, se nos insta a transmitir esa esperanza de gloria a nuestros semejantes, hacer lo mejor que podamos para representar a Jesús ante los demás, amarlos como Él los ama y ayudarlos humildemente a experimentar el amor y desvelo con que nos trata. Ojalá vivamos siempre conscientes de la esperanza que abrigamos en Cristo y se la impartamos a los demás, así como Jesús nos la impartió a nosotros. Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■
BALONCESTO CON JESUS Lenka Schmidt
Mi sobrina Teresa, que tiene 18 años, acababa de partir de regreso a su casa. Pasamos varios días juntas y sentí una pena enorme por ella. Su mamá tiene una discapacidad progresiva muy complicada. Está postrada en cama y requiere de mucha asistencia. Lleva unos seis años enferma, lo que ha supuesto una carga muy grande para toda la familia. Yo andaba muy preocupada por todos ellos. Antes que Teresa se fuera, mientras leíamos juntas un artículo que aludía al verso «echen sobre Él toda su ansiedad, porque Él tiene cuidado de ustedes» (1 Pedro 5:7), una intrigante imagen se me vino a la cabeza. Se trataba de Jesús, en traje deportivo y con una pelota en la mano, que representaba mis inquietudes. Tuve la impresión de que todo lo que yo tenía que hacer era pasarle la pelota y que Él se haría cargo. Pues eso hice y fue como un bálsamo de alivio. Jesús, como nadie, puede tomar esa pelota y encestarla para obtener la victoria. Le conté todo esto a mi sobrina y le propuse que relacionara, uno por uno, a cada integrante de su familia por el que ella se angustia, con una pelota que le puede pasar a Jesús. Le lanza a Jesús la pelota de mamá; y hace lo propio con la del papá y la del hermano. Todas se las pasa a Jesús. Toma otra pelota, la de su título de secundaria, que sacará este año, y su ingreso a la universidad, y se la cede también a Jesús. Le expliqué que no hay otra manera de sobrellevar permanentemente la carga de toda esa presión y estrés. Creo que eso la ayudó. Felizmente, ella tiene una maravillosa
relación con Jesús, lo que a mi juicio se debe en parte a las dificultades que enfrenta. Luego reflexioné sobre mi propia vida y traté de aplicarme yo misma la lección. Mi hija y su futuro: esa es otra pelota. Me visualicé lanzándosela derechito a Jesús. El balón de esa preocupación queda con Él. Mis relaciones, mi trabajo, mi grupo de estudio bíblico, las dificultades y complicaciones del momento o cuestiones pendientes… cada una de esas cosas representa una pelota. Una y otra vez me concentré en aquella imagen mental: cada pelota se la paso a Jesús. Me hice el propósito de que, por la gracia de Dios, cada vez que me asalte alguna preocupación, estrés, presión, incomodidad, dolor, enfermedad, decepción o rabia, me concentraré en pasarle inmediatamente esa pelota a Jesús. No quiero acarrear ninguna de esas cargas. ¡Ni por un instante! No son problemas míos, sino de Él. ¡Y Él es muchísimo más capaz que yo de sortearlos! Como dice Rick Warren: «Un cristiano que vive preocupándose es un contrasentido». Así que me niego a preocuparme. ¡Y no hallo la hora de ver todas las canastas que Jesús convertirá para mí y mis cercanos! Lenka Schmidt ha misionado en numerosos países. Durante diez años trabajó en África. Hoy continúa haciendo labores misioneras en la República Checa, donde vive con su marido y su hija, a la que adoptaron de pequeñita cuando vivían en el Congo. ■ 7
Era Año Nuevo y estaba haciendo lo que más me gusta. Sentada, un poco incómoda, en una mecedora baja, pintaba un paisaje en mi caballete. Mezclando colores, me encontraba totalmente inmersa en lo que hacía, suspendida en el tiempo. El momento se prolongó un par de horas. Cuando me levanté deprisa para estirar los músculos y pasar a otra cosa, mi espalda pasó de cero a nueve en la escala del dolor. Casi pego un grito. Apenas podía dar un paso. ¡Qué dolor tan tremendo!
MOVERME AL
RITMO DE ÉL
Ya antes había tenido molestias en la espalda. Sobreestimé mi propia fuerza y moví muebles pesados o plantas grandes. No tuve la paciencia para esperar a que alguien me ayudara. Fui demasiado orgullosa para admitir que no puedo hacer algunas cosas que solía hacer. —¿Por qué? —grité, tumbada en la cama y aplicándome una bolsa de hielo—. ¿Por qué a mí? ¿Por qué hoy? En las últimas semanas había pensado mucho en el nuevo año. Luego de rezar, anoté mi lista de prioridades 8
Joyce Suttin
en las que centrarme. Estaba muy ilusionada de abordar nuevas empresas, lista para lanzarme al futuro. Cuando tienes mucho dolor y cada movimiento molesta, te hace pensar mucho en cómo desplazarte. Cuando cada paso te causa dolor por un nervio pinzado en la parte baja de la espalda, te mueves con cautela, plenamente consciente de lo que haces. Andas muy despacio y aprendes a refrenar la impaciencia. Con cada paso se logra una pequeña victoria; cada movimiento
implica en una acción cuidadosamente coreografiada y estructurada. Cuando el manejo o gestión del dolor se torna en una faena cotidiana, puede llegar a ocupar toda tu atención. Todo lo que haces gira en torno a la necesidad de minimizar y sobrellevar el dolor. De repente, algunas cosas se vuelven irrelevantes. Pequeñas cosas que antes te molestaban y te impulsaban a actuar, se esfuman del pensamiento. Cosas que considerabas prioritarias de pronto pierden importancia. Ese papelito en el suelo puede esperar y esa clase de gimnasia que tanto te gusta queda relegada al final de la lista de cosas pendientes. Estoy valorando el tiempo y atenuando la marcha para poder pensar en lo que es importante para mí. Al descansar más de lo que pensaba que podía, vivo el milagro de la curación y de renovadas fuerzas. Mientras pienso en lo que de verdad tiene trascendencia en la vida, examino detenidamente mi agenda y la vacío de cosas que no necesito hacer. Observo algunos hábitos propios que me restan energía en lugar de aumentarla. Presto atención a mi tendencia a exigirme más de lo que mis fuerzas me permiten. Me doy cuenta de que si no me cuido bien, acabaré cuidándome exclusivamente a mí misma y no podré ayudar a los demás. Voy tomando conciencia de que necesito pedir ayuda y esperar a que esa ayuda llegue para abordar ciertas cosas que exceden mi capacidad. También que tiendo a presionarme mucho y a ir demasiado aprisa, cuando necesito aminorar la marcha y dar pasos medidos. Y lo que es más importante, estoy aplicando estas conclusiones a mi relación con el Señor. Cuando le pido ayuda, debo esperar su respuesta. Tengo que encomendarle cada paso a Él y moverme a Su ritmo. En lugar de lanzarme de lleno al nuevo año, este año estoy dando pasos cautelosos. Descarté mis propósitos de año nuevo y, con oración, empecé una lista breve, no de cosas que hacer, sino de cambios que debo realizar. Estoy
dando pasos lentos y cuidadosos hacia el futuro invocando la ayuda de Dios. No sabría explicarlo, pero, así las cosas, sé que este va a ser un buen año. Él, en cambio, conoce mis caminos; si me pusiera a prueba, saldría yo puro como el oro. En sus sendas he afirmado mis pies; he seguido su camino sin desviarme. No me he apartado de los mandamientos de sus labios; en lo más profundo de mi ser he atesorado las palabras de su boca (Job 23:10–12 nvi). Yo te guío por el camino de la sabiduría, te dirijo por sendas de rectitud. Cuando camines, no encontrarás obstáculos; cuando corras, no tropezarás. Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar; cuídala bien, que ella es tu vida (Proverbios 4:11–13 nvi). El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor (Proverbios 16:9).
Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. Su blog se encuentra en https://joy4dailydevotionals.blogspot.com/. ■ 9
VALORES
TRASCENDENTALES No surge nada verdaderamente valioso de la ambición o del simple sentido del deber; nace más bien del amor y la devoción a la humanidad. Albert Einstein Mahatma Gandhi catalogó así los siete pecados del mundo: riqueza sin trabajo, placer antepuesto a la conciencia, conocimiento sin nobleza de carácter, comercio sin moralidad, ciencia sin humanidad, culto sin sacrificio y política sin principios. Es preciso entender las verdades espirituales y aplicarlas a nuestra vida moderna. Debemos sacar fuerzas de aquellas virtudes casi olvidadas como la sencillez, la humildad, la contemplación y la oración. Ello exige una consagración que va más allá de la ciencia y de uno mismo, pero cuya remuneración es grande y además nuestra única esperanza. Charles Lindbergh Quien pretenda vivir a solas no alcanzará la plenitud como ser humano. Su corazón languidecerá si no responde al de otra persona. Si su mente no oye más que los ecos de sus propios pensamientos y no halla ninguna otra inspiración, acabará por encogerse. Pearl S. Buck No calcules tu patrimonio según los bienes que posees, sino según aquellos haberes que no darías a cambio de dinero. Anónimo Un individuo no ha comenzado a vivir de verdad mientras no haya traspasado los estrechos confines de sus aspiraciones particulares para adentrarse en el vasto universo de los anhelos de toda la humanidad. Martin Luther King, Jr. 10
La vida temporal carece de sentido si no lo encuentra en la eternidad. Nikolái Berdiáyev La mayor utilidad que se le puede dar a una vida es gastarla en algo que perdure después que esta haya concluido. William James La felicidad no consiste tanto en tener como en compartir. Con lo que obtenemos, nos ganamos la vida; con lo que damos, la forjamos. Norman MacEwen Dado que la vida es corta, nos conviene moderar nuestros proyectos y preocupaciones. No nos sobrecarguemos de provisiones para tan breve viaje. Anónimo Las cosas más bellas y valiosas del mundo no pueden verse ni palparse. Hay que sentirlas palpitar en el corazón. Helen Keller Cuando vivimos para servir a los demás la vida se nos hace más trabajosa, pero también se vuelve más plena y feliz. Albert Schweitzer Jesús dijo: «Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15). La vida, el verdadero vivir, nada tiene que ver con las cosas materiales, pues estas no brindan contentamiento. Podrán satisfacer temporalmente el cuerpo, pero jamás llenar el alma o el espíritu de los seres humanos que buscan en Dios, su Padre, la dicha, la felicidad y la satisfacción eterna que solo Él puede dar. Alex Peterson ■
RE DIR EC CION AR M G.L .
DA I VI E l l e ns
A veces, por circunstancias que escapan a nuestro
control, nuestra vida toma un rumbo distinto del que esperábamos. Nuestra primera reacción puede ser quejarnos: «¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?» De buenas a primeras respondemos negativamente, porque nos topamos con la dura realidad de que no tenemos las riendas del asunto. A veces es precisamente por eso que Dios nos hace redireccionar: para mostrarnos que, en última instancia, es Él quien está al mando. Una vez me enfrenté a una situación así. Recibí una noticia inesperada que me hizo sentir como si el suelo bajo mis pies súbitamente hubiera cedido. La familia con la que había estado trabajando los últimos cuatro años me informó que volverían a Europa dentro de un mes. Podía quedarme en la casa los dos meses siguientes, pero después se acababa el contrato. Quedé tambaleando: No tenía dónde vivir ni con quién trabajar. Mientras esperaba en un cruce a que el semáforo se pusiera en verde, no dejaba de darle vueltas a aquel giro inesperado de mi vida. Entonces, mientras preguntaba al Señor: «¿Por qué? ¿Y ahora qué, Señor?», la conciencia arrolladora de la presencia divina me embargó el alma.
Me vino a la memoria un versículo de la Biblia: «Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11 nvi). Sonreí y respiré hondo. Lo que fuera que me deparara el futuro, sabía que Dios estaba conmigo. Él tenía un plan para mí e independientemente de mis circunstancias actuales, iba a resolverlo todo. Ahora, cuatro años después, sé que ese versículo se hizo realidad en mi vida. Me encuentro en mejor situación que entonces. Dios sabía que era el momento de redireccionar mi vida, y no me falló. Él dirigió el cambio y me sacó adelante. Lo único que tuve que hacer fue entregarle mi vida a Él una vez más, y esta mejoró como consecuencia. Era un recodo en el camino, no el final. Por mi propia experiencia puedo decir francamente que el futuro es tan promisorio como las promesas de Dios. G.L. Ellens fue misionera y docente en el sureste asiático durante más de 25 años. Pese a que se jubiló, aún realiza labores voluntarias, además de dedicarse a escribir. ■ 11
EL MAÑANA ES DE DIOS Ruth Davidson
Si bien vivimos en un mundo lleno de inquietudes e incertidumbres, es maravilloso saber que tenemos un Salvador que nos ama y conoce cada clamor de nuestro corazón, cada una de nuestras necesidades. Su Palabra nos llena de certeza, y no tenemos nada que temer. Al mirar el horizonte de un nuevo año podemos hacerlo sin aprehensión, sabiendo que tenemos la segura esperanza para el futuro. «Dichosos los que saben aclamarte, Señor, y caminan a la luz de tu presencia» (Salmo 89:15 nvi). Nuestro Padre nos insta a caminar cada vez más cerca de Él. Al centrarnos en nuestro Señor y mostrarnos deseosos de cambiar, una transformación se opera en nosotros. Él nos dice que no nos conformemos al modelo de este mundo, sino que nos transformemos por la renovación de nuestro entendimiento. Así podremos comprobar y discernir cuál es el designio de Dios: Su voluntad buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). El Señor dijo: «Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé. De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi socorro, y no temeré» (Hebreos 13:5,6). A lo largo de los años, el himno «Quien cuida del mañana» me ha servido de gran inspiración cuando flaqueo o cometo errores. 12
No conozco el futuro; del mañana nada sé; no le robo su alegría, pues pesar traerá tal vez. ¿Para qué he de preocuparme, si conmigo está Jesús? Él me toma de la mano y me alumbra con Su luz. Muchas cosas del mañana no alcanzo a comprender; mas quien cuida del mañana cuidará de mí también. Cada paso del camino resplandece más y más; y la carga es más liviana, más ligero el andar. Al final del arcoíris, donde siempre brilla el sol, no habrá lágrimas ni llanto; se las llevará el Señor. Muchas cosas del mañana no alcanzo a comprender; mas quien cuida del mañana cuidará de mí también. Ira Stanphill (1950)
«No sé lo que me deparará el futuro, pero sí sé quién lo determina.» Ralph Abernathy
Mientras meditamos en estas preciadas promesas, marchemos hacia el nuevo año, bien provistos del conocimiento de que mientras mantengamos nuestros ojos fijos en nuestro maravilloso Salvador, Él nos sostendrá hoy, mañana y más allá. Ruth Davidson (1939– 2023) fue misionera en Oriente Medio, la India y Sudamérica durante 25 años. Posteriormente se desempeñó como articulista y redactora del portal www. thebibleforyou.com. ■
BUENAS NUEVAS Simon Bishop
El año nuevo suele ser un momento en el que la
gente hace balance de su vida, sus logros, objetivos y progresos. También es el momento de evaluar el año pasado, aprender de los errores y ver si conviene cambiar de rumbo. Un objetivo que casi todo el mundo tiene en común —independientemente de su país de procedencia, personalidad, religión, condición social o las muchas cosas que nos hacen diferentes o únicos— es ¡la felicidad! Ser feliz, estar contento y satisfecho, es algo a lo que casi todo el mundo aspira. Cuando el ángel se acercó a los pastores inmediatamente después del nacimiento de Jesús, les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo (Lucas 2:10 nvi). Esa es la base del cristianismo, y esa buena nueva es que Jesús vino a traernos amor, perdón y salvación. Juan 3:17 dice: «Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». Creo que para ser cristianos fieles nos conviene examinar de qué manera podemos transmitir mejor nuestra fe a los demás. En una época en la que mucho de lo que la gente lee y oye son malas noticias, tenemos la oportunidad de transmitir a los demás una fe signada por la alegría y pletórica de buenas noticias. Uno de mis objetivos este año es ser feliz en mi fe, asegurarme de permanecer fuerte y firme, pero de tal manera que los demás puedan sentirse atraídos por Jesús; que represente el amor y la alegría como atributos notables de mi fe. Recuerda que la promesa de las nuevas de gran gozo que el ángel anunció durante el nacimiento de Jesús
es para todas las personas. Da igual quiénes sean o en qué etapa de su vida se encuentren. El don de salvación de Jesús es para todos los que lo reciban. Todo el mundo necesita oír la buena nueva, no solo las personas que parecen buenas. No es exclusivamente para los religiosas o para los que consideramos dignos, sino para todo el mundo. En el mundo ya hay un exceso de malas noticias. Quiero que la gente se sienta animada, motivada y contenta en mi compañía. He aquí algunos versículos bíblicos sobre la alegría, la felicidad y la risa. «Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo» (Romanos 15:13). «Me llenarás de alegría en tu presencia» (Salmo 16:11 nvi). «¡Regocíjense en el Señor siempre! Otra vez lo digo: ¡Regocíjense!» (Filipenses 4:4). «Gracias a ti, estaré lleno de alegría» (Salmo 9:2). «Alégrense en el Señor y gócense» (Salmo 32:11). «El gozo del Señor es su fortaleza» (Nehemías 8:10). Elevo una plegaria para que al comenzar este nuevo año Jesús te traiga alegría si andas triste, paz si eres presa de la ansiedad, curación si estás enfermo, amor si te sientes solo, provisión si tienes carencias, fortaleza si estás agotado y cada bendición que sé que desea darte. Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■ 13
PORVENIR Y ESPERANZA Marie Alvero
El recuerdo de dejar nuestro hogar en Ciudad
de México sigue tan claro hoy como hace 18 años. Tengo presente el enorme sentimiento de pérdida que me embargó. Atrás quedaban grandes sueños por los que habíamos trabajado tan duro y que apenas empezaban a materializarse. Cargamos nuestro pequeño remolque con todas nuestras pertenencias terrenales. Dejábamos una obra con la que nos habíamos comprometido a largo plazo. Habíamos venido con todo lo que poseíamos y habíamos invertido todo lo que teníamos, y apenas 18 meses después, nos despidieron. Yo aún no había cumplido los 30, pero era la segunda vez que teníamos que volver a empezar. Lo que menos me imaginaba es que no sería la última vez. Es más, nuestra pequeña familia se cambiaría de domicilio diez veces en diez años. Tanto si se trataba de una obra misionera como de una nueva empresa, tuvimos tantos fracasos como mudanzas. Cuando nos trasladamos a Texas, yo estaba agotada y muy suspicaz y desconfiada de todo. Abrigaba más temores que esperanzas. La experiencia me había enseñado que la decepción siempre andaba rondando por ahí. Me costaba confiar en el amor de Dios o tener fe en Su bondad. No digo que la vida que llevábamos fuera completamente horrible, pero sí estábamos agotados económica, espiritual y mentalmente. Me sentía frágil, desgastada y con un cansancio tremendo luego de una década muy dura. Una mañana temprano mi hija pequeña se metió en la cama conmigo y la acurruqué. Apenas tardé unos
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segundos en darme cuenta de mi aterradora realidad. Me puse a rezar: «¡Señor, ten piedad de nosotros! Cuida de nosotros». Entonces Dios me habló al alma: «¿Te imaginas lo doloroso que sería para ti oír a tu hijita suplicar misericordia mientras la acurrucas? Lo que más quieres es que le vaya bien. ¿Por qué crees que tienes que implorarme misericordia, como si no me importara profundamente todo lo que te inquieta? ¡Soy tu Padre!» Sus palabras me atravesaron el corazón. ¿Cómo podía considerarme una madre más misericordiosa que Dios? Las palabras de Jeremías 29:11 me invadieron el pensamiento: «Porque yo sé los planes que tengo acerca de ustedes, dice el Señor, planes de bienestar y no de mal, para darles porvenir y esperanza». Pensé: ¿Qué pasaría si creyera así no más que eso es verdad? ¿Qué cambiaría si simplemente creyera que, lejos de perjudicarnos, el plan de Dios es que prosperemos? La respuesta era tirada: no tendría miedo. No es que a partir de ese momento perdí completamente el miedo, pero sí empecé a creer que había esperanza y un futuro para mí y mi familia. Y con el tiempo, así fue. Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
UN CAMBIO DURADERO Keith Phillips
El año que comienza es más que un nuevo lapso de tiempo; se le puede asignar un sentido más profundo. Para
muchos de nosotros representa una oportunidad de volver a empezar en alguna faceta de nuestra vida. Quizá tenga algo que ver con el calendario sin estrenar, salpicado de fotos o imágenes inéditas, o con ese diario o agenda que acabamos de conseguir, cuyas páginas se nos presentan impecablemente blancas. O quizás el estímulo proviene de que millones de personas de todo el orbe —algunas estrechamente vinculadas a nosotros— se hacen nuevos propósitos y se trazan metas más elevadas para el año nuevo. Esa voz interior de alarma, ese sacudón que sufre nuestra conciencia colectiva, esa presión social a la que nos vemos sometidos, llámese como se quiera, lo cierto es que resulta eficaz… al menos por unos días. Claro que todos sabemos lo que suele suceder después. Este año, no obstante, puede ser diferente. En esta ocasión lo que te propongas para el año nuevo puede dar origen a magníficas transformaciones y avances, que no se diluyan a las pocas semanas. La clave está en que incluyas a Dios en tus planes y trabajes codo a codo con Él. Si lo que te motiva es el deseo de complacer a Dios por encima de todo, puedes tener la certeza de que Él está más que dispuesto a ayudarte a efectuar los cambios que hagan falta (1 Juan 5:14,15). De paso, dado que te ama y quiere que seas feliz, también te concederá otras cosas buenas en respuesta a tus oraciones o a tus deseos íntimos. Lo ha prometido. «Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4). ■
Mientras reflexionas sobre el nuevo año, ten en cuenta que la decisión de depositar tu fe en Dios y reconocer en Jesús a tu Salvador es la más importante que harás en la vida, toda vez que de ella depende tu destino eterno. Las cosas de este mundo son temporales; nuestro cuerpo envejece y con el tiempo muere. En cambio, Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida… El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre (Juan 14:6; Juan 11:25,26). Jesús te ama. Si clamas a Él, aun con una sencilla plegaria, vendrá a ti. Es más, Él anhela vivir en tu corazón; basta con que le abras la puerta. Para ello puedes rezar una breve oración como la que sigue: Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Creo con fe que Tú moriste por mí. Te invito a entrar en mi vida y en mi corazón. Lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo. Quiero conocerte y que me guíes por el camino de la verdad. Ayúdame a amarte y amar a mis semejantes, y a practicar las palabras de Tu libro, la Biblia. Amén. 15
De Jesús, con cariño
ESPERANZA PARA TODO TIEMPO Los que me conocen no solo tienen la promesa de un estupendo futuro en el Cielo, sino que pueden llenarse de paz y fe aquí y ahora. Pueden cambiar la preocupación y el temor por fe y confianza, y darse cuenta de que nada conseguirá apartarlos de Mi amor o del eterno futuro que les he prometido (Romanos 8:38, 39). Encomiéndame cada aspecto de tu futuro y te haré partícipe de Mi paz y alegría. Tráeme tus preocupaciones y afanes. Confía en que, pese a los momentos de estrés y dificultad, siempre estoy contigo. Mi gozo te dará fuerzas y te sostendrá pase lo que pase en el mundo que te rodea (Nehemías 8:10). Fija tus ojos en Mí. Cuando atravieses las tormentas de la vida, no pongas la atención en el viento y las olas. Si te concentras en el viento, te puede dar la impresión de que arrasará contigo. Si te fijas en las olas, te parecerá que te van a ahogar. En cambio, si me miras a Mí tendrás fe de que sobrevivirás a la tempestad. La mejor preparación para el porvenir y para los momentos de dificultad en el mundo es la que concierne a tu corazón. Pasa tiempo en oración y comunión conmigo. Dedica tiempo a memorizar Mi Palabra y meditar en la que atesoras en tu corazón. Permanece cerca de Mí y confía en que siempre estaré contigo.