Conéctate, febrero de 2024: Amor

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CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

Año 25 • Número 2

EL AMOR AMA A LOS DIFÍCILES Reflexión de una maestra

Manifestemos compasión Derribar muros

La samaritana

El poder transformador de Jesús

El amor lo vence todo Nada es imposible


Año 25, número 2

A N UE ST RO S A M I G O S la clave: amarnos unos a otros Hace poco, en una entrevista que un periódico de la ciudad suele publicar con figuras de la política y la cultura, le plantearon a una conocida artista visual la pregunta: «¿Se ha liberado usted de alguna creencia?» Con el corazón en la mano, ella contestó que si bien fue criada en el ateísmo y hoy se considera agnóstica, cuando observa la dinámica de amor y unidad que existe entre la gente de fe, empieza a cuestionar su incredulidad. Ahora piensa que hay algo trascendente en el amor. Con ello se cristalizan las palabras que Jesús habló a Sus seguidores: «En esto cono­ cerán todos que son mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros» (Juan 13:35). Uno de los medios más potentes que tenemos los cristianos de reflejar a Dios es nuestro ejemplo de amor, bondad y genuina preocupación por nuestros semejantes. Cuantas veces no se ha dado el caso de alguien que, viendo a cristianos velar unos por otros y demostrarse amor de manera palpable, ha reflexionado: «Quizás este Dios del que hablan sí existe después de todo, y ese Jesús que adoran no es ningún cuento». Lucas e Irena lo expresan muy bien en sus artículos que aparecen en este número: El amor de Dios es prodigiosamente eficaz y es capaz de derretir hasta los más duros corazones.1 En este mundo plagado de divisiones y conflictos políticos, en el que la confianza entre los seres humanos anda tan devaluada, qué pujante testimonio puede ser para la gente ver a cristianos que se apoyan mutuamente, que brindan ayuda a un necesitado o compañía a un solitario, que se abstienen de criticar y destrozar a otros y, en cambio, se muestran amables, considerados, generosos, compasivos y respetuosos entre sí. Cristo recalcó la importancia del amor que debemos demostrarnos mutuamente cuando dijo: «Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado (Juan 15:12). Expresamos el amor de Dios por medio de nuestras acciones. Así, amándonos unos a otros, damos ocasión a Jesús de expresarse y brillar a través de nosotros. Eso fue lo que Iris y sus colaboradores hicieron con Willie. No se pierdan su conmovedor relato en «Un pequeño acto de bondad».2 Este mes, en que celebramos el amor y la amistad, tengamos bien presente este principio universal y busquemos oportunidades de encarnar ese amor y esa bondad, ya sea con nuestro cónyuge, familiares, amigos, conocidos, desconocidos, inmigrantes o con cualquier persona que precise ayuda. ¡Feliz día del amor! Gabriel y Sally García Redacción

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1. Véanse págs. 7-9.

Publicaciones/Editorial Mundo Hispano.

2. V. págs. 12 y 13.

Utilizados con permiso.

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FLORES SON AMORES Marie Knight

Todas las semanas colaboramos con organizaciones benéficas de la localidad, entregando donaciones de alimentos y ropa. Durante un tiempo, entre estas donaciones también recibíamos flores. Y no eran solo unas pocas, sino ¡cientos de ramos de flores! Recuerdo haberme quejado varias veces de tener que recoger las flores. Venían en cubos de agua que, aunque intentábamos vaciar antes de cargarlos, se volcaban y mojaban la moqueta del vehículo. A veces, después de cargar las donaciones de alimentos, costaba un mundo encontrar espacio también para las flores. —Además, las flores contentan pero no alimentan. Se marchitan y no duran más que unos días. Son extras innecesarios —fueron algunos de mis rezongos mentales. Con el tiempo, las donaciones de ramos de flores se hicieron esporádicas, no habituales. Hace poco estaba repartiendo comida en una de las despensas con las que trabajamos. Mientras esperaba a que uno de sus voluntarios me ayudara a descargar, observé a una alegre anciana y sus divertidas travesuras. Evidentemente era una consumidora habitual de la despensa, porque hablaba con todo el mundo y parecía conocerlos a todos por su nombre.

Al cabo de un rato, salió y entabló conversación conmigo. Expresó su agradecimiento por la ayuda que recibía de nuestra entidad, ya que su pensión no cubría todas sus facturas. Entonces sus ojos adoptaron una expresión nostálgica y me dijo: —¿Sabías que antes regalaban flores a todo el mundo? Un ramo para cada persona. ¡Eran preciosas! En ese momento la llamaron y nuestra breve conversa­ ción me produjo una punzada de culpabilidad. La señora no tenía ni idea de que éramos nosotros los que habíamos traído las flores. Me di cuenta de que a veces son esos pequeños extras innecesarios los que realmente conmueven a la gente. Todo ese tiempo en el que yo me quejaba, el Señor estaba sacando provecho de esas flores para demos­ trarle a esa mujer y a otras, que no sólo proveía para sus necesidades, sino que realmente se preocupaba por ellas. Ahora no me quejo si entre los objetos que recogemos hay flores; a veces hasta las pido. Las flores me recuerdan la mirada nostálgica de aquella mujer y rezo para que reciba su ramo. Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación. Vive en EEUU. ■ 3


LA SAMARITANA Aunque la mayoría hemos oído el término buen

samaritano, puede que no sepamos quiénes eran los samaritanos o que no seamos conscientes de que existía una gran enemistad entre ellos y el pueblo judío. Esa rivalidad tenía raíces históricas. En el año 720 a.C., Salmanasar, rey del Imperio asirio, invadió Israel y se llevó cautivas a la tierra de Asiria a las diez tribus del norte. Luego mandó traer extranjeros para que poblaran las ciudades del norte de Israel en las que habían vivido los judíos. Con el tiempo esa región llegó a llamarse Samaria (2 Reyes 17:22–34). Muchos de los habitantes del sector descendían de los israelitas del Reino del Norte. Estos se casaron con los

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inmigrantes no judíos que se radicaron allí y se asimilaron a la cultura de los recién llegados. Esas gentes aprendieron a rendir culto al Dios de los judíos, pero no consideraban que Jerusalén fuera una ciudad santa ni adoraban en el templo erigido allí. Para ellos el monte Gerizim de Samaria era el lugar más sagrado donde se podía rendir culto a Dios; de ahí que en su cima edificaron un templo. Debido a que las costumbres y ritos religiosos de los samaritanos diferían de los de los judíos, estos evitaban asociarse con los primeros. En cierta ocasión, mientras viajaba por Judea, Jesús decidió regresar a Galilea, Su provincia natal. La ruta más corta y directa entre Judea y Galilea pasaba por Samaria;


pero como los judíos no se trataban con los samaritanos, daban un largo rodeo con el fin de no pisar Samaria. Jesús, sin embargo, sorprendió a Sus discípulos saltándose esos con­ vencionalismos y los condujo derecho a través de Samaria. Luego de recorrer muchos kilómetros en Samaria por terreno accidentado y desigual, Jesús y Sus discípulos arribaron al pozo de Jacob, cavado por el gran patriarca y sus hijos cerca de 2.000 años antes. Sedientos y cansados del viaje, se detuvieron junto al pozo para refrescarse; mas no tenían cántaro con que subir el agua, que estaba a más de 30 metros de profundidad. Además, se les había agotado la comida. Como a menos de un kilómetro se encontraba la ciudad samaritana de Sicar, se decidió que los discípulos irían allá a comprar víveres. Jesús, en cambio, fatigado de tanto andar, se quedó esperándolos junto al pozo (Juan 4:5,6). Un rato después que se fueron Sus discípulos, Jesús divisó por el camino a una mujer que venía con un cántaro vacío. Al aproximarse al pozo, esta se sorprendió de que hubiera un extraño sentado ahí cerca. Lo miró con recelo y pensó: «Será judío, obviamente». Y esperando que no la molestara, se dispuso a bajar el cántaro para sacar agua. —¿Me das de beber? —le preguntó Jesús. Ella, sorprendida, lo miró.

—¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? —le preguntó (Juan 4:7-9). Jesús le respondió: —Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», ¡tú le habrías pedido a Él, y Él te daría agua viva! La mujer, perpleja, contestó: —Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde tienes esa agua viva? Y quizá con el ánimo de bajarle los humos a aquel forastero judío, añadió: —¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? (Juan 4:10–12). Jesús le respondió: —Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que ¡el agua que Yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna! ¡Qué afirmación más extraordinaria! Sin estar del todo segura de que lo entendía, le contestó: —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla (Juan 4:13,15). Jesús inesperadamente le dijo: —Primero ve, llama a tu esposo, y vuelve acá. Ella le respondió: —No tengo esposo. Jesús entonces le dijo: —Bien has dicho que no tienes esposo. Has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad (Juan 4:16–18). Ella quedó atónita. ¿Cómo podía aquel extraño, al que no conocía de nada, saber esos detalles de su vida íntima? ¿Cómo era posible que los supiera a menos que fuera un profeta? De pronto se le ocurrió que Él sería la persona más indicada a quien hacerle la pregunta más polémica y debatida de la época. —Señor, me parece que tú eres profeta —dijo. Señaló entonces el templo situado en la cima del monte Gerizim y continuó: —Nuestros padres adoraron en este monte; en cambio ustedes, los judíos, dicen que en Jerusalén es donde se debe adorar. Jesús le contestó: 5


—Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren (Juan 4:19–24). La contestación la dejó boquiabierta. «¡Qué maravilla sería adorar a Dios interiormente en cualquier lugar!», se dijo. Procedió entonces a hacerle una pregunta aún más difícil sobre la anhelada venida del Salvador, el Mesías. —Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo. Cuando Él venga nos declarará todas las cosas. Jesús, mirándola a los ojos, le dijo: —Yo soy, el que habla contigo (Juan 4:25,26). Ella lo miró asombrada. «¿Será este hombre de verdad el Mesías, el Cristo?» En ese momento los discípulos de Jesús regresaron de la ciudad y se asombraron de que estuviera hablando con una mujer. Cuando ya se acercaban, la mujer dejó su cántaro de agua y se marchó corriendo a la ciudad. Al llegar al mercado, exclamó emocionada: —Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo? (Juan 4:28,29). Viendo su convicción y entusiasmo muchos creyeron lo que les decía, que el hombre que ella había conocido junto al pozo era el tan esperado Mesías. 6

No había transcurrido mucho tiempo cuando los discípulos de Jesús avistaron un numeroso grupo de personas que habían salido de la ciudad y se acercaban a toda prisa por el camino. Entre ellas estaba la mujer. Le rogaron a Jesús que se quedara con ellos en la ciudad para enseñarles. Él accedió a quedarse un par de días, y los samaritanos, jubilosos, los acompañaron a Sicar. Jesús estuvo dos días enseñando en aquella ciudad. Al oír las hermosas palabras que les decía, vibrantes de verdad, muchos creyeron en Él y le comentaron a la mujer: —Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, ¡el Cristo! (Juan 4:39–42). El último día, cuando Jesús y Sus discípulos se aprestaban a reanudar la marcha hacia Galilea, una gran multitud se agolpó para despedirlos. La samaritana sonreía de felicidad, pues había entendido plenamente el significado de las palabras que Él le había dirigido dos días antes junto al pozo, y una fuente de agua viva manaba ya de su alma. De este bello relato del Evangelio de Juan se desprende que Jesús no vacilaba en quebrantar las tradiciones de Su época para llevar el amor y la verdad de Dios a la gente perdida y solitaria. No solo hizo caso omiso de las diferencias culturales, raciales y religiosas entre judíos y samaritanos para ofrecer a estos últimos la verdad, sino que también, al conversar con la mujer junto al pozo, vio más allá de sus pecados para descubrir un alma que ansiaba el amor divino. De este suceso aprendemos que el amor y la salvación que Dios nos ofrece a través de Jesús están al alcance de toda la gente. «Porque de tal manera amó Dios al mundo [cada persona que lo habita], que ha dado a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). El relato pone de manifiesto una de las promesas más bellas de la Biblia: el regalo de salvación eterna, al que toda persona puede acceder creyendo en Jesús y en Su muerte en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Adaptación de un artículo de Tesoros, publicado por la Familia Internacional en 1987. ■


MANIFESTEMOS COMPASIÓN

Lucas Hernández

Un amigo y yo nos sentamos a comer en un

restaurante. Cuando la camarera vino a servirnos, ambos nos dimos cuenta de que lo hacía con muy poca alegría, como si estuviera molesta por tener que servirnos. Lo comentamos varias veces entre nosotros y criticamos su actitud. Decidimos que no se merecía una buena propina. Al final de nuestra poco grata comida sonó el teléfono de mi amigo, que se disculpó y se levantó para atender la llamada en privado. Soy dibujante y hacía poco había hecho un dibujo de Jesús, escrito un mensaje en el reverso e impreso copias. Llevo estos folletos conmigo y los reparto a quienes se cruzan en mi camino: el cajero, el mesero, etc. Decidí darle uno a la «antipática camarera». Me preguntó: —¿Qué es esto? —Es un mensaje para tu alma —le dije. En ese momento, de pie junto a la mesa, se puso a leerlo y al rato vi que le rodaban lágrimas por la mejilla. Cuando terminó de leerlo, le dije unas palabras y acaba­ mos sentados uno frente al otro. Escuché a una bellísima persona, a la que había prejuzgado muy equivocadamente, mientras me contaba todas las luchas y dificultades por las que había pasado. Me ofrecí a rezar con ella para que aceptara a Jesús. Le expliqué que Él podía ayudarla a sobrellevar la situación y, a su tiempo, aportar soluciones a sus problemas. Sin dudarlo, rezó conmigo una ferviente oración para acoger a Jesús en su corazón. Al despedirnos, quise darle una buena propina, pero ella se negó, diciendo:

—¡No, no, por favor, hoy me diste vida! Pero eso sí, no te olvides de mí. Como vivo lejos le pasé sus datos de contacto a una amiga que vive en la misma ciudad para que fuera a verla y la ayudara en lo que pudiera. Aquella experiencia me enseñó lo importante que es no hacer juicios precipitados sobre los demás, pues como dice esta frase: «Todas las personas que conoces están librando una batalla de la que tú no tienes ni idea». Sé amable. Siempre». Lucas Hernández vive en España. Durante más de 45 años ha sido misionero voluntario en diversos países y organizaciones. ■

Jesús te ama. Murió en la cruz para que gracias a Su sacrificio pudieras tener vida eterna. Si lo invocas, Él vendrá a ti y nunca te abandonará. Para recibir a Jesús, reza esta sencilla oración: Jesús, te ruego que me perdones mis pecados. Creo sinceramente que Tú moriste por mí. Te invito a entrar en mi corazón y en mi vida. Por favor lléname de Tu amor y del Espíritu Santo. Inspírame a amarte, a amar a los demás y a vivir según la verdad de la Biblia. Amén. 7


EL AMOR LO VENCE TODO Irena Žabičková

El amor es capaz de derribar los muros más resistentes, de salvar las diferencias más profundas y derretir los corazones más fríos. He tenido el privilegio de ser testigo del poder del amor en acción en la vida de una amiga cercana, lo que ha sido una gran enseñanza y un estímulo para mí. Sucedió así: Luego de obtener su diploma, Barbara empezó a trabajar en un crucero. Allí conoció a su marido y, después de casarse, se trasladó al país de éste. Llegó como extranjera, sin hablar la lengua nacional, sin conocer la cultura. Tenía muchas ganas de aprender y empezó a hacer grandes progresos. Sin embargo, había un obstáculo mucho mayor que superar: su familia política. Por alguna razón no les cayó bien desde el principio y se lo hicieron saber. No solo se negaron a ayudarla durante sus primeros años de adapta­ ción al nuevo país y a la nueva cultura, sino que fueron groseros y poco amables con ella. Si bien no vivían en la misma casa, estaban tan cerca que se veían a menudo. Pero no la saludaban y se hacían como si no existiera. Encima, hablaban de ella a sus espaldas. 8

Los momentos más difíciles eran los meses en que su marido estaba fuera por trabajo en el crucero. No tenía amigos, ni familia, ni conocidos. Estaba sola en un país extraño con una familia política hostil. Fue en esa época en que la conocimos. Entre lágrimas nos explicó su situación con pelos y señales. Felices nos hicimos amigos de ella y la alentamos a que no les pagara a sus suegros con la misma moneda; que no dejara de manifestarles amor, que continuara dando de sí aunque le doliera, que no dejar de saludarlos con una sonrisa aunque le volvieran la cara en señal de rechazo y que no dejara de tener con ellos pequeños gestos de bondad. Y así lo hizo. Como era buena para la repostería, les hacía una torta para sus cumpleaños y en otras ocasiones especiales. Hacía actividades entretenidas con su sobrinito. Ayudaba en lo que podía. Así y todo, no hubo ningún cambio visible, ninguna expresión de gratitud, ninguna respuesta de parte de ellos. Aunque sabía que solo el amor podía dar un vuelco a la situación, empezó a desesperarse, pues no hubo ningún


Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Y tenemos este mandamiento de parte de él: El que ama a Dios ame también a su hermano. 1 Juan 4:7,21 Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Juan 15:12-14

cambio al cabo de dos años. Su fe en Dios y en el amor la ayudaron a no rendirse, por difícil que fuera. Para entonces, su carácter cariñoso y afable le había granjeado muchos amigos, así que al menos no se sentía tan sola cuando su marido estaba de viaje. Además, como ya había aprendido el idioma y asimilado las costumbres del lugar, la vida se le hizo más fácil en ese sentido. Con todo, seguía echando de menos una relación con sus suegros y cuñados. Eso, hasta que un día nos llamó con una sonrisa en la voz. ¡Todo un hito! ¡Su cuñada la había saludado! Fue un hola entre dientes, como al descuido, pero a los ojos de Barbara era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Fue un rayo de esperanza, la primera señal de luz al final del túnel. Y, efectivamente, desde aquel primer hola las cosas mejoraron rápidamente y en pocos meses sus suegros la aceptaron como parte de la familia. Fue un largo proceso. No fue fácil y a menudo sintió ganas de abandonar, como si no hubiera esperanza ni razón para seguir intentándolo. Pero decidió no hacer caso a sus sentimientos negativos, sino apretar los dientes

y seguir adelante. No dejaba de recordarse a sí misma que el amor de Dios es el único camino posible para vencer en una situación que pinta imposible y provocar un cambio en el corazón de las personas. En su caso, tardó más de tres años en ver resultados; en otras situaciones puede llevar aún más tiempo, pero con la ayuda de Dios es posible seguir mostrando interés, tendiendo la mano y manifestando amor. A veces, cuando me encuentro en una situación difícil en la que no me siento querida ni aceptada por alguien, y en mis primeros intentos de mostrarme amable, la persona no se da por enterada o se ríe de mí, mi ego me dice que deje de hacer el ridículo y conserve mi dignidad. No obstante, la Palabra de Dios dice claramente que no solo debemos amar a nuestros amigos, sino también a nuestros enemigos; no solo a quienes les caemos mal, sino a los que nos persiguen (Mateo 5:43,44). Cuando recuerdo lo que dijo Jesús también me viene a la memoria lo acontecido a Bárbara y cobro ánimo para no dejar de manifestar amor. Es que tarde o temprano el amor se abre camino, supera los obstáculos y transforma los corazones más duros. «El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser» (1 Corintios 13:7,8). Irena Žabičková trabaja de lleno como voluntaria de Per un Mondo Migliore en Croacia y en Italia. ■ 9


AMOROSA BONDAD Phillip Lynch

En mis primeras lecturas de la Biblia hubo

una palabra que captó mi atención. En muchas Biblias se la traduce por misericordia, pero en otras versiones se vierte al español con términos como benignidad, amorosa bondad, amor entrañable, bondad y amor o amor y ternura. Una cálida sensación me invadía cuando leía pasajes como los que detallo a continuación: «Te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia» (Oseas 2:19). «¡Yo te he amado, oh pueblo mío, con amor sin fin, con amorosa bondad te he atraído a mí!» (Jeremías 31:3 nbv) [Dios], «quien libra mi vida del sepulcro, quien me colma de amor y ternura» (Salmo 103:4 dhh). «Día tras día derrama el Señor sobre mí su constante amor; y por la noche entono sus cánticos y elevo oración al Dios que me da vida» (Salmo 42:8 nbv). Aunque la mayoría de las versiones al castellano de estos versículos dicen misericordia, algunas traducciones modernas emplean frases como fiel amor o amor inago­ table. No obstante, yo tengo debilidad por expresiones como benignidad o amorosa bondad, pues me parece que engloban lo que Dios significa para mí. La misericordia indudablemente es maravillosa, y desde luego creo que todos coincidimos en que Dios es misericordioso; sin embargo, agradezco que algunos exégetas que tradujeron a nuestra lengua moderna el antiguo vocablo hebreo chesed, percibieron que este poseía un significado más profundo y matizado. De

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ahí que lo vertieran con términos como benignidad o amorosa bondad. En un mes en que el amor ronda en el aire —o al menos en nuestros pensamientos— gracias a San Valentín, considero oportuno recordar el entrañable amor que Dios tiene por nosotros. Si bien el apóstol Juan captó la esencia misma de Dios en su magnífica declaración: «Dios es amor» (1 Juan 4:8), está claro que muchos de los autores de los libros que componen la Biblia y que antecedieron a Juan por cientos y hasta miles de años, ya tenían esta noción. Quienes conocían íntimamente a Dios sabían que Él velaba por ellos con amorosa bondad. Hay gente que piensa primordialmente en Dios en el contexto de la justicia divina aplicada en el Antiguo Testamento o que lo considera un Dios lejano, indiferente a los sufrimientos de la humanidad. Esa es una visión muy limitada que desconoce la interacción que la mayor parte del tiempo tiene Dios con la humanidad. Él siempre nos ha amado. Amar es intrínseco a Su naturaleza. Por mucho que no quisiera amar, estaría obligado a ello. Todo es posible para Él —claro que sí—, salvo actuar en contra Su propia naturaleza. Por eso nos sigue colmando de amor y de bondades, ¡lo cual yo personalmente celebro de todo corazón! Phillip Lynch es novelista y comentarista de temas espirituales y escatológicos. Vive en Canadá. ■


LOS CANDELABROS DEL OBISPO Amy Joy Mizrany

Los múltiples relatos que Victor Hugo teje en Los miserables cautivan y dejan huella. Mi favorito es el del expresidiario Jean Valjean y el obispo de una pequeña ciudad. Tras ser rechazado por casi todo el mundo cuando pide alojamiento en el sector, Jean se presenta en casa del obispo. Le cuenta todos los yerros y delitos que había cometido, y le dice: —Iba a dormir en un portal, pero alguien me dijo que viniera acá. ¿Me deja pasar? El obispo se apiada de él y lo invita a cenar. Lo trata de «señor» y pide a su ama de llaves que le haga una cama. Jean no puede creer lo que hace el obispo. Cuando le pide una razón, este dice: —Soy un hombre de Dios —tras lo cual le explica que esa casa no es suya, sino de Cristo. Mientras comen, Jean se fija en los tenedores, las cucharas y el cucharón de plata. Esos y dos vistosos candelabros son los únicos objetos de valor de la casa. El obispo acompaña a Jean a su habitación y le da las buenas noches. De madrugada Jean se despierta y empieza a husmear por la casa. Pasa sigilosamente por delante de la alcoba del obispo y lo ve durmiendo plácidamente. Se dispone a forzar la cerradura del armario que guarda la platería, pero descubre que no estaba cerrada. La mete en su bolso, corre por el jardín y se pierde en la noche. A la mañana siguiente el ama de llaves está cons­ ternada. Le dice al obispo que ha desaparecido toda la platería. Entonces llaman a la puerta y entran unos policías escoltando a Jean Valjean. Los policías declaran que encontraron a Jean con un bolso de platería, pero el obispo los interrumpe. Sonriendo dice:

—¡Ah, Jean, me alegro de verte! También te di los candelabros. ¿Por qué no te los llevaste? Los policías se marchan. El obispo le entrega los candelabros a Jean y le dice que se vaya en paz. Pero antes, lo insta a convertirse en un hombre honrado. Con el tiempo Jean Valjean se hizo conocido por su bondad y generosidad. Salvó además muchas vidas gracias a su valentía y sinceridad. La compasión del obispo fue el punto de inflexión para Jean: le dio esperanza y un sentido de valía. La parte más emotiva de la historia es la sencillez con la que el obispo manifiesta el amor de Dios. Lo hace sin vacilar y sin esperar nada a cambio. Es una hermosa representación de 1 Pedro 4:8: «Sobre todo, tengan entre ustedes un ferviente amor, porque el amor cubre una multitud de pecados». Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■ 11


UN GESTO D E BONDAD Iris Richard

Al recibir la triste noticia de la muerte de nuestro amigo Willie y pensar en las veces que pudimos ayudar a ese pobre hombre que había tenido una dura suerte en la vida, recordé la importancia de echar una mano cuando surge la oportunidad. Puesto que ninguno de nosotros puede estar seguro de cuánto tiempo nos queda aquí en la Tierra, me parece esencial poner a punto o reajustar el foco de la vida de vez en cuando. Dicho de otro modo, determinar qué tiene un valor duradero, qué encierra un propósito digno y qué aporta plenitud y felicidad. Una frase de Marla Gibbs que leí hace poco ilustra muy bien esta idea. Escribió ella: «La experiencia me ha enseñado que la verdadera felicidad viene de dar. Ayudar a los demás en el camino te hace ponderar quién eres. Creo que el amor es lo que todos buscamos. No me he cruzado con nadie que no haya llegado a ser mejor persona gracias al amor». 12

La historia de Willie, como la de tantos pobres de Kenia, donde vivo, estuvo marcada por las penurias y el sufrimiento. Empezó una mañana mientras se dirigía a su trabajo como caddie de golf cuando un auto que circulaba a gran velocidad lo atropelló. El conductor huyó, dejando a Willie gravemente herido al borde de la carretera. Un desconocido, un «buen samaritano», lo llevó corriendo al hospital, donde le amputaron la pierna por encima de la rodilla. Debido al accidente y a su larga y dolorosa recuperación, perdió su trabajo y no recibió ninguna remuneración. Así las cosas, Willie no tuvo más remedio que mudarse a una pequeña choza en un barrio marginal de la zona. Las condiciones de vida en la barriada hacían imposible maniobrar con una silla de ruedas, y hasta el uso de muletas resultaba difícil en el carril estrecho y lleno


REFLEXIONES

La

de baches del barrio. La pobre hermana anciana de Willie era la única persona en su entorno que podía cuidarlo, pero era muy poco lo que podía hacer. Durante uno de nuestros programas de entrega de alimentos a familias pobres nos enteramos de que Willie necesitaba ayuda. Con una lista ya larga de beneficiarios de esa ayuda semanal y nuestros limitados recursos, habría sido comprensible negarnos, pero decidimos lo contrario. Después de entrar en su pequeña y oscura choza y escuchar su relato de lo sucedido, nos dimos cuenta de que había sido Dios quien nos había guiado hasta la puerta de aquella alma desesperada. El trágico accidente de Willie lo había sumido en una profunda depresión y desesperanza. Nuestra visita y la promesa de enviarle paquetes de ayuda con regularidad, lo animaron. Su rostro afligido esbozó una amplia sonrisa. Con lágrimas en los ojos dijo que sentía que Dios había respondido a sus oraciones enviándonos a traer luz y esperanza a su oscuridad. Nos alegramos de haber hecho caso de ese toquecito del Señor que nos impulsó a dar ese paso extra y que terminó marcando una profunda diferencia en la vida de una persona. Ahora que Willie ha fallecido, me alegro de haber podido aliviar un poco su carga a lo largo de los años. Merece la pena escuchar la vocecita, la conciencia que Dios nos ha dado, la cual a menudo nos habla al corazón y nos indica el camino que debemos seguir. Si bien los creyentes nos proponemos amarnos los unos a los otros (Mateo 22:39), a menudo perdemos oportunidades de aliviar el dolor ajeno. Eso quizás obedece a que no somos conscientes de las necesidades de los demás; o a que no practicamos la empatía. La empatía es la llave que puede abrir la puerta para que expresemos nuestra bondad y compasión. Todos necesitamos un empujoncito de vez en cuando para no dejar de aprovechar nuestros dones de compasión y poner de nuestra parte para animar y ayudar a los demás. Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■

amabilidad nunca está demás

La amabilidad puede transformar el momento oscuro de una persona con un resplandor de luz. Nunca sabrás el efecto que tiene la consideración que muestras por los demás. Influye hoy positivamente en la vida de otra persona. Amy Leigh Mercree La mejor parte de la vida de un buen hombre son sus pequeños actos de bondad y amor, anónimos y olvidados. William Wordsworth Un cristiano revela verdadera humildad reflejando la mansedumbre de Cristo, estando siempre dispuesto a ayudar a los demás, pronunciando palabras amables y realizando actos desinteresados, que elevan y ennoblecen el mensaje más sagrado que ha llegado a nuestro mundo. Ellen G. White Sé de los que nutren y construyen. Sé de los que tienen un corazón comprensivo e inclinado al perdón, de los que buscan las cualidades de cada persona. Que cuando te despidas de las personas, se sientan mejor de lo que estaban. Marvin J. Ashton Te insto a que busques situaciones en las que puedas demostrar tu interés por los demás haciendo algo inesperado. Cuando se te ocurra algo, hazlo sin dudarlo y alégrale el día a alguien. [...] Cada vez que muestras un interés genuino por la vida de los demás teniendo un gesto imprevisto de amabilidad, les dices que lo que son y lo que hacen son importantes. Todd Smith No considerando cada cual solamente los intereses propios, sino considerando cada uno también los intereses de los demás. Filipenses 2:4 13


EL AMOR S O L A A M A S E L I C Í F I D Sa lly G a rc

ía

En todo salón de clases hay un alumno al que

cuesta amar más que a otros: el chico áspero, hosco, desobediente; la chica respondona, que siempre desentona del resto de la clase. He ahí el desafío que enfrentamos los profesores: ¿Pensamos en la posibilidad de que ese niño/a atraviesa por una etapa difícil de la cual no estamos conscientes, y por ende decidimos manifestarle gracia y misericordia? ¿Dejamos que ese estudiante lidie a solas con su insatisfacción, que bregue con sus propias luchas, o procuramos ver el diamante en bruto? Quizá nuestro trato amable sea el punto de inflexión en la vida de esa persona. Con algunos estudiantes hay que elegir en qué aspecto de su formación concentrarse y dejar otros para después. Si lo corriges por cada falta que comete, te vas a amargar la vida tú y se la vas a amargar a tu alumno y al resto de la clase. Es ahí cuando cabe recordar que el amor cubre multitud de pecados (V. 1 Pedro 4:8). En los Evangelios figura una parábola sobre un hombre que contrajo una enorme deuda. El administrador calculó la suma de lo que debía y se la cercenó a la mitad. Dedujo que el deudor podía pagar una porción del saldo; en cambio, si lo obligaba a pagar la totalidad de lo adeudado, el tipo se desmoralizaría y se iría sin pagar su obligación (V. Lucas 16:1-13).

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Me recuerda a los estudiantes que abandonan sus estudios presa del desánimo, pues deducen que jamás lograrán cumplir con todo lo que se espera de ellos. Por eso, como profesora, me hago una lista mental. ¿Qué es lo más elemental que le debo exigir a ese alumno? Lo primero en la lista es sin duda el respeto, ya que cuando nos respetamos mutuamente, abrimos la puerta al diálogo en un ámbito de madurez. El respeto es también una forma de amor y aceptación, ¡y eso a todos nos cae de perlas! No es ese el momento de afanarse por papeles desordenados, el lápiz perdido o el libro olvidado; pero sí de enfocarse en los aspectos más importantes y elemen­ tales del programa de estudios y de ayudar al aprendiz a superar algunos obstáculos hasta que adquiera confianza y logre saborear el éxito por lo menos en algunas materias. Los demás estudiantes, no sé cómo, pero siempre captan mis tácticas y me expresan tácitamente su solidaridad. Nadie se ha quejado de que esté aplicando disciplinas desiguales ni me ha cuestionado por ser un poco más laxa con tal chico o tal chica o que le dedique a él o ella un poco más de atención. Es bueno que todos demos una mano al que anda rezagado, sea en nuestro círculo familiar o de amistades. La vida no consiste en quién cruza primero la meta, sino en apoyarnos unos a otros para que todos logremos cruzarla. Sally García es misionera, escritora y traductora, además de docente y mentora. Vive en Chile con su esposo Gabriel y está afiliada a la Familia Internacional. ■


CERRAR EL CÍRCULO DEL AMOR Marie Alvero

Si pudiera sentarme conmigo misma cuando

tenía veintitrés años, recién casada y a punto de ser madre, ¡cuántas cosas le diría a esa chica! De jovencita tenía unas expectativas poco realistas sobre aquello de que «vivieron felices y comieron perdices»; y si mi relación con mi marido se desviaba de eso, estaba segura de que estábamos condenados, abocados a la ruina matrimonial. Llegué a la conclusión de que el matrimonio era una relación tan complicada e intrincada que era cuestión de tiempo que dejáramos de querernos. Era una novia ansiosa e insegura. A esa muchacha le diría que el amor es una decisión que tomas todos los días, un músculo que se tonifica con el uso. Lo haces cuando es difícil y lo haces cuando es fácil. Lo haces porque Dios te ha pedido que seas la persona que ama a su cónyuge como lo hace Jesús. Y amar así te convierte, aunque sea lentamente, en una persona que ama con mayor profundidad y continuidad de lo que jamás te hubieras creído capaz. El amor se parece a bañar a los bebés y pagar las cuentas, a discutir y reconciliarse, a abrazarse y darse besos de buenas noches, a formar equipo día tras día para ir haciendo historia. Tiene aspecto de perdón y de madurar, bien despacito. Se parece a aprender los ritmos de tu pareja y averiguar qué pasos de este baile se hacen juntos y qué pasos solos. Uno se descuida un poco y ya han pasado décadas. Descubres entonces que ese amor que pensabas que

acabaría llegando a su fecha de caducidad es más fuerte que nunca y ya no tienes miedo. Mientras ambos sigan tomando la decisión de amar cada día, te das cuenta de que ese amor nunca morirá. Asimismo, te das cuenta de que no puedes tomar esa decisión por tu cónyuge; antes debes confiar en que él también seguirá optando por amar. Al internalizar eso cierras el círculo que te conduce una vez más hacia Jesús. Sabes que Él es el único que puede guardar el corazón de ambos y por ende, en lugar de rezar para que tu cónyuge te siga amando, oras para que siga amando a Jesús y esté dispuesto a seguirlo adonde Él guíe. Y rezas esa oración por ti también, pues sabes que mientras ambos sigan amando a Jesús por encima de todo, de una forma u otra, todo lo demás estará bien. Recuerdo que cuando pensé por primera vez en casarme con mi marido y oré al respecto, los versículos que Dios puso en mi corazón fueron el Salmo 73:25,26: «¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra. Mi cuerpo y mi corazón desfallecen; pero la roca de mi corazón y mi porción es Dios, para siempre». Desde esos primeros tiempos el mensaje ya estaba claro: A quien más necesita mi alma es a Él. Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■ 15


De Jesús, con cariño

ACTOS INADVERTIDOS DE BONDAD Cuando lleguen a Mi reino celestial muchos se sorprenderán de la tremenda importancia que tiene Mi amor; de brindar gestos amables, de esos que a menudo pasan inadvertidos y nadie nota; de sacrificar tiempo para amar y atender a los demás. Amar a tu prójimo como a ti mismo es el segundo mandamiento en importancia (Marcos 12:28-31). ¿Quién es tu prójimo, sino la persona que tienes a tu lado o con la que te topas en tu camino cada día? En el trayecto de tu vida diaria te encontrarás con muchas personas necesitadas. Te llevaré a conocer gente que precisa una manifestación de Mi amor: Dedica tiempo para transmitirle esperanza y demostrarle que te preocupas por ella. En cuanto lo hiciste a uno de estos, Mis herma­ nos más pequeños, a Mí lo hiciste (Mateo 25:40). Muchas veces Mi amor se refleja mejor por medio de un acto de bondad de otro ser humano. En la vida se te presentan cada día oportunidades de expresar amabilidad a un necesitado, de escuchar y orar por él y de ofrecerle consuelo. A medida que ores para que Mi amor fluya a través de ti en tu vida cotidiana, experimentarás la dicha y la belleza de dar y de reflejar Mi amor a los demás. En la gente que se cruza diariamente en tu camino, aprende a ver más allá de las apariencias, su corazón. ¿Me darás la oportunidad de derramar Mi amor a otros por medio de ti?


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