Año 25 • Número 5
LA MARATÓN DE LA VIDA
Con la mira en Jesús
El muro
Cuando ya no das más
Al compás del pastor
Ritmos de gracia
CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
Año 25, número 5
A NUESTROS AMIGOS
un maratón, no un esprint
Cosas curiosas nos suceden cuando vamos entrando en años. Una de ellas es que aminoramos el paso. Bajamos la revoluciones. Quizá no por opción. Hasta es posible que al principio ni nos demos cuenta, pero llega el momento en que no nos queda otra que planear con realismo lo que podemos abarcar en una jornada y avanzar a un ritmo acorde con nuestra realidad física. ¿Y si lo que planificamos no se alcanza a hacer? Pues mañana será otro día.
Mi esposo, Gabriel, y yo estamos aprendiendo a tener expectativas más realistas, ya que algunas de las actividades en las que antes descollábamos, ahora son impracticables para nosotros. Simplemente no tenemos la misma energía. Ahora bien, ¿quiere decir eso que estamos logrando menos? La verdad sea dicha, a mi entender nos encontramos en la etapa más productiva de nuestra vida.
A estas alturas solemos apoyarnos en la bendición de Deuteronomio 33:25, «¡que dure tu fuerza tanto como tus días!» Cada día —a medida que dependemos más del Señor, damos menos importancia a lo superfluo y perseguimos nuestras metas con mayor intencionalidad— más satisfechos estamos con los resultados.
«Quien lento y seguro avanza, la meta alcanza», reza la moraleja de la fábula de la tortuga y la liebre. En todo caso, este consejo no se aplica solamente a la tercera edad. En el acelerado mundo en que vivimos la presión excesiva por lograr cada vez más en menos tiempo ha creado falsas expectativas para mucha gente.
Los padres de familia con hijos menores de edad llevan hoy una enorme carga. La maternidad en los tiempos que corren ha sido comparada con un circo de tres pistas o un número de malabarismo en que se mantienen varias pelotas o platos girando simultáneamente en el aire. El artículo de Marie Alvero (página 15) arroja luz sobre cómo las mamás modernas pueden lidiar con la presión priorizando el amor por sobre la perfección.
Los jóvenes también sufren su cuota de estrés en sus estudios, en la elección de un compañero/a de vida o al incorporarse al mercado laboral, etc. Todos podemos aprender a correr con paciencia y aguante la carrera que tenemos por delante, no acosados por las expectativas que otros tengan de nosotros, sino motivados por lo que Dios espera de nosotros. En su artículo «El maratón de la vida», Simon Bishop relata su experiencia de aprender a correr la prueba de la vida monitoreados por nuestro entrenador, Jesús.
Esperamos que el número de Conéctate de este mes los anime a correr «con perseverancia la carrera que tenemos delante de nosotros, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe» (Hebreos 12:1-2).
Gabriel y Sally García Redacción
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EL MURO
Mis amigos y yo vimos una película en la que un hombre con sobrepeso y muy mala suerte decide, por diversas razones, que quiere correr una maratón. Es un tipo bastante desmotivado, tiene aversión al compromiso y, en general, está lleno de excusas. Con humor, la película lleva al espectador paso a paso en su proceso de preparación física, pero los temas subyacentes de la dedicación y la constancia son los que más aportan al desarrollo de la trama.
Cuando llega el momento de correr los 42,2 kilómetros, todo va bien por un rato. Va haciendo un tiempo prudencial y tiene el convencimiento de llegar hasta el final.
Pero entonces se topa con el muro, un término que los corredores de fondo utilizan para describir la sensación de ser completamente incapaz de avanzar. El cuerpo te grita: «¡No! ¡No puedes hacer esto!»
En la película, el muro mental con el que choca el protagonista se presenta como una inmensa e interminable barrera de ladrillos rojos. Siente que no puede dar un paso más. Entonces cae en la cuenta de que tiene que recordar por qué lo hace —cultivar la autodisciplina y la perseverancia— y por quién lo hace: su hijo, la mujer a la que ama y sus amigos.
Poco a poco, a medida que centra la atención en los que lo apoyan y en la importancia de lo que está
logrando, empieza a derribar el muro ladrillo por ladrillo hasta que termina lo que empezó y culmina con éxito la maratón. Me encantó esa escena.
En cualquier cosa nueva o difícil que uno se proponga hacer llega un momento en que lo asalta la abrumadora certeza de que no puede continuar. Se topa uno con el muro. Es desesperante y se tiene la sensación de que es irreversible.
Sin embargo, siempre que me mantengo enfocada en los motivos por los que emprendo algo difícil y por quién lo hago, encuentro fuerzas para derribar poco a poco ese muro y seguir adelante. Cuando pienso en todos los que me apoyan y en lo que conseguiré al alcanzar mi objetivo, me reanimo. Así, imagino que una mano celestial más fuerte que la mía va retirando los ladrillos de ese muro que me impide avanzar.
Los cristianos somo favorecidos, pues contamos con los mejores motivos para seguir corriendo nuestra carrera. ¡Lo hacemos por amor, y lo hacemos por Jesús!
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand . Está asociada a La Familia Internacional. En su tiempo libre toca el violín. ■
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Amy Joy Mizrany
UNA VIDA DE ABNEGACIÓN
En la Epístola a los Romanos el apóstol Pablo apela a los creyentes para que «presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es el culto racional» que deben ofrecer (Romanos 12:1). ¿Qué significa la palabra sacrificio en relación a la vida y al culto debido a Dios?
El diccionario de la Real Academia define sacrificio como un acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor. Otras definiciones serían privación que uno mismo se impone para ayudar a otros o promover una causa. Renunciar a algo valioso o importante en aras de alguien o algo considerado de mayor valor o importancia.
Según estas definiciones, aunque se ha renunciado a algo, a cambio también se ha recibido algo de mayor valor, lo que significa que en realidad ha habido un intercambio, un elemento de compensación. En últimas, no hubo realmente pérdida.
Hay muchos ejemplos en que el costo y beneficio de una transacción ocurren en la vida cotidiana. Los padres de familia continuamente hacen sacrificios por el
bienestar y el futuro de sus hijos. Los atletas se sacrifican para entrenar duro y salir victoriosos en su deporte. Los estudiantes o la persona concentrada en su carrera se sacrifican a fin de sacar buenas notas y obtener el título. En el lugar de trabajo las personas se sacrifican con miras a progresar en su profesión y mantener a su familia.
«Lo que vale, cuesta», reza el refrán. De ahí que cuanto más valor tenga lo que queremos adquirir, más nos costará. Expresado en términos afines a nuestra vida cristiana, eso significa que —así como el atleta, el estudiante o la persona que centra la atención en su carrera— nosotros también tendremos que sacrificarnos para seguir a Jesús y cumplir el designio que Él tiene para nosotros. Cada uno enfrentaremos diversas pruebas propias de nuestra fe cristiana, pero también se nos ha dotado de la Palabra de Dios, de Su Espíritu Santo que vive en nosotros y de la comunidad de fe a la que pertenecemos, con cuyo apoyo podemos afrontar las complicaciones y contrariedades que se nos presentan.
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No se trata, pues, de si tenemos que hacer sacrificios en la vida, sino más bien de elegir por qué nos vamos a sacrificar. Los cristianos hemos adoptado los objetivos del Señor, los hemos hecho nuestros. En términos cotidianos se traduce en dar de nosotros mismos —una entrega abnegada de nuestro tiempo, recursos, oraciones, bondad, empatía y amor— con el fin de ser lo que el Señor quiere que seamos y así cumplir Su voluntad y transmitir Su amor y Su verdad a la humanidad.
Es un precio que estamos dispuestos a pagar porque adjudicamos un mayor valor e importancia a vivir conforme a la voluntad de Dios y llevar a cabo la gran misión (Marcos 16:15), que a nuestra vida y las cosas temporales de este mundo. La Biblia dice que «el mundo está pasando y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).
Vivir el momento, buscar resultados inmediatos, procurar que se reconozcan nuestros esfuerzos y cosechar el fruto de nuestros emprendimientos puede parecer más atractivo que vivir para lo eterno. Sin embargo, Jesús
nos enseñó que trascendiéramos nuestra vida cotidiana y trabajáramos e invirtiéramos en la futura vida eterna, lo cual empieza por buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia (Mateo 6:33).
Es posible que con eso no se obtengan resultados inmediatos, pero sabemos que según las promesas de Dios, lo que invertimos en Su reino eterno perdurará para siempre. Naturalmente que aunque no percibamos los efectos visibles de los sacrificios que hagamos, de todos modos gozamos de alegría, paz, bendiciones y, sobre todo, de Su presencia en esta vida.
El amor del Señor es un incesante apoyo para nosotros; recibimos además incontables bendiciones. No obstante, a veces nos familiarizamos con esas bendiciones hasta el punto en que llegamos a pensar que el Señor nos lo debe o que nos merecemos todo lo concedido. Llegamos a dar por sentado lo afortunados que somos y podemos sorprendernos y sentirnos perjudicados cuando pasamos por una época de carencias, pérdidas o dificultades.
Tendemos a olvidar que la vocación de un cristiano activo conlleva sacrificio y abnegación. Por eso esperar que todo nos vaya de perlas en la vida y que siempre estemos felices, que no haya momentos en que experimentaremos pérdidas, quebrantos o privaciones, no es una concepción realista ni una descripción precisa de la vida de fe.
El apóstol Pablo expresó: «Sé lo que es vivir en la pobreza y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez». ¿Y cuál es el secreto? «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:12,13 nvi). El autor de la Epístola a los Hebreos nos insta a que «corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (Hebreos 12:1,2).
El Señor nos pide que nos neguemos a nosotros mismos y tomemos nuestra cruz cada día (Lucas 9:23).
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Negarnos a nosotros mismos significa textualmente rehusar satisfacer nuestras necesidades o deseos personales y a cambio cargar diariamente la cruz —nuestra vida de servicio y sacrificio— para seguir a Jesús. Vemos, pues, que el Señor no pretende disimular el hecho de que la vida de un cristiano es de renuncia y abnegación, lo que a veces se traduce en penalidades, pruebas, agotamiento y pérdida.
La Biblia dice que Dios nos «compró a gran precio» (1 Corintios 6:20 nbv) y por tanto nos insta: «Preséntense a ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser su auténtico culto» (Romanos 12:1 blph). El sacrificio constituye, pues, nuestro «auténtico culto».
A veces puede dar la impresión de que entregarnos al Señor y a los demás es un camino interminable y cuesta arriba. Sin embargo, miremos objetivamente esa lucha y los sentimientos que la acompañan, recordando que nuestra permanencia aquí en la Tierra es momentánea comparada con la eternidad que pasaremos en el Cielo. La Biblia nos enseña que «los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18).
La vida de abnegación puede estar en pugna con nuestros deseos naturales e inclinaciones de llevar una
vida de comodidad, satisfacción y seguridad. A veces puede ser doloroso cuando a diario mueres a ti mismo, como lo expresó muy bien Pablo (1Corintios 15:31). ¿De dónde salen esa valentía y esa fuerza para entregarnos abnegada y sacrificadamente? El apóstol Pablo lo resumió en pocas palabras cuando dijo que «el amor de Cristo nos impulsa» (2 Corintios 5:14).
El amor que profesamos por Jesús y el que alberga Él por nosotros, plasmado en Su muerte sacrificial en la cruz para nuestra salvación eterna, es lo que nos motiva a vivir para Él. Solo un amor profundo y constante por Jesús nos incentivará a seguir Sus huellas de tal manera que llevemos una vida de amor y servicio a Dios y a los demás. A medida que procuremos cumplir la voluntad del Señor y modelar nuestra vida según Su ejemplo y Su Palabra, nuestra motivación para amarlo y servir a los demás irá en aumento y se hará más fuerte.
Los cristianos que percibimos los designios divinos y el sentido de la vida, somos conscientes de que nuestra existencia se prolonga más allá de la vida terrenal. Por ende hacemos sacrificios aquí, en este momento y lugar, con amor y gratitud, por quien dio Su vida por nosotros de manera que podamos vivir infinitamente en Su presencia y cosechar recompensas eternas en el más allá.
Es posible que un cristiano activo no siempre tenga un estilo de vida cómodo. Su vida, no obstante, es firme y estable, capaz de resistir las tormentas de la vida, pues está cimentada en el Señor (Mateo 7:24,25). Él ha prometido estar siempre con nosotros y bendecirnos, protegernos y guardarnos a lo largo de nuestra vida. «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).
Por otra parte ha prometido recompensarnos con creces por todo lo que hayamos renunciado para Él: «Recibirán cien veces más de lo que dejaron y tendrán además vida eterna» (Mateo 19:29 tla) No hay mayor promesa o garantía en el universo. Esa es la garantía del cristiano.
Este artículo es una adaptación de la serie Roadmap sobre liderazgo cristiano. ■
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EN EL MOMENTO INDICADO POR DIOS
Anna Perlini
No debemos cansarnos de hacer el bien; porque si no nos desanimamos, a su debido tiempo cosecharemos (Gálatas 6:9 dhh).
La primera vez que leí ese versículo me impactó. Yo era una estudiante idealista pero confundida de 18 años que buscaba su razón de ser. Recuerdo que lo leía una y otra vez, tratando de descifrar su significado. Me parecía que escondía algo, como si se tratara de un código secreto. El verso hablaba del futuro, y lo que a mí realmente me importaba era aquello de «cosechar». Así que decidí lanzarme a «hacer el bien». Dediqué mi vida a las misiones, que a lo largo de los años me llevaron a la India, Nepal y de vuelta a Europa, donde ayudé a fundar una organización humanitaria en los países devastados por la guerra de la antigua Yugoslavia.
Otra misión que emprendí fue la de tener hijos. Las palabras «no nos cansemos ni nos desanimemos» tomaron primacía en mi vida. Mis años de despreocupación habían quedado atrás, y me veía inmersa en los trajines cotidianos de la vida. Recuerdo que me deshacía en lágrimas cuando mi marido llegaba a casa del trabajo y yo ni siquiera había conseguido preparar una cena sencilla. Muchos años y cenas después, aquel recuerdo me hace sonreír; ¡pero vaya que en ese momento sí que era difícil!
A veces me creía una fracasada absoluta o enfrentaba decepciones o pérdidas relacionadas con las labores en las que participaba, como cuando una de ellas terminó abruptamente por disturbios políticos, o cuando un
querido compañero de trabajo murió de repente debido a un fallo cardíaco justo en medio de un evento que organizábamos.
Volviendo a ese misterioso verso bíblico que siempre llevaba conmigo, aprendí que a pesar de lo que fallara o se desbaratara en ese momento, yo debía seguir «haciendo el bien». Simplemente tenía que centrarme en eso y no cansarme, desanimarme o abandonar. De hecho, muchas veces, mi salvación fue alejarme de mi tristeza y desánimo y ocuparme en alguna situación de necesidad.
¿Y qué hay de la frase «a su debido tiempo cosecharemos»? Yo francamente creo que muchos, por no decir la mayoría, de los resultados de nuestros esfuerzos no se verán en esta vida. Las recompensas llegarán cuando Dios lo considere oportuno. Mis hijos han crecido y están logrando cosas que nunca imaginé que harían. El año que viene celebraremos el trigésimo aniversario de la organización humanitaria que ayudé a fundar. Requirió perseverancia y sacrificio mantenerla en marcha, pero sin duda ha sido gratificante y la vida de muchas personas se ha estremecido y transformado gracias a nuestras actividades.
Así es: tarde o temprano, de una u otra forma, ¡cosecharemos!
Anna Perlini es cofundadora de Per un Mondo Migliore , organización humanitaria que desde 1995 lleva a cabo labores en los Balcanes. ■
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LA MARATÓN DE LA VIDA
La Biblia compara nuestra vida con una carrera ante miles de espectadores: «Por tanto, también nosotros que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12:1 nvi).
Me encanta correr. Hace unos 16 años, cuando necesitaba bajar de peso, me esforzaba por correr todos los días. Con el tiempo adquirí resistencia y pude cubrir unos seis kilómetros en 30 minutos. Entonces tuve un accidente: me caí del segundo piso de nuestra casa por querer ayudar a alguien que se había quedado fuera de su habitación. Acabé destrozándome el hueso del talón (calcáneo). El médico la calificó «fractura de nuez», quiebre en unos nueve fragmentos. También sufrí otras lesiones. Anduve cojeando dos años, hasta que me operaron; pero aún después de recuperarme me di cuenta de que mis días de corredor habían concluido.
Hablando de su vida, Pablo dijo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera; he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7). Aplicó una metáfora —muy oportuna, por cierto—, ya que cualquiera que haya corrido alguna vez sabe que se necesita tiempo y práctica para poder cubrir cualquier distancia. A veces hay que poner todo el empeño para continuar. Hay que desarrollar resistencia, aumentar el aguante y cultivar la fortaleza mental. Lo mismo ocurre en la vida.
Después de mi accidente tuve que buscar otras modalidades de ejercicio. Fue entonces cuando empecé a montar en bicicleta, que es mi forma habitual de hacer ejercicio desde hace años. Durante esa época también tuve que replantearme mi vida y mi servicio a Dios, ya que el accidente supuso ciertas limitaciones a lo que podía hacer. Hoy considero el periodo de mi vida transcurrido desde el accidente como un tiempo en el que Dios me ha podido entrenar más cabalmente para correr la
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Simon Bishop
Correr no es fácil. No se puede hacer un maratón y esperar que todo vaya como la seda. Habrá sangre, sudor y lágrimas. Del mismo modo, la vida cristiana no es fácil. Hay muchos obstáculos que superar, y debemos ponernos en condiciones para la tarea que se nos presenta, tal como un corredor se pone en condiciones para su competencia. Kaela Kaiser
Cuando la vida se pone difícil —y sabemos que se pondrá— centrémonos en Jesús y caminemos con perseverancia hasta que podamos correr el resto del camino. Kia Stephens
Si deseas que Jesús sea tu entrenador y guía en la carrera de la vida, y además tu Salvador, ábrele ahora mismo tu corazón repitiendo esta sencilla plegaria:
Jesús, te ruego que me perdones mis pecados. Creo sinceramente que moriste por mí. Te invito a entrar en mi vida. Lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo. Ayúdame a amarte, amar a los demás y vivir conforme a la verdad de la Biblia. Amén.
carrera de la vida con Él como entrenador y guía. Tuve que aprender paciencia, actitud positiva, empatía por los demás y búsqueda de la fuerza divina, cualidades que hasta entonces me costaban mucho.
Aunque sigo sufriendo dolor de vez en cuando, veo muchos resultados positivos de este periodo de prueba y creo que, con la ayuda de Dios, pude superar muchas de las limitaciones físicas y desarrollar un carácter más fuerte. A través de esa experiencia he llegado a ser mejor atleta en la maratón de la vida, capaz de correr con perseverancia, con los ojos puestos en Jesús, el único que de veras me mantiene en marcha.
He aquí otro pasaje de Pablo en el que compara nuestra vida de servicio a Cristo con la seriedad y disciplina que deben tener los atletas de cara a su entrenamiento, amén de la voluntad de sacrificarse y desprenderse de las cosas que les impiden ser triunfadores.
¿No saben que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero solo uno lleva el premio? Corran de tal manera que lo obtengan. Y todo aquel que lucha se disciplina en todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible; nosotros, en cambio, para una incorruptible. Por eso yo corro así, no como a la ventura; peleo así, no como quien golpea al aire. Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado.
1 Corintios 9:24-27 nvi
¡Que Dios te bendiga en tu maratón de la vida!
Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■
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NUEVA ESPERANZA
Alfredo Carrasco
Temprano una mañana me llamó un amigo que estaba en una situación urgente. Su vecino, Juan, se había metido en un tremendo lío. Lo acusaron falsamente y la policía se apareció en su casa y se lo llevó detenido. Pasó por un trance terrible. Estuvo recluido en una celda con 32 presos durante 5 días. Durmió muy poco en ese periodo. Pasó casi todo el tiempo de pie en un rincón de la celda. Al cabo de 5 días lo llevaron a tribunales. Como no se presentaron pruebas en su contra, el juez lo liberó. En consecuencia, sin embargo, perdió su casa y su fuente de sustento.
Esa desdichada experiencia sumió a Juan en la desesperación, a tal punto que albergó ideas suicidas. Se desilusionó completamente de la vida y se sintió defraudado de la persona que lo calumnió.
Mi amigo me rogó que hablara con él. Juan y yo conversamos entonces durante dos horas. Le conté sobre el amor y el perdón de Jesús y el don de la salvación. Le expliqué que Dios tenía un designio para su vida. Oró conmigo para recibir a Jesús en su corazón.
Durante dos semanas me llamó todos los días. Nuestras comunicaciones arrojaron resultados positivos. Poco a poco se fue fortaleciendo y no abrigaba ya pensamientos suicidas; pero sí seguía muy deprimido y sin poder dormir. No se explicaba por qué le había pasado eso y siguió inmerso en una profunda tristeza.
Con el tiempo, las numerosas llamadas y oraciones que le hicimos tuvieron efecto; fue cobrando más y más fuerzas. Le leí versículos sobre la realidad del Cielo y le envié varios libros devocionales. Aparte seguir rezando con él personalmente, mi esposa y yo hacíamos oración intercesora por él todos los días.
Juan me dijo:
—Cada vez que hablo contigo se me despeja más la mente. La comunicación contigo me infunde mucha paz.
Finalmente, paso a paso, llamada tras llamada, oración tras oración, el Señor ha ido obrando en su vida y Juan se ha robustecido.
Ahora le doy clases bíblicas. La tristeza no lo ha abandonado y tiene sus altibajos por lo acontecido, pero está trabajando y superando esta etapa difícil. Hace poco dijo:
—Con la ayuda del Señor saldré adelante. Enfrentaré el futuro con fe.
«Yo sé los planes que tengo acerca de ustedes, dice el Señor, planes de bienestar y no de mal, para darles porvenir y esperanza» ( Jeremías 29:11).
Alfredo Carrasco vive en Venezuela, donde realiza labores misioneras. ■
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SIEMPRE PRESENTE
Ruth Davidson
Cuando nos encontramos en circunstancias difíciles, cuando nuestro mundo se sacude y parece que todo se viene abajo, quizá nos asalte el pensamiento de que Dios nos ha abandonado. Mas si clamamos al Señor, descubrimos que no es así. Él ha prometido acompañarnos aun en medio de la calamidad. Sabemos que pasaremos por momentos de apuro, mas Dios promete que Él será nuestro amparo en la tormenta. Las palabras del salmista David me han reconfortado muchas veces: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Salmo 46:1). Podemos servirnos de Su continua presencia y poder a lo largo de nuestra vida.
¡Cuando llegas a Cristo se da comienzo a toda una nueva vida! Él está con nosotros y desea ayudarnos a seguirlo y ser fieles a Su Palabra. Interiormente carecemos de las fuerzas para vivir como Dios quiere. Pero si acudimos a Él descubrimos que «Dios es el que produce en [nosotros] tanto el querer como el hacer para cumplir su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Nunca he lamentado un solo día desde que reconocí en Jesús a mi salvador. Mi vida es más fértil y más plena en todo sentido. Ya no estoy sola. Él me llena de gozo. Hay momentos en que tenemos la impresión de que Dios nos ha desamparado. Sin embargo, Él permanece a nuestro lado cuando pasamos por temporadas difíciles. Jesús prometió: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. […] Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:18,20).
Me viene a la memoria lo acontecido a un predicador que también era carpintero. Construyó con sus propias manos la vivienda familiar. George A. Young servía humildemente al Señor con un exiguo salario cuando le sobrevino un trágico suceso: Mientras presidía
unas reuniones en otra región, unos vándalos incendiaron su casa.
En lugar de culpar a Dios por no evitar la desgracia, Young no perdió nunca la fe en el Señor. De aquel desastre compuso el himno que hoy todavía nos reconforta.
Por donde vayan, Dios a Sus amados hijos guía… algunos por las aguas, algunos por el aluvión salvaje, algunos por las llamas, pero todos por Su sangre; algunos por grandes penas, mas Dios da una melodía en las vigilias de la noche y a lo largo del día.
George A. Young (1903)
Ruth Davidson (1939–2023) fue misionera en Oriente Medio, la India y Sudamérica durante 25 años. Posteriormente se desempeñó como articulista y redactora del portal www.thebibleforyou.com . ■
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SI REPITO, ME EJERCITO
Me estoy mudando de un sistema operativo a otro y ha sido una empresa complicada. He tenido que volver a aprender algunas cosas y buscar y localizar fallas. Me impuse el reto de resolverlo. Si bien es bueno para mí mentalmente, es también una prueba para mi paz interior y paciencia.
Mientras buscaba, copiaba, pegaba, cambiaba el tipo de letra y movía imágenes, las cosas no dejaban de salirme mal. Tenía que desandar lo andado y empezar desde el principio, recordando cada paso y rehaciendo cada operación una y otra vez.
Aunque la exasperación iba en aumento, no cejaba en mi empeño. Sabía que sería sencillo una vez que lo resolviera, algo así como un problema de matemáticas que parece una tarea titánica hasta que aprendes a hacerlo y entonces resulta fácil. Así que no me iba a rendir. Seguí repitiendo los mismos pasos mientras trabajaba con las distintas aplicaciones y programas.
Tenía dos opciones: O rendirme o seguir intentándolo, rehaciéndolo y aprendiendo. Después de tomarme un respiro, me di cuenta de que iba aprendiendo a medida que repetía el procedimiento una y otra vez. Algunos pasos ya me estaban resultando automáticos y sabía qué hacer a continuación sin tener que esforzarme.
Entonces pensé en algunas de las pruebas que enfrento conmigo misma. A veces parece que sigo repitiendo las mismas cosas y me pregunto por qué Dios lo permite. Sin embargo, me doy cuenta de que se trata de sesiones de entrenamiento. Al pasar por las mismas cosas una y otra vez aprendo lo que debo hacer. Puedo decirme a mí misma: «A ver, ya pasé por esto antes. ¿Dónde hicimos un viraje y qué hicimos la última vez para superarlo?» A menudo acude a mi mente un versículo de la Biblia, o repaso mi diario y encuentro la respuesta tan clara como el agua.
La repetición es la ley de la memoria en las tareas mentales y espirituales. Esta mañana me ejercitaba en la persistencia y en no desalentarme y abandonar cuando parece que las cosas no resultan. Aprendí que apartarse por un momento no es lo mismo que rendirse. A veces una pequeña pausa te ofrece una nueva perspectiva y las cosas se aclaran.
Persistiré y aprenderé. Me sobrepondré, como lo he hecho antes, por la gracia de Dios. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. ■
Joyce Suttin
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Reflexiones
LA FIDELIDAD
El que es fiel en lo muy poco también es fiel en lo mucho. Y él le dijo: «Muy bien, buen siervo; puesto que en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades». Lucas 16:10; 19:17
No es lo que hacemos de vez en cuando; es lo que hacemos día tras día lo que marca la diferencia. Jenny Craig
La magnitud de lo que somos es lo que hacemos con lo que tenemos. Vince Lombardi
Lo extraordinario es encontrarse en el puesto que uno ocupa como hijo de Dios, viviendo cada día como si fuera el último, pero planificando como si nuestro mundo fuera a durar cien años. C.S. Lewis
La fidelidad es una vocación cotidiana. Es regular, es ordinaria, consiste realmente en tener una visión a largo plazo de la vida cristiana. Es reajustar nuestros deseos de obtener frutos inmediatos y comprometernos a seguir a Jesús a largo plazo. Es levantarse cada día con la convicción de que Dios es nuestro tesoro, que el Evangelio de Jesús vale cada uno de nuestros alientos y que con Él basta. La fidelidad es volver a hacer eso mañana y pasado mañana y dentro de diez años. La fidelidad es ordinaria. Es anodina. Es de lento andar. Pero es también muy preciada a los ojos de Dios, que obra de por vida en nosotros una perseverancia santificadora para nuestro bien y para Su gloria. Glenna Marshall
La fidelidad a Dios es nuestra primera obligación en todo lo que nos urge hacer al servicio del Evangelio. Iain H. Murray
Cumplamos con nuestro deber en la tienda o en la cocina, en el mercado, en la calle, en la oficina, en el colegio, en casa, tan fielmente como si estuviéramos en primera fila de una gran batalla y supiéramos que la victoria de la humanidad depende de nuestra valentía, fuerza y habilidad. Theodore Parker
El interrogante que se le plantea a cada hombre no es qué haría si tuviera los medios, el tiempo, la influencia y las oportunidades educativas, sino qué hará con lo que tiene. Hamilton Wright Mabie
Recordemos que hay Uno que registra diariamente todo lo que hacemos para Él, y ve más belleza en el trabajo de Sus siervos de lo que ven Sus siervos mismos. […] Luego Sus fieles testigos descubren, con asombro y sorpresa, que nunca hubo una palabra pronunciada en nombre de su Maestro que no reciba una recompensa. J.C. Ryle
No se me ocurre nada que preferiría tener como objeto de mi ambición para toda una vida que ser fiel a mi Dios hasta la muerte. C. H. Spurgeon
Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. Apocalipsis 2:10 ■
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NAVEGAR TRANQUILAMENTE
Victoria Olivetta
Es importante examinar la vida desde distintos ángulos. Los detalles de tus circunstancias no son lo más importante, sino cómo las percibes. Pienso; luego actúo. Una reacción común ante los cambios es el miedo, que puede ser una emoción paralizante que añade desesperación a nuestra existencia. Si queremos cambiar la trayectoria que llevamos, debemos empezar por cambiar nuestra forma de pensar.
Cuando mi familia llegó a la Argentina, teníamos tres emprendimientos con los que nos ganábamos la vida. Un vuelco en la situación política hizo que el dólar se disparara. Nuestras empresas no sobrevivieron a la crisis económica, por lo que a los 55 años tuve que volver a empezar. Los vientos de la economía habían cambiado de rumbo, y necesitaba ajustar mis velas para seguir navegando, sobreviviendo y creciendo.
Tras sopesar muchas opciones, encontré mi nicho y desarrollé una nueva carrera, luego otra, y un par de años después, otra más. Ninguna de ellas estaba en mi punto de mira hace diez años. De lo único que podemos estar seguros es que las cosas cambian.
Sigo haciendo lo que realmente me gusta, al tiempo que genero ingresos suficientes para vivir desahogadamente. Tengo ya sesenta y tantos años y sigo desarrollando mis empresas con energía y pasión
y enfocándome en ellas. Todo esto es posible porque de vez en cuando hago una pausa para evaluar mis prioridades y resultados y confirmar mi rumbo con Dios. Él es mi principal socio en esta aventura llamada vida, al igual que en mi negocio. Si me parece correcto, me proporciona alegría y encuentro versículos que lo respaldan, esos tres factores confirman que voy encaminada a un destino feliz. En caso contrario debo hacer algunos ajustes.
Aprendí que no puedo dirigir el viento, pero sí ajustar mis velas para seguir avanzando a buena velocidad. Y si la tormenta arrecia y los vientos rugen, y me asusto, visualizo a Jesús deteniéndolos, caminando sobre las aguas y llamándome a seguirlo. Ahí es cuando fijo mis velas y sigo adelante pase lo que pase, gracias a quien va delante de mí allanando el camino.
«Yo he sido joven y he envejecido; pero no he visto a un justo desamparado ni a sus descendientes mendigando pan» (Salmo 37:25). Por eso, a despecho de lo difícil, peliaguda o inconveniente que sea la situación, puedo guardar la calma y gozar de alegría y paz, pues he optado por navegar serenamente con Jesús al timón.
Victoria Olivetta está asociada a la Familia Internacional. Vive en Argentina. ■
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AL COMPÁS DEL PASTOR
Marie Alvero
Me encontraba en una reunión de Zoom hablando con una compañera. Su trabajo era un desastre, andaba atrasada y ya estaba afectando a los clientes y a nuestra división.
—Cuéntame qué pasa —le dije.
Me aseguró que estaba haciendo todo lo que podía, pero que no tenía ni idea de cómo mantenerse al día. Sus hijos participan en deportes de alta exigencia, insiste en que su casa tiene que estar impecable y enumeró varias otras tareas que debe cumplir. Era demasiado: ¡Se me partió el alma por ella!
—Tienes que encontrar un ritmo sostenible —le dije—. Nadie es capaz de abarcar todo lo que tú tratas de realizar.
Me respondió que no tenía ni idea de cómo hacer eso. No hallaba remedio.
Esa misma escena se repite a mi alrededor todo el tiempo. Por querer labrarse la vida perfecta, la carga termina triturándole el alma a la gente. Si bien hay muchas cosas prácticas que se pueden hacer para que la vida sea más eficiente y para facilitar las cosas, la verdadera sustentabilidad se da cuando hay voluntad para desechar la idea de la «vida perfecta».
No creo que Dios tenga la intención de que andemos permanentemente estresados. Jesús prometió descanso al agotado y agobiado. Podemos aprender de Él, cuyo yugo es fácil y su carga ligera (Mateo 11:28-30). Qué contraste con el paso frenético que se promueve hoy en nuestra cultura.
Probablemente Jesús diría: «No te estoy pidiendo que hagas todo esto. Solo te pido que seas fiel hoy y me encomiendes el mañana a Mí. Ven a aprender los ritmos no forzados de la gracia».
El ritmo al que nos pide Jesús que andemos nos regala tiempo para renovar el alma y para que Él nos conduzca a verdes prados. Si tienes la impresión de que el paso al que vas no te deja tiempo para pasear con Él por tiernos pastos es probable que vayas más rápido que el Pastor; tal vez por eso no has hallado esas reconfortantes aguas de reposo (Salmo 23:1-3).
Dios me ha hablado esto al alma últimamente. Me encanta redoblar esfuerzos y sentir que voy tachando asuntos de mi lista, pero me estoy quedando sin gasolina. Ahora veo claramente que tengo que aplacar mi ímpetu por «hacerlo todo».
Estoy orando para poder mantenerme al compás del Pastor y seguirle calmadamente por donde me guíe, confiándole a Él el recorrido.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
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De Jesús, con cariño
CULMINAR LA CARRERA
Si dos personas se alinean para participar en una carrera y una se ha preparado, ha entrenado y ha tonificado los músculos mientras que la otra no, cuando estén en posición en la línea de salida y suene el pistoletazo, el corredor preparado enfrentará la carrera con mayor confianza, velocidad, pujanza y energía.
Si quieres culminar la carrera que tienes por delante, necesitas fortalecerte y hacer ejercicio a diario y llevar el modo de vida de un atleta. Es preciso despojarse de todo peso y de los pecados que tanto te asedian, y poner el corazón en las cosas de arriba y no en las de la tierra (Colosenses 3:2 blph).
Al modelar tu vida de acuerdo a Mi Palabra y caminar en Mi amor, tus músculos espirituales se tonifican y eres capaz de continuar la carrera que tienes por delante con la resistencia que necesitas para los días venideros. Puedes correr con alegría, sabiendo el futuro que te aguarda.
Tu tiempo en la Tierra es tu adiestramiento para el futuro eterno que te espera. Aprende a caminar en Mi Espíritu y a vivir de acuerdo a Mi Palabra. Esfuérzate por que todas tus cosas se hagan con amor y por trabajar en armonía con los demás. Acércate a Mí, y Yo me acercaré a ti (Santiago 4:8).
Acuérdate de correr la carrera que tienes por delante con paciencia y resistencia (Hebreos 12:1-3). No dejes de acudir a Mí cuando estés cansado. Respira hondo y controla tu ritmo. Aprende de Mí y te daré el descanso prometido para tu alma y las fuerzas para el recorrido (Mateo 11:28,29).