El enrarecido clima social en que vivimos ha llevado a muchos a pensar que los buenos modos, la amabilidad y la bondad son especies en extinción en este mundo del «yo primero». Cuando pasamos por duras experiencias muchas veces nos aflora el instinto de supervivencia y tenemos tendencia a centrarnos en nosotros mismos y nuestras propias necesidades. Atrevámonos, sin embargo, a pensar de otra manera. Justamente en esas ocasiones es cuando más debemos esforzarnos por desplegar nuestras habilidades sociales. Nunca, como en los momentos de tensión que vive el mundo, se hacen tan urgentes la cortesía y la cordialidad.
La intrépida bondad… Ese es el tema del presente número de Conéctate. Pero ¿qué inferimos cuando hablamos de intrépida bondad? Puede ser muchas cosas: quizá realizar un acto de amabilidad hacia una persona que nos haya despreciado… Quizá sea correr algún riesgo para ayudar a alguien que está en apuros… quizá hacer un gesto amable desde el anonimato, sin tocar trompeta… A veces el riesgo puede ser quedar en ridículo… Lo cierto es que la bondad siempre exige un esfuerzo y una cuota de valentía.
Mi madre se caracterizaba por ser una persona muy desprendida, temeraria incluso en su hospitalidad. Casi siempre que la visitaba tenía alojado alguien en su casa, así fuera un estudiante de intercambio, un inmigrante o alguna persona en aprietos económicos. Dios honró sus buenas intenciones y nunca dejó de bendecirla y protegerla.
Durante un importante certamen deportivo celebrado en nuestra ciudad, Sally y yo tuvimos numerosas oportunidades de dar aliento a deportistas —algunos de ellos con discapacidades—, voluntarios y espectadores. Leyendo el periódico nos enteramos de que los guardias de seguridad de los estadios trabajaban largas horas y encima recibían sus pagos atrasados. Eso nos impulsó a desinhibirnos, y al salir de uno de los estadios decidí acercarme a un grupo que vigilaba la entrada y les agradecí efusivamente por velar por la tranquilidad de los juegos. Uno de ellos, un joven, me abrazó y me agradeció conmovido. ¡Ni me había imaginado cuánta falta le hacía ese gesto de ánimo!
Todos seguramente hemos vivido episodios parecidos. Podemos aprovechar las incontables ocasiones que tenemos de mostrarnos amables con el prójimo si simplemente observamos con circunspección y damos un paso valiente cuando detectamos una situación de necesidad.
En las siguientes páginas nuestros articulistas sacan a colación distintos aspectos de la bondad, con Jesús siempre como el mayor ejemplo de todos. Seamos un poco más intrépidos en mostrarnos atentos y contribuyamos a mejorar nuestro entorno.
Gabriel y Sally García Redacción
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Vivo en un bonito barrio de Río de Janeiro, lejos del centro de la ciudad y cerca de la naturaleza. Mi casa está a 1.300 metros de la carretera principal. Como los autobuses solo circulan por esa vía, suelo llevar a la gente que vive más al interior del barrio en mi calle. A los que llevo he tenido muchas oportunidades de hablarles de Jesús, rezar por ellos, así como de asesorar a algunos en cuestiones de salud o trámites legales.
Una de esas personas era una madre soltera que acababa de mudarse aquí desde un barrio marginal. Intentaba trasladar a sus hijos a la escuela pública de la localidad. Mientras la llevaba a la carretera principal me enteré de que tenía que llevar los papeles de la matrícula a la escuela, pero no tenía dinero para el pasaje de autobús. Le di la plata que necesitaba, me despedí y no volví a pensar más en el asunto.
Unas semanas más tarde mi hijo adolescente volvía a casa. Su tarjeta de autobús le falló y no llevaba dinero en efectivo. El conductor iba a dejarlo en medio de la nada, pero la madre soltera a la que yo había ayudado estaba casualmente en ese mismo bus y le pagó el pasaje para que pudiera volver a casa sano y salvo. La próxima vez que nos vimos me contó con cierta picardía lo que había hecho. Significaba mucho para ella ayudar a los demás a pesar de ser muy pobre.
Mi madre ayudó mucho a una pariente mía durante su juventud. Cuando mi madre falleció ella me ayudó con el
papeleo y otras necesidades urgentes, ya que yo era viuda y criaba sola a mis hijos. Por nuestra parte, en los últimos años mis hijos mayores y yo hemos podido ayudarla en varias ocasiones, lo que nos hace muy felices.
Es lo que se ha dado en llamar cadena de favores. A veces un simple acto de bondad o generosidad puede propagarse y atravesar naciones y generaciones. Aunque es posible que no veamos los resultados, todo acto de bondad tiene un efecto propagativo, como las ondas que se producen cuando se arroja una piedra en un estanque.
La amabilidad es también una expresión de gratitud y fe. Demuestras a los demás lo agradecida que estás por las bendiciones divinas y que quieres que ellos también participen de ellas. Además demuestras tu fe en que crees en la promesa que te hizo Dios de que Él satisfará tus necesidades.
Aunque la gente no siempre valore o entienda tus esfuerzos, hay un gran libro en el Cielo donde todo queda registrado; y al igual que un bumerán, nuestras buenas acciones siempre volverán a nosotros, ya sea en esta vida o en la venidera.
Rosane Córdoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■
COMPASIÓN CRISTIANA
Al leer las narraciones de la vida de Jesús en los Evangelios, algo que queda meridianamente claro es que Jesús demostró compasión hacia las personas y enseñó que Sus seguidores debían ser también compasivos. Leemos la parábola del samaritano que viendo a un judío golpeado por ladrones, manifestó compasión vendándole sus heridas, trasladándolo hasta un mesón para que recibiera atención y pagando los gastos de su propio bolsillo (Lucas 10:30-35).
En la parábola del hijo perdido, un joven exigió a su padre que le adelantara su herencia —lo que equivalía a decir: «Ojalá estuvieras muerto»—, para luego abandonar el hogar y dilapidar esa herencia. A su regreso a casa, leemos que «su padre lo vio y tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y lo besó» (Lucas 15:11-32).
A lo largo de Su ministerio Jesús vio a gente en situación de necesidad, fue movido a compasión y actuó para auxiliarla (Mateo 14:14). El milagro de los panes
Peter Amsterdam
y los peces en el Evangelio de Mateo ejemplifica esto perfectamente:
Jesús llamó a sus discípulos y dijo:
—Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.
Entonces sus discípulos le dijeron:
—¿De dónde conseguiremos nosotros tantos panes en un lugar desierto, como para saciar a una multitud tan grande?
Jesús les dijo que reunieran lo que tenían: siete panes y siete pescaditos, y los multiplicó milagrosamente de manera que cuatro mil personas comieron y se saciaron (Mateo 15:32-38).
En otra oportunidad, esta vez en el Evangelio de Lucas, leemos que Jesús vio a una pobre viuda acongojada por la muerte de su único hijo, a quien llevaban a enterrar. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo:
—No llores.
Luego Jesús se acercó, tocó el féretro, le dijo al joven que se levantara y se lo entregó a su madre (Lucas 7:12–15).
Durante Su estancia en la Tierra Jesús personificó los atributos de Su Padre, uno de los cuales era la compasión. En las páginas del Antiguo Testamento leemos sobre la compasión de Dios: «Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el Señor de los que le temen» (Salmo 103:13).
«El Señor ha consolado a Su pueblo, ha tenido compasión de él en su aflicción» (Isaías 49:13 dhh).
La palabras compasión y empatía se usan mucho en estos días; mas ¿qué es exactamente la compasión? Los diccionarios la definen como «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males ajenos, combinado con el deseo de tomar alguna acción para aliviarlos». Una de las palabras hebreas del Antiguo Testamento, de la que traducimos compasión a nuestra lengua, tiene parentesco con el término hebreo que representa matriz o útero y denota la compasión de una madre (o padre) por una criatura indefensa; una profunda emoción
que se expresa en actos de servicio desinteresado. El término se suele emplear en referencia a la compasión divina, como es el caso en el libro del Éxodo, en el que leemos: «Señor, Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad» (Éxodo 34:6).
Uno de los vocablos más usados en el Nuevo Testamento para expresar compasión guarda relación con la palabra griega que representa entrañas o vísceras, alusiva al foco de las emociones humanas. El término significa conmoverse en las entrañas y transmite la idea de conmoverse hasta lo más hondo de sus sentimientos, lo que deriva en actos de bondad y misericordia. Otro vocablo, sumpatheo, comunica el sentido de sufrir con otro o verse afectado similarmente.
La compasión es albergar un fuerte sentimiento por la situación o el estado en que se encuentra alguien y además hacer algo para remediarlo. Se trata de mejorar las cosas para un ser necesitado. La compasión no es tal si no va acompañada de alguna acción, que puede ser una palabra o gesto de bondad, una oración, brindar apoyo a quien sufre una profunda pena y expresarle que uno lo lamenta o está preocupado por ella.
Puede que también conlleve realizar un acto encaminado a rectificar la situación o las circunstancias. Quizá exija una protesta con el fin de reformar leyes o promover la justicia social. Puede que suponga invertir tiempo y esfuerzo para dar de comer a los hambrientos, ayudar a los huérfanos, visitar a los enfermos o a los que lloran la pérdida de algún ser querido, comunicar el evangelio a otros seres humanos y otros medios de socorrer a los necesitados.
La compasión está estrechamente vinculada a la empatía, la capacidad de entender y percibir los sentimientos del otro, y meternos en su pellejo, de modo que podamos comprender desde su perspectiva la situación por la que atraviesa. En suma, la compasión es parte del amor.
La Biblia nos exhorta, «como escogidos de Dios, santos y amados» a vestirnos «de profunda compasión, de benignidad, de humildad» (Colosenses 3:12). Pero ¿cómo cultivamos ese aspecto del amor? Algo que nos
puede ayudar es detenernos a pensar en la instrucción de Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39). Cuando aprendemos a ponernos en el pellejo de los otros nos resulta más fácil ser amables y compasivos con los demás.
También conviene reflexionar sobre el ministerio de Jesús. Vio a gente que padecía necesidad —los ciegos, los hambrientos, los que lloraban la muerte de un ser querido, los enfermos, los marginados sociales— y en lugar de hacer la vista gorda y pasar de largo, prestó atención, se detuvo y actuó. En la vida tan agitada que llevamos es fácil hacer caso omiso de personas que están en dificultades, que pasan penurias, y andar enfrascados en nuestras propias necesidades, problemas, preocupaciones y temores, a tal punto que no percibimos realmente a la gente que nos rodea.
Otra cosa que nos puede ayudar a ser más compasivos es tomar más conciencia del amor que el Señor tiene por nosotros, recordar que por muy indignos, llenos de faltas y pecadores que seamos, Dios actuó a favor nuestro pagando por ello un precio altísimo. Sacrificó a Su amado Hijo con tal de poder rescatarnos en tiempo de necesidad. Dios nos ha demostrado una costosa compasión, y si con frecuencia procuramos hacer memoria de ello, alabándolo y agradeciéndole por ese hecho, nos sentiremos impulsados a pagarles a los demás con el mismo amor y compasión que Él nos ha dispensado (2 Corintios 5:14,15 nvi).
Jesús tuvo compasión de los sufrientes, los marginados, los pobres y los menesterosos y enseñó a Sus seguidores a hacer lo propio. Dijo que cada vez que damos de comer al hambriento, brindamos hospitalidad al extraño o visitamos al enfermo o al preso, hemos hecho lo mismo con Él (Mateo 25:37-40 ntv).
Es posible que siendo Jesús Dios encarnado y capaz de obrar portentosos milagros, nosotros en comparación consideremos flojos nuestros esfuerzos por ayudar otros. No obstante, demostrar compasión a los demás puede cobrar para ellos la dimensión de un milagro. Un pequeño acto de bondad puede tener un efecto extraordinario en su vida e infundirles valor para no darse por vencidos.
Recibir a Jesús en nuestro corazón y estar llenos del Espíritu de Dios es el factor clave para ser compasivo con los demás. Experimentar Su amor mediante una estrecha comunicación y comunión con Él y reflexionar sobre la gracia y la bondad que nos demuestra todos los días, nos lleva a vivir con conciencia del amor que Él abriga por nosotros personalmente. Cuando vivenciamos Su misericordia, generosidad y amor incondicional somos más capaces de encarnar Su compasión y bondad y dejar que Su amor afluya con más facilidad de nosotros hacia los demás.
De la misma manera que Jesús sirvió compasivamente al prójimo, así también a nosotros Sus seguidores se nos insta a ser compasivos.
Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■
AMAR A LOS NECESITADOS
Andrew Heart
En Lucas 14:16–24 Jesús cuenta una parábola sobre un hombre que «hizo un gran banquete e invitó a muchos», y mandó a su siervo a que trajera «a los pobres, a los mancos, a los ciegos y a los cojos» para que asistieran al convite.
Como misioneros, mi esposa Ana y yo solíamos buscar justo ese tipo de personas a las que podíamos manifestar el amor de Jesús. Aunque nunca imaginamos que Dios nos llamaría a vivir entre aquellos necesitados, eso es exactamente lo que hizo hace poco. Después de haber vivido en un apartamento relativamente grande en un buen barrio, el Señor nos llevó a mudarnos a un conjunto de casas adosadas de alquiler módico que antes funcionaba como geriátrico y ahora la ciudad utiliza para alojar a los «pobres, mancos, ciegos y cojos».
Cuando fuimos a ver el pequeño apartamento que se alquilaba, notamos que muchos residentes andaban con bastones o andadores. Dado que Ana también ha tenido dificultades para caminar, le resultó fácil acercarse a los que pronto serían nuestros nuevos vecinos. El compadecernos de sus dolencias nos abrió la puerta para darles a conocer el amor y la verdad de Jesús.
Nuestra nueva situación es una mina de oro de oportunidades para transmitir el Evangelio. Ahora «salir a testificar» significa simplemente atravesar la puerta principal. Dado que estas personas viven aisladas, son
presa de la soledad y agradecen tener a alguien con quien hablar. Muchos pasan el día sentados frente a la puerta de su casa. Estas condiciones han hecho que nos resulte excepcionalmente fácil acercarnos a la gente, entablar conversación y decirles cuánto los ama Jesús.
Ahora entendemos mejor por qué el hombre de la parábola de Jesús envió a su criado a llamar a los marginados a su banquete. La gente que se encuentra en circunstancias de mayor comodidad o prosperidad podría pensar que no necesita a Jesús. En cambio estas personas no; lo aceptan de buena gana.
A lo largo de nuestros años de servicio a Jesús hemos estado dispuestos, como explica Pablo en 1 Corintios 9:22 (blph), a adaptarnos a todos «para conseguir, cueste lo que cueste, salvar a algunos». Estamos felices de que el Señor nos haya puesto en esta coyuntura tan especial.
Andrew Heart y su mujer Ana se han desempeñado como misioneros durante casi cinco décadas. Actualmente concentran su labor en los países bálticos y Polonia. ■
EL LIBRO DE LA AMISTAD
Sally García
En una feria de segunda mano compré un pequeño ejemplar titulado El libro de la amistad. El autor, H.L. Gee, bajo el seudónimo de Francis Gay, publicó un número cada año a partir de 1939. El libro trata de simples actos de bondad, como el de una señora que llevaba un diario de sus aventuras para tener anécdotas que contar cuando visitaba a los ancianos. O el de un adulto que se paraba a escuchar la descripción que hacía un niño de su jornada escolar, el de un amable tendero, el de un desinteresado servidor público.
Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto y autor de El hombre en busca de sentido, creía que ningún acto de bondad se perdía nunca, sino que se almacenaba y atesoraba en los «graneros del pasado» que guardan la cosecha de nuestra vida.
No solo creo que la bondad no se pierde nunca, sino que en esos «graneros» hay semillas que, cuando se siembran, dan lugar a cosechas en la vida de otras personas. Por ejemplo, supongamos que dedicas tiempo a ayudar a un niño pequeño, y luego ese niño llega a ser un hombre generoso y bondadoso. Tal vez él no se acuerde de ti o de la buena acción que hiciste, pero ¿podría ser que la atención que le prestaste de niño lo afectó positivamente, de modo que cuando llegó a adulto fue más amable y más atento a las necesidades de los demás? Tu bondad no se perdió. Se sembró y con el tiempo creció y se multiplicó.
Volviendo a El libro de la amistad, encontré una reseña en Internet escrita por una joven que también se topó con una vieja edición en un contenedor de libros usados. Escribió sobre el impacto que tuvo en ella, cómo marcaba el libro y le gustaba leer partes a sus amigos. Imagínense, los relatos de las acciones amables de personas que muy probablemente ya no están en esta Tierra han marcado una diferencia en la vida de una jovencita y de sus amigos en otro siglo.
Cuando Jesús habló de los signos de Su regreso en los postreros días, predijo que «se enfriará el amor de muchos» (Mateo 24:12). Cabe afirmar que vivimos en una época de individualismo e indiferencia. Pero la Biblia también dice, refiriéndose a Jesús, que Su «la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» ( Juan 1:5). Jesús nos llama también a nosotros a ser la «luz del mundo» (Mateo 5:14). Nos convoca a cada uno a procurar que Su luz penetre en la oscuridad de la vida de los demás. Así, hasta los actos de bondad más insignificantes pueden tener más repercusión de la que jamás imaginaremos.
Sally García es docente, mentora, escritora y traductora. Realiza asimismo labores misioneras. Vive en Chile con su esposo Gabriel y está afiliada a la Familia Internacional. ■
Reflexiones
Los prodigios de la bondad
Aunque no veas la cosecha, con cada acto siembras una semilla. Ella Wheeler Wilcox
No juzgues cada día por la cosecha que recoges, sino por las semillas que siembras. William Arthur Ward
Difunde el amor dondequiera que vayas. Que nadie acuda a ti sin irse después más contento. Madre Teresa
Aporta tu pequeña cuota de bondad allí donde estés; son esas pequeñas contribuciones que, en conjunto, inundan el mundo. Desmond Tutu
A veces basta un acto de bondad y cariño para transformar la vida de una persona. Jackie Chan
El amor y la bondad nunca se desperdician. Siempre dejan huella. Barbara De Angelis
Sé amable, porque todas las personas que conoces libran una dura batalla. Ian MacLaren
¿Cómo cambiamos el mundo? Un acto azaroso de bondad a la vez. Morgan Freeman
Una cálida sonrisa es el lenguaje universal de la bondad. William Arthur Ward
Ser benigno significa responder a las necesidades de los demás. Podemos ser amables, sea cual sea la edad que tengamos. Fred Rogers
Qué hermoso puede ser un día cuando la bondad lo ilumina. George Elliston
Quien sabe mostrar y aceptar la bondad será mejor amigo que cualquier bien material. Sófocles
La verdadera belleza nace de nuestras acciones y aspiraciones y de la afectuosidad que ofrecemos a los demás. Alek Wek
Aprendí que la gente podrá olvidar lo que dijiste, o lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir. Atribuido a Maya Angelou
La bondad puede transformar un momento oscuro de alguien en un fulgurante resplandor. Nunca llegarás a saber lo importante que es tu cariño. Ayuda hoy de manera tangible a otra persona. Amy Leigh Mercree
Pregúntate: ¿has sido amable hoy? Haz de la amabilidad tu modus operandi y cambia tu mundo. Annie Lennox
Si pedimos que en el mundo prime la bondad, primero debemos preguntarnos qué hacemos nosotros para aportar más bondad al mundo. Si pedimos que el mundo sea más cariñoso, primero debemos preguntarnos qué hacemos para que haya más cariño en el mundo. Somos los recipientes de las cosas que deseamos. Joel Leon
La ternura y la bondad no son signos de debilidad y desesperación, sino manifestaciones de fuerza y resolución. Kahlil Gibran ■
TU ÚLTIMO DÍA
Les planteo una pregunta: ¿Cómo vivirías si supieras que este es tu último día en la Tierra?
El mismo interrogante se repite en cientos de libros, seminarios y charlas motivacionales. A veces se expresa con distintas palabras, pero el concepto sigue siendo el mismo: Vive cada día como si fuese el último. Lo desafortunado de las frases trilladas es que quedan vacías de significado.
Es además un interrogante difícil de responder, en particular si uno en verdad no se está muriendo al día siguiente. Muchas personas responden que aprovecharían sus últimas 24 horas para hacer alguna buena acción. Restablecerían comunicación con quienes son importantes para ellas. Harían algo para ayudar a otros. Repararían algún agravio que hubieran hecho. Pedirían perdón y lo concederían. Para muchos, por lo visto, sería un día de redención, 24 horas para compensar por lo que no hicieron en el transcurso de su vida.
La clave, sin embargo, está en vivir la vida de manera que no se necesite un último día para remediar errores. Claro que del dicho al hecho hay mucho trecho. Resulta tan fácil enfrascarse en los afanes de cada día que no llegamos a pensar —y mucho menos a actuar— sobre lo realmente importante, las cosas que dan sentido a la vida.
¿Cómo vivir cada día como si fuese el último? De la vida de Jesús podemos sacar lección sobre las cosas que verdaderamente cuentan en nuestra cotidianidad.
Jesús sabía que Su tiempo en la Tierra estaba llegando a su fin. Su misión aquí estaba a punto de culminar y sabía que pronto lo traicionarían y ejecutarían. ¿Cómo vivió entonces Sus últimas 24 horas?
Manifestó humildad. Jesús pasó tiempo con Sus discípulos y cenó con ellos. Para empezar, les dio la bienvenida lavando los pies de cada uno. El lavado de pies era un oficio reservado para los sirvientes más viles. En
Marie Story
Sean bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándose unos a otros como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo. Efesios 4:32
aquella época la gente andaba en sandalias por caminos polvorientos y embarrados. Como consecuencia la mayoría tenía los pies muy sucios. Jesús, en cambio, demostró gran amor y humildad a cada uno de Sus discípulos al rebajarse a lavarles los pies. Se hizo a Sí mismo un siervo ( Juan 13:5).
Fue sumiso y obediente. Enfrentó un panorama de tortura y muerte. Fue tan duro lo que sufrió y oró con tanta angustia que sudó sangre. Con todo y con eso, confió en el juicio de Su Padre y afirmó: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:41-44).
Amó de manera incondicional. Lo traicionaron, pero no respondió con agresividad. Fue maltratado, pero no perdió la compostura. Sus amigos más cercanos le dieron la espalda, pero no reaccionó con ira. Lo humillaron y lo acusaron erróneamente; así y todo puso freno a su boca (Lucas 22:45-71).
Fue franco y directo. Cuando se presentó ante Sus jueces —primero el Sanedrín y luego Pilato—, ellos le preguntaron sin miramientos: «¿Eres tú el Hijo de Dios?»
Pudo ahorrarse muchísimo dolor y angustia eludiendo sin más la verdad. Pero se mantuvo fiel a ella, costase lo que costase (Lucas 22:66-71; Lucas 23:1-3).
Perdonó. Luego que lo azotaran, lo escarnecieran, le escupieran, lo arrastraran por las calles y lo clavaran a una cruz, dijo: «Padre, perdónalos». Pudo haber hecho
caer fuego y rayos sobre Sus torturadores y maldecirlos por lacerar al Hijo de Dios. En cambio, los perdonó aun cuando se burlaban de Él y lo insultaban (Lucas 23:34).
Actuó con desinterés. Pese al tormento de estar colgado en la cruz, se tomó el tiempo para asegurarse de que alguien cuidara de Su madre. Prestó atención al ladrón que moría a Su lado y lo reconfortó asegurándole un destino feliz. En vez de pensar en Sí mismo y Su sufrimiento, se preocupó del bienestar ajeno (Lucas 23:39-43; Juan 19:25-27).
Jesús vivió Su último día como había vivido toda Su vida. Ese día, al igual que todos los demás, encontró oportunidades de amar, dar, perdonar y manifestar el amor de Su Padre a otras personas.
Vivió cada día como si fuera el último, ya que la veracidad, la humildad, el amor, el perdón y la bondad eran parte integral de Su naturaleza. Vivir cada día como si fuese el último significa dedicar tiempo y energía a lo que realmente importa, realizar acciones que no desaparecerán con el tiempo, sino que perdurarán por la eternidad.
Marie Story vive en San Antonio (EE.UU.), donde trabaja como ilustradora independiente. Es consejera voluntaria en un albergue para los desamparados. ■
CUANDO UN ACTO DE BONDAD TE JUEGA EN CONTRA
No recuerdo otro momento en que mi corazón se haya sentido tan herido. Le había hecho un favor a un amigo y luego me enteré de que pensaba que yo albergaba sentimientos maliciosos hacia él. Por razones que no lograba comprender, les comentó a personas cercanas a mí que yo había dicho algo que nunca dije, y dio a entender que mis motivos —o lo que a él le parecían mis motivos— eran turbios.
Mi primera reacción fue de rabia. Había hecho todo lo posible por ayudar a un amigo y lo había hecho de buena fe y movida por cariño. Me había tomado molestias y había alterado mi agenda porque él necesitaba mi ayuda, pero luego todo se volvió en mi contra.
Cuando superé el sentimiento inicial de rabia, descubrí que estaba profundamente dolida. No había forma de demostrar mis intenciones. No importaba lo que yo dijera al respecto, él creía que yo tenía móviles oscuros hacia él.
Tenía que tomar entonces una decisión: Podía empeñarme en convencerlo de su error. Podía dejar de contenerme y dar rienda suelta a mi enojo. Hasta podía apartarlo de mi vida y seguir adelante sin atormentarme por su desinformación deliberada. O… tenía la opción de perdonarlo.
Me costó mucho. Sabía que no le importaría si lo perdonaba o no. Él ya me había desechado. Estaba convencido de que yo quería hacerle daño. ¿De qué serviría que lo perdonara? Empecé a arrepentirme de haber hecho algo bueno por él si así me retribuía. En ese momento el Señor me habló al alma: ¿Por qué hiciste esa buena acción? ¿Fue para ganarte el aprecio de tu amigo? ¿Para que te consideraran buena persona? ¿O fue porque sabes que la bondad es lo que quiero que manifiestes en todo momento, a todos y a cada uno?
Entonces decidí dedicar mi intento de bondad al Señor. Lo había hecho por Él y ya no importaba si alguien entendía o no que lo había hecho con el corazón lleno de amor. El Señor lo sabía. Y si la gente nos vitupera, dice toda clase de mal contra nosotros, o nos malinterpreta y nos trata con insensibilidad, aun así debemos amarla y demostrar bondad. (V. Mateo 5:43-48 ntv.) Resolví que eso es lo que haría porque amo al Señor y Él quiere que sea amable.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a La Familia Internacional. En su tiempo libre toca el violín. ■
Amy Joy Mizrany
EL CORDERO EXTRAVIADO
Marie Alvero
¿Qué hombre de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se ha perdido hasta hallarla? Y al hallarla, la pone gozoso sobre sus hombros y, cuando llega a casa, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: «Gócense conmigo porque he hallado mi oveja que se había perdido». Lucas 15:4-6
Son muchos los ejemplos que me vienen a la memoria cuando pienso en la bondad de Dios por nosotros. Entre ellos, que Jesús vino a la Tierra y estuvo dispuesto a separarse de Dios y de la perfección, para convivir con el desconsuelo de la humanidad y sufrir la muerte que experimenta el pecador. Con todo, el relato de la oveja perdida es uno de mis preferidos, pues revela la bondad de Jesús de un modo muy práctico.
Piensa en un pastor que cuida de sus ovejas en el campo. Está solo con su rebaño. Pasa todo el día vigilando a las ovejas, y su patrimonio neto es ese rebaño. Una se pierde y por algún motivo, el valor de una sola oveja es suficiente para que abandone todas las demás y vaya en busca de la extraviada.
Ahora bien, el interrogante que se me plantea es ¿quién es esa oveja en mi rebaño?
Pienso en ese muchacho de mi lugar de trabajo que tarda el doble en aprender las cosas y le cuesta mucho seguir el ritmo de sus compañeros. Hay días en que
tengo que ofrecerme a pasar más tiempo con él que con cualquier otro. Hay días en que él es «el extraviado».
A veces esa oveja extraviada es mi hija más rebelde. En otros casos es mi amiga, cuya fe tiembla.
Me imagino que ya captaste, ¿verdad? Es la persona que más me necesita. Ve tras ella. Eso hizo Jesús. Fue al rescate de la que no hizo lo que debía y se perdió; por tanto, había que recobrarla. ¡Por ese cordero valió la pena el sacrificio!
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
Si bien todos nos hemos desviado alguna vez y nos hemos perdido, Jesús nunca se cansa de rescatarnos. Esa es la importancia que tenemos cada uno para Él. Si aún no conoces al Buen Pastor, puedes acogerlo rezando esta sencilla oración:
Jesús, te ruego que me perdones mis pecados. Sé que moriste por mí y quiero que seas mi Pastor. Por favor, ven a mi corazón, lléname de Tu Espíritu Santo y ayúdame a seguirte de cerca. Amén.
CÓMO CONTROLAR UN FUEGO ABRASADOR
Chris Mizrany
Siempre he tenido una mente inquieta y una lengua filosa. Cuando era más joven eso me servía como mecanismo de supervivencia para desviar la atención de mis propias carencias o defectos. Me convertí en el gracioso de mi grupo de amigos, pero rápidamente pasé a ser el que criticaba el humor, las presentaciones o ideas de los demás. Pensaba que todo era por diversión, pues lo hacía en broma o porque me sentía justificado
ante una situación que me sacaba de quicio; sin embargo, recordando todo aquello, estoy seguro de que a menudo hacía mucho más daño del que me daba cuenta.
Un día hablando con un amigo el tema derivó hacia la fuerza que tienen las palabras; en concreto, cómo lo que uno dice de pasada puede quedar grabado en la mente de otra persona por muchísimo tiempo. De repente me asaltó una andanada de recuerdos: comentarios malintencionados que me habían hecho a lo largo de los años y que hoy todavía afectan negativamente la forma en que me veo a mí mismo y me hacen difícil afrontar ciertos aspectos de mi vida con alguna medida de confianza.
La mayoría fueron dichos de pasada o por alguien que dudo que recuerde lo que dijo, pero que yo sí recuerdo y todavía me duele.
Entonces volví a caer en la cuenta de que las palabras son reales y tienen un efecto palpable. Ya si estamos chanceando entre risas o ardiendo de ira, la Biblia nos advierte que «la lengua es un fuego» y aunque «es un miembro pequeño, se jacta de grandes cosas. ¡Miren cómo un fuego tan pequeño incendia un bosque tan grande!» (Santiago 5:5,6.) Me avergüenza reconocer las muchas veces que podría haber animado a otra persona, pero en lugar de eso opté por derrumbarla con mi altivez o sarcasmo. Sé que mis palabras, por inofensivas que me hayan parecido, pueden haber sido profundamente hirientes para ellos. Cuánto desearía poder retractarme de todas ellas.
Así que ahora me comprometo a hacer un mayor esfuerzo por llevar cautivos mis pensamientos, y no solo mis pensamientos, sino también mis palabras (2 Corintios 10:5). Quiero que se me conozca como un hombre amable, atento y considerado que hace sentir mejor a la gente. Quiero pronunciar palabras de vida y amor. Puede que mi fuego todavía se descontrole de vez en cuando, pero con Jesús y el agua de Su Palabra a mi lado cada día, podré ofrecer abrigo a los demás en lugar de abrasarlos.
Chris Mizrany es misionero, fotógrafo y diseñador de páginas web. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ■
EL BUMERÁN
Virginia Brandt Berg
Recuerdo la primera vez que fui al circo de niña. Me quedé boquiabierta al ver los espectáculos simultáneos que se presentaban en las tres pistas. En una había animales amaestrados haciendo sus números; en otra, unos acróbatas y saltimbanquis volando por los aires. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue lo que acontecía en la tercera pista. Un chico y una chica arrojaban unos objetos de colores brillantes que, después de cruzar la pista, volvían a sus mismas manos.
Cualquiera que fuera la dirección en que tiraban esos artefactos, describían una curva y retornaban rápidamente a los jóvenes artistas, que los atrapaban y volvían a lanzarlos.
Yo los miraba atónita.
—Son bumeranes —dijo alguien a mi lado.
Era la primera vez que oía esa palabra, y la archivé en mi joven memoria.
Huelga decir que desde entonces la he oído muchas veces. También he observado cómo se cumple en la vida el efecto bumerán. Es más, la vida misma es un bumerán.
La Palabra de Dios dice: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7 nvi). Cada palabra o acción que arrojamos regresa un día a su lugar de origen. Sea buena o sea mala, retorna a nosotros, en muchos casos con más ímpetu del que tenía inicialmente.
Una mañana visité a dos señoras en el mismo hospital. La habitación de la primera estaba llena de flores, de tarjetas y de todo tipo de regalos de amigos y conocidos. Le habían llovido atenciones y gestos de cariño y simpatía. Era un reflejo de su propia vida, pues a lo largo de los
años había sembrado amor y consideración. En aquel momento de necesidad todo aquello le estaba siendo retribuido.
En otra habitación, al final del pasillo, se hallaba la otra mujer, sola. Se la veía tan suspicaz, criticona y absorta en sí misma como siempre, acostada con la cara vuelta hacia la pared, una pared tan dura, fría y vacía como los muros que había levantado a su alrededor toda su vida.
¡Qué ambiente tan distinto entre una habitación y otra! El bumerán había retornado a ambas mujeres, pero en sentidos muy diferentes.
«Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes» (Lucas 6:38 dhh). Todo el que se conduzca desinteresadamente, preocupándose de los demás y procurando aligerar sus cargas, aliviando su dolor y contribuyendo a satisfacer sus necesidades, algún día verá volver el bumerán a modo de bendiciones.
Virginia Brandt Berg (1886–1968) fue una evangelizadora y pastora estadounidense. ■
De Jesús, con cariño
BONDAD EN ACCIÓN
Yo soy el Dios del Universo, el Creador de todas las cosas, tanto de las grandes como de las pequeñas. Aun así vine a esta Tierra a servir y dar aliento y consuelo a la gente, inclusive a los más humildes y modestos que a los ojos del mundo carecían de valor o de dignidad. Así también los envío a ustedes ( Juan 20:21).
Cuando caminan diariamente por el mundo, Yo camino con ustedes, y Mi Espíritu obra a través de ustedes para que vayan al encuentro de los perdidos, los quebrantados, los abandonados y los marginados. Cuando se detienen a ayudar a un hombre o una mujer de avanzada edad en la calle, estoy con ustedes. Cuando hacen una pausa para dar aliento a un indigente o una persona sin hogar, son Mis mensajeros de esperanza.
Cuando se toman el tiempo para animar a sus vecinos, empatizar con sus problemas y orar por ellos, las palabras y actos de amabilidad que les dispensan esparcen agua sobre las semillas de Mi amor y Mi verdad en el corazón de esas personas. Cuando acompañan a un amigo o pariente afligido o angustiado, y aplacan sus temores y lo tranquilizan, esa persona recibe un destello de Mi amor y ternura.
Cuando están pendientes de las necesidades de otras personas y movidos por compasión donan su tiempo, fuerzas y recursos para ayudarlas, es como si me lo hubieran hecho a mí (Mateo 25:40). Finalmente, cuando concluya el tiempo que tienen destinado en la Tierra, me oirán decir: «Bien, siervo bueno y fiel», y entrarán en Mi eterno gozo (Mateo 25:21).