Conéctate, septiembre de 2024: El juego de la vida
EL JUEGO DE LA VIDA
Jesús es nuestro entrenador
Abrazar los cambios
Se devela el designio de Dios
Tesoros del corazón
Lo verdaderamente valioso
Año 25, número 9
A NUESTROS AMIGOS
para triunfar en el juego de la vida
Todos hemos oído la famosa frase o alguna de sus variantes: «No se trata de ganar o perder; la clave está en cómo se juega». Ese concepto calza perfectamente con la temática de nuestro número de Conéctate de este mes, que trata precisamente del juego de la vida. Jugando con algunas metáforas deportivas, en la vida tendremos temporadas en que «la estamos rompiendo» y «en racha ganadora», y otras en que «no damos pie con bola». Así y todo, algún día, mirando en retrospectiva, veremos que nuestros más caros recuerdos no dimanan de aquellas victorias fáciles, sino de las experiencias que pusieron a prueba nuestro aguante y perseverancia.
Si bien en el mundo ultra competitivo en que vivimos se hace tanto hincapié en ganar, la práctica en sí del juego y más concretamente el criterio, la actitud y el sentido con que lo practicamos con otros jugadores, entre ellos nuestros rivales, son los indicadores del verdadero éxito. Esto tiene particular relevancia en los deportes grupales o de equipo, precisamente la modalidad en que los cristianos nos desempeñamos en el juego de la vida. Rara vez la estrella solitaria consigue la victoria; en general es el equipo en su conjunto. Los mejores jugadores suelen ser los que alientan a sus compañeros y los incluyen en sus jugadas, los que pasan la pelota para que otro jugador pueda rematar, además de los que tratan a los integrantes del elenco rival con respeto y consideración.
En el momento en que redactábamos esta columna leíamos comentarios acerca de una figura política fallecida inesperadamente luego de un trágico accidente. Aunque la lista de sus realizaciones no era nada desdeñable, la de sus rasgos y atributos personales descrita por quienes habían colaborado estrechamente con él, era más admirable aún. La gente de su entorno dio cuenta del optimismo que desplegaba, de su perseverancia, dedicación, sentido del servicio, humildad, fuertes convicciones y otras tantas cualidades. Entre los comentarios que más invitaban a la reflexión caben señalar su modo de lidiar con reveses y fracasos, su fe bien arraigada y su optimismo para enfrentar duras pruebas, amén de la generosidad que desplegaba hacía sus adversarios políticos. Todo ello es un buen recordatorio de que nuestra trayectoria de vida no consiste solamente en quiénes somos y qué hacemos.
¿Cómo jugamos entonces el juego de la vida? Nuestro manual de instrucciones, la Biblia, es fuente de energía, inspiración y guía divinas y nos proporciona la fortaleza para vivir cada etapa de nuestra existencia aquí en la Tierra con dignidad, amor, gracia y gloria.
Gabriel y Sally García Redacción
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«¡Dispara! ¡Dispara!» Allí estaba él, con el balón en los pies, la portería abierta de par en par, el resto de su equipo animándolo con gritos más que suficientes, mientras el otro equipo y su portero retrocedían a toda velocidad para defender.
Tenía una clara oportunidad de anotar y ese gol hubiera puesto a nuestro equipo en ventaja.
En cambio… giró y le pasó el balón a un compañero.
Un suspiro de impotencia brotó de todos nosotros, sus compañeros de equipo.
Es tan típico de él —pensé—. Siendo el mejor de todos, sin embargo siempre se frena si el otro equipo viene rezagado, o le cede el balón a un compañero cuando tiene el tiro despejado.
En las charlas después de los partidos salía a relucir su exagerado afán por hacer pases. Bromeábamos a menudo con él por ser el jugador menos ofensivo de la cancha. Quería ganar, le encantaba el fútbol y probablemente era el más talentoso de todos nuestros amigos; aun así, era la persona menos competitiva que haya conocido.
Cuando uno de nuestros hermanos menores entraba en el campo siempre le dejaba espacio para jugar, le pasaba el balón y le daba consejos. Si el niño estaba en el equipo contrario, no le exigía tanto y se aseguraba de que el otro
equipo no lo hiciera jugar en un puesto que excediera sus capacidades.
A ninguno de nosotros nos molestaba; a todos nos gustaba eso cuando el que jugaba era nuestro hermano menor. Pero no nos hacía mucha gracia cuando adrede dejaba escapar un punto durante un partido.
En todo caso, para ser justos, por mucho que nos riésemos de él, nos enfadásemos o le hiciésemos muecas de incredulidad, lo respetábamos por su actitud. Lo sé con certeza porque, hasta el día de hoy, cuando hablamos de aquellos partidos, lo seguimos respetando por su modo de concebir el juego.
En retrospectiva, me pregunto si tal vez estaba menos enfocado en su carrera como futbolista aficionado en las calles de Sudáfrica y más en otro tipo de carrera. Independientemente de lo que ocurriera a su alrededor o de lo que otros consideraran importante —como marcar goles en un partido de fútbol—, él sabía cómo quería vivir. Sabía quién quería ser. Qué partido quería ganar en la vida.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
El JUEGO
DE LA VIDA
No está en nuestra naturaleza andar solos por este mundo. En el transcurso de la vida vamos tejiendo redes con personas de quienes dependemos y que a su vez dependen de nosotros. En la primera infancia dependemos 100% de nuestros padres o cuidadores. Somos incapaces de hacer nada por nosotros mismos, salvo absorber los conocimientos que inundan nuestros sentidos en esta nueva y maravillosa experiencia llamada vida. Casi sin darnos cuenta ya caminamos, aprendemos a hablar, desarrollamos nuestra personalidad y, por las experiencias vividas, nos formamos hasta constituirnos en la persona que Dios quiso que fuéramos cuando nos creó.
Desde temprana edad nos inclinamos hacia una búsqueda de aceptación y aprecio de parte de nuestros parientes, profesores y amigos. Descubrimos la dicha que nos genera ser aceptados y apreciados, amén del sentido de pertenencia que hallamos en nuestro grupo familiar, tribu o comunidad. A medida que avanzamos en edad, la madurez y las experiencias de la vida nos pueden llevar a plantearnos un modo menos notorio de buscar aceptación
y pertenencia que el que exhibíamos en la infancia. No obstante, la necesidad universal de contar con un marco de apoyo y aceptación sigue presente a lo largo de nuestro paso por este mundo. Cada día la vida nos rodea de aquellas personas de quienes dependemos y que a su vez dependen de nosotros.
La vida es un deporte colectivo, de equipo, y todos influimos sobre los demás. Nuestros familiares, colegas, vecinos y otros creyentes son todos integrantes de los círculos a los que pertenecemos. Recorremos la vida en equipo, y si vamos a desempeñar el papel que Dios nos ha dado en este juego de la vida, huelga decir que parte esencial de ello es aprender a ser jugadores de equipo. Es imposible que los seres humanos nos desarrollemos plenamente sin esas dependencias recíprocas. Dios nos creó para que integráramos una comunidad. Para nosotros los cristianos, nuestra búsqueda de aceptación y sentido de pertenencia halla su verdadero domicilio cuando descubrimos que somos hijos de Dios mediante la fe en Jesucristo y que Dios es nuestro padre celestial (1 Juan 3:2). Los Biblia nos dice que «Dios decidió de antemano
adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo» (Efesios 1:5 ntv). «Ustedes en el tiempo pasado no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios» (1 Pedro 2:10).
El relieve que tienen en la sociedad moderna el individualismo y el concepto de que cada cual se labre su vida por separado no es parte del plan original que Dios trazó para los seres humanos. Él nos creó con un impulso irresistible de formar parte de una mancomunidad de interdependencias. Durante buena parte de nuestra vida nos vemos expuestos a un sinfín de influencias que pueden afectarnos e incidir en las decisiones que tomamos. Por otra parte, la gente con la que interactuamos día a día también se ve afectada por nosotros hasta cierto punto.
Con los años nuestra esfera de influencia tiende a ensancharse. Se añaden más integrantes a nuestro equipo de vida, trátese de un cónyuge, hijos, amigos o asociados. En esas circunstancias, nuestras decisiones suelen tener más peso y mayores repercusiones. Otros dependen de nosotros confiando en que tendremos buen criterio y
resultan afectados por nuestras decisiones. El deporte en equipo de la vida se torna más complejo y por lo general se sigue complejizando con el paso de los años.
Lo interesante es que si bien la vida es un deporte en equipo, hay un espacio en que ese deporte se juega de manera individual. Ese espacio es nuestra relación personal con Dios. Cuando se trata de nuestra fe y relación con Dios no podemos pasarle la pelota a otra persona y pedirle que ella dispare o haga el gol por nosotros.
Cuando se cumpla el tiempo reglamentario y suene el pitazo final, la Biblia nos dice que cada uno compareceremos solos ante el Dios del Cielo y le rendiremos cuentas por la vida que llevamos y los actos que realizamos (Romanos 14:10-12). Ese momento no habrá nadie más que Dios y cada uno de nosotros individualmente. Cuando nos presentemos delante del Señor al final de nuestra vida no lo haremos en equipo o como parte de una familia o iglesia o comunidad cristiana. Cada cual comparecerá solo.
Por eso, independientemente de las tendencias y corrientes de la cultura contemporánea, se nos insta a los
cristianos a honrar y agradar a Dios con nuestras acciones y decisiones. Sean cuales sean los actos y elecciones de otras personas, lo importante es que vivamos en concordancia con nuestra fe y valores, amando a Dios y al prójimo y haciendo lo posible por llevar a otros al conocimiento de Dios y conducirlos a una relación con Él.
Nuestra vocación como cristianos es reflejar diariamente el amor de Dios ante nuestros parientes y seres queridos y en nuestro lugar de trabajo y vecindad (Mateo 5:14-16). Parte de nuestro testimonio, según la Biblia, consiste en ser buenos modelos de conducta para la gente de nuestras redes sociales más amplias, a fin de que nuestra influencia los enriquezca espiritualmente (Romanos 12:12-18; Filipenses 2:15).
A veces es difícil hacer lo que está bien y ser consecuentes con nuestras convicciones cuando ello no atrae muchas simpatías ni goza de aceptación general. Si bien eso a veces pone a prueba nuestra fe, lo maravilloso es que cuando cada uno aceptamos ser hijos de Dios somos aptos entonces para formar parte del equipo triunfador, ¡con nuestro entrenador Jesús a la cabeza! (Colosenses 1:12.) Aun cuando la pifiamos y perdemos la pelota, ¡siempre podemos depender de Él para que haga que todo en este juego de la vida redunde en nuestro bien, incluido lo bueno y lo malo, nuestros triunfos y derrotas y hasta nuestros fallos y fracasos! (Romanos 8:28.)
Dios ve y toma nota de todas las decisiones que tomamos y cómo cada una de ellas afecta nuestra vida, así como la vida de la gente de nuestro círculo de influencia. A la vez Él advierte de qué manera procuramos enriquecer la existencia de los demás. Igualmente ve el amor que albergamos por Él, la fe que cada uno tenemos íntimamente en Él, nuestro deseo de agradarle y obedecerle, así como nuestra convicción para hablar a los demás acerca de Él y demostrarles amor y atención desinteresados.
La estrategia para ganar el juego consiste en tomar decisiones en la vida que pasen la prueba del tiempo, y el secreto para decidir con acierto tiene su origen en una relación personal con Dios. Están tú y Él a solas en esa cancha, y las decisiones que tomes con el fin de no faltarle a Él y a Su Palabra serán recompensadas a la hora en que seas recibido en tu hogar eterno en el cielo. Tendrás la aprobación de Dios, que es la máxima que se puede desear (Mateo 25:21).
Es imperativo que mientras corremos la carrera de la vida tengamos siempre el foco en la meta, «fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe» (Hebreos 12:2 nvi).
Texto adaptado de la serie Roadmap sobre liderazgo cristiano. ■
Si todavía no has aceptado a Jesús como tu entrenador en el juego de la vida, puedes hacerlo ahora mismo rezando esta sencilla oración:
Jesús, creo sinceramente que moriste por mí. ¡Gracias! Te pido que entres en mi corazón, me perdones mis pecados y me concedas la vida eterna. Te ruego que me llenes de Tu Espíritu Santo. Necesito Tu adiestramiento y orientación en este juego de la vida para poder tomar decisiones acertadas y entrar a la vida eterna como un campeón. Ayúdame a correr esta carrera con los ojos puestos en Ti, mi grande y victorioso entrenador. Amén.
MANTENIMIENTO PREVENTIVO
Fátima Sara
Todos pasamos por situaciones que dejan una huella profunda en el alma. Yo viví una de esas experiencias hace algunos años.
Mientras oraba, Jesús me reveló: «Pondré a prueba tu fe dentro de poco, pero no temas. Será una época de reajustes».
Diez días después, durante un viaje para llevar ayuda humanitaria a una zona de difícil acceso de Burkina Faso, África occidental, me encontré boca abajo dentro de un Land Rover que se había salido de la carretera y rodado hacia una zanja.
Recuerdo los siguientes días como un enjambre de visitas a hospitales, llamadas telefónicas, recuentos del incidente y palabras de agradecimiento a Dios por Su protección. Cinco personas pasamos por lo que podría haber sido un accidente mortal; sin embargo, la peor lesión que sufrimos fue una rotura de clavícula.
Dios es capaz de sacar experiencias positivas de cualquier situación, y ese accidente no fue la excepción. Fuimos beneficiarios de la hospitalidad y empatía tan frecuente en todos los estratos de la sociedad africana. Todos, desde los taxistas hasta los doctores, sin olvidar a los embajadores, expresaron su preocupación por que estuviéramos bien atendidos. Yo también aprendí a apreciar más a mis compañeros, cuyos hematomas, contusiones e incluso una fractura no constituyeron un obstáculo para llevar ayuda humanitaria a varios orfanatos y aldeas de zonas apartadas.
No obstante, lo que me marcó más fue la enseñanza que Dios me dejó acerca de mi vida espiritual. Como las ruedas de aquel Land Rover, que no estaban bien alineadas y resultaron ser la causa del accidente, mi espíritu también necesita mantenimiento con regularidad. De no hacerle revisiones frecuentes, se puede maltratar y estropear por tanto bache y tanta roca en la ruta de la vida: dificultades, decepciones, pérdidas y otros percances. Y si no corrijo la alineación de mi espíritu, la próxima vez que me tope con un gran bache podría perder el control, salirme de la carretera y acabar en una zanja boca abajo. La puesta a punto de nuestro espíritu, aplicando oración, nutriéndolo de elementos sanos y llevando una vida acorde con los principios divinos, es tan importante para nuestra felicidad y calidad de vida como poner a punto un vehículo en aras de la seguridad en la carretera. Cuando nos esforzamos por mantener saludable nuestro espíritu y somos conscientes de nuestras capacidades y limitaciones, reaccionamos mejor ante cualquier circunstancia en la que nos encontremos. La fe en el amor de Dios mitiga, como la amortiguación, el efecto de los baches con que nos topamos en el camino. Una correcta alineación nos mantiene encauzados en la buena senda. Nuestra vida discurre entonces por el rumbo que Dios ha dispuesto.
¡Buen viaje!
Fátima Sara es profesora de idiomas y una de las fundadoras de Sembrando Valores Granada y Family Education Ghana. ■
Desconocer agravios
Marie Alvero
«Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo» (Salmo 119:165).
Partiré por comentarles algunas cosas que no me han ofendido. Mi pequeño de dos años que se enfada conmigo en el auto por abrocharle el cinturón de seguridad en su silla infantil. Una celebridad que luzca una prenda atroz en la alfombra roja. Cualquier equipo, sea el que sea, que gane o pierda el campeonato mundial. Una persona que no siendo amiga mía critique mi casa.
Esas cosas no me hacen mella, ya sea porque sé que tengo razón —tal es el caso de mi hijo en su sillita— o porque no estoy condicionada por el desenlace, la relación o la opinión de la otra persona.
Por otra parte, sí me han ofendido opiniones de terceros acerca de mi cristianismo, mi inteligencia, la política, mi aspecto, mis experiencias, conocimientos, habilidades, relaciones y más. ¿Por qué? Porque alteran el concepto que tengo de mí misma o porque el tema o el desenlace del que se trata es sensible para mí. Muchas veces una interacción que tuve con alguien se estropeó porque me ofendí o porque conseguí ofender a mi interlocutor. Es fácil que eso suceda cuando mis prioridades están desbarajustadas. En momentos así me preocupo más por lo temporal y lo superficial que por lo que Dios ha expresado, y así, sin darme cuenta, termino zigzagueando cuesta abajo por un camino por el que nunca quise enfilar.
Cuánto más sencillo es estar uno bien cimentado en la verdad y no ofenderse por cualquier tema. ¿Cómo se hace
eso? Oyendo la Palabra de Dios. La Biblia nos enseña lo que es verdad, por más que toda la demás gente vocifere lo contrario. Dios nos dice cómo ve Él a Sus hijos, aunque te asalten otras opiniones.
Cuando me aferro a lo que Dios dice en la Biblia, los otros cuentos se achican, se tornan menos ofensivos y son menos contundentes. Yo no siempre lidio bien con esas cosas. Me cuesta. A veces esas otras cuestiones cobran demasiada importancia para mí. Esta misma mañana me piqué por algo innecesariamente. Por suerte los versos bíblicos que cité al principio de este artículo me vinieron al pensamiento y me recordaron qué es lo que en verdad vale la pena.
Ofenderse, a tenor de la cultura, es una insignia de honor, un modo de resguardarse. Sin embargo, esa actitud está generando una hostilidad y una fragilidad que está destruyendo las relaciones y deteriorando la salud mental. Eso no quiere decir que no haya cosas que valgan la pena conversar y defender. Lo que sí significa es que si les atribuimos tanta importancia como para sobresaltarnos, probablemente las estamos sobredimensionando.
Redescubre la Palabra de Dios. Acuérdate de lo que es eterno, infalible y verdadero (Mateo 24:35). Recobra la paz perdida.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
REPARAR LAS GOTERAS
Chris Mizrany
Cuando Sudáfrica sufrió una grave sequía hace algunos años, la estación húmeda a la que estamos habituados transcurrió casi sin precipitaciones. Agravado por el aumento de la población urbana, aquello causó una preocupante escasez en el suministro de agua.
Durante ese trance, un día nos llevamos un susto al revisar el contador de agua, ya que registraba casi el doble de nuestro consumo habitual. El municipio había subido las tarifas de agua para desincentivar el derroche y había prometido publicar una lista con los nombres de los hogares que más consumían para avergonzar a los negligentes. Todos decidimos encontrar el origen del despilfarro. ¿Nos duchábamos con exuberancia? No. ¿Guerras de agua en el jardín? Tampoco. No entendíamos a qué se debía el exceso de consumo.
Entonces alguien oyó un tenue sonido procedente de uno de los inodoros. Después de investigar, descubrimos que la barra del flotador había bajado demasiado, lo que permitía que saliera un chorrito de agua que se desperdiciaba. El goteo era casi imperceptible, pero a lo largo de un mes generó una enorme evasión.
Se reparó la fuga. Nuestro ritmo cardíaco volvió a la normalidad.
En resumidas cuentas, un triunfo importante. Sin embargo, eso no resolvió del todo el problema. Para
compensar el sobrecosto de la factura del agua tuvimos que ser sumamente ahorrativos el mes siguiente. Eso significaba no usar el lavavajillas, lavar la ropa a mano, tomar duchas más breves y menos frecuentes y reciclar el agua para las cisternas y para trapear el suelo. Lo superamos, pero ¡cuánto más fácil habría sido si hubiéramos detectado antes la fuga!
Esto me lleva a reflexionar sobre el empleo de mi tiempo. En cantidades imperceptibles dejo que el tiempo se esfume de mi jornada sin posibilidad de recuperarlo. Se percibe escasez de tiempo en todo el mundo; el reloj de arena se vacía rápidamente. Así y todo, con demasiada frecuencia dejo que mi tiempo se dilapide innecesariamente y sin haber logrado algo palpable. ¡Entonces, de golpe, me enfrento a un plazo de entrega o algún otro asunto, y simplemente no tengo tiempo! Así que sufro por desaprovecharlo.
La Biblia dice: «Tengan cuidado de cómo viven. […] Saquen el mayor provecho de cada oportunidad en estos días malos (Efesios 5:15,16 ntv). Salgamos a detectar las «fugas» de nuestra vida para poder vivir plenamente y contribuir a mejorar nuestra parte del mundo.
Chris Mizrany es misionero a plena dedicación y colaborador de la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica ■
TESOROS DEL CORAZÓN
Curtis Peter van Gorder
En mis viajes por tierras lejanas para contemplar sitios antiguos, hay un tema que resuena. Es ese aciago presentimiento de que los tesoros y los placeres de este mundo son efímeros. Es como si las ruinas exclamaran: «No confíes en riquezas inciertas; el poder y la fama son una ilusión». O según leía un enigmático mensaje del más allá sobre la tumba de un noble romano: Como yo soy, ¡así serás tú!
Se trata de un baño de realidad no muy distinto de la amarga vivencia del autor del Eclesiastés. Él llegó a decir: «Me engrandecí en gran manera, más que todos los que me precedieron en Jerusalén; además, la sabiduría permanecía conmigo. No negué a mis ojos ningún deseo ni privé a mi corazón de placer alguno. Mi corazón
disfrutó de todos mis trabajos. ¡Solo eso saqué de tanto afanarme! Luego observé todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas. Vi que todo era vanidad, un correr tras el viento, y que no había provecho bajo el sol» (Eclesiastés 2:9–11 nvi).
Cada sitio de antiguo esplendor posee su historia singular sepultada bajo los escombros de los siglos. De cuando en cuando una pequeña parte de esa historia asoma a la luz del sol y nos permite vislumbrar lo que hay debajo. Algo así ocurrió durante nuestra reciente visita al fuerte de Kangra en el norte de la India, apodado la perla del Himalaya por los gobernantes mogoles que codiciaban el dominio que este tenía sobre la región.
La narración que escuchamos contaba que la gente de las tierras aledañas llevaba regularmente sus ofrendas a los templos del lugar. Como las arcas estaban repletas de excedentes, cavaron pozos para almacenar la inmensa riqueza acumulada, que, por supuesto, no pasó inadvertida. En el año 1009, Mahmud de Ghazni capturó la ciudad y, con sus camellos agobiados por la carga, ¡se llevó siete toneladas de monedas de oro, ocho toneladas de diamantes y perlas y 28 toneladas de utensilios de plata y oro!
La gente intentó consolar al antiguo gobernante de la ciudad dando cada súbdito una rupia. Con el dinero recaudado adquirieron un collar de perlas para obsequiarle. Aquel collar fue una reliquia familiar hasta que se le entregó a los británicos a cambio del gobierno de una pequeña extensión de tierra. Hoy, ese collar se encuentra entre las joyas de la corona en Londres.
Como tantos otros edificios gloriosos que se han derrumbado, el fuerte de Kangra sufrió graves daños en un terremoto que sacudió la zona en 1905.
Tal grado de transitoriedad me lleva a pensar: ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Qué perdurará? Jesús nos dice que «la vida de uno no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15). Entonces, ¿en qué consiste?
Al final del Eclesiastés el autor lo resume diciendo: «El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto» (Eclesiastés 12:13,14 nvi).
Jesús nos dice que el mayor mandamiento es que amemos a Dios y a los demás, lo que nos reportará recompensas celestiales. No, no podemos llevarnos nada con nosotros cuando morimos, como descubrió el rico
No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban. Almacena tus tesoros en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruir, y los ladrones no entran a robar. Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón. Mateo 6:19–21 ntv
insensato de la parábola de Jesús. En lugar de distribuir sus abundantes reservas de grano, se desveló proyectando graneros más grandes en los que guardar su excedente. Sin embargo, aquella noche murió (v. Lucas 12:16–21.)
Desnudos vinimos al mundo y desnudos nos iremos, pero he aquí la buena noticia: Jesús prometió que lo que hagamos por amor a Dios y a los demás perdurará. Él nos premiará ahora y en el más allá.
Mi padre era abogado especializado en divorcios. Después de toda una vida lidiando con partes en disputa, reflexionó: «Al final, todo es cuestión de trastos. ¿Quién se quedaría con ese sofá o con aquel auto? ¡Qué desperdicio! La vida consta de mucho más que trastos».
El consejo de Pablo al joven Timoteo fue que amara al Dios vivo y confiara en Él (v. 1 Timoteo 6). Debemos disfrutar de lo que tenemos, e inclusive dar gracias aunque sea escasísimo lo que tenemos. Se nos insta a ser generosos y ayudar a los necesitados, amén de mantener abiertas las líneas de comunicación para dar a conocer nuestra fe y animar a los demás.
Esos son buenos principios rectores, tesoros eternos que ni un terremoto puede derribar ni los camellos se pueden llevar a cuestas.
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■
LA HUMILDAD, UNA CUALIDAD CLAVE
G.L. Ellens
La revista Forbes publicó un artículo sobre la importancia de la humildad para triunfar en el mundo actual. En una sociedad que valora el autobombo y el individualismo, con frecuencia se pasa por alto la humildad como rasgo deseable. Sin embargo, a medida que evoluciona nuestra concepción de lo que será el lugar de trabajo en un futuro, la humildad adquiere cada vez más importancia. Al examinar el mundo cambiante y explorar lo que la Biblia nos enseña sobre la humildad, podemos adoptar esta aptitud y convertirnos en mejores dirigentes y colaboradores.
Conforme la tecnología y la innovación siguen incidiendo en la mano de obra, la necesidad de humildad es más acuciante que nunca. El auge de la inteligencia artificial y la automatización ha provocado la sustitución de muchos puestos de trabajo, y los que quedan a menudo requieren un nuevo conjunto de competencias. Las competencias blandas, como la comunicación, la adaptabilidad y la colaboración, están pasando a un primer plano. Quienes son humildes tienen más probabilidades de ser adaptables, estar abiertos a nuevas ideas y dispuestos a aprender de los demás, lo que resulta esencial en un sector que requiere colaboración y grupos multifacéticos e interfuncionales.
el mejor ejemplo de humildad. El Evangelio de Mateo describe su entrada en Jerusalén: «He aquí tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna y sobre un borriquillo, hijo de bestia de carga» (Mateo 21:5). Pablo exhorta a Timoteo, un joven dirigente de la iglesia, diciéndole: «Sé bondadoso con todos, capaz de enseñar y paciente con las personas difíciles» (2 Timoteo 2:24 ntv).
Puede que la sociedad en general considere la humildad como una forma de granjearse respeto e influir en los demás; la Biblia, en cambio, hace hincapié en la humildad como forma de servir y honrar a Dios. Los creyentes pueden salvar esa distancia considerando la humildad como una forma de honrar a Dios y establecer relaciones robustas con los demás. Cultivar la humildad es un proceso que dura toda la vida. Sin embargo, podemos dar algunos pasos prácticos para cultivar esa importante virtud. Una de ellas es practicar la escucha activa, que consiste en prestar atención y aplicarse para comprender lo que dicen los demás. Otra es admitir nuestros errores y responsabilizarnos de ellos, en lugar de culpar a los demás. Por último, podemos cultivar la humildad sirviendo a los demás y anteponiendo sus necesidades a las nuestras.
Proverbios 22:4 dice: «Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor del Señor».
Los cristianos estamos bien preparados para el futuro porque reconocemos la importancia de la humildad desde la perspectiva divina. La Biblia tiene mucho que decir sobre su relevancia y presenta ejemplos de líderes que se distinguieron por su sencillez y llaneza. Jesús es
G.L. Ellens fue misionera y docente en el sureste asiático durante más de 25 años. Pese a que se jubiló, aún realiza labores voluntarias, además de dedicarse a escribir. ■
CON LOS OJOS EN JESÚS
Marie Knight
Cuando empecé a correr por motivos de salud, no era muy optimista. No creía que pudiera llegar muy lejos y casi me convencí a mí misma de abandonar la idea. No obstante, empecé a regañadientes, fijándome un pequeño objetivo: trotar 10 minutos, caminar 5 y volver a trotar.
Al principio me quedé pronto sin aliento por el esfuerzo poco habitual y a los cinco minutos de carrera ya me dolían las piernas. Todo dentro de mí me decía que me rindiera y parara, pero apenas estaba a mitad de camino de la primera parte de mi objetivo, así que seguí adelante. No puedo decir exactamente cuándo ocurrió, pero después de superar las primeras sensaciones de agotamiento e incomodidad, se hizo soportable. Pasaron diez minutos, luego quince. Finalmente, alcancé mi objetivo de correr 30 minutos seguidos.
La Biblia toca el tema de las carreras en Hebreos 12:1–3: «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos delante de nosotros puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que tenía delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Consideren,
pues, al que soportó tanta hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no decaiga el ánimo de ustedes ni desmayen».
Claro está, que no se refiere a un trote de 30 minutos; es más bien una metáfora de la vida. Correr con paciencia significa seguir adelante, no abandonar. No se trata de una carrera de 100 metros llanos que se acaba rápido; es un maratón de resistencia. Necesitamos paciencia y motivación para alcanzar nuestra meta.
Comenzamos por rendirnos mentalmente. Si nos desanimamos y nos convencemos de que algo es demasiado difícil, normalmente termina siéndolo. Entonces apartamos la vista de la meta y nos ponemos a pensar en sentimientos y circunstancias.
Para los cristianos nuestra mayor motivación es seguir mirando a Jesús, que soportó grandes sufrimientos por nosotros con alegría, porque sabía lo que lograría y lo que implicaría para nosotros. Si nos mantenemos enfocados se hace posible hacer lo que pensábamos que no lo era, y un día evocaremos las palabras del apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera; he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7).
Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación. Vive en los EEUU. ■
Mi mundo
ABRAZAR LOS CAMBIOS
Iris Richard
dio un vuelco cuando muchos de los procedimientos acostumbrados que habíamos seguido durante años parecían desmantelarse. Se venció nuestro contrato de alojamiento de largo plazo, y uno a uno los integrantes del equipo con el que llevábamos tiempo trabajando en programas comunales y labores misioneras decidieron marcharse. Nuestros hijos, ya jóvenes adultos, batieron las alas y salieron volando del nido. Mi marido y yo terminamos solos en un difícil campo misionero africano. Estábamos lejos de ser competentes y no teníamos el valor para capear la tormenta que alteró nuestras costumbres y actividades habituales.
Aunque tuvimos que admitir que Dios nunca había dejado de ayudarnos a superar las muchas pruebas y
desafíos que habíamos enfrentado y que nunca había faltado a ninguna de Sus promesas de cuidarnos, apoyarnos y mantenernos a salvo (Mateo 7:7,8), nuestra perspectiva no era muy positiva que digamos. El dilema de cómo gestionar el aumento de la carga de trabajo parecía aterrador, y mientras trataba de resolver la situación inmediata, el vacío y la preocupación por el futuro se instalaron en mi mente.
Habíamos dependido de las numerosas aptitudes que nuestros compañeros aportaban al equipo. Siempre habíamos tenido gente muy hábil con la que colaborar. En consecuencia, nunca me decidí a emprender la tediosa tarea de tomar clases de conducir. Habría tenido que aprender a circular por el temible tráfico de la jungla de nuestra congestionada ciudad africana, cosa que gustosamente dejé en manos de un compañero de trabajo.
Tampoco me había sido necesario adquirir la pericia de proyectar las actualizaciones periódicas y diseñar los folletos de nuestra labor. Encima, hablar en público no era exactamente mi especialidad. En otros tiempos siempre había habido colaboradores dotados para abordar esas tareas. No tener que encargarme de esas cosas me concedió el privilegio de hacer lo que estaba al alcance de mis capacidades y formación.
Con los cambios tan radicales que se habían producido, mi mente se resistía: Dios mío, ¿qué pasó con la vida tan ordenada y programada que llevaba y en qué momento llegaron aquellas olas amenazantes a poner en riesgo nuestra embarcación? Andaba preocupada por eso durante mi tiempo matutino de lectura y oración, cuando me vino al pensamiento el siguiente versículo bíblico: «Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, que Él actuará» (Salmo 37:5 nbla). A eso le siguió otro breve mensaje: «¡Ten valor; Dios es dueño de la situación!»
adquiridas han sido un gran aporte para nuestra obra comunitaria.
Mis quejas habían empañado mi visión de las cosas nuevas que Dios quería hacer en mi vida. El tiempo que pasé lamentándome de las puertas cerradas del pasado me había ofuscado, al punto en que ni siquiera me había dado cuenta de las ventanas abiertas que habían aparecido ahí mismo en mi vecindad. He cobrado más conciencia, sobre todo desde que he ido avanzando en edad, de que mi tendencia natural es centrarme primero en lo negativo, rumiando las oportunidades perdidas, antes de prestar atención a los beneficios que suelen traer aparejados los cambios.
Cuando por fin me concentré en el aspecto positivo de las puertas cerradas, percibí la fresca fragancia que soplaba a través de las ventanas recién abiertas hacia las que Dios intentaba dirigir mi atención. Recordé lo que un amigo me había dicho hacía poco: «Las bendiciones vienen en diferentes formas y tamaños; tanto es así que no siempre las reconocemos».
Así que me lancé. Me apunté a un curso de seis meses de terapia de orientación y obtuve mi certificado. Estudié un tutorial para aprender a diseñar folletos. Y aprobé el examen de conducir. Esas competencias recientemente
Lo que parecía una derrota abismal, en realidad resultó ser toda una escalera de emocionantes peldaños que nos llevaban cada vez más alto. Además, el proceso de aprendizaje forzado contribuyó a hacerme una persona más proporcionada y polifacética, lo que me resultó muy útil para algunas de las nuevas tareas que la vida me ha deparado. Lo mejor de todo es que experimenté lo que escribió C.S. Lewis: «Cuando perdemos una bendición, a menudo se da otra en su lugar de la forma más inesperada».
En los 29 años —y contando— que llevo trabajando en el continente africano, con toda su inseguridad, pobreza y trastornos súbitos, mi fe en la Palabra de Dios ha sido mi escudo. Me ha dotado de valor, capacidad de adaptación y resistencia para sobrellevar los tiempos difíciles, cuando la energía escasea y la determinación se agota (v. Romanos 4:20,21).
Además, he visto desenvolverse un asombroso designio en mi vida, que solo puede atribuirse a la guía de Dios, lo que para mí es prueba de que nada escapa del control divino y podemos dejar que Él dirija nuestros caminos.
«Entonces tus oídos oirán a tus espaldas estas palabras: “¡Este es el camino; anden por él, ya sea que vayan a la derecha o a la izquierda”» (Isaías 30:21).
Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■
Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero aun así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin. Eclesiastés 3:11 (ntv)
De Jesús, con cariño
DECISIONES COTIDIANAS DE GRAN ALCANCE
Quizá te parezca que tu vida no tiene mayor importancia o que lo que haces no sirve de mucho en el gran designio del universo. Pero en Mi equipo, todos los jugadores son importantes, y necesito que hagas tu parte —ser la sal y la luz del mundo—, tanto si te parece importante como insignificante (Mateo 5:13-16). Lo fundamental es que lo hagas todo de corazón, con toda el alma (Eclesiastés 9:10).
En muchos deportes los equipos cuentan con muchos jugadores y no todos son siempre titulares. Puede que algunas funciones parezcan menos importantes que otras. No obstante, cada jugador de Mi equipo es relevante. Necesito que cumplas tu función de ser Mi sal y Mi luz para este mundo, independientemente de si la tarea te parece trascendente o intrascendente (Mateo 20:16). Muchas personas se sorprenderán cuando caigan en cuenta de que esos actos de amor y compasión que realizaban todos los días y parecían triviales tenían tremenda importancia para la promoción de Mi reino.
Todo lo que sucede en tu vida tiene un propósito y representa una oportunidad de optar por las cosas que realmente importan. Las decisiones que se adoptan por amor a Mí y a los demás perdurarán por la eternidad. Eso incluye las opciones de amar que se te presentan todos los días y pasan inadvertidas, opciones de demostrar compasión, de dar con generosidad y de interesarse sinceramente por quienes te rodean.