Conéctate, febrero de 2025: Amor en acción

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Año 26 • Número 2

ANDAR EN EL AMOR DE CRISTO

Amor en acción

Un texto inesperado

El valor de las pequeñeces

No dejes pasar la ocasión

Un sorprendente acto de bondad

Año 26, número 2

A NUESTROS AMIGOS

tender puentes

Cuando se trata de relaciones entre personas se dice que algunas construyen muros y otras tienden puentes. Amar al prójimo como a nosotros mismos es uno de los cometidos más difíciles que tenemos en la vida (Mateo 22:39). Efectivamente, para comunicarnos con nuestros semejantes y brindarles ayuda hay que redoblar esfuerzos. Jesús enseñó que es fácil ser amables y afectuosos con quienes nos aman; la prueba de fuego se da cuando nos topamos con gente difícil de amar (Lucas 6:32–34). Seguramente hay un motivo por el que nuestro vecino es un gruñón y la cajera pone cara de vinagre. No obstante, una sonrisa, unas pocas palabras amables o un simple acto de bondad puede ser todo lo que hace falta para que asome dulzura en esa cara agria. Mucha gente lleva dentro una pena o una angustia y su aparente dureza no es más que una coraza protectora. Para derribar esos muros de resistencia y tender puentes de amistad quizá sea necesario poner de nuestra parte una cuota de oración, de paciencia, y demostrar que realmente nos interesamos por la persona. El esfuerzo compensará y es posible que en el intento terminemos ganando un amigo o un hermano. Acometamos hoy la empresa de construir puentes. El poeta Edwin Markham escribió: «Él trazó un círculo que me excluyó —hereje, rebelde, un ser repudiable—. Pero el amor y yo tuvimos el ingenio para ganar: ¡trazamos un círculo que lo incluyó!»

En honor a febrero, mes en que muchos celebran el amor y la amistad, los artículos del presente número de Conéctate abordan lo que significa en la práctica llevar una vida impulsada por el amor. Algunos versan sobre dar y expresar amor y amabilidad —el haz— y otros sobre —el envés— ser receptores o beneficiarios del amor. La revista incluye narraciones cortas acerca de personas que al pasar por momentos difíciles se apoyan mutuamente, aprovechan la ayuda de un mentor o guía, encaran y resuelven malentendidos y brindan ayuda a otros seres necesitados sin pestañear. Nuestro artículo de fondo es un estudio bíblico exhaustivo sobre las muchas facetas del amor, partiendo de la base de que este encarna la esencia misma de Dios (1 Juan 4:8).

Recuerda que el amor que entregas nunca se desaprovecha y que los obstáculos que enfrentes en tus interacciones con otras personas son pequeños comparados con el poder del amor de Dios. Que el amor sea tu guía, tu luz y tu fortaleza a lo largo de este mes y en lo sucesivo.

Gabriel y Sally García Redacción

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NO DEJES

PASAR LA OCASIÓN

El deseo de hacer el bien, de tener trascendencia y de encontrar un propósito en la vida parece ser una brújula innata para la mayoría de nosotros.

Sin embargo, es fácil minimizar los pequeños actos de bondad susceptibles de influir profundamente en la vida de alguien. Dar cabida a sentimientos de ineptitud puede incluso disuadirnos de responder a un llamado de Dios que reclama acción, cuando en realidad un momento aprovechado podría brindar una inmejorable oportunidad de hacer el bien. Una amiga me contó de un encuentro extraordinario y único que vivió hace poco. Se había apresurado a entrar en una tienda para hacer un recado rápido y cuando salió, momentos después, vio con horror que su auto había desaparecido. Lo había estacionado de prisa sin poner el freno de mano y ¡en ese momento el vehículo rodaba lentamente por la calle en dirección a un cruce muy transitado! Entonces ocurrió algo desconcertante.

sufriera graves daños, sino que también le había enseñado que todos podemos ser una bendición para los demás si no dudamos en reaccionar frente a una necesidad.

Un hombre con ropa harapienta corrió tras el auto y lanzando todo su peso contra el costado de este, consiguió desviarlo hacia un bordillo, donde se detuvo. Por un momento mi amiga se quedó sin habla, agradeciendo en silencio a Dios una intervención tan impresionante de quien menos se esperaba.

Me dijo que se había dado cuenta de que cualquiera puede tener un efecto palpable para salvar una situación aprovechando el momento en que es necesario actuar. Aquel mendigo no solo había evitado que el auto de ella

Escuchar esa experiencia que vivió mi amiga me impulsó a ser más consciente de los momentos en que puedo aprovechar una oportunidad para marcar la diferencia. Al fin y al cabo, de tanto en tanto todos afrontamos duras batallas. Ser amable y servicial bien puede aliviar la carga de alguien y arrojar un rayo de sol sobre su vida. Es importante mostrar empatía y amabilidad hacia los demás, sobre todo cuando hay tanta gente sufriendo en el mundo. La bondad puede abrir puertas para los demás y para ti mismo, como el caso del mendigo cuya buena acción evitó un desastre y le valió una buena recompensa.

Ningún acto de bondad, por pequeño que sea, es en vano.

Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■

Iris Richard

ANDAR EN EL AMOR DE CRISTO

En la primera epístola de Juan leemos la breve pero profunda afirmación de que «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Juan explica a continuación: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él» (1 Juan 4:9).

Si bien la frase Dios es amor no se encuentra en el Antiguo

Testamento, desde el Génesis hasta Malaquías se caracteriza a Dios como el que ama fiel y eternamente. A lo largo del Antiguo Testamento se nos da a conocer el amor inagotable de Dios que perdura «hasta mil generaciones» y se extiende «desde la eternidad y hasta la eternidad» (Deuteronomio 7:9; Salmo 103:17).

En el Nuevo Testamento se representa a Jesús como el amor que entraña Su Padre por la humanidad. A los que

creemos en Él nos instruyó que siguiéramos Sus enseñanzas de manera que permaneciéramos en Su amor y lo reflejáramos a los demás ( Juan 15:9,10). Con el fin de ayudarnos a andar en Su amor envió al Espíritu Santo, que nos enseñará todas las cosas y nos traerá a la memoria todo lo que Él enseñó ( Juan 14:26). La presencia del Espíritu Santo en nuestra vida se hace palpable en el amor, la bondad y la gentileza que proyectamos hacia los demás (Gálatas 5:22).

En el Nuevo Testamento figuran cuatro vocablos traducidos a nuestro idioma con la palabra amor pero que en el original griego poseen diversos significados. El vocablo más utilizado comúnmente para expresar amor en el Nuevo Testamento es agápē. Tal como se lo emplea en la Escritura significa el amor de Dios. Por ejemplo, en la frase Dios es amor de 1 Juan 4:8, el vocablo original griego es agápē. Todo lo que hace Dios está impulsado por Su amor y brota de ese amor.

Agápē se refiere también al amor que abrigamos por Dios y nuestros semejantes, el cual Jesús destacó como el mayor de todos los mandamientos (Marcos 12:30,31) y el que manifestamos a los demás como reflejo de Cristo: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» ( Juan 13:34). Es el amor que manifestó Jesús y que lo llevó a ofrendar Su vida a fin de que viviéramos con Él eternamente.

Se nos insta a los cristianos a imitar el amor abnegado que ejemplificó Jesús, así como escribió Pablo: «Sean imitadores de Dios como hijos

llamado a imitar el amor de Jesús es un requerimiento a manifestar amabilidad, compasión y amor, no solo a las personas con las que tenemos una relación cercana y con las que nos sentimos cómodos, sino a las que piensan, creen y actúan en discrepancia con nosotros. Al fin y al cabo Jesús nos exhortó a amar a nuestros enemigos y a los que nos hacen algún mal o nos maltratan.

amados, y anden en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios» (Efesios 5:1,2). Al leer los Evangelios y las Epístolas vemos que en cada capítulo está presente este amor agápē que opta por anteponer las necesidades de los demás a las suyas propias, que admite molestias y contrariedades y se sacrifica voluntariamente por el bien del otro. Se trata de un amor que evidencia bondad, buena voluntad y un compromiso por el bienestar de los semejantes sin esperar nada a cambio.

En las versiones antiguas agápē se solía traducir por caridad, lo que nos da a entender que este amor es dadivoso y desinteresado; indica amor en acción. El

El apóstol Pablo, en 1 Corintios 13 —llamado frecuentemente el capítulo del amor— definió lo que es, lo que hace y de qué manera se manifiesta el amor: «El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante. No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal. No se goza de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:4-7).

Otras versiones expresan con términos distintos el texto de este pasaje, lo que nos lleva a un conocimiento o comprensión más profundos de su mensaje. Una versión, por ejemplo, dice que el amor «disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites (1 Corintios 13:7 blph). Otra nos enseña que el amor «no exige que las cosas se hagan a su manera. […] No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia» (1 Corintios 13:5-7 ntv).

Esta exigente lista es una buena piedra de toque para los que deseamos andar en el amor de Cristo y encarnar Su

amor, compasión y bondad por medio de nuestra vida y de nuestros dichos y hechos. Jesús puso ejemplos de cómo demostrar ese amor en nuestra vida cotidiana: «A cualquiera que te pida dale. […] Y como quieren que hagan los hombres con ustedes, así también hagan ustedes con ellos» (Lucas 6:30,31).

Prosiguió diciendo: «Hagan bien y den prestado sin esperar ningún provecho. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y los perversos. Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso. […] Den, y se les dará» (Lucas 6:35-38).

La primera epístola de Juan expresa de este modo la importancia de poner el amor en acción en nuestra vida diaria: «Hijitos míos, que nuestro amor no sea solo de palabra ni de labios para afuera, sino que amemos de veras y demostrémoslo con hechos» (1 Juan 3:18 nbv). En su epístola, Santiago nos ofrece algunos ejemplos concretos de poner en acción nuestra fe de tal manera que refleje el amor de Cristo: «Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, y alguno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense” pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma» (Santiago 2:15-17).

Exhibir el amor de Cristo en nuestras acciones e interacciones cotidianas es vital cuando se pretende llevar una vida que refleje a Jesús y atraiga a la gente a Él. Tomar la decisión de cultivar el carácter cristiano, despojarse del viejo yo y revestirse del nuevo, como escribió el apóstol Pablo, es también una expresión de amor (Efesios 4:2024). Todas las virtudes —la compasión, la amabilidad, la bondad, la benignidad y la paciencia— están radicadas en el amor de Cristo, que nos apremia (2 Corintios 5:14 lbla)

Amamos a Dios porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19). Basados en Su amor, nos esmeramos por parecernos más a Él, reflejarlo y manifestar Su amor a otros, por más que ese reflejo sea apenas un destello de lo que Él es a cabalidad. Así y todo, por muy tenue que sea ese destello, nuestras palabras y actos de bondad proyectados con Su amor resplandecen en este mundo de tinieblas y dan gloria al que nos creó, nos amó y nos salvó, y junto al cual gozaremos de la eternidad (Mateo 5:16). Ojalá que todos vayamos adquiriendo una mayor semejanza con Cristo y podamos así reflejar mejor el amor y la benevolencia divinos a cada persona con la que nos topemos.

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

RELACIONES QUE MARCHAN BIEN

Un perro callejero apareció en el vecindario de la familia Rodríguez el mismo día en que la familia González se mudó a la casa contigua. El animal enseguida empezó a hacer destrozos. Escarbaba en los cubos de la basura y a veces los volcaba y desparramaba los desperdicios. Hacía estragos en los macizos de flores de ambos jardines. Los Rodríguez se indignaron de que los González hubieran traído ese bicho al barrio. Los González, por su parte, consideraban injustificable que los Rodríguez no hicieran nada para dominar a su animalito salvaje. Pasaron varias semanas sin que ninguno de los matrimonios le dijera nada al otro. Mientras tanto, se enconó el disgusto entre ambos. Finalmente la señora Rodríguez no aguantó más y le cantó cuatro verdades a su vecina.

—No me diga —contestó la señora González—. ¡Nosotros pensábamos que el perro era de ustedes! Muchas veces los factores que amargan nuestras relaciones se asemejan a ese perro: son simples malentendidos o irritaciones anodinas que cobran una magnitud desproporcionada y no son consecuencia de una acción

legítimamente mala de parte de nadie. Por lo general basta con un poco de comunicación para arreglar el entuerto. Alguien, eso sí, tiene que atreverse a romper la barrera, lo cual —bien sabemos— no siempre es fácil. Ambas partes, convencidas de que están cargadas de razón, se atrincheran en su postura. Se alzan entonces las murallas. Se erosionan las relaciones. Todos se resienten.

¿De dónde sacamos la humildad para admitir que nos hemos equivocado? ¿O el amor y la gracia para perdonar y olvidar un agravio? ¿De dónde sacamos inteligencia y buen sentido para hallarle salida a una situación imposible, las fuerzas para vencer nuestra porfía innata y el valor para dar un primer paso reconciliador? La Biblia nos enseña que el poder divino nos dota de todo lo que nos hace falta para llevar una vida en armonía con Dios por medio del conocimiento de Él (2 Pedro 1:3). Jesús dijo: «Pidan, y se les dará» (Mateo 7:7). Como sucede con todo lo óptimo de la vida, toda relación humana que marcha bien tiene sus raíces en la más sublime de las relaciones, la comunión íntima con «el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1Timoteo 6:17).

Keith Phillips fue jefe de redacción de la revista Activated, la versión en inglés de Conéctate, durante 14 años, entre 1999 y 2013. Hoy él y su esposa Caryn ayudan a personas sin hogar en los EE.UU.  ■

Si aún no has entablado la relación más increíble que puede haber con el Dios vivo, puedes hacerlo ahora. Basta con que eleves esta sencilla plegaria:

Jesús, creo sinceramente que eres el hijo de Dios. Gracias por dar la vida por mí a fin de que pueda vivir en una estrecha relación contigo que perdurará por siempre en el Cielo. Te ruego que me perdones mis pecados y me llenes de Tu Espíritu Santo. ¡Gracias!

UN AMOR DISTINTO

Cuando era niña, el amor —y todos sus derivados y sinónimos— era una de mis palabras favoritas. Recuerdo que cualquier carta que escribía la cerraba diciendo: «¡Te quiero mucho, mucho, mucho!» Sentía amor de mi familia, de mis amigos, de nuestra iglesia. Para mí el amor era sentirme segura y bien cuidada.

Con los años descubrí un tipo de amor diferente, el que se describe en Proverbios 24:6 «Fieles son las heridas que causa el que ama». Aprendí que el amor también consiste en ayudar a la gente a ver sus puntos flacos.

Cuando era adolescente adquirí la mala costumbre de decir palabrotas. Llegó un punto en que se me escapaban de la lengua cuando estaba con mis amigos y apenas me daba cuenta. Un día, un amigo íntimo me llevó aparte y me dijo que, en su opinión, yo decía demasiadas palabrotas. Me comentó que era feo oírlo. Quedé desconcertada y me puse a la defensiva, pero en el fondo no pude evitar reconocer que él tenía razón. Sabía que me lo había dicho porque se preocupaba por mí como amiga y quería lo mejor para mí, y no porque quisiera amargarme la vida. De verdad quería ayudarme a ser mejor persona.

Así que con su ayuda y apoyo estudié lo que dice la Biblia sobre nuestra forma de expresarnos. «La muerte y

la vida están en el poder de la lengua» (Proverbios 18:21). «De lo que abunda en el corazón habla la boca» (Lucas 6:45 nvi). «Si alguien se cree religioso, pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no sirve para nada» (Santiago 1:26 nvi).

Después de un tiempo aprendí a refrenar la lengua y a expresar sorpresa o decepción de un modo más positivo. Ahora estoy muy agradecida de que mi amigo no se inhibiera de mencionármelo, aunque estoy segura de que no le resultó fácil hacerlo. Desde entonces mi familia y mis amigos me han corregido muchas veces y aunque no precisamente me agrada, sé que lo hacen porque me aprecian.

Si bien nos duele en nuestro orgullo que los demás nos corrijan, es por nuestro bien. Basta que pidamos al Señor que nos ayude a comprender y nos esforcemos por superarnos. «Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados.» (Hebreos 12:11.)

Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación en los Estados Unidos. ■

A QUIEN BIEN TE HACE, NO RECHACES

La Biblia enseña que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Esa es la cara; pero ¿qué tal la cruz, dejar que el prójimo nos ame a nosotros como a sí mismo?

Eso a muchos francamente nos cuesta. Nos concentramos en aprender a dar sin esperar nada a cambio; sin embargo, ¿cuántos de nosotros sabemos recibir sin rehuir o poner objeciones? ¿Somos conscientes de que reconocer nuestras limitaciones y aceptar de buena gana un acto de amabilidad puede ser también una manera de amar a nuestros semejantes? ¿Qué cosas nos retraen impidiéndonos recibir un favor o una gentileza? A lo mejor nos da vergüenza. Quizá por dentro estamos orgullosos de nuestra independencia o no queremos quedar en deuda con nadie. Es también posible que no nos sintamos dignos de la consideración expresada a través de un acto de bondad.

Expresándoles que nos alegran los alegramos a ellos. Así todos salimos ganando.

Una vez estuve aprendiendo a trabajar con retazos. Hice un modelo cuadrado en tela con la idea de confeccionarme un bolso. Le pedí a una amiga costurera si me ayudaba a armarlo. Quedó estupendo. ¡Un hermoso gesto de cariño de su parte! Le pregunté una y otra vez cuánto le debía, pero ella me insistía que era costo cero. Será que me puse muy pesada, pues tras no aceptar mi dinero por, no sé, quinta vez, me contestó algo molesta: «¿Te cuesta tanto que alguien te haga una cortesía?» Ahí me di cuenta de que no había aprendido a aceptar la ayuda ajena.

También es bueno aceptar halagos, aunque hacerlo gentilmente y sin protestas puede ser complicado: «¡Ay, no fue nada!» Eso hace que la otra persona tenga que reiterar el halago y se produce cierta tirantez. ¿Por qué no responder simplemente?: «¡Gracias! Es un placer ayudarte» o «Gracias. Muy amable de tu parte decirme eso».

Caí en la cuenta de que a la mayoría de la gente le gusta sentirse útil y apreciada. Cuando alguien te pregunta: «¿En qué podría ayudarte?», lo dice con sinceridad. Esas ofertas de ayuda ponen de manifiesto la confianza que emana de una verdadera amistad y fomentan el espíritu de comunidad.

Mi vecino cría aves de corral y le fascina regalarme unos huevos cuando paso por su casa. Vive bastante solo y probablemente los huevos le dan la oportunidad de iniciar una conversación. Se le ilumina el rostro cuando se le agradezco.

Jesús enseñó que más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35). Para que haya un dador tiene que haber un receptor. Practiquemos por igual la dadivosidad y la receptividad.

Sally García es docente, mentora, escritora y traductora. Realiza asimismo labores misioneras. Vive en Chile con su esposo Gabriel y está afiliada a la Familia Internacional. ■

Un texto inesperado

A veces nos encontramos en un sitio en que podemos ser una bendición para otras personas, servir a los necesitados y divulgar el evangelio. Tal vez eres parte de una misión que beneficia a tu comunidad y es bien recibida. Otras veces, no obstante, nos vemos en una situación en la que consideramos que es poco lo que podemos hacer al respecto. Hace un tiempo me encontré en esa circunstancia. Andaba muy ajetreada. Tenía un trabajo exigente. Estudiaba una carrera. Luego estaban las obligaciones familiares y todos los demás detalles de la vida. La mayor parte de mis interacciones con otros seres humanos tenían lugar en mi puesto de trabajo, donde intentaba prestar oído y ofrecer apoyo, consejos y oración cuando era posible. Aun así, parecía que no había mucho que aportar más allá de brindar mi amistad y ayudar a levantar el ánimo a los que me rodeaban.

Avancemos unos años. Estando ya en otro país, cavilaba y oraba sobre mis próximos pasos y la posibilidad de cambiar de empleo. Me preguntaba si el tiempo que había pasado en mi trabajo anterior me había aportado algún valor duradero. Había resultado costoso en términos de estrés y me preguntaba si debería haberme marchado

antes. Aparte de cobrar un sueldo, ¿tuvo ese trabajo algún otro fin? Lo que me había motivado en principio era construir vínculos relacionales con los compañeros de trabajo, pero a esas alturas me preguntaba si había tenido algún buen efecto.

Al día siguiente me desperté con un mensaje de una de mis antiguas compañeras de trabajo, de la que hacía meses no sabía nada. La llamaré Carla. Yo la había contratado para desempeñarse como principiante. Su historia era desgarradora. Había enfrentado a dificultades en casi todos los ámbitos: en lo económico, lo matrimonial —una separación, la tutela de los hijos—, lo profesional —carencias educativas— y pare usted de contar. Sus circunstancias a futuro no se veían muy prometedoras.

Durante cinco años la orienté hacia una carrera técnica. Volvió a estudiar, obtuvo las certificaciones necesarias y finalmente consiguió un buen puesto con un futuro promisorio. Aunque no faltaron las pruebas y las lágrimas, perseveró, y yo traté de apoyarla en sus momentos complicados y alentar su fe en el Señor. Volvamos a la nota que recibí de ella esa mañana.

Decía así: «Quiero darte las gracias por todo. Me has ayudado a ser la persona que soy hoy. Te agradezco todo lo que has hecho por mí. Te lo debo todo a ti; gracias».

Quedé atónita. Momentos antes yo me andaba cuestionando si había hecho algún aporte sustancial y, oh sorpresa, ahí estaba mi respuesta. Carla me contó que a sus hijos les iba bien y que se habían reparado las relaciones dañadas. Le encanta su trabajo. Por fin tiene una relación de pareja feliz y una nueva trayectoria. Me alegró mucho que me recordaran que las pequeñas cosas —como el apoyo, la oración y el interesarse y preocuparse por la persona— pueden marcar la diferencia. Por supuesto, sé que Jesús tuvo mucho que ver. Pude brindar apoyo, motivación e incluso instrucción a través de Su gracia. Desde luego no fue «todo gracias a mí», pero es profundamente gratificador saber que desempeñé un papel en el cambio de vida de siquiera una personita. Me recuerda lo mucho que el Señor nos ama a cada uno particularmente y se preocupa por cada aspecto de nuestra vida. Él es paciente y está dispuesto a dedicar tiempo para ayudarnos a llegar a buen puerto.

A veces se nos llama a servir en situaciones insólitas o en condiciones que ponen a prueba nuestra fe y capacidad. Quizá nos parezca que no aportamos mucho. En todo caso, podemos estar seguros de que, adondequiera que el Señor nos haya conducido, sigue habiendo un servicio que podemos prestar, por ordinario o intrascendente que parezca. Ningún acto de amor, bondad o generosidad es demasiado nimio para que Dios se valga de él, y cada vida transformada, cada familia que emprende un nuevo rumbo, es algo hermoso que celebrar y de lo cual hacerse parte.

Julie Vasquez es directora de proyectos. Vive en Texas, Estados Unidos. ■

Es posible que pasemos por alto muchas oportunidades de ayudar a alguien, que aun siendo menos ostentosas no dejan de tener el mismo valor eterno. Así como «un viaje de mil kilómetros comienza con un paso», Dios generalmente comienza Sus grandes acciones obrando dentro de un individuo y por medio de él a través de pequeños detalles. Mateo 10:42 dice que incluso un acto tan pequeño como dar a alguien un vaso de agua fría será recompensado. Mateo 25:34-40 asegura que habrá recompensas por visitar a la gente en prisión y por proporcionar alimentos, refugio y ropa a los necesitados. Cada palabra amable, estímulo y mínimo acto de bondad puede ser un factor determinante en la vida de alguien, ya sea ahora o incluso años después. Guy Crockroft

Oración: Dios todopoderoso, a veces esperamos que otra persona intervenga y marque la diferencia. ¿Por qué? Porque pensamos que carecemos de recursos. O que nuestros dones se quedan cortos. Lo increíble es que cuando podemos poner nuestros dones a disposición de Tu reino, Tú los tomas y superas con creces nuestras expectativas. Cuando esta semana nos ofrezcas la oportunidad de hacer algo pequeño para expresar un gran amor, ayúdanos, por lo que más quieras, a aceptarla. Amén. Dianne Vielhuber

No tenía por qué hacerlo

Todos los años recibo una carta de una mujer a la que conocí durante unos seis meses hace más de una década. Cuando nos conocimos, yo tenía la sensación de que mi vida se desmoronaba. Tenía cuatro hijos pequeños, acabábamos de mudarnos a una nueva ciudad, estábamos en la ruina más absoluta, nuestro matrimonio se deshilachaba por el estrés y, francamente, mi fe también. Donde estábamos no teníamos amigos ni éramos parte de ninguna comunidad. El futuro no se veía muy esperanzador.

Aquella mujer y yo nos conocimos el primer día de colegio de nuestros hijos. Las diferencias entre las dos eran notorias. Mientras yo me sentía como una auténtica calamidad, ella era serena y previsible. Tenía la calma y el semblante de alguien que no estaba pendiente de la última moda o tendencia, sino que había hecho una vida sencilla y llena de sentido.

Nuestros hijos se llevaban bien. Y en lugar de mantener a raya a una joven y alborotada madre como yo, aquella mujer nos abrió las puertas de su casa y su vida. Compartimos muchas comidas con su familia, mis hijos pasaban horas en su casa, nos llevaba a la iglesia con los suyos y planeaba actividades para los niños. Me enseñó a desenvolverme en cosas que eran nuevas para mí y fue un gran aporte en aspectos que creo que ella ni siquiera se daba cuenta.

A través de ella me vinculé con un pequeño grupo de madres que se reunían cada semana para orar y estudiar la Biblia. Vaya paradoja. Yo venía de una vida centrada en una obra misionera y en enseñar la Biblia a otros, pero mi fe estaba en su punto más débil y vulnerable. Esas señoras me rodearon y rezaron por mí durante esos meses en los que no tenía fuerzas para hacerlo por mí misma. Cuando pienso en ejemplos de amor que me ha tocado ver, sinceramente hay muchos. Siempre ha habido alguien que refleje el amor de Cristo en mi vida. Sin embargo, aquella mujer sobresale. Creo que es porque yo lo necesitaba mucho en ese momento y porque ella no tenía por qué hacerlo. No tenía por qué complicarse la vida con el desorden que yo añadía y así y todo, lo hizo.

Nos escribimos todos los años para ponernos al día y enviarnos fotos. Su bondad y su amistad siguen siempre presentes. Ella me recuerda que algunas de las mayores oportunidades que tenemos de influir en la vida de alguien residen en nuestra disponibilidad y voluntad de entregar un poco de nosotros mismos en lugar de mantener a alguien a distancia.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■

Respuestas a tus interrogantes

LABRAR AMISTADES

Pregunta: Me gustaría congeniar con la gente y cultivar más amistades y relaciones sustanciosas. La cuestión es que no sé por dónde empezar. ¿Qué consejos me daría para labrar fuertes vínculos con las personas?

Respuesta: Las siguientes pautas te servirán de punto de partida. Lo esencial es no afectar ser algo que no eres, sino esmerarte por cultivar cualidades que hagan que los demás se sientan a gusto y contentos en tu compañía.

• Cortesía y buenos modales. San Basilio observó: «Quien siembra cortesía, recoge amistad, y quien planta amabilidad, cosecha amor».

• Sonrisas. Una sonrisa sincera desarma al que está en guardia, tranquiliza al discutidor, calma al airado y le levanta el ánimo al abatido. Genera un clima positivo.

• Optimismo. Todo el mundo tiene ya problemas de sobra. De ahí que la persona predispuesta a hallar soluciones se suele ganar la simpatía de los demás.

• Sociabilidad. Una fórmula para vencer la timidez y sentirte menos cohibido es esforzarte por que tu interlocutor se sienta cómodo y aceptado.

• Un ojo para lo bueno. Todo el mundo tiene al menos unas pocas cualidades dignas de admiración. Procura descubrirlas en lugar de buscar defectos.

• Elogios. A todo el mundo le hace bien saber que otros notan y aprecian sus virtudes. Sé concreto, generoso y sincero con tus elogios.

• Buen humor. Es ameno estar con una persona que tiene buen sentido del humor. Procura, eso sí, que tu humor no sea a expensas de nadie.

• Amplitud de miras. Todo el mundo tiene derecho a su opinión. Rara vez vale la pena sacrificar una amistad por ganar una discusión. A veces hay que decidir discrepar amistosamente.

• Humildad. La gente orgullosa que anda cantando sus propias loas cae pesada. El humilde inspira simpatía; el orgulloso, en cambio, resulta insoportable.

• Buena disposición para escuchar. Una de las mejores formas de demostrar interés por los demás es prestar atención a lo que dicen y esforzarse por entenderlos y empatizar con ellos.

• Tolerancia con los errores ajenos. Todo el mundo la embarra de vez en cuando. Recuerda la Regla de Oro: traten a los demás como les gustaría que los trataran a ustedes (Mateo 7:12 pdt). Así cabe la posibilidad de que otros te paguen con la misma moneda cuando te equivoques. ■

EL PODER CURATIVO DEL AMOR

intuición y su preocupación. Sin embargo, no fue hasta después del nacimiento de mi nene cuando comprendí la profundidad de su amor y compasión.

Después del parto contraje una grave infección que me dejó postrada en cama con una fiebre incesante. La alegría de acoger a mi recién nacido se vio ensombrecida por los dolores y la debilidad que sentía. Martha recibió la noticia de mi estado y no tardó en hacerse presente en casa.

Conocí a Martha, una enfermera jubilada, en un momento particularmente difícil de su vida. Martha había llegado a un punto en el que albergaba ideas suicidas. Hablé con ella sobre el amor incondicional de Dios y la invité a recibir a Jesús y poner su fe y confianza en Él, buscando en Él el perdón y una nueva vida. Ese sencillo mensaje repercutió profundamente en ella, provocando una transformación de su carácter y su espíritu.

Nuestra amistad se fue estrechando. Un día Martha me trajo ropa de recién nacido y otros artículos de bebé. Me sorprendió mucho, porque acababa de enterarme de que estaba embarazada de mi segundo hijo. Me asombró su

Al verme, su mirada reveló una profunda preocupación. Se ofreció a venir a quedarse conmigo el tiempo que tardara en recuperarme. Durante todo un mes

Martha fue mi constante compañera y cuidadora. Sus conocimientos de enfermería, perfeccionados a lo largo de los años, fueron inestimables. Pero la atención que me prestaba iba más allá de lo físico. Su presencia me aportó una sensación de paz y tranquilidad que fue determinante para mi curación. Su fe firme e inquebrantable me recordó la fuerza que podemos sacar del amor de Dios.

Martha también cuidó de mi recién nacido, tratándolo como si fuera su propio nieto. Su amor era una expresión tangible de las enseñanzas de Jesús, un testimonio vivo de lo que significa amar al prójimo como a uno mismo.

A finales de ese mes ya me había recuperado por completo. Sentí mucha gratitud por la atención cariñosa de Martha.

Lo que ella en su situación hizo por mí es un testimonio del alcance del amor de Jesús. Sus acciones ilustran que hasta en nuestras propias tribulaciones podemos ser vasijas del amor de Dios que sirven los demás. La vida de Martha, una vez marcada por la desesperación, llegó a ser un conducto de sanación y bendición para mí y para mi familia. Su ejemplo me anima a mirar más allá de mis circunstancias para ayudar a los necesitados y reflejar así el infinito amor de Dios. Los actos de amor y bondad no son solo momentos fugaces, sino la esencia de vivir la vida para Jesús.

G.L. Ellens fue misionera y docente en el sureste asiático durante más de 25 años. Pese a que se jubiló, aún realiza labores voluntarias, además de dedicarse a escribir. ■

G.L. Ellens

Instrumentos de la bondad de Dios

Hace años mi marido y yo éramos misioneros en Foz do Iguazú, una ciudad del sur de Brasil. Hacíamos representaciones de títeres con nuestros hijos en escuelas e instituciones con miras a recaudar fondos y como medio novedoso de transmitir el Evangelio a niños, adolescentes y personas mayores.

En nuestro barrio había algunas familias pobres. Cada semana les donábamos fruta y verdura que conseguíamos en el mercado. Una Navidad nos sobró un poco de dinero, así que decidimos traspasárselo a una familia pobre como sorpresa navideña. Mientras rezábamos para decidir a quién entregar el regalo, nos acordamos de una familia cristiana numerosa; el padre acababa de hacerse daño en una pierna mientras trabajaba. Aunque no perdió su puesto, su empleador no pudo pagarle durante los dos meses de recuperación en los que no pudo trabajar.

Fuimos a su casa y le entregamos el sobre a la madre. Lo abrió y se echó a llorar. Luego se fue rápidamente al dormitorio. Perplejos, le preguntamos a la hija mayor qué pasaba, pero ella no tenía ni idea.

Al cabo, después de secarse las lágrimas, la madre volvió y nos dijo: «Por favor, perdónenme y no se vayan todavía. Los niños no lo saben, pero hemos recibido un ultimátum de la empresa eléctrica. Mañana es el último día para pagar la factura atrasada o nos cortarán la luz. El

dinero que nos trajeron ustedes es la cantidad exacta que necesitamos. Estas fueron lágrimas de alegría porque esta mañana oré para que Dios hiciera un milagro y nos diera el dinero, pero no tenía idea de cómo lo haría. Quiero darles las gracias por ser Su instrumento de misericordia para nosotros».

Tiempo después, cuando acabábamos de tener a nuestro tercer hijo, andábamos muy escasos de dinero y necesitábamos un cochecito. Mientras visitábamos a unos amigos, les conté nuestra necesidad, y la mujer dijo: «¡Un momento!» Acto seguido, fue a buscar un cochecito que había pertenecido a su hija menor: era exactamente el modelo por el que yo había rezado. Me lo cedió con una sonrisa y declaró: «Ahora entiendo cómo responde Dios a las oraciones: ¡Toca el corazón de alguien que tiene algo que ofrecer y esa persona se lo da a quienes lo necesitan!»

Tan cierto, ¿verdad? ¡Cuánto mejor sería el mundo si todos respondieran a la llamada de Dios y compartieran lo que pueden con otros necesitados, convirtiéndose así en instrumentos de la generosidad divina!

Rosane Cordoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■

De Jesús, con cariño

Amen a otros como Yo los he amado

Miren qué amor tan inmenso abrigo por ustedes, en que siendo aún pecadores morí por ustedes (Romanos 5:8). Tan grande es el amor que albergo por ustedes que puedo proyectarme más allá de sus pecados y quebrantos y contemplar la hermosa creación Mía que son ustedes. El mandamiento que doy a todos los que me aman es que se amen también unos a otros como Yo los he amado ( Juan 13:34).

Yo amo a cada persona sin excepción y entregué Mi vida para redimirla, así como te amo a ti y morí en la cruz por ti. Amar a otros con Mi amor significa ver más allá de sus defectos, fallas e imperfecciones, trascender esas cosas para poder demostrarles bondad y compasión y darles a conocer Mi amor y Mi fuerza redentora.

Estén atentos a las oportunidades que se les presentan cada día, esos momentos en que pueden reflejar Mi amor a otros por medio de actos de bondad, hechos que expresen que se interesan por ellos y palabras de aliento. Dediquen tiempo a escuchar y empatizar, a aliviarles la carga y demostrar amor y consideración. Hagan una pausa en el transcurso del día y pregúntense: «¿Qué persona está pasando a mi lado que necesita ánimo, una oración, un abrazo, alguien con quien hablar o un amigo?»

Al ir al encuentro de otras personas con gentileza y compasión experimentarán ese gozo que se tiene cuando transmiten Mi amor a los demás y contribuyen a transformar otras vidas. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor ( Juan 13:35).

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