Karst Escritores de la Península Yucateca en 2016 Antología
21 autores nacidos entre 1971 y 1996
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Karst. Escritores de la Península Yucateca en 2016. Antología. 21 autores nacidos entre 1971 y 1996 Un proyecto de Catarsis Literaria El Drenaje. 1a. Edición 2016. Imagen de portada: Javier Paredes Chi. D. R. © de las obras antologadas cada uno de los autores. D. R. © de la antología y textos introductorio y final Mario Pineda y Adán Echeverría. D. R. © de la presente edición Catarsis Literaria El Drenaje.
Karst. Escritores.
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Karst Escritores de la Península Yucateca en 2016 Antología
21 autores nacidos entre 1971 y 1996
reunida por: Adán Echeverría y Mario Pineda
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Echeverría y Pineda, 2016
UNA PENÍNSULA DE GENERACIONES. por Mario Pineda. Fue en mis años de preparatoria cuando conocí el mundo de la literatura. De aprender por mera cuestión académica nombres de autores y obras, pasé a los largos momentos de lectura y, en consiguiente, a escribir mis primeros textos y participar en la crítica sincera, desgarradora, burlona y aconsejable, de los talleres literarios. Estos talleres literarios impartidos por escritores como Adán Echeverría, Rafael Ramírez Heredia, Beatriz Rodríguez Guillermo y Saulo de Rode Garma, entre otros, fueron espacios donde percibí que no importa la edad para escribir poesía, cuento, novela, dramaturgia o ensayo, o cualquier género, lo necesario siempre serán las ganas de crear. Amontonados en una mesa o haciendo la clásica formación de herradura, a los talleres vi llegar, con sus primeros textos, a jóvenes en víspera de los veinte años, adultos más allá de los cuarenta, y a los de edad intermedia; un buen número de gente con las simples ganas de crear lo que dicta su imaginación, el entorno de vida o las ideas que llevan en la mente. Algunos le siguieron y otros no, pero así llegaron, con el propósito de ser reconocidos como escritores ya sea de pasatiempo o para volverse parte de este oficio; justo como los integrantes de la antología Karst, el nuevo trabajo de difusión creativa del colectivo Catarsis Literaria el Drenaje que busca darlos a conocer. Adán Echeverría García y quien prologa esta obra, la llamamos así para que su terreno de papel se asemeje a la planicie kárstica de la península del sureste mexicano, con el soporte terrenal de los versos y prosas de 21 autores de Yucatán, Quintana Roo y Campeche. Territorios que alguna Karst. Escritores.
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vez fueron una República, hoy entidades federativas con sus respectivas fronteras, que sin importar cuantas veces son traspasadas al día, la antología las levanta, para unir las voces de ese número de creadores nacidos entre 1971 y 1996, sin currículos extensos, pero sí con una labor creativa que no debe ser ignorada por falta de algún premio o beca. Karst no es la antología que presenta al mundo escritores emergentes, tampoco define a una generación en similitud de edad o por compartir años en el marco de una década. Es un atrevimiento a decir “aquí están ellos”, ya creando, ya escribiendo con miras a todas las adversidades y diversidades en materia de publicación. Karst no se creó vía convocatoria abierta. En vez de distribuir por todos los medios posibles una serie de requisitos en búsqueda de autores, los compiladores observaron el entorno regional y ubicaron a éstos 21, gracias a su constante participación en el ambiente literario en los últimos años. Por ejemplo, Daniel Medina es Premio Nacional de Poesía Jove Jorge Lara 2014, y al siguiente año obtuvo una mención de honor en el Premio Internacional Caribe–Islas Mujeres; Emmanuelle Kubrick fue reconocido en el primer concurso estatal de cuento “Regreso a Gutenberg”; a Melbin Cervantes este año se le otorgó el segundo lugar en narrativa en el concurso 'Memorias de Una Isla'; Ángel Nimbé, en 2015, se adjudicó el Premio Estatal de Poesía en Campeche, mientras que Anel May Salazar resultó ganadora del Concurso de Expresión Literaria sobre Símbolos Patrios. A inicios de 2016, Jhonny Euán fue nombrado ganador del Premio Nacional de Cuento Joven 2016 de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY). 4
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Además de la obra de estos premiados, también se puede dar lectura a versos y cuentos de Daniel Ferrera Montalvo, Ángel Fuentes Balam y Daniela Eugenia, quienes ven más allá de los espacios nacionales, y registran publicaciones en revistas y antologías de Estados Unidos, Colombia, Chile y España. Como ellos, Daniel Poot Fuentes Ángel Augusto Uicab y Jesús Manuel Crespo Escalante aprovechan el gran auge editorial de revistas electrónicas editadas en diversas entidades del país, para dar a conocer sus textos más allá de la península. Roberto Cardozo y Javier Chi Paredes cuentan con trabajos en minificciones y poesía, además de que sus pensamientos creativos también incursionan en el arte visual. Interesado en adentrarse en la literatura con un respaldo académico, Jhonny Euán Canul estudia el tercer semestre del Diplomado de Creación Literaria en la escuela “Leopoldo Peniche Vallado”; mientras que Ariel López, Violeta Azcona Mazún, Alejandra Sustersick, Alejandro Argáez, y María Jesús Méndez, aunque en sus fichas técnicas vemos que poseen alguna licenciatura, también tienen participaciones en talleres, lecturas y encuentros de escritores. Gema Cerón Bracamonte estudia literatura en línea por medio de la Red de Educación Artística de la Secretaría de Cultura y las Artes de Yucatán (Redalicy) y es responsable de la columna "Desvaríos de la freaky neurosis" en la revista delatripa: narrativa y algo más. José Trinidad Aranda tiene entre sus creaciones artículos de divulgación histórico-jurídica en el Diario de Yucatán. Previo a las letras protagonistas, las respectivas fichas técnicas permitirán al lector conocer más acerca de la experiencia literaria que tienen la mayoría de los autores, además de que algunos son titulados con una profesión, o Karst. Escritores.
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cursan carreras en idiomas, pedagogía, comunicación, filosofía, veterinaria, biología, ingenierías, psicología, nutrición, matemáticas, derecho y, por supuesto, literatura. Con estos autores la península no revive o regresa a la literatura. Con ellos se demuestra que el sureste en materia de literatura carga un Ahora más grande, y no sólo aquel pequeño grupo que hacen creer las esporádicas publicaciones de libros. Con ellos se recuerda que los autores vienen tras otros autores, y que parcializar los apoyos de impulso a la producción editorial por razones de amiguismo o por miedo a la poca trayectoria en número de aplausos, significaría un retroceso, o más bien la misma bofetada a la oportunidad de evolucionar en el desempeño artístico. Atreverse a resistir el dolor del 'apártate' porque “ya tenemos a los grandes, esperemos su muerte y veamos quiénes siguen”; por decir “los grandes prefieren a ellos”, por decir que sus poemas y cuentos “no van con la visión de las letras peninsulares”, es sumarse a la flojera de no querer motivar los esfuerzos por escribir. Conociendo las edades de cada uno de los autores y el desempeño curricular en el que se encuentran en materia literaria, podemos decir que Karst presenta las dos definiciones que causan discusión por aclarar: ¿Qué es un escritor joven? Por una parte, hemos antologado autores en los que aún se desborda la juventud, los treinta años están muy lejos. Sin importar cuántos textos hayan entregado a los ojos de los lectores, la idea popular ante sus edades, los coloca en ese nombramiento que con el paso del tiempo se perderá para ser entregados a los nacidos en los últimos años del siglo XX. A diferencia de lo que comparten nacimiento entre el 75 y el 85. Esta camada dejó pasar los años antes de entrar de lleno al mundo de las publicaciones y actividades 6
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literarias. Si nos basamos en los requisitos de edades establecidas en las convocatorias gubernamentales para la distribución de becas a jóvenes creadores, sus edades ya no les permiten estar en este grupo que recibe apoyos como 'creadores jóvenes', aunque sus textos sí lo son, porque al final de cuentas son jóvenes autores en la labor de la escritura. Por eso, lo que realmente importa es motivar el espíritu de integración de esta antología. Sea Yucatán, Campeche o Quintana Roo, los compilados en Karst, así como aquellos que no aceptaron la invitación, y a quienes no se les hizo porque ya sobre pasan las etapas primerizas en edad y creación, deben plantearse la oportunidad de dar o mantener un rumbo integral al desarrollo literario en sus entidades. Romper esquemas, destrozar barreras, desbaratar diferencias, y proponerse un enfoque más grupal que generacional, donde la elaboración de cualquier proyecto editorial y literario, encuentro, lectura o actividad donde la literatura vaya como protagonista, convoque a todos con la sinceridad en el oído y la palabra hacia los textos, en la enseñanza de taller. Es decir, no temer a la crítica del texto, saber decirla y escucharla, porque así como hay momento para enfrentarse a las propias letras con una autocrítica de creación, y luego soltarlas a los lectores, también es indispensable escuchar las opiniones ajenas que aunque en ocasiones suenan destructivas y desmembradoras, tienen el fin de pulir las obras alejando el uso vicioso de lugares comunes, ripios, y rimas internas. Solo de esta manera, con ideas de unidad y buscando siempre la calidad en las publicaciones, creo que las generaciones, sin interés de los años que vengan, refrendarán la historia de las letras en la península yucateca que puedan Karst. Escritores.
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consumarse en una labor editorial a nivel de regiĂłn; con un sistema y programa de encuentros en el que pueda participar la mayor diversidad de escritores, especialmente aquellos que desde sus primeros textos sienten la responsabilidad de la originalidad.
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Daniel Medina. Mérida, Yucatán, 1996. Cursa estudios de licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha publicado Mímesis para Gusanos (LCE, 2015). Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 por Templo de la fiebre; Mención de Honor en Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015 por Casa de las flores (publicado en colectivo junto a José Landa, Françoise Roy y Raciel Manríquez). Mantiene el blog: ensayoprimitivo.blogspot.com
BREVE ESTUDIO SOBRE UN POEMA DAÑADO y vemos que todo lo ya visto no era nada. Miguel González Gerth.
a) Dejo caer este poema entre los pies de los que ya no vuelven. Lo dejo correr como agua picada en la lengua de los muertos: lo libero. Olvido su nombre y relación con la materia. Él no busca la luz ni la floristería; prefiere a los parásitos. Teme regresar a la misma orilla en que lo hallé mendigando, teme los bautizos y las siembras. Este poema –potro desbocado, gota de tumba, tierra en embriaguez– Karst. Escritores.
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no sabe de vocablos. Dice nunca haber oído sobre dioses, mucho menos de pájaros. Dice no conocer a los poetas. b) La luz no cae sobre este poema. Hace mucho que no llueven gotas de maná por los rumbos: árboles secos, tesitura de ángeles y rocas. Una música de tundra agita los pinos entumecidos. La primera raíz del verso es herencia de un barco roto; Barco débil que es montaña y desnudez, barco que es una mujer dentro de otra. c) interrupción Este poema toma muchas libertades: ha drenado la médula de esta página –la preñez del verbo–, ha incinerado la columna vertebral de estos apuntes. La idea inicial de este poema 10
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ya no es clara. Por tanto debo destruirlo.
CINCO FORMAS DE ENCONTRAR A DIOS a Armando Salgado
I Levanté una roca en el camino y encontré a Dios en forma de cangrejo. Celebramos hasta la madrugada iluminándonos. II Dicen que en los incendios y los terremotos a Dios le gusta aparecerse en forma de árbol histérico. III En un buen poema eléctrico, lleno de medusas. IV En el jardín del vecino siempre hay un movimiento: humo alejándose borracho. Karst. Escritores.
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V Se me apareció hace mucho tiempo en un sueño lúcido, tenía un pararrayos y su amor por los niños era, si acaso, más sincero.
DIÁLOGO Esta noche voy a tener suerte. Te lo digo, es imposible equivocarme. No me falta nada. Tengo dos poetas muertos en la bolsa y un montón de arañas explosivas. ¿Cómo dices? ¿los poetas? Los poetas vivos no sirven para nada.
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PRIMER CONTACTO Hay una especie de Dios al fondo de mi vaso. Le gusta decirme que lo beba mientras me sujeta la garganta. ¡Pobre Dios, sólo quiere que lo ame!
CANCIÓN PARA DORMIR ILUMINADO Te pido que seas más suave. Suave jazz y suave vida inteligente. Te pido que seas una gran ciudad en los poemas de Shapiro. Te pido también que lluevas Y me lleves contigo, ¡oh, despiadado! Ven y déjalos dormir toda la noche. Baja de ahí para iluminarme más de cerca.
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SEGUNDO CONTACTO Abrí muy a prisa la ventana y encontré a un Ángel que escribía lento unos garabatos y unos poemas nada distintos a los míos. Es mi turno, señor, me dijo el Ángel apenado, ilumíneme. DIEZ COSAS QUE NO DEBES OLVIDAR Cuando despiertes, querido Ángel lee lo último que hemos escrito. Nota mi ausencia. Olvídame. Regurgítame después de alguna forma. Trágame de nuevo y llévame a la tierra. Enciéndame y arrójame al agua. Imítame incendiado y léenos nuevamente. ¿Eso que sangra al fondo del vaso es mi escritura?
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MÍMESIS PARA GUSANOS I En un despótico abrazo se consumirá la tierra. Pondré ambas cabezas en la guillotina para no arriesgar tus alas. Diles ya que eres artificial, Ángel del olvido, que te estoy enseñando a ser honesto. Pero, ¿por qué entristeces? Sólo ámame e imítame para salvar la especie.
MÍMESIS PARA GUSANOS II Ponte a silbar cuando me veas en la guillotina. No te aparezcas sin tus alas. Obséquiamelas. Arde silenciosamente en este día.
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MÍMESIS PARA GUSANOS III El Ángel se despidió de mí durante la noche. Dios es, en el mundo, un gran:
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Daniel Poot Fuentes. Mérida, Yucatán, 1995. Terminó estudios en literatura en el Cedart Ermilo Abreu Gómez. Ha participado en diversas áreas artísticas desde cortometrajes a música. Ha publicado en revistas literarias como Factum, Bitácora de vuelos, delatripa narrativa y algo más y Estudiantes de antropología social de la Universidad Autónoma de Yucatán. Participó en lectura de sus poemas en el primer encuentro de jóvenes artistas de la ciudad de Mérida, Yucatán.
BOTELLA AL RÍO Esa tarde papá me llevó al río. Dijo que limpiara una botella de cristal, trajera un papelito y algún lápiz. Es el mes de abril y se acerca mi cumpleaños; siempre me fijo más de los días y los voy contando cuando estoy cerca de cumplir. Este mes me gusta mucho porque en las noches hace más viento. Las tardes son de mucho calor, y cuando anochece me siento como si me acabara de bañar; aunque oscurece muy rápido, y papá dice que hay que tener más cuidado. Al río llegamos a las cinco. Se escuchaba un ruido muy fuerte; papá dijo que era por la corriente del agua, yo me asusté al imaginar que el río se acercaba a nosotros y nos arrastraba. No sabía qué ocurría, tampoco pude entender de dónde salía tanta agua, y eso me mantuvo preocupado; esperaba el momento en que toda esa agua, se gastara. Me pregunto si el agua es infinita. Hay mucho calor. Juego con mis dedos a atrapar el sol, abro y cierro mis dedos, intento tapar todos los orificios, los cierro fuertemente, la luz sigue entrando, los acomodo para que mis dedos encajen, sólo veo la luz roja como si fuera fuego. Papá me habla. "Toma un papelito y desdóblalo, luego escribes lo que quieras, enrollas el papelito, así…" y él toma su papelito, coge la botella algo sucia, –no se preocupó por limpiarla–, enrolla el papelito dejándolo como un tubo y lo mete, luego saca una cosa de color café que parece una esponja "Papá, Karst. Escritores.
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¿qué es eso?" "Es una corcho, lo tienen ciertas botellas". Parece una tapa hecha de árbol viejo. Papá lo inserta bien, presiona con algo de fuerza: ya estuvo que yo no podría abrirlo jamás. Pone la botella en el río, ésta comienza a tambalearse dentro del agua y se empieza a alejar… choca contra algunas rocas, y hecha pedazos se hunde. No puedo imaginar a dónde podrá llegar; dijo papá que era para que alguien la encuentre en otro sitio, que les dejemos un mensaje, que así hacían los piratas hace mucho tiempo. No sé si le llegará a un pirata, ¿qué podría decir el pirata? "¿Ya ves, hijo? Así lo tienes que hacer, haz el tuyo, escribe lo que quieras decir, lo que quisieras que te contestaran." Papá entonces se alejó un poco de mí, creo que sabía que no le iba a mostrar lo que escribiría porque era un secreto; pienso que los secretos cuando pasan a la cabeza de alguien, como de mis amigos, se quedan flotando en una especie de río, como éste; se van arrastrando a algún lugar desconocido y ahí se quedan atrapados, esperando que alguien los rescate, que alguien los recuerde, pero ahí se quedan en el centro, quizá ahogados como aquella botella que chocó contra las rocas. Tomo el papel, busco una piedra lisa para apoyar, no sé qué me podrían contestar, imagino a todos esos piratas con sus espadas, contestando éste mensaje. Escribo entonces "Hola, por favor, guarden el secreto, y seamos como una botella en el río". Hago como papá dijo, doblo el papel, pero a mí no me sale tan bien; lo inserto en la botella y la cierro; le digo que me ayude a cerrarlo para que quede bien y no le entre agua. Sería una lástima que se mojara y nadie pudiera leer mi mensaje. Espero que me contesten, que un día, cuando papá me vuelva a traer, haya una botellita con un mensaje dentro, que sea para mí. ¡Qué emoción! 18
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Pongo la botella en el río, veo cómo se la va llevando la corriente, la botella entonces se va muy brusca sobre el agua, le llegará a los piratas, a cualquier parte, donde yo no podré verla, dejaré que se la lleve el río a donde quiera. ¿Llegará a China? ¿O será que se lo coma algún animal del fondo del océano? Un monstruo de dos cabezas. Quiero hacer un dibujo de un monstruo de dos cabezas comiéndose la botella, tiene que ser muy grande. Ya no veo la botella, espero siga avanzando hasta que golpee el barco de uno de esos piratas o llegue a un submarino para ser leído por esa gente extraña que se encuentra dentro; que algún pez lo lleve a su escondite y ahí, el rey de la profundidad lea mi secreto, mi mensaje. Puede ser que muchos me contesten esta pequeña carta. Anochece, veo el sol ocultarse como si estuviera amarrado a un hilo y alguien lo fuera jalando hasta guardarlo, quizá Dios, como una vez dijo la abuela: él se encarga de todo. La abuela era una persona extraña, siempre hablando de Dios en la casa, decía tantas cosas de él y decía también que recibe a los niños, principalmente. ¿Por qué no se ha acercado a mí, Dios? Papá saca las llaves. A veces ese sonido me alegra cuando estoy en un lugar aburrido. Si papá mueve las llaves significa que ya nos iremos. Me quedo fijamente viendo el sol encima del río, buscando para intentar ver mi botella a lo lejos. Pero no lo logro. Solo el agua, sintiendo el silencio. Papá me mira. Se acerca a mí, lento, toca mi hombro, sonríe; me carga, me toma entre sus brazos hasta alzarme, como cuando tenía 6 años y me daba mucho miedo caer. Papá me gira desde lo alto hacia su espalda; con delicadeza comienza a bajarme; me deposita en una botella transparente y blanca, donde puedo verlo todo. Karst. Escritores.
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Él sigue sonriendo, yo lo miro; se ve feliz, yo me siento feliz. Veo el cristal. Siempre me han gustado los lugares nuevos. Papá me pone en el fondo, me quedo parado mirando el río, veo a papá, y enseguida, sella la tapa dejando un anillo de sombra en donde va el árbol viejo. Papá dice "¿Estás listo, hijo?" Y dejándome en la orilla del río, empuja la botella con suavidad porque sabe que estoy adentro. La botella comienza a moverse con la corriente del río. Veo todo de colores aunque casi no hay luz; veo las grandes rocas, las ramas, los papeles tirados, hojas y ranas, peces pequeños, todos juntos; quiero atrapar alguno, atrapar todo lo que está yéndose con el río como yo. Me pregunto a dónde me dirigiré, a quién llegaré. Me despido de papá a lo lejos y él se despide de mí. Ambos llegaremos a algún sitio, algún lugar desconocido y no sabremos cómo reaccionar; nos esconderemos como una de esas botellas hasta que alguien nos encuentre.
MIRADA DE LOS INÚTILES. Todos los días a las siete de la noche cuando el sol ya no se podía sostener más y comenzaba a dejarse caer, me sentaba cerca de la ventana a ver los autos y las personas pasar. Abría la cortina como Moisés lo hizo con los mares y ahí, detrás de las barras de metal, contemplaba la noche reinar en los cielos hasta que sólo veía pasar algunas parejas y uno que otro camión. El panadero cruzaba a la misma hora a dejar sus barras calientes, y hacer ese ruido tan molesto con el claxon. Mi esposa venía a alentarme a continuar mis 20
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investigaciones; se paraba a lado de mí para sermonearme cada vez que me veía arrastrar la silla hacia la ventana. Por favor Darío, continua con lo que estabas haciendo; esas investigaciones pasarán a la historia si tú sigues trabajando, no te detengas. Decía en ese tono molesto que las mujeres inventaron para convencer, delicada y tierna. Hace dos semanas que no abres la libreta y que no estás en el salón de estudio. No sé qué diablos ves ahí afuera a esta hora. Mujer, sólo quiero estar un tiempo solo. Mirando a través de esta televisión rectangular, cómo la gente hace su propio programa. forcé una risa irónica. Déjame. Pero Darío no sé rendía adentro podrías hacerte reconocido y brillante; lo tienes todo, sólo debes continuar. Amor, quiero apoyarte en esto porque confío en ti, pero no te dejas. Ya bueno, entraré, si tanto te hace feliz; abriré esa vieja libreta y leeré ese vómito de borracho, si tanto quieres mi reconocimiento, para que puedas presumir con tus amigas. Ay, corazón, no me refiero a eso; sabes que puedes transformar el mundo si logras terminar lo que ya planteaste. Sí, bueno, ya; iré. Me levanté de la silla, jalé del hilo para cerrar las cortinas y caminé cinco metros a mi habitación. Cerré la puerta y esperé que el silencio llenara el cuarto con toda la plenitud que deseara. Con la mano en la libreta, sudaba como si fuera a realizar una operación quirúrgica. Encendí la lámpara vieja y desgastada, alumbré mi mano ahí reposando. Abrí la libreta revisando detenidamente y con mucho cuidado todas las hojas. Nada significaba ya, ni siquiera para Karst. Escritores.
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mí, lo que una vez fue una investigación emocionante y verdaderamente ardua. Mi objetivo de toda la vida, ahora sólo era un pedazo de papel que se rompía si dejaba caer mi sudor y rascaba con la mínima fuerza. Un trozo de papel que sólo lograba asquearme. Tantas fórmulas, cálculos, anotaciones, tachones, páginas llenas que me aburrían, y en realidad, me parecían absurdas. Escupí una hoja al azar y cerré la libreta. Salí del cuarto dirigiéndome otra vez a la silla; con los dedos sudorosos jalé de nuevo, y las cortinas emitieron un sonido agudo y desgarrante. Volví a sentarme a ver la calle. No pasó mucho rato desde que me había levantado para ir al cuarto. La gente, sin embargo, ya no frecuentaba las afueras. A lo lejos los perros ladraban a quién sabe qué cosas. Darío, ¿otra vez aquí sentado? — Dijo ahora con un tono más triste. ¿Hay algo para cenar? No me evadas. Al menos, hubieras leído donde te quedaste para tener una idea más clara. Dudo mucho que lo hayas hecho en menos de veinte minutos. Mujer, sólo quieres que trabaje y joda mi cerebro. No, amor; pero tengo mucha confianza en ti, apoyo la idea de que revoluciones la ciencia. No voy a revolucionar nada. Sí lo harás. Desde que tuviste esa idea, hace años, y comenzaste a trabajar en ella, te vi con mucho entusiasmo, cuando me platicabas de ello. Lo hacías de la manera más convencida de ti mismo. Eso me hizo creer en tí, tener fe, y yo creo que puedes aportar algo a la humanidad.
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No, mujer. Verás, no revolucionaré nada; los sueños se quedan, dormimos, ahí reposan y nos esperan; pero cuando abrimos los ojos, ya no están más; se van a otra parte, a otra cabeza, a hacer feliz a alguien. Es así como los sueños y las metas continúan, hay gente que los realiza, sí, sí los hay; pero no seré yo esta vez. Eso podría ser más que un sueño. Se quedará ahí. Entiende, el mundo ya está transformado, las grandes cabezas ahí siguen creando nuevas armas y medicamentos; pero yo no. No soy de carácter fuerte, en realidad, a mí no me importa. No me hace feliz estar ahí, buscando una mierda que ni siquiera sé si se podrá realizar. No digas eso, amor; quizá estás agotado ¿qué te salió mal? Casi todo. Me dijiste que ibas en buen paso. Lo dije hace dos semanas, ahora todo está mal. No quiero continuar con esa basura ¿no entiendes? No quiero aportar nada, ni lo haré. En este mundo sólo se hacen grandes cosas cuando Dios ha seleccionado a la gente para que se haga; a mí no me seleccionó, por eso no terminaré de hacerlo. Darío, como tú quieras; pero estás cerca, es un gran paso y... No es un gran paso, dije un poco más sobresaltado en esta vida hay más cosas que sólo explotarnos para intentar cambiar un cacho del mundo. Por eso estoy aquí mirando la ventana, haciendo conexión con lo verdadero, lo que estoy viviendo, no con lo que creo que viviré. Este no es mi caso, déjenos estar en paz a nosotros los Karst. Escritores.
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inútiles, a los que no podemos crear ni inventar cosas. Algunos sólo queremos sentarnos atrás de una ventana a ver pasar a la gente, los autos, los gatos y los pájaros cantando en los cables de teléfono. Mí amor, no te frustres, tal vez no te has fijado de la capacidad que tienes. Sí lo he hecho, y es por eso que no continúo. Escúchame mujer, todos están hechos para algo; yo estoy hecho para ver a los demás crear y sentir el aire que se filtre por esta ventana. Estoy hecho para arrimar la silla y dejarla aquí, es todo. Sé que cambiarás de opinión. Iré a prepararte un sándwich y algo de café. Al irse, no pude más que seguir viendo hacia el fondo de la calle. La noche estaba apretando a todos y les oscurecía la cara. Bajé mis ojos a ver el polvo quieto en la pared de las ventanas. Escuchaba el tintineo de los trastes desde la cocina. Quería quedarme cerca de la ventana más tiempo a sentir el viento, a ver las luces flotando ahí, como un pequeño sol que mañana saldría a alumbrarnos a todos.
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Emmanuelle Kubrick. Chetumal, Quintana Roo. 1993. Narrador. Estudió filosofía y letras en Universidad Vizcaya de Chetumal, Quintana Roo. Mención honorífica en primer concurso estatal de cuento 'Regreso a Gutenberg'.
CARLOS Todos los niños son morbosos. Es la única de sus gracias que puede salvarlos. Truman Capote
Todos los días Carlos camina sosteniendo en sus delicadas manos, una pequeña caja de madera tallada a mano. Marcel, quien le había observado desde semanas atrás, se interroga mirando a través de su ventanilla, qué es lo que ese indefenso niño lleva ahí dentro. Martes, al sol no le basta con incendiar la ciudad. Marcel descendió desde su habitación hasta su estudio, donde se la vivía entre catorce a dieciséis horas diarias; desgastándose los dedos en su vieja máquina de escribir. Quería consumar un éxito más para su vida. Su editorial le exigía una nueva publicación, cual fuese. Y esta vez deseaba experimentar con la poesía. Un poemario, era lo que tenía en mente. No quería desgastarse hasta la médula entre puntos, comas, guiones y capítulos, como le había ocurrido con su primera publicación, a los diecinueve años. "La brutalidad de ser hombre y llamarse Gloria" causó altas ventas hasta convertirse en best seller, premio Pullitzer, y cincuenta de los grandes fueron directo a su cuenta bancaria. Todavía era un mozuelo y su nombre ya se apilaba entre los grandes de la literatura moderna. Tres años más tarde, ¡bum! Otra bomba para su carrera literaria: "Monstruos" que había vuelto locos a la jerarquía política de su época, tras describir, cómo la avaricia de los hombres puede transformarles en monstruos sin corazón. La cita Karst. Escritores.
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hecha para el diario Bruguér, y extraído de la página 37 de la novela, fue un goce indiscutible para sus séquitos: 'Sólo los pobres y los necios creen en la política y más aún, en sus contribuyentes.' Ahí se encontraba Marcel, solo en aquella atestada habitación; con su máquina de escribir restregándose en su mirada, y con el título pensado por varias semanas para ese poema. No tenía mente, todo había huido de él. Sabía con exactitud lo que deseaba escribir para ese título, pero sólo había creado una línea repugnante: 'No existe una pluralidad entre tú y yo.' Y después de eso, nada. No buscaba nada qué poner o cómo continuar. Apoyó el codo a la mesa y con la planta de su mano, soportó el peso de su barbilla. ¡Vamos, vamos, tienes que venir! Balbuceó en repetidas ocasiones hasta cansarse. Miró detalladamente la primera y única línea escrita, y la arrebató con violencia del rodillo. Arrugó el papel hasta volverlo menudo, y gritó exacerbado: ¡A la mierda con la poesía! Se levantó de su asiento y se dirigió a la ventanilla. Observó las afueras, y vio a un ruiseñor volando de rama en rama. Era extraña la tarde, hacía demasiado calor y ningún chico jugaba. ¡Cómo si una peste rondara el barrio! Frunció el ceño, extrañándose ante aquel silencio y pensó nuevamente en su primera frase: 'No existe una pluralidad entre tú y yo.' ¿Qué querría decir? ¿Qué significado o validez podría tener? Sonaba más bien estúpido y ridículo. Acaso, ¿a alguien podría convencer con esa línea? Observó nuevamente al ruiseñor y le vio volar hacia aquella bóveda que comenzaba a encapotarse. No pudo mirar más, el techo se lo impidió. Bajó la mirada y en la calle aquel niño sostenía entre sus manos la pequeña caja de madera. 26
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¡Hey! Chico. Gritó Marcel. El niño se detuvo, haciéndole creer a Marcel que le había escuchado. Pero decidió estirar los dedos y proseguir su camino. ¡Ah, qué hijoputa! Exclamó Marcel iracundo atravesando su yermo jardín. ¡Chico, te vengo llamando a gritos! Perdone, señor, pero no le he escuchado. ¿A dónde te diriges? Busco a una persona. Me han dicho que cerca de este barrio vive, pero no logro encontrarle; hace semanas que ando en su búsqueda. ¡Me he agotado, sabe! El sol está insoportable. Sí. Desde hace varias semanas te he observado rondar estos rumbos y llevando esa pequeña caja. ¿Qué es lo que ocultas ahí? No puedo decirle, es un secreto. Por alguna extraña razón, Exclamó Marcel mirando de soslayo la caja, los secretos y las promesas siempre se rompen. A esa extraña razón, repuso el chico; le denominaría sordidez. No existe acto más vulgo e imperdonable en este mundo que romper una promesa y revelar un secreto. ¿No le parece, señor? ¿Cuántos años tienes? preguntó Marcel atónito ante aquella frívola respuesta. Suficientes para saber lo hostil que puede llegar a ser el mundo, lo maravilloso, hipócrita, avaro y oscuro que puede llegar a ser el corazón del hombre; la belleza que se crea en el alba y el terror que nace cuando cae la noche. Tengo la edad suficiente para saber eso y más. Karst. Escritores.
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¿Cómo es posible que un crio como tú pueda hablar de esa manera? Deberías de estar jugando parchís o al turista mundial. Digamos, señor… que no soy un crio normal, aunque prefiero utilizar la palabra: "Común". Me he dado cuenta de ello, tienes un don; uno puede percibirlo cuando hablas. ¿Un don? Sí. Un don. Yo pienso, señor, que un 'don' no es más que la inteligencia y astucia de nuestras mentes, y por desgracia, todo don recibido al nacer, como dijo Capote: es un látigo y al final, sólo sirve para auto flagelarse. Eres asombroso, nunca había conocido a un crio tan increíble como tú. Me ha dado un gusto conocerle, señor, pero tengo que marcharme. Retornaré al lugar de donde he venido. ¡Es suficiente! No encuentro a esa persona. Pero, no puedes despacharme así por así. ¿Viajas solo? Sí. Soy un chaval demasiado desolado. ¡Bueno! al menos dime, ¿Cómo te llamas? Carlos. ¡Carlos!, déjame invitarte a mi casa; tengo chocolates y pastelillos; un teléfono, podrías llamar a tus padres para que vengan a recogerte. No podría aceptar tal invitación. Pero, ¿por qué no? Porque ahora tengo que marcharme, además, es usted un extraño… 28
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Soy Marcel. Ya no soy un extraño, o no, ¡Carlitos! Se ha presentado ante mí, de una manera violenta; no será usted un pedófilo, y con base en tretas desea llevarme hacia su morada para saciar su más demoniaca e impura pasión. No, no, para nada. Jamás actuaria de ese modo, y mucho menos con un crio tan inocente como tú; sería bajo, cruel y vulgar a la vez. La vulgaridad, señor, sólo puede existir en el arte. Pues, el arte, es bello o vulgar, nada más que eso. Y le he dicho que mi nombre es Carlos, no Carlitos. Por alguna extraña e incómoda razón, detesto los diminutivos, pues hace ver a uno como un tonto o un nene fastidioso. Perdona, Carlos, pero aún estoy asombrado ante la forma tan ufana de manifestarte, y quisiera saber, quién te ha enseñado a expresarte de ese modo. ¡Nadie! No creo que nadie. Uno siempre toma modelos a seguir. Imitar a alguien, admirarle, quizás. Yo al menos desearía ser magnífico al momento de escribir, tanto como lo fue Oscar Wilde, o Mark Twain. Un modelo a seguir, es ridículo. Uno tiene que encontrar su propia identidad; su personalidad, ¡Su arte! Es vergonzoso y más aún, desagradable, andar copiando rasgos símiles de otras personas. Es como hacer una mezcla, un puré; al final, quedaría uno todo hecho un revoltijo y un asco. Yo pienso que ser original y único, sería mejor que 'un modelo a seguir'. Sí, pero… Permítame, señor; no es modesto interrumpir a uno cuando no ha dado la última palabra. He leído al señor Karst. Escritores.
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Wilde, pienso que es brillante, pero Dorian Gray me salió un fastidio, una cucaracha que se esforzaba demasiado para ser una delicada mariposa; Lord Henry Wotton era delicioso y el único que valía la pena, realmente. Y con respecto a Mark Twain, lo único que rescato de él, fue lo manifestado: "De todos los seres creados, el hombre es el más detestable. De toda la progenie, es el único individuo que posee malicia. Ése es el más bajo de todos los instintos, pasiones y vicios; el más odioso. Es la única criatura que causa sufrimiento por diversión, a sabiendas que va a producir dolor. Asimismo, es el único ser de toda la creación, que tiene inclinaciones mezquinas". Ahora, dígame usted, ¿No es aquello cierto? Rotundamente, pero… llámame Marcel, no 'usted'. Se me imposibilita. ¿Por qué? Porque soy un niño y usted un adulto. Me han enseñado a respetar a los adultos. ¡Qué tarde se ha hecho! Me he demorado lo suficiente. Ha comenzado el crepúsculo y me aterra la idea de deambular entre penumbras y personas extrañas. Mi oferta sigue en pie, Carlos. Un chocolate caliente no te caería mal, llamaré a tus padres y te mandaré en taxi. He de tomarle la palabra, señor, aunque hace bastante calor como para beber un chocolate 'caliente'. ¿Quieres que cargue la caja? Ha de estar muy pesada. No. Gracias. Es verdad que es pesada, pero yo soy el único que puede hacerlo. ¿Cuántos años tienes, Carlos? Si me permites saber. 30
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Tengo siete. ¿Y usted? Veintiséis, cumpliré veintisiete el mes próximo. Mire. A la persona que busco, también tiene veintiséis, y el mes próximo, cumplirá veintisiete. Qué casualidad. ¿No? ¡No! ¿Por qué? Digo, ambos cumpliremos veintisiete el mes próximo. Es sencillo, señor: ni las coincidencias, ni las casualidades van de la mano; pues ambas, son como una torpe quimera. Además, siempre he pensado que las casualidades, no son más que la fuerza de nuestros deseos y la vehemencia de nuestras pasiones. Eres demasiado pequeño para pensar de una manera tan madura e increíble. La madurez de una persona, no tiene nada que ver con la cantidad de arrugas que posea en la cara o la cantidad de canas que pueda tener en el cabello. Yo he conocido a hombres viejos y son más beocios que los mozos. Mira. Esta es mi casa. Luce un poco lóbrega, lo sé, pero es que no he tenido el tiempo suficiente para dedicarme a ella, arreglar el jardín, siquiera. Y por qué no. Siempre hay tiempo suficiente para todo. Soy escritor, sabes. No. No me lo ha dicho. ¡Bueno! Ahora lo sabes y como veras, el único tiempo que tengo, es para escribir. ¿Y qué escribe?
Karst. Escritores.
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Prosa, pero ahora estoy arriesgándome con un poemario. Quiero ir en busca de nuevos horizontes. Exprimir la belleza que existe en un objeto y otro. Demostrarle al mundo lo hermoso que puede llegar a ser el simple pétalo de una rosa. El dolor inefable que existe en una lágrima. Sentir las texturas de las rocas u oler al viento. Porque el viento tiene olor, sabes. ¿Poesía? Sí, ¿Te gusta la poesía? Me gusta leerla y trato de comprenderla, también, pero en ocasiones, me es difícil. Siempre he pensado que para crear poesía, uno no puede tener una vida común como cualquier ser viviente. ¿Ah, no? Claro que no. ¿Y por qué lo piensas? Digamos, señor; que para escribir poesía, hay que vivir más de una vida. Conocer al mundo. Abrir un corazón y habitar en él. Apreciar el arte, reconocerlo como bello y vulgar que puede ser; amar, soñar, reír, llorar. Volver a amar. Entregar el alma. Desnudarla también. Romper las reglas. Ir a la izquierda y perderse en la derecha. Ver nacer y morir al sol. Contemplar el vasto sistema que se encuentra por arriba de nosotros; y atrapar a cada una de las estrellas que habitan ahí. Ofuscarse con una simple luz de luciérnaga. Beber un buen vino, saborear su calidad y reconocer su vejez. Amar otra vez, inclusive, odiar y perdonar. Irse de viaje. Encontrar el oro que se halla al final del arcoíris. Buscar y crear formas, figuras que no existen en las nubes. Escuchar una sonata, interpretarla y amarla por su belleza. Tener lápiz y
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papel y nunca verlo como objetos para crear arte. Le diría un sinfín de cosas, pero nunca acabaría. Realmente eres magnifico, Carlos. Su sala de estar, es un poco pequeña. Vivo solo. ¿No tiene mujer, ni hijos? No. Lo he dicho, vivo solo. Es malo que el hombre viva solo, señor. Lo sé. Pero es que aún tengo el recuerdo de la única persona que he amado. ¡No he podido olvidarlo! He ahí lo malo. Aferrarse a un viejo recuerdo, a un viejo amor, es volverse tonto todo el tiempo. Un amor no correspondido, es una pérdida de tiempo. Pero me ha parecido haber escuchado 'olvidarlo', en vez de, 'olvidarla'. Sí. Has escuchado bien. ¡Olvidarlo! Digamos que soy un hombre moderno. Si me permite decirlo, señor, yo siempre he pensado, que uno nunca se enamora del sexo de una persona, sino de su alma; y como el alma no tiene sexo, uno puede enamorarse igual de un hombre, que de una mujer. Además, a una persona no se le puede juzgar cuando sus apariencias siempre le delatan. ¡Eso no es válido! Verá, muy pocas son las personas que pueden apreciar el verdadero significado del amor. Pero dígame. Su estudio, dónde se encuentra, ¡Deseo impacientemente conocerlo! En aquellos instantes, Marcel recordó una cita que se encontraba en la página 127 de su primera obra, en ella había escrito: “Si la palabra amor, tuviera una verdadera definición, el mundo no sería tan hostil” y pensó, en ese justo momento, que Carlos había leído su novela, adueñándose de esa cita, para moldearlo y declararlo a su Karst. Escritores.
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gusto; bellamente como sólo él pudiese argumentarlo, a través de esos labios color carmesí. ¡Señor!... Expresó Carlos ante la sobria mirada de Marcel. Ah, sí. ¡Dónde suelo escribir! Sí. Mira, por aquí. Carlos caminó directo a una puerta de color bermellón. Sus manos lucían cansadas de tanto sostener aquella pesada caja. Marcel creyó que la soltaría en cualquier momento, pero nunca lo hizo; era como si aquella caja estuviese fijamente pegada a las blancas manos de Carlos. Adelante. Me fascina, es hermoso. Los colores. Sabe señor, siempre me han emocionado los colores luminosos. Carlos observó el techo de la habitación, era de color rojo; rojo sangre. Las paredes eran blancas, tan blancas como su piel, que aparentaba camuflajearse en ellas. La mesa donde se encontraba la máquina de escribir, era de color azul rey. Su silla de madera, estaba pintada de color naranja y sus persianas eran verdes. Su estantería, donde coleccionaba sus más apreciados libros literarios, era de un tono amarillo y todos los libros apilados ahí, variaban entre colores. La habitación en su mayoría, estaba atestada de cajas de cartón, también a colores diversos. ¿Qué hay en las cajas? Relatos, cuentos, poemas, novelas inconclusas; revistas, recortes. Todo lo que he hecho y nunca he terminado; o simplemente, no me gusta, pero tampoco me atrevo a desperdiciarlas. ¿Cuál es el motivo que le impide hacerlo? 34
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En cada letra, en cada palabra me encuentro yo, su autor, aunque no debería de ser así. Pero… sería como amputarme un pie o la lengua. Es como una madre que se aferra a su hijo impidiéndole crecer y salir del nido. Veo que hay un papel arrugado al piso. Sí. Es verdad. Intentaba escribir un poema, pero no tengo nada en mente. ¡Finito! Sólo parezco un trivial Boecio sin talento alguno. ¿Y qué ha escrito? Te leeré… Marcel levantó el papel que había lanzado furioso al piso, lo desdobló y encendió la bombilla de mesa; clavó su mira en la única línea escrita, hasta el momento, pero ésta ya se encontraba exánime al papel. El título, el cual pienso que llevaría, será: 'Onírico Hircismo' y tan sólo he mecanografiado 'No existe una pluralidad entre tú y yo.' Punto. ¿Nada más? Nada más, Carlos. Se ha marchado todo de mí. ¡Von voyage! Todo se ha vuelto como los franceses dicen, una ¡Merde! ¿Qué hora marca el reloj, señor? Pasan de las ocho. Ya es demasiado tarde. Nunca me he ido a la cama pasando las siete treinta. Pienso que la somnolencia comienza a apoderarse de mí. Espera, no te duermas aún, Carlos, quiero leerte algo; quiero que me des tu opinión, creo que no tendría mejor crítica que la tuya.
Karst. Escritores.
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Escucharé atento, señor. Pero… no sería una molestia dejar sobre de su escritorio la caja; se me han engarrotado los dedos, ¡Mire! Claro que no, Carlos. Déjame llevarla. ¡No! Le he dicho que sólo yo tengo la autorización de cargar con esta caja. Está bien. Perdona, no era mi intención hacerte exasperar. Carlos caminó hacia el escritorio. Asentó delicadamente la caja de madera, a un lado del cenicero atestado de colillas y cenizas. Sus palmas, finamente deliñadas, se encontraban marcadas con los bordes puntiagudos de la caja. Marcel le miró con el rabillo del ojo y la duda de, qué era lo que tanto Carlos ocultaba en aquella caja, se hizo presente. Sé lo que piensa, señor. ¿Y qué, según tú? Piensa que eso de escribir poesía, quizás, en un futuro estaría bien, porque aún es bastante joven como para plasmar sus sentimientos más lacerados en ese simple papel; y mecanografiarlo en esa vieja máquina de escribir, sería una rotunda pérdida de tiempo. Una 'nueva' narrativa, no le caería nada mal. Algo nuevo y delicioso. Algo que nunca antes un escritor ha hecho, ni ha tenido la sola y fugaz idea de pensarlo. Pero usted, señor, lo ha hecho. Le ha surgido la idea. La tiene finamente delineada en su vasta cabeza. Cada detalle, cada movimiento. Cada palabra está ahí, todo. Un personaje. Un protagonista. Un párvulo delicado, bello y avieso a la vez. Alguien que la gente no pueda odiar, y sienta esa necesidad tan grande de amarle. De que sus corazones se
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vuelvan ambivalentes ante cada línea. Que deseen ser como él, imitarle, quizás. Pero usted ¿Podría logarlo? ¿Yo? Sí. Usted. Yo soy un eximio narrador. Un monstruo para crear historias. Poseo una despiadada imaginación y he cambiado los cánones de la literatura moderna. He despedazado viejos paradigmas. Creado nuevos géneros y cautivado a multitud de lectores. Soy Marcel Cozzi. ¡Qué no he logrado yo, siendo un ilustre escritor!, gané un premio con mi primera obra; nadie ha obtenido un Pullitzer a temprana edad. Por si no lo sabías, me denominan: 'la prostituta de la literatura moderna'. Soy un monstruo y mi nombre será inmortal. No lo dudo, señor. Es usted brillante, pero sigo pensando, si es usted capaz de hacerlo. ¿A qué te refieres, Carlos? A que si usted tomaría mi personalidad, para transformarla en un personaje. Sería enigmático leer entre líneas todo lo que un niño de tan sólo siete años puede decir, pensar o hacer. Sería algo nuevo y deslumbrante. ¿No es verdad que lo ha pensado? Soy un gran espectador, señor Cozzi. Me he percatado de cada mirada, de cada anotación mental que le viene a la mente. Ha seguido e imitado mis movimientos, mis gestos. Mi dandismo inclusive. Pero sobre todo, mi inteligencia, mi madurez y mi originalidad. Dígame si no es verdad, que le ha cruzado por la mente, la historia de un crio con una despiadada madurez y una temible personalidad. Ya me imagino como comenzaría su historia, usted lo ha tenido todo este tiempo en la mente: 'Carlos era un niño rubio coma no tanto como para llegar a ser un Karst. Escritores.
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estúpido albino coma pero era rubio coma lo único que no iba acorde con él coma eran sus ojos de color negro punto y aparte Abajo Carlos no era un niño común… No, no... Mucho antes va: Carlos siempre cargaba una caja Y aquí viene la gran pregunta ¿Qué es lo que Carlos resguardaba ahí?...' ¡Calla! Es mentira. Jamás haría algo semejante. Eso es bajo, despiadado y mezquino. Veo que ha suplantado la palabra vulgaridad por mezquindad. ¿Qué es lo que quieres, niño? Nada. Ideas mías. Sabe, yo también quisiera ser escritor. Pero mi madre se rehúsa a que yo ejerza ese grandioso camino de las letras. Dice que moriría de hambre, pero no me importa. Sólo quiero escribir como usted. ¡Pero me ha dicho que quería leerme algo! Marcel le miró, atónito, y un escalofrió le corrió por el cuerpo entero. Qué clase de niño era éste. Demasiado inteligente, perverso y bello a la vez; como el mismo Carlos había argumentado. Su delicadeza, parecida a la de una orquídea, por un momento se había transformado en un horrendo y simple tallo espinado. Carlos se recostó al sofá y sus labios rosas, escrupulosamente exclamaron: ¡No escucho!... Marcel balbuceó. No quería leer nada. Pero bajo de la luz de la lámpara, su tierna carita le hizo cambiar de parecer. Era bello; era un niño demasiado bello y finamente cincelado. En ese instante, Marcel sintió una inmensa necesidad por arroparlo. Estar a su lado y leerle un verso al 38
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oído. Interpretarle un aria o contarle un cuento. Le observó nuevamente, pero esta vez, Carlos se había rendido a los brazos de la somnolencia en el sofá. Se puso de pie y se aproximó ante el cuerpo del niño. Le rozó la piel con sus ásperas manos, sintiéndola tersa y fría. Acudió hasta su habitación, en busca de una frazada y esbozó al pequeño. El poema que Marcel ansiaba leerle a Carlos y que éste le brindara su exquisito y temible punto de vista, se encontraba tirado al piso. Marcel lo levantó y lo puso sobre su escritorio. Inoportunamente, miró la caja que Carlos había dejado ahí por un momento. Su curiosidad, pero más aún, su ociosidad, se apoderó de él, y le vino a la mente todo lo que Carlos había dicho y todo lo que el propio Marcel había pensado: '¿Qué es lo que Carlos resguardaba ahí?' Se volvió y miró al niño dormir sin ningún problema. Tomó la caja y la abrió cautelosamente. Un chirrido tosco, como inoportuno, se desprendió de ella; eso puso nervioso a Marcel, pues no deseaba que Carlos despertase y le cogiera con la caja entre las manos. Vio que el rubio niño no cometió ni un sólo movimiento y abrió la caja. Marcel se asombró, pues un ligero pliego rectangular, y de color purpúreo oscuro, se encontraba en el interior. Ni dinero, ni oro, nada valioso había dentro. Tan sólo un estúpido mensaje con un fúnebre color. Tomó el sobre entre sus manos y sacó la nota, más bien, era una carta. La desdobló y clavó su mirada sigilosamente en la primera vocal. La carta decía: "Estimado señor: Alfred Smith, mejor conocido por todo el mundo bajo el pseudónimo de 'Marcel Cozzi'. Es un honor para mí, el haberle seleccionado entre mis preferidos escritores, pues lo que usted ha hecho, es simplemente sensacional. No hay palabra más exquisita que pueda decir Karst. Escritores.
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que no sea: 'sensacional'. Pero su tiempo ha acabado. Quiero informarle, de la manera más cortés, que el día de hoy, martes 30 de septiembre de 1989, siendo las 21:22 horas de la noche, usted caerá al piso a consecuencia de un vértigo, el cual, le causará una embolia fulminante para su cerebro y como resultado su cuerpo se desplomará al piso. No habrá nadie cerca de usted, más que mi angelical hijo de nombre Prose, quien, no sé por qué razones, se ha obsesionado en que le llamen 'Carlos'. Él, le será de única guía hacia el valle de los muertos, donde fiel y ansiosamente, mi caquéctico ser le estará esperando para presentarme oficialmente ante usted. Hubiese estado encantada de ir personalmente por usted, pero me ha salido un imprevisto y he tenido que irme de viaje. Prose se ofreció, pues es admirador suyo, sin discutirlo. Tiene sus dos obras y ansía su poemario, aunque no lo podrá tener, por la razones que he manifestado. Me despido mandándole un cordial abrazo y quedo a sus órdenes para cualquier duda y/o aclaración." Firma: La muerte.
La carta, más bien la esquela, cayó al piso bamboleándose en el aire. Marcel no pudo pronunciar una sola palabra. Miró a Carlos que permanecía dormido. El inmenso reloj de madera, se encontraba de pie, a un lado de la estantería. El segundero se escuchó más estridente que nunca. La manecilla pequeña, se encontraba en el número nueve y el minutero cambió drásticamente del veintiuno al veintidós. Marcel cayó muerto al piso y el eco que se provocó, hizo despertar a Carlos. 'Usted me hizo la invitación hasta su casa. Yo le dije que no podía porque era un extraño, pero usted, insistió. Sabía perfectamente quién era y dónde vivía; sólo me he hecho al tonto para nunca encontrarle, pues deseaba ver publicado su poemario. Me fascina su literatura, y deseaba tanto tener en mi estantería 40
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sus poemas, pienso que hubieran sido hermosos ¡Pero usted, insistió! El viaje al valle es muy largo y fastidioso; por lo que dormitaré un rato más… y sí, tenía usted razón: No existe una pluralidad entre tú y yo.
DE LOS NIÑOS DE CHARLESTOWN El martes a temprana hora, mi madre me envió al mercado. Caminaba sobre la acera, cuando un pequeño rubio me llamó desde un carro con insistencia. Vacilante me aproximé. Dijo que quería un pastelillo de coco y si le acompañaba a la repostería, me compraría uno. —Bueno, pero no he de tardar mucho, mi madre me aguarda. El chico bajó del carro, le tomé la mano y pregunté dónde se encontraban sus padres. —Mi madre se ha marchado de compras y mi padre se encuentra en casa del gobernador. Yo le he acompañado, pero me ha hecho esperarle demasiado, tanto, que mi pancita gruñe. Al llegar a la repostería, escogió el de coco y yo uno de vainilla. Pagó con una moneda de cincuenta centavos, mientras yo apenas llevaba cinco centavos que había hurtado de la tienda de mi madre. Con ello supe que era un niño de familia rica, y comprendía el porqué de sus buenos atuendos. Al salir de la tienda, el pequeño mantenía esa sonrisa, tan jubilosa y yo tan pusilánime, ¡qué pesado! Le sostenía la mano, aún con más fuerza, como para asegurarme de que nada grave pudiese ocurrirle. No podía controlar mis Karst. Escritores.
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impulsos y supe desde el primer instante que deseaba asesinarle. Pero en esta ocasión tenía que estar seguro de que nadie me interrumpiera o me pillase acribillando a aquel crío. Así que le engañé, le envolví en una treta diciendo que si no gustaba trepar a un barco de vapor. Él se entusiasmó y pidió de inmediato que le llevase a las orillas de la playa. Caminamos un largo rato, hasta llegar a un paraje arenoso, en donde nos sentamos un momento para descansar. Ese océano de olas titánicas gruñía feroz, como tratando de decirle al pequeño: ¡Huye… huye lejos! Mientras que él, aún no se percataba de que la idea de subir a un barco de vapor no era más que una falacia para asesinarle. La brisa caliente me quemaba la cara, me revolvió el cabello y cubrió mis pies de arena. —¿Todavía desea saber más? —Sí… continúa. El pequeño sonreía, y miraba con atención a aquellos barcos pesqueros; dijo que nunca había mirado algo semejante. Y yo, nunca me había sentido tan fastidiado con tanta felicidad desmesurada. Se puso de pie y corrió cerca de la orilla, donde las olas se desintegran en espuma, saltaba señalando a los barcos con pesadez: ¡Mira… mira! Era cerca del medio día y volví la vista en ambas direcciones, cerciorándome de que no se encontrase ni un alma en la playa. Mis puños oprimieron con fuerza la arena, intentándola hacerle añicos, como si eso fuera posible. El pequeño seguía saltando y diciendo: ¡Mira… mira! Me puse de pie y me le acerqué. Coloqué mi mano derecha sobre de su hombro y le palmeé en dos ocasiones. Él repitió que mirase lo inmenso que era aquel barco. Respondí: 42
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¡Es realmente gigantesco! Cuando descargué un furioso ataque; clavando mi navaja en el cuello de aquel angelical niño. Cayó sobre de la arena, pero a pesar del sorpresivo ataque, no había muerto y peleaba por su vida. Le desprendí la navaja del cuello y comencé a apuñalarle sin detenerme, sonriendo, como lo hago ahora: Me sentía feliz. Él gritaba: ¡Papito! Una y otra vez. Pero vamos, solo fueron unas cortadas, nada como para morirse. Después le arrastré por la arena, agonizante, y le tiré detrás del herbaje, cerca de los pantanos. Tomé una vara y se lo inserté en el ojo derecho. Le bajé los pantaloncillos e intente castrarle como lo hacía a los perros y gatos de mis vecinos. Pero de pronto, dejé de escuchar sus sollozos, y le vi estático, pusilánime, con la boca entreabierta, ¿y su fulgurosa felicidad, dónde quedó? Le clavé nuevamente la navaja al cuello, pero no logré arrancarle otro grito. Fue ahí qué, por primera vez, el miedo se apoderó de mi y escapé de la playa, acudiendo al mercado para cumplir con el recado que mi madre me había encargado, pues haberlo hecho, no me hace un hijo desobligado.
Karst. Escritores.
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Violeta Carolina Azcona Mazún. Mérida, Yucatán. 1993. Licenciatura en Medicina Veterinaria por la Universidad Autónoma de Yucatán.
MI PRIMER RELOJ. La blanca luz que resplandecía desde el techo resultaba incómoda. El murmullo de la gente era ensordecedor en las plazas los domingos por la tarde. Todos los apartamentos y locales rebosando, y más los restaurantes, que parecían tener música propia entre tantas pláticas, risas, y el sonido de los platos en las mesas, los cubiertos moviéndose, los popotes sorbidos, el sonido de las muelas masticando, el crujir seco de las gargantas al deglutir y una que otra carcajada. ¿Cuál modelo señorita?, dijo la vendedora apoyando las manos en el aparador, despertándome de mi ensimismamiento. El azul turquesa, por favor. Mientras la vendedora buscaba el modelo del reloj, yo miraba el anaquel y los aparadores; tantos modelos, formas, colores, texturas y materiales de los relojes para que todos al final sirvieran para lo mismo. Había, como todo en la vida, algunos que me parecieron bonitos, uno que otro, que me llamaron la atención y otros que me parecieron aberrantes. En la última fila, del último anaquel, estaban los relojes de medio uso. Me preguntaba cómo alguien puede comprar un reloj de medio uso, sin miedo a que éste deje de funcionar en un tiempo menor al esperado. Sin embargo había uno en esa fila que llamó mi atención. Era una pieza simple, no era de oro ni de plata, le colgaban aros de donde supongo que alguna vez colgaron adornos. Recordé que no había comprado un reloj en años, muchísimos años; de hecho 44
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me di cuenta que en realidad nunca había comprado un reloj y que el único que había poseído era uno sencillo muy parecido al del último anaquel. Mi antiguo reloj era igual a ése. En medio del ajetreo de la plaza, mi mente se trasladó a mis anteriores años, tratando de recordar cómo había perdido mi primer reloj. ¿Qué había sucedido con él?; nunca lo volví a ver. Me lo habían regalado mi madre y mi abuela cuando yo tenía alrededor de 14 o 15 años. Me ví vestida con la camisola amarillenta y la falda roja de la secundaria. Todo iba llegando a mi memoria dejándome esa sensación somnolienta que se experimenta cuando se entona una canción de la cual no se recuerda bien la letra. Así iban llegando las imágenes de los recuerdos, en secuencias acronológicas, como fotografías que se movían una seguida de otra formando un cortometraje de mi adolescencia. Un flashback de no sólo mi primer reloj, sino también de mi primer acto delictivo: El robo. Éramos un grupo de cuatro muchachas. Brisa era la más guapa, con ese cuerpo perfecto que dictamina el estereotipo de la sociedad, la condescendiente del grupo, todos la querían por ello y otras la odiaban por guapa. Misha era flaca, alta y guapa también, la "loca" del cuarteto, siempre andaba de fiesta, de novios y pasando las materias de "panzazo". Ariel era la chaparrita, morena y también guapa, por supuesto; era la criticona, se la pasaba quejándose de todo, siempre se peleaba con todos y todas, muchos la odiaban. Yo era la "nerd", la más alta de todas, no era fea pero jamás me consideré guapa. No porque tuviera baja autoestima, ni porque me comparara con mis amigas, sino, pura y llanamente porque para mí resultaba vana y superflua la "belleza" exterior. Porque después de todo siempre se Karst. Escritores.
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acaba y lo único que perdura es la esencia. Mientras yo era la de los mejores trabajos, mis amigas eran la de los novios más guapos. No me interesaba y ellas lo sabían, y me aceptaban tal y como era. Un cuarteto de amigas diverso pero unido. Pasábamos el tiempo platicando de los temas más promiscuos, imprudentes e indecentes que la sociedad ocultaba. Planeábamos nuestra "primera vez" de mil formas; Misha que ya no era virgen de ningún orificio, nos decía cómo movernos en el "acto". Ariel quedaba con la boca abierta y terminaba diciendo: "Ves como sí eres bien puta", a lo que Misha, con gran seguridad respondía: "Si ejercer libremente mi sexualidad me hace una puta, pues ¡Soy una gran puta! —y mientras lo decía movía sus manos burlándose de Ariel, quien siempre creía tener la razón en todo— ¡Cómo si una mujer no tuviera ganas de coger!". Brisa intervenía diciendo que no importa si era puta o no, pero que dejaran de hablar de sus "promiscuidades" en público. "No soy hipócrita" contestaba Misha, con el orgullo herido. Yo las escuchaba y nunca opinaba porque no tenía ni experiencia ni interés. Cuando no hablábamos de "promiscuidades" e "indecencias" nos escapábamos de clase y nos quedábamos en la cafetería. A veces —muy seguido— Misha llevaba vodka y whisky en pequeños frascos, y Ariel compraba los refrescos de cola a los que Brisa desechaba la mitad, mientras yo "echaba aguas" desde la puerta del baño; luego Brisa me relevaba y yo entraba a tomarme los preparados. Más de una vez entramos borrachitas a clase y más de una terminamos vomitando en el baño a consecuencia de tantos preparados. Pero un día ni el malestar 'post preparado' nos quitó el aburrimiento. Queríamos algo nuevo. Algo que nos 46
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hiciera liberar adrenalina. "Vámonos de pinta" dije después de minutos en que las chamacas debatían sobre nuestra futura travesura. Las tres se quedaron viéndome como si no creyeran que lo hubiera dicho; incluso yo aún recapacitaba en mi cabeza sobre la impulsividad de la proposición. "No se diga más", dijo Misha con seguridad y una sonrisa pícara en la mirada, Brisa sonrió también pero Ariel dudó. Terminamos las cuatro encaramadas sobre el árbol más cercano a la barda de atrás de la secundaria. Una vez que logramos salir, y que habíamos recuperado el aire perdido, nos quedamos serias. ¿Ahora qué haríamos? Habíamos saltado la barda, estábamos afuera de la secundaria y sin embargo no teníamos un plan. "Podemos ir a la plaza que está por el deportivo", dijo Brisa y Ariel respondió sonriendo "Queda cerca, incluso podríamos ir caminando". Caminamos hacia la plaza y nos sentíamos unas malotas por haber logrado escaparnos de los profesores. Caminábamos con las cabezas en alto, luego de haber salido victoriosas de la hazaña, de superar a la autoridad de la secundaria. Reíamos y coqueteábamos con los transeúntes. Llevábamos puestos los uniformes y eso era lo único que nos hacía caminar con menos soberbia y vanidad. Mi reloj en la muñeca izquierda, y la recién victoria obtenida, me dieron la confianza para decir "pinches maestros pendejos, a ver cómo nos encuentran". Todas reímos. Al llegar a la plaza reparamos en que no teníamos dinero suficiente para gastar. Habíamos comprado helados y papas, pero ya no quedaba más que para comprarnos unos moños que habíamos visto en un local. "Realmente quería mi Karst. Escritores.
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moñito", me quejé tristemente mientras hacía mueca con la boca. Misha me miró y por un momento no dijo nada, me tomó de la mano y me sonrió, "Ven, vamos" dijo y todas las seguimos. Entramos de nuevo a la tienda y hacíamos como que observábamos la bisutería, la ropa, los lentes y de repente ¡Vi cómo Misha tomaba el empaque de los moños y los metía en la bolsa de mi camisola! ¡No pude decir nada ni hacer nada!, tragué saliva y abrí los ojos intermitentemente, como las alas de un pájaro que apresura su despegue. Casi no podía moverme y si no hubiera sido por Brisa, que me abrazó de repente, despistando a la vendedora, mientras Ariel le daba las gracias para distraerla, seguramente me hubiese dado un ataque de pánico o algo por el estilo. —¿Cómo fuiste capaz Misha? —dijo Ariel con ese tono de "soy perfecta" que todo el tiempo usaba.— ¡Pudiste habernos metido en problemas idiota! —Por primera vez, pensé que Ariel tenía razón. —¡Cálmate Ariel!, ya pasó. ¿Estás bien Vero? —dijo Brisa mientras me acariciaba el hombro con esa ternura que tanto la caracterizaba. —¡Pinche amargada!; ¡Caes mal cuando te pones mamona! ¡Neta!; Ya bueno, ahora vamos por algo un poco más peligroso —y Misha empujó esa risita que ya le conocíamos. ¡Era imposible decirle que no a esa mujer!, Brisa y Ariel, después de mantener el rostro serio y hacer ojitos chinos, sonrieron y comenzaron a moverse, como si bailaran, mientras tarareaban una canción. No dije nada, aún me costaba creer que habíamos robado unos pinches moños, por ociosidad. 48
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Caminamos por la plaza, de tienda en tienda; cada vez que entrábamos a una, sentía como el sudor frío caía por mi espalda y me helaba la sangre, la carne se me ponía blanca y sonreía forzadamente. Cuando salíamos le preguntaba a Misha si había tomado algo, y ella me respondía coquetamente mientras sonreía "No mi amor, cálmate" y entonces hacía el gesto de un beso. Estuvimos así, no sabría decir por cuánto tiempo. Entrábamos en una tienda, salíamos y entrábamos a otra. Escuchaba las risitas calladas de las tres y me sentía intranquila, culpable por haber dado la idea original de todo aquello: salirnos de la escuela. Cuándo me cansé del nerviosismo y de la taquicardia que no me abandonaba desde que Misha tomó los moños, me dije: "Ya cálmate, estás como loca". Seguimos de aquí para allá y yo estaba más tranquila; miré mi reloj y vi la hora. "Es mejor irnos, casi es hora de la salida de la escuela". Ariel fue la que más se preocupó puesto que su mamá la iba a buscar siempre puntual para dejarla con la tía, y poder irse con su amante antes de que el esposo saliera de trabajar. Si Ariel la hacía esperar, lo único que recibiría de su madre ese día sería un castigo por atrasar su romántico encuentro. Misha no le dio importancia porque su mamá nunca estaba en casa, y su hermano la golpeaba constantemente, por lo que trataba de no estar en casa la mayor parte del tiempo. Brisa y yo nos íbamos juntas en el autobús. Fuimos al baño, yo me amarraba una alta cola de caballo mientras las tres entraron en un solo escusado. Yo escuchaba las risas y los susurros, pero no di importancia. Mi reloj marcaba las 12.20 y el timbre sonaba a las 12.30 en punto. Sólo quería llegar a mi casa de una vez. Sentía la vergüenza por lo sucedido. Karst. Escritores.
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Cuando nos disponíamos a salir de la plaza, después de que mi nerviosismo se acabara, de que mi corazón recuperara su ritmo, de que al fin perdonara a Misha por haber tomado algo que no nos pertenecía ¡Y de meterlo en la bolsa de mi uniforme!, después de creer que la habíamos librado… El vigilante no nos abrió la puerta de la plaza y pronto llamó por la radio a dos compañeros más que llegaron para impedirnos la huida. —Hay reportes de dos tiendas, señoritas; de que cuatro colegialas han tomado algunas cosas "prestadas" —lo decía con tono morboso y dándole énfasis a la palabra "prestadas", como si disfrutara el hecho de que no fuera así.— No podemos dejar que se vayan sin que se les revise. Casi sentí cómo me iba a desmayar pero, guardé la compostura.— Síganme, en una fila por favor, una detrás de otra. Misha iba detrás del vigilante, Brisa atrás, Ariel seguía y yo al último. Mientras pensaba en la vergüenza que pasaría, imaginaba a mi abuela y a mi madre con cara de decepción y enojadas por mis actos. ¿Con eso iba a agradecerles que apenas esa mañana me regalaran mi primer reloj? Sentía una punzada en la boca del estómago; mientras intentaba descifrar el sentimiento, me pusieron en la mano un objeto "tómalo y tíralo en algún basurero o maceta, ándale Vero"; me susurraba autoritariamente Ariel. Sin recapacitar lo tomé casi por instinto —de supervivencia, creo yo— y lo boté en un macetero. Vi horrorizada cómo Misha se sacaba de distintas partes labiales, aretes, collares y demás objetos, al igual que las demás, y las iba pasando a Brisa y ésta a Ariel y ésta a mí que no podía creer lo que mis ojos veían. Recapacitando en ello, definí aquel sentimiento, fue la primera vez —también— que sentí remordimiento. 50
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Llegamos al cuarto de seguridad. Era pequeño. Nos pidieron nuestros nombres a los que respondimos con nombres falsos. Nos dijeron que la suma de lo que había desaparecido era de alrededor de 300 pesos, y que sólo si lo pagábamos nos podíamos ir. Pero no teníamos efectivo y tampoco las pinturas ni aretes y demás objetos robados puesto que los había tirado entre basureros y macetas de la plaza. Si no lo pagábamos, un vigilante las va a acompañar a la escuela y hablará con el director o la directora, para que llamen a sus padres. O les hablamos de una vez desde acá, denme los teléfonos… o a la policía ¿Sería mejor, no? —¡No por favor! ¡No! —comenzó a gritar Ariel, quien ya sabía que le iría de la chingada con su mamá. —Dejen algo empeñado y cuando traigan el dinero se les devuelve. A ver si así dejan de andar de rateras, chamacas ¿Qué, no las educan en sus casas?... A ver tú —dijo el gordo vigilante, apuntándome con su regordete dedo— ¿Qué tienes en el brazo?; deja eso, deja el reloj y cuando traigan el dinero lo vienen a buscar. Lo venderemos y pagaremos lo que robaron. —Déjalo nena, tengo dinero en mi casa, juntamos el dinero y regresamos.— me dijo Misha. Brisa asentía con la cabeza. Ariel estaba por desmayarse del pavor que le producía llegar tarde a la salida de clases y que su madre no la encontrara. —Lo haré...— dije resignada, sin querer dar mi reloj nuevo. Mientras me lo quitaba recordé las palabras amorosas de mi abuelita y los besos de mi madre. Una lágrima insistía en salir del ojo derecho, pero la Vero orgullosa la succionaba por dentro, se tragaba las lágrimas y lloraba en mi interior. Karst. Escritores.
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Salimos de la plaza con la cabeza baja. Ariel alterada, Misha indignada por el "maltrato que nos dieron los pinches gordos vigilantes", Brisa no decía más. Yo sólo podía pensar en qué respondería cuando me preguntaran por el reloj. Llegamos a la escuela y casi no había alumnos. Desde la otra esquina pudimos ver como doña Rosy se bajaba del auto y se dirigía a la entrada principal; Ariel corrió al ver a su mamá diciéndole que el maestro no la dejaba salir sino se terminaba la tarea, y que ella tuvo que corregir varias veces sus ejercicios. Vimos a doña Rosy abofetearla frente a todos, y le insultaba con crueldad. Misha me acarició el cabello y se fue sin decir nada. Brisa tampoco dijo algo más durante el trayecto del autobús que abordamos para ir a nuestras casas, yo tampoco quería escuchar. No quería escuchar nada de ellas nunca más. —Serían 300 pesos, señorita. —¿Perdón? —Su reloj, éste modelo está en 300 pesos, ¿Se lo envuelvo o se lo va a llevar puesto?, casi me gritó la vendedora para que llamara mi atención por completo. —Puede mostrarme el reloj aquel del último anaquel; el de la última fila. — ¿Éste? —y señalaba el reloj. —Sí, démelo. —No sirve señorita; está viejo y medio oxidado ya. No creo que quiera comprarlo. —No importa. Lo quiero así como esté. La vendedora me dijo que podía llevármelo gratis en la compra del reloj turquesa que había escogido en un principio. Pagué los 300 pesos y me fui de ahí con los dos 52
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relojes. Antes de salir de la plaza, tiré en una maceta el reloj turquesa, y me puse el otro reloj en la muñeca izquierda. Al salir el vigilante me sonrió, y me dio las buenas tardes. Salí de esa plaza una tarde de domingo, 15 años después, con mi reloj y saldada la deuda de 300 pesos. Esperaba con ansias llegar al almuerzo en familia, en casa de la abuela con la mente en paz.
DE PULGARES, OREJAS Y OTRAS PARTES Desde que tengo memoria me ha gustado jugarme las orejas. He intentado dejar la manía pero no he podido; me da placer y una tranquilidad inigualable. Pongo la yema del dedo índice sobre el cartílago de la oreja, con los dedos medio y anular abrazo la parte trasera del pabellón y lo más delicioso viene después, cuando la parte más distal de mí pulgar, acaricia el lóbulo. Suave. Lento. La parte dorsal de mi pulgar se desliza sobre la piel aterciopelada, la sensación es la misma que la de un dedo acariciando un durazno con los ojos cerrados. Silencio, sólo escucho el barrido de mi dedo contra mi lóbulo, sonido rasposo y seco que hace callar al mundo entero. Muchos bebés vienen chupándose el dedo. Desde el primer ultrasonido uno los ve con el cuerpo formadito, con el dedito dentro de la boquita. Y cuando nacen no pueden dejar de chuparse el dedo, luego el pulgar les queda más pálido, delgado y largo que el otro. Los dientes les quedan chuecos. Terminan siendo esas feas personas con la boca siempre en forma de estar chupando una mamila. Tienen que llevar
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tratamientos largos de ortodoncia porque si no quedan horribles para siempre. Decido cortarme las orejas. Tomar un cuchillo de la cocina, afilarlo y ¡zaz!; realmente no es tan doloroso. Supongo que mi vanidad es más fuerte. Tomo el lóbulo de la otra oreja y ¡zaz!, en menos de cinco minutos se tiene una cabeza libre de orejas. Se cocinan muy bien en caldo, y se las da a la perra. Lo bueno de los perros mestizos es que comen de todo. Igual siento que me estorban los pulgares, no es que me fueran a hacer mucha falta, incluso leí en una revista que en unos años el dedo meñique va a desaparecer para siempre junto con las muelas del juicio y el apéndice, porque la evolución ha dejado a estas partes del cuerpo como accesorias. ¿Y qué tanta diferencia puede haber entre un dedo meñique y un dedo pulgar? Si el pulgar me servía para la oreja, pero sin orejas no me sirve de mucho. Estoy segura que podré golpear la tecla de "espacio" con el dedo índice. Así que no lo pienso mucho y voy a la cocina y ¡zaz!, me corto primero el de la mano izquierda porque soy diestra. Me cuesta mucho más trabajo cortarme el dedo de la mano derecha porque no tengo pulgar para sostener adecuadamente el cuchillo. Problema inesperado. En realidad sí hay diferencia entre el meñique y el pulgar, el meñique es adorno pero el pulgar sirve para dar soporte. Entonces enciendo la estufa y pongo el dedo tasajeado entre las llamas. Huele a carne quemada. Tengo que estar cuidando de que no se me quemen más dedos, que no se me quema la mano. Es un problema y me está llevando mucho tiempo. Pero una vez terminado me inclino y ofrezco el dedo a mi perra. De nuevo ella tan linda y obediente se come todo sin dejar restos. 54
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Voy al médico para que me terminen de suturar la piel que cuelga de donde estaban mis pulgares; sacaré cita de una vez con el cirujano plástico que me arregló la nariz la semana pasada. La sala de urgencias está sorprendida, y he tenido que inventarme unas historias que servirán para hacer reír un buen rato a mi perra. Ahora noto que me como mucho las uñas. Estoy intentando evitarlo poniéndome cinta aislante en la boca, pero cuando la retiro, me quedan los labios pegajosos.
EL HOMBRE FEO. Hace un calor terrible, y yo con medias; el sol me quema el rostro a pesar de traer sombrero y esta viscosa plasta de bloqueador solar que me deja la cara brillosa como un cristal a contra luz. A él no le importa su piel porque es feo, pero a mí sí; no quiero que me salgan manchas, soy demasiado joven para tener que embarrarme esas cremas que mi madre usa por las noches. ¡Qué castigo es esto de andar a pie por la ciudad y de la mano de un hombre feo! Habría que verlo, tan chaparro y gordo, además le he notado unas cuantas verrugas en la papada y en el cuello, parece un sapo. Y yo tan hermosa, tan espigada, tan blanca y limpia como la leche; pude haber sido actriz o modelo, pero no, estoy atada a éste hombre; es que no lo puedo dejar, y a pesar de lo que me ha hecho sigo aquí, tomándole la mano. Me voy a esconder debajo de éste carísimo sombrero que me compró hace un mes en París, ¡por favor que no me vea con él! O mejor voy a dejar el sombrero tirado por ahí, a ver si así se apiada de mi piel y de mis piecitos y me lleva a Karst. Escritores.
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descansar de una buena vez. ¡Yo creo que se ha vuelto loco y me quiere matar de una insolación! Se comporta como un bobo, a veces me trata como una retrasada; me molesto por ello y le grito, entonces me compra vestidos de princesa, libros coloridos, chocolates o me lleva a comer hamburguesas ¡Dios santo, me quiere engordar!, me quiere dejar fea para que nadie más que él me vea. Ahí viene, habría que ver cómo le rebota la panza, esa sonrisa de idiota, con los ojos entrecerrados, con su paso lento y con comida entre los dientes, es asqueroso, provoca pena ajena. Trae un algodón de azúcar en la mano, cree que así le voy a perdonar que no me haya comprado la muñeca que vimos hace un rato en la plaza. Pobre sapo, feo y tonto. Pero cuando lleguemos a casa, le diré a mamá que papá me ha traído a pie todo el día en el zoológico, sin bloqueador solar y sin sombrero.
FELIZ CUMPLEAÑOS Cansada como estoy de tantos gritos, bien podría largarme de esta casa. Pero no; lo aguanto todo. Mi madre me ha dicho que sea obediente, que sea más dócil. Pero es que no puedo, algo en mi interior es rebelde y quiere guerra con la hegemonía masculina. He visto en la tele esos comerciales sobre el machismo, sobre los derechos de las mujeres. Creo que vivo violencia. Me lo dice cada grito, cada golpe, cada negación de ser quien soy en esta casa.
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Y no es que yo sea una dejada, pero mi madre siempre me pide que me comporte, que respete al hombre. Pero ya no será así. Hoy me pinté los labios de rojo y me puse rubor en las mejillas. Estoy dispuesta a enfrentarlo. Mi mamá está poniendo la mesa; hoy es un día especial, porque es cumpleaños del macho. Oigo la puerta cerrarse, y oigo a mi madre felicitarlo. Me veo al espejo y sonrío. Bajo las escaleras con actitud soberbia. Me siento a la mesa y ambos se quedan callados. Mi madre se tapa el rostro. Él toma una servilleta y me limpia el labial de los labios y me limpia las mejillas. El odio en mi interior crece, en respuesta grito y lloro. ¡Cómo es posible que a mis cinco años mi padre me siga tratando como a una niña!
LOS REPTILIANOS —Tal vez usted no me crea, pero así de burrote como me ve, le tengo mucho miedo a la oscuridad. —No se preocupe jefe, aquí traemos lámparas. Hasta bengalas si quiere… Eso fue lo último que me dijo el guía, mientras esbozaba una sonrisa. Cuando di el primer paso en la entrada del cenote, una oscuridad abismal me devoró por completo.
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MI RATA POTTER Creo que tenía alrededor de 5 años cuando Carlo se vino a vivir con nosotras. Mi madre inmediatamente se olvidó de mí. Me encargaba con doña Chepa, pero ya era muy viejita, así que me contrató una niñera: Juanita. Juanita tenía 14 años y jugaba conmigo todo lo que yo quería, luego en las tardes se escapaba de mí para irse a ver las novelas con Chepa, mientras yo jugaba en mi cuarto, en donde Carlo se escurría para verme los calzones. Doña Chepa lo había cachado varias veces rascándose un poco abajo del ombligo mientras me veía jugar, decía "¡éste hombre!", me cargaba en sus brazos y me llevaba consigo. Siempre le prohibía a Juanita dejarme sola "ni para ir al baño". Doña Chepa murió justo antes de que yo cumpliera 6 años de edad, y si me acuerdo bien es porque a esa edad empezó todo lo malo. Carlo se volvió más cariñoso que nunca, me abrazaba todo el tiempo y me sentaba en sus piernas, donde algo duro siempre me rozaba las nalgas, haciéndome sentir extraña. Me decía "mira qué linda muñequita": Una vez que me sentaba en sus piernas me balanceaba sobre sí, sacudía sus piernas, me besaba la espalda y el cuello. A mí me hacía cosquillas y me retorcía sobre sus piernas de tanta risa. De pronto todo paraba, porque me sentía mojada de los calzones y las nalgas y de todo lo que hay ahí abajo. Me quedaba inmóvil. Carlo ya no reía, exhalaba como un perro y dejaba caer su cabeza sudada y fría sobre mi hombro. Yo me deslizaba sigilosamente hasta dejarme caer de sus piernas. Y entonces lo notaba: sus pantalones estaban mojados del cierre.
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Apenada, pensando que me había orinado de tanta risa me iba corriendo a encerrarme en el baño. Fue exactamente en mi fiesta de cumpleaños cuando comenzaron a gustarme las ratas. Estaba sobre la mesa un enorme pastel con una sirena dibujada, y justo en el giro de su cola tenía colocada una vela con la forma de 6. Los niños corrían alrededor; me parece que todo lo recuerdo en cámara lenta. Las risas, la música, el viento, mi madre excepcionalmente maquillada platicando con sus amigas, Juanita sentada en un rincón. Una rata oscura pasó corriendo por el local. Nunca había visto un ratón, mucho menos una rata. La vi meterse bajo la mesa del pastel. Me acerqué corriendo metiendo la mitad de mi cuerpo, dejando la parte posterior afuera del mantel. Sentía el viento pasar por mis piernas y una mano que se posaba sobre mi trasero, y a pesar del calzón, pude sentir cómo no le costaba trabajo embarrar los dedos en mi raya. "Mi niña, ¿qué haces ahí?", dijo Carlo mientras me jalaba de una pierna. Rápidamente me paré, más emocionada por contarle lo del ratoncito que incómoda por su atrevida caricia. Es que a los 6 años todo es nuevo, todo parece tan normal. Y si hago memoria no sabía muy bien qué estaba bien o qué estaba mal. Lo que vino después siempre supe que estaba mal porque nunca me hizo sentir bien. El dúo de palabras, el dilema de mi vida. "Ven te muestro una rata más grande". Y efectivamente era mucho más grande, que el ratoncito. Carlo me llevó al cuarto donde estaban mis regalos; me sentó sobre el mueble y con una voz áspera —que muchas ocasiones después de esa seguiría aguantando—, me dijo "te voy a dar mi regalo, no seas una niña grosera y acéptalo. Si no te gusta te aguantas". Se bajó el pantalón y sacó una tripa negra y Karst. Escritores.
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peluda que mientras la iba frotando iba quedando gruesa y dura. La pelaba y tenía la punta rosada. A mí me daba un asco tremendo. Estaba en pánico y no podía ni parpadear. Me dijo que me pusiera en cuatro patas sobre el mueble. Sentí cómo me acariciaba sobre mi ropa interior, luego me lo bajó a penas debajo de las nalgas. De pronto algo me raspaba, giré a ver y era su barba. Carlo me daba lengüetazos en mi raya, sentía su lengua adentro y afuera, de pronto su rata dura se metió en mi trasero, lentamente, yo sentía que me estaba haciendo popo, luego comencé a sentir mucho dolor, en eso una rata real, cruzó el cuarto, era la misma rata que vi debajo del mantel. Instintivamente quise gritar, tanto por el dolor que sentía en el trasero que comenzaba a sentirse más fuerte, como por la enorme rata que emitía chillidos frente a mí. Sin querer emití un llanto adolorido y él me tapó la boca, diciéndome al oído "cuidadito grites o te meteré esa rata que ves, por el culo". Me quedé inmóvil, viendo a la rata que chillaba frente a mí, como si llorara el mismo dolor que yo. En sus ojos veía reflejada mi desgracia, mi miedo y mi rabia. Todo acabó pronto, aunque a mí me resultó una eternidad. Un líquido espeso y blanco me salía de atrás y me escurría por las piernas. Carlo me lo limpiaba con la mano y me obligó a tragarlo. Luego me limpió todo con la sábana que cubría el mueble. Me obligó a jurar que nunca diría nada. Y me sacó del cuarto para regresarme a la fiesta. La cual era más opaca que nunca, ya no veía nada en cámara lenta. Todo era ruidoso y me mareaba. Volví a ver a mi madre que seguía platicando con sus amigas. Giré la mirada por todo el local hasta que vi a Juanita, quien seguía en el mismo rincón sentada, con las piernas muy juntas y los brazos cruzados. Cuando me vio sus ojos se posaron sobre mí, luego vio a 60
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Carlo y vio la mano de éste sobre mi hombro. Juanita bajó la cabeza y se puso a llorar. Creo que ahí fue que me di cuenta de que no había sido la única y que ya no estaba doña Chepa para defendernos. Abrí mis regalos con rabia, rompiendo en pedacitos el papel de regalo y tratando de romper los juguetes. Ya no quería jugar con Juanita, ya no quería ver a Carlo, ni quería ver a mi madre. Y de ellos, mi madre nunca quería verme, Juanita se la pasaba en la televisión y Carlo siempre entre mis piernas. Ponía pretextos para ir por mí a la primaria, para llevarme al cine, para llevarme a su trabajo. En realidad en todos lados buscaba un lugar para poder "meter a la rata a su jaula" como él lo llamaba. Yo lo he llamado “infierno” desde que supe que existía uno. Cuando cumplí 10 años, mi madre decidió que yo ya era muy grande para seguir teniendo niñera. Que además ni jugaba con juguetes ni con Juana. Regresó a Juanita a su pueblo esa misma semana, dejándome más sola que nunca. Unos días después Carlo y mi madre me regalaron una rata. La había pedido desde los 6 años, pero nunca accedieron a comprarme una, ni por más que les decía que Ronnie tenía una. Me compraban los libros y películas de Harry Potter pero jamás la rata. Y ese día habían decidido que la merecía. Que si ya no tenía a Juanita al menos podía tener una rata. Mi mamá siempre ha sido la mujer más linda ¿o no? Mi rata fue bautizada con el nombre de Potter. Luego todo comenzó a mejorar. Carlo tuvo que irse 8 meses por trabajo. Yo cumplí 11 años sin tener que meter más rata a su jaula que Potter, y sin tener nada dentro de las nalgas más que un mojón de caca 2 veces al día, todos los días. Karst. Escritores.
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Comencé incluso hasta a hacer amigas, la mayoría que siempre huía cuando al llevarlas a casa, conocían a Potter. De vez en cuando extrañaba a Juanita, sobre todo cuando mi madre no estaba en casa y Potter se ponía arisca. Luego la imaginaba ahí sentada en el mueble con los ojos perdidos en la televisión, con las piernas muy juntas, para que ninguna rata se le metiera por el trasero. Qué mustia la Juanita, cuántas veces le pedí que le dijera a mamá todo; que a ella sí le iban a creer porque era más grande que yo. Juanita se ponía a llorar tapándose la cara como lo hacían en sus telenovelas y entonces tenía que peinarme el cabello yo sola. Creo firmemente que si nunca tuve amigas en la primaria era porque siempre me hacía las colas chuecas. Un día mientras cenábamos, mamá me dijo que Carlo regresaba la próxima semana. Justo antes de mi cumpleaños. Dejé intactas mis burritas y me fui a mi cuarto. Pasé una hora meditándolo todo. Decidida, fui al cuarto de mi madre a contarle todo. Le conté cómo Carlo había iniciado a hacerme todo desde que tenía 6 años. Mi madre me abofeteó un par de veces gritándome: "¡Mentirosa! ¡Maldita sucia mentirosa!", asegurando que todo eran mentiras, que apenas unos días antes me había llevado con la ginecóloga y tenía mi himen intacto. ¡Qué carajo con el himen! ¡A mí me habían roto el culo! Un par de cachetadas más y además me había quedado sin fiesta de cumpleaños. Bien, pues gracias, yo ni tenía amigos que fueran a mis cumpleaños, ni me gustaban los regalos que me daban, ni me divertía. Era mi madre quien invitaba a sus amigas y a los hijos nefastos y engreídos de sus amigas. Carlo llegó días antes de que yo cumpliera 12. Me había visto más redondita, más mujercita, más bonita, más de todo. El diablo había regresado al infierno. Una madrugada, 62
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entró a mi cuarto y comenzó el juego de la rata y la jaula. Esta vez el juego había cambiado, había traído juguetes de su viaje. Palos con púas, penes de plástico, bolas de hule, vibradores. Me dolió igual que la primera vez, sangré igual que la primera vez. Potter chillaba mientras veía todo, chillaba tan fuerte que despertó a mi madre. Ella entró a mi habitación y vio todo los juguetes de bondage, me vio ahí de cuatro patas con las manos amarradas, me vio a los ojos y vio mi tortura pero no hizo nada. Salió del cuarto cerrando en silencio la puerta. Como si no quisiera despertar a la bestia que yacía adentro. La bestia que me embestía por detrás. Esa noche lloré, lloré como nunca porque sabía que no me quedaban esperanzas. Que nadie iba a salvarme. Que Juanita había guardado silencio, que mi madre no iba a hacer nada. Sólo Potter sentía mi dolor, chillaba y chillaba en su jaula. La rabia nos unía. Como no iban a haber heroínas en mi vida y como tampoco iba a tener fiesta de cumpleaños, decidí prepararme todo para mí misma. Le expliqué a Potter que esta era una fiesta que ambas disfrutaríamos. Pero que nos iba a costar algo de esfuerzo. Dejé a Potter sin alimento poco más de una semana. Mientras tanto yo planeaba el resto. Por fin llegó el día de mi doceavo cumpleaños. Salí temprano de la primaria fingiendo que me dolía la panza: "seguro ya me va venir la menarquía" protestaba. Las maestras ruborizadas llamaron a mi madre. Llegó molesta a recogerme, como siempre, esta vez un poco más, porque había tenido que cancelar un almuerzo de negocios muy importante. Entramos a la casa y me dio dinero para pedir algo para comer. Le pedí que me acompañara a mi cuarto, que me dolía el vientre y quería que ella me acostase. Increíblemente accedió sin reparos, incluso hasta me tomó de Karst. Escritores.
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la mano cuando subimos la escalera, haciéndome dudar de lo que tenía planeado para ella. Sin embargo nada más entramos en mi habitación, recordé las escenas de aquella noche, donde ella fue testigo de mi tortura pero no accedió a ser mi testigo ante un juzgado. Ella se quedó en la puerta y comenzó a cerrarla sigilosamente como si no quisiera despertar a una bestia que yacía adentro. Pero la bestia estaba más despierta y lúcida que nunca. "Mami, ven dame un abrazo, me duele mucho, por favor". Lo dudó un momento pero al final entró, se acercó lentamente a mi cama; apunto estaba la maldita de extender los brazos cuando me abalancé sobre ella, la estrangulaba con todas mis fuerzas, sentía su tráquea rígida resbalarse entre mis dedos. Me rasguñaba con sus carísimas uñas y gritaba como una loca, defendiéndose como nunca me hubiese defendido a mí. No sé cuánto tiempo tardamos así, pero ella dejó de luchar y cayó al piso. Rápidamente le coloqué las esposas que Carlo me puso aquella noche, sujetándole las manos por detrás de la espalda. Le metí la funda de mi almohada en la boca y se la tapé con la sábana. Debía apurarme, sólo faltaban un par de horas para que Carlo llegara del trabajo. Saqué del refrigerador mi pastel de cumpleaños que Carlo, tan atento, había comprado anoche para comer hoy "en un día tan especial", seguido de su juego preferido. Serví refresco en dos vasos, en uno coloqué la mitad del bote de gotas para dormir que mi mamá tomaba todas las noches, para no escuchar mi llanto, ni los gemidos de Carlo, ni los chillidos de Potter. Toda la noche, cada noche, durante 6 años. Luego con guantes y con un palo coloqué a Potter en una cubeta, luego la tapé con una tela de alambre reforzado. La pobre de tanta hambre se comenzó a comer hasta el 64
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plástico verde que envolvía los alambres. No quedaba mucho tiempo. El timbré sonó. Salí a abrir la puerta con el vestido más tierno y corto que encontré, con unos tenis que prendían luces en el talón y con el pelo amarrado en dos colitas chuecas. Le brillaron los ojos, y por primera vez ya no tuve miedo. Entramos a la casa y le comenté que mamá me había traído pero que se había ido a una junta, que probablemente no llegaría a cenar. Los ojos de Carlo brillaban más y más cuando se daba cuenta de que tendríamos "tiempo para nosotros y para jugar"; le dije que estaba a punto de servirme pastel y muy amablemente el cerdo me acompañó hasta la cocina. Él se tomó el refresco con las gotas, luego se sirvió "algo más fuerte", mientras me decía que ésta vez el juego iba a ser divertido, que sólo tenía que relajarme; traté de mostrarme temerosa, como lo había estado en tantos años. Carlo resbalaba una mano entre mi calzón, acariciándome la vulva, besándome los pechos, "está vez te voy a hacer mujer, mi niñita, esta vez va a doler un poco pero luego será más fácil, igual que las veces que le han seguido a la primera vez", me repetía. Supe que mi trasero iba a estar en paz esa noche. Pero también supe que otra parte de mí iba a sufrir. Carlo se paró y comenzó a subir la escalera hacia mi cuarto, su lugar preferido para joderme, entre peluches y Barbies. Apenas cruzó la puerta y vio el cuerpo de mi madre amarrado pegó un grito de furia pero yo ya lo esperaba y lo callé dándole en la cabeza con el palo con el que había cambiado de lugar a Potter. El diazepam y el whiskey hicieron su efecto también, haciéndome todo más fácil. Esposé también a Carlo por atrás de la espalda. Lo desnudé y lo amarré boca abajo en la cama. Abrí sus piernas muy bien, extendiéndolas, colocando una en cada esquina. El maldito Karst. Escritores.
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se movía y me costaba trabajo, pero lo golpeé en la cabeza cuanto fue necesario, temiendo incluso que una de esas lo matará de una vez por todas, terminando con mi fiesta de cumpleaños. Mi madre observaba todo, gimiendo y pataleando desde una esquina. Qué patética se veía. "Ya sé mami que no quieres ver, pero te prometo que luego de esto ya no volverás a ver nada más". Con el mismo palo que golpeé la cabeza de Carlo, ahora le golpeaba la espalda hasta hacerlo despertar. Comenzó a gritar de inmediato, exigiendo que lo libere, que me había vuelto loca. Qué imbécil, la primera fiesta de cumpleaños que disfruto y me la quería arruinar. Más egoísta, imposible. Comencé a golpearle los testículos, luego con mucho cuidado, comencé a meterle el palo por el culo. Potter comenzó a chillar por todo el ruido. Carlo lloriqueaba y se retorcía, pero el palo ya lo tenía bien atorado. "Cuidadito grites o te meteré esa rata por el culo" le dije, tratando de imitar su voz. Carlo pareció recordar la frase que me había dicho hacía 6 años. La primera vez que todo empezó en aquella fiesta. Luego tomé restos de comida que había en el refrigerador y los colocaba en el ano de Carlo, empujándolo hasta sus entrañas con el palo. Me sentía como en Navidad, rellenando el pavo para la celebración. Una vez terminado el primer juego, venía el segundo. Espere un momento disfrutando la situación. Viendo las lágrimas de mi madre, escuchando sus gemidos y lamentos entre mezclados con los fuertes chillidos de Potter y el llanto de Carlo. Luego tomé la cubeta y la coloque con la boca hacia abajo sobre el trasero de Carlo, Potter no se caía porque la red lo impedía. Amarré la cubeta muy bien con cintas adhesivas, incluso le puse kola loka alrededor para que se sellara muy bien con la piel del 66
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trasero de Carlo, luego retiré la red metálica que evitaba que Potter se saliera de su sitio. Lo demás fue el mejor regalo que he tenido: la pobre Potter con tanta hambre después de días sin comer, y atraída por el olor a comida que yacía en el recto de Carlo, abría el ano desesperadamente con sus manitas para tragarse las entrañas del maldito. Mientras tanto, mi madre veía todo asustada, incluso había dejado de hacer ruidos hasta que me acerqué a ella. Comenzó a lloriquear, y la abracé para susurrarle al oído "ya mami, ya no tendrás que volver a ver nada nunca más", y comencé a sacarle los ojos, primero con los dedos, luego con las uñas. Mientras, Carlo gemía, lloraba, gritaba, maullaba, aullaba, y hacía toda clase de ruidos inimaginables. A él que le gustaba meterme tantas cosas por el culo, es justo que muera sabiendo que se siente tener algo vivo desgarrándole por ahí. Salí de mi cuarto cerrando sigilosamente la puerta, como si no quisiera despertar a las bestias que yacían adentro. El infierno ha cambiado de diablo. Ojalá sigas lloriqueando sola, maldita Juana, mira cómo he solucionado todo yo sola. Ésta vez no me salió chueco; Potter ha hecho un hueco perfectamente derecho desde el ano hasta la boca.
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Ariel López. Guatemala, 1992. Licenciatura en Biología por la Universidad Autónoma de Yucatán. Con Violeta Azcona y Fernando Vázquez fundó el taller literario Espías de la interzona.
SAUDADE Ese día creo que fuimos el Flaco, el Mono y yo. No conocíamos al dealer, pero nos recomendaron mucho su producto: siempre tiene la mejor calidad de la mierda que te metas al sistema, dijeron todos, pero nunca nos mencionaron el personaje que se presentaría aquel día. La llaman Mamá Yonky, pionera de los dulces, recuerdo muy bien que me cagué de risa por un rato cuando la vi aquella vez. La señora de por sí era extraña, algo alta e imponente a pesar de ser tan delgada, con unos lentes enormes y un gorro en la cabeza. La encontré tarareando felizmente con una escoba en las manos, limpiando inútilmente la casa abandonada donde acordamos vernos aquel día. —Serán solo 15 minutos, mi niño; no más ni menos, espero estés seguro de lo que haces. La droga ya para entonces era famosa. No se puede recordar el viaje totalmente pero todos los experimentados afirman que es una regresión hacia los puntos más recónditos de la nostalgia, descubrir las formas detrás de lo que ahora sólo es silueta y bruma. Le aseguré que sabíamos en qué nos metíamos y que deseábamos probarla esa misma tarde. Ella sonrío con una mirada que expresaba una profunda compasión y la sostuvo mientras me acarició el cabello. No sabía cómo responder a la situación, todo era muy jodidamente incómodo, pero ella se adelantó a mis pensamientos y fue por su bolso dando saltitos para agarrar 68
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unos pequeños dulces, como esos caramelos que se ven en las caricaturas, redondos y con un lindo envoltorio rosa que se amarra a los lados. Abrimos el envoltorio, dentro había una bolita color anaranjado, de aspecto chicloso que emanaba un olor muy ácido. Me dio algo de gracia el producto que teníamos en las manos. Nos mirábamos entre nosotros mientras pensaba si no era una broma pesada, una buena manera de robarnos dinero. —¿Cuánto cuesta nuestro primer viaje?, — pregunté a Mamá Yonky, quien ya se había puesto a barrer nuevamente. —Ya te lo dije mi niño, serán 15 minutos, solo disfrútalo. Volteó hacia la derecha indicando el patio que tenía a un lado la casa abandonada. —Te recomiendo que salgas antes de tragarte el dulce,— dijo sin dejar su tarea. Salimos al patio, un jardín que a pesar de su descuido, todo lleno de maleza y flores silvestres, provocaba una paz silenciosa que me recodaba un poco a los patios baldíos del barrio, donde jugaba de niño. Lo primero que sientes es una risa contenida, una sofocación histérica; sonríes de oreja a oreja y después de eso no puedes contener la emoción que se acumula en el cuerpo, como sí nunca hubieras estado más feliz de seguir vivo. El Mono me toca el hombro —¡¡Las traes!!— , nos dice al momento en que arranco a correr para alcanzar al flaco. Nos pusimos a jugar por todo el jardín como si no hubiera un mañana. Se me salía la baba de lo mucho que reía. —¡¡Corre, corre, corre; te va a alcanzar!!— gritaba con
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todas mis fuerzas mientras miraba al cielo y escuchaba sus voces a lo lejos y me sonrojaba de la agitación. La noche estaba tan iluminada entonces, el viento se sentía tan fresco y el pasto era tan suave. Lloraba de las carcajadas con tanta fuerza que no veía al Mono o al Flaco a la cara cuando comenzó el efecto en su plena potencia. Me perdí, no estoy seguro que pasó después, sólo tengo imágenes extrañas en la cabeza, como fotos borrosas. Cuando desperté me encontraba en el centro del jardín, tirado en el suelo y muy sudado, al tocar mi rostro todo embarrado de lodo, recordé el juego y volví a carcajearme. Me calmé un poco y vi que algo no andaba bien. Logré levantarme para descubrir que no había nadie y el cielo estaba oscuro. Me dio un escalofrío seguido de unas ganas intolerables de ponerme a llorar; no había una razón en particular pero mi garganta se cerraba y el mundo se me oscurecía. Lancé un gemido al cielo, con una mueca de insoportable dolor, lloré con tanta amargura que no podía dejar de temblar. Como si me arrebataran algo que se encontraba en el centro de mi corazón, como si lo hubieran manoseado y vaciado de toda importancia. Mi cabeza daba vueltas intentando buscar algo que no se encontraba, pero que tenía que estar. —¿Qué está pasando?, ¿Este es el bajón?, gritaba entre lágrimas esperando que me escuchara la dealer. Pero lo único que se encontraba era un pequeño papel pegado en la escoba de Mamá Yonky: Fueron 15 minutos, nos vemos el próximo jueves donde siempre. Decidí escribir este diario, para intentar mantener lo que me quede de cordura.
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UN TRAZO DE MUERTE: Allá viene Lucifer, cayendo con toda su orquesta iracunda. Allá viene la carcajada repleta de dientes, herido de guerra apunta en el delirio, anciana derrumbando muros con un mazo desnuda al fin sobre penumbras. Allá viene la corrupción con su mano erecta rosando las cuerdas que nos sostienen. Gritaron todos el coro de la caída, una lengua de fuego nos aplasta.
EL ARQUERO Sus manos se tensan en posición caligráfica, sostiene el arco una vida intermitente en el horizonte. Al destrabar el cerrojo de llaves fugaces la voluntad dispara de los músculos un rayo. Eriza el celeste en ardiente silencio, escapan los últimos alientos de sus jaulas rotas. Calor derramado en que descansa Karst. Escritores.
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la pluma, su tintero de corazones atravesados.
MALETA HUMANA: Un demonio te arrastra, llena tu pecho con pesadas caricias. Se olvida el pálido rostro del sueño que se devora a sí mismo, los infinitos huecos carcomidos de la imagen, el puente filoso de palabras, las dudas que golpean el tambor de cuero anciano. Un demonio en el vapor caliente de la tarde, transeúnte dormido, tira del pánico que nos somete al polvo de las calles, reino de arenas movedizas. El reloj tiene dos caras. Un vacío que se traga la quietud es el motor que mueve los segundos. Más allá del palacio de martirio donde hacinadas almas se aplastan unas a otras, hay que se deslizan, o surfean y toman crestas por coronas. 72
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El tobogán en sus brazos, juego secreto de perros y niños, baile que incendia la hermosura de jóvenes y patinetas. Recorriendo el pasaje de sus besos, lágrimas amorosas de madres conscientes. Los cuerpos al arrojarse libres a la incertidumbre rotan el vacío motor de su destino.
LUNA BUSCANDO SU ROSTRO EN EL CIELO: para María Cristina Martín Rosado
Te veo emerger del océano de cuerpos retorcidos, músculos interpretando la desesperación de las olas. Veo el trazo de tu camino cortar la fría tonada de azules y negros. Tus puños, mujer recorriendo la marea del llanto, que se aferren a la voluntad blanca, escalera fantástica de plateados barandales. Libres tus colores de los cuerpos fríos y pálidos sumergiéndose entre ellos. Karst. Escritores.
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Eres luz acariciando nuestras ahogadas cabezas.
DE BRUCES HACIA LA MUERTE: para Aníbal López, mi lobo estepario
Las palabras crujen, pinturas revientan como venas. Gestos se pudren en el tiempo que se borra, historia deshebrándose en callejones de olvido. Arte que dormita en oraciones tartamudas. La piedra se somata contra el alma escribiendo postales de honesta sangre, grabando en aceras la risa tormentosa. Porque en el acto ese golpe a la cara borracha de malos tiempos, ese despertar con la incógnita de bastón y navaja, ese grito machacada sentencia. Esa es la factura con que se pinta la memoria, obra que florece en una tumba, saludo recio lluvia. Brazas graves de cariño fiero. Se desdibuja el óleo haciéndose ventana y un hombre se despide con la chaqueta y los ojos puestos.
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EXPLORACIÓN DEL SUFRIMIENTO: Debemos aislar toda partícula del sufrimiento, cada lágrima extinguiéndose en el aire, los detalles en las pausas del grito. Debemos abrir cada costra sujeta a la histeria del hacha, describir la ira de una célula sacrificándose al ardiente cáncer. En ese big bang de violencia donde la bala marca el trayecto de piel tierna y rasgada, en ese verso de plomo, verán grietas atómicas de pura belleza. Astillas que desprende Dios al impactar su puño de trueno, migajas para los santos mártires remojándose en leche hirviendo. Debemos hallar el signo indivisible, poro de Satán del que suda la muerte del anciano. Podemos expandirlo hasta hacer una puerta, por donde migren todos los mutilados, hombres de rostro en llamas y adoradores a falsos profetas, los payasos de la comedia humana. Un puente como silencio de látigo hecho con el material de su fe.
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RETRATO: Soy el sobresalto de un sueño fallido. Pura presencia, carencia de sombra, lo rechazado por verdades y mentiras. Soy ese rostro que abandonan los ojos al filo del espejo. Aquí mi nombre sin referencia ni límite, punto sin escala precisa. Contengo los imposibles nunca nombrados, lo que se deja fulminar por la forma. Soy un milagro.
REZOS: Rezar es acariciar unas manos benditas dentro de las nuestras. Juntas, como polos de iguales cargas engarzados por la pura necesidad de ser escuchados. Energía física rociada a la cavidad celestial, Dios que existe como la totalidad de la oración, que tensa los hilos de la esperanza. El milagro es un acto de violencia. Es desplegarse, infectar al que sostiene sus normas a cuestas. fisurar los ojos de un ciego para que vea con desesperanza. Derribarlo, orinarle joyas y vino.
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Rezar es un acto de liberación. Es arrojar el miedo frente a la tormenta. Se respira al compás de un pulso apagándose, erotismo de carne masticada por fauces ansiosas. Rezar es colgar la cordura de un suspiro, entregarse lento al hormiguero furioso del amor, al corazón de las llamas. Corazones como veladoras que iluminan el rostro de los santos.
EL SACRIFICIO para Mateo Peraza
Voltéate periodista de arena, La playa se tiñe del calor de la tarde y eres el ojo carnoso cuya pupila absorbe. El que nota las marcas de grilletes en el cielo. Voltéate periodista que se desmorona en la claridad teñida, porque seguir esa mancha rojiza es seguir una senda hacia el vacío. Allá solo un tráfico fantasma de ficciones, palabras malditas moviendo las olas y la espuma. Es tu voz periodista de los miedos la que fuerza el mecanismo del silencio, amarre de los pueblos a su tumba despicada. Karst. Escritores.
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Voltéate y devuélvenos la sonrisa, porque las miradas son tendones amarrados a barrotes. Tus puños son de saliva y no de huesos molidos. Abandona la caldera donde cocinan el destino de los hombres. Allá dentro no hay horizonte sino muros de hierro y plomo. No son de arena los gritos que hierven a fuego lento, ni las carcajadas que machacan institutos y prisiones. Son plumas que sobrevuelan el papel en blanco, tinta roja, libre de la agonizante mezcla: agua salada. Voltéate periodista de arena. Más allá del sol abierto como costra, aureola de las almas en pena, hay un cuchillo dentando sobre tu cuello. Esa playa de huesos molidos es una mano empuñando tus alas.
ELLOS ME VIERON A LOS OJOS: Ese chico de allá vive a unas cuadras, vende chicharra. Habla de los días perdidos en el pozo del tedio, de abandonar el tiempo para dar más espacio a la luna, lámpara que fisura los murmullos en el barrio. Un deforme se tira en la calle 60 todos los fines. Hace tiempo dejo de interesarse en el hambre. Ahora su mirada vuela hacia destellos, piernas bronceadas, faros anclados en manos sonámbulas. Se dedica a navegar el calor que fluye sobre la brisa, 78
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aliento de una ciudad que lo digiere. Dos vagabundos en una banca intercambian sonidos que podrían ser mero lenguaje. Nosotros, los pájaros sin alas, retenemos sus manos con la mirada. Puede que no estén ahí realmente y solo queden sombras. En aquella casa una santa bendice el derrumbe constante de peatones sin mapa. Delante de ella un templo gigante de barrotes y alabanza. Cuartel del cielo que impide migrar el cansancio a su reino. La santa detrás de una reja, detrás de la noche. Astillas, lanzas de precisión asceta. Estacas de luz clavadas en la piel escamosa del centro. Trozos de vida mancillada que se mueven en la marea de sudor. Jinetes perdidos atravesando avalanchas con el filo de su semblante.
EL MILAGRO En la banca de un parque, un anciano de melena grande y blanca, de pelos parados y lentes redondos, observa tiernamente a un predicador que parece desapercibido para todos. Es uno de esos abuelos que gustan de hacer juegos de palabras, inventar adivinanzas o alguna broma inesperada
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para sus nietos. Ese viejito, ya cansado de tanta risa, es mi buen amigo el diablo. No se encuentra solo. A su izquierda hay una mujer joven, dormida en el jardín de su pantalla electrónica; y a su lado un pequeño bribón de solo 6 años. El niño en sus juegos de acariciable violencia, imagina que dispara a los peatones que atraviesan el parque. Apunta al más lejano con su revólver de pequeños dedos y descarga un bang lleno de saliva. Algunas gotas gordas manchan el piso dejando marcas. Al pequeño le parecen marcas de sangre, toda una escena de crimen para él y el señor diablo, que fascinado por el juego del muchachito no deja de verlo. Le toca el hombro al niño, la madre cree que el señor es la compañía perfecta, tiene puestos unos audífonos que murmuran canciones de alabanza. El niño voltea y se encuentra con el abuelo diablo que levanta el dedo pidiendo atención. Mientras agita su mano arrugada dice, No tienes que decir bang, así no funciona. Mueve su mano y observa una chica de velocidad marcada, sostiene un café todavía caliente en su mano derecha. Repite los movimientos que el pequeño asesino interpretó hace rato. Dispara moviendo el brazo hacia atrás, pero en lugar de usar el clásico bang, que todos los niños gustan en los juegos, lanza un rugido, un tanto ridículo y desafinado, pero claro rugido. La fiera marca una ruta del todo invisible para ustedes, los seres mortales, sin embargo puedo comentarles que su monstruo sonoro esquiva piernas y caninos, busca llegar a la mano de la mujer apurada. Esta, por razones similares a lo que ustedes llaman casualidad, tropieza con las cuerdas de su zapato y derrama todo el café sobre otro sujeto, quien salta de una banca y eleva la voz entre sílabas de insultos. 80
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El niño, fascinado por el evento, mira alrededor en busca de otra víctima. Una chica juega con su muñeca unos metros más adelante, le parece una niña muy fea. Apunta con la risa contenida y grita lo más fuerte que puede su balazo, sin efecto alguno. Te digo, no funciona así, repite el anciano moviendo las manos energéticamente. Tienes que rugir como yo lo hago; mira: Apunta el dedo maligno hacia una señora que alimenta a las palomas. El viento que arrastra el felino estallido de la bala, se lleva las migajas de tortilla que terminan bajo los pies de la chica. La bandada de palomas se abalanza y arremete contra la pobre niña, ella corre asustada y suelta su muñeca, la cual olvidará ese día en el parque por el susto. Los dos compañeros de juegos ríen, pero el niño se siente molesto. Las pistolas dicen bang, no roawr, se cruza los brazos al decirlo y pone la cara de su mamá cuando le regaña. Es muy fácil, hazle caso a tus mayores y verás que sí puedes, dice el abuelo diablo mientras le da unas palmadas en el hombro. El niño enojado por el trato infantil, empieza a disparar hacia todo el mundo. ¡Bang bang bang!, pero solo consigue atraer la atención de algunos transeúntes. Al frente, el predicador repite hasta el cansancio sus versículos, mira esperanzado a los ojos de la gente. Bueno, si te crees tan bueno, porque no intentas con ese, dice el señor al chiquillo con aire de burla. Éste, ya desesperado por no poder hacer maldades, llena sus ojos con lágrimas, levanta las dos manos y hace una pistola que siente más pesada. Lanza un último intento al vocero del parque, prepara sus pulmones y garganta para soltar el disparo más estridente, pero el berrinche traba su lengua haciendo un alarido incomprensible, una especie de onomatopeya personal. El vocero de dios, en ese momento, se hinca y llora Karst. Escritores.
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estruendosamente. Nadie escucha, nadie se conmueve con sus palabras y acto seguido muestra un arma y se dispara. La madre despierta del letargo y voltea en dirección al estruendo, el hombre sigue vivo, el arma tiembla, cuando un hombre dispara con desesperación. Una pequeña llovizna ilumina la escena, haciendo los rayos del sol un fantástico paisaje de reflejos iluminados. El hombre de fe, se lava sus lágrimas con la llovizna. La madre conmovida grita ¡Es un milagro, un milagro! Mientras los compañeros de juegos celebran al pequeño, disparando con gruñidos al cielo .
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Melbin Cervantes. Cancún, Quintana Roo, 1991. Ha colaborado en revistas literarias digitales como Sak-ha de la Escuela de Escritores de Yucatán, Bistró Magazine, literatura y poesía y Válvula Magazine. En 2015 obtuvo mención honorifica en el concurso de poesía Flores a Cozumel, y en 2016 segundo lugar de Narrativa Memorias de Una Isla. Autor de Las huellas que dejó el silencio (2016). Actualmente radica en Cozumel.
EL LENGUAJE DE LA PIEDRA Sobre ríos que no cesan viaja el lenguaje. El castigo Agamenón es vestir de culpa. Empapar nuestra frente de hiel empujados por el frío de la noche a un acantilado de pesadillas. Comer el pan de la gangrena, el beso árido de la mortandad. El jadear de los caballos es fuego latente. Nos persiguen. Los jinetes y sus espadas. ¿Somos cobardes? ¿Habrá defensa para nuestras faltas? El lenguaje de esta piedra que tenemos por corazón: sólo sabe nombrar vitupera lo sagrado. El castigo Agamenón es ser nuestra propia ruina.
SIGO LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO atiendo en suspenso las voces de la playa Karst. Escritores.
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que llamean entre el fuego líquido del Caribe. Leviatán desea jugar en estas aguas, trayendo cantos y sollozos. La gran serpiente baja sofocada de los muros blanquecinos del cielo, conmueve la marea; en su vientre, nacen de espuma: golondrinas blancas. Veo caras en la linfa agitada de los cangrejos de pardo flabelo, devorados por la clara serpiente. Soy tan solo un rostro de brillo que dura el instante vientre azul vertido al mar. Entre piedras y silencios, la oscura noche vuelve, paseando su vestido de marismas y vientos, la marea me regresa a los restos calcinados de la playa. Puedo seguir buscando, el cuerpo del silencio. Lo encuentro agitando, borrando, las huellas, repartidas en la médula de la arena.
PRIMERA NOTA Un rayo para destellar el horizonte enciende este poema que está colgándose del cielo Mira la redondez del mundo entre la cálida cortina de la lluvia. El mar está tranquilo, y te dice: «Detente». Te detienes y me detengo. La espuma brinca hacia nosotros bañando nuestros muslos 84
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presas de los pantalones color caqui del trabajo nocturno en el centro comercial. Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres. Mis manos atrapan el canto de gaviotas, lo guardan en tu templo de mármol entre gritos que laten y golpean mis costados, donde caen sobre la cama acuática sin chapotear. Hay algo demasiado confuso, niebla, en el vaivén de los botes, está dentro de mí y no deja iluminarme. Me miras y me tomas de la mano : «Algún día te compraré un candelabro más hermoso que la luna y las estrellas». Hoy ya no estás más junto a mí.
EN MI CASA HAY UNA ZANJA CAVADA para enterrar al mundo. Para protegerlo de sí mismo. Las pupilas no pueden mirar más allá del abandono. Solo se retuercen mirando a la luna blanca sabotear el baile de las estrellas. Adelanto unos pasos con miedo y trato de tomar al mundo Karst. Escritores.
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pero es imposible moverlo, de su trono de muerte y de su sueño de guerra y profecías. En mi casa hay una zanja cavada llena de lágrimas.
LUMBRE Cuando despierto entre tus brazos hay fuego en tus ojos y neblina en los míos Cuánto deseo dejar de ser sombra para volverme lumbre.
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CARIDAD Un sol que ha esperado tanto para conocerte abre sus ojos y canta. ¿No pueden tus oídos escuchar la pasión de su voz? Tus ojos, han esperado tanto. Han esperado tanto que el amor se ha enfriado. Estoy aquí solo para ti. Otra lluvia cae sobre tus mejillas de porcelana. Has domado las ganas de correr hacia el horizonte desangrado en su reflejo marítimo y arde como arde el corazón de los hombres cuando aman. Estamos bajo el atroz fuego que nos consume. Estoy aquí solo por ti, consumiéndome a tu lado. ¿No pueden tus oídos escuchar aquella lejana voz? Tus uñas nunca deben saber dónde enterré lo mejor de mí. Bajo qué tierra maldita con enfado la voz del alba me negó la caridad que busqué tanto en tus brazos.
AL NACER SENTIMOS el ahogo y el presagio de un vacío para declararnos la semilla de la Salamandra. Las raíces pulverizadas nos perfuman de luto, el cielo se va aclarando ante nuestra visión., apenas polvo, y no creemos en el final de la vida. Tanta claridad es misterio, mano luminosa que no asimos para guiarnos. Karst. Escritores.
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Somos espejismo de lo cincelado por el aire, un hechizo del cual no podremos huir, y continuará golpeándonos hasta derrumbar nuestro espíritu. Somos apenas polvo, y deseamos acallar el más armonioso canto de los cuervos. Apagada lámpara, en el olvido de la noche, es la esperanza
FRÍO Es difícil de explicar, y solo de recordarlo me produce repelús pero aquí voy: Era sábado, casi las once de la noche, en Cozumel, Q. Roo. Había frío y comenzaba a lloviznar; me encontraba pasando Puerto de Abrigo en motocicleta, dirigiéndome hacia mi casa. Tranquilo y sin preocupaciones, hasta que sentí, aquel tacto congelado en la espalda. Con brusquedad frené. ¿Sería la lluvia? Lo que sentí fue un tridente de hielo atravesando mi alma. La chamarra me aislaba y el casco era completo; solo mis manos sentían un acuoso y ligero contacto. Ah, aquel chirriante hielo que impactó mi espalda no fue la lluvia. Recobré el aliento, aparqué un momento y observé a diestra y siniestra: los latidos de la noche y nada más. Bendito alumbrado permitió persuadir sus silenciosas exclamaciones: ¡Cómo dejas al miedo gastarte tal broma! 88
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Sonreí y negué aliviado. Hay mucho frío, está la lluvia, el viento, estoy andando en moto, es normal sentir temblores en la espalda. Una vívida pesadilla dominó el lugar cuando dispuesto a marcharme, mis oídos se prestaron a aquellos susurros; mis temblores fueron descompuestos, como si mi desnudez yaciera sobre el pico del Monte Everest. ¿Qué significa esto?, me dije. Hierbas y ramas comenzaban a resquebrajarse. Comencé a girar la cabeza, queriendo ver la fuente de los sonidos. Algo en mí, como un ancla, me detuvo. Permanecí con la vista hacia el asfalto. De nuevo susurros. Logré escuchar una tonalidad femenina. Y pasos avanzando, hacia mí. La lluvia tintineaba sobre mi casco, pero los terroríficos sonidos me mantenían hipnotizado. De cuando en cuando cerraba los ojos, a sabiendas del cercano encuentro. Aquella misma tarde en mi trabajo en el hotel, charlaba con mis colegas sobre investigaciones paranormales. No presté mucha atención, hasta que salió a relucir cierto caso en la isla: La niña fantasma de Puerto de Abrigo. No presté atención a los detalles del origen. Pero no pude ignorar ciertas “pruebas” de psicofonías que erizaron mi piel. Temblaba de frío. Se hacían presentes los mismos susurros que en las psicofonías, o por el temor me parecían idénticos, aunque aún no podía descifrar que decían. ¡Vamos, te reto! ¡Te reto a voltear! –Parecían gritar aquellos pasos. –Tiene sentido cuando lo piensas. Una persona normal, sintiendo la ultra naturalidad y “combatiéndola” con
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el único sentimiento que puede aflorar ante algo desconocido: el miedo en los ojos–. Continué sin atreverme. Qué esperaba hallar. ¿La prueba irrefutable de que los fantasmas existen? Lo más probable es que fueran animales salvajes. Pero, ¿y los susurros? ¡Cuáles susurros, hombre, no salgas con cuentos!, me decía con la esperanza de consolación, han de ser animales aquejados por la lluvia. Me asaltó una imagen. No pude evitar pensar en la historia de aquella alma en pena que antes fue una niña, que jugaba en el parque, iba a la escuela, tenía amigos, experimentaba la dicha de vivir. Comencé a sentir una llama de gran calidez en el pecho. Pensamientos como saetas, me infundieron dudas, ¿cómo sería ella en aquel pasado de inocencia? Imaginé al viento recorrer el patio de recreo haciéndole cosquillas en la oreja. Ella movía la cabeza como si una mosca le caminase encima. Sus compañeras riendo con chistes y ella comentando: "Voy a ser una estrella de telenovela",. Las ideas dándole vueltas en la cabeza mientras sus amigas la miraban con curiosidad. "Estrella de telenovelas", continuaba diciendo, ruborizada. Compartiendo un secreto, un sueño que le sería arrebatado con malicia… La ligera llama se apagó con la ventisca de otro susurro, uno largo pero ininteligible. Y de nuevo, pasos, pasos, pasos. (Quiero aclarar que enteramente sucedió en un santiamén, pero lo experimenté como si fueran sosegadas horas). ¿Pudo mi corazón sentir compasión, en un momento así? Sí, después de haber vislumbrando una imagen de luz repleta de sonrisas y juegos. No entendía el motivo de serle arrebatada esa paz preciada e irrevocable para cada ser humano. 90
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Un hilo de aire gélido se replegó sobre mi nuca; mi corazón se agitó como un galgo tras su presa. Ma..m..m…á…Qué querrá decir.., ¿acaso?, – me pregunté, terminando en mi mente la palabra–. El gravamen del miedo desapareció, pude tener movilidad de mi cuerpo, empero no fui capaz de voltear. Encendí la motocicleta y dejé atrás cualquier entronque supersticioso con esa calle curveada. Cada vez que paso por aquel sitio recuerdo aquel frío calándome hasta el tuétano de los huesos.
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Jhonny Euán Canul. Mérida, Yucatán. 1991. Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el Instituto Comercial Bancario. Asimismo, estudia el tercer semestre del Diplomado en Creación Literaria en la “Leopoldo Peniche Vallado”. Es colaborador de Grupo Megamedia.
LA MONTAÑA DE FUEGO Para finalizar, camina lentamente entre los asientos, nos mira con desprecio y toma nuestras hojas. Las alza, una por una al aire, saca su encendedor y les prende fuego ante las miradas de todos nosotros. Mi esfuerzo se quema, y las llamas metiéndose en mis pupilas. Javier “el apuntador” Rivero lo goza, es un maldito. Su sonrisa de payaso, una lágrima en mi rostro. Termina el espectáculo, toma sus cosas y antes de irse, exclama sin complejos con su pose de triunfador —la clase ha terminado. Al salir, veo los autos cruzándose, la noche que llega puntual como las olas desatadas, y la misma rabia de todos los días. Me voy a casa, la azotea del Hotel Lovecraft. Al llegar, intento dormir pero el jodido sueño de siempre me exaspera: mis padres cogiendo al mediodía. Fahrenheit 451 en el televisor de la sala. Es como un trauma. Aturdido, regreso a la realidad. Mis ojos ya no se mueven ni se cierran, la soledad empieza a humedecer las paredes y una pregunta se suelta por el túnel con pálido altavoz. ¿Qué carajos estoy haciendo? ¡Vaya pensamientos tan jodidos! me digo mientras subo al techo, esperando que sean las 10 de la noche para ir a un concierto de Punk Rock, con mis amigos Manolo Dexter, José Pepe Grillo y el Gustavo Zanahoria. Admiro la ciudad desde las alturas, sentado en la cima de la montaña. Una oscura tranquilidad. Puntos de luces en todas partes, gatos invisibles gritándose entre sí. 92
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Al llegar al bar, con luces tenues y mucho ruido, los chavos lucen el negro. Tragos, gritos, y besos furibundos de las parejas. Ambiente de nivel. La banda sube al escenario. La gente grita, el suelo sucio y mojado, y el alcohol escurriéndose por los cuellos. Estridencia. Todos los cuerpos comienzan a girar como ritual prehispánico, el calor los rodea y los ojos se aceleran, se golpean, las guitarras sin explotar, nadie se detiene. En mi mundo sólo hay amigos y cervezas, y a veces unas viejas, grita el vocalista. Soy feliz aquí, para qué quiero leer libros si puedo reventarme. Una danza de malditos, guitarras veloces. Para qué quiero escribir, si todo es una porquería. El ruido como arte, la palabra con destino vuela y gira, agoniza y de repente, cae matándose en miles de pedazos y la respiración es una bomba de tiempo que no perdona, los golpes ya no duelen, y el corazón se agita. El show ha terminado. Un sonar de moscos invisibles en las orejas, producto del ruido constante que cuando desaparece deja un vacío inesperado. Una llamada, me vibra el bolsillo. —¡Bueno! —¡Hola, mi escritor favorito!, ¿Dónde andas? Ya llegué a casa. —Estoy en la Sekta, hubo tocada de Punk.— Qué fastidios con esa noña. —Sabes que no me gusta esos bares de mala muerte, puros mugrosos van y tú no lo eres. Ven a casa, te traje un ejemplar buenísimo de Bukowski, y ¡ahh!— grita emocionada la mujer que vive conmigo — te conseguí “El hombre más triste y solitario del mundo y salpicado de vómito” de José Agustín. Karst. Escritores.
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Obviamente me emocioné, le dije adiós a mis cuates, y salí disparado rumbo a mi casa para hojear los libros. Al llegar al hotel, subo rápidamente por las escaleras hasta la azotea. Abro de golpe la puerta de acceso a la locura y todo es silencio y oscuridad. Enciendo las luces y la miro. Ella sentada en la cama, con su cuerpo curvo y delgado que provoca orgasmos, un diminuto short negro de mezclilla le cubre las piernas, una horrible cucaracha en su muslo derecho; es Kafka, se ve radiante con tinta negra. Ella sonríe, como si hubiera estado esperando mi llegada para quitarse la ropa y dejarme ver sus senos totalmente fijos en mí. A su lado están los tesoros. La beso efusivamente y tomo los ejemplares. La gloria del universo está contenida en mis manos. Bebemos whisky hasta quedar fuera de órbita, lejos de nosotros mismos. Violeta, una fotógrafa que vuelve a extasiarse en mis brazos, en un ciclo de imágenes opacas que circulan a una velocidad incalculable. Los minutos mareados siguen pasando. Ella desnuda en la cama, se levanta y trastabilla. Yo quiero dormir. Va por sus libros, me llama el gran escritor. Me harta. Yo no soy un escritor. Su cuerpo tatuado y los libros. Quiero besar a Kafka. Quiero acariciar a Kafka con demencia, y subir … Elige “Las flores del mal”. Sus labios, rojo hinchado. Pasos ciegos. Mientras ella pronuncia estupideces, todo gira, regresa, se deforma. Está leyendo, al borde de la cama, sobre mí…Y se repite. Un sueño, una realidad. Los padres amándose, Fahrenheit en la sala. Consumiéndose sin remedio, sangre color fuego por mi cuello, hojas que se extinguen… 94
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Cerca del amanecer el cielo está invisible, sin ganas de vivir. Prendo el estéreo, “Simphony Of Destruction” de Megadeth. Ella sin ropa, atada de pies y manos a una silla. Violencia en su cabello, hundida en resaca. Al frente, una montaña de locura, armas dominantes de la mente, apiladas frente al receptor. El cuarto bien cerrado, Violeta despierta sin comprender y me ve frente a ella. La montaña nos separa. —¿Qué pasa? ¿Por qué me amarras? — Saberse sometida la hace entrar en pánico. —Lo comprendí, cariño. Tuve un sueño y ya sé que tengo que hacer. —Querida, no necesitamos tener libros, son sólo letras que limitan nuestra mente, nos oprimen y nos dictan lo que debemos pensar y hacer, nos minimizamos al saber que existe un maldito libro, el cual leeremos y leeremos. Tenemos que matarlos, mi amor. Su única función es enseñarnos cosas nuevas, no manipularnos… La música suena… —¡Qué tonterías son esas! ¡Tú amas los libros! —Los amo, es verdad. Pero no debemos atarnos a ellos, sólo sirven para ser leídos, luego hay que desecharlos, porque de eso modo usaremos lo que hojeamos con pasión y desenfreno. Los libros sólo nos mantienen viviendo al azar. —¡Estás enfermo, has perdido la razón! Violeta rompe en llanto, grita débilmente ¡Auxilio! y le lanzo una bofetada, para luego cubrirle la boca. Casi me muerde la zorra desquiciada. Ya no me importan sus nombres ni sus hazañas; Saramago, Bradbury, Quiroga, Bolaño. A todos los rocío, sin remordimientos, y luego con mirada maligna y como acto de Karst. Escritores.
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liberación, arrojo todo mi rencor en ese pequeño palillo con la cabeza quemándose, que cae tímidamente en la montaña. Una enorme llama que casi llega al techo comienza con la fiesta, la fotógrafa no para de llorar y desear poder hacer algo. Yo sólo admiro el momento, que arda el mal. Recuerdo todos mis textos muertos, mis ganas de escribir se van. El fuego se esparce por todo el cuarto. Humo negro, la vida se nubla, los sueños, el ambiente se calienta. Mi querida Violeta. Aún con tanto humo, la hermoseo. Su cuerpo de diosa bañado en sudor. El sonido del fuego, las páginas velozmente se van, me voy, me lanzo, boca arriba. La veo por última vez, sufriendo, atada sin poder luchar. Aterrizaje. La tortura está aquí, todo arde. Todo se va, sangre hirviendo, el estéreo explota. La montaña colapsa… Me arrojé, y sólo nos queda la destrucción.
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SOMBRAS —Fue antes de la media noche cuando ella apagó las luces. Lo primero que pensé fue que todo lo que anhelaba iba a hacerse realidad. Viajé cuatro horas para estar un día entero con ella. Sus palabras por teléfono fueron el enlace perfecto entre mi corazón y mis decisiones. Dijo que quería abrazarme y pasar la noche juntos. Tan juntos que el pasado y todos los rechazos de mi vida amorosa podrían irse a cualquier acantilado. Dejó la luz del baño encendida al igual que el televisor; junto a la cama se quitaba la ropa con una delicadeza muy excitante. Era una temporada calurosa, arriba el ventilador emitía el sonido más fuerte y constante del cuarto. A cada momento yo entreabría los ojos ante la expectación de lo que, muy en el fondo, deseaba. —Muy bonita la historia con tu ex, Marvin. Pero no nos has explicado por qué no quieres salir con Juana Valadez. ¡Anda!, déjate de rodeos y dinos; qué no ves que la tipa se muere porque la mires, porque te la tires, ¡Carajo! Ante las exigencias de sus amigos, Marvin trataba de mantenerse tranquilo y dar una explicación sólida y que ahuyentara a sus pervertidos compañeros de trabajo, que como en los últimos días, a la salida de la oficina lo hostigaban con preguntas sobre el catastrófico e imperdonable hecho de que, en dos meses de conocerse, Marvin huía de las insaciables y claras intenciones de Juana de comérselo. —Lo que pasa es que tengo un trauma—, dijo Marvin, con un cada vez más húmedo nerviosismo en su tímido rostro, y ganas de yacer en una tumba en vez de estar Karst. Escritores.
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parado en el área destinada para fumar, afuera de las oficinas. El humo cruzaba su cabello, la luz de la tarde se extinguía y sus cuatro acompañantes se disponían a escuchar, atentos e impacientes, pues el caso les parecía de mucho morbo. Entonces continuó. —Nada ocurría. El ventilador seguía esparciendo su violencia que desvanecía muy poco el calor de la noche. Y eso era lo más trascendental. Desde muy pequeño tenía la costumbre de dormir en una cama grande, aunque sólo reposaba en una parte de ella. Me recosté a un lado y así lentamente fui cerrando los ojos. Nunca imaginé que algo así podría sucederme. Ellos trataron de actuar en silencio. Pecaron de ingenuos, la naturaleza de los actos impulsados por la desesperación no es nada desapercibida. Me despertó el ruido de un par de sombras. Los quejidos de mi madre por el impetuoso embate de mi padre sobre ella, al borde de la cama, en aquel motel donde sólo quedaba un cuarto disponible y se suponía que papá dormiría en el sofá. No me moví, estaba aterrado, cerré los ojos y acurrucado esperé hasta que el sueño volviera, mientras ellos, mis padres, se amaban con brutalidad y poca consideración para con su pequeño hijo. Eran las vacaciones de verano, y como cada año, viajábamos por carretera hacia la ciudad para visitar a mis tíos. Una horrible tormenta nos obligó a pasar la noche en el lugar, donde 26 años después regresé, por azares del destino, con Violeta. El recuerdo de esa escena seguía vigente. Era como una serie de imágenes deformes que recorrían mi cabeza 98
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cada vez que intentaba hacer el amor con una mujer. Por eso cuando ella se acostó sobre la cama, me abrazó y besó, notó lo mismo que todas las mujeres con las que estuve a punto de hacerlo: un miedo atroz, un llanto silencioso. El ventilador seguía siendo el protagonista más activo de la seca nocturnidad; en la televisión se veía una película sobre hombres ricos, y no pasó mucho tiempo para que ella adquiriera el estado de un cadáver, inmóvil cuerpo cuya respiración me atormentaba y excitada al mismo tiempo. Y así, lleno de tristeza y con la erección que no decrecía, cerré los ojos y esperé hasta que el sueño me dominara, mientras ella dormía en el lado derecho, dándome la espalda. Diciéndome con su desnuda espalda: adiós.
NOS VEREMOS EN EL INFIERNO Hace varios años, antes de entrar a la universidad, sin estudiar ni hacer nada, literalmente, mi padre, quien es mi principal crítico, un día me dijo unas palabras que siempre recordaré. Dijo: “¿Cuándo te vas a cortar ese maldito cabello? ¿Te gusta verte así? Con esas fachas nunca vas a encontrar un trabajo decente, ni vas a lograr nada”. Se las comento por que han pasado los años y mi padre cada vez me critica menos al ver mis calificaciones, y eso que llevo cinco años sin ir a una peluquería. Les hablaré solo la juventud, ese lapso de tiempo que marca el rumbo de nuestra persona, y nos hace existir a nuestra manera. Pero, ¿Qué es existir? Existir, es el momento perfecto para darle significado a muchas cosas, entre ellas, la vida. Somos nosotros quienes Karst. Escritores.
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decidimos cómo ser, qué hacer y qué pensar, y por eso destaco la juventud. En ella todo parece perfecto, sientes una absoluta libertad para actuar, salir, ver a los amigos, enamorar a una chica o solamente admirar la belleza del mundo sin preocuparse por trabajar. Te puede pasar de todo; conocer gente buena y mala, cometer errores, tomar el café con los amigos, sentir de cerca lo que es la muerte, pero lo importante es que todo se vale, todo es una experiencia que merece ser vivida. La adrenalina, los excesos y la efusividad forman parte de la adolescencia; puedes morir por drogas, pisar la cárcel, embarazar a tu novia, robar, o también puedes vivir de fiestas, embriagarte por primera vez, tener sexo casual o dejar la escuela. Por esos motivos, muchos adultos no quieren ver a sus hijos en la cárcel, muertos o como unos “Buenos para nada” pero yo me pregunto ¿No habrá algo más perfecto que la sabiduría que te otorgan experiencias tan frenéticas como sentir de cerca la perdición? ¿No resultará valioso el conocimiento que te da el saber que hiciste algo malo pero que aún vives para contarlo? ¿Saber que tuviste como doscientas novias pero que al final encontraste una que de verdad te hace volar? Considero que la sociedad no entiende del todo esas interrogantes, no piensa que sus individuos jóvenes son igual de libres que los adultos, y que ellos mismos deben forjar su camino en la vida. Porque en definitiva, creo firmemente que existen aquellos que saben a qué se exponen al hacer un “acto inmoral”. Otros por el contrario, no lo saben y terminan mal. 100
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Pero no por ese número de jóvenes que acaban siendo un mal ejemplo se debe satanizar a los demás, a quienes son conscientes de sus vidas, son educados, quizás extrovertidos y problemáticos pero al final, pensantes. Que sin ser obligados eligen un comportamiento propio. Les gusta vivir al máximo, algunos con el cabello más largo que sus madres, visten mal, les gusta la música estridente, otros aman ir de antro cada quinto día, gastar el dinero en tonterías, pero que como personas, pueden llegar a ser de los más cultos y sobre todo, personas con valores. La sociedad enloquece al criticar tan severamente a los jóvenes. No todos son malos, no todos son unos malvivientes o maleducados a pesar de que su aspecto o actitud diga lo contrario. Debe existir esa libertad entre los ciudadanos más “civilizados” de que los tiempos han cambiado, y si hay revueltas y movimientos estudiantiles con más frecuencia es porque ya tenemos jóvenes que quieres alzar la voz, que no sólo se atascan de libertinaje, sino que se interesan por su ciudad y en general por su país, y que no importa nunca el aspecto, uno es totalmente igual a otros desde cualquier estúpida regla moral que se le juzgue. La vida es muy corta, comentario trillado, pero cierto. La adolescencia es la mejor etapa que puedes vivir. Si posees la capacidad de reflexión y análisis sobre ti mismo, lo más seguro es que vivas plenamente y en tus últimos años de vida, siempre sonrías porque de joven hiciste miles de cosas que de seguro te hubieran llevado a perder la cabeza o “acabar mal” como dicen muchos adultos, pero que sin duda te hicieron crecer como persona, y como ya dije, eso se vuelve experiencia, algo que podrás contar. No se queden sentados obedeciendo lo que su entorno quiere para ustedes, si no lo han hecho, atrévanse. Karst. Escritores.
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Atrévanse a romper esa cadena que los une a lo que es moralmente aceptado, de vez en cuando también es bueno no seguir el orden, no seguir el guion clásico de la sociedad. Hoy pueden jugar con sus coches y muñecas, más tarde, alcoholizarse hasta morir, el fin de semana trabajar por su familia, y al final, estarán sentados mirando desde la ventana todos los recuerdos de tu existencia. Sería una pena que se ahoguen extrañando un recuerdo que nunca existió. Y por último quiero compartirles una frase de un músico de mi agrado, que no es una invitación a un comportamiento anárquico, sino más bien a comprender que la vida perfecta se forma siendo imperfectos. “La vida es una cárcel con las puertas abiertas” dijo Andrés Calamaro LA MUJER DE LUCES (CRÓNICA DE UN DIÁLOGO CON LA MENTE.) Esta noche el viento está muy helado. Me siento sucio y cansado. Tanta oscuridad me nubla la vida, pero siempre existe una luz. Alguien que lleva luces en su cuerpo y que no puedo sacar de mis pensamientos… Era el 23 de agosto. Yo estaba parado afuera, un tanto aburrido, impaciente e intrigado. Había poca gente y era, por mucho, temprano. Y entonces llegó. Tenía el cabello libre, hermoso; un bolso negro, uno jeans de los modernos, tono azul, y unos ojos endiablamente inolvidables. Podría jurar que la conocía, la leí en libros. Se acercó como las olas del mar a la orilla de la playa; natural y cotidiana, como si lo que estaba a punto de hacer no fuera algo extraordinario. Y no lo era. Preguntó dónde se encontraba. 102
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Ese día llegó a mi vida. Apareció para despedazar las teorías que tenía sobre el amor. Conocí a la mujer con el cuerpo más espectacular y la sonrisa más bella que he visto. Creo que me enamoró con solo suspender el viento con sus pasos. Fue así como empecé a escribirle. A admirarla. A dibujar en mi mente su encanto. Siempre fue capaz de inventar razones para que yo la quisiera. También para que la odie, pero con amor. Me decía “te quiero” como nadie más lo hacía, y te invitaba a traspasar el tiempo con sus labios de carmín. No tardé en aceptar que la adoro, amo sus lunares y me encanta saber que ella es la mujer de las luces multicolores, que siempre cautiva a mi alma con su belleza, con la suavidad de su piel y el paraíso que empieza en su pecho y termina en sus ojos. Con el paso del tiempo, empezó a llamarme odioso y manipulador. Entonces abrazarla se volvió un dulce privilegio. Me inculcó unos semisanos ojos de amor, que fácilmente le permitieron descubrir la delicada e intensa atracción que provocaba en mentes tan complicadas como la mía. El 25 de agosto empezó nuestra relación. Dos días después de cumplir tres años de conocernos. Y a su lado todo es increíble. Nada tiene fin. Vive en mi cabeza, y duerme en mi corazón. Ella es la luz. La luz de la vida, más fuerte que el atardecer en el mar de su cuerpo, mágica como el color de su mirada, radiante como el amanecer. Natural entre lo artificial. Acariciarla, es tocar el cielo.
Karst. Escritores.
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Muchas veces he creído que ella me ama, pero se deja vencer por la posibilidad de nuestra imposibilidad. Sin embargo, ella es la calma de un día trágico, de la muerte que deseamos cuando las cosas no salen bien, y sobre todo, es quien dirige mi camino, justo ahora. Me guía en este preciso instante, a altas horas de una noche cerca del fin del mundo, cuando veo la solitaria calle y me alejo más y más de aquel lugar, el mismo en el que todo comenzó, en donde se quedarán por siempre el recuerdo de nuestras pláticas, sonrisas, abrazos, discusiones, besos, coqueteos. Nuestra historia. Solo me queda seguir caminando hasta llegar a casa y tumbarme en mi cama, pero es imposible, mi cabeza no deja de vibrar con su nombre y necesito saber de ella. Terminé metiendo monedas en un teléfono público. El teléfono suena, avisa, llora, grita y ¡clic!, se metió. ─ ¿Dónde estás? Ella responde ─ En el autobús. Un suspiro de tranquilidad se cuela por mis cabellos. ─ Solo quería saber eso, que estabas bien… Termina con un ─ ¡Gracias! La llamada terminó, puedo irme tranquilo. Al llegar casa, volví a dedicarle mi silencio, leyéndole el diálogo principal de mi cuaderno de apuntes que jamás le daré, porque soy un cobarde: “Debo decirle que yo la quiero. Aunque a veces mi boca no pueda decirlo, aunque mi actitud parezca lo contrario, la quiero. Usted es mi momento perfecto para sonreír. La mejor compañía para mi soledad y el mejor de los libros. La he querido siempre, con sus dramas, tristezas, corajes, histerias, con su brillo incontrolable y el profundo 104
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amor de sus ojos. Usted es la mujer que sacude mi cabeza, la que me hace recordar quién soy. Siempre la quiero, cuando no me soporta, cuando me odia. La quiero”. Al leerlo, reconozco que siempre tuve la intención de confesarle mi amor, sin reservas, dedicándome a sentir sin pensar. Pero no se pudo. La mente es vigilada constantemente por la realidad, y ella… Aparte de brillar, vuela. Intensamente.
VIOLENTO Y DESALMADO Dulce diosa de mis horas vagas y de mis sueños terrenales, ayer te fuiste, agotando mi estabilidad en tus movimientos al caminar. Hoy duermes en tu silla de maravillas, yo a un lado te observo quieto, viendo como lo glorioso de tu cuerpo se codea junto al mío. Somos compañeros, amantes del fatídico momento de desequilibrio. Las hojas acosadas por tus ojos no cesan en su accionar, derriban la abstinencia de tu aculturación. Cruzas las piernas remarcadas en las coordenadas de mi visión. Te observo, más cuando volteas hacia mí sonriendo, creyendo que el cielo nunca dejará de ser azul y que en mi memoria estarás grabada por siempre. Nuestra hora se hace pesada, insoportable y obsoleta. Los ventiladores se hacen protagonistas desde arriba, allí donde eres inferior, y tus senos son el orbe del universo. Haces lo que más amo en esta vida, escribir. Respiras delante de mí sin chocar a mis ojos con los tuyos. No te Karst. Escritores.
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detienes, yo enfermo como me ocurren todas las madrugadas bajo el efecto de tu constelación. Te levantas y se aproxima el fin de mis intentos por avasallar tu honra, por penetrar tu esfera y robarte todo lo que eres. Me quedo inútil, olvidado como si tu cuerpo fuera el camino a seguir, pero el mismo que no me corresponde. Avanzas enterrándome, de nuevo sin contemplación. Te diriges a la puerta sin el protocolo de historia acabada. Yo hago rabietas en mi ser, no puedo dejarte ir, no otra vez. Pierdo la cordura y de mis manos salen rayas y deformidades que no son lo que tenía que anotar. Salgo a tu encuentro, dispuesto a rendirme ante ti, amada mía, porque por fin entendí que eres lo que necesito, lo que mi pequeño ser anhela con tanto deseo. Corro, arrastrando mi orgullo, dotado de esperanzas esquivo a las personas, zigzagueo las escaleras y mis adentros gritan tu nombre. Así es amada mía, no puedo dejarte ignorar tu escape, quiero irme contigo, desaparecer a tu lado, descansar en tu regazo, y por eso aceleró en la avenida de la infamia. Presiento que es demasiado tarde, no te veo en las esquinas de la calle ni en los jardines color verde muerto de enfrente. Mi cabeza te busca en ambas direcciones, los autos le dan sonido a mi desesperación. ¿Dónde estás? ¿En la esquina? ¿Junto al coche gris? ¿Con quién? ¿Y yo qué hago? Si te amo tanto, te necesito, y he dejado parte de mi vida en perseguirte esta noche, cuando decidí luchar por ti. Le aposte a tu cariño, y ahora soy un idiota que lentamente 106
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se acerca al vehĂculo, y se derrumba al simular una sonrisa para ese adiĂłs que lanzaste desde la ventana cuando te alejaste. Me disminuyo, me colapso, y me grita la cabeza: ÂĄNo le pusiste nombre a tu examen de periodismo!
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Jorge Daniel Ferrera Montalvo. Mérida, Yucatán, 1989. Estudiante de literatura latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Columnista en Sureste Informa. Ha publicado en las revistas Punto en Línea y Sinfín, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Círculo de Poesía, El Búho del escritor René Avilés Fabila; Río Arriba; Palabras Diversas; Cronopio (Colombia); Experimental Lunch (Chile), y Bistró. Ha sido incluido en la antología de microficción Pluma, tinta y papel, y en la Antología virtual de minificción mexicana.
CUADERNOS DE UN AHORCADO El joven reconoció que había muerto cuando notó la amarga indiferencia de la gente. Era demasiado astuto como para ignorar que era invisible ante los demás. Durante su infancia había leído muchísimo sobre el Doppelganger, la idea de que en algún punto ─y en algún curso─ existía un ser idéntico a él. Pero ahora no le obsesionaban esos detalles, quería regocijarse del encuentro, de la revelación; quería en suma, extasiarse del abominable espectáculo de su muerte. Por tal motivo observó con paciencia la llegada del oficial y de los paramédicos, seguido de los peritos y carro patrullas. Afuera, ya una portentosa muchedumbre esperaba ansiosa la visión de su cadáver. El oficial entró a la casa y miró detenidamente el cuerpo. Debajo de una mesa pudo ver una botella de vino y un cuaderno de notas. ─Señora ─pronunció amablemente el oficial─ ¿El chico vivía sólo o con alguien más? ─No… ¡No! ─alcanzó a espetar la que parecía ser su madre─ el niño vivía sólo conmigo. El oficial se detuvo unos instantes, asintió con la cabeza y torció ligeramente la boca, luego, la miró contemplativo. Algo no engranaba en el cintillo de las piezas, la casa aparentaba ser muy agradable como para 108
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vivir sin preocupaciones. Los muebles estaban limpios, los frascos y libros ordenados, las copas y las vajillas permanecían impecables. El oficial frunció el ceño, se limpió la nariz y volvió a interrogar. ─¿No sabe ─masculló con aspereza─ si el joven tenía problemas, no advirtió algo digamos… inusual en los recientes días? ─Pues…mi hijo era un muchacho perfectamente normal ─replicó la señora─ casi no salía de casa, no se metía con nadie, le embelesaba quedarse a escribir. Sí, eso hacía. Se pasaba las noches escribiendo. El oficial tomó apuntes y se apretó los labios. Después, buscó en su bolsillo. ─¿Dice usted que se pasaba las noches escribiendo? ¿Y no sabe qué es lo que escribía? ─¡Cuentos! ─respondió la señora─ ¡Escribía esos malditos cuentos! De golpe, el oficial recordó el cuaderno. Sabía que allí encontraría la clave de su espantosa muerte. Se dirigió de prisa a la mesa, apartó la botella de vino y levantó el cuaderno de notas. Tras revisar las primeras hojas, leyó el título de un cuento. Era la extraña historia de un joven que había recibido la visita de un ser idéntico a él. Luego de reconocerse mutuamente, los dos comprendían que no era admisible que compartieran la misma cuita y el mismo espacio. Si el universo había conspirado para semejante burla, entonces era la obligación de uno de los dos dejar de existir. Acordaron fingir la muerte del otro, querían restregarle al destino que era posible y un derecho, vivir una misma muerte. Colgaron a uno de la punta de un madero.
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El oficial cerró el cuaderno de notas, miró a la señora distraído y luego de unos segundos mintió: "Aquí sólo hay historias señora, meras fantasías de escritores." HELENA Me gustaba Helena porque parecía una muñeca. Sus ojos, su mandíbula, sus hombros delgados, todo en ella estaba dispuesto como en cuidadosa manufactura. La verdad yo adoraba su vagina; su vagina estrecha e irritante y su boca de acrílico que me lloraba suplicando "Libérame Álvaro, libérame Álvaro, y arráncame este gusano que roe mi cabeza, yo siento cómo muerde aquí en mi cabeza." Entonces yo la tomaba del pecho y me masturbaba con ella hasta que amaneciera, hasta que lentamente perdiera el brillo en los ojos y se le gastara la vida. Eventualmente, como suele ocurrir en estos casos, al cabo de los días tuvimos tres hermosos hijos. Ellos me recordaban mucho a su madre, tenían esa mirada intensa que hacían olvidar su enfermedad degenerativa, que hacían de sus noches de insomnio y dolores de cabeza, un infierno menos insoportable y angustioso. Sin embargo, una mañana al regresar del trabajo, encontré a Helena en su camastro bronceándose. ─¿Y los niños?─ pregunté preocupado del silencio inusual que hacía en el interior de la casa. ─En la escuela─ respondió con una sonrisa que me pareció cariñosa. ─Helena ─le tomé con fuerza de la mano─ Eso no es posible, hoy es domingo.
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Comencé a buscarlos y sin saber por qué, me dirigí a la piscina, una alarmante corazonada me decía que allí estaban. En efecto, sus cuerpos flotaban inertes en medio de las hojas amarillas, con sus cabellos largos cubriendo sus preciosas caras. Desde luego, me abalancé llorando, incrédulo de lo que veía, gritándole a Dios que no fuera verdad, que me los devolviera. No sé con qué fuerzas salí de la piscina. Suavemente fui acomodando a los niños uno por uno en el suelo. Una rabia tremenda me embargaba. Helena se acercó y me abrazó amorosamente del cuello. Sus ojos tenían esa expresión de infinita ternura. Por qué lloras, me dijo, ¿No se ven preciosos? Pongámoslos en la mesa y vistámoslos de muñecas, se verán aún mejor. La tomé de la cintura y sin que se diera cuenta, saqué el arma y le disparé en el vientre. Me miró a los ojos asombrada, como agradecida de que la hubiera asesinado. Por fin podría enterrarse en las vitrinas pobladas de recuerdos; observando, tal vez, mis andanzas de gusano, escuchando a ratos mis vehementes respiraciones de corazón de pila.
SANTO Y SEÑA De profundis clamavi ad te, Domine. Desde las profundidades clamo tu nombre señor. Salmo 30
Tres o cuatro semanas pasaron, desde la muerte de mi padre, cuando dibujé aquel hombre clavándose un Karst. Escritores.
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martillo en la cabeza. Los doctores alegaron que lo usual era que pintara casas con árboles, arcoíris, inclusive familias tomadas de la mano, pero yo requería dibujar lo que veía en sueños, lo que esas voces me dictaban en la impenetrable noche. En ocasiones, a altas horas de la madrugada, un calor interno me sorprendía a solas llenando mis cuadernos con palabras de odio, rayando los tapices y puertas con círculos, azotándome contra las paredes hasta perder el conocimiento. Lo innegable, es que abominaba las piezas y corredores de esa gigantesca casa ¿Puedes imaginarlo? Por todas partes estaban ataviados con imágenes de santos, vírgenes de porcelana, relojes grabados en bronce, antiguos retratos familiares. Yo sentía que a cado paso me observaban, vigilaban mis movimientos simulando no tener vida. Pero eran ellos los que cambiaban de lugar las cosas, los que arrojaban los platos de la alacena, vagando de un lugar a otro, buscando vaya a saber qué diablos. Una mañana, como cualquier otra, salí de la recámara en busca de un vaso con agua y mientras caminaba por los pasillos aún encapotados de una luz plomiza, tuve la ligera sensación de que la temperatura de la casa había descendido. Un olor como de azufre, como de óxido de cañerías, se filtraba paulatinamente a través de las habitaciones, haciéndose cada vez más denso, más espeso, volviéndose a cada minuto irrespirable. Yo sabía que eran ellos que aún no habían podido irse, que necesitaban algo, pero ¿Qué podría ser aquello que anhelaban tan desesperadamente? Tomé del vaso con agua y me dirigí a la pieza del baño. En su interior, una cierta impaciencia me acomodó el glande entre las manos y me dispuso a orinar. Un chorro caliente y amarillo salía de mi cuerpo hasta antes de ver la imagen detrás de la cortina de vidrio. Era una morena hermosa, de larga 112
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cabellera negra, bordada de un centenar de estrellas. Tenía los senos grandes y las caderas anchas como una graciosa potranca de corral. Yo la miraba sin poder quitarle los ojos de encima, esperando a que se moviera o a que ocurriera algo, pero en algún momento imprevisto, sólo dios sabe por qué, advertí que me había excitado. Traté de cubrirme pronto, guardándome la pija adentro del pantalón, pero para mi sorpresa, la bella figura comenzó a tocarse los senos, a mover los labios pegándose suavemente a la puerta de cristal que separaba la regadera del retrete. No lo podía creer. La bella escultura me incitaba a fornicarla, se metía los dedos en la vagina, chupaba con ansias la puerta de vidrio. Yo temía con presteza que aquello redundara en un perjuicio para mí, pero sin duda, era la cosa más deseable, más incontenible y al mismo tiempo más horrorosa que había visto en la vida. Me acerqué a la regadera aún dudando en si hacía lo correcto y motivado como por una fuerza que me pareció irresistible, la comencé a fornicar. ¿Cómo describir lo que viví en esas horas inciertas de la madrugada? Con la punta de los dedos, alcé los pliegues del vestido estampado que cubría sus preciosas piernas y virándola de espaldas, introduje hasta el final mi engrosado pene. Su vagina estrecha y vacilante era un capullo hermoso que recibía gustosa cada una de mis torpes embestidas. Yo le miraba el trasero redondo y terso que se sacudía cada vez que le apretaba con fuerza las tetas y el cabello; y sus ojos ¡Ah sus ojos y su boca! Eran una invitación continúa a la demencia y la lujuria. Me encontraba al borde del espasmo, recorriendo cada uno de mis nervios un placentero escalofrío, cuando de pronto la manija del baño se entreabrió y escuché la serena voz de mi madre: "¿Está todo bi…?" En ese momento no pude evitar vertir un torrente de semen que se derramó por las paredes. Mi madre, Karst. Escritores.
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abombada, cerró de golpe la puerta y se dirigió de prisa a su cuarto. Yo evidentemente no supe qué hacer. Sin pensarlo, me trepé los pantalones y de la misma manera que mi madre, me apresuré a subir a mi recámara. En los días siguientes las pesadillas y las voces continuaron multiplicándose en mi cabeza. Soñaba con arañas de gigantescos ojos y colmillos que trepaban por las paredes llenando de oscuridad mi cuarto con sus lomos afelpados. Una noche, momentos antes de despertar, sentí que la morena hermosa entraba silenciosamente girando la rosquilla de la puerta y descubriendo sus hombros y senos del vestido, subía a la cama montándose en mis piernas. Al mirar bien, descubrí con asombro que el cuerpo sentado sobre el mío, no era el de la bella escultura, sino el de mi madre que cabalgaba jubilosa con lágrimas en los ojos. Ella me repetía muy suave al oído "shh no digas nada, no digas nada" pero yo me sentía impelido a empujarla y al mismo tiempo a desobedecerla. Así pues, aún sin entender cómo o quizás bajo el influjo del ensueño, me dejé llevar por el ritmo vertiginoso de sus caderas. Los encuentros posteriores con la dulce figura no fueron tan diferentes del de la recamara, sin embargo estuvieron enmarcados, al principio, por un tibio refinamiento, una indiferencia e incomodidad natural para unas vidas tan ordinarias como las nuestras. Todas las noches, al momento de cruzar los altos pasillos de la casa, los cuadros, los espejos y los relojes temblaban y yo sentía otra vez las terribles voces mascullándome al oído y las alucinaciones que dibujaba en mis cuadernos. Entonces caía en un profundo solipsismo del cual sólo me recuperaba después de haber rayado las puertas y tapices con círculos y al azotarme contra las paredes hasta perder el conocimiento. 114
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Al abrir los ojos, la dulce morena se recostaba a mi lado con sus enormes pechos desnudos en un claro gesto de cansancio y arrepentimiento. Yo no podía dejar de preguntarme por qué una mujer tan bella se regocijaría de ese modo conmigo, pero ella parecía entenderme y en una significativa muestra de los dedos a la boca, me repetía muy suave al oído: "No digas nada, no digas nada."
UN ENCARGO ESPECIAL Quizás la primera muestra de perturbación de mi madre, ocurrió aquella mañana de octubre cuando despertó exasperada. Hasta a mí, que descansaba en la habitación contigua a su pieza, había llegado un rumor, un como gemido o sollozo entrecortado que al cabo de segundos distinguí inusual. Confundido, removí la manta curtida que abrigaba la mitad de mi cuerpo y caminé descalzo por el estrecho pasillo que comunicaba a su alcoba. Recuerdo que al cruzar, el piso de azulejos estaba helado y las paredes reflejaban sus costras en la claridad de la mañana. Junto a su puerta me sorprendió muchísimo advertir que un cuerpo de sombras se filtraba por el resquicio del marco oxidado. Revisé la manija y se encontraba floja. Poco a poco mi brazo fue descubriendo el ropero, acomodado en la esquina, y las figuras de porcelana por encima de él. Mi madre, que se hallaba del lado derecho del cuarto, estaba sentada junto a la cómoda y el tocador. Sus ojos grandes y cansados giraban en sus paredes cóncavas y sus palmas y dedos agarraban con fuerza las sábanas. El cabello le cubría la frente y los Karst. Escritores.
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hombros, humedeciendo el collar de cuencas y el camisón azul “¿Qué pasa?” pregunté desconcertado, colocándole una mano sobre la rodilla. Pero ella continuaba con la mirada perdida y balbuceando palabras inaprensibles. Después de un breve lapso, al final, su voz estentórea irrumpió: “Nada cielo, sólo he tenido una pesadilla.” Sin embargo, yo sabía que lo acontecido no tenía precedente, pues, aunque mi madre fingiera mostrar una sonrisa conciliadora, en el aire se percibía un olor viciado, como mezcla de azufre y humedad; y de las ventanas pendían gotas oscuras. A pesar de ello, creí estar siendo burlado por mis sentidos, quizás a causa del cansancio o del sueño, y decidí dejar a mi madre a solas para que respirara más libre. En las horas posteriores, la calma fue esparciendo sus raíces rugosas con la claridad del día salvo por la serie de incidentes que un ojo menos agudo y provisto hubiera tomado por normales o fantasías. Mi hermana Ilse, que se encontraba en su cuarto, había salido para dirigirse a la sala cuando notó que mi madre desprendía del cesto de la basura unos terrones de azúcar y los lanzaba al aire repetidamente. “¿Qué haces?” preguntó mi hermana, sin otorgarle tanta importancia, y se recostó en el rellano del sofá. Sus dedos pálidos y huesudos salían por un extremo de la cabecera y trataban perezosamente de entrecruzarse. Yo, en cambio, me distraía en la mesa de vidrio hojeando un grueso manual de contaduría. En la sala, el viento caluroso comenzaba a prenderse como oruga de los rincones del techo; y las vasijas y las copas adquirían tonalidad radiante. Desde el fondo de la cocina, y de espaldas a mi hermana, mi madre alcanzó a espetar: “¡Claro, con esto será suficiente!” y se encaminó convencida hacia la mesa del centro para sentarse a mi lado. “Ilse, hija, acércate. Tengo algo que contarles.” Hubo 116
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segundos de silencio y esperó mirándonos a los ojos que le prestemos atención: ─Hoy por la mañana, mientras dormía, un hombrecito de astrosas vestiduras, vino a visitarme entre sueños y me ha dicho que nos depara una ocasión muy especial… que en la noche volvería para hacerme un pedido. ─¡Qué! ¿Pero cómo es eso posible? ─ Le señalé a mi madre asentando una mano sobre la suya. ─Si Aurelio, ni yo misma lo entiendo. ¡Pero todo fue tan real! Que… ─¡Ay mamá, sólo es un sueño! ─intervino mi hermana, aburrida. ─ No tienes por qué temer. ─¿Y cómo era este hombrecito, Madre? ─ repuse ofuscado aunque internamente incrédulo. ─Moreno, su piel era como de barro. Tenía los ojos grandes y la nariz ancha perfilada hacia afuera. Sus labios eran gruesos y resecos. Cuando hablaba su boca se extendía hacia las orejas mostrando unos dientes amarillos y filudos. Daba la impresión de alimentarse de animales muertos o desperdicios. No podría determinar exactamente la longitud de su vida, pero sin duda era adulto. Nos quedamos asombrados. Lo anterior, sencillamente nos parecía increíble, una historia motivada por algún recuerdo, una imagen de la infancia, provista de superstición, de mito o hechicería. Acordamos que lo mejor era que mi madre reposara, no claro, sin la debida supervisión pertinente. Al caer la noche, una aurora de intranquilidad nos abarcó a todos. El silencio se hizo más subterráneo, hundió sus fauces en los cimientos de la casa. Desde los dormitorios, si uno prestaba atención podía distinguir sin esfuerzo el Karst. Escritores.
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motor de la nevera encendido, las aspas del ventilador en la pieza de al lado, el centellear de la bombilla al roce del insecto. El viento proveniente de la calle era tenue y se plegaba con suavidad a las sábanas. Por ratos, algún perro se oía a lo lejos o un automóvil pasaba rápido. Nosotros estábamos al borde del menor ruido, del menor indicio que pudiera alertarnos sobre el estado actual de mi madre. Sin embargo, conforme fueron avanzando los minutos un sopor como de vaho confundido con aroma de lavanda nos fue envolviendo en su letargo de sueño y flores y nos fuimos quedando lentamente dormidos. Al amanecer, un grito espantoso nos despertó a todos y nos apresuramos a correr al cuarto de mi madre. Al llegar a la puerta ─esta vez estaba cerrada con manojo─ me sentí forzado a darle de golpes y tumbos en su respaldo de cedro para que se abriera. El tiempo parecía interminable y la manija no cedía hasta que al fin, desde el interior de la alcoba, se oyeron unos pasos aproximarse con lentitud y girar la manija con suavidad. “¡Viste Aurelio, te dije que era real!” soltó mi madre, agarrándome la cara, y nos señaló a Ilse y a mí que mirásemos al suelo. Y efectivamente, en el piso aderezado con terrones de azúcar habían quedado grabadas las huellas pequeñas de un hombrecito. Las pisadas del diminuto ser dejaban un rastro fresco y peculiar que abarcaba desde la puerta de cedro hasta la cama. Alrededor del camino glaseado algunas hormigas formaban una hilera cargando sus prodigiosos miligramos y del costado izquierdo de la recámara podía divisarse una cajetilla de fósforos. “¡Qué pasó!, ¿estuvo aquí otra vez?” preguntó estúpidamente mi hermana Ilse y atravesó la puerta mirando hacia todos lados. Yo, en tanto, esperaba ansioso la respuesta de mi madre mientras trataba de calmarla. En el lugar había 118
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quedado algo de pernicioso que invitaba a salir de prisa. El aire estaba cargado de un olor denso y soporífico; y de las ventanas pendían las gotas oscuras. Al fin, mi madre se apresuró a decirnos lo que pasaba: ─Ayer por la tarde, mientras escoraba las ollas en la cocina, no sé por qué tuve la necesidad de mirar al suelo y me llamó la atención unos terrones de azúcar que lucían brillantes en el cesto de la basura. Los gramos de azúcar, estaban mojados y adheridos a una hoja de papel china muy próximos a la superficie. Se me ocurrió que podía demostrar el paso del sueño a la vigilia de este increíble hombrecito si lograba marcar sus huellas utilizando los terrones de azúcar. ─¿Y qué fue lo que te dijo? ─ preguntó mi hermana avanzando los brazos. ─Pues me encargó que le preparara un almuerzo para cien personas─ repuso a secas mi madre. ─¡Pero cómo! ¿Eso es lo que quería? ─reclamé un tanto irritado y sin entender─ ¿Y qué clase de almuerzo se le antoja al hombrecito? ─ volví a insistir sin ganas. ─Uno cuya elaboración debemos participar todos. No puede faltar ningún ingrediente. En esto fue muy preciso. Ilse y yo nos volteamos a ver unos segundos y comprendimos que lo que decía mi madre era importante. Luego, nos interesamos por saber de dónde obtendríamos el dinero y el modo de prepararlo, a lo cual ella contestó que no nos preocupáramos; que ya contaba con lo necesario y que sólo faltarían los condimentos y la carne. En los minutos siguientes, una intensa agitación se desató por los corredores de la casa. Ilse y yo andábamos de un lugar a otro apurados en alcanzarle los utensilios. En la meseta, ya habíamos logrado colocar dos ollas aptas para Karst. Escritores.
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preparar la comida: una, para sancochar los huevos y la otra para hervir el espinazo y los codillos. Mientras tanto, mi madre ─que se encontraba a la derecha─ se esmeraba en cortar a rajas el tomate, la cebolla, el chile dulce y epazote; y le encargaba a mi hermana Ilse los kilos de garganta y muslo que habría de comprar junto con los sobres de recado. El tiempo, parecía avanzar de prisa a medida que íbamos cocinando. Yo no podía dejar de mirar los brazos hirsutos y morenos de mi madre que se movían feroces agitando sus esclavas de oro. Veía cómo se le tensaban las venas y lo largo y quebradizo de sus vellos. En el aire ya podía sentirse el olor fragoso del caldo de verduras, desprendiéndose de la olla hirviente y la tarde empezaba a poblarse de nubes espesas y graznidos de pájaros. Nosotros, seguíamos a la espera de que mi hermana Ilse volviera pronto con el encargo que le habíamos pedido mientras un presentimiento comenzaba a apoderarnos: de los cristales de las ventanas habían empezado a brotar gotas oscuras y los follajes de los árboles se mecían con estridencia. De golpe, un ruido sordo se oyó caer afuera de nuestra casa junto a la puerta de vidrio. A través del pálido cristal pudo distinguirse el bulto oscuro de una bolsa de basura. Mi madre, desconcertada, me indicó rápido que me dirigiera hacia la puerta y al abrirla pude leerle una inscripción que decía: “Aquí le traigo la carne señora” a lo cual ella agregó “Y esa tu hermana que no regresa.”
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Javier Enrique Paredes Chí (Umán, Yucatán, 1989). Ingeniero en computación por la Facultad de Matemáticas, (UADY). Ha participado en talleres de matemáticas, física, computación, robótica y energías renovables realizados por la Facultad de Matemáticas, el CINVESTAV y el CIMAT. Pintor y dibujante autodidacta. Participa en la Catarsis Literaria el Drenaje desde 2013. Escribe poesía, minificciones y cuentos. Ha expuesto obra visual en las muestras colectivas: “Mira el silencio”, edición 2012, galería Mérida; “El arte por la educación”, edición 2012 y 2014, local de Impulso Universitario A.C.
MAÑANA NO ESTARÁS AQUÍ. Al cerrar la puerta, una de las vecinas echa un balde de agua en la entrada. Todos están en silencio. Algunas mujeres cargan flores, otras agachan la cabeza o miran hacia adelante. La viuda lleva unos cuantos objetos que pertenecieron al difunto: las alpargatas, una vieja gorra y la jícara donde bebía pozole. Su hijo de nueve años dirige su vista hacia un árbol, donde hay un toro de macilenta figura. El animal mueve la cola, tratando de ahuyentar a las moscas verdes. Sobre el hay un letrero: “Mañana viernes, carne fresca a partir de las seis de la mañana”. El niño no puede mantenerse ecuánime al ver a la res. El rumiante le parece demasiado humano, como si en su rostro se trazaran los signos de la angustia y el dolor de su padre suicida.
EL REPTIL. Después de avanzar varios metros, ya no recuerda cuál es el motivo de su salida. Solamente sube y baja de la acera; se inclina para observar lo que hay en el pavimento: basura, baches y una fila de hormigas, llevándose los restos de una cucaracha. Luego dirige la mirada hacia los árboles, Karst. Escritores.
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hasta que se detiene en el cuerpo de un reptil. Le llama la atención su color, su voluptuosa figura y el delicado tramado de su piel. Lo analiza, trata de retener lo sustancial, para que cuando retorne a su cuaderno pueda reproducirlo. El ruido de un viejo camión interrumpe su arrobamiento, haciendo que su conciencia quede varada en una zona de incertidumbre. Esteban está desorientado, así que tiene que recurrir a sus bolsillos, en donde seguro encontrará alguno de los recordatorios que le pone su madre, cada vez que lo manda a comprar. Pero esta vez no encuentra ninguno, solo un billete que le hace suponer que lo han mandado a la tienda. De modo que decide seguir caminando. Piensa que a lo mejor en el camino encontrará algún letrero que le haga recordar. Al doblar en una de las esquinas, se tropieza con unos chicos, que al mirarlo encuentran en él tanta ingenuidad y flaqueza como para sustituir el juego de hostigar a los perros por el de asustar a un tonto rapazuelo. Lo acorralan, lo tiran al suelo y comienzan a golpearlo. Esteban llora, se siente impotente, y sobre todo, porque entre las mofas de los pillos cree reconocer la voz de su padre, diciéndole que es un maricón y que por eso no se sabe defender. MUTATIS MUTANDIS Yosef Gurión quería soñar un fuego que lo envolviera sin quemarse, como aquella zarza que vio su antepasado Moisés. Estaba seguro de que concluiría su proyecto, así como el hombre de las cavernas, motivado por
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la curiosidad y el asombro, se esforzó hasta reproducir la llama, que la caída de un rayo había producido. Aquella noche este anhelo de experiencia mística, enraizado en su memoria muy antes de que supiera que viajaría, desde medio Oriente, al Norte de Europa, engendró una chispa, la cual hizo arder la hierba seca del séptimo verso que estaba soñando. El incendio se prolongó fuera de su mente, hasta calcinarlo junto con el resto de los pasajeros y el avión, donde se quedó dormido, mientras pensaba en cómo expresaría durante su discurso, que la inspiración es un éxtasis y al mismo tiempo un orden que se alcanza a base de la disciplina artística. El poeta se unió al sueño de sus antepasados, sin estar seguro de que su dios, en otra vida le permitiría ser el mismo hombre, y esta vez sí llegara a Estocolmo, para recibir su premio Nobel de literatura.
NOTA AL PIE DE PÁGINA O CONTINUIDAD DEL CUENTO DE JUAN JOSÉ ARREOLA: “Aún no se sabe si fue por el principio de incertidumbre, u otra ley, aún no descubierta de la física cuántica; pero resulta que del otro lado de la aguja, los átomos del camello se reorganizaron hasta formar una réplica de Arpad Niklaus. De esta manera, el científico ocupa dos sitios al mismo tiempo… bueno, al menos en apariencia. Pues resulta que a su doble no le interesa la investigación. Es más, ni siquiera habla ni razona; emite sonidos guturales y le Karst. Escritores.
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gusta andar desnudo. Sería interesante publicar un artículo sobre su etología.”
AQUEL MEDIO DÍA. Mientras mi padre y mi hermanita esperaban la función, recorrí con la vista los asientos de atrás. El público parecía dirigirme una mirada de enojo. De manera que me volví. Fijé la vista en el ruedo vacío. Era imposible. El mareo y las ganas de salir corriendo no me dejaban en paz: la tierra se hundía y abultaba continuamente. El aire, mancillado de orinas y estiércol, exacerbaba las náuseas. De manera que me incliné, apoyé los brazos sobre las piernas. Las manos tocaban mis rodillas. Cerré los ojos y apreté mis labios. Quería olvidar, desprenderme de lo que había ocurrido durante el almuerzo. ─En-de-ré-za-te─ Ordenó mi padre, poniendo una mano sobre mi hombro. ─Papá, cómprame palomitas... Tengo sed... Quiero hacer pipí ─Mi hermanita no se callaba. ─ ¡Ya basta! ─ le gritaba en mis adentros. Le hice muecas, para que no lo hiciera enojar. Más no me obedeció. Estaba entercada con la idea de un algodón de azúcar. Tenía estirado el brazo derecho para señalar a los venteros. Los llamaba, con esa voz chillona que agrieta y destruye todo silencio que trato de construir dentro de mí. Mi padre le apretó la muñeca. Le advirtió: ─Última vez que te traigo al circo. ¿Será que no te basta con ver la función? Y para colmo, tu hermano que siempre se aburre─ Luego dirigió su rostro hacia el mío: ─Quieres hacer el favor de abrir bien los ojos y sonreír. Con 124
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esa jeta de sueño te pareces a esos idiotas discapacitados.─ Carraspeó, echó fuera un poco de saliva sobre el ruedo y se limpió los labios. Continuó su discurso: ─No sé de donde coños te viene el cansancio. Yo a tu edad ya trabajaba, no era un inútil mantenido. Eli empezó a llorar. Mi respiración se volvió agitada. Sentía calor en la frente y un frío mordaz en el resto del cuerpo. Apretujé mis manos y encogí los dedos de mis pies. Se amplificaron la bulla y el hedor, como si la muchedumbre gritara que me marchase, como si mi ropa estuviese cubierta de estiércol. El llanto de mi hermanita no duró por mucho tiempo, se detuvo cuando un hombre de atlética figura, vestido con un chaleco negro y un pantalón verde brillante, le acercó un mono bebé. El animal no me causó ternura, ni ganas de reír; a pesar de que eran muchos los comentarios, que señalaban lo gracioso que se veía con un pañal desechable. Por su lado, mi padre se carcajeaba con un payaso que vendía globos. El individuo había inflado uno alargado y de color rojo. En esos momentos lo estaba restregando en el trasero de su compañera, mientras ella recogía las gomas de mascar y el resto de las golosinas, que se le habían caído. El público estaba contento: padres que se besaban, niños comiendo palomitas, agitando sus tubos fluorescentes. “Tranquilízate, mamá no está triste en casa”, con estas palabras trataba de consolarme, pero la incomodidad seguía creciendo. Apagaron las luces, y solo el ruedo quedó iluminado. Con una música de fondo, desfilaron jirafas, elefantes, monos, caballos percherones… Los percibía cual si fueran monstruos, emitiendo ruidos ensordecedores. Karst. Escritores.
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Durante la participación del motociclista en la esfera de la muerte, la estridencia del motor y las llantas sobre la superficie de metal me recordaron al coche de mi padre cuando regresa del trabajo, y entonces cierro la puerta de mi habitación. Eli no se percata de que él no tiene ánimos para jugar. Por eso tengo que entretenerla en mi recámara. Le agrada que le cuente historias de fantasía. Luego siguió el acto de la cuerda floja. La contorsionista era una mujer esbelta, mejor dicho, demasiado flaca. En sus ojos rasgados hallé un dejo de melancolía y tristeza. De modo que dirigí mi atención hacia uno de los reflectores. Recordé mi cumpleaños número diez. Ese día él no estaba en casa. Llevaba tres meses fuera de la ciudad por motivos de trabajo. Mi mamá me abrazó muy fuerte después de apagar las velas, mientras Eli me jalaba de la camisa para que abriésemos los regalos. Aquel día fui muy dichoso. Cuando al fin cruzó al otro extremo, la mujer levantó las manos y saludó. Mi hermanita se puso de pie y gritó: ─¡Otra vez, otra vez!─ Mi padre la sujetó de la cintura y de un solo jalón la sentó. ─Te odio, eres malo, ya no te voy a hablar nunca─ dijo Eli, cruzando los brazos. Él frunció el ceño. Mostrando sus dientes disparejos profirió: ¡Hijos de puta!, gasté mucho dinero por estos asientos en primera fila, como para que no dejen de joder. Y no me mires así, chamaca. De nada sirve que yo me esfuerce por ofrecerles lo mejor. Cada día están peores. Después apareció el domador de leones. El estruendo de los latigazos hizo que yo reviviera lo que había ocurrido al medio día. Me parecía que el público estaba contemplando aquella escena.
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A esa hora Eli dormía. Mientras tanto, mi padre golpeaba a mi mamá. Le decía que era una mierda y que solo se dedicaba a putear. (Y todo porque cuando probó el potaje se quemó la lengua). La empujó. Quedó derribada. La sujetó de los cabellos y la arrastró por todo el comedor. No supe cómo defenderla. Mi corazón percutía con violencia. Me temblaba el cuerpo. Me ardían los ojos. Sentía que la garganta se me cerraba. Apenas podía deglutir mi saliva espesa. Me escondí en un rincón de mi alcoba. Traté de concentrar mi atención en el cuento, que siempre leo en voz alta cuando estoy triste o asustado. Pero en esa ocasión ni siquiera podía entender la primera línea. Así que lo arrojé sobre la puerta. Me cubrí los oídos y cerré los ojos. Recuerdo que no dejaba de llorar. Cuando creí que la furia había cesado, me asomé. Vi que le estaba sumergiendo la cabeza en la olla. Si no fuera porque el guiso ya estaba frio, no sé cómo hubiese quedado su rostro. Después de eso, mi padre se dirigió a su recámara. Me acerqué a mi mamá. Tenía el cabello embarrado de lentejas: el caldo le escurría por las sienes. Su mirada endeble se detuvo un instante en mis ojos y luego se marchó. En el trayecto hacia el lavaplatos, secó su cabello y el rostro con su blusa. No quise dejarla sola, de modo que mientras lavaba los trastes, restregando la esponja varias veces sobre cada pieza, permanecí sentado junto a la mesa. Podía escuchar su nariz que fluía. Con el antebrazo se enjugaba las lágrimas. Dejó caer un plato de porcelana cuando Eli comenzó a gritar que ya había despertado. Levantando la voz, como si después de sus palabras fuera a derrumbarse, me exigió: Anda a su cuarto y dile a esa niña que se calle. Apresúrate, Karst. Escritores.
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no te quedes ahí parado como un tonto. Al abrir la puerta me topé con mi padre. Me indicó: Dile a tu mamá que me sirva la comida. Mientras le llenaba su vaso con jugo, ordenó: Te bañarás temprano, a las seis de la tarde es la función del circo, y cuidadito con que pongas pretextos para no ir, ¿lo oíste?
LA SEÑAL DEL PACTO. Al tercer día del viaje encontró el lugar. Habían caminado por sendas pedregosas y polvorientas, entre zarzas y árboles de rala foliación; hasta que se detuvieron en la entrada de una caverna. Era la misma que había visto en aquel sueño. Le dijo a su padre: “aquí debemos hacer el altar y ofrecer el sacrificio.” Abraham no dudaba de los sueños de Ismael, pues siempre ocurría lo que Jehová le mostraba en ellos. No obstante, les hacía falta el cordero del holocausto. Abraham tiraba del asno, en cuyo lomo habían atado la leña. Isaac llevaba una antorcha, e Ismael un cuchillo. Así que Abraham le preguntó a su primogénito en qué sitio estaba el cordero. Respondió que Dios ya tenía preparado, en el interior de la caverna, la vida que debían ofrendar. Abraham sujetó al asno en un tronco y le pidió a Isaac que cargase sobre sus hombros el atado de leña. Una vez dentro de la cueva, tanto Isaac como su padre se llenaron de estupor, al ver que el sitio estaba iluminado por un fuego azul que se originaba en el hueco circular de una roca negra y brillante. Isaac quería salir, pero Ismael advirtió que de hacerlo su cuerpo se cubriría de 128
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ulceraciones que jamás sanarían. Y como antes había constatado que quien se resiste a los mandatos de Dios sufre irremediablemente, no le quedó más que permanecer ahí, hasta que el ritual concluyera. Un ruido fuerte y continuo, como de muchos truenos, antecedió a la llegada del ángel que se posó sobre las llamas. Su aspecto no era antropomórfico, se parecía a una esfera, semejante en color al crisólito. En cada una de sus rotaciones emitía un sonido, análogo a la furia de los torbellinos que dirimen la quietud de los desiertos. De su centro dimanaban relámpagos y la voz que profirió:” ¿Recuerdas, Abraham, cuando te saqué de Ur de los caldeos y te prometí engrandecer tu nombre y que tu descendencia sería tan basta como los astros? Es tiempo de que vuelva a probar tu fe. Por cuanto no esperaste que curara la esterilidad de Sara y engendraste con tu sierva Agar a este joven que me ha servido de profeta a través de sueños, no entrarás a Canaán. He decretado tu muerte en manos de uno de tus hijos. Isaac e Ismael te enterrarán en esta cueva. Luego la voz se dirigió a Ismael y ordenó que con el cuchillo cortara el cuello a su padre, tal y como habían acordado en aquel sueño.
144000 Antes de cerrar la puerta, el encargado de esa cámara le dice: "Señor Viktor Franzmmen, cuando entre ahí será totalmente libre; usted será el único responsable de su muerte o salvación."Luego le pide que se quite la ropa y le
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entregue el brazalete que lo identifica como el prisionero 144000. Viktor Franzmmen, hombre raquítico, diezmado por semanas de ayuno involuntario, obedece al militar, no sin antes toser y sentir una dolorosa molestia en las costillas. Una vez adentro encuentra una silla acojinada, un escritorio y siete libros de medicina. Los han puesto ahí, a manera de vituperio, toda vez que Viktor ya no podrá regresar al consultorio psiquiátrico que tenía en la ciudad de Praga, antes de que los nazis la invadieran y fuera recluido en ese campo de concentración. El psiquiatra no se deja conmover por estos objetos: ningún suspiro ni lágrima vierte. Por el contrario, aleja su vista de ellos, como si nunca hubieran sido parte de su vida. En vez de tomar asiento junto al escritorio, se sienta en el suelo y cierra los ojos. De unos orificios en las paredes metálicas emerge un gas tóxico. El psiquiatra lo inhala, como si aire limpio se arremolinara en sus pulmones. Bajo los efectos alucinógenos del gas, ve la nube que guió a los judíos durante su travesía en el desierto. Luego es transportado en el espíritu al Tabernáculo: atraviesa el velo del Sancta Sanctorum, y halla la gloria de Dios, en forma de humo, dentro del cual se originan relámpagos azules. Dicha humareda proviene del Arca de la Alianza, entre los querubines de oro. Una voz le pide que tome la vara de Aarón y con ella golpee el piso, a fin de producir un gran terremoto que conmueva a toda la Tierra y abra los sepulcros y el mar vomite a todos sus muertos. Después de acatar la orden del Ángel del Señor, Viktor es arrebatado por un torbellino de fuego, semejante al que levantó a Enoc y al profeta Elías, para que vieran el 130
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rostro de Elohim y gozaran de su presencia en el Tercer Cielo, sin antes haber experimentado la muerte. El psiquiatra cree que la nube tóxica que lo envuelve es la misma que conocieron sus antepasados, la misma que habló con Moisés en la cima del Monte Sinaí, es la columna de fuego que atravesó los sacrificios de Abraham, cuando Yahvé hizo que durmiera para que no se diera cuenta en qué momento su gloria de fuego establecía el pacto. Adentro de esa cámara, Viktor Franzmmen no puede diferenciar entre muerte y salvación.
IN NOMINE PATRIS. El 12 de abril de 1999, Abraham Celis, quien fuera mi padre y pastor de una iglesia presbiteriana, decidió quitarse la vida. Para entonces yo tenía 17 años. Aún recuerdo cómo brotaba el miedo en los ojos de mis hermanitos Dorcas y David, horas antes de que escucháramos el disparo, cuando previo al desayuno nos reunió en la sala para el acostumbrado devocional. En vez de la lectura del salmo correspondiente al día y el canto "Solo a Dios la gloria"; con voz fuerte, como si se tratase de una severa homilía, recitó un elegíaco poema donde se mencionaba el poder de las Tinieblas. De su boca emergieron como truenos palabras duras, ásperas, cortantes. Dorcas no dejaba de llorar. David le pedía a gritos que se detuviera. Yo no supe qué hacer para tranquilizarlos. El nerviosismo me compelió a guardar
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silencio, aunque por dentro la desesperación me aguijoneaba las vísceras. Bajo otras circunstancias hubiera pensado que la conducta de mi padre se debía a la Semana Santa, pues muchas veces lo escuché pronunciar larguísimos sermones que progresaban dramáticamente hasta concluir en la esperanza del Agnus Dei resucitado. Pero aquel viernes no fue la causa. Su agitación anímica era exponenciada por los agudos e intermitentes dolores de cabeza que en los últimos meses estaba padeciendo. Mis hermanitos, que en aquel entonces tenían siete y nueve años, fueron los últimos en enterarse de que nuestro padre estaba enfermo de cáncer. Su ausencia no les pesa tanto como a mí, y no porque mi relación con él haya sido ejemplar, sino porque llevo, como una marca indeleble sobre la frente, el nombre y el apellido de un presbítero suicida.
SERENDIPIA. Nunca sé lo que voy a descubrir, cuando entro en algún baño de los aeropuertos. A veces individuos que aseguran ser Marcel Duchamp me piden que los ayude a desprender los mingitorios, porque desean exponerlos en museos de arte contemporáneo. Los ayudo por lástima, pues todo museógrafo y curador sabe que solamente los lavabos y retretes son piezas de arte, valiosísimas como una escultura del Renacimiento. Normalmente entro a los baños para llevarme los retretes. Son la materia prima para mis
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esculturas. Sin embargo, a veces lo más útil son las cosas que los pasajeros abandonan. Todavía recuerdo aquella vez, en que hurgando los botes de basura, entre los papeles sucios hallé una mano de siete dedos. Aún la conservo, es tan perfecta: su piel es suave, sus uñas muy limpias. La recogí y la puse en mi bolsa. Ha sido mi fuente de inspiración para crear una serie de esculturas de bronce. Mi favorita es una reinterpretación de la pasión de Cristo: en vez de cargar una cruz, carga la mano gigante de un nephilim, a quien el diluvio no pudo exterminar. La idea me llegó como una teofanía mientras defecaba: esa mano enorme de siete dedos tenía que ser el producto de la mutación genética, que surgió cuando los ángeles prediluvianos tuvieron relaciones sexuales con algunas descendientes de Adán, y como según el apóstol Pablo, Cristo es el postrer Adán, la mano sería el punto de encuentro entre la simbología del Antiguo Testamento y el nuevo. Lo último que descubrí en esos baños, y que hasta ahora no he podido encontrarle ninguna utilidad es un pequeño feto que flotaba en el agua del retrete. No parece ser humano: su piel es gris y escamosa; en vez de pies tiene pezuñas de carnero. Podría ser un feto de fauno, o el producto de la cruza de una mujer y un carnero; podría ser un pedazo prodigioso de mierda, cagada por algún santo,… ¡las posibilidades son infinitas! De manera que, mientras no sepa para qué demonios me puede servir, permanecerá en el refrigerador, junto a la mano de siete dedos.
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ALGÚN DÍA ESTA PIERNA. Cada vez que le saco punta a mi lápiz, tengo ganas de meter mi pierna derecha en el sacapuntas eléctrico. Porque cuando mi lápiz mirado número dos ingresa ahí, me resulta agradable escuchar el crujido que produce la madera mientras se desprende. Imagino que es la música de mis huesos triturados. Todos coinciden en que debo comprometerme con este sueño. Me aconsejan ser más proactiva. Que sin importar cuánto tiempo me lleve; si me esfuerzo y soy disciplinada voy a lograr esta meta. En la escuela nunca faltan videos ni lecturas para motivarme. En ellos se muestra el testimonio de hombres y mujeres que lograron metas semejantes a la mía. Por mencionar algunos, está el caso de un tal Thomas Alva Edison. Deseaba introducir su cabeza dentro de una bombilla. Sus intentos fueron muchísimos, pero al final lo consiguió. De modo que, patentado el invento, muchos individuos pueden ahora disfrutar el vacío que se experimenta dentro de un foco. Sin embargo el caso que más me ha impactado es el de una dentista. Soñaba con freír en una sartén la lengua de su marido, luego de marinarla con jugo de naranja agria, ajo, pimienta, sal y orégano; y dejarla macerar toda la noche en el refrigerador, junto a los brócolis, las papas, las cebollas cambray, el apio y los jitomates, que al otro día saltearía, para que junto con el arroz amarillo fueran la guarnición que acompañaría a la lengua frita y a la copa de vino tinto. Seis matrimonios tuvieron que pasar, para que en el séptimo su pareja aceptara que le desprendieran la lengua con una tijera, como esas que usan en las pollerías.
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Echeverría y Pineda, 2016
Me dan mucha envidia esas personas, porque hay días en que no estoy segura de tener el talento suficiente para lograr mi propósito, como cuando me propuse engordar 400 kilos, igual que esos personajes de Botero, y entonces caminar desnuda por las calles y detenerme en las plazas para hacer un performance, como esos que Marina Abramovic hace. Me moría de ganas de que el público se acercara a golpearme y cortarme la piel con cuchillos. La sangre me hubiera recordado a la condesa sangrienta, pero mis malditos trastornos glandulares solo permitieron que subiera 21 gramos: la grasita me duró una semana. Hoy es uno de esos días. Estoy tajando mi lápiz, justamente para presentar el examen ordinario de orientación educativa. Los crujidos de la madera acicalan esta ansiedad que me provoca el hecho de no saber si voy a lograr mi sueño. Únicamente estoy segura de que, si en la prueba me preguntan sobre mis proyectos de vida, en varios párrafos voy a expresar otra vez mi deseo de meter mi pierna derecha en el sacapuntas eléctrico.
Karst. Escritores.
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Ángel Fuentes Balam. Mérida, Yucatán. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Egresado de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Autor de los poemarios: Melodía tu engranaje quieto, y Cruóris o la rabia que fuimos. Ha publicado en las antologías “Pyramid” U.S. Poets in México, NYC., “Small Claim of Bones” Cindy Williams, University of Southern Maine, “Cuéntanos tu locura” Ediciones Arriba del Pegaso, “La memoria de los días” Ediciones O, “Dramaturgia Express I” SEGEY. Ha sido colaborador de cuento, dramaturgia y poesía en revistas como “delatripa”, “JUS”, “Almiar”, “Sinfín”, “El mollete literario”, “Círculo de poesía”, “Río Arriba”, “Ariadna-rc”, “Morbífica”, entre otras. Ha trabajado como maestro en artes en escuelas privadas y públicas, así mismo como profesor de teatro y creación literaria en el CEAMA Yucatán.
LA NOCHE NO TIENE BRAZOS, solamente espuma que arrastra las últimas vacilaciones de mi cuerpo; soy ola que golpea el gran peñasco de la soledad, erosionando su piel, su angustiosa capa de caídos dientes que recogió de mis soñares hoscos. La noche no tiene brazos que sujeten mis hombros ni mi nombre, carece de manos que acaloren mi pelambre. Entre sombras intento asir el volumen de una garganta que siembra un antiguo horror entre los hombres con su grito de impiedad y lumbre. La noche no tiene brazos que sostengan el mundo, ni dedos para hacer la cruz. La noche no rodea, materna, mi espalda rota. Los perros aúllan plegarias para extinguir la luna. Entre amasijo de uñas y arena conservo las caricias de la noche. Nadie rasga los vidrios de mi habitación o mi opaca faz. Yo recuerdo cuando le amputé los brazos: quiso amarme. 136
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PESTILENCIA Álgida penitencia tendrán los amorosos, caracoles en cuyo laberinto sufre hambre los niños del sueño, cuando el aliento del diablo reconstruya la arboleda muerta, desde sus sangrientas raíces hasta el fruto del saber. Las estrías de la tierra son canales donde violenta pasa el agua, arrastra pueblos y héroes, canciones fundacionales y encíclicas, animales domesticados, huertos, corazones que anochecen… Y en esa inexorable furia los cuerpos luchan para no decirse adiós. ¡Malditos los que se funden en secreto! En vano intentarán resistir la tormentosa vejez. Esta vida ruge como perra pariendo camadas de alfileres, debería arrebatarlos en un torbellino de vergüenza y sal, caracoles en cuyo laberinto sufren hambre los niños del tiempo. Entre serpientes y lenguas nuestra piel madura, sólo para cubrirnos de la miserable llama que nos habría convertido en dios.
ARIADNE OCEÁNICA A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva.
Caí en el mar con las alas chamuscadas por el sol, y profundo laberinto de ojos, me hizo hombre. Karst. Escritores.
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Una estampida de blancos elefantes se extendía arriba del océano, surcando las montañas; allende brillaba la ciudad fantasma que yo era, vibrando hasta el infierno con sinfonía furiosa que ninguna oreja oyó. Y podía tocar las bestias de vapor, soplar la niebla que se surge del aliento en los amantes rotos, subiendo a la estratósfera e infectando el mundo; amasar la campesina tierra cual si fuese barro simple, curar la verde herida de la madre, destrozar al antojo cada reino en este valle sin eco. Todo fue minúsculo. Fui aquel dios que juega a matar sus criaturas y reír al acto para no llorar de soledad. Navegando las constelaciones de la sangre, de la ira y el amor, fruto de silencio vuelto carne adusta que en el vientre se revela, naciste con la muerte del invierno: el frio has erradicado, colocándote en lugar del astro rey. Será entonces que podrán sobrevivir mis alas, ya que tu calor anima; vierte en la naturaleza un hálito de magia desde las microficciones de las mariposas hasta la gran cumbre del Vesubio que extraña a su Pompeya. 138
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Sé que mi corazón es un volcán al que tus olas apagan dulcemente; bastaría una gota de tus ojos para extinguir mí sed, hasta que muera. Respiras… respiro… Tu madre emocionada nos escucha. Sabe que inhalamos el goce perpetuo de la lluvia, que exhalamos nuestra pena para distender la piel; ella y yo somos manecillas de un reloj divino cuya última hora serás tú. Endeble Atlas, cargo el mundo: los árboles me susurran en la nuca canciones que entonaré para que duermas; los ríos escurren por mi espalda y se evaporan al contacto con las ardientes alas que me regalaste luego de caer. Me ofreciste un esqueleto nuevo y tibio, músculos resistentes a las dentelladas de la vida y este par de alas de fuego. En ti convergen estrellas meridionales y boreales, la energía de los polos, hielo eterno y magma puro; además en tu saliva nadan las ballenas, los gigantes calamares que se tragaron mil antiguos barcos, Karst. Escritores.
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las tortugas de carapacho diamantino, algunas sirenas del tamaño de mis dientes, que, dentro de un nautilus, edificaron un castillo en espiral. Eres el centro de los centros ceremoniales, el núcleo que regula el giro del planeta –eres el agua en el cuerpo de sus pobladores–, y la inmensa luz que hoy lo recubre. Acaricio el lomo de aquellos blancos elefantes, participo de tu grande estancia, de tu primacía; me conviertes en dueño de la nueva creación: este sublime sostener el universo con mis dedos de niño atribulado y –felizmente– en lacrimoso acto alzar el vuelo, rebasar el laberinto, fundirme, hija, en tus radiantes olas, besar tu frente y con dolor paterno hacerme, en la caída sin fin: hombre.
ÓRBITA ERRADA El camino sigue ahí, pero no vuelves. Te ata el futuro, la cara grotesca de los antiguos amados. Y los ojos de tus muertos se encienden como hoguera. Deseas arder, levitar ceniza 140
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hacia la inútil tierra que te vio nacer. Olvídate de rechazar el cáliz, dios no apartará tu sufrimiento. Dirígete a la más furiosa estrella y estalla.
PRIMER MOTOR INMÓVIL Ya no hay respiración. Detente, evita que giremos. Duerme a cada bestia, a cada raza. Ya no compartimos el aliento, ni siquiera bebemos de la misma copa. Hemos apagado el cirio que honraba a nuestro dios. Calma la vegetación y el mar de antes: detén la maquinaria del planeta, la expansión de la noche. Acaricia el segundero: que no avance. Debe todo ser sigilo, cuando llueva, cuando lleve mis vidriosas manos a la cara, sin decir palabra alguna mientras pasas el umbral sin verme; como si no hubiésemos sido el motor de todos los principios.
Karst. Escritores.
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FÉNIX ¿Y si tus cenizas generan a mi fénix? Vi en tus ojos el apocalipsis y me pareció cosa de niños, reiteración de que mi materia oculta un alma-sin-pelo dispuesta a todo con tal de ser esclavizada: así de jaula tu boca, así de corazón-asteroide extinguiendo mi fauna; pero la presea no es tu cuerpo, sino el diluvio desatado cuando desapareces en la noche dando pasos que no puedo rastrear con la tristeza, y honda regresas a las burbujas del abismo. ¡Jamás fue para nosotros el veloz albor de la mañana! Podría adueñarme de tu cráneo como quien conquista país débil, reducirte a un montículo de libros quemados. Grito, me asalta la pregunta: ¿y si lo engendrases? ¿Si volara magnífico con sus alas ígneas y abriera del celeste una herida roja y sea tu sexo y que lloviese, alegrándose los pistilos, los tridentes, voraces falos consuman al mundo-sueño, el inmundo súmmum bonum; y mocosos parricidas nos asieran como peones de ajedrez descoloridos: vuelquen esta dimensión, hambrientos de entropía, llegue el fin del universo, caigan tus cenizas otra vez el fénix, la herida, tu sagrada raja llueva, alimente los vergeles, el núcleo de la tierra bombee magma a los árboles-verga, eyaculen gases abrasivos y un verso explote: 142
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llamas, ojos carbonizados, huesos que burbujeen negros mares donde la tristeza no te alcanza, donde se pierde el objetivo de alma-sin-pelo, y nuevamente tus cenizas y el fénix y un grito para desarticular la eternidad insoportable, la eternidad de la pregunta, la única pregunta, la preternatural cantinela del ser?: ¿Por qué no puedo habitar tus ojos? Quisiera arrancarlos, lanzarlos a la hoguera que devora mi pecho, reducirlos a ceniza, ¡ceniza-fénix, ceniza-fénix, ceniza! Éramos dos niños puros antes de tocarnos, daría todo por que seas mi gemela y ardas en el vientre de ti misma hasta incinerar toda posibilidad de volar juntos.
VIRGO LACTANS Si en la furia de tus pezones duros pudiese atornillar mi lengua ahogado entre la santa muerte que divides, y rompiera ahí mi cráneo insustancial para gobernar la hora en que los demonios impelen corazones de estallar y oler a sudor, ceniza y enamorada carne… Tendría el supremo gozo de que pueden presumir los miserables: un sabor capaz de hacer que dios se pusiera de rodillas Karst. Escritores.
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e implorase chuparme el sexo para dejarlo vagar libre entre nuestros pelos, protuberancias y estaciones. Lo oiremos cantar puercas rondas mientras cobija tu blancura y mi robusta maquinaria de alaridos. Podría mamar de ti junto al esposo y a tus hijos, porque mi nombre es Bernardo de Claraval y no reniego del sueño que en mi boca se deslíe; voy presto al convite de tu leche milagrosa. ¡Dámela, baña mis entrañas y hazme un superhombre! Rauda, expulsa tu licor ante este diácono obseso aprieta las tetas rotundas e ilumina el cosmos. Yo comería de ti hasta volverme loco de rabia y reventar como la piel de una serpiente. Si pudiera bañarme en tu humedad, quemarme con el eco incendiario que tu voz riega en el viento, sería el más vil de los tiranos y el más noble de los huérfanos. Si reposara en tu cálice, espeso y moribundo, yo no me iluminaría de inmenso; besaría tu frente, agarraría tus muslos y llenaría tu boca de mi infamia, después fumaría un cigarro y abriría los brazos para ascender al cielo y desde allí afirmar: ya no te necesito.
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Ángel Nimbé. San Francisco de Campeche. 1988. Poeta, periodista y promotora cultural. Estudió Literatura en la Universidad Autónoma de Campeche. Actualmente cursa la maestría en Creación y Apreciación Literaria en el Instituto de Estudios Universitarios. Becaria Pecda en su emisión 2012. Autora de Las danzas de la serpiente, premio estatal de poesía 2015.
LEPTOMAR (LAS BITÁCORAS DEL DESAHUCIADO) DÍA PRIMERO. EL DOLOR Y LA LUZ Me interno en un recinto blanco parecido al insomnio. Hay brújulas que apuntan a mis venas. Me entierro en una leche espesa, papilla que mis tías, con rostro informe y gris, servían de alimento. Tengo el cuello rígido, congelado en un gesto hacia las nubes. A qué sabrá la luz sobre lo blanco. Al tocarla con la lengua me derrite. Tengo fija la mirada en las paredes y no consigo ver afuera de mí mismo. Con esta luz deben vivir los condenados. Recuerdo a medias, un relato de mi infancia, sobre monstruos que poblaban los abismos, pero en éste solo habitan los espejos, ninguna cara entre esas sombras reconozco. Este recinto blanco me sofoca. Debe tener el sabor del abandono. Con esta esclavitud deben vivir los muertos. Antes de aquél entierro era octubre. Recordaba a mis muertos con las velas que otros me enseñaron a encender. Estaban ahí los diablos a los que me encomendó la abuela ─con sus colgajos rojos─ desde antes de mi concepción. Me pregunto si soy el único maldito de mi estirpe.
Karst. Escritores.
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DÍA TERCERO Salta el pez de la fiebre en los canales de las arterias. Debería ser un celacanto, monstruo de épocas extintas atorado en los capilares, rompiéndolos de uno en uno. Mi cráneo ya no soporta su contenido. Más de un siglo de antibióticos me duelen. He decidido acabar conmigo. Me arrojaré en el siguiente risco al estómago del mar. Busco ahora un precipicio entre las sombras. Tal vez el pez interior, rabioso por la sangre, anhela la inquietud del agua. Suero. Reposan un instante las arterias, antes que un nuevo latido las sacuda. Debí hallar el mar hace mucho y destruirlo. Intentar beberlo o vaciarlo en otra parte, como tratamos de exorcizar los miedos de la infancia, el terror que nuestra casa se destruya y nos devore el fuego uno a uno, o que acaso nos invadan otros rostros. Así cómo intentamos vaciar esos miedos en los años para que los olvidemos, aunque sepamos que siempre tememos la finitud, perder lo amado, aunque tenga ya otro nombre. Sueño. Alguna vez mi madre dijo que debí matarla en su vientre. Que fui como esos niños casi engendros de monstruos que aparecían en el insomnio. Nunca creyó, hasta no verlo, que devorara las cabezas de las aves, cuyas alas aún se agitaban en mi boca. Mi mejor amigo tenía el cuerpo diminuto y delgado. Era un niño blanco como solían ser las princesas de los cuentos. Tal vez cuando crezca halle un hada y se case. Tal 146
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vez se acuerde de mí, que solía devorar los corazones de los lobos. Mi mejor amigo de la infancia se desmayaba a ratos. Mucho tiempo bajo el sol le hacía desvanecerse. Solía cargarlo y correr hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído. Aunque su cuerpo era extrañamente resistente. Mi amigo solía saltar de los techos de las casas y siempre caía de pie. Cobraba por el show lo que un paquete de galletas o un juguito. Estoy seguro que de haberlo yo intentado algo en mi interior se hubiera perdido. El pez de mis arterias no está hecho para soportar el duro embate del asfalto. Cómo arde. Duele abrir los ojos, contemplar en un instante todo el cauce de la vida, como dicen los creyentes que miran a los desahuciados. En alguno de esos viajes veo las paredes de mi infancia, los troncos rotos de árboles donde solía enterrar a los conejos. Trato de repasar mi vida en un intento de convencerme que no siempre fui un monstruo. Que alguna vez olí una flor para apreciar más sus contornos, no para rellenar la piel de aquellos seres que se pudrían en el patio. Creo que mis intentos de felicidad ya fracasaron, murieron desde la primera vez que abrí los ojos.
Karst. Escritores.
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DÍA CUARTO Amaneció otro día con su noche. Leptomar continúa rugiendo Se acerca cada vez más a su delirio. Aislado en sí mismo se vuelve personaje. Se pregunta: porqué y para qué contemplo. Sé en el fondo que intenta devorarme y por mí no vendrá Dios con sus ejércitos. Él es Dios y también me pertenece. Yo, Dios y soy gusano, tecla y tinta de otro dios más fuerte. Amaneció y continúa la noche. ¿Qué es aquella alga que camina sobre el ruido, pez sapo que avanza con pies de toro sobre el cuello palpitante de este mar que se descama? Vengo a ti como el Dios de los laúdes. Vengo a ti como el rey de los ejércitos, para enfermarte como enfermé estas olas, provocar un nuevo amanecer aún más oscuro. Hay otro mar allá, tras esas sombras. Hay otro mar allá, cae en picada sobre la arista del cuadrado mundo. Y más allá no hay Téloe que salve. Leptomar ríe y se carcajea: Así que tú eres el dios del que me habla esa ostra que se agita en mi barriga, aquella luz de peces del abismo, la grieta interminable que le da forma a mi sexo. Ven, vamos a rugir todos juntos, vamos a mugir, que tu cuerpo sea almohada. Cuidado, pueden habitarte los demonios. Me alejaré de ti, no sea que me bebas ¿Cómo voy a beberte, mar? ─yo sonreía─ ¿Cómo voy a beberte, charco de argamasa? No temo a lo inmenso de tu pena, ni a tu liquidez desordenada, no temo a los diablos de tu cuerpo, a los ganchos de tu piel, a tus cabellos que asfixian a sirenas no temo tu oscuridad ni a tu delirio. Temo a tu finitud, a tus contornos que pueden ser creados con arena. Cómo voy a beberte y hacerte en parte mío, si en mi 148
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interior me labrarás el cuerpo mantenerme informe.
y yo lo que deseo, es
DÍA QUINTO. LA SAL Y EL AGUA En días de enfermedad vuelvo los ojos hacia donde tus olas acarrean restos de los antiguos hierofantes. Estás demente, mar, pero en ti creo, en la salada cripta del naufragio, donde el titán llegó a volcar su nieve, lamida por la lepra de tus manos. En días de enfermedad, en ti confío. Como en el dios no enseñado por mis padres pero que construyó en mis huesos su sagrario. Estás demente mar, pero eres virgen. De ti, ningún marino ha salido intacto, no hay en ti Simbad que sobreviva, ni Ítaca a cual llegar sobre tus lomos. Sigues siendo el titán que imaginaba. No existe ningún dios que te respire. Quizás por eso a ti me encomiendo, cuando nada sirve ya creer en mi locura. Estás demente mar, pero eres mío, porque navego en ti y no me mojo y probaré el milagro de las aguas y sé que ahí también saldré triunfante. En tiempos de enfermedad, vuelvo los ojos, cuando hay alguien que me repta en las entrañas, pregunto ¿Eres tú, mar o acaso es tu amargura? Es tu visión fatal del mundo alado, al que nunca llegaré porque te he visto.
Karst. Escritores.
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SEGUNDA CANCIÓN PARA LOS DÍAS DE LA VIDA Hay días que transcurren entre sombras, en los que la saliva no calma la sed en la garganta, ni el canto de los grillos sacia el ansia de la música del pausado respirar de otro cuerpo en la penumbra. Días en que dormita el asombro entre sábanas de aquél a quien deseamos. En que la hoja en blanco y la vigilia se pelean y se dedican a rondar tranquilos fuera de la consciencia. Momentos en los que fatiga aguardar paciente ver alargarse, madurar, la sombra y esperar que el fruto salga a luz. En los que el invierno se hace al infinito dentro de la cabeza cansada de rondar la noche en llamas. Días en los que Dios responde con quintillas a los gritos de sangre de los muertos. Tiempos en los que el azar es un niño con un carro de madera donde monta los huesos que quedaron de tu infancia y los vuelve sonaja. Días en los que la vida cobra a todas horas intereses de ese pan que –niño hambriento– le robaste. 150
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En que la soledad obliga a ser ventana en la distancia, fantasma de los pasos a otro cuerpo dirigidos. Y en los que el pan escupido por las moscas se transforma en deleite cuando en el regreso a casa ves que alguien más que tu otrora soledad ha barrido y ordenado tu recinto. CUENTOS DE HADAS DESGRACIADOS I Mamá me dijo que el hombre de arena no es real, que no morderá mis juguetes, ni jalará mis pies si resbalo cuando juegue en el columpio a medianoche. No me arrastrará a su reino de morfinas debajo de la cama ni me convertiré en una de esas niñas a las que a veces se les caen los ojos que los rincones devoran. Mamá me contaba cuentos pero nunca creí en ellos demasiado ni alcancé a oír uno con verdadero final. Pero en mi sueño los caballeros morían y otras batallas quebraban a las princesas. Por la noche me despierto y pregunto por mamá. Y no la encuentro. Karst. Escritores.
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La bruja gana, indefinidamente. II Ella había dicho que no temiera al rayo ni a la oscuridad, que no vendrían soldados a incendiar la casa, ni los entes deformes saldrían de los charcos de agua sucia. Ella mentía. III Mamá me dijo que un día a todos nos llegaría la muerte. Que un día ella, papá y el gato cerrarían los ojos. me habló del último destino, pero nunca mencionó el abandono.
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Ángel Augusto Uicab. Mérida, Yucatán; 1988. Fue incluido en la antología #ESCRIVIVE-PLAYA (GRECA, 2016). Ha publicado en revistas como: REVARENA, FACTUM, Monolito, Cirrosis, Bitácora de Vuelos, Cirrosis. Desde marzo de 2016 participa en revista delatripa: narrativa y algo más con su columna Koo´ten Xook (Ven a leer).
PLENILUNIO Sentado en la cornisa del tiempo miro la flor plateada que se abre en la noche.
EN DEFENSA PROPIA Aclaro que maté a la rosa no por sus espinas sino por bella Tanta belleza no cabe en las manos ni en los ojos Tanta belleza a veces duele Duele en los pétalos en las manos en las pupilas Por eso la estrujé entre mis dedos Karst. Escritores.
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con toda la fuerza con todo el amor que puedo dar Lloré lo juro y en el llanto brotaron pétalos espinas hojas el sentimiento de alivio que solo la muerte de algo que amas y duele y se duele puede provocar.
X-TABAY Al caer la noche la cigarra canta un fuego baila lento una botella de licor X-Tabay, mujer hermosa tu piel de lirio tu pelo como la noche acaricia tus pies tus pechos cerros voluptuosos Siento el deseo ilícito de tomar tu carne siento tus manos descubriéndome 154
Echeverría y Pineda, 2016
siento tu olor a x´tabentún que me embriaga Los tecolotes que tienes por ojos se reflejan en mis ojos Mi sexo soporta el peso abrumador de tus caderas como el peso del mundo como el peso de todo lo obsceno como el peso del gozo Tus cabellos, látigos que surcan mi espalda tus uñas, espinas que se clavan en mis hombros tus dientes, pencas de henequén atraviesan mis labios La noche me aplasta deja caer su obscuridad sobre mí Por la mañana por la mañana el rocío de la ceiba hormigas rojas brotan de mis llagas.
CUANDO SE ACEPTA AMAR, SE ACEPTA SUFRIR El amor: son tus lágrimas pétalos de rosa atardecer que llenan el cuenco que forman mis manos.
Karst. Escritores.
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LIBÉLULAS Alguien viene de noche y reemplaza mis ojos por un par de libélulas Las libélulas mis ojos mis oji-bélulas besan el reflejo de la luna en los espejos de agua Y los cuencos donde pertenecen mientras tanto quedan vacíos Mis oji-bélulas no regresan hasta que el frío matutino casi congela sus alas Cuando retornan se posan pétreas entre mis párpados como si nada pasara.
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METAMORFOSIS Tú desenredas la madeja de mi lengua tejes con el estambre y mis pestañas capullos en dónde guardar mis ojos Mañana al abrirlos serán polillas muertas.
NATURALEZA URBANA Erguido en la acera bajo la soledad de un cielo gris los pies-raíces hundidos en el pavimento: El árbol centinela del tiempo mece sus ramas cenicientas y el murmullo de sus hojas arrullan al zanate.
HE VENIDO HASTA TU CASA no a suplicarte una mirada porque un cuervo te ha sacado los ojos No a saber mi destino en la planta de tu mano porque en las líneas se dibuja otro rumbo
Karst. Escritores.
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Solo vengo a robarte los fragmentos de luz de tus recuerdos para romper el muro de oscuridad que se yergue en mi memoria Me iré tan pronto llene este frasco de luciérnagas Lo juro cerraré la puerta no miraré atrás por temor a convertirme en árbol No volveré la mirada Me iré simplemente así como quien se va.
A LA SOMBRA DEL ÁRBOL El cielo detrás de la rama lluvia de luz a través de las hojas las hojas bailan el pájaro en su nido duerme el viento canta Una hoja se desprende se contonea en el aire cae 158
Echeverría y Pineda, 2016
Se posa en mis labios Intento guardar un haz de luz en mi pupila Intento guardar el verde del árbol en mi otra pupila Mi vago intento de ser pájaro de ser tierra de ser pasto De ser viento de ser árbol de ser… de ser Se va una hoja con el viento Soy naturaleza y duermo.
LUGARES DONDE SE PUEDE ENCONTRAR A SATANÁS 1 Levanté una roca encontré sus cuernos la terminación de su cola en forma de hormigas rojas de cientos de mordeduras en mi cuerpo 2 Partí un trozo de madera encontré sus manos aprisionándome las manos 3 Asoma en la mirada de un viejo Karst. Escritores.
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cuando al pasar un par de tetas grandes siente un cosquilleo en la entrepierna Una serpiente palpitante que muere luces neones se apagan 4 Una rosa marchita entre las páginas de una biblia empolvada 5 En sus alas la mariposa negra carga un rostro que esparce en polvo por todas partes 6 Bailando con tutú y zapatillas en el estómago vacío de un niño hambriento 8 Ya me lo habían dicho los que cazan mariposas los que se ocupan del oficio de hacer carreras con caracoles los expertos en el arte de hacer rabietas: en la lagaña de un perro 9 En la belleza de un niño 160
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Dios ha pintado los rasgos de un Ángel 10 Un topo rabioso dentro del coño de una puta.
SUELE SUCEDER I Que un jardín florece cuando un hombre y una mujer pronuncian que se aman II Que el amor a veces en el agua del tiempo se disuelve III Que hace eco el canto del gorrión cuando busca la preciada miel en pistilo ajeno IV Que en las madrugadas cuando llora ella es una suerte de río que se seca
Karst. Escritores.
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V y VI Que la primera vez que la mano de él pájaro de mal agüero surca el rostro de la mujer: Se forma un cardenal en su mejilla y ella en su pobre jaula es una especie de ave deshojada VII Y cuando él –cobarde y desesperado– le canta se lee entre sus labios Una flor marchita.
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“Te amo”
Alejandra Sustersick. Mérida, Yucatán. 1986. Licenciada en Comunicación. Es miembro del Consejo Editorial de la revista delatripa: narrativa y algo más.
AGONIZANDO En la uniformidad de mis recuerdos en parámetros superpuestos híper-puestos de mi ser consciente de sí mismo de sus extremidades reflejas del jugo de tu sexo y tus dedos en mi boca estallando de mi luz tu luz tu miedo con las manos húmedas de frio turbulento el temblor nocturno nos sostuvo Una secuela entona llanto en violines deslizándose suavemente por la eternidad de las cobijas mojadas apretando el puño el grito mudo y el desglose del sentido se alarga He de gritarte desde el centro de todo para sobrevivir nos —recoge mis restos en tiritas dispersas se han volado pronto dejaremos de temblar— ¿Y si mis pensamientos son tintineantes acordes de piano en pentatónica? ¿Y si temo perderte espuma rosa flor de loto atisbada por el tiempo? porque al perderte me ahorro el capítulo del desagrado II La consecuencia de mirar hacia atrás ha sido placentera Karst. Escritores.
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los círculos de luz que emanan de la puerta del cuarto expanden luminosidad al viento Cierro los ojos la cabeza es antena de neuronas torcidas entre su propia nitidez de luciérnaga explosiva noche así el flash back así la neurona palomita de maíz ¡pop!¡Pop! ¡POP! Te vi manosear mis piernas mientras mi vagina temblaba tartamudeante estrella en firmamento placentera la verdad es que nunca había llegado tan lejos la verdad es he nací flotando en universo paralelo la verdad es que no hay verdad ni mentira oídos sordos sordo momento cuando sonaron las botellas en el suelo otra vez silencio cuando tus ojos cuando tu mano en todo hueco mi lengua en todo hueco penetraste agonizando vimos que se fragmentase el cielo mis caderas en escurridizas vibraciones destellos siderales abro los ojos continuamos desnudos las sábanas aun mojadas se refracta
por la ventana el cielo
la observo
y de cabeza bocarriba se refractan cargadas de grises las nubes 164
Echeverría y Pineda, 2016
se refractan
cuando pasan las aves ¿A dónde irán?
III Cantan cuando caen las gotas de lluvia en el tejado el chorro de agua salpicando el suelo mojando el pavimento mi rostro ensangrentado se deshace como gota submarina en pecera de asfalto A veces la analogía de la verdad no es agradable ninguna metáfora haría que se viera más bella ¿a dónde la vida de locos? ¿a dónde el soñador? en el escusado se sentó a llorar escondido tras una ciudad de roedores que ególatras despellejan todo alrededor ¿a dónde la tumba del pasado los traidores y los desolados? ¿a dónde la vida sin compasión sin alma? Los intestinos de la tierra se deslizan en nuestros pasos bajo mi cuerpo mordaza sufro la precipitada muerte mientras grita de dolor pero nadie se da cuenta caminan demasiado rápido para percatarse como de a poco se queda sin vida
Karst. Escritores.
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SUS LATIDOS SE ALEJAN DE SU PROPIA SUPERFICIE mis latidos se acercan al vacío ¿Qué ocurre con la desgracia? ¿Qué ocurre con uno mismo? Maldición ¿qué le ocurre a éste mundo que perdido se va hacia la nada? ¿Qué se ha hecho a sí mismo el hombre que ha quedado hueco? ¿Qué se derrumba qué muere qué dispara? Todo podría tener sentido Todo podría ser un engaño Una silueta temblorosa desvanece en mi memoria ríe mientras se aleja se convierte en insecto moribundo petrifica a sus presas Se las come ¿Qué pasa qué ha sucedido? electrones que forman fuego queman mañana la incertidumbre el pasado turbio enloquecerá a la luna a los que caminan a media noche bajo su agonía Es abrir a la noche por las patas y perdernos en su orificio evaporar sentidos en olores ambiguos es como regresar a abrir los ojos recordar ensimismar gritar con rayos y luces de sabores es desconocer temer reír desquiciar y turbar masacrar perseguir amar perder 166
Echeverría y Pineda, 2016
seguir olvidar traspasar Agonizando en los tobillos pensando grieta piedra lobo aullido
DETENTE SOLO PARA SENTIR AQUELLO una vez más una última vez te hablo lento te escucho lento ─No hay nada más profundo que sentirte─ te digo tú conoces el secreto de mi voz no habrá más reflejos viento sórdido de alguna galaxia fuera de sí tiempos insoslayables ecos Aquello no se dio por nada ─te digo─ Todo tiene el sentido perfecto como tú aurora perfecta mirada que reina ineludible habría de sentirte toda llena de sentarme a la luz contigo a solas ─Pero es demasiado tarde─ te digo Las palabras se escriben sobre la piel del viento no callo me miras
Karst. Escritores.
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conoces la perpetuidad de cada soliloquio que he tirado al suelo Prendo un cigarro mientras hechas cabos al cielo los unes en un sueño loco ─El humo sabe llegar a rincones desconocidos─ te digo Vemos a nuestro alrededor melancólicas sabíamos que no habría de estar allá siempre no nos pertenece no ahora (alguna vez lo guardamos en mp3 y escuchamos absortas) nada importa ─Las cosas cambian─ te digo La luz amarilla del autobús se aproxima tomo tu mano precipitada me rompo un instante recoges mis pedazos los tiras al asfalto Solo tú sabes hacerlo El autobús se detiene frente a nosotras un último abrazo en crisálida del paisaje ─No te suelto nunca─ Te digo ─Nos vamos a casa─ SE VUELCAN ASTROS De espaldas boca abajo la vía acuosa del recuerdo ensordecido viento acicala un trozo de alucinación Se Parece a Ti cuerpo del cuerpo voz de voz corrosión de fluidos y voltaje roen desde el sitio desconocido herirpenetraresconder 168
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caerá desnuda la tarde celeste de un cuadro en un balcón una escena de dos cuerpos translúcidos colores adentrados colores en la piel del planeta que grita insoportablemente tiembla en la profundidad del cuarto en el espejo donde ya no reconozco mi rostro donde ya no me hace sombra tu cuerpo en el sofá donde te esperé diez años un florero roído por el viento lleno de cenizas
PAISAJE NEGRO AZUL la boca repleta del viento que atardece a lo lejos un muelle con luces (verdes y rojas) ¿Quién estará gritando al otro lado? ¿Quién permanece desnudo sobre el muelle? ─quién─ ¿Qué deviene la materia del sol y de la aurora? Se encajan los zumbidos de mil hombres enroscándose en el agua el aroma del azar la nostálgica llamada ensangrentada luna que revienta cayendo sus pedazos en el agua Estoy perdida en mi propia mente Karst. Escritores.
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en mis paisajes En lo oculto Estoy trotando en el viento y lluevo y me deshago y los hombres y las mujeres son igual de grandiosos se encapullan y se besan se despiertan entre ellos No callan pertenecen a un gemido perpetuo un grito melódico una sinfonía letal un susurro de los dioses un canto una alabanza una imagen La corteza del mundo flotando se e cor do r tán en i el a
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Jesús Manuel Crespo Escalante. Temax, Yucatán. 1984. Colegio de Bachilleres Xoclán (Cursó dos años en la Licenciatura Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán) Ha publicado en revista electrónica sinfín y delatripa: narrativa y algo más.
EL ANDALUZ A mi hijo Santiago Darío Crespo Canché
El tipo estaba completamente ebrio. Tirado en el suelo. Balbuceaba el nombre de una mujer. Creo que esa mujer se llamaba Ana. El lugar era un completo desorden. Había todo tipo de botellas tiradas en el suelo. Y colillas de cigarros aún encendidas, que se fueron apagando lento. Aquel tipo intentaba levantarse. Y lo intentaba una vez más. Como no podía, pronunciaba el nombre de Ana, mientras se arrastraba entre cenizas de cigarros y restos de cerveza. Lo hacía hasta llegar a la cama. En la cama también había botellas de cerveza. Él las revisaba una por una, esperando encontrar la cerveza que lo hiciera reaccionar. —Con que queriéndote escapar de mí.— ronroneaba. El cuarto pertenecía a un motel del centro de la ciudad. El tipo bebía mecánicamente, no tenía noción. Pronunciaba el nombre de Ana y eructaba, después se tomaba un trago. Volvía a pronunciar el nombre de Ana, suspiraba y se tomaba dos tragos. Casi inconsciente, insistía con el nombre de Ana y lloraba, y bebía hasta terminarse la cerveza. Se escuchó que alguien tocaba la puerta. El tipo no podía levantarse y no quiso hacerlo. Ese alguien lo intento dos veces más. Luego se detuvo por unos segundos. Enseguida, se escucho el ruido de unas llaves y la voz de una mujer. —Sabía que esto sucedería.— Dijo. Karst. Escritores.
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Aquella mujer que entró en el cuarto, tenía puesto un vestido negro y cargaba en la mano un bolso del mismo color. Era algo delgada, de cabellera corta y de voz aguardentosa. La mujer sacó del bolso una botella de whisky. Miró fijamente al tipo y comenzó a beber en solitario. El tipo estaba inconsciente. Con unos tragos encima, la mujer escribió en un boleto de autobús estas líneas "11:15 pm. Mérida, Yucatán. Ana jamás será para ti. Borracho de mierda" luego guardó la nota en la camisa del tipo. Se sentó a su lado. Tomó una colilla de cigarro y la encendió. En un brote de nostalgia se le escapó el nombre de Ana, como consecuencia su mente se detuvo en algún recuerdo (la mujer llegó al cuarto del motel con la ironía entre los dientes, envalentonada. Ahora tenía la cara de muerta). El nombre de Ana le cambio al parecer los planes y el whisky le hizo darse cuenta, que ya no podía arrepentirse. La mujer bebió un poco más de lo planeado, casi hasta emborracharse. En un acto fuera de lugar, la mujer desabrocho el cierre del tipo. Le sacó el miembro y lo roció con un poco de cocaína… luego se lo metió a la boca. No hizo ningún movimiento. Solamente le quito la cocaína con su lengua. El tipo seguía inconsciente pero ronroneaba. —Sabes lo mucho que me encanta tu lengua, Ana. Por fin el tipo abrió los ojos. Miró aquella mujer sin sorprenderse, como si la conociera. Ella al ver que el tipo había despertado, se sacó de la boca el miembro, se limpió los labios y le sonrío de una manera burlona. —¿Quieres chingarme?— preguntó la mujer, retándolo con los ojos. —Quiero joderte. Joderte hasta que desangres, puta. 172
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La mujer se levantó de la cama. Se puso enfrente del tipo y comenzó a desnudarse, muy lento. El cuerpo de aquella mujer era hermoso. El tipo ni se inmutó. Con risitas incompletas se burlaba de ella y de su poca sensualidad. Cuando la mujer estaba completamente desnuda, volvió a insistir pero esta vez fue más irónica. —Desnúdate. Quiero saber que tal chingas. —Puta, siempre puta.— Ronroneaba el tipo mientras se desnudaba. La mujer sacó del bolso una pistola sin que el tipo se diera cuenta, la colocó debajo de la cama. Cuando él la miró, la mujer estaba acostada en el suelo y con las piernas abiertas. Entonces, él aprovecho la ventaja. Sin ninguna caricia de por medio y mucho menos un beso, el tipo la penetró ferozmente en cinco ocasiones. En cada una de las penetraciones ambos pronunciaban el nombre de Ana. Cuando el tipo quiso alzarle las piernas, la mujer tomó la pistola y le apuntó en la frente. El tipo tampoco se sorprendió de aquel acto. La mujer no lo amenazó, sólo le dijo que era su turno. Él entendió que tenía que acostarse y lo hizo. La mujer seguía apuntándole con la pistola, tenía fijamente la mirada puesta en la frente. Sus ojos color miel reflejaban los ojos negros de aquel hombre. Ella se dejaba penetrar de nuevo (en esta ocasión fueron diez veces). No hubo esbozo del nombre de Ana. Cuando el tipo le quiso besar los pechos, la mujer se detuvo. Lo miró fijamente y sin rodeos. Se apuntó la sien, y con una sonrisa de venganza dijo. —Cuando Ana se entere de esto, te odiará.— Después jaló el gatillo.
Karst. Escritores.
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Sin asombro ni bulla fueron saliendo los huéspedes del motel. A dos esquinas se escuchó el disparo. La noche transcurrió con toda normalidad. A la mañana siguiente, la noticia de otra muerte borró por completo esta historia. Una mujer se había aventado de un edificio en el centro de la ciudad. Hasta el momento permanecía en calidad de desconocida. El único dato que se tiene de ella, es un tatuaje con el nombre de Ana en la muñeca izquierda.
ANAMORAMIENTO DÍA LUNES Hace un buen de mal que no me escribe ni yo le hablo pero hace más de un buen de bien que callo muchas cosas que me las guardo aquí en el corazón en el hígado aquí en los pulmones y que no se escapa para nada ni quiere paraqué sólo hace un buen de mal que no la miro que no la espero que no la olvido.
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DÍA MARTES Tengo que escribir… Los suspiros emergen heridas de amor de no amor y se borran ligeramente con lágrimas llanto a cuenta gotas sin rumbo fijo. Tengo que soñarte… Ya todo está muerto. Ya todo es llanto. y no te tengo. Somos libres verdaderamente libres ¡Y qué bueno! No hay insecticida ni sistemas en los libros y mis libros y mis versos también son libres de mí y de ti. Tengo que imaginarte… Porque ahora tu recuerdo mata cualquier aburrimiento pasajero como éste que va muriendo el beso adiós amor te quiero.
Karst. Escritores.
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DÍA MIERCOLES Esta soledad no es mía ni esta tristeza tampoco ni esta nostalgia, abrazadora; puta, coqueta. Ni estos versos a lado mío ni esta mujer desnuda que me empierna la vida con su cuerpo, con su risa sonrisa, sus labios, con sus besos y mis besos. Esta mujer nunca será mía ni queriendo, ni soñando, nunca será mía, sólo mía, siempre, jamás. Pero, obvio que sí, yo siempre seré suyo, siempre, y en casos generales que me olvido, triste y borracho, en algún recuerdo como éste. DÍA JUEVES Si bien, esta noche es una sola noche pareciera que al cerrar los ojos fueran muchas noches en un sólo sueño. Pareciera más allá de aquí que todo fuera una sola tristeza para muchas nostalgias hasta un sólo recuerdo el que me jode con su existencia y su insistencia. 176
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Pero no, amor que duermes y sueñas sin mí, nada es una sola cosa, ni tu ausencia, ni la noche, ni mi insomnio. DÍA VIERNES Cómo escribir un verso secreto que no sea cuento y soneto, ni nada de eso. Un versito en verso, inédito, muy nuevo si todo parece que ya tiene dueño. Cómo lograr que ese verso de amor no tenga de toda influencia, que llegue a tus manos, virgen, libre, y de toda injusticia. Que llegue bien desempolvado de celos amargos. Que llegue a tu vida, mi vida, ahora que estamos. ¿Cómo? Si ya todo está escrito y dicho sea de paso reescrito. Y es más, ahora estoy seguro, qué de seguro estas pensando, cómo será ese verso, a lo que yo respondo imaginándote a mi lado. Será sólo eso. Un verso muerto.
Karst. Escritores.
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DÍA SABADO Soy perseguido por un fantasma abnegado, sonámbulo, divertido por ratos, viciado, terco del alma a los pies. Un flacucho desnutrido, idealista, deprimido, vago de oficio, histérico, aburrido, amargado, diseñado para no hacer nada. Todo el tiempo anda de quejoso, “que esto” “que lo otro” “que aquello”. En las noches es como un niño molestoso, como una esposa calentona, ingenua y sola. Me jode con sus perversiones. A cada rato insinúa sus locas virtudes (que consiste en estar enamorado). Pobre flaco, se le ve bailando siempre. Emocionado brinca de gusto, pasea por la casa desnudo, gritando con todas sus fuerza que está enamorado, muy enamorado. No lo culpo, pero a veces se pasa de tierno. Lo he visto robarse las flores de don amor. Lo he visto comprarse globos y tarjetitas de mal gusto. Pero él no se da cuenta, es obvio que no se da cuenta, está enamorado, vilmente muerto.
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DÍA DOMINGO Qué triste es estar solo refugiado en los brazos del frio haciéndole el amor al tiempo fumando la ausencia bebiendo gota a gota el silencio el espantoso silencio que amena la llegada del olvido. Qué triste es estar solo. Saberse solo, sentirse solo, mirarse solo. Caminar por los pacillos mirando el reloj (como si se esperara algo) muriendo de nada, soñando contigo. Qué triste es estar solo refugiado en los brazos del frio buscándote a mi lado, esperando tu cuerpo desnudo. Pero es aun más triste darse cuenta despertar al otro día y lo mismo.
Karst. Escritores.
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Alejandro Argáez. Mérida, Yucatán., 1980. Estudió psicología con especialización en docencia.
TARDE DE MONOTONÍA Cierro la puerta principal de la casa. Siempre me ayudo con la llave para poner el seguro pero esta vez me decido a solo jalar la puerta, total, no hay nada de gran valor que se puedan robar. Al llegar hasta la banqueta y encaminarme hacia el poniente, el sol pega directo a mi rostro pero no hago nada para evitar la molestia. Miro el reloj, son las cinco de la tarde con trece minutos. Podría abordar un autobús pero tardaría mucho en llegar, es mejor irme en taxi. Doy media vuelta hacia la calle oriente, a dos cuadras de ahí queda una avenida y el paso de los taxis es más frecuente. Mientras camino analizo el día, no fue el mejor, el trabajo fue de lo más rutinario, mi jefe, un auténtico desgraciado, se desbordó en su locura y exigió más de lo que usualmente exige y, como si todo estuviera planeado, tres clientes se portaron igual de cretinos que aquel. Ni siquiera pude disfrutar mis treinta minutos de comida. Todo pareció mejorar cuando mi supervisor me dejó salir una hora antes del trabajo, sin embargo, al día siguiente entraría más temprano para realizar la auditoría. El día pintaba para que se sintiera como una piedra en el zapato, un excesivo calor y un tráfico de la fregada perturban a cualquiera, lo peor de todo fue cuando al pasar por el puesto de revistas y preguntar por mi diario el voceador me dijo que no pudo apartarlo. Disculpa, compadre, pero como mi primo fue a buscarlos hoy se equivocó y trajo pocos ejemplares. Me ofreció otro periódico pero no acepté, solo pedí que no se le olvidara el de mañana. Con una sonrisa en la cara que quise desdibujar con un 180
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puñetazo, el voceador me aseguró que no volvería a pasar. Sin el diario en la mano no tuve más remedio que aceptar el pésimo día que estaba teniendo. Y tal vez era lo mejor, las últimas dos semanas las noticias no eran agradables, los diputados seguían inventando IVA sobre IVA, la selección de futbol no sabía dónde se encontraba el balón en la cancha, los maestros invadían el país con sus plantones, en un accidente de tránsito se reportaban solo daños materiales, en otro, ahí por el periférico, el saldo fue de tres muertos, todo por ir a más de ciento treinta. Mientras camino hacia la avenida me hago a la idea de que no soy el único que tuvo un mal día, es más, es probable que mañana en el diario encuentre un encabezado anunciando una mala noticia, Esposo furioso balea y descuartiza a su esposa y al amante. No creo que estuviera en primera plana pero al menos el título sería el más llamativo en la sección de nota roja. El diario que siempre leo es el más formal y menos amarillista de todos los que se venden en la ciudad, así que la nota periodística sería lo menos descriptiva posible, La tarde de ayer se llevó a cabo un cruel homicidio, el señor Fulano de Tal asesinó a su esposa y al amante de ésta luego de descubrirlos plácidamente en su propia cama, sin embargo, dos simples balazos no fueron suficientes para acabar con los adúlteros sino que los descuartizó, hecho que llamó la atención de los peritos en cuestión, por la manera en que fueron encontrados los cuerpos. Los vecinos se mostraron consternados por el crimen. Llego a la avenida sin darme cuenta. La nota periodística ha hecho que camine sin prestar demasiada atención a mi entorno. Sí, estoy seguro que eso diría mi diario, nada más. Me detengo en la esquina, a lo lejos veo Karst. Escritores.
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venir un taxi pero al hacerle la mano para que se detenga soy ignorado, lleva un pasajero. Continúo pensando, mi curiosidad daría para más y no solo me conformaría con esa nota, sin dudar le pediría al voceador que me vendiera el diario de la competencia, aquel que compro de vez en cuando. Al observar la portada descubriría una pequeña nota al pie de página, Doble homicidio pasional, más información en la página uno de los Sucesos de policía. Rápidamente ubicaría la información. Como bien pensé dicha nota es más extensa y descriptiva, Vecinos de la colonia Primero de Mayo fueron testigos de uno de los homicidios más impactantes de los últimos años. El señor Fulano de Tal asesinó a sangre fría a su mujer y su amante luego de descubrirlos juntos en la cama. El hecho llamó la atención de propios y extraños por la manera en que fue realizado el asesinato, además de baleadas, las víctimas fueron descuartizadas. A pesar de que el móvil se llevó a cabo en una casa pequeña, vecinos manifestaron no escuchar detonación alguna o gritos. El asesino ya se encuentra preso. Dejo de divagar. Miro hacia ambos lados de la avenida para fijarme si viene algún otro taxi. Nada. Saco el celular de la bolsa derecha del pantalón y leo el último mensaje que me envió mi esposa, La próxima semana viene mi mamá a visitarnos, te quiero. Hago una señal, el taxi se detiene y el conductor pregunta hacia dónde me dirijo, porque está yendo por un cliente pero si mi destino está de paso me podría llevar. Le explico mi destino. Se disculpa, va para otra parte de la ciudad. No hay problema. Un par de minutos después se detiene otro taxi, Hacia dónde, jefe. Doy la indicación y abordo. El taxista trata de hacerme plática pero como sólo utilizo monosílabos, desiste de su idea. Me sumo en mi pensamiento. No soy un hombre que disfrute de 182
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la desgracia ajena pero si me topase con una nota como la del esposo engañado le seguiría la pista hasta el final. Véndeme ese diario amarillista, pediría, y ante el asombro del voceador, me iría leyendo aquel diario que nunca compro y mucho menos hojeo cuando lo tengo enfrente, pero esta vez la ocasión lo amerita. Quiero conocer la historia a fondo y dicho diario cumple su cometido desde la portada, Marido cornudo mata insensiblemente a su esposa y al amante, reza el título acompañado de una foto de la casa donde se llevó a cabo el homicidio. La nota no se queda atrás, Ayer por la tarde se registró un doble homicidio perpetrado por un pobre cornudo. Gran sorpresa se llevó el señor Fulano de Tal al llegar a su casa y cachar a su mujer en pleno acto sexual con su amante. Lleno de ira, el ahora asesino fue hacia el ropero, sacó una pistola y descargó todo el contenido de ésta sin el menor remordimiento. No contento con lo que había hecho, se dirigió hacia otro cuarto de donde tomó un machete que guardaba entre sus herramientas, para con él descuartizar los cuerpos inertes de los amantes. Los vecinos no se enteraron del asunto hasta que llegaron a la casa tres patrullas y un vehículo del servicio médico forense. En cuestión de minutos una ola de curiosos se arremolinó a las afueras de la casa para no perder detalle alguno del macabro suceso. Al momento de reconocer los cuerpos se supo que el amante en cuestión era el carnicero de la colonia. Al entrevistar a varias personas, todas manifestaron que no creían que Fulano de Tal cometiera tal salvajismo pues lo consideraban ‘un buen vecino’, no tomaba, ni fumaba, y nunca se vio envuelto en alguna riña y siempre saludaba cordialmente. De igual manera se refirieron a la hoy difunta esposa. Una señora añadió: Caras vemos, grado de locura no sabemos. Karst. Escritores.
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Subo el cristal de la ventanilla, el fresco de la tarde empieza a ser molesto. Me compadezco de Fulano de Tal, señalado en todos los diarios de la ciudad como psicópata. Cada diario da su versión de los hechos, uno quita, el otro pone, el de más allá inventa y el más insignificante escribe a medias. No, las cosas no son así. Vuelvo a mirar el reloj, faltan trece minutos para las seis de la tarde, mi destino está cerca. Observo de reojo al taxista, tendrá unos veintiocho años, máximo treinta, vivirá con su esposa y dos hijos, buscará una manera para que su trabajo no sea rutinario, hacer conversación con sus pasajeros es buena táctica, solo que conmigo no funcionó, qué se puede hacer. Cada quien trata de vivir su vida como puede, más que como quiere. Pienso otra vez en Fulano de Tal y en su mal día, lo único que desea es llegar a casa a bañarse, comer algo y disfrutar de una buena película. Quizá tenga ganas de llevar al cine a su esposa pero ella por su mal humor no querrá ir, un pequeño detalle para calmarla no estaría mal, así que el hombre decide comprar chocolates con tequila, nunca está de más sentirse optimista y pensar que las cosas en el hogar pueden estar mejor. Abre la puerta de su casa. En la mesita central de la sala observa el bolso de su esposa. Se dirige hacia la recamara matrimonial y al abrir la puerta lo que ve le provoca escalofrío, su mujer se encuentra haciendo el amor con otro. La esposa se pone de pie sorprendida, había pensado estar alerta por si su marido volvía pero con la lujuria del momento se olvidó de todo. Fulano de Tal empieza a insultarlos, se acerca a su mujer y la golpea para luego agarrarse a golpes con el amante. Todo pasa rápido, entre gritos y golpes, pronto la recámara se convierte en un desastre, y justo cuando Fulano de Tal está a punto de someter a su rival éste lo empuja con fuerza haciendo que se 184
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golpee la cabeza con el ropero. El marido trata de reponerse para continuar peleando pero es pateado por su rival. La esposa le pide al amante que se detenga, ahora son ellos los que se ponen a discutir. Fulano de Tal se incorpora con dificultad, abre el ropero, saca la pistola con la cual se va de cacería y grita ¡hijos de puta! Los amantes quedan paralizados. La mujer trata de convencer al marido de no cometer ninguna estupidez. Sin pensarlo, Fulano de Tal empuña la pistola en dirección del tipejo y dice, Púdrete pendejo, para luego jalar del gatillo, sin embargo, la mujer se pone frente al amante y es ella quien recibe el balazo en el pecho. El marido no da crédito, ve desplomarse el cuerpo de su mujer a los pies del cerdo infiel. Lleno de ira apunta al amante y descarga en él todo el contenido del arma. Todo hubiera terminado aquí sin más escándalo que el típico caso donde el marido mata a su infiel esposa y al amante. La noticia no tendría mayor impacto y terminaría por formar parte de las estadísticas, pero después de soltar el arma y acercarse a los cuerpos, Fulano de Tal reconoce al hombre, es Pancho el carnicero. Todo fue tan rápido que hasta ahora se fija que su mujer le era infiel con un tipo de poca monta. Eran tal para cual, se consuela. Se sienta a un costado de la cama y desde ahí observa el cuerpo de su esposa, ella era todo para él. Se arrodilla para tomar la delgada mano de su mujer y mirar la fina alianza de oro que él le entregó el día de su boda diez años atrás. Observa el rostro del desgraciado carnicero, lo mira como el tigre mira a su presa. De pronto una idea llega a su mente. Va en busca de un machete, pasa por la cocina y saca de la alacena las bolsas más grandes para la basura. Vuelve al cuarto, primero decide encargarse del cuerpo del carnicero. Fulano de Tal no puede evitar una sonrisa sarcástica, después de tantos años Karst. Escritores.
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de rebanar y descuartizar animales, ahora le toca a Pancho. Con gran saña desprendió la cabeza, luego cortó los brazos a la altura de los hombros, en los codos y después las manos, por último cortó las piernas, primero las desprendió del tronco, hizo un corte a la altura de las rodillas y para terminar cortó los pies. Al final el cuerpo quedó dividido en catorce partes. Continuó con su mujer pero antes de descuartizarla le ofreció un beso en los labios, en verdad la amaba. Fue más cuidadoso al momento de cortar a su esposa, y al final también quedaron catorce partes. Terminado el trabajo pensó en lo que debería seguir, quizá guardar los cuerpos en las bolsas y tirarlos como si fueran basura, lo podría hacer con el idiota carnicero, pero no con su mujer. De cualquier manera tiene que deshacerse de los cuerpos pero luego qué haría, escapar, esconderse, matarse. Se acostó en la cama y se quedó mirando el techo por un largo rato. Pasaron por su mente los diez años de matrimonio como si fueran un relámpago, quería llorar pero se contuvo. Se levanta y se dirige al baño, llena una cubeta con agua y luego la lleva al cuarto junto con toallas pequeñas. Decide limpiar las partes de los cuerpos, primero ella, con ese cariño que siempre le tuvo, después él, sin sentir nada más que compasión. Al terminar, como si fueran dos rompecabezas, Fulano de Tal acomoda los cuerpos sobre la cama, como un par de esposos descansando juntos. Su trabajo ha terminado. No queda más que esperar las consecuencias. Decidió ducharse, cambiarse de ropa y salir. Todo esto lo hace en quince minutos. Me desconcentra el sonido del celular. Leo un mensaje de mi supervisor, Mañana preséntate a las cinco de la madrugada. Vuelvo a leer el mensaje que me envió mi mujer en la mañana, La próxima semana viene mi mamá a 186
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visitarnos, te quiero. La frase Te quiero hace eco en mi cabeza. Guardo el celular, he llegado a mi destino, pago al taxista la cuenta y entro a un edificio grande. Llego a una ventanilla y el funcionario gordo del ministerio pĂşblico, con una torta en la mano, me pregunta con voz rasposa, QuĂŠ se le ofrece. Y sin que me tiemble la voz: Acabo de matar a mi esposa y su amante.
Karst. Escritores.
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Daniela Eugenia. Mérida, 1980. Profesora de literatura a nivel bachillerato. Columnista en el portal de noticias Encuentro Digital. Practicante de yoga, y aprendiz de fotógrafa, escritora y editora. Ha publicado narraciones y poemas en portales y revistas electrónicas delatripa: narrativa y algo más; en la revista Arché (Colima); Diario del Sureste (Mérida, Yucatán), Blanco Móvil y Xilote (Ciudad de México), Agitadoras y Almiar (de España).
MATICES Un edifico alto, vigoroso asoma a la distancia y los matices de la ciudad me abruman Tanto sufrimiento, tanta miseria me pregunto ¿seré parte de ello? ¿alguien me mirará con pena? En cada esquina las flores se marchitan el niño con la caja de chicles y cigarros ese anciano que todas las mañanas me pide una moneda la mujer del bastón mastica un pan y lo ciegos agitan sus canastas. Todas las mañanas los mismos caminos la pobreza desprendiéndose y el ruido de mis tacones hacen eco a cada paso.
ES VIERNES las gotas de lluvia golpean la ventana la humedad danza entre mis piernas 188
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como tus dedos lo hicieron alguna vez ¿Recuerdas? días de agua interminables de aquella mujer limpiando la azotea y tus manos trémulas recorriendo los espacios de mi cuerpo. Es viernes y llueve, Recuerdo… nuestra existencia se unía en el sofá y el ruido de las goteras se perdían con los suspiros, aquella casa sus filtraciones y los libros a salvo sobre la mesa. Esta mañana gris tú no comprendes la tristeza de mi alma que se dibuja con cada gota que cae no es martes, ni jueves… y mi multiplicado amor evoca tus sentidos cerraré los ojos y pensaré… Es viernes y sólo llueve.
TOCARTE ES LO QUE SE NECESITA Podría dejarte morir al declinar el día Olvidarte sobre una banca en una noche de abril. tan frío y tan lejano como te siento ahora Karst. Escritores.
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¡qué importa! Tocarte es lo que se necesita fumarnos un cigarrillo a las diez de la noche o mirar dilatadas tus pupilas cada mañana Tocarte es lo que se necesita sentir en mis manos el bullir de tu sangre y preparar el café de las siete Son las nueve y me río de mí me fumo el cigarro y me bebo el café podría dejarte morir pero te envuelvo con el calor de mis piernas y el dolor de las horas caídas de ausencia.
LA CARICIA A LA AUSENCIA Yo lo sé eso de no sentir nada, tener en vez de un corazón, sombras, rumores olvidar el beso de despedida qué más da. No tiene sentido prolongar la caricia la mañana empieza a clarear y las sabanas son frías
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Yo lo sé algo en la noche nos miente nos hace pensar en un vago sentimiento olvidado pero nuestras espaldas lo dicen todo tan cerca y un abismo entre ellas Yo lo se cuando todo es metódico, sombrío y se besa la caricia sin sentir nada Una noche quédate en la soledad de mi océano seamos uno, uno con la caricia, con el beso, actuemos, y después, al despertar, vivamos desde el abismo del olvido vivamos sin saber el uno del otro así, tan lejanos, que si sabemos más morimos que si leo en tus ojos un poco de luz, me pierdo. Yo lo se es aun noche, mi ombligo cobija tus dedos complacido hagamos, hagamos como que somos uno como que es lo cotidiano mi cuello sobre tu brazo mi pelo haciéndote cosquillas en la nariz. Ahora lo se lo siento, el palpitar de un corazón gris perdido sobre unos pasos que hacen eco en una calle vacía de una mañana como todas.
Karst. Escritores.
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SOMBRERO Y FLORES ROJAS BAJO EL SOL Ahí estaba sobre esa pequeña escalera, apoyada sobre la pared blanca del jardín. Un enorme sombrero le cubría el rostro, las nubes de humo del cigarro se escapaban de su boca. Eran las ocho de la mañana, dibujaba en aquella pared un árbol de flores rojas. La observé largo tiempo sin que notara mi presencia; ella reía y de vez en cuando mascullaba alguna que otra palabra inentendible para mí, debido a la distancia. Me estuve bajo ese almendro, que me ocultaba a su vista, durante unas dos horas, las mismas que ella invirtió en lograr aquel dibujo; la veía entrar y salir de casa siempre sin dejarse ver el rostro, pero pude imaginarlo; sus delgadas y largas piernas me decían que invertía tiempo en su aspecto físico. Una figura tan armoniosa no podría tener más que un lindo rostro. Un día antes coincidimos en la ferretería. El movimiento de su boca al pedir los tres colores de pintura vinílica hicieron que mis ojos se perdieran en ella. Salió del lugar, y yo olvidando por lo que iba la seguí con la mirada, su pequeña silueta se perdió entre las luces naranjas del atardecer. Decidí seguirla, no me importaba si se diera cuenta o no: ¡quería verla!, mirar el tiempo suficiente para grabar en mi memoria las ondulaciones de su cuerpo, el flotar de sus cabellos con el viento. Ahora esta quieta. Los rayos de sol se filtran por las cortinas viejas de la ventana; fue algo complicado traerla hasta acá; ¿cómo arrancarla de aquella pared, de ese árbol sin vida y de sus flores rojas? La misma vieja noche llega hasta mí, por eso decidí guardar en el recuerdo aquella luz del sol 192
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atardecido filtrando por las cortinas, iluminándole el pálido rostro y su cuerpo desnudo, ahora ya tan quieto, y aquellos grandes ojos que me miran, ya sin parpadear.
ALA DE PEDIATRÍA Se puede ver tu figura por ahí, arañando un poco de luz de esa lámpara blanca del pasillo de espera. Las horas son eternas y caminas de un lado a otro sin encontrar consuelo en esos ires y venires en los que te empeñas. Si entras al ala de pediatría es peor, ves a tu hijo postrado sobre la cama, la enfermedad consumiendo el cuerpecito. Hace una semana corría, y le gritabas que se quedara quieto. Ahora esta inmóvil; esta extraña enfermedad no le permite moverse sin emitir quejidos por el agudo dolor; puedes ver cada una de sus venas a través de su blanca piel que le va dando un tono amoratado. Los quince días que pasaste a su lado en la clínica particular no se comparan a esto. De alguna forma ─muy extraña─, el bienestar, la comodidad que ahí sentías te hacen pensar un poco más lejana la muerte; es la sensación de tranquilidad que te brinda el dinero. Y es el sentimiento más materialista que has tenido. Pero tu hijo sigue ahí postrado con un diagnostico incierto. Ni los miles de pesos pueden ayudarlo. Han pasado quince días más, y por fin hay un diagnóstico, pero ya no hay dinero. Y esa es la razón de verte aquí, en el ala de pediatría, después de tres semanas de angustiosa espera, regresas a tu hijo con un diagnostico grave. Se le aplican los Karst. Escritores.
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medicamentos y recibes un “Tiene que orar, no se puede hacer más". Un mes sin dormir, ¿crees que es imposible? Día y noche miras a ese pequeño guerrero torciéndose de dolor, delirando por las fiebres, pero sin perder las ganas de jugar, de soñar con su salida del hospital, de volver a casa. Escuchas llorar a la bebé de la cama doce, en tu larga estadía la has visto entrar y salir por lo menos cinco veces; apenas tiene ocho meses de edad y está desahuciada. Dos camas atrás de la de tu hijo, se encuentra Fernandito que lleva ahí dos semanas, sus niveles de azúcar no bajan, tiene seis años y los brazos y vientre duros por las inyecciones de insulina. José, el niño de doce años con dengue hemorrágico, está teniendo convulsiones; sus plaquetas se van en picada, su madre lo toma de la mano, los médicos le piden que se salga. Que largas y silenciosas son las noches. Todo se detiene, menos la muerte, que sigue rondando, como si la obscuridad la despertara; como si ese pájaro negro la atrajese con su sórdido canto de lamentación, siempre cantando muy de madrugada. No puedes dormir en esa silla tan incómoda, pero te es apacible observar a tu hijo cada día mejor, pidiéndote abrazos y besos. No puede caminar aún; las piernas las tiene atrofiadas después de un mes de estar en cama, pero te pide paseos, salir al pasillo y poder jugar en ese pequeño jardín, prefiere ese viejo triciclo. Juega con Fernandito, hacen carreras y en sus mentes infantiles no existe la enfermedad ni las piernas débiles. 194
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Algunos niños no ganan la batalla, o la llevan consigo toda la vida ¿Por qué sufren los niños?
TARDES DE TAMARINDO Todas las tardes después de bañarnos mi mama y yo salíamos al patio de la casa, a mi me gustaba sentarme en una enorme piedra que se encontraba debajo de uno de los árboles de tamarindo, mientras ella me trenzaba el cabello. Sentía la ternura con que sus dedos me acariciaban. La sombra de su silueta y su cabello agitado por el viento se proyectaba sobre la tierra. Eso me causaba risa. El trabajo de papá no le permitía estar con nosotras, eso a mí no me importaba, era mucho mejor porque algunas veces cuando la tarde empezaban a perder su luz y el graznido de los enormes pájaros negros revoloteaban sobre nosotras buscando donde dormir, mi padre llegaba a casa y su enérgica voz siempre terminaba con nuestro cálido momento. Al escucharlo, con cierto temor, mamá corría hacia la casa, algunas veces pude percibir cierta tristeza en sus ojos. Me quedaba sentada sobre esa piedra. Sabía que en cualquier momento papá se asomaría por el umbral de la puerta trasera de la casa con algún regalo, una muñeca de mejillas rojas, o algún animalillo que a las pocas semanas habría muerto; me tomaba en sus brazos y me besaba largamente la frente. Cómo olvidar la picazón que su espesa barba me causaba; después me bajaba de sus brazos y me acomodaba de nuevo en mi lugar. Mientras tanto mi mamá Karst. Escritores.
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preparaba la cena. A la hora de comer un pesado silencio caía sobre la mesa. Casi siempre las noches que él permanecía en casa, sus gritos no me permitían dormir. Envuelta en mi franela roja me perdía en el sueño. Nuestras tardes transcurrían así, bajo las espesas sombras de los árboles de tamarindo; sus ramitas que se arrastraban sobre la tierra húmeda, el agridulce de sus frutos y el gorjeo las aves buscando refugio. Habían pasado dos semanas después de cumplir seis años. Los escalofriantes gritos de mi padre llegaron a nuestros oídos. Los gritos cada vez se hacían más cercanos. Los temblorosos dedos de mamá enredados en mi pelo se desprendieron con afán. Con su voz, un tanto ahogada por el temor me dijo: Corre. Bajé de la piedra me di la vuelta y la miré, caminé unos cuantos pasos, llegué al árbol más alto de tamarindo y subí hasta por el tronco hasta su rama más alta, buscando que las hojas se hicieran más espesas, para que al igual que esos pájaros pudiera encontrar refugio. Me senté y mecí mis pies que colgaban, desde ahí podía mirarlo todo. Lo vi atravesar el portal, caminó directamente hacia mamá, llegó hasta ella, la tomó del largo cabello y empezó a golpearla. La vi rodar por la tierra. Le ordenó que entrara a la casa, ella se negó, eso lo enfureció mucho más. Ni un sólo quejido brotaba de la boca de madre. Yo lo miraba a él erguido sobre los puños de ella, e imaginaba su rostro como el de un diablo, de esos que te han enseñado en la doctrina. Mi madre pudo zafarse, logró levantarse, retrocedió y pudo correr. Él, recuperando el aliento, fue tras ella. Los tropiezos eran inevitables sobre el enorme terreno. Era como un juego, como una película que se repetía una y otra vez, a 196
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la misma hora, las mismas actitudes, mismos gestos, mismo guión y yo la espectadora detrás de la pantalla, en mi butaca de madera. La veía correr, tropezarse y caer sin emitir palabra alguna, más que algún murmullo muy lejano; con el rostro perdido en el terror, de regreso en el lugar donde sus dedos recorrían mi cabello, resbaló. Su frente toco la piedra, y quedó ahí con el rostro hundido. Un pequeño río de sangre empezó a hacerse más grande, y alcancé a ver un ligero movimiento en sus manos. Un adiós quizá. Me gusta pensar que era eso, un ínfimo gemido de dolor se escapo de sus labios, él solo observaba absorto; retrocedió incapaz de mirar, de creer lo que había hecho. Levantó el rostro. Con sangre en sus ojos me obligó a bajar de mi cómoda butaca, me tomó de la mano cuando atravesamos el pórtico. En el camino la luna empezó a iluminar el paisaje. Me compró una dulce muñeca y nos dirigimos a la estación del tren.
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Anel May Salazar. Mérida, Yucatán. 1980. Licenciatura en Inglés y Maestría en Español por la Normal Superior de Yucatán. Doctora en Investigación Educativa por la Universidad Juárez COPESEC de Campeche. Antologada en Venturas, nubes y estridencias. Ganadora del Premio de Literatura de los Símbolos Patrios.
ALDEBARÁN DE SAGITARIO Al final, los hombres miramos al cielo buscando respuestas... pero sólo hay estrellas... EL CUERPO ESTORBA
No nos permite mirar el color del alma. No nos deja ver realmente cómo somos y nos presenta un disfraz... una máscara... una parodia de lo que en realidad somos; una farsa, engaño, utopía, nos hace admirar sólo lo observable, nos hace desear... incita. Nos hace sufrir cuando se enferma, cuando envejece y cuando su ciclo acaba... El cuerpo estorba, porque tiene necesidades que muchas veces no podemos cubrir, porque nos convierte materialistas, consumistas... la culpa es del cuerpo y de los sentidos que dejamos correr cual caballos en busca de goces efímeros. Nos causa grandes males. Sin él, el color de la piel no importaría, tampoco la calidad de la ropa ni los tintes para el cabello, nada existiría de no ser por el cuerpo... El cuerpo nos estorba tanto y sin embargo lo necesitamos para la vida. Es sólo cáscara que cubre la fruta, y lo importante es la fruta y su sabor, no el color y el exterior... El cuerpo estorba porque no nos permite tocar el alma indivisible que no tiene forma ni olor ni color sólo esencia... ¿cuál es la esencia tuya?
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SINDICATOS Pisamos por primera vez el sindicato (cuya sección he de omitir, por obvias razones) estábamos recién graduados, apenas unas semanas antes nos habían entregado nuestras cartas de pasantes en una ceremonia poco emotiva en la que la Licenciada de Educación se disculpó argumentando que tenía algo más importante que hacer. A nosotros no nos importó puesto que lo único que queríamos era festejar, no sabíamos que ése sería el primero de muchos desplantes por parte de funcionarios públicos que tendríamos que sufrir. Llegamos muy emocionados, ocho de mis ex compañeros de la escuela y yo, a entregar nuestras solicitudes de trabajo al sindicato. Nos recibieron y sellaron (no sin antes hacernos dar un montón de vueltas, me dolían los pies de tanto subir y bajar escaleras). Las secretarías y sus: —¡Más que vienen a pedir trabajo! —, pero estábamos emocionados de estar ahí que no importaron las malas caras. Estábamos ahí y era lo que contaba; éramos unos profesionistas en toda la extensión de la palabra, y decidimos sentarnos en uno de los sillones del sindicato a esperar una oportunidad de trabajo... que para muchos nunca llegó. Con el paso de los días nos fuimos dando cuenta de que cada uno de nosotros era rival a la hora de conseguir trabajo. Nos comenzamos a ver como enemigos y sin más, nos vimos llegando cada quien por su lado, haciendo su lucha. No había más aquello de estar juntos, era hora de buscar las cosas por sí mismos. Con el paso de los días, los más inteligentes fueron haciendo sus “contactos”, y de repente ya no nos saludábamos. Luego escuchábamos rumores –A fulanito ya le dieron su plaza en tal lugar, y Karst. Escritores.
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quién sabe cómo le hizo— y los que aún no habíamos conseguido una “palanca” fuerte, nos quedábamos pensando “ya llegará, ya llegará...” Todos los días el sillón era ocupado por algunos de nosotros. A veces me encontraba con algún ex compañero y lo veía dos o tres veces, hasta que también pasaba sin saludar, casi escondiéndose. “Ya llegará, ya llegará” decíamos, y creo que intentábamos creerlo así. Algunos no soportaron las largas horas de espera, ahí sentados en el sillón del sindicato. Y en la primera oportunidad que tuvieron, y por necesidad económica, entraron a empleos que no estaban relacionados con su formación, pero con un salario seguro. Otros más buscaron horas en escuelas particulares, y por cada uno de nosotros que se retiraba de la batalla, era oportunidad para nosotros... Así se fueron yendo todos, y el sillón del sindicato comenzó a ocuparse cada vez con nuevos rostros, nuevas esperanzas, y oportunidades cada vez más escasas. Aprendimos a diferenciar a los novatos, aquellos que llegaban en “bola” como alguna vez lo hicimos nosotros, se veían con cara de asombrados, y antes de dos semanas ya los podías ver de cuando en cuando deambulando por el sindicato, solos. Vi desfilar a cientos de compañeros que como yo, empezaron de cero y comenzaban a mostrar el “síndrome del palanquismo” (no hablar con nadie por miedo a perder la oportunidad de una plaza). Yo por mi parte seguí en la lucha por abrirme un espacio, de alguna manera “colarme” entre los privilegiados. Un día en pláticas con un influyente del sindicato, el “síndrome del palanquismo” se me fue colando entre las venas, y pronto sufrí los mismos síntomas que los demás. 200
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Mis ex compañeros acostumbrados ya, ni lo notaron. Hasta mirar el espacio vacío que quedó en el sillón del sindicato.
JURAMENTO Juro por Dios, por mi vida Y por todo lo que soy, Que haré oídos sordos a tus palabras, Que haré inmune mi cuerpo a tus caricias... que mis labios renieguen de tus besos... que mis ojos ya no busquen más tu imagen... Que haré lo posible, por sacarte de mi alma, y hasta lo imposible, por dejar de amarte.
RINCÓN DE LUNA SE LLAMAN TUS BESOS, que encienden la luz de mi alma, triste y sombría y derrama lágrimas de plata a la noche. Rincón de luna le llamo a tu cuerpo que habla el mismo idioma que el mío y siempre responde a su llamado. Rincón de luna llamo a tus notas que inundan mis oídos me transportan a mundos del peyote me hablan de tus tiempos... del mar la vida el silencio. Y extasiada por la luz de la luna Karst. Escritores.
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bailo alrededor de ti ataviada del color de los sueños emprendo la carrera a tu mirada al compás del firmamento convirtiéndonos en huracán tornado, nos confundimos y nos deshojamos... Cuando la calma llega me quedo dormida en un rincón de la luna soñando de nuevo con tu cuerpo...
LLUVIA DE PRIMAVERA Soy el néctar de las flores y bálsamo de estrellas. Soy la cura en la sequía el bienestar de los hombres. Tengo el poder de dar la vida... Por mí reverdecen los retoños y la hierba fresca después del invierno, Tiño al mundo de verde con mis gotas y son mis nubes sombra y cobijo de sueños. Cada gota es como un beso y en cada beso despierta una flor... Gota a gota beso a beso nace la vida despiertan los sueños dormidos del invierno... dando paso al color.
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SERPENTINA DE ASFALTO Te miro serpenteante y caliente mientras las ruedas del vehículo atraviesan tus entrañas. El viento me golpea el rostro más no mitiga el calor —bochorno— El vapor que tú despides ante el sol del mediodía. mientras avanzo y te miro Otro conductor me rebasa y pienso ¿será que te observa? ¿que te siente? ¿será que a él también le haces fiestas? Mientras te observo parece que me retas tu poder me invade y quiero dominarte dominar la velocidad del silencio El acelerador se hunde bajo el peso de mi pierna hasta el fondo. Quiero vencerte para que me admires y no sentirme menos a tu lado. Y comprendo que eres noble y bondadosa, similar a ese destino... Karst. Escritores.
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tendré que atravesarte divago conduciendo.....
TAMBIÉN LOS PERROS Pasan sin mirarlo, sin importarles su suerte. Nadie sabe si ha comido o bebido algo en las últimas horas, en los últimos días. Él, camina a paso cada vez más lento, fatigoso, hay que ver cómo anda, el esfuerzo que hace. Cuando se fija en mí, me mira y eso basta para descubrir su tristeza, su decepción por la vida. Hace varios días que no prueba bocado, saca la lengua debido al calor y al sol que lo agobia y le resta las pocas fuerzas que le quedan. Hace algunas horas bebió agua sucia, y el hambre hasta hace unos días le provocaba espasmos de dolor. Tiene las patas hinchadas y llagas de tanto andar sobre el hirviente asfalto. Las ampollas se han reventado un y otra vez supuran, y esa horrible comezón empezó hace unos días, ha ido avanzando por todo el cuerpo. Raquítico, famélico y debilitado por la falta de alimento. Su cuerpo es hogar de parásitos, internos como externos; le hacen defecar su fetidez de manera involuntaria, en cualquier lugar. Pero sigue avanzando, sin saber hacia dónde, ¿qué más da? A donde quiera que vaya la gente lo echa a palos. Nunca ha atacado a nadie, aun cuando las circunstancias fueron las propicias, siempre fue sumiso, y acató con humildad gritos y vejaciones. Soñó con tener un hogar, una familia, poder correr y ladrar en una casa y hacer que sus dueños se sintieran orgullosos de él. No le hubiera 204
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importado si lo hubiesen atado algunas veces, hubiese sido valiente. No se hubiera quejado. Ni un solo ladrido hubiese proferido si castigo injusto le hubiesen impuesto. Nunca tuvo esa dicha. Desde que recuerda ha vagado por las calles – desde cachorro— ha estado andando por aquí y por allá; robando comida en los mercados y peleando por ella; bebiendo en los charcos formados por la lluvia. La lluvia refresca y la vista comienza a nublársele. Se imagina corriendo sobre el pasto, ladrando con otros perros, se siente dichoso. Está lloviendo La lluvia lo empapa pero ya no importa, ¡es feliz! y no siente más hambre ni sed, ni frío; no hay dolor, ni comezón en la piel. La gente que pasa a su lado lo mira con asco —¡Qué perro más feo! ¡Cómo se vino morir aquí! ¡Hay que arrojarlo lejos! Ya no puede escuchar. Parece que su gesto de dolor se transforma en sonrisa. Nadie derramará una sola lágrima por él; cuando mucho, alguien echará el cuerpo a un lado de la calle, y lo cubrirán con cal para evitar la peste.
A DOS MINUTOS DE ARRANCARTE LA ROPA Diez años de no verte, de perseguirte en sueños. Y ahora estás aquí, frente a mí. Ya estoy grande, ya estoy vieja —diría mi madre—, y aún siento lo mismo que la primera vez que estuvimos juntos. No sé de qué hablar, no sé qué decir; mi vida es aburrida: casa, trabajo, casa. Afortunadamente, tú eres hombre de mundo. Has hecho lo que has querido, has viajado, has conocido... Yo apenas y he salido del país dos Karst. Escritores.
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veces. Soy aburrida. ¿De qué te hablo? ¿De mis plantas? ¿De mis callos? ¿O de mis gatos viejos? Tal vez, de mi sobrepeso. No. Eso ya lo has notado. Lo vi en tus ojos, en tu forma de mirarme. No tengo idea de qué estás hablando, como siempre, divago. Tú, ¿qué estarás pensando? Será que te acuerdas de las últimas veces que estuvimos juntos. ¿Del hotel Marea Roja? ¿Y de las trece veces? Creo que fue de mala suerte; no le recomendaría a nadie hacer el amor trece veces… ¿Pero qué digo? ¿Hacer el amor? Mejor diría 'coger como locos'. Otra vez no sé qué estás diciendo… Dios, no me preguntes nada; seguro tengo cara de idiota. ¿Ya ves? Te estás riendo…. Con ésa sonrisa inquietante. Shit! Estoy sudando como cerdo. ¡Ah sí!, los cerdos no sudan. Es un error común pensarlo. Sólo me puedo concentrar en tus labios, en la forma en que se mueven… carnosos, sensuales… cómo solías morderme… mordisquearme por todos lados… y cómo me gustaba volverte loco metiendo la lengua en tus orejas, cómo bajaba lamiéndote poco a poco por todo el cuerpo, hasta llegar a tu centro. ¡Me lleva!, sigues hablando de la comida del país donde vives, o algo así. Yo asiento con la cabeza como tonta. Haz de pensar que además, ya me volví bruta. Me salvó la mesera, viene a servir más café para ti, más té para mí. Vieja cuzca, ya vi que te está coqueteando… ¿y cómo no? Si te vez excelente, no parece que tengas mi edad. Ella me mira de manera condescendiente, como diciendo, ¡qué bárbaro esta señora no es para ti, papacito, mereces algo mejor! Estoy delirando. Estoy celosa. ¡Por Dios! ¡Tengo pareja, ante todas las leyes! Y tú, bueno, dejas a una y agarras a otra; o al 206
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menos, eso medio capté de tu plática…. casi no entendí nada. ¿Que tuviste un hijo con una chilena? Ah sí, era de esperarse. Me pierdo en tus ojos, por eso no puedo ponerte atención. Tu mano rozó la mía y casi salen chispas. Me pareció notar que tú también te turbaste. No aguanto más, voy al baño a lavarme la cara, a ver si dejas de excitarme. En el baño trato de calmarme y hablo conmigo al espejo. No seas tonta, no vayas a hacer alguna estupidez. Si mi madre me viera me ahorca en éste instante. Nunca le contaré que te vi. Tampoco a mi marido. Tengo que salir, no me puedo quedar aquí encerrada en el baño aunque quiera. Antes de hacerlo me miro al espejo y me digo que no estoy tan mal. ¡Hay peores, jaja! Salgo y lo admiro tomando su café. Es hermoso. No hay más palabras para describirlo. Es un hombre fascinante. Me mira y me pierdo nuevamente. Antes de sentarme me mira el trasero, la entrepierna. Se da cuenta de que lo vi y se hace al desentendido. ¿En qué estábamos?, pregunta. Cuando viajé a España. Es todo. Soy una estúpida. No puedo evitar sentir su viril aroma cuando se acerca para que lo escuche mejor. Ya me perdí. Sólo puedo pensar en él, sentir en él, respirar de él. Me tiene, como antaño. Ya ni contesto bien, balbuceo. Se ríe. Es obvio que lo sabe. Pide la cuenta. Mesera loca, deja de verlo. Salimos. Otras tipas, como de mi edad, lo admiran al pasar y luego me voltean a ver como diciendo ¡qué desperdicio! Sí, brujas, vino conmigo ¿y qué? Salimos del café. Nos despedimos. Momento incómodo. Me abraza, demasiado tiempo. Demasiado peligro. Ninguno de los dos se mueve. Me ofrezco a llevarlo al lugar donde se está quedando. Más peligro. Me cuenta que está sólo de nuevo. Dejó a su mujer. Karst. Escritores.
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Conduzco por inercia su pierna rozándome. No me deja concentrarme, así que conduzco despacio. ¿Por qué miento? Sólo quiero aplazar un poco más la despedida. Llegamos a su casa, otro abrazo largo, ahora dentro del carro. Miradas largas. Nos perdemos el uno en el otro… Suena el teléfono. Me abofetea la realidad: Mi esposo me recuerda que es hora de ir por las niñas. Volveré a encontrarte en otra vida. En otros sueños.
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María Jesús Méndez. Mérida, Yucatán. 1980. Ingeniero en electrónica por el Instituto Tecnológico de Mérida (ITM).
NO. No, si las risas estruendosas son maullido de mi gato. No, si soy quien olvida ¿de verdad pasó? la que inventa sensaciones de noches pasadas. No, si tengo que insistir en limpiar paredes impregnadas de últimos abrazos. No, si quiero esconderme y apagar el sonido de las horas. No, si quiero gritar: ¡el sol quema demasiado, el mar escupe, el viento sólo es brisa! No, si digo adiós y camino pisando mis huellas, retorno continuo.
JUNIO Despacito escucho al cielo, a susurros el arcoíris canta: “Paso a pasito, las nubes presentan un vals” Un té de manzanilla, el Sol nervioso. El viento con su atuendo de verano, decide abrir la boca y en coro responde: “Gota, gota, gotita, gotita, el sereno” Karst. Escritores.
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En la tierra las flores jugaron con abejas: “Diez, nueve, ocho, siete… ¿el polen está?” ¡Se regalan abrazos! gritan los árboles Estrategia y ruta planean los pájaros sobre gallinas chismosas de albarrada. ¿Mi gato? Cuán grande bosteza, sigue bolita en la cama y dejamos pasar este domingo de junio.
REENCARNACIÓN - TRANSFORMACIÓN ¿Otra vez carne que al final se pudrirá? Mejor, agua que habita entre ballenatos, luna de algún planeta donde las noches de los jueves azotan meteoros y humean volcanes. Seamos orgía. Tus besos son electrones y la risa extasiada cambia la luz del semáforo. Que fluyan los coches y las motos en este río citadino donde todos observamos. Usemos la teoría de cuerdas; atando mis manos con prejuicios que dicta la caja de música y bailarina. Gritemos a los cielos que por fin comprendimos la reacción de mordidas y arañazos a tu cuerpo que hierve nostalgia. A bajos decibeles muerde el lóbulo, ejemplo de genética y herencia. El tiempo quedará escrito para recordarnos: imaginarios e irracionales en esta aventura.
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REDES Este cerebro mío, masacre con desvelos recurrentes. Neuronas sin lágrimas miran el sepelio, mis piernas no se mueven, mi mente en otra sintonía. Telarañas se pegan a mi piel, lo ignoro porque no es tendencia. Aguardo una posición del GPS, que el otro responda, que su corazón lleno de sangre, escupa humanidad. Por momentos, ingenua me visto de sobreviviente. Es inútil, ingresó “Enter”, el telón abre de nuevo a 32 pulgadas.
REALIDAD Frente a mí, un closet, a la izquierda, un pedazo de cielo. Las casas de interés social arrasaron el canto del gallo, aun las lágrimas por el cambio de pañal, no topan un minuto de mi reflexión. ¿Soltar las sábanas? ¿Por agua caliente, por días libres? Karst. Escritores.
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No mejor funcional como ayer, nada de maquillaje, antitranspirante en las axilas, uniforme, clotch, y acelera. Pasadas las nueve los niĂąos ya no desfilan al colegio, y mi trabajo sigue siendo un contrato de ocho horas.
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Gema Cerón Bracamonte. Mérida, Yucatán, 1979. Licenciada en Nutrición por la Universidad Autónoma de Yucatán. Mantiene su columna "Desvaríos de la freaky neurosis" en la revista delatripa: narrativa y algo más. Estudia literatura en la Red de Educación Artística en Línea de Yucatán.
SENTENCIA —Fue en defensa propia— dije. —¿Defensa propia?, ¿cómo es posible eso? Usted actuó con alevosía y ventaja. —No… así no fueron las cosas.— Rompí en llanto, cubriendo mi rostro con las manos. —Entonces, explique la saña con la cual fue tratado el cadáver de la señora Altamirano. —Yo…no lo sé. No recuerdo todo con claridad. Sentía mis manos temblar y la voz quebrada. —¿De modo que ahora quiere alegar locura temporal? El fiscal se dirigió al juez. Intentaba convencerlo de mi culpabilidad. Yo sólo podía escuchar frases entrecortadas, lejanas, difusas. Pensaba en las razones que me orillaron a cometer aquel crimen. Cuatro años de matrimonio teñidos con sangre, ¿quién lo hubiera imaginado? Recuerdo el día de mi boda y ese hermoso vestido blanco. ¡Nunca me sentí tan dichosa!, como princesa en cuento de hadas. ¡Qué decir de Rogelio!, tan guapo, con ese frac negro, corbata de moño y sus ojos marrones mirándome embelesado. Todo era perfecto, hasta que Rogelio decidió que debíamos abandonar la casa para vivir con su madre. "Así le harás compañía y te cuidará cuando nazca el bebé. Mi viejita es un ángel, estarás muy contenta". Al principio no quise, pero sabía lo importante que era para mi esposo y acepté. Karst. Escritores.
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Imaginaba sencillo convivir con mi suegra ¡cuán equivocada estuve! Eugenia Altamirano era una arpía. Mientras Rogelio estaba se deshacía en mimos y palabras cariñosas. Cuando él trabajaba, surgían los problemas. Nada era suficiente, mis esfuerzos nunca eran valorados. Con el pretexto de su diabetes me ponía a limpiar la casa, lavar los trastes, la ropa sucia y hacer las compras. Cocinar era su única tarea. "Rogelio ama mi sazón. Además, no sabes guisar y podrías envenenarnos a todos", repetía constantemente. No importaba cuántas actividades realizara en casa. De cualquier forma, ella hacía creer a Rogelio que nunca le ayudaba. Él siempre la defendió. Después de todo, estábamos de arrimados y era mi deber auxiliar a su madre por la enfermedad. Al nacer mi hijo, se encargó de mantenerlo alejado. Ni siquiera pude amamantarlo. Cuando lo abrazaba, corría presurosa a quitármelo, no quería que el niño se acostumbrara a mis brazos y me impidiera realizar quehaceres. Ella podía sostenerlo cuanto quisiera. "Las abuelitas estamos para consentir y tenemos más experiencia". Entonces vino el recorte de personal, Rogelio perdió el empleo. Conseguí trabajo en un Maxicarne como encargada y me tocó hacer frente a los gastos. Aprendí a usar el molino de carne y las hachas para realizar algunos cortes, pues yo capacitaba al personal de nuevo ingreso. No planeaba un nuevo embarazo pero sucedió. Eugenia envenenaba lentamente los pensamientos de mi esposo. "Sabrá Dios si aquel chiquillo es tuyo, con esos turnitos extra
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y lo tarde que regresa". La tensión era de esperar, los celos de Rogelio estaban al límite. Comenzaba a pensar que todo sería mejor cuando mi suegra falleciera, pero era una mujer fuerte. El médico siempre decía que gozaba de inmejorable salud, a pesar de su padecimiento. Para el tercer cumpleaños de mi hijo Carlitos, Rogelio lo llevaría a la feria de Xmatkuil con su hermanita, de apenas seis meses. Para ese entonces, pensaba que tal vez Eugenia podría desaparecer misteriosamente y dejarme en paz. Así que urdí un plan. El día del paseo, programé un inventario y retiré a todos temprano. Mi suegra estaría sola, descansando. Llevé algunas herramientas del trabajo a casa. Le vi dormir plácidamente. La rabia contenida durante aquellos años me dio valor. Primero usé el cuchillo. El hacha fue para partirla en trozos y dar de comer a sus perros. Debía darme prisa, limpiar la escena antes que Rogelio volviera. Algunas partes, de las cuales no pude deshacerme, las empaqué con cuidado. Regresé al trabajo y las metí en el molino. Ese día llegué a casa más tarde de lo habitual. Me sentí aliviada, los problemas se esfumaron. ¿Cómo podría explicarlo?, yo sólo quería alejar a mis hijos de aquella bruja. Liberar a Rogelio de su mala influencia. Salvarme de sus reproches y humillaciones. ¡Cuántas veces anhelé huir y empezar de nuevo! Amaba a mi esposo, pero estaba harta de escuchar que su madre era perfecta, incapaz de cometer alguna injuria. Sumida en mis recuerdos, no escuché con claridad la sentencia. Al parecer, jamás podría ver a mis hijos, esto me Karst. Escritores.
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derrumbó. ¡No podía creerlo!, ¿por qué me condenaban?, la víctima era yo.
PEDRITO Pedrito, niño malcriado de 3 años y medio, el menor de tres hermanos. Era el consentido de sus padres. Vivaracho y travieso, no dudaba en realizar el más mínimo berrinche con tal de cumplir su voluntad. Su madre estaba cansada del asunto, sabía que tenía la culpa de su comportamiento e intentaba disciplinarlo. ¡Eso sí! con mucha delicadeza, no quería dañar la autoestima del infante. En una acostumbrada pataleta, debido a un desacuerdo sobre sacar a la gata o dejarla dentro de casa, Pedrito se había enfurecido tanto, que comenzó a golpear a su progenitora a puño cerrado. Por supuesto, un golpe de un niño a esa edad, solamente puede causar cosquillas. Sin embargo, a su madre, no le causó la más mínima gracia. Pensaba: "Si ahora le permito esto, ¿qué me esperará cuando crezca?". Así que lo sujetó firmemente de las muñecas y argumentó que reprobaba su conducta. Al niño le importó poco la amonestación y siguió golpeando a su madre resistiendo la autoridad. La madre, con la paciencia menguada, reprendió severamente: "Si no te calmas, te daré dos buenas nalgadas". Pedrito esbozó una sonrisa y levantó el puño dispuesto a propinar otro golpe. "Ahora verás" fue lo último que Pedrito escuchó antes de sentir dos nalgadas y ver desaparecer a su madre. Las nalgadas no dolieron tanto, pero su orgullo de niño sí. Pedrito inició un concierto de gritos y chillidos cual estruendo de cañón. Lloró, lloró, lloró. Mamá 216
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no regresó. Decidió recostarse en el sillón, cuando ella apareciera, continuaría con un berrinche de mayor intensidad. Quince minutos, media hora, una hora, no importó el tiempo transcurrido. El reloj se detuvo; para un pequeño de tres años, un minuto sin su madre parece una eternidad. El silencio retumbó en la casa. Pedrito subió las escaleras, entró al baño, exploró cada habitación sin hallar a nadie. Hasta sus hermanos se esfumaron. Creyó que jugaban a las escondidas y buscó debajo de la cama, dentro del ropero y nada. Una sombra pasó furtiva pero no se asustó, pues descubrió a la pequeña gata vagando dentro de la casa. Sin duda, su madre había salido, llevándose consigo a sus hermanos. Después de todo, no era la primera vez que lo dejaban solo, con la televisión encendida mientras ella corría apresurada a la tienda o a la carnicería. A veces era cuando él estaba dormido. Se despertaba para descubrir la ausencia materna. En ocasiones, Pedrito se asomaba a la ventana y lloraba pensando en el abandono. Cuando mamá aparecía, se arrojaba a sus brazos diciendo "mami" y sonreía cuando ella lo cargaba llenándolo de besos. Formulando las eternas preguntas "¿te despertaste ya?, ¿quieres tu leche?". Entonces todo se llenaba de alegría, porque su madre era toda suya, sus hermanos estaban en la escuela y él era el rey. Mamá jugaba con él, le hacía cosquillas, le contaba cuentos o se acostaban a ver televisión. Hasta que debía abandonarlo para hacer aburridos quehaceres como cocinar, limpiar o lavar. En ese momento, Pedrito la abrazaba fuertemente o se aferraba a sus piernas sin permitirle caminar. Eso funcionaba durante un breve instante, lo suficiente para saber que su madre siempre cumpliría sus deseos. Karst. Escritores.
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Recordaba a su madre al bajar las escaleras. Decidió encender el televisor; a pesar de su tierna edad sabía utilizar el control remoto. Un súbito golpe en la puerta lo sacó de sus ocupaciones. Se acercó preguntando: "¿quién es?", pero nadie contestó. Tocaron de nuevo, volvió a interrogar sin obtener respuesta. La tercera vez, Pedrito se asomó por la ventana. La calle parecía desierta. "¿Y si fuera mamá?", pensó, y logró abrir la puerta después de varios intentos. No había nadie en el umbral, y un viento helado cerró violentamente la puerta. Pedrito vio elevarse una toalla y en ese momento una voz chillante dijo: "Soy el fantasma que se lleva a los niños malcriados". El pequeño no se asustó. Sus padres nunca le hablaban de espectros, brujas o hechizo alguno, así que, salvo aquella caricatura del fantasma amistoso, no tenía ideas preconcebidas sobre espantos. Pensó que era una broma y tiró de la toalla, la vio caer y sonrió. Esta vez, la sábana que cubría el sofá se levantó precipitadamente y la voz gritó: "Fuiste grosero con tu madre y ella desapareció, los espíritus de la alegría fraternal se la llevaron y no regresará hasta que cambies tu comportamiento". A Pedrito el asunto le parecía muy gracioso, así que propinó dos golpes y algunas patadas a la sábana pero sólo consiguió enredarse en ella. Sintió su cuerpo elevarse, como si una fuerza misteriosa lo tomara de los brazos y lo hiciera volar. Recordó a papá y mamá, cuando jugaban a los superhéroes y lo abrazaban como si flotara por toda la casa. Pedrito rió, le gustaba mucho ese juego. Quizás en ese momento, el fantasma se hartara de no haber sido tomado en serio. Pedrito fue lanzado al sofá y el silencio volvió a reinar en la casa. "Otra vez", dijo el infante, pues deseaba continuar el juego. Nadie respondió. 218
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Tocaron a la puerta nuevamente, suave el primer golpe, más fuerte el segundo. Pedro se asomó a la ventana. ¡Seguro era mamá!, vendría a continuar el juego. Se sorprendió al ver un anciano sucio de barba desordenada, con una bolsa negra al hombro. Parecido al hombre que buscaba en la basura cuando mamá sacaba las bolsas. Aquel que un día le vio jugar en el jardín y dijo: "Ven conmigo pequeño, en mi casa hay muchos juguetes, eres un niño muy lindo. Te enseñaré un juego muy bonito mientras te cuento un secreto". Ese hombre, del cual rehuía mamá debido a su nauseabundo olor, y porque algo le habían dicho sobre él, algo terrible que sucedía a los niños, cuando se cruzaban en su camino, y de lo cual, jamás una madre podía decir a sus hijos. Entonces, recordó la cara de horror de su madre cada vez que el viejo aparecía. "Abre, abre la puerta mi niño, déjame entrar", dijo el hombre, endulzando un poco su ronca voz. Pero Pedrito, había aprendido a huir de este anciano y no abrió. Se oyeron dos golpes fuertes, como si quisieran tirar la puerta. El viejo gritó: "He dicho que abras, te llevaré conmigo", a lo cual Pedrito respondió: "No quiero". El anciano amenazó: "Tal vez no vengas ahora, pero has sido muy travieso, alguien vendrá y te llevará. Tiene una bolsa mágica donde te meterán. Cuando entres ahí jamás volverás; tus padres no te recordarán, ni tus hermanos. Como si jamás hubieras existido e irás al lugar donde van los niños groseros que pegan a sus madres. Donde no hay juegos, donde te perderás y nadie te buscará". Tras soltar una espantosa carcajada, el viejo desapareció. Pedrito estaba desconcertado, había comenzado a sentirse mal. Tras unos minutos de calma, la puerta se abrió intempestivamente. Esta vez entró una figura desconocida. Karst. Escritores.
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Alta y oscura. Una túnica negra cubría su cuerpo, ocultando el rostro. No parecía tener pies, sin embargo avanzaba, como si flotara en el aire. El misterioso personaje llevaba consigo una bolsa tan oscura como él. ¿Era acaso la bolsa mágica de la cual hablaría el anciano? El extraño levantó la mano señalando a Pedro, con una mano tan ennegrecida y huesuda, que le hizo retroceder. Esta tercera aparición quería llevarse a Pedrito, él lo sabía, el anciano lo había dicho. Recordó a su madre decir, en alguna ocasión, cuando protagonizaba una épica rabieta, que lo regalaría al viejo de la basura. Pedrito gritó, ni papá, ni mamá, ni sus hermanos acudieron en su ayuda. Lloraba de miedo y desesperación, totalmente desconsolado. La figura quedó inmóvil y Pedrito escuchó, dentro de su cabeza, una voz lejana y cavernosa diciendo: "¿Prometes ser bueno, no pegarle a mamá y obedecer? Si lo haces, podrás estar con ella de nuevo, pero si eres grosero te llevaré y jamás regresarás". Pedrito no hablaba, estaba demasiado aterrorizado, sus lágrimas parecieron conmover a la negra figura, que al instante se disolvió. Pedrito lloró y lloró hasta el cansancio, hasta sentir los ojos hinchados y los párpados pesados… Una dulce voz le susurraba al oído cuando despertó. Sintió un cálido abrazo y los besos de mamá cubriendo su rostro: "Pedrito, Pedrito, no llores angelito, te has quedado dormido en el sillón". Pedrito reclinó la cabeza en el regazo de su madre, mientras su mirada se cruzaba con la del viejo de la basura a través del ventanal.
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Roberto Cardozo. Yucatán, México. 1975. Es profesor de matemáticas. Ha publicado la plaquette de poesía En los ojos la noche (El drenaje, 2011). En revistas de poesía como Rojo Siena (2014) y se le puede leer brevemente en la antología de Microrelats Negres del Centro Cultural La Bòbila (Barcelona, 2012). Participa en el Consejo Editorial de la revista delatripa: narrativa y algo más. Incursiona en el cine como realizador y guionista con el cortometraje Espejo Retrovisor (2014) y en el marco del FICMY 2016, como el Festival de Cannes, estrenó el cortometraje En Venta, que marca su debut como director de fotografía.
LOS PERROS DE TÍNDALOS Dibujé un triángulo en el tiempo y me senté en su baricentro. En cada esquina primero el humo, luego sus fauces hambrientas. Han despertado y vinieron por mí. INSECTO. Al despertar una mañana, después de un sueño intranquilo, me encontré en mi cama convertido en Gregorio Samsa. LA SELFIE DE DORIAN GRAY Publicó su foto en Instagram y se dispuso a observar el paso del tiempo. EL SONIDO DE UNA PALA Y un olor terroso que repta por tu nariz anuncia que al final del día estarás solo.
Karst. Escritores.
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SUICIDA El suicida con Alzheimer sostenía la pistola sin recordar si ya había disparado. POBREZA Me mudo a vivir a otras piernas que no cobren tan cara la renta. ESPRESSO Sólo la cajera me devolvió el saludo de buenas noches al entrar al establecimiento. Me aseguré que fuera la única sobreviviente antes de salir con un café expreso en la mano. BRUJA Ella y yo somos de esas parejas que se coquetean siempre. Esa tarde me dijo que compraría algo para seducirme. Cuando regresó, tenía una bolsa de Victoria's Secret, un libro y un café en la mano, yo sabía que no quería seducirme, su intención era hechizarme. MICROMONARQUÍAS. Llegó a un país de ciegos y un cuervo lo erigió rey. II. El pueblo cansado, crió más cuervos para derrocarlo. III. Me encomendaron visitar el país de ciegos y echarle un ojo; me trataron como rey. 222
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PARQUE DE DIVERSIONES Lo que le dolió fue que nadie pudo ver su sonrisa bajo la botarga mientras disparaba contra la gente en el parque de diversiones. ANTES DE LA FUNCIÓN Era un muñeco de ventrílocuo muy profesional, ensayaba sus líneas mientras descansaba en la maleta. ÚLTIMA CANCIÓN DE CUNA Para el niño de sexto grado que va a soñar con su maestra mientras se acerca la fecha de despedirse de ella. Esta noche le dará un beso. DESPERTAR El niño de sexto grado despertó sonriendo al recordar el dulce beso que le dio a la maestra en sus sueños. El niño de sexto grado despertó siendo hombre. GRADUACIÓN El niño de sexto grado ha conocido la impunidad de los sueños. Anoche besó a su vecina, descansó en sus pechos y se hundió entre sus piernas.
Karst. Escritores.
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LIBERTAD La brocha siempre ha sido mi llave a la libertad. Elijo la adecuada, la cargo un poco. Una línea, un brochazo. Otro color. Una línea más por aquí. Mantener el equilibrio en el brillo. Así está mejor. Guardo las brochas, me miro por última vez en el espejo, sonrío por última vez y me lavo la cara antes que regrese mi esposa. ARTE El sexo es como la orfebrería, mucho calor y los golpes adecuados para tener una obra de arte. DESPEDIDA No lloré mientras te marchabas, las lágrimas me hubieran impedido verte las nalgas. DECIR ADIÓS Cuando agitas las manos para decir adiós, estás borrando los recuerdos.
EL FRÍO MUERDE a veces más allá de la piel y yo me refugio en la calidez de tu boca.
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YO ASESINÉ AL DIABLO y me amarré su cola en la cintura para espantar a las buenas conciencias. UNA NUBE al sur de la ciudad relampaguea incesante malhumorada solitaria y no quiere anunciar la lluvia. SIN TÍTULO Duermo con la noche que le he robado a tus pechos Despiertas con el día que he dejado entre tus piernas.
INÚTIL. "Escribir poemas es tan inútil como la vida misma" Marco Fonz
Y yo escribo para el día inútil también en que la muerte y yo compartamos la taza de café cuando de mí quede una fotografía triste que no puede huir de la veladora. En esta vida en la que todo es en vano.
Karst. Escritores.
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DEJÉ DE SONREÍR a los que me visitan y no me conmueve una lágrima y una flor depositada sobre mi cabeza de piedra.
SALA DE ESPERA Esta es una sala de espera es una herida abierta que los doctores no detectaron dicen que estoy enfermo de algo el medicamento no funciona cierro los ojos duermo finjo que duermo camino por el jardín de cerezos que un día me dijiste me pregunto qué pasaría si estas personas se dieran cuenta que mueren cada vez que se alejan y me quedo con el frío y con mis muebles incómodos Esta es una sala de espera los verdaderos enfermos llegarán a la hora de visita.
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TRAICIÓN. Comenzaron a brotar flores en mi cabeza carnívoras dolorosas hormigas marchando sin prisa cada una con mil historias que me he negado a escribir. Ahora devoran mi cuerpo desbordan mi piel sobre ríos de lava me reclaman me enjuician y declaran culpable me castigan explotando por los poros como dolorosos partos epidérmicos Son las palabras y las he traicionado. GÉNESIS Cuando la rabia desborda salpica sangre mierda semen y esas cosas que ustedes llaman lágrimas cuando la rabia comienza salpicar tinta desgarra la hoja en blanco en la herida se abre la boca el dolor fecunda el espacio vacío de las cicatrices nacen libros.
METAMORFOSIS Esta mañana desperté dentro de un exoesqueleto no he dormido lo justo ni tengo vida de odalisca viajera Karst. Escritores.
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tengo la cama un despertador cuatro paredes debí tomar el primer tren hacia no sé dónde pero sigo entre las cuatro paredes y debajo de este caparazón mientras golpean la puerta insistentemente yo lucho contra mi espantoso cuerpo. ¿y si no abriera? ¿y si dejara que se queden afuera? me duele un costado justo donde debía tener una costilla no dejaré que tengan compasión de mí la piedad no se hizo para los insectos viajeros la vida se resume en tomar el primer tren pero ellos no lo sabrán nunca porque no soy como ellos los felices normales de Retamar yo les traeré pobreza aunque mi madre no sea una loca ni mi padre un borracho mi madre tiene asma a mi padre le preocupa el dinero mi hermana eligió el lado de los humanos. ¿y si no abriera la puerta? y escuchara recostado los pasos fríos de la muerte esperando que esta delgadez de ayuno le engañe que no me halle detrás de sus cuencas vacías que bese a Gregorio que es este espantoso insecto queriendo vivir como humano.
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EFECTO MARIPOSA No todas revolotean Una aletea lentamente posada en tu sexo. VIAJE Pobre viaje apenas me alcanzó para el paisaje. TENGO MUCHOS BESOS Pero no puedo darte todos debemos dejar unos para los días de fiesta cuando caminemos por el parque y me abraces entonces te daré más besos pero no todos debemos dejar unos para cuando haya frío cuando estemos acostados y me abraces entonces te daré más besos pero no todos debemos dejar unos para cuando regreses. PARPADEO Nunca sabré qué pasa en el mundo cuando cierro los ojos Karst. Escritores.
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y miro hacia mi interior. Conozco la mitad del mundo y la mitad de mí. LA FIESTA TERMINÓ las calles titubean bajo los pies no tengo fotos de esta noche todos los edificios parecen iguales a esta hora en la bolsa derecha del pantalón unas monedas tal vez ni alcancen para el pasaje en la bolsa izquierda esa guerra contra el hambre. He perdido la llave para entrar a esta casa que solía ser yo. HAY UN ASIENTO TRASERO me duele el costado la silla de oficina se ha estacionado en mi cuerpo los taxistas son más eficientes que los camiones recolectores de basura reciclan historias. Él me cuenta una escudado tras la mentira en la frialdad del espejo Pienso en ella está jugando con fantasmas puedo oír cómo se ríen se revuelcan en la cama 230
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estas voces me lo dicen muerden no sé si es el espejo o la silla de oficina sigue doliendo otra vez en el costado.
LUZ roja de semáforo una gota de sudor espera en la frente todo es efímero mínimo imperceptible hasta la piedras una vez cada eternidad suelen microrrespirar.
ALGUIEN DECIDIÓ MORIR ATROPELLADO En una calle del centro de la ciudad a las puertas de una iglesia eligió ese lugar y ahí está solemne. Se ha detenido el otoño en un bosque que llora fundido en el pavimento. Un alma caritativa le ha puesto una manta otra le prendió una veladora le puso flores Karst. Escritores.
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las demás almas caritativas pasan de largo lo olvidarán al dar vuelta en la esquina. MI CORAZÓN LATE INTACTO tengo la mejilla no temas si es la mala noche dejaré una veladora encendida temblorosa testigo sé que le tienes miedo a la oscuridad ¿me regalas una flor? deja que florezca en mis labios que eche raíces bajo mi lengua su ocre sabor inunde mi garganta su fruto maduro corone mi boca. Si es la buena noche dejaré una veladora encendida a veces temo a la oscuridad te regalaré una flor sumérgete en ella arranca sus pétalos qué importa si terminas en un Nomequiere y te echas a un lado de la cama marchito. No temas, amor que pondré la otra mejilla y mi corazón seguirá intacto. 232
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SALVACIONES Despierto con un pie en la arena y la vista donde debe salir el sol con el lejano canto de la sirena. No sé si me pienso o alguien me exista al pensarme ¿habré muerto anoche? ¿alguien me ha salvado? Una ola me dice que siempre estaremos solos que solo existimos cuando nos pensamos cuando nos nombramos. Me despojo de todo como si quedara algo de mí y me sumerjo esperando que alguien tal vez tú me esté pensando. LOS DOMINGOS TAMBIÉN LLUEVE Se cansan los zapatos en los charcos se ahoga tu sombra. Una puta ofrece su paraíso enfermo —Ahora no, quizá otro día— respondes al aire para tus adentros quisieras que fuera verdad quizá otro día. La lluvia sigue y ahí estás Karst. Escritores.
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insolente te detienes dejas que la lluvia te abrace que las gotas corten la piel tus huesos se quiebren mordidos por sus dientes polares. La luna de la esquina se apagĂł te abandona dando tumbos contra muros y calles. La noche te despedaza te va desmembrando poco a poco. Te recuestas a la sombra de un perro a nadie le interesa una sombra escurriendo lĂĄgrimas. Los perros no ladran los domingos cuando llueve.
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José Trinidad Aranda Aranda. Cansahcab, Yucatán. 1971. Licenciado y Maestro en Derecho por la UADY. Profesor universitario de febrero de 1998 a junio de 2015. Servidor público en el Ayuntamiento de Mérida de junio de 2003 a septiembre de 2004. En el Congreso del Estado de Diciembre de 2004 a Noviembre de 2007. Actualmente presta sus servicios en la Casa de la Cultura Jurídica de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como encargado de Biblioteca y Archivo. Ha publicado artículos de divulgación histórico-jurídica en el Diario de Yucatán y la revista Justicia en Yucatán, editada por el Tribunal Superior de Justicia del Estado. Publica en la revista delatripa: narrativa y algo más.
NADANDO EN RON El día amaneció nublado. El sargento Cañares aún no entraba en la fase de "cruda", pues apenas tres horas antes había dejado de tomar. No lo hizo por gusto; se había acabado la dotación de ron que robaron en la hacienda Chenché de las Torres, al salir de la jurisdicción de Temax, rumbo a la costa. La orden era detener, en Chabihau, un posible ataque de las fuerzas constitucionalistas, que iban a ser enviadas para combatirlos. Cuando el soldado raso, Pascual Chan, escuchó los gruñidos del sargento que empezaba a despabilarse en la hamaca, volvió a enfrentar la realidad. En cuestión de minutos le exigirían el cumplimiento de la misión encomendada, absurda como casi todas las que le ordenaba el sargento, y Pascual se sentía en un callejón sin salida. ¿Cómo iba a cumplir lo ordenado?, ahora sí, el sargento se había vuelto completamente loco, o de plano quería deshacerse de él, de una manera sutil pero segura. —Vas a traer esta garrafa, llena de habanero, pero ningún cabrón pescador te va a llevar hasta el barco, ni te va a prestar su alijo—. Así de simple y absurda fue la orden del sargento Sidronio Cañares, mediocre oficial que por pura Karst. Escritores.
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casualidad había tomado parte en la rebelión argumedista, y quien para sentir menos su mediocridad se valía del ron y de maltratar a quien pudiera. Al principio Pascual pensó que se trataba de un mal chiste, muy del estilo del sargento, pero pronto se dio cuenta de que no; en esta ocasión más allá de la burla y el escarnio era la clara intención de ponerlo en verdadero aprieto, que viéndolo bien, podía costarle la vida. Cuando el barco apareciera en el horizonte, mucha gente se acercaría en diversos botes pequeños, única manera de que se hiciera el intercambio comercial, ilícito o como se le ha conocido siempre "de contrabando". Dos días llevaban esperando el arribo del buque que traía, principalmente, tabaco y ron cubanos, algo de whisky y alguna que otra novedad de Nueva Orleans, por lo que el sargento, viendo reducida su dotación de ron, y con el capricho de hacer sufrir a Pascual dio la orden. La ilusión de estar cerca del mar, que Pascual sintió cuando ordenaron a la compañía trasladarse a Chabihau, se había deshecho como granos de sal en una gota de agua. En su vida solamente una vez había visto el mar, cuando a su papá lo contrataron para trabajar en las charcas salineras; desde entonces tenía el deseo de volver a verlo, bañarse en él y tal vez aprender a nadar. En eso pensaba cuando lo vio don Matías, viejo pescador que lo había conocido en aquella ocasión del contrato de su padre, y le preguntó por qué tenía cara de asustado, tan temprano. Pascual le contó lo que le pasaba y el viejo pescador riendo le dijo:
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—¿Y cuál es el problema?, ve nadando—. Pascual le aclaró avergonzado, y un poco como justificándose, que no sabía nadar. Entonces el viejo, mirándolo fijo le dijo: —Si no tienes miedo, te puedo dar la solución; pero tienes que estar decidido y tener fe. Aquella advertencia extrañó a Pascual, y hasta pensó que le iba a dar alguna fórmula para una especie de conjuro, más como no tenía nada que perder respondió: —Qué más da, dígame cómo le hago. —Mira, ¿hay cosas que flotan en el agua, verdad? —Sí, todos lo saben. —Y supongo que también sabes que el aire flota por encima del agua—. Pascual parpadeó tres veces seguidas. —¿Por quién me toma? —Sí, —insistió el viejo pacientemente—, quienes vivimos del mar hemos tenido oportunidad de aprender mediante la experiencia muchas cosas, que la gente de tierra ni siquiera imagina. —¿Cómo qué? —alcanzó a decir Pascual, cada vez más confundido e impaciente. —Como que puedes flotar en el agua apoyándote en una garrafa vacía; bueno llena de aire, y seguir flotando con la garrafa llena de alcohol. No sé por qué. Con el tiempo he llegado a sospechar que el alcohol se parece al aire, pesa menos que el agua; el caso es que una botella llena de alcohol puede flotar en el agua. No tienes bote para acercarte al barco, pero tienes una garrafa vacía que lleva como veinte o treinta litros— siguió explicando el viejo. —Ajá— exclamó Pascual moviendo la cabeza de arriba a abajo. Karst. Escritores.
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—Pues el aire que está encerrado en la garrafa, al pesar menos que el agua, permite que flote. Puedes aferrarte a ella e impulsarte pataleando hasta llegar al barco, y llegando allá te izan. —Ta bueno, don Matías, ¿quiere decir que use la garrafa como barco?— preguntó Pascual con aire de incredulidad. —Sí, una vez llena la garrafa, de buen ron cubano, seguirá flotando; y tú también, si no la sueltas— dijo don Matías con una sonrisa que dejó ver unos pocos vestigios de lo que fue su dentadura. —¿Me está diciendo que puedo ir y volver del barco agarrándome de la garrafa, aunque esté llena de ron y que no me hundiré con ella?— volvió a preguntar Pascual. —¡Así es! Claro que si te faltan —dijo don Matías, mientras ahuecaba y juntaba las manos— puedes pensar en cómo caminar sobre las aguas. Pascual se rascó la nuca; sólo tenía dos opciones, provocar la ira del sargento desobedeciéndolo, o correr el riesgo de emplear el plan que le propuso el viejo pescador. Caminó hasta la orilla de la playa y pensó en cuánto le gustaba el mar, y las ganas que tenía de aprender a nadar. Pero esos deseos no le quitaban el respeto, o mejor dicho, el miedo que aún le provocaba; sobre todo al imaginarse tan chiquito, flotando sobre las grandes profundidades —que pensaba— se abrían en el trayecto al barco. Recordó a su papá, no sólo por haberlo llevado a Chabihau siendo un niño pequeño, cuando fue a sacar sal. En su mente fueron pasando diversas imágenes de los momentos vividos con él. Cómo le enseñó a buscar buena leña, a levantar una albarrada fuerte, a construir una casita de paja 238
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robusta y fresca. Le parecía ver a su papá enseñándole a seguir las huellas del venado, del jaleb, del tsimín, orientándose por el sol, los vientos, los olores del monte. Absorbió instintivamente todos los trucos de la cacería, la preparación de los cartuchos, de la precisión en el disparo. Siempre atento, aprendió las enseñanzas de su viejo. Nunca tuvo miedo a los animales o al monte, ni siquiera a los hombres. Para cada situación tenía no una, sino varias alternativas para actuar y todas eficaces, pero ahora las cosas eran diferentes. El mar era otro mundo, con otras reglas y otra fauna, reclamaba otras habilidades. Para esto no se había preparado y por ello se sentía perdido. Don Matías le había dado una opción, sólo una. Acostumbrado a los ases debajo la manga, la situación lo hacía sentirse indefenso. Se encontraba ocupado en esos pensamientos, cuando a sus espaldas una voz llegó de lo alto de la duna: ¡Ya viene el barco! Volteó para ver quién había gritado; no lo reconoció y miró de nuevo hacia el mar. Al principio no distinguió nada, pero aguzando la mirada, hacia donde apuntaba el espontáneo vigía empezó a ver una pequeña silueta gris, como un pequeño garabato dibujado por un niño, que se fue haciendo más grande hasta que reconoció la figura, que muchas veces había visto en las imágenes de los periódicos, con los clásicos tres mástiles de los pailebots. Un tirón en el estómago lo devolvió a la realidad de la playa; en cuestión de minutos el barco fondearía y había que actuar ya, sin posibilidad de alargar la espera. Los primeros botes empezaron a ser tripulados para acercarse al barco, y toda la gente del puerto se metía en el agua hasta las rodillas, como si con eso pudieran acelerar la velocidad de los alijos o hacer más breve su trayecto. Karst. Escritores.
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Esa misma gente vio cómo el joven soldado, después de unas breves explicaciones de don Matías, se fue metiendo al mar, vistiendo sólo un viejo pantalón de algodón enrollado hasta las rodillas, sosteniendo entre sus manos una garrafa tapada con un bacal, y con una extraña expresión en la mirada, mezcla de susto y decisión. Caminó hasta que el agua le llegó un poco más arriba de la cintura, se abrazó a la garrafa y empezó a patalear; al principio giró sin control y sintió que se moría, pero inmediatamente se repuso, y poniendo el cuerpo rígido para mantener el equilibrio logró controlar su singular vehículo; y agradeció que por la hora de la mañana, el mar estuviera tranquilo, eso le permitía tener mayor control. Al irse alejando de la playa trató de no pensar en qué tan profunda estaba el agua, y concentró su mirada en su objetivo, el barco, al cual ya estaban llegando los primeros alijos hábilmente manejados por los nativos del puerto. Poco a poco fue ganando confianza, y comenzó a disfrutar el trayecto; en algún momento un pequeño cardumen de sardinas salió volando del agua con un repentino chapaleo que casi lo hace soltarse de la garrafa; perdió el control y empezó a girar nuevamente; el corazón se le volvió a acelerar y por nada estuvo que ahí terminara su aventura. Repuesto del susto que le provocó el haber estado a punto de soltarse, más que el de las sardinas, enfiló de nuevo hacia el barco que se encontraba a más de quinientos metros de la playa. Más adelante un grupo de mantarrayas, conocidas como "chabelitas" se paseó a su alrededor, cercándolo. Pascual dejó de patalear, temeroso de que las mantarrayas lo fueran a atacar, y volvió a girar debido al 240
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vaivén de las pequeñas olas que provocaban los alijos que seguían dirigiéndose al barco. Cuando los animalitos sintieron satisfecha su curiosidad, se alejaron, pudiendo entonces reanudar su marcha. Al cabo de veinte minutos estaba tocando el casco del barco, desde cuya cubierta le lanzaron una soga para que amarrara la garrafa, en tanto se sujetaba, trabando su brazo izquierdo a una escalera hecha también de cuerdas. Izada la garrafa, Pascual subió por la escalera de cuerdas a la cubierta del barco; los marineros lo recibieron muy efusivamente, y no dejaban de felicitarlo por haber llegado bien en tan singular medio de transporte. Le ofrecieron un trago del mismo ron que había ido a comprar, para lo cual llevaba las monedas en una pequeña bolsa de tela amarrada a una de las trabas del pantalón. Una vez llena y sellada la garrafa, Pascual bajó por la escalera de cuerdas hasta el agua y una vez ahí se la arriaron; se abrazó a ella y confirmó satisfecho que lo que le dijo don Matías era totalmente cierto. Incluso, ya con su contenido, era más estable y fácil de maniobrar, y como sucede siempre, el viaje de retorno le pareció más breve que el de ida. Mientras tanto, en la orilla de la playa, los curiosos habían estado observando el traslado de Pascual, y como ya había hecho muchos amigos, no dejaban de animarlo. Precisamente ese griterío terminó de despertar al sargento, quien se acercó a la orilla del mar y preguntó por qué había tanto alboroto; cuando lo pusieron al tanto sonrió con cierta sorna y esperó a ver qué pasaba. Con la garrafa más controlada Pascual siguió ganando confianza, y se dio cuenta de que si la soltaba unos segundos, él seguía flotando, hasta que empezaba a hundirse Karst. Escritores.
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un poco. Se percató, también, que mientras más moviera pies y manos, como le indicó don Matías —en el curso exprés de natación que le dio—, más tardaba en comenzar a hundirse, de modo que empezó a experimentar, y comprendió que lo que estaba haciendo era nadar, rudimentariamente, si se quiere, pero estaba nadando. Cuando estuvo a cien metros de la playa, pudo distinguir claramente al sargento, quien con una mano apoyada en la funda de la pistola, y la otra sosteniendo un cigarro, lo miraba fijamente con el quepís echado hacia atrás, como si tratara de reconocerlo después de no haberlo visto por mucho tiempo. Una vez que Pascual sintió que sus pies comenzaron a tocar la arena, empezó a caminar y sus amigos se abalanzaron hacia él gritando como locos; unos cargaron la garrafa, otros lo levantaron en hombros, y así lo sacaron del agua; desde arriba, el héroe del ron, observó los ojos intrigados del sargento, y la sonrisa chimuela de don Matías, quien desde lo alto de la duna le mostraba sus manos ahuecadas.
IDENTIDADES Subí a mi habitación para arreglar algunos papeles en el pequeño escritorio que habilité para trabajar hasta tarde; el problema es que el sillón es muy cómodo y frecuentemente me quedo dormido en él y como siempre estoy en deuda con el sueño, éste termina por vencerme a cualquier hora del día.
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Esto fue exactamente lo que sucedió en esta ocasión: era mediodía y me desperté pronto por el ruido de una pelota que rebotaba en el muro de atrás de la casa. Me levanté y observé por la ventana: ahí estaba este niño, tan parecido a mí, no tanto en las facciones como en los movimientos. Y otra vez estaba sin zapatos. Siempre tengo que repetirle que se los ponga, pero parece que mis palabras pasan de largo sin tocar siquiera sus oídos. Le grité para que se calzara si quería seguir jugando, pero el ruido de una máquina que acababa de empezar a funcionar en algún lugar cercano impidió que me escuchara. ¡Cómo me recordaba a mí cuando tenía su edad! Era sorprendente el parecido. Mientras pensaba en eso me rasqué la mejilla y caí en la cuenta de que me había dejado nuevamente el bigote, cosa que acentuaba mi parecido con papá. Volví a observar al pequeño y vi cómo pateaba la pelota haciéndola rebotar contra la pared; la esfera de goma rebotaba dos veces en el suelo antes de volver a ser pateada con fuerza. Después de un momento el niño se desentendió de la pelota, corrió hacia un lado y tomó unas papas fritas de una bolsa que estaba en el suelo. Claro, lo hizo sin lavarse las manos. A veces creo que su intención es sólo desobedecer. Nuevamente quise gritarle para decirle cómo debía hacer las cosas, pero el ruido me lo impidió de nuevo. Me sentía extraño, a pesar de saber que estaba en mi casa viendo a mi hijo jugar a la pelota, la atmósfera era diferente a otros días. Mi aspecto había cambiado, no recordé cuando había comenzado.
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Los pensamientos de siempre se hacían presentes: cómo deseaba que este niño anduviera calzado, comiera con las manos limpias y…, podía apostar que había empezado a jugar antes de hacer la tarea. Cuando la máquina dejó de sonar grité tan fuerte que mi voz se escuchó con toda claridad, pero en el momento en que el niño volteó para mirarme, algo inexplicable sucedió, porque yo mismo escuché mi voz como si fuera un eco e instintivamente volteé hacia arriba, creí estar en la terraza mientras sostenía mi pelota entre las manos, y juraría que ví a mi padre observándome desde la ventana del piso superior. Entonces no supe si era yo quien veía a mi hijo desde la ventana, o yo era el niño que veía a su padre desde la terraza, y si mi conciencia estaba compartida con dos personas a las cuales pertenezco, y en quienes habito y me habitan indisolublemente.
TRÁNSFUGA No sé cómo sucedió. Sólo recuerdo que nací en el corral y aprendí a beber la leche de mi madre inmediatamente. El instinto me indicaba que tenía que golpear las ubres con la frente para que ella las dejara llenarse de una tibia y dulce leche que era una delicia, al igual que las caricias del pastor que se ocupaba de todas las ovejas, pero a las pequeñas nos consentía más. Siempre estaba pendiente de nosotros y cuidaba que mamá no se alejara mucho para que pudiéramos alimentarnos a tiempo. Yo sabía todo esto aunque no entendía su manera de hablar, no entendía las palabras pero 244
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sí sus emociones cuando se ponía a cantar mientras nos llevaba de un pastizal a otro. Me encariñé con él. Sin saber por qué, cuando me miraba a los ojos me daba la impresión de que nos entendía, que sabía lo que sentíamos y por eso nos cuidaba de la manera como lo hacía. Transcurrió el tiempo y empezamos a comer pastos y otros alimentos que cariñosamente nos daba, pero ya no estábamos todos. Me di cuenta de que algunos compañeros salían del corral y nunca más regresaban. Se presentían cosas, algunas veces cuando entraba el pastor nos invadía una sensación extraña, pero no adivinábamos de qué se trataba. Un día soleado vino por mí y me llevó a una parte del rancho que yo no conocía y que me hizo sentir temor. Antes de que pudiera saber la razón de mi miedo sentí que me ataron las patas traseras y de un tirón quedé colgando boca abajo. La sangre se agolpaba en mi cabeza y sentía dolor. Cuando quise gritar, vi que en el extremo de su mano derecha algo brillaba. El brillo se acercó a mi cuello, y dejó de ser visión para convertirse en una horrible sensación que seccionaba mi piel y otros tejidos. Mis músculos estaban muy tensos, y por el miedo y el odio que instantáneamente sentí hacia el pastor, lo miré a los ojos por última vez y sucedió: ¡Apreté los músculos de mis extremidades delanteras y cerré los ojos con la fuerza de toda mi rabia e impotencia juntas; al abrirlos vi que con mi mano derecha casi rompía el mango del cuchillo, mientras atravesaba con él la tráquea del borrego!
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En su mirada, que iba apagándose, pude distinguir el alivio de regresar al orden de las cosas, y entendí por qué el pastor sabía muy bien lo que sentíamos. No era yo el que moría colgado boca abajo, sino el pastor en su ser y forma original, al cual alguna vez yo también regresaré una mañana, cuando me toque sacrificar a la oveja que más quiera.
CHUKULMACH Pues bien, ahí me encontraba. Tal como estaba programado, llegué dos horas antes del vuelo, con una sensación de vacío en el estómago, no obstante haber desayunado un par de huevos estrellados cubiertos con jamón. Comí no tanto por saciar el hambre, como por complacer a mi esposa quien, como siempre, sentía la necesidad de estar haciendo algo útil para tranquilizarse. Miré el reloj: 9:30 de la mañana. En una hora más debería estar levantando el vuelo el aparato que me llevaría de Mérida a la capital del país. Mugrosa comisión. Para qué me la dieron, si ya casi salíamos de vacaciones, por esto ya no pude disfrutar igual la preparación del viaje a la playa. Pero en fin, la chamba es la chamba. A las 9:50, la agradable empleada de la aerolínea nos llamó para darnos las indicaciones de abordaje. Siendo mi primer vuelo y apenas aguantándome el miedo de imaginarme tan lejos de la tierra firme traté de tranquilizarme poniendo mucha atención a las explicaciones. Ya en mi lugar, el corazón se fue acelerando aún más, aunque en realidad la ansiedad la sentía en las tripas. 246
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Por un momento temí que de verdad me asaltara tal ataque de pánico que tuvieran que bajarme del avión para no ser un peligro. Al mirar alrededor pude observar caras de indiferencia en los demás pasajeros, aunque seguramente en algunas esa indiferencia no era tan auténtica. El piloto nos habló por el equipo de intercomunicación, y escupió su repertorio de chistes baratos, a los que apenas pude prestar atención pues otras cosas ocupaban mi mente. Cuando el avión empezó a moverse lento, podía sentir que las palpitaciones de mi corazón, retumbaban con gran estruendo en mis oídos. Al encontrarse en posición y empezar la maniobra de aceleración tuve que aguantar la respiración y cerrar los ojos para no caer en verdadero pavor. La aeronave alcanzó la máxima velocidad en tierra y en ese momento creí desmayarme, me aturdían el sonido de las turbinas y la vibración del avión sobre la pista. Entonces, súbitamente me sentí desprendido de la tierra, me pareció que mi peso y el del avión desaparecieron en ese instante y al maniobrar el piloto para tomar rumbo al Golfo, en ese vaivén de la nave que proporciona la verdadera sensación del vuelo, sucedió: Tengo 6 años y observo desde la puerta de la tienda de papá —abarrotada de gente—, cómo otros niños y adultos del pueblo se divierten jugando con un papagayo que me parece muy grande. Cada jugador toma el extremo del hilo, que es de sosquil atado a un manojo de hierbas —como si fuese el carrete—, y corren haciendo que el juguete se eleve, y ya que ha tomado considerable altura lo sueltan.
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Entonces el siguiente participante tiene que coger el manojo en el aire antes de que el papagayo pierda sustentación, y echarse a correr también, repitiendo la acción. El juego se llama "chukulmach", y lo conozco desde que tengo conciencia del mundo; pero nunca lo he jugado, soy muy pequeño para eso, no sólo por mi edad, sino también por mi talla, pero me divierto mirando. Mientras sucede esto veo que Maduch, dejando por un momento la cocina con su colección de ollas, recados y condimentos, ha salido también a ver el juego, animada por los gritos de chicos y grandes, quienes se alternan para lanzar el papagayo. Cuando Maduch se sienta en uno de los pretiles del frente de la tienda, uno de los niños más gritones pasa corriendo enfrente para alcanzar el manojo, sin callarse, — describiendo la acción con el estilo de un cronista de deportes—, lo toma, corre más rápido y lo lanza hacia adelante. Ufano, "el Mono" ve como el papagayo se eleva más que en otras ocasiones, inmediatamente "la Cosa", el único niño que podía superar lo hecho por "el Monarca", sin esperar su turno toma el manojo de un salto, corre aún más rápido y volviendo a saltar lo lanza todavía más arriba. Embelesado, seguí observando el juego un rato más, en ese momento Maduch, quien después de las hazañas de "el Mono" y "la Cosa", había estado observándome me preguntó de sopetón: "¿Por qué no vas a jugar? Se ve que te mueres por lanzar el papagayo también." Le contesté que no, que me gustaba ver que jugaran, pero nada más.
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"No te creo, cómo va a ser más divertido ver, que jugar", dijo mientras descansaba su mano izquierda en la cintura. Al fin reconocí que sí, que tal vez me gustaría jugar pero que era muy pequeño para hacerlo, y ella me respondió: "Nadie es muy pequeño para divertirse, si quieres jugar lo vas a hacer ahora". Y sin darme tiempo de decir nada, llamó al "Godzila" y le dijo que me ayudara para que pudiera jugar. "El Godzila", auténtico pan de Dios que sólo hacía honor al apodo por su tamaño, me llamó y tomándome de la mano me llevó hacia el centro de la calle; ahí donde se formaba un enorme charco en las épocas de lluvia y que marcaba el centro de la pista de juego. Mientras tanto era el turno de "la Garrapata", de lanzar el papagayo. Hizo un gran esfuerzo pero no logró emular lo hecho por "el Mono" y "la Cosa". Mientras tanto "el Godzila", me daba indicaciones: "esto es fácil", me dijo, "toma el hilo, voy a empezar a correr contigo, después te voy a bajar y en ese momento tienes que correr con todas tus fuerzas y lanzarlo como si fuera una pelota". Luego, cuando el manojo de hierbas que hacía las veces de carrete, empezó a acercarse mientras perdía altura el papagayo, "el Godzi" me levantó del suelo con su brazo derecho y con el izquierdo sujetó el sosquil, corrió junto conmigo, y me dio el manojo que apreté con todas las fuerzas de mis dos manos y bajándome dijo: "¡Corre!; pero en ese momento sucedió algo que quedó grabado en la mente de todos los vecinos, pero que con el andar del tiempo se perdió en mi memoria: Al momento en que empecé a correr, aferrado al manojo de hierbas, sólo alcancé a dar dos zancadas sobre los guijarros de la calle, pues un viento de Karst. Escritores.
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esos que sólo se dan en el mes de noviembre sopló con tal fuerza que el papagayo, recuperando rápidamente la altura que había perdido, se elevó con tal potencia que ignorando mi poco peso me levantó del suelo más de un metro y me hizo recorrer volando un gran tramo de la calle. No me pregunten cuánto, no lo supe entonces y menos ahora, sólo sé que pasé por todo el frente de la tienda en donde papá y mamá atendían a la clientela que llenaba el local. Todo el mundo gritó de asombro y cuando abrí los ojos para ver lo que pasaba, pues no sentía el suelo a pesar de estar pataleando como loco, pude apreciar la situación y disfrutar con cada uno de mis sentidos lo que estaba viviendo; pero lo que más me maravilló, fue la sensación de liviandad, de no tener peso, de estar flotando. Vi debajo de mí, con sus bocas abiertas "al Mono", a "la Cosa", y también vi a Maduch, quien sonriente aplaudía, y gritaba vivas a mi nombre, me parecía que todos disfrutaban de mi vuelo tanto como yo; al fin el mismo "Godzila", me atrapó en el aire, solté el manojo de hierbas que alguien más recogió, y yo, henchido de alegría fui corriendo a abrazar a Maduch, y también, como si fuera un cronista deportivo le decía todo lo que había pasado, de soslayo vi a mi padre con los ojos muy abiertos y que mi madre aún se tapaba la boca con las manos. No recuerdo qué pasó después esa tarde, sólo sé que transcurrieron treinta años de una existencia extraordinariamente común y aquel recuerdo había desaparecido de mi memoria; y como antídoto para mi miedo a las alturas, resurgió invitado por la sensación del vuelo de la aeronave. En lugar de la ansiedad me llenó un 250
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delicioso sabor de nostálgica alegría, pues cada vez que abordara un avión, todo mi ser regresaría a ese momento en que a los seis años mis amigos y vecinos vieron, incrédulos, un enorme papagayo volando y en su extremo inferior un niño aferrado a un manojo de hierbas con los ojos cerrados y pataleando en el aire.
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UNA
PENÍNSULA EN CONTINUO LITERARIO. Por: Adán Echeverría.
DESARROLLO
"MPL– ¿Cómo es ahora tu perspectiva de la poesía mexicana y en especial de la yucateca, luego de tu estadía en el extranjero? (…) En Yucatán no está pasando nada que me llame la atención, está igual que cuando lo dejé en 2013 (…) la generación de los ochenta ya hizo lo suyo en Yucatán y ya están dados los nombres de los que están trabajando constantemente, que son los que aparecen en la antología Casi una isla" De una entrevista a Marco Antonio Murillo (nacido en Mérida, Yuc. 1986).
PARTE PRIMERA. TRES MUJERES, TRES DÉCADAS DIFERENTES DE NACIMIENTO. La península yucateca, es una planicie kárstica resultado de la meteorización de las rocas calcáreas en que se sitúa el verde espacio de la selva subtropical. Al carecer de ríos superficiales (ríos Palizada y Candelaria en Campeche; río Hondo en Quintana Roo, frontera con Belice), el escurrimiento es casi por completo subterráneo, dando lugar a los cenotes (una de sus manifestaciones kársticas de mayor claridad) de los cuales se han contabilizado no menos de ocho mil, tan sólo para el estado de Yucatán. Los climas que brinda la vegetación que se desarrolla en la península de Yucatán (de duna costera, sábanas, selva baja subcaducifolia –que pierden sus hojas en una época del año-, hasta la selva alta subperennifolia –que no pierden las hojas) permiten que la mirada viaje sobre paisajes verdes, en época de lluvias (junio a agosto), temporada de huracanes (septiembreoctubre) y nortes (vientos fríos que se desprenden del polo norte y que bajan las temperaturas, de septiembre, noviembre a febrero), lo mismo que para el espacio de los amarillos, 252
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cafés, y cálidos naranjas en que nos vamos presintiendo en la época de secas (marzo a mayo). Y desde Palizada, en lo más occidental de Campeche, hasta Chetumal, bajando por el Mar Caribe, frontera con Belice; como en aquellas islas que rodean la península (El Carmen en el Golfo de México; Holbox, Contoy, Isla Mujeres y Cozumel, en Quintana Roo), el universo sea vasto. Sobre esta vastedad miran los ojos de los autores que nos abren el pecho y la pluma, y que se describen hoy como "Escritores del Karst". Y desde esa riqueza en que se distribuyen plantean sus esperanzas de comunicar el pensamiento, mediante la palabra escrita. El karst yucateco es de poco relieve, abundante en roca calcárea que se disuelve y precipita ante la precipitación pluvial. De la misma forma, la literatura que los autores acá discutidos presentan temáticas similares, capaces de diluir los antiguos pensamientos de una sociedad internacional que va fundiéndose con la tradición, para darnos los textos que acá discutiremos. En este documento comentaré sobre los 21 autores compilados en la antología Karst, escritores de la península yucateca en 2016, que han sido documentados en estas regiones kársticas, donde los paisajes, las esperanzas, las melancolías de sus espacios vitales se dejan sentir en cada una de sus propuestas literarias, ya sea como poemas, minificciones, o cuentos. Voces frescas, no sesgadas por grupismos literarios de otras épocas (Centro Yucateco de Escritores, nacido en la década de 1990, o la Red Literaria del Sureste que apareciera en la mitad de la primera década del 2000), y tampoco cinceladas desde las Academias Literarias existentes en los tres estados que forman la Península de Yucatán (de este a oeste: Campeche, Yucatán y Quintana Roo) Escuelas de Escritores, de Creación Literaria Karst. Escritores.
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o Licenciaturas en Literatura de las Universidades Autónomas de Yucatán o de Campeche. Voces literarias llenas de esa novedad en las que pueden, queridos lectores, ir descubriendo qué cosa es Yucatán, cómo se mira Campeche, cómo se descubre Quintana Roo. Porque en estos autores, cuyas edades fluctúan de los 45 hasta los 20 años, se miran los espacios de interacción en que pueden descubrir sus necesidades de comunicar ideas, que nos ayuden a descubrir ¿para qué están escribiendo? La generación de los nacidos en la década de 1990, presenta la voz de una mujer, junto a la de cinco autores hombres. Violeta Azcona, estudiante de veterinaria quien, determinada a dejarse escuchar por los derechos de la mujer, hace que sus personajes ya sea niñas, jovencitas o jóvenes adultas, tomen decisiones con seriedad, y sean combativas. Sus textos son evidencia y confesión. No paran de ser grito para la reflexión y el cambio de posturas, la transformación y evolución de las sociedades, al reclamar sus errores, y evidenciar las nuevas posibilidades. En su discurso, Violeta sabe apretar la voz, el signo, y transcribir un claro uso del lenguaje para desarrollar su propuesta narrativa. Establece la diferenciación marcada socialmente por el género: "Habría que verlo, tan chaparro y gordo, además le he notado unas cuantas verrugas en la papada y en el cuello, parece un sapo. Y yo tan hermosa, tan espigada, tan blanca y limpia como la leche; pude haber sido actriz o modelo, pero no, estoy atada a éste hombre; es que no lo puedo dejar, y a pesar de lo que me ha hecho sigo aquí, tomándole la mano." "Mi madre me ha dicho que sea obediente, que sea más dócil. Pero es que no puedo, algo en mi interior es rebelde y quiere guerra con la hegemonía masculina." 254
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Después de la autora Patricia Garfias (Mérida, Yucatán, 1985), o de Carolina Luna (1964), en el sureste no había surgido una voz tan clara y ágil para las narraciones, y conscientes de que el trabajo de Garfias jamás pudo despegar en la literatura, como en la promoción cultural (lo cual siempre será una lástima), es Violeta Azcona Mazun (Mérida, Yuc., 1993) la promesa de la narrativa hecha por mujeres de la península yucateca. La autora posee la ironía, y la inteligencia para mirar el mundo que le rodea, y sabe plasmarlo en sus textos. Como cuando unas jovencitas cometen un robo en una plaza comercial, en el cuento MI PRIMER RELOJ. En él, Violeta hace que su narrador viaje al pasado (flash back), cuando se escaparon de clase, pensando en gozar la libertad adquirida por decisión propia; renuentes a la vigilancia de padres, maestros, para enfrentarse al mundo real, en el que poca experiencia tienen, como la autora evidencia su cúmulo de errores. Que, cínicas y entronas, deciden que nadie puede rajarse, hasta convertir la travesura de niñas de familia, en delito de jovenzuelas de la calle. En la oración "Realmente quería mi moñito", de la voz de una de las actuantes del texto, Violeta hace evidente el infantilismo de las jóvenes de la historia; esta idea que hace que las chicas vuelvan y cometan el hurto, es muestra del talento observador de la autora sobre su sociedad. Mientras al inicio las describe como "guapas", poco aplicadas "pasando las materias de 'panzazo'; o cuando señala "cuerpo perfecto que dictamina el estereotipo", o cuando se declara "nerd"; contrasta con las actitudes añiñadas de jóvenes con ese dejo de sexualidad, en pleno berrinche para hacerse de un adorno. Esa dualidad en el carácter de las jóvenes continúa durante todo el texto. La Karst. Escritores.
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observadora Violeta hace evidente los pocos valores dentro del núcleo familiar, de padres y maestros, incapaces para saber dónde andan sus hijas, sus alumnas; pero eso no las excluye de saber discernir entre "lo bueno y lo malo" de sus acciones: "—Hay reportes de dos tiendas, señoritas; de que cuatro colegialas han tomado algunas cosas 'prestadas' —lo decía con tono morboso, y dándole énfasis a la palabra 'prestadas', como si disfrutara el hecho de que no fuera así.— No podemos dejar que se vayan sin que se les revise. Casi sentí cómo me iba a desmayar pero, guardé la compostura—. Síganme, en una fila por favor, una detrás de otra."
Violeta caricaturiza la "detención" de las jovencitas por los guardias de seguridad de la plaza donde ocurre la escena del cuento. Las hace caminar "en una fila", como en aquella escena inicial de la película de 1973, Papillon (dirigida por Franklin J. Schaffner); imaginarlas caminando por la plaza comercial, en fila, y rodeadas de los vigilantes de la misma, es una trágica forma de humillación por su "delito". Lo que bien podía terminar en una llamada de atención, se había vuelto una forma de humillar a las cuatro jovencitas: "Si no lo pagábamos, 'Un vigilante las va a acompañar a la escuela y hablará con el director o la directora, para que llamen a sus padres. O les hablamos de una vez desde acá, denme los teléfonos… o a la policía ¿Sería mejor, no?'"
Y esta situación la que motiva la ruptura de las falsas amistades, que impulsan a las chicas de golpe hacia la madurez, para entender que en el transcurrir de la vida, las relaciones sociales tienen que ser escogidas con mucho detenimiento. Violeta Azcona puede narrar esa historia 256
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grupal de las amigas, pero igual puede abstraerse hacia textos más íntimos, en el que desarrolla su propia postura sobre la depresión, el abandono social, y la soledad de la complejas relaciones familiares que ocurren en las familias mexicanas, en las que ambos padres de familia tienen que salir a trabajar para obtener el ingreso económico suficiente, disfrazado además de "liberación de género"; como ocurre en DE PULGARES, OREJAS Y OTRAS PARTES, minificción en la que el personaje se va mutilando poco a poco, en su imaginación, como en su realidad, y que en la prosa de Violeta el paso entre realidad-fantasía es tenue pero directo. El nerviosismo del personaje de Violeta en busca de la autocomplacencia que le ayude a su tranquilidad es creíble en la línea anterior. Y de ahí, Azcona Mazun, evidencia esa violencia personal, que tanto impulsa a las juventudes actuales para hacerse cortes en las piernas, en los brazos. Azcona lleva la idea al exceso: "Decido cortarme las orejas. Tomar un cuchillo de la cocina, afilarlo y ¡zaz!, realmente no es tan doloroso. Supongo que mi vanidad es más fuerte. Tomo el lóbulo de la otra oreja y ¡zaz!, en menos de cinco minutos se tiene una cabeza libre de orejas. Se cocinan muy bien en caldo, y se las da a la perra. Lo bueno de los perros mestizos es que comen de todo."
Otro tema que toca la autora, es el amor a los animales, que en la actualidad llega hasta el exceso, con personas que incluso proclaman "Prefiero matar toreros, matar rancheros y campesinos que gustan de la fiesta brava, para lograr impedir la muerte de los toros". Esa posibilidad es la que Violeta nos retrata: la adolescente solitaria que prefiere lastimarse a sí misma, mientras consciente a su mascota alimentándola con su propia carne cortada; una Karst. Escritores.
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mascota que además no es de raza, sino que se trata de un perro mestizo. La actualidad cuelga de su obra, y nos hace celebrar su capacidad de observadora natural. Y desde esa capacidad, la autora Violeta Azcona, puede trazar la violencia desde la infancia, en una de sus prosas de largo aliento, titulada: MI RATA POTTER, que al puro estilo de Los hombres que no amaban a las mujeres (2005) de Stieg Larsson, llevada al cine con el nombre de La chica del dragón tatuado (de David Fincher, 2011), muestra como una chica logra castigar a su violador; de la misma forma Violeta Azcona presenta esta actitud para México y toda Hispanoamérica. El texto, además nos permite ver –de nuevo- su visión generacional (nacida en los años 90) al bautizar a su violenta mascota, que usará para castigar, como Potter, en referencia al mago personaje de la saga de J.K. Rowling: Una niña de seis años, junto con su niñera de 14 (Juanita), son violadas por la nueva pareja (padrastro) de mamá; texto del cual recreo unos pasajes aterradores: "Creo que tenía alrededor de 5 años cuando Carlo se vino a vivir con nosotras. Mi madre inmediatamente se olvidó de mí. Me encargaba con doña Chepa, pero ya era muy viejita; así que me contrataron una niñera: Juanita. Juanita tenía 14 años y jugaba conmigo todo lo que yo quería, luego en las tardes se escapaba de mí para irse a ver las novelas con Chepa, mientras yo jugaba en mi cuarto, en donde Carlo se escurría para verme los calzones". "Carlo se volvió más cariñoso que nunca, me abrazaba todo el tiempo y me sentaba en sus piernas, donde algo duro siempre me rozaba las nalgas, haciéndome sentir extraña". "Sentí una mano que se posaba sobre mi trasero, y que a pesar del calzón, pude sentir cómo no le costaba trabajo embarrar los dedos en mi raya. 'Mi niña, ¿qué haces ahí?', dijo Carlo mientras me jalaba de una pierna. Rápidamente me paré, más emocionada por contarle lo del ratoncito que incómoda por
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su atrevida caricia. Es que a los 6 años todo es nuevo, todo parece tan normal." "Carlo me llevó al cuarto donde estaban mis regalos; me sentó sobre el mueble y con una voz áspera —que muchas ocasiones después de esa seguiría aguantando—, me dijo 'Te voy a dar mi regalo, no seas una niña grosera y acéptalo. Si no te gusta, te aguantas'. Se bajó el pantalón y sacó una tripa negra y peluda que mientras la iba frotando iba quedando gruesa y dura. La pelaba y tenía la punta rosada. (…) De pronto algo me raspaba, giré a ver y era su barba. Carlo me daba lengüetazos en mi raya, sentía su lengua adentro y afuera; de pronto su rata dura se metió en mi trasero, lentamente, yo sentía que me estaba haciendo popó; luego comencé a sentir mucho dolor, y en eso una rata real cruzó el cuarto, era la misma rata que vi debajo del mantel." "Luego me limpió todo con la sábana que cubría el mueble. Me obligó a jurar que nunca diría nada. Y me sacó del cuarto para regresarme a la fiesta". "Juanita bajó la cabeza y se puso a llorar. Creo que ahí fue que me di cuenta de que no había sido la única." "Mi madre nunca quería verme, Juanita se la pasaba en la televisión y Carlo siempre entre mis piernas". "Cuando cumplí 10 años, mi madre decidió que yo ya era muy grande para seguir teniendo niñera. Que además ni jugaba con juguetes ni con Juana. Regresó a Juanita a su pueblo esa misma semana, dejándome más sola que nunca."
Por prosas como ésta, Violeta Azcona Mazún representa ese músculo vital en el que se pueden discursar las historias sin tapujos de esta Mérida, la de Yucatán, en este 2016. El personaje infantil que ha sufrido una violación durante cuatro años, ha logrado la venganza, ¿a costa de qué? habría de preguntarse. A costa de matar a su madre y a su padrastro, y entonces pensar –contrario a lo retratado por Stieg Larsson- ¿cómo sobrevirá esta niña de 10 años en el mundo? La narración de Violeta no lo dice, sin embargo, Karst. Escritores.
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como lectores quedamos "complacidos" con mirarla liberarse de sus violadores, y abrimos la esperanza de ese final ¿feliz? El escritor necesita recrearse en su entorno, alimentarse de él, y conocer el pasado mediante sus lecturas. Esta dualidad experiencial es la que le impulsa a escribir, para llenar aquellos espacios de la literatura que le gusta abrevar. Para los Escritores del Karst nacidos en la década de los 80, encontramos la voz de cinco mujeres; cada una con sus búsquedas propias de voz y realidades. En una antología apenas accedemos a un fragmento de la obra de un escritor. Justo es que los antologadores y los autores vayan poniéndose de acuerdo con qué fragmento podría ser representativo de su obra, porque el trabajo literario de los escritores evoluciona con el paso del tiempo, y las lecturas. Abrevan en la vida cotidiana, como en los libros que comparten, esa búsqueda de la felicidad como derecho inalienable en el cual parpadean los instantes de sus lecturas. Entre las mujeres escritoras del Karst nacidas en la década de los ochenta, Ángel Nimbé (Campeche, 1988) es la más joven. Nace en Campeche donde estudió literatura en la Universidad Autónoma de esa entidad; actualmente radica en Cancún, Quintana Roo donde cursa la maestría en Creación y Apreciación Literaria, como una clara muestra de la continua movilidad existente en la península de Yucatán; y desde ese recorrer kilómetros de selva define su palabra poética: " Yo, Dios, y soy gusano, tecla y tinta de otro dios más fuerte". Nimbé ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico en Campeche (Pecda) en su emisión 2012; es autora de Las danzas de la serpiente, con el que obtuvo el premio estatal de poesía 2015. Y dentro del trabajo poético que acá revisamos, LEPTOMAR (LAS BITÁCORAS DEL DESAHUCIADO), 260
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se observa el trazo de posibilidades artísticas con los que se mira a la sociedad y que la autora percibe; se deja sentir el abandono en que el que sus hablantes líricos se encuentran sumergidos; así como la búsqueda interior que no termina de fracasar. El desahuciado hablante lírico de Nimbé no logra salir de la depresión que el mundo le impone: la niñez, la familia, los amigos, los otros, la vida toda: "Este recinto blanco me sofoca. Debe tener el sabor del abandono. Con esta esclavitud deben vivir los muertos." La fallida esperanza que narra en sus poemas, huele a derrota, a miseria, al abandono en el que uno se nutre cuando quiere llegar a lo más hondo de la tristeza. Pero igual entre sus textos se percibe esa presencia marina, ese olor oceánico que rodea a la península, su natal ciudad Campeche, situada a la orilla del Golfo de México, y Cancún, donde ahora reside, situada a orillas del Mar Caribe; por ello puede percibirse el espíritu de mar en el que la autora ha crecido, mar y religión como un viaje que se complementa en la actualidad de su mirada: "Vengo a ti como el rey de los ejércitos, para enfermarte como enfermé estas olas, provocar un nuevo amanecer aún más oscuro. Hay otro mar allá, tras esas sombras. Hay otro mar allá, cae en picada sobre la arista del cuadrado mundo." Esta desolación puede mirarse en los versos de su DÍA TERCERO; las relaciones del hablante lírico con personajes débiles, tiernos, y en esa docilidad de carácter 'como solían ser las princesas de los cuentos', Nimbé remarca a la sociedad enferma contemporánea, enferma por lo políticamente correcto, enferme con el neoliberalismo, enferma con esa necesidad de "no exacerbar los caracteres, reprimir las pasiones, evitar ser contestatario, privando de reacción a la juventud que languidece como "la dama de las Karst. Escritores.
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Camelias", de una enfermedad del alma, ante ese fantasma que les absorbe el cerebro, como aquel monstruo retratado por Horacio Quiroga, que iba succionando a la mujer, hasta matarla en El almohadón de plumas. De esa forma la autora presenta a sus personajes: "Mi mejor amigo tenía el cuerpo diminuto y delgado. Era un niño blanco como solían ser las princesas de los cuentos. Tal vez cuando crezca halle un hada y se case. Tal vez se acuerde de mí, que solía devorar los corazones de los lobos. Mi mejor amigo de la infancia se desmayaba a ratos. Mucho tiempo bajo el sol le hacía desvanecerse. Solía cargarlo y correr hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído. (…) Creo que mis intentos de felicidad ya fracasaron, murieron desde la primera vez que abrí los ojos."
Y sin dejar además de señalar a esa sociedad capaz de lastimar al que se presiente débil. Con ello, Nimbé remarca la batalla contemporánea contra el Bullyng (acoso físico o psicológico al que someten de forma continua a un individuo sin importar el sexo, por el hecho de presentarse débil ante una persona o un grupo social): "hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído". En su poema CUENTOS DE HADAS DESGRACIADOS, Ángel Ninbé hace eco de las narraciones de Violeta Azcona, retratando la pobre educación de la familia. Y con la sutileza que permite la poesía, sus versos se acercan igual al miedo que sienten los infantes ante el acoso de los adultos: "Mamá me dijo que el hombre de arena no es real, /que no morderá mis juguetes, /ni jalará mis pies si resbalo /cuando juegue en el columpio a medianoche." Y en ese miedo por los adultos, igual prevalece el miedo a los narcotraficantes que les acercan las drogas. Es interesante que mientas muchos 262
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"activistas" se inclinan por la legalización de las drogas, la joven poeta nos diga, desde su hablante lírico: "No me arrastrará a su reino de morfinas /debajo de la cama /ni me convertiré en una de esas niñas /a las que a veces se les caen los ojos /que los rincones devoran." Y es en los tres versos finales donde la autora deja ver su postura ante la "trata de blancas", o nos permite imaginar a las chicas suicidas, las que han sido diagnosticadas con algún problema mental, que viven de píldoras, y pastillas recetas por el psiquiatra, o que han sido incluso recluidas en clínicas mentales. La alusión "a veces se les caen los ojos /que los rincones devoran", puede ser una referencia de aquella canción infantil mexicana de Francisco Gabilondo Soler "Cri-Cri", "La Muñeca Fea" (grabada en 1958), que vive "escondida por los rincones"; y cuya letra ha estado en el imaginario colectivo de las familias mexicanas ininterrumpidamente desde su grabación. Entre los nacidos en la década de los setenta la única mujer entre los Escritores del Karst, es Gema Cerón Bracamonte (Mérida, Yuc., 1979), licenciada en nutrición por la Universidad Autónoma de Yucatán. Sus relatos vienen cargados con las emociones vitales de una observadora ávida. Una mujer mira hacia la prisión de otra mujer, en busca de la libertad y la determinación, consiguiendo el juicio de las autoridades que la reprimen. ¿Tiene justificación el asesinato? ¿Tiene límites el abuso sufrido? La lucha de la mujer para dejar el papel de víctima, o con la firme intención de asumirlo como ocurre en el cuento SENTENCIA. El personaje-narrador de la historia de Cerón termina por dar muerte a su suegra, que durante la relación a la que se enfrenta se la ha pasado atormentándola. Este texto es evidencia de que el Machismo que tanto daño hace a las Karst. Escritores.
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familias, a la mujer, a los hijos, en ocasiones es estimulado por otras mujeres, ya que como decía Simone de Beauvoir: "El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos", como en este caso Madre-Hijo son quienes someten a la Nuera-Esposa, hasta enloquecerla, cegarla, y orillarla a defenderse: "Sumida en mis recuerdos, no escuché con claridad la sentencia. Al parecer, jamás podría ver a mis hijos, esto me derrumbó. ¡No podía creerlo!, ¿por qué me condenaban?, la víctima era yo." Gema Cerón carga su discurso con la sencillez de las palabras y las escenas que plantea denotan la experiencia del diálogo y de saber escuchar a las personas que nutren sus reflejos literarios. Tal postura se vislumbra en la segunda narración que analizamos PEDRITO: donde una mujer busca corregir y educar a su hijo, por lo que el texto se carga de la magia literaria del absurdo. Se reconocen las lecturas de Gema, el apropiarse de la tradición literaria infantil para poder construir sus propias intenciones, el nombre del personaje de inmediato nos lleva a reconocer al personaje de la fábula de Pedro y el Lobo, que acá es mezclado con aquel pillo de los cuentos llamado Pepito (de ahí el diminutivo) que siempre se sale con la suya, y que en la contemporaneidad nos haría pensar en Daniel el Travieso (tira cómica de Hank Ketcham, estrenada en 1951), o al más reciente Bart Simpson (personaje de Los Simpson, creados por Matt Groening en 1989). De inicio Cerón llama a su personaje "niño malcriado", y lo evidencia mostrando como es capaz de golpear a su madre. La fabula que la autora propone, pasa a ser un cuento que pretende espantar a los niños, y de nuevo hace referencia a Gabilondo Soler con la letra de la canción de "El ropavejero", quien compra o cambia: "Chamacos 264
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malcriados /miedosos que vendan"; evidenciando además cómo son los Padres los que crean y refuerzan los miedos en los niños. La referencia obligada acá es a la película "Mi pobre angeligo (Home Alone), película de Chris Columbus, estrenada en 1990, sobre el niño que por distracción de su familia que se va de viaje, se queda solo en casa. Pero en el texto de Cerón, el niño es de una edad mucho menor que el protagonista de la saga hollywoodense; por lo cual tiene un mayor contacto con la obra de Gabilondo Soler: "Se sorprendió al ver un anciano sucio de barba desordenada, con una bolsa negra al hombro. Parecido al hombre que buscaba en la basura cuando mamá sacaba las bolsas. Aquel que un día le vio jugar en el jardín y dijo: 'Ven conmigo pequeño, en mi casa hay muchos juguetes, eres un niño muy lindo. Te enseñaré un juego muy bonito mientras te cuento un secreto'. Ese hombre, del cual rehuía mamá, debido a su nauseabundo olor y porque algo le habían dicho sobre él, sobre algo terrible que les sucedía a los niños, cuando se cruzaban en su camino, y de lo cual, jamás una madre podría comentar a sus hijos."
Y con el final de este párrafo, Cerón Bracamonte, vuelve a tocar el mismo punto que Violeta Azcona y Ángel Nimbé, el posible acoso, secuestro y abuso sexual de los infantes; lo cual marca una constante en la prensa mexicana, en las noticias de todos los días cargados de desaparecidos (los 43 estudiantes de una normal rural de Ayotzinapa, en el sexenio actual de Enrique Peña Nieto, o los 16 jóvenes estudiantes asesinados en una fiesta en Ciudad Juárez en Villas de Salvárcar, en el sexenio anterior de Felipe Calderón Hinojosa). ¿Cómo estas tres escritoras no desarrollarían
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textos en los que se denote la vulnerabilidad de los pequeños, y permeé el miedo latente? En este pequeño apunte sobre la obra de tres mujeres (Violeta Azcona Mazun, Ángel Nimbé y Gema Cerón) sirve de base y cimiento para poder analizar a los otros 17 autores compilados, (21 en total), ya que cada una de ellas sitúa su nacimiento en una de las tres décadas (70s, 80s y 90s) del nacimiento de los demás autores. Pero habrá que evidenciar que la literatura no tiene genitalidad, como veremos al continuar nuestro análisis, ya que los temas vienen a ser correspondientes con los que hasta ahora ellas tres han sugerido. Lo cual nos deja claro que el género del autor no debe seguir siendo una validación para la creación literaria. Toda vez que la literatura tiene como primer objetivo la comunicación de ideas; con base en la estética, que cada quien determinará por su habilidad lectora y su experiencia como creador, asimilando las estructuras que mejor impulsen sus creaciones. Lo cierto es que, el género es una creación social determinada con base en las significaciones de cada persona sobre los infantes, ya que el desarrollo de la literatura actual, contempla la validación de dichos pulsos sociales, y no es sino en la capacidad de asumir esa postura, como cada autor se nutre de su entorno, y puede desarrollar su actividad creativa y creadora. En este primer fragmento, las autoras revisadas presentan en la violencia sobre la infancia, vasos comunicantes que deben llamarnos la atención, sobre las preocupaciones actuales de los escritores de la península de Yucatán, de México, y tal vez de toda Hispanoamérica.
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PARTE SEGUNDA. LOS
NACIDOS EN LA DÉCADA DE
1990. Lo importante del ejercicio de antologar el trabajo de estos 21 autores compilados en la antología Karst, escritores de la península yucateca en 2016, es darlos a conocer a los lectores para mostrar que la literatura desarrollada por los Escritores del Karst, afincados en la península de Yucatán, está sana, goza de buena salud, es analítica, pensada, observadora y retrata su entorno inmediato tomando de la universalidad las posturas necesarias para expresar sus ideales. Las diferentes creaciones de cada uno de los 21 autores recrea, mediante la expresión de su intelecto, la capacidad para asumir sus lecturas y es, desde la asimilación del trabajo creativo, de donde logran plasmar sus emociones y su vitalidad al descubrirse insertos en la sociedad en que les ha tocado desarrollarse. La publicación de sus letras es una forma de dar a conocer sus preocupaciones, con esa carga natural de vanidad que viene con toda publicación, pero que en estos autores aspira más al hecho de compartir, con la esperanza de que cada lectura pueda ofrecer un debate e intercambio de pensamientos. La antología aspira a reunir y entregar parte de su obra ante los ojos censores de amantes de la literatura, de los cuatro puntos cardinales en este planeta, lectores de habla hispana. Validarlos como escritores actuales de esta sociedad que hoy convive en la península yucateca de este México, conjunción de tres entidades federativas diferentes Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Autores que, por lecturas y desde las redes sociales, se conocen entre sí, y caminan coincidiendo en un tiempo-época, y que por este medio ha sido posible retratar. Ya en la Primera Parte de este ensayo hemos hablado de Violeta Azcona Mazún, Ángel Nimbé, y Gema Cerón Karst. Escritores.
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Bracamonte, (leer acá http://critica.cl/literatura/escritoresdel-karst-tres-mujeres-tres-decadas-diferentes-primeraparte); por lo que esta segunda entrega hablaremos de los otros 17 autores que incluye la citada antología Karst. Abrimos con la excelente muestra poética de Daniel Medina, autor de capacidades claras para la metáfora y la construcción del significante en cada verso. Medina marcha atento sobre su voluntad creativa, diferenciando en el oficio de escritor el momento justo para la lectura pausada, y para la escritura como reflejo de la reflexión. Nacido en Mérida, Yucatán en 1996, es estudiante de literatura latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha publicado Mímesis para Gusanos (LCE, 2015). Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 por Templo de la fiebre; Mención de Honor en Premio Internacional CaribeIsla Mujeres de Poesía 2015 por Casa de las flores. Desde su poema BREVE ESTUDIO SOBRE UN POEMA DAÑADO, el autor deja claridad de su propuesta poética; nos permite mirar lo que para él puede significar la construcción del poema, cuando dice: "Dejo caer /este poema /(…) / Olvido su nombre /y relación con la materia. /Él no busca la luz /ni la floristería; /prefiere a los parásitos. /Teme regresar /a la misma orilla en que /lo hallé mendigando, /(…) /Este poema /(…) /no sabe de vocablos. /Dice nunca haber oído sobre dioses, /mucho menos de pájaros. /Dice no conocer a los poetas." Daniel Medina niega a conocer a los poetas, y en eso basa su respeto por la poesía, en la materia clara de lo que es el Poema y no la vanagloria del Poeta, porque los poemas sobrevivirán al tiempo, a la destrucción de la materia, porque son las ideas cuajadas en los versos los que sobreviven y no los poetas, que apenas son el instrumento para la expresión 268
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del lenguaje, que continuará mutando. Sólo el tiempo pondrá en su lugar a los poemas, y eso es algo que Daniel Medina deja muy claro al señalar: "La idea inicial de este poema /ya no es clara. /Por tanto / debo destruirlo." Nos han dicho y nos dicen que todo creador, que todo poeta "Es un pequeño Dios", y sin embargo los autores del Karst, no quedan conformes con esta postura, que tiene mucho de constructo entre años, entre ideas, entre sangre derramada en las conquistas. Justo hoy la humanidad continúa pendiendo de un hilo en espera de que alguien apriete el botón de autodestrucción, y convoque a la siguiente Guerra Santa, Guerra Sagrada, en las que la Cultura Neocristiana, continúa aferrada a la superchería religiosa. El poeta Medina Rosado se permite dudar, y es dentro de esa duda en donde cuelga la desesperanza de su hablante lírico, y en donde plantea la construcción y el respeto por el poema. Como esta sociedad aún no termina de lamentar la Muerte de Dios, expuesta desde el siglo XIX por Nietzche, y cantada por otros autores que se plantaban mucho más terrenales, y ajenos a todo misticismo. Incluso Daniel Medina se permite mostrarnos sus CINCO FORMAS DE ENCONTRAR A DIOS, en el que el autor dice entre otras cosas: "Levanté una roca en el camino / y encontré a Dios /en forma de cangrejo. / Celebramos / hasta la madrugada / iluminándonos." Y luego de hacer retroceder a dios como un cangrejo, arrastrándose en la arena, nadando en el agua de mar, de río, con ese pequeño exoesqueleto en el que, disfrazado, quiere continuar espiándonos. Este dios de Medina Rosado se vuelve "cangrejo"; y poblada esta la literatura y el arte de las formas que toman los dioses: Zeus que como Cisne ha tomado a Leda; en cambio Medina hace una caricatura del dios, y aún Karst. Escritores.
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se da el lujo de "celebrar" con aquel cangrejo hasta la madrugada, iluminándose. Ese vencer la noche, esperar el nuevo día. Todos aquellos nocturnos literarios vienen a nuestra mente y junto con el poeta miramos ese Nuevo Amanecer que nos anuncia la madrugada. Luego el poeta Medina continúa diciendo: "Dicen que en los incendios / y los terremotos / a Dios le gusta aparecerse / en forma de árbol histérico." Y entonces aquel dios ahora es La Naturaleza, como catástrofe. Justo es el reconocimiento del autor al Cambio Climático en el que su aliento vital se sitúa: con las temperaturas elevándose, los glaciares derritiéndose, los agujeros en la capa de ozono, los huracanes cada vez más poderosos, los tsunamis, los terremotos, las erupciones volcánicas que se siguen presintiendo; catástrofes de las que Medina no es ajeno, porque la península de Yucatán está situada justo en el paso de los huracanes que se forman en el Atlántico y que buscan internarse en el Golfo de México. Y aquel "árbol histérico" que son estas sociedades y sus paradigmas de psicoanálisis, todos aquellos fantasmas de la psiquiatría metiéndose en la conciencia colectiva del poeta, que mira su entorno: ese árbol histérico (del griego útero), que nos sitúa frente a un dios-hembra enloquecida: Gaía en busca de cobrárselas con la humanidad. Es interesante mirar los vasos comunicantes entre los autores de la misma generación; la forma en que dialogan los textos de los unos con los otros permite medir la cultura de los pueblos en una misma época-tiempo en el que les toca convivir. Y de esa forma, mientras que Daniel Medina nos cuenta ¿cómo encontrar a Dios?, el poeta Ángel Augusto Uicab (nacido en Umán, Yucatán, 1988), nos presenta sus LUGARES DONDE SE PUEDE ENCONTRAR A SATANÁS; que como una especie de plagio creativo, tal vez inspirado en el 270
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texto de Medina, Augusto señala: "Levanté una roca /encontré sus cuernos /la terminación de su cola /en forma de hormigas rojas /de cientos de mordeduras en mi cuerpo". ¿Cuál es el significado presente en la palabra "roca" que tanto Medina como Augusto señalan levantar, al iniciar sus poemas?; Medina "levanta una roca en el camino", que como aquella canción mexicana de José Alfredo Jiménez: "una piedra en el camino / me enseñó que mi destino / era rodar y rodar"; rocas rodantes (rolling stones), en el que se recupera la tradición, y se evidencia al hablante lírico que busca, que evita los obstáculos, que persigue tesoros. Medina encuentra a dios bajo esa roca, mientras que Augusto encuentra a Satanás. El poeta Ángel Augusto continúa versando: "Una rosa marchita /entre las páginas de una biblia empolvada.", y esa imagen vuelve a encontrar al delirio que le ánima. Ya en La Biblia Satánica (publicada en 1969), Anton Szandor LaVey nos sitúa en la intención de romper el paradigma de Satán y lo hace confluir hacia un movimiento filosófico existencialista, individualista, incluso, donde el placer debe ser exponenciado. Ángel Augusto muestra "la empolvada biblia" como una imagen romántica, en el que aquel amor de juventud ha dejado una flor, como recuerdo; y ha sido el paso del tiempo de la humanidad, que ahora descubre marchita a la flor (podredumbre, como todo lo vivo que muere), y aquella colección de textos sagrados, bañados de ese polvo que todos somos. El abandono de la religión, el abandono de aquel romance, en busca del placer. En su poema "Diálogo", Daniel Medina continúa plasmando su poética y expresa: "Tengo dos poetas muertos en la bolsa /y un montón de arañas explosivas. /(…) /Los poetas vivos /no sirven para nada." Karst. Escritores.
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Lleva los poetas en la bolsa, porque así se llevan las lecturas, en las bolsas, en los bolsillos. Como escritores somos el resultado de nuestras lecturas, que siempre nos acompañan; y es la sociedad la que ha metido además "un montón de arañas explosivas" con la tanta violencia, tanto grito, tanto apuntarse con el dedo los unos a los otros; arañas que al explotar pueda hacerle tender las telarañas entre unos y otros. El autor se sabe comunicándose siempre con los que le rodean, lo acepta; pero se sabe capaz de validar la tradición de sus lecturas porque: "los poetas vivos no le sirven". Medina Rosado es un creador que se presiente ya en la forma de algún dios –aquel capaz de crear y dar vida-, y sabe que tiene que destruir esas creencias que le liberen el pensamiento; situándose en el siglo XXI, donde la comunicación acerca las culturas, los países, los acervos que se sitúan desde las interfaces de la internet, para que desde esa libertad pueda acceder a la creación de mundos propios: y si el internet fuera el verdadero dios. Esta búsqueda concluye en su poemínimo "PRIMER CONTACTO", donde el autor dice: "Hay una especie de Dios al fondo de mi vaso."; y al escribir "una especie de dios", hace a ese ser supremo uno más, que puede ser clasificado bajo la nomenclatura binomial diseñada por Carlos Lineo en su Sistema Naturae publicada entre 1735 y 1770,y que ha llegado a nuestros días. Sumados a la postura de Medina Rosado, esa "especie de dios", podría ser nombrada: Deus sp. en espera de que definamos qué especie de dios puede ser la que habita el fondo de aquella botella que mira el poeta. Salimos de la obra de Medina para adentrarnos en los reflejos pictóricos de Daniel Poot Fuentes (Mérida, Yuc., 1995), quien dentro de uno de sus textos intenta reconocer la relación de aprendizaje y enseñanza entre adultos y menores, 272
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o adultos de diferente genitalidad. Expone el juicio de los investigadores y científicos que se la pasan más dedicados a la contemplación del rito de la publicación necesaria (a veces exigida por las academias en pro de prebendas económicas) que en el poder representar un posible cambio en las estructuras sociales en las que se desenvuelve. Poot Fuentes se presiente reflexivo del oficio del artista, como del genio creativo y del investigador sentado sobre la academia. Pone el dedo en la llaga de la comodidad no productiva de la sociedad. Primero en su cuento BOTELLA AL RÍO nos dibuja una fantasía, que puede ser abordada desde al menos dos aristas: un padre tiende a deshacerse de su hijo o le impulsa a irse, a dejar el hogar paterno. La motivación de Poot Fuentes para poder descubrirnos esa visión del niño que no puede dejar de sentir el poder supremo del padre, como ese dios del que absorbe los conocimientos de la vida. El pseudo cuento infantil en el que el autor narra la enseñanza, la convivencia padre-hijo, en un momento memorable en el que puede mirarse la ternura, mientras se detiene uno de la silla esperando lo peor, que no llega. Daniel Poot nos muestra en su texto que cuando la relación padre-hijo ocurre en armonía, la despedida para comenzar la aventura de alejarse del hogar mantiene una esperanza, una posibilidad siempre abierta: " se ve feliz, yo me siento feliz". En cambio, el escritor en su cuento MIRADA DE LOS INÚTILES, nos narra el lado opuesto a la felicidad, la desidia; retrata la fácil postura de "aquellos intelectuales" que batallan por la creación de sus "papers", por el desarrollo de su pensamiento, por la explicación de los eventos que suceden a su alrededor. Como dijera Rubén Darío en su Letanías de nuestro señor don Quijote: "De las Academias / Karst. Escritores.
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¡líbranos Señor!" Y es justo Darío, el nombre que Daniel Fuentes utiliza para nombrar a su personaje, como reconociendo y alimentando la idea planteada por el escritor de Azul. Porque no podemos prescindir de la fantasía que representa la locura de El Quijote, para sumirnos en los engrosados tratados de textos que se apartan de la libre creación persiguiendo el método. El personaje de Poot Fuentes, al que acusan de "inútil" como reza el título del cuento, muestra el hartazgo ante sus investigaciones que lo mantienen alejado de la sociedad, de la vida real, por lo que prefiere pararse a mirar a los transeúntes de la calle. Y me ha hecho pensar justamente en lo que representa la Educación Académica y Científica en México, para este 2016, en el que no puedes decirle ahora a tus hijos: ¡Si estudias vas a tener una mejor economía!, y tenemos que conformarnos con intentar convencer a nuestros jóvenes diciéndoles: "Estudiar nunca será malo para ti"; porque nada les puede prometer un futuro mejor, ni estudiando una carrera, o una maestría o un doctorado. Tal como nos lo han representado en la película española "Perdiendo el norte" estrenada en el año 2015, donde dos españoles con excelente nivel de estudios viajan a Alemania (se vuelven migrantes) en busca de una mejor oportunidad, y terminan lavando trastes en un restaurante turco. Poot Fuentes lo narra de la siguiente manera: "Mi esposa venía a alentarme a continuar mis investigaciones; se paraba a lado de mí para sermonearme cada vez que me veía arrastrar la silla hacia la ventana. Por favor Darío, continua con lo que estabas haciendo, esas investigaciones pasarán a la historia si tú sigues trabajando, no te detengas.(…) Hace dos semanas que no abres la libreta y que no estás en el salón de estudio. Abrí la libreta revisando detenidamente y con mucho cuidado todas las hojas. Nada significaba ya, ni siquiera para
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mí, lo que una vez fue una investigación emocionante y verdaderamente ardua. Mi objetivo de toda la vida, ahora sólo era un pedazo de papel que se rompía si dejaba caer mi sudor y rascaba con la mínima fuerza. Un trozo de papel que sólo lograba asquearme."
Caminamos así hasta el trabajo de Emmanuelle Kubrick (Chetumal, Quintana Roo. 1993), quien desde su nombre nos marca la influencia que el cine tiene en la juventud lectura y artística contemporánea. Emmanuelle en su cuento CARLOS presenta ese diálogo entre aquella cumbre de escritor a la que una inmensa mayoría aspira, desde el juicio de un infante que representa la muerte, y al mismo tiempo la propia inocencia alejada de los reflectores del marketing al que lo ha empujado el éxito conseguido en sus primeras publicaciones; mezclado todo con la tradición y el canon que el autor ha sabido abrevar. Para su segundo texto "De los niños de Charlestown", el autor recrea esa violencia entre jóvenes y niños, al puro estilo de Robert Artl en El juguete rabioso, Juan Marsé en Si te dicen que caí, como Bukowski en su texto de Hijo de Satanás, Emmanuel recrudece esta violencia sin sentido, e incluso la hace extrama, como la que ocurre en la escena del tren del texto Las cavas del Vaticano de André Gide, ya que en el cuento de Kubrick un jovenzuelo que mata a un niño por el puro deseo de mirarlo morir; que muta y es al mismo tiempo el asesino de algún otro niño. Haciendo pasar la voz narrativa de uno a otro personaje, para recrear la visión de cámara de cine, como en una puesta teatral, que nos permite mirar a los personajes hablar, en vez de construir desde el narrador omnisciente:
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"—Mi madre se ha marchado de compras y mi padre se encuentra en casa del gobernador. Yo le he acompañado, pero me ha hecho esperarle demasiado, tanto, que mi pancita gruñe. Al salir de la tienda, el pequeño mantenía esa sonrisa, tan jubilosa y yo tan pusilánime, ¡qué pesado! Le sostenía la mano, aún con más fuerza, como para asegurarme de que nada grave pudiese ocurrirle. No podía controlar mis impulsos y supe desde el primer instante que deseaba asesinarle."
Involucrando además otra voz interrogatoria para situarnos en una escena de confesión del asesinato, con alguien que está fuera de foco, que no es descrito; pero que junto contigo como lector se sorprende y desea continuar leyendo (o escuchando); y en ese juego es Emmanuelle quien nos somete, al hacernos partícipes de la tragedia, sabedores de la violencia del personaje, de su cinismo, y nos vuelve cómplice: "—¿Todavía desea saber más? —Sí… continúa. El pequeño sonreía, y miraba con atención a aquellos barcos pesqueros; dijo que nunca había mirado algo semejante. Y yo, nunca me había sentido tan fastidiado con tanta felicidad desmesurada."
La narración del asesinato nos puede provocar la misma ansiedad de intentar conocer más acerca de este asesino construido por Emmanuelle Kubrick, porque es el morbo el que nos sigue atrayendo a la lectura. Lectores morbosos, ávidos de enterarnos de la violencia habitando los cuadernos, las hojas, los ensayos, los cuentos, las narraciones, o el fiel reflejo del estarnos acostumbrando a que la violencia de la realidad permea la vida literaria, la creación:
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"Cayó sobre de la arena, pero a pesar del sorpresivo ataque, no había muerto y peleaba por su vida. Le desprendí la navaja del cuello y comencé a apuñalarle sin detenerme, sonriendo, como lo hago ahora: Me sentía feliz. Tomé una vara y se lo inserté en el ojo derecho. Le bajé los pantaloncillos e intente castrarle como lo hacía a los perros y gatos de mis vecinos. Le clavé nuevamente la navaja al cuello, pero no logré arrancarle otro grito. Fue ahí qué, por primera vez, el miedo se apoderó de mi y escapé de la playa, acudiendo al mercado para cumplir con el recado que mi madre me había encargado, pues haberlo hecho, no me convierte en un hijo desobligado."
Ariel López, nacido en Guatemala en 1992, vive en Mérida en donde estudia la licenciatura en biología; nos narra la contemporaneidad con esa soltura con que todo joven platica hoy sobre las drogas, la muerte, la violencia como un juego de niños; acostumbrados a los video juegos, al internet tan cargado de imágenes que suman en nuestro inconsciente y nuestra psique sus colores y sonidos. Pero también nos presenta en sus poemas esa fresca voz juvenil que tiene mucho de grito, y esperanza a través de saber resistir y levantar la voz cuando hay que hacerlo. López es el primer escritor de este grupo que hemos analizado que se atreve a caminar en los dos géneros, el de la prosa y el de la construcción del poema, y en los dos saben salir bien librado. Su voz poética es un reclamo social: "Voltéate periodista de arena, / La playa se tiñe del calor de la tarde / y eres el ojo carnoso cuya pupila absorbe". Las preocupaciones de Ariel son muy claras, el fácil acceso a las drogas, la falta de optimismo, la desesperanza de las religiones, la búsqueda de la libertad.
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En su cuento "Saudade", el autor nos deja muy claro lo fácil que es para todo joven que tenga la intención conseguir drogas, en cualquier ciudad o poblado de México: "Ese día creo que fuimos el Flaco, el Mono y yo. No conocíamos al dealer, pero nos recomendaron mucho su producto: siempre tiene la mejor calidad de la mierda que te metas al sistema, dijeron todos". Mientras que la parte mística, tanto como la parte creativa, se entrelazan en sus poemas. En UN TRAZO DE MUERTE, Ariel nos aclara: "Allá viene Lucifer, /cayendo con toda su orquesta iracunda. /Allá viene la carcajada repleta de dientes, /herido de guerra apunta en el delirio."; y en esa "carcajada repleta de dientes" es en donde se narra la idiotez, la poca cordura para la aceptación de cualquier Armagedon; somos sobrevivientes a la decadencia, nos volvemos decadentes, somos parásitos en la cueva pútrida que la vida. Parásitos al fin, nada no daña, como alimañas, resistiremos, sobreviviremos como cucarachas. Pueden venir los Cuatro Jinetes del tan anunciado apocalipsis, nosotros seguiremos riendo a carcajadas, riendo junto a nuestro destructor (Lucifer, el que trae el fuego, el portador de la luz), porque nos hemos acostumbrado a los descabezados, a los desmembrados a los encajuelados, que ni un infierno puede ya asustarnos. En tanto que en su texto MALETA HUMANA, el autor deja claro que los demonios son más terrenales que sobrenaturales: "Un demonio te arrastra, llena tu pecho /con pesadas caricias."; la sexualidad y la sexualización de los infantes; tanto como el infantilismo de los adultos, nos brinda una población mexicana que deriva en la sexualidad "erotoplástica", en la que misma genitalidad se va haciendo a un lado. Para su poema EL ARQUERO, el autor nos presenta la 278
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incertidumbre ante la creación poética, y la búsqueda del poema, que ocurre de manera natural: "Sus manos se tensan en / posición caligráfica, /sostiene el arco una vida /intermitente /en el horizonte."; el autor retrata al creador poético, rodeado de ese aura que nos brindan las sagas de la fantasía que en la actualidad son tan perseguidas como éxitos editoriales y de taquilla, cuando de películas se trata. Con una visión muy clara para expresar el sentimiento, López se vierte honestamente dentro de sus creaciones poéticas, y de esa decadencia en la que se plantean las experiencias nos dice en EXPLORACIÓN DEL SUFRIMIENTO, "Debemos aislar toda partícula del sufrimiento, /cada lágrima extinguiéndose en el aire, los detalles en las pausas del grito." Los poemas que Ariel López construye pegan en el alma, se asientan en la mente, son dulces en su carga de tragedia, son duros en su ternura. Son esas pausas del grito, que necesita ser escuchado. Esa pausa que significa el silencio, para que la voz del hablante lírico no ocupe todo el espacio definido por el tiempo, en el que su grito se eleva; sino que permite la aparición del silencio, con la oreja atenta, esperando por el Otro, por la voz que le responda. Porque el grito es el escape "En ese big bang de violencia /donde la bala marca el trayecto"; nos dice el poeta, y uno puede preguntarse ¿a dónde nos conduce esa bala que marca el trayecto? ¿a dónde nos conduce toda esta violencia? ¿ya no tenemos miedo? Como fantasmas, hemos muerto ya, nada más nos debe preocupar, porque a nadie pueden matar tantas veces. Ariel López se desdobla con mucha claridad, y dibuja a toda su generación, en esta impostura asediada por el monstruo de tres cabezas: El Neoliberalismo, Lo políticamente correcto y las Luchas de la Genitalidad y su Patriarcado erigido como Tótem. En su Karst. Escritores.
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poema RETRATO, el poeta nos dice: "Soy el sobresalto de un sueño fallido. / Pura presencia, carencia de sombra, / lo rechazado por verdades y mentiras. / Soy ese rostro / que abandonan los ojos al filo del espejo."; el rostro que abandonan los ojos al filo del espejo, cansados de mirar, apenados de ver un rostro incapaz, doblegado; personajes que no quieren mirarse de frente. Y como un poeta observador de la sociedad que le toca vivir, Ariel López marca el paso para los escritores kársticos en este 2016, con su poema titulado: EL SACRIFICIO, en el que plantea la voz combativa de la juventud, en contra del mass media. En el que puede observarse la constante que ha venido a derivar la poesía social que se ha construido en Mérida, Yucatán, y que con Mario Pineda Quintal (nacido en 1986) sonaba más o menos así en su 'Discurso de un ciudadano más', publicado a principios del año 2012: "Camaradas / hermanos de huella / las calles nos pertenecen / Sangre quién sangre / Nuestros antepasados las hicieron con sus pies libres / caminando de cuadra a cuadra / sin temor a no seguir el mismo paso // Camaradas / no dejemos que esta historia / se hunda en los baches donde hemos caído / arranquemos las púas de la esclavitud / enrollada en nuestros dedos / Sangre quién sangre // Basta de resistir / es momento de avanzar a la victoria de pasos interminables / No vamos a respetar los semáforos que impusieron los invasores / patadas al rojo hasta que sea verde / verde de nosotros // Camaradas / Descalzos y valientes / aplastemos las banquetas de los invasores / el asfalto es de nosotros / Recibamos el sol de la mañana caminando / ni un paso atrás / Sangre quién sangre." El espíritu combativo es el que permea en las hojas de esta antología, ese mismo espíritu que se narra en la aulas, 280
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que se dibuja en el consumo de libros, obras de arte, filmes. Y sangre quien sangre, hay que seguir caminando, sin más temores a la noche y a la oscuridad. Estos son los vasos comunicantes que se presienten, se recrean, permanecen y van evolucionando en el pensamiento de los escritores del Karst. Melbin Cervantes (Cancún, Quintana Roo, 1991) es el poeta que canta, el poeta que cuenta, el poeta que continúa su búsqueda por un lenguaje de silencio, como persiguiendo al dios que hay dentro de las palabras, con la finalidad de encontrarlo y ser así mismo dios-creador. Con la fatalidad asombrosa de matar al dios para ocupar su lugar como creador, tal como lo han dispuesto anteriormente ya Daniel Medina Rosado; pero la batalla que Melbin ha comenzado se puede paladear en sus textos: "Sobre ríos que no cesan / viaja el lenguaje." Porque es una verdad que el lenguaje, materia prima de los escritores, es como un río que no deja de fluir, y que llega a inundarlo todo, los cuadernos, las mentes. El autor sigue sobre ese río, no navega en él, se deja arrastrar e incluso nada entre esas aguas buscando las orillas, buscando asentar el pie firme en la ribera. Ese perseguir el silencio que todo autor requiere, esa búsqueda que jamás cesa: "Apagada lámpara, / en el olvido de la noche, / es la esperanza". La esperanza reflejada y descrita como una apagada lámpara en el olvido de la noche, porque al igual que sus coetáneos, Melbin es presa de esa desfachatez de la desidia, a la que trata de resistir, pero es su hablante lírico quien le grita y nos recuerda: "¿Somos cobardes? / ¿Habrá defensa para nuestras faltas?". Porque aún presos en esa Cultura Neocristiana, se siguen pensando en que "hemos cometido faltas" y por ello estamos siendo castigados, por ello tenemos Karst. Escritores.
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un mal gobierno, por ello no alcanza la economía, por eso el desempleo de los jóvenes, por eso una educación lastimosa. Y no terminamos de enfrentar a ese Monstruo de Tres Cabezas: Neoliberalismo, Lo Políticamente Correcto, La Batalla de la Genitalidad. Aceptamos una culpa que no nos representa, que nos han venido imponiendo desde las revoluciones de inicios del siglo XX: "El lenguaje de esta piedra que tenemos / por corazón: sólo sabe nombrar /vitupera lo sagrado." De la misma forma como antes lo ha hecho Daniel Medina y Ariel López, Cervantes establece su creación poética en preguntarse por las voces, por la creación, por quién se es. E intenta definirse dentro de su poema Sigo las huellas que dejó el silencio: "Soy tan solo un rostro de brillo que dura el instante / vientre azul vertido al mar."; recurre al paisajismo, alimentando por la vida que lleva en la isla de Cozumel, en el estado de Quintana Roo, donde reside actualmente (2016), y con esa idea alimenta su poema "Primera nota", que le hace decir: "Un rayo para destellar el horizonte / enciende este poema /que está colgándose del cielo". Materia formativa para el texto, el paisaje, por el que el poeta Melbin se muestra observador del ambiente que le rodea, y desde ese sentirse pleno entre la naturaleza, puede descargar sus versos, como abrirse a la libertad: "Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres." Y en este dudar "no nos creemos tan libres", es en donde se continúan sintiendo y sufriendo los grilletes de un dogma de fe impuesto desde la conquista de la América Hispánica. Los nacidos en los noventa cierran con el trabajo narrativo de Jhonny Euán Canul (Mérida, Yucatán, 1991), un autor que ha sabido caminar de a poco sobre la literatura. Plasma sus lecturas cotidianas en la construcción de sus 282
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obras. Los guiños a Bradbury, a Lovecraft como a Cortázar, Borges, Saramago, entre otros escritores del canon contemporáneo, son constantes en sus construcciones. La habilidad de Euán consiste en que sus narraciones no sólo son ágiles sino imperiosas, cargadas de una necesidad de romperse en pedazos ante los ojos, son prosas tangibles, cárnicas. El sexo, la juerga juvenil, las relaciones de pareja, la brutalidad sexual, el desenfreno, la desesperación, todo se cuenta con tal soltura que uno llega al final de los textos con un sabor a menta: "Haces lo que más amo en esta vida, escribir.", dice uno de sus personajes. Y en su trabajo podemos ver cómo se va ampliando en registro de su narrativa, ya que para desarrollar "La montaña de fuego", hace uso de sus lecturas, y con ellas construye la arquitectura de su prosa: "Me voy a casa, la azotea del Hotel Lovecraft. Al llegar, intento dormir pero el jodido sueño de siempre me exaspera: mis padres cogiendo al mediodía. Fahrenheit 451 en el televisor de la sala." Si algo nos faltaba para mostrarnos la juventud mexicana, situada en esta planicie kárstica que es la península de Yucatán, habría que referirse al rock que desde los años de 1960 ha creado una plataforma que durante décadas ha inundado de conciertos independientes la ciudad de Mérida, como algunas de las otras poblaciones de Campeche y Quintana Roo. Y sembrado en esa idea, Euán narra: "La banda sube al escenario. La gente grita, el suelo sucio y mojado, y el alcohol escurriéndose por los cuellos. Estridencia. Todos los cuerpos comienzan a girar como ritual prehispánico, el calor los rodea y los ojos se aceleran, se golpean, las guitarras sin explotar, nadie se detiene." Libertad, energía, pasión, flama, fuego, incendiarse, hacer correr el incendio por toda la ciudad, por todo el Karst. Escritores.
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mundo al que se tiene acceso como joven. El incendio que son estas voces que necesitan hacer arder la sociedad toda, quemarla por completo para que vuelva a nacer, como al hacer la milpa en las tierras mayas, como al agostar el potrero, hacer la roza, tumba, quema como desde los tiempos prehispánicos; y eso es lo que más o menos vienen a mostrarnos los autores, como Euán que recurre al fuego metafórico: "En mi mundo sólo hay amigos y cervezas, y a veces unas viejas, grita el vocalista. Soy feliz aquí, para qué quiero leer libros si puedo reventarme." El incendio que primero quema por dentro, y luego va quemando lo que toca. Euán en su narración rescata esas desechadas costumbres de odiarnos los unos a los otros, mientras al mismo tiempo nos seguimos buscando en la apertura de braguetas, en el bajar de faldas, y subir de blusas. Mujeres que lo pueden todo, hasta sacar de quicio a aquellos que saben violentarles los espacios de su cuerpo, o en el imaginario de la falsa libertad que nos incita a doblegarnos los unos a los otros. Luego es de nuevo el alcohol, el sexo, la lucha genital por saberse vencedores o vencidos, el simulado amor de la juventud marcado por la violencia. Esas tribus que van de un lado a otro, naciendo en el terror del abandono, de las infancias lamentables como la de la niña narrada por Violeta Azcona, en la anterior entrega de esta serie que es abusada por su padrastro. Y entonces nos asomamos en la prosa de Euán a una nueva escena que avanza sobre la violencia, que como una alimaña se ha metido entre las juventudes, teniendo de música de fondo esas canciones en que han crecido, rememorando "los clásicos" de una época que nos les tocó vivir pero que hoy alimentan en el recuerdo: “Simphony Of Destruction” de Megadeth, que es 284
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mencionada en la narración, o como aquella "Sympathy for the devil", que desde los años 70 nos cantaran los Rolling Stone, pero que en los noventa volviera a ser grabada en una versión más actualizada, para esa otra generación nacida al final del siglo XX, e interpretada por Guns and Roses; personajes que simpatizan con el mal. La obra narrativa de Jhonny Euán se vislumbra crítica, con esa carga sexual y violenta que requiere toda penetración. Cual 'runaways', chicos que huyen de casa, chicos, jóvenes, que construyen una vida tribal, apenas recuperándose de una mala infancia, de padres que circulan en el borde de la drogadicción, el alcoholismo, como si fuera la ruta trazada para sus hijos que seguirán alimentando esa misma idea. Padres que son demasiado permisivos hasta el abandono, o que son demasiado opresores hasta la violencia. Esta es la generación de los nacidos en la década de 1990, y entre los Escritores del Karst. Estas son algunas de sus prioridades, y esa violencia, ese desencanto, que los mantiene atados en sus lecturas, respondiendo dentro de la literatura, como una buena forma de retratar el entorno, asentarlo en el papel, para poder al fin, darle vuelta a la hoja, en espera de una nueva oportunidad. PARTE TERCERA. DÉCADA DE 1980.
LOS
ESCRITORES NACIDOS EN LA
Para hablar de la literatura escrita por autores nacidos o avecindados en la península de Yucatán se encuentran pocas referencias. Tristemente, una de esas referencias es la que ha dejado el poeta Marco Murillo en el portal del Círculo de Poesía. Y digo "tristemente" porque se le tiene que tomar como referencia ya que poco hay al respecto, y Karst. Escritores.
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que adolece de muchos problemas, uno es el que el mismo Marco Murillo decida incluirse a sí mismo en dicha selección de autores, como si hubiera hecho la relación para dar a conocer su obra que para el 2011, año de publicación, apenas comenzaba a despuntar. Murillo en vez de permitir que los editores o lectores de poesía encuentren su obra y la valoren, decide valorarla él mismo. Otro error es incluir en su antología de nacidos en la década de 1980, a Rodrigo Ordóñez Sosa (nacido en 1979) a pesar de que intente explicarlo diciendo: "porque es un puente entre la nueva generación y la anterior", porque el trabajo de Rodrigo no es un puente generacional, y si lo señala porque nació en 1979, habría que hacer el puente entonces entre los nacidos en 1979 y 1980, para ver si es que en poesía ¿existe algo que pueda denominarse 'puente generacional'?. Marco Murillo incluye de igual forma al campechano Manuel Iris (1983) y al nacido en la Ciudad de México, Agustín Abreu, lo que nos lleva a decir que la antología de los nacidos en los 80, no es tal al incluir a un autor nacido en los 70; y que dicha antología no es de la poesía yucateca al incluir a dos autores nacidos fuera del estado de Yucatán. Porque hay que saber citar y referenciar, hay que saber apuntar a la hora de hacer investigación literaria (antologías, compilaciones, análisis literarios) los objetivos, los límites y los alcances para nuestros trabajos. Conscientes de que las impresiones en papel siempre requerirán mayor presupuesto que las electrónicas o en PDF, y que eso pueda limitarnos la extensión de nuestro análisis. Pero un texto que pretendía de inicio presentarse a un portal electrónico como Círculo de Poesía, podría estar más completo, o al menos tener los límites mejor definidos: nacidos y avecindados en Yucatán, y entonces poder incluir a Iris y a Abreu, como se hizo; y 286
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como he dicho si se pretende analizar la frontera entre los nacidos en los 70 y los 80, habría entonces que validar a ambas generaciones y no incluir a Rodrigo Ordóñez como se hizo, sino ser claros y decirlo: Rodrigo es, como Marco A. Murillo, Manuel Iris, Nadia Escalante, Karla Marrufo, Manuel Tejada y Agustín Abreu parte de la Red Literaria del Sureste. De la misma forma, y siguiendo con los equívocos, Murillo menciona tres antologías hechas anteriormente en Yucatán. De una de ellas La voz ante el espejo, menciona a su compilador Rubén Reyes; pero de Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores yucatecos no menciona a los compiladores que fuimos Ivi May (nacido en Mérida, Yucatán, 1980) y yo (quien escribe estas líneas). Y es que además la antología de Murillo no incluye al escritor, maestro, columnista crítico de las letras Ivi May, poeta, dramaturgo, y quien fuera Premio Estatal de la Juventud en el año 2007 (cuatro años antes de que Murillo publicara su texto en el portal mencionado, por lo cual Murillo no puede señalar que no tuviera conocimiento de quién es en las letras yucatecas Ivi May). De esta forma es evidente que el trabajo de Marco Murillo surge como abono precisamente a la inocua batalla que desde el año 2000, la Red Literaria del Sureste ha lanzado contra el Centro Yucateco de Escritores (CYE, fundado en los años 90). Por tal motivo la antología en línea que Murillo lanzara en el año 2011, no fue bien recibida, y fue muy poco consultada. Más adelante, a finales de 2011, Murillo publicaría su poemario Muerte de Catulo como una plaquette bajo el sello de la 'Catarsis Literaria El Drenaje'; donde apareciera igual la plaquette Que me sepulten recostado en la palabra, de Jorge Manzanilla Pérez. Dos autores publicados por la Karst. Escritores.
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'Catarsis Literaria El Drenaje', de la cual yo soy el coordinador y fundador desde el año 2003; dos autores publicados en la Catarsis que se juntaron para realizar la antología Casi una isla. Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de 1980. Un proyecto que se había gestado con la idea de terminar con aquella batalla Red Literaria – CYE, y que tiene su inicio en el 2013, cuando incluía a 10 autores que acá cito: Wildernaín Villegas (1981), Christian Núñez (1981), Nadia Escalante (1982), Karla Marrufo (1982), Manuel Iris (1983), Ileana Garma (1985), Jorge Manzanilla (1986), Marco Antonio Murillo (1986), Mario Pineda (1986), Esaú Cituk (1988); de los cuales Mario Pineda y Esaú Cituk fueron sacados para dar entrada a Agustín Abreu, nacido en la Ciudad de México, y así publicarla en el año 2015 con el apoyo de la Secretaría de Cultura de Yucatán (Sedeculta). Vemos entonces que Murillo no respeta ni su propia antología anterior de autores nacidos en la década de los 80, publicada en Círculo de Poesía en 2011: porque aunque vuelve a dejar fuera a Ivi May, esta vez también saca a Manuel Tejada (1980), quien en 2015 ganara el Premio de Poesía José Díaz Bolio auspiciado por la asociación Pro Historia Peninsular (Prohispen); mismo premio que ganaran Ileana Garma (en 2005), Jorge Manzanilla (en 2013), y este 2016 hasta Karla Marrufo, que sí fueron incluidos en la antología Casi una isla; aunque en este 2016 como parte del jurado que premió a Karla Marrufo se contó con la poeta Nadia Escalante, otra ganadora del Premio Prohispen de Poesía José Díaz Bolio (lo ganó en el 2006). Por lo que este vínculo Marrufo-Escalante, ambas antologadas juntas por Murillo, las dos relacionadas con la Red Literaria del Sureste, las dos estudiantes de la Universidad Veracruzana, 288
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las dos juntas en carteles de lecturas públicas compartidas y organizadas por su agrupación cultural, tiene que hacer que sospechemos de la validez y pureza de un premio de poesía que se ha vuelto regional y que cuenta con aportaciones económicas del dinero público. Sin embargo, hay que hacer notar que entre los autores nacidos en la década de los 80, otros ganadores del mismo premio de poesía auspiciado por Prohispen son los poetas, Omar Góngora, nacido en 1982, quien lo ganara en el año 2001, y el mismo Ivi May de quien ya se ha hecho mención y que lo ganara en el año 2014. ¿Cuál es entonces el método para la inclusión de los poetas en las dos antologías de Marco Murillo? Omar Góngora, tiene libros de poesía publicados, ha ganado varios premios literarios, pero no es considerado en ambas antologías. Manuel Tejada fue considerado en la primera antología de Murillo, pero al sacar Casi una isla, fue ignorado. Mientras que Mario Pineda ganador del premio de poesía Jorge Lara en el año 2006, estaba al inicio del proyecto, pero al final fue sacado del mismo. Y Armando Pacheco Barrera, quien fuera mención honorífica en el mismo premio José Díaz Bolio de poesía en los años 2005 y 2006, ganador en dos ocasiones del Premio de Poesía Joven Jorge Lara en el 2003 y 2006, y quien este 2016 se hizo con el Premio Regional de Poesía Sian Ka'an en Quintana Roo, no fue siquiera contemplado. Otro poeta nacido en los años 80 es Nelson Ibarra Canul, quien fuera el iniciador de los talleres de la Catarsis Literaria El Drenaje. ¿Es este el trabajo de un antologador, hacer una compilación carente de metodología? ¿O es acaso que únicamente está validada por el gusto estético personal? Lo cual es válido en cuestiones de presupuestos, pero que salta a la vista cuando el mismo Marco Murillo en una entrevista Karst. Escritores.
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dice lo siguiente: "la generación de los ochenta ya hizo lo suyo en Yucatán y ya están dados los nombres de los que están trabajando constantemente, que son los que aparecen en la antología Casi una isla"; y sin embargo se exponen poemas, se presentan fichas de los autores, pero Murillo es incapaz de hacer un análisis profundo de los textos, y con ello habría que señalar ¿a qué se refiere Murillo cuando señala que 'ya hicieron lo suyo en Yucatán'? Un total equívoco, toda vez que como hemos analizado la antología Casi una isla, carece de metodología en la selección de los autores, incluyendo incluso a Christian Núñez, quien ha publicado al menos tres libros de poemas, pero quien no ha sido recipiendario de premios por su obra poética. Al contrario de Manuel Tejada, que ha recibido premios, pero que no ha publicado ningún poemario de manera individual, pero que sí ha sido antologado en otros proyectos pero no en Casi una isla. ¿Fueron sus premios literarios por su obra poética o fueron acaso sus libros publicados los que les valieron la inclusión? Hemos visto que Omar Góngora que tiene tanto premios como libros de poemas publicados no fue incluido en las dos antologías de Murillo. En total, habrá que decir que de los 9 autores que al final quedaron en la antología Casi una isla, 7 de los mismos, o forman parte o están relacionados con la Red Literaria del Sureste, por lo que solo Jorge Manzanilla (quien funge como compilador) no es parte de la Red Literaria del Sureste ni del Centro Yucateco de Escritores, y que Ileana Garma quien cuando le conviene sí es parte del CYE, pero que ha recibido premios nacionales como el Caza de letras de la UNAM, tanto como la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), por lo que no podían dejarla fuera; como sí lo hicieron con Esaú Cituk y con Mario 290
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Pineda, que no tienen relación ninguna con la Red Literaria del Sureste. Contrario a la soberbia mostrada por Murillo, hay que apuntar, sin embargo, la moderada voz de Jorge Manzanilla, el otro compilador de Casi una isla, quien tiene a bien señalar: "este libro pretende dejar un registro dentro de la historia de la poesía en Yucatán, con la intención de establecer una generación emergente de creadores destacados y reconocidos por su trabajo en el ámbito de las letras". Por otro lado, es necesario señalar que los autores dedicados a la prosa, han recibido aún menos apoyo para sus obras, ni siquiera para antologías. Recordemos de nueva cuenta el trabajo Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores yucatecos (2007), y los volúmenes I y II de Cuentos del Caribe, que fueron publicados en el primer lustro de los dos mil. En la primera se puede leer el trabajo de Camilo Solís, quien con el tiempo se dedicara más a la investigación, tanto como de Manuel Tejada, cuya incursión en la poesía le está dando dividendos actualmente, y quien por muchos años ha sido un constante animador de la cultura con sus columnas en el periódico Por Esto! Otro de esos autores de la prosa presentes en 'Novísimos escritores yucatecos' son: María de Lourdes Pérez, Patricia Garfias, Grisel Ávila Ortega, René May Leal, Juan Sánchez Cocom, Juan Esteban Chávez, y Armando Pacheco. Juan Esteban ha publicado novela, y entre las mujeres Patricia Garfias es una de las autoras con mayor aliento narrativo. De los autores que fueron surgiendo después se puede contar con Joaquín Peón, quien se mudara a Jalisco, como editor de la revista Replicante, y el excelente autor Gerardo Hoy Acosta, quien formara parte de los talleres de la Catarsis Literaria El Drenaje. Karst. Escritores.
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Es necesario considerar esas referencias mencionadas para poder comentar a los escritores del Karst, nacidos en la década de 1980, ya que aunque muchos de los que ya hemos mencionado aparecieron en la escena a partir del año 2000 o incluso antes de eso como Ivi May, o Armando Pacheco (ambos nacidos en 1980), quienes desde su etapa como estudiantes de bachillerato en el Centro de Educación Artística (CEDART) Ermilo Abreu Gómez, a los 16 y 17 años ya habían comenzado a trabajar en su obra literaria; otros dejaron pasar los años para que pasada la primera década del siglo XXI (2010) comenzaran a tener acercamiento con los talleres literarios, las Escuelas de Escritores o de Creación Literaria. El primer autor al que accedemos de los nacidos en los 80 es Daniel Ferrera Montalvo (Mérida, Yucatán, 1989); cursó algunos años de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana en la UADY, ha publicado en revistas nacionales y fuera de México. Presenta un trabajo cargado de esa limpieza de imágenes en las que siempre flota la calamidad. Su voz narrativa camina como una mezcla de Quiroga y Borges, y desde ese tono, los sucesos que Daniel narra nos hace disfrutarlo. No se trata de una autor que nos muestre sólo su entorno actual, ni de un autor en el que se noten los espacios vitales de su ahora. No. Daniel figura los extremos literarios en los que ha permeado, y los pliega uno sobre el otro, para atrapar la realidad dentro de la ficción. Sus personajes habitan con los personajes de otras lecturas, con los personajes de otros autores, desde ahí se desdoblan. Sus lecturas mutan en su ingenio, y nos narra desde ese punto. Una creatividad que es impulsada para rellenar esos espacios que tanto le gusta abrevar en sus propias lecturas. Hace coincidir la lectura de su obra, con la obra 292
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latinoamericana que ha abrevado. En su CUADERNOS DE UN AHORCADO, Ferrera nos entrega a la locura, pero es difícil decidir quién es el enfermo: el joven que escribe, o la madre que lo mira escribir: "El joven reconoció que había muerto cuando notó la amarga indiferencia de la gente. Era demasiado astuto como para ignorar que era invisible ante los demás." Y con esta idea de la juventud actual podemos decir que presenta la misma depresión que se deja sentir en los textos de Ariel López, o en los de Ángel Nimbé. Daniel Ferrera Montalvo evidencia tener una pluma educada en lecturas y análisis; y nos ofrece en cada historia esa sensación de la literatura hispanoamericana en donde se ha dejado construir su texto. Influencia que el autor asume sin reparos: "Durante su infancia había leído muchísimo sobre el Doppelganger, la idea de que en algún punto ─y en algún curso─ existía un ser idéntico a él". La minificción titulada "Cuadernos de un ahogado", tuve la fortuna de escucharla en una lectura pública en la Casa Colón, en Mérida, cerca del año 2014, y ya evidenciaba a un autor que estaba decidido a dedicarse a la literatura. Pero la juventud se entorpece con las decisiones inmaduras, y una de esas decisiones siempre será la Falta de Disciplina. Eso ha hecho que el trabajo de Ferrera Montalvo se vaya estancando y no continué su crecimiento. Sin embargo, joven aún (27 años para este 2016), hace pensar que se está a tiempo de apretar el acelerador para decidirse a escribir y escribir y leer y leer. Desde aquel momento pude percatarme de la calidad que presentaba su trabajo: "El oficial cerró el cuaderno de notas, miró a la señora distraído y luego de unos segundos mintió: 'Aquí sólo hay historias señora, meras fantasías de escritores.'" Karst. Escritores.
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Otro tema en el que Ferrera se construye es el erotismo y la sexualidad que se dejan ver en su obra; desde ahí construye su minificción "HELENA"; y también nos puede mostrar una marcada tendencia sobre sus búsquedas. Autores que eran niños cuando ocurriera en México el fenómeno de las tribus denominadas "Emos", que eran el reflejo de una corriente musical denominada "Emotional Hardcore Music", en el cual los seguidores mostraban su hastío respecto de la sociedad, validando la muerte, el suicidio, el lastimarse a uno mismo, para saber si en verdad se estaba vivo. El asumir en el dolor físico la posibilidad para la ternura, el transformar la dulzura de la niñez, y de la juventud, en la posibilidad del engaño, de la más cruel violencia. Si como jóvenes hemos de sufrir a manos de otros, ¿para qué? mejor sería destruirnos a nosotros mismos, y así nadie podría hacernos daño, acostumbrarnos al dolor que nosotros mismos nos hacemos, para sobre llevar el dolor que los otros puedan causarnos. Y entonces mezclar el Erotismo con los Juguetes, con los Muñecos de Felpa, de Trapo; validar todo lo infantil en un desarraigado egoísmo. Ferrera Montalvo lo muestra en la siguiente escena: "Me gustaba Helena porque parecía una muñeca. Sus ojos, su mandíbula, sus hombros delgados, todo en ella estaba dispuesto como en cuidadosa manufactura. La verdad yo adoraba su vagina; su vagina estrecha e irritante y su boca de acrílico que me lloraba suplicando 'Libérame Álvaro, libérame Álvaro, y arráncame este gusano que roe mi cabeza, yo siento cómo muerde aquí en mi cabeza.' Entonces yo la tomaba del pecho y me masturbaba con ella hasta que amaneciera, hasta que lentamente perdiera el brillo en los ojos y se le gastara la vida."
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Y con esta imagen gráfica que alude a ese erotismo reflexivo, muestra además el dolor de la soledad (esos hombres maduros que viven solos y se complacen con la prostitución), o de alguna pareja que a pesar de la violencia de la penetración, o del maltrato social, recae en la construcción del espacio social que es bien visto por la sociedad: La enamoro, la maltrato, y le hago el favor de casarme con ella y darle una familia. "Esas mujeres deberían estar agradecidas", parece gritar la sociedad. Y Ferrera Montalvo, sabe ser cínico para narrarlo. "Comencé a buscarlos y sin saber por qué, me dirigí a la piscina, una alarmante corazonada me decía que allí estaban. En efecto, sus cuerpos flotaban inertes en medio de las hojas amarillas, con sus cabellos largos cubriendo sus preciosas caras. Desde luego, me abalancé llorando, incrédulo de lo que veía, gritándole a Dios que no fuera verdad, que me los devolviera."
Y con la pluma observadora del mundo que le toca vivir, relata los estados sicóticos de las parejas. El abuso intrafamiliar y doméstico. La violencia de los 'enamorados', la venganza de la mujer sobre los infantes, o su manera "estúpida" de ofrecerles protección: "Ellos no sufrirán lo que yo, mejor los mato y luego me suicido". Estados sicóticos que vemos igual en la prosa de Jhonny Euán, o en aquella mujer de Gema Cerón que termina por matar a la suegra, como en aquel trágico texto de Violeta Azcona, que termina con su violador, y con la madre que ha solapado al que ha abusado de su hija. Estos estados mentales en que los personajes parecen recrear una realidad que empieza a volverse escandalosa para una sociedad que termina por aceptar de manera por demás natural, vivir pendientes del siquiatra, como si la normalidad fuera tener un psiquiatra de cabecera. Como si nuestros hijos tuvieran que ir al dentista al Karst. Escritores.
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menos dos veces al año, y al siquiatra una vez al mes. Porque las historias al respecto se han vuelto recurrentes: 1) Mi hijo de diez meses me estuvo golpeando, anda muy enojado desde que su papá y yo nos separamos, no es normal. Hablé con mi siquiatra y me recomendó que apenas cumpla el año lo lleve con el paido siquiatra, para que comience la terapia con mi hijo. 2) Es normal sentirnos mal, y sentirnos violentos, sentirnos miserables y que nos hundimos cada día más, mi siquiatra me ha dicho que debo enfrentar mi situación, aceptándola, y no sentir vergüenza, poder decirle a todos: Sí, soy paciente siquiátrica, y he decidido armarme de valor, y recluirme en una clínica. No debe darme pena aceptar que estoy enferma. 3) Hola me llamo Fulano-Fulana, soy bipolar, si ves que me comporto extraño, tienes la obligación de entenderme; y de esta forma evidenciar aquella debilidad de carácter, y rendirse ante los medicamentos, validando el abandono al que se someten en busca de que el psiquiatra sea quien los saque adelante, como antes el sacerdote. En su cuento SANTO Y SEÑA, Daniel Ferrera nos dice: "Tres o cuatro semanas pasaron, desde la muerte de mi padre, cuando dibujé aquel hombre clavándose un martillo en la cabeza. Los doctores alegaron que lo usual era que pintara casas con árboles, arcoíris, inclusive familias tomadas de la mano, pero yo requería dibujar lo que veía en sueños, lo que esas voces me dictaban en la impenetrable noche." Y de la misma forma, que otros autores ya mencionados en estas páginas, su visión de la religión imperante en su sociedad, le brinda el motivo para rechazarla, aún con una provocación herética, carente de importancia, porque ante lo que no se cree, no te impele respeto, el autor mezcla la crítica social sobre la crítica de la 296
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culpa que las religiones han validado sobre la construcción de grandes sectores de la sociedad mundial. Daniel Ferrera, privilegia sobre la escena lo literario, ante lo escandaloso, y narra de una manera por demás natural la idea del coito entre su personaje con la virgen, que acaba siendo el coito con su propia madre. Esta unión madre-hijo, madre dominadora, madre fanática religiosa, con hijo enfermo mental, enfermo porque así han querido que lo sea, para poder tenerlo dominado y en casa. Los paralelismos con su anterior texto "Helena", son similares; porque existe de la misma forma una opresión de la madre sobre el hijo, como en aquel texto de la madre que mata a sus hijos. Pero en este texto contrario al texto de Helena, la figura paterna, la ocupa la religión de la madre. La religión es el "macho" que tiene doblegada a la mujer. El erotismo es de la misma forma, gráfico: "Un chorro caliente y amarillo salía de mi cuerpo hasta antes de ver la imagen detrás de la cortina de vidrio. Era una morena hermosa, de larga cabellera negra, bordada de un centenar de estrellas. Tenía los senos grandes y las caderas anchas como una graciosa potranca de corral. Yo la miraba sin poder quitarle los ojos de encima, esperando a que se moviera o a que ocurriera algo, pero en algún momento imprevisto, sólo dios sabe por qué, advertí que me había excitado."
El relato del incesto que Ferrera Montalvo narra, pasa de ser primero entre la Santa, la Virgen, la figura estatuaria, hasta reproducirse en el cuerpo de la madre del personaje. El texto en su claridad no solamente es fuerte, llega a ser incluso divertido, desde una lectura contemporánea, lo cual establece el punto exacto en donde la sociedad literaria, la comunidad artística se ha prolongado. Por un lado los temas siguen siendo fuertes, y por otro, las relaciones de la realidad continúan siendo marcadas por la Karst. Escritores.
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sociedad. El impulso para que Daniel Ferrera establezca estas ideas literarias, nos habla de esa búsqueda de romper con los conceptos sociales, y terminar por liberar las conciencias. La religión como esa droga que tanto daña a los que se vuelven fanáticos, y que es bien aprovechada por personajes sin escrúpulos, que en muchas ocasiones abusan de sus feligreses. Ferrera Montalvo se atreve: "Todas las noches, al momento de cruzar los altos pasillos de la casa, los cuadros, los espejos y los relojes temblaban y yo sentía otra vez las terribles voces mascullándome al oído y las alucinaciones que dibujaba en mis cuadernos. Entonces caía en un profundo solipsismo del cual sólo me recuperaba después de haber rayado las puertas y tapices con círculos y al azotarme contra las paredes hasta perder el conocimiento. Al abrir los ojos, la dulce morena se recostaba a mi lado con sus enormes pechos desnudos en un claro gesto de cansancio y arrepentimiento. Yo no podía dejar de preguntarme por qué una mujer tan bella se regocijaría de ese modo conmigo, pero ella parecía entenderme y en una significativa muestra de los dedos a la boca, me repetía muy suave al oído: "No digas nada, no digas nada."
O como ocurre en otra de sus narraciones, UN ENCARGO ESPECIAL, son los hijos quienes tienen que lidiar con la enfermedad (locura) de su madre; al grado de que la hija termina por desaparecer, o más bien es "desaparecida", como ocurre con tantos jóvenes y jovencitas, que o huyen de casa, o por falta de cuidados, terminan siendo secuestrados o se van de casa, hartos o en busca de crear su destino propio. En todo el texto, es obvia la falta del padre, para la conformación de aquellas familia que las comunidades cristianas aun quieren llamar como "familias normales", y en las que Daniel Ferrera, deja entrever, de manera sutil que en una familia donde falta el padre, la madre enloquece, los 298
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hijos terminan por construirse solos, terminan locos o muertos: "Quizás la primera muestra de perturbación de mi madre, ocurrió aquella mañana de octubre cuando despertó exasperada". Pasamos luego a leer el trabajo de Javier Paredes, (Umán, Yucatán, 1989) un juglar de la palabra, un anacoreta del lenguaje, quien vive rodeado de pinceles, colores, lápices, hojas y números; con un libro siempre junto al pecho, una idea metida siempre en la bombilla que le brinda esa luz que es su alimento. Un anacoreta del lenguaje, un juglar de la palabra, y desde esa dualidad Javier se va burlando de la sociedad y le saca la lengua a los personajes que él mismo construye. Con una habilidad de alquimista, Paredes logra hasta en sus minificciones mantener el registro de su voz. Sus textos arden en la yema de los ojos, arden en las pupilas del tacto. Uno entra a las letras de Javier Paredes y ríe agónicamente, presa de la burla. El artificio con el que Javier construye su trabajo denota que seguirá en franco crecimiento, porque se alimenta del arte que le rodea: pintura, cine, novelas, poemas, cuentos, obras de teatro, todo pasa ante sus ojos. En sus textos, muestra habilidad al tocar la literatura contemporánea y recrearse en ella (NOTA AL PIE DE PÁGINA O CONTINUIDAD DEL CUENTO DE JUAN JOSÉ ARREOLA, es uno de sus textos), interviniéndolos si es necesario, tomando prestado personajes, metiendo a sus propias creaciones dentro de otros textos ya construidos; fanfarronea incluso acerca de sus variadas lecturas de La Biblia ("aquella zarza que vio su antepasado Moisés" como lo hace en LA SEÑAL DEL PACTO, en donde recrea el sacrificio que intenta Abraham con su hijo Isaac; o en los textos 14400, tanto como en IN NOMINE PATRIS), porque sabe que es desde las lecturas en que se ha nutrido de dónde sacará la Karst. Escritores.
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materia prima para llenar aquellos huecos que su escritura necesita, para completar aquella búsqueda en la que se decanta. Pero tal como los otros escritores del Karst, Paredes Chí, es excesivamente crítico en las relaciones familiares. En MAÑANA NO ESTARÁS AQUÍ. Uno pasa de condolerse con la tristeza de la viuda, al melodrama que nos muestra a su hijo de nueve años que dirige su vista hacia un árbol, donde hay un toro de macilenta figura. Un padre comete suicidio y Javier lo narra desde los ojos del hijo, un pequeño que camina con la madre y se conduele al mirar al animal amarrado a un árbol con el letrero encima anunciando su próxima muerte. Esa tradición de algunas regiones de Yucatán, México, América Latina, donde para anunciar la frescura de la carne, los carniceros presentan al animal que matarán al día siguiente a los transeúntes y posibles compradores de la carne, lo cual visto desde la humanidad que en muchas regiones sigue su batalla contra la pena de muerte, contra el maltrato de los animales, puede resultar ofensivo, lastimoso a las buenas conciencias, y sin embargo, un letrero sobre un animal no es entendido por el mismo animal, por lo que la sensación de desesperanza es precisamente como la señala Paredes por medio de los ojos del niño, a quien el rumiante "le parece demasiado humano". Y recordemos lo que Nietzche: humano demasiado humano. En su texto EL REPTIL, miramos a otro niño que manifiesta otro problema de tipo mental como otros autores del Karst han evidenciado; quizá autismo, quizá algún pequeño retraso, tal vez solo ingenuidad, timidez: "después de avanzar varios metros, ya no recuerda cuál es el motivo de su salida. Solamente sube y baja de la acera; se
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inclina para observar lo que hay en el pavimento: basura, baches y una fila de hormigas llevándose los restos de una cucaracha. Luego dirige la mirada hacia los árboles, hasta que se detiene en el cuerpo de un reptil. "
Nuestra civilización que continúa recurriendo a la victimización de las personas. El mismo Nietzche señalaba su desprecio por los mendigos, por los enfermos, incluso por los enfermos mentales, la ironía fue que el mismo filósofo terminara afectado de sus facultades mentales, o que al menos eso han terminado por decirnos. Javier Paredes aunado al chico que presenta con ese pequeño problema intelectual, nos narra la maldad de las calles, eso del poder del que abusa sobre el que nota a la distancia más débil. "Al doblar en una de las esquinas, se tropieza con unos chicos, que al mirarlo encuentran en él tanta ingenuidad y flaqueza como para sustituir el juego de hostigar a los perros por el de asustar a un tonto rapazuelo."
Pero Paredes va más lejos, porque nos retrata igual la maldad desde los adultos, el abuso familiar en toda su potencia con aquel que es débil, o diferente, con los hijos a quienes pretenden lastimar, porque son de 'su propiedad', e incluso escudándose en los Mandamientos de la Religión Católica-Cristiana, de los cuales el cuarto mandamiento dice: "Honrarás a tu padre y a tu madre". Por lo que hay que ponernos a pensar que si algo tiene que escribirse como una Orden (Mandamiento) que tiene que ser obedecida porque no hacerlo implica el castigo del pecado, el pecado implica la posibilidad de 'irse al infierno', es un buen recurso para la manipulación del poderoso sobre el débil, del Padre y de la Madre sobre los hijos e hijas. Entonces han hecho de embarazar sinónimo de ser Padre, parir un hijo, sinónimo de ser Madre, lo cual es totalmente falso. No es natural "Honrar al Padre y a la Madre", es una imposición ReligiosoKarst. Escritores.
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Cultural, porque el título de Padre y el título de Madre, debe ser algo que tienen que ganarse al cuidar, querer, respetar, valorar, ayudar a salir adelante a sus hijos, y no al contrario. El Mandamiento debería ser: Honrarás a tus hijos. Pero Javier Paredes que lo sabe, logra dejarlo claro en su texto, el mostrarnos lo que la cultura Neocristiana ha decidido llamar padre: "Esteban llora, se siente impotente, y sobre todo, porque entre las mofas de los pillos cree reconocer la voz de su padre, diciéndole que es un maricón y que por eso no se sabe defender." Javier Paredes Chi es un escritor que mide de forma inteligente el tamaño de sus narraciones, dándole la justa medida a sus creaciones, balanceando las palabras, y haciendo que en ellas solo aparezcan las que son verdaderamente necesarias. Desde esa arquitectura aborda cualquier tema, incluso el tema de los escritores, con sorna, como todo en él: "El poeta se unió al sueño de sus antepasados, sin estar seguro de que su dios, en otra vida le permitiría ser el mismo hombre, y esta vez sí llegara a Estocolmo, para recibir su premio Nobel de literatura." De igual forma hace el trazo sobre las familias modernas, cargadas de espanto, violencia, desintegración, se deja sentir en una de sus prosas de mayor extensión: AQUEL MEDIO DÍA. Nos presenta a un padre que violenta el núcleo familiar, y que luego –para compensar- lleva a los hijos de paseo. El retrato que Paredes hace del padre, es doloroso en demasía. Como lector, se termina odiando al personaje: "─En-de-ré-za-te─ Ordenó mi padre, poniendo una mano sobre mi hombro. ─Papá, cómprame palomitas... Tengo sed... Quiero hacer pipí ─Mi hermanita no se callaba. ─ ¡Ya basta! ─ le gritaba en mis adentros. Le hice muecas, para que no lo hiciera enojar.
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Más no me obedeció. Estaba entercada con la idea de un algodón de azúcar. Tenía estirado el brazo derecho para señalar a los venteros. Los llamaba, con esa voz chillona que agrieta y destruye todo silencio que trato de construir dentro de mí. Mi padre le apretó la muñeca. Le advirtió: ─Última vez que te traigo al circo."
Y dentro del paseó, desde la voz del pequeño, nos asomamos a la escena del medio día en la casa familiar: "A esa hora Eli dormía. Mientras tanto, mi padre golpeaba a mi mamá. Le decía que era una mierda y que solo se dedicaba a putear. (Y todo porque cuando probó el potaje se quemó la lengua). La empujó. Quedó derribada. La sujetó de los cabellos y la arrastró por todo el comedor. No supe cómo defenderla. Mi corazón percutía con violencia. Me temblaba el cuerpo. Me ardían los ojos. Sentía que la garganta se me cerraba. Apenas podía deglutir mi saliva espesa. Me escondí en un rincón de mi alcoba. Traté de concentrar mi atención en el cuento que siempre leo en voz alta cuando estoy triste o asustado. Pero en esa ocasión ni siquiera podía entender la primera línea. Así que lo arrojé sobre la puerta. Me cubrí los oídos y cerré los ojos. Recuerdo que no dejaba de llorar."
La escena va in crescendo y uno se apena con el chico, se apena con los niños que están ahí en el circo mirando la función intentando acallar los recuerdos que horadan como gusanos, y ovopositan esas amarguras que les formará el carácter y la tristeza, durante los años que permanezcan en ese infierno. Uno asiste a un pequeño cuadro, y se aterra de no poder hacer nada por ayudar a aquellos niños. El niño, el hijo que busca hacerle compañía a la madre; y la mujer, la madre que también le grita: "no te quedes ahí parado como un tonto". No hay luz en estos textos de Paredes Chí, solo dolor, trepado sobre más dolor. Karst. Escritores.
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Sin embargo, Javier Paredes Chí, también puede recrear la fantasía creativa, como lo hace en el texto ALGÚN DÍA ESTA PIERNA, donde lo inverosímil tiene lugar, desde la prosa atrevida de Javier, que se arriesga a contar y contando te mete en el mundo que quiere que aceptes sin preguntas; haciéndote partícipe, tal como lo hace Violeta Azcona, del deseo de mutilación auto infligida: "Cada vez que le saco punta a mi lápiz, tengo ganas de meter mi pierna derecha en el sacapuntas eléctrico."
Con dos obras poéticas en su haber Melodía tu engranaje quieto (Catarsis Literaria El Drenaje, 2011), y Cruóris o la rabia que fuimos (Ayuntamiento de Mérida, 2014), Ángel Fuentes Balam ha demostrado que la poesía es material para la fuerza del espíritu. Si alguien pretendiera decir que la poesía no sirve para nada, Fuentes Balam le escupiría al rostro porque para eso igual sirve el poema. Para escupirlo, para gritarlo, para golpear en la cabeza a los que se ponen la corbata de la academia en busca de "validarse a través de sus textos y sus sonrosadas premiaciones". Los poemas de Ángel Fuentes Balam nacen de la certeza de tener los pies claramente asentados en el suelo. Fuera los disfraces, fuera los trajes sastre, hay que sangrarse los músculos, lastimarse los nudillos en la construcción del verso, así, con esa rabia: "Entre sombras / intento asir el volumen de una garganta que siembra / un antiguo horror entre los hombres con su grito / de impiedad y lumbre." En el poema LA NOCHE NO TIENE BRAZOS, Fuentes Balam hace eco de esa búsqueda intimista que he señalado como factor que traza unidad en los autores acá reunidos: "soy ola que golpea el gran peñasco de la soledad." Y más adelante deja sentir esa misma soledad, como una 304
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necesidad de encontrarse, y al hacerlo afirmarse: "La noche no tiene brazos que sujeten mis hombros ni mi nombre". Incluso puede evidenciar una postura similar ante las religiones: "La noche no tiene brazos que sostengan el mundo, /ni dedos para hacer la cruz." Porque se han terminado los rituales impuestos, y nacemos a nuestro propio reconocimiento, a la construcción de nuestro rituales modernos. En sus poemas el poeta se vuelca por completo, nos deja ver parte de esa postura ante la vida, dando alguna enseñanza a su hija. En el poema ARIADNE OCEÁNICA, que aparece dedicado "A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva", el autor señala "Todo fue minúsculo. Fui aquel dios que juega /a matar sus criaturas y reír al acto /para no llorar de soledad." El poeta Fuentes Balam evidencia lo que hemos mencionado, la postura individualista ante el mundo, saberse dios como creador, pero renegar de esa misma divinidad que de alguna forma nos ha sido impuesta como un acto colonizador, y por ello pretende la lejanía de toda religión, en búsqueda del lado más humano, no ajeno a la podredumbre social en que nos vamos deconstruyendo. La otra cara de la moneda poética en esta reunión de Escritores del Karst la leemos en la obra de Ángel Augusto. Si Fuentes Balam es el fuego que todo lo consume, Ángel Augusto (Umán, Yucatán, 1988) es la flama que sabe moldear el acero. Los poemas de Ángel Augusto son cantos y melodía, la mano que abre la bruma para dejar que la luz llegue a los jardines. Sus poemas son la naturaleza, la primavera que derrite las nieves e invita a la reflexión. Uno puede ver al poeta caminando cerca de las fuentes, junto a los riachuelos, con el pincel en la mano, dando color a toda la oscuridad que pudiera presentarse en el camino. Más allá de su poema para 'Encontrar a Satanás', los poemas de Karst. Escritores.
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Augusto se forman en la ternura del amor, lo que lo convierte en una especie de poeta de la vida, de la alegría, la pureza, ese pequeño espacio de luz al final del túnel que ha sido la constante en esta reunión de escritores. El hablante lírico que Augusto construye, no solo porta la luz, es la luz que hace vivir a la rosa, la que hace brotar el agua de la roca. Y hasta de las tinieblas de la tradición y el erotismo, el autor enmarca la claridad de su espíritu: "Mi sexo soporta el peso abrumador de tus caderas / Como el peso del mundo / Como el peso de todo lo obsceno / Como el peso del gozo". Tal vez fundado en su relación de pareja, tal vez por su constante trabajo con los niños a quienes imparte talleres de lectura y creación, la voz de Ángel Augusto planea sobre aquellos pantanos y sale limpia, sin manchas, pero ave al fin, el poeta tiene más del cuervo de Poe que de aquel albatros de Baudelaire, y muy lejano a aquella gaviota narrada por Richard Bach. El autor es consciente de que: "Tanta belleza / a veces duele". En su poemínimo PLENILUNIO nos muestra dónde se encuentra el hablante lírico, disfrutando la maravillosa naturaleza: "Sentado / en la cornisa /del tiempo /miro la flor /plateada /que se abre /en la noche." Y es "la cornisa del tiempo", en dónde correctamente se sitúa y nos invita a situarnos, siempre al borde del tiempo, porque así es como vivimos hoy los habitantes de todas las ciudades. Augusto, quien como Javier Paredes, son naturales del municipio de Umán, Yucatán, que ha sido conurbado con el municipio de Mérida, capital del estado, han podido crecer mirando la frontera física, tanto como legal de dos municipios, de dos tipos de comunidades, una más rural que la otra, que están unidas por una avenida donde se sitúan la Ciudad Industrial. Umán fuer por mucho tiempo, y en ocasiones sigue siéndolo, 306
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la entrada a Mérida desde occidente. Todos los autobuses, camiones de carga o automóviles que llegan a Mérida, lo hacían atravesando el poblado-villa de Umán, quien con todo, no ha perdido sus tradiciones, que se conservan en sus pobladores, de los que tanto Javier Paredes como Ángel Augusto son protagonistas. Nuevamente vemos el alcance que tiene la significación de "la cornisa del tiempo" donde el poeta sitúa acertadamente a la civilización. En el poema "En defensa propia", leemos: "la estrujé entre mis dedos /con toda la fuerza /con todo el amor que puedo dar"; la pasión y la locura se ponen de manifiesto. De nuevo encontramos el punto en el que Augusto se hace uno con los demás Escritores del Karst, al dejar evidencia de que las pasiones, el amor, mal encaminado es probable que cause daño sobre el objeto amado. En el poema se hace referencia a la 'rosa', pero durante muchos años se ha podido comparar la dualidad "rosa-mujer", recuérdese que una de las "letanías a la Virgen" la compara llamándola "rosa mística" y dentro de los textos bíblicos, en Cantares, el rey Salomón escribe la siguiente expresión: "Yo soy la rosa de Saron y el lirio de los valles". Revisemos entonces lo que el poeta Augusto plantea al escribir: "la estruje entre mis dedos", nos parece plantear la posibilidad de destruir lo que es bello. Por ello el poeta remata el texto: "el sentimiento de alivio /que solo la muerte /de algo que amas /y duele /y se duele /puede provocar". Damos vuelta a la hoja para entrar al mundo poético de Alejandra Sustersick (Mérida, Yucatán, 1986). El trabajo de Sustersick planea entre el amor, el desamor, el erotismo, y la amistad inquebrantable. Las preocupaciones literarias de la poeta se perciben en la autoconstrucción del Yo. Cada parpadeo-poema es un espacio físico y lírico para que la imagen sea una parte del cuerpo. Su anatomía se encuentra Karst. Escritores.
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desperdigada entre los versos de su obra, haciendo de cada poema una estructura corporal independiente en el que la autora enhila sus espacios vitales. La casa, la ciudad, el espacio abierto, el paisaje, los elementos de la naturaleza: fauna, flora, aire, agua, la energía se percibe en el trabajo que Sustersick nos presenta. En su poema AGONIZANDO, en tan sólo un verso se puede evidenciar ese amor-erotismo-amistad- permanencialucha continúa por salir adelante: "el temblor nocturno nos sostuvo", porque la noche ha sido concebida como oscuridad y desde ese valor simbólico como antítesis de la luz-día, pero al mismo tiempo es la oscuridad, la noche, uno de esos espacios para los encuentros sexuales, para el romanticismo, para abrazarse, para la fiesta con amigos, amores, amantes. Ese "temblor nocturno", que pueden ser los cuerpos amándose eróticamente, como puede ser la fiesta, y como también puede ser el miedo a lo desconocido; pero es en el plural "nos", donde el hablante lírico evidencia lo grupal. También en Sustersick permea la desesperanza que se ha vuelto 'lugar común' y 'tendencia' entre los Escritores del Karst, y que la sociedad no quiere mirar, cerrando los ojos. En su poema "Sus latidos se alejan de su propia superficie", la autora se pregunta: "¿Qué se ha hecho a sí mismo el hombre que ha quedado hueco?" Y la pregunta no es por ese vacío, por ese hueco que se encuentra en los habitantes del mundo, sino por qué se lo ha auto infligido. Como hemos visto en la revisión de estos autores, esa desesperanza, ese vacío, esos huecos van seguidos del auto castigo, de la depresión, del abandono de sí mismos. La autora es capaz de nombrarlo, de percibirlo y lanzar el grito en busca de eco en los lectores, porque ante la pregunta: "¿Qué se derrumba qué muere qué dispara?", la misma autora busca una respuesta a 308
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manera de placebo: "Todo podría tener sentido / Todo podría ser un engaño". Manuel Crespo (Temax, Yucatán, 1984) nos recuerda la voz poética de Fuentes Balam, al menos en la energía con la que se construye el discurso. Sin embargo, la prosa de Crespo es mucho más ácida que su poesía. En el poema de Crespo vemos otro espacio mental creativo que el que desarrolla en su prosa. Como si para la prosa escribiera con la mano izquierda, a escondidas de la mano derecha con la que escribe el poema. Pero ambos creadores son el complemento de un autor que tiene ganas de decirnos las cosas con claridad. En sus poemas podemos leer: "Ya todo está muerto. / Ya todo es llanto. /y no te tengo." Lo cual vuelve a mostrarnos el ambiente generacional de los autores acá registrados, la desesperanza ante la vida. El abandono de la alegría. Crespo es un autor empeñado en que la literatura sea esa balsa para sortear el río de la vida. Leer a Crespo es abrir el refrigerador, tomarse una cerveza, y leer con calma. Luego tirarse sobre la pareja y llenarla de besos y mordidas al por mayor. El atrevimiento del autor se nota cuando en su cuento EL ANDALUZ, de una violencia terrible, y que tiene la osadía de dedicárselo a su hijo: "A mi hijo Santiago Darío Crespo Canché". El texto narra una historia de hotel, que nos remite a aquella misma escena de la película del Emilio Indio Fernández, Salón México, filmada en 1948. "El tipo estaba completamente ebrio. Tirado en el suelo. Balbuceaba el nombre de una mujer. Creo que esa mujer se llamaba Ana". (…) "El cuarto pertenecía a un motel del centro de la ciudad. El tipo bebía mecánicamente, no tenía noción. Pronunciaba el nombre de Ana y eructaba, después se tomaba un trago. Volvía a pronunciar el nombre de Ana, suspiraba y se tomaba dos
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tragos. Casi inconsciente, insistía con el nombre de Ana y lloraba, y bebía hasta terminarse la cerveza".
La soledad del personaje ebrio que retrata Crespo, tiene todo menos el cliché. Esos fanfarrones machitos que se la pasan llorando por la mujer, o que se enfurecen cuando alguien les menta la madre, porque viven a plenitud lo que menciona aquella cumbia que ha pasado a la historia "Los caminos de la vida", y cuya letra dice más o menos: "Que mi viejecita buena se esmeraba / Por darme todo lo que necesitaba / Y hoy me doy cuenta que tanto así no es", que en el 2004, volviera a lanzar el cantante argentino Vicentico. A eso suena el personaje que Manuel Crespo construye, lloriqueando mientras se alcoholiza, lloriqueando mientras lo macho se le pierde en el recuerdo de la mujer, como si recordara a su madre, como si recordara a toda mujer. Pero al personaje de Crespo le crece lo macho de golpe, en el retrato de la mujer que llega a ver al tipo del hotel. Y en golpe de tintes de cine oscuro, tirando a gótico, Crespo retrata como en el realismo sucio la podredumbre mental, sobre las adicciones de los personajes que son retratados, que pueden suceder todos los días en cualquier ciudad de México, América Latina, o el mundo. Luego de la agitación del río revuelto que nos han dejado las lecturas anteriores, el remanso llega a tiempo desde la pluma de Alejandro Argáez (Mérida, Yucatán, 1980), en el retrato de la escena natural que sucede en una ciudad a un hombre cualquiera (Fulano de Tal) que puedes encontrarte en cualquier esquina. La meticulosidad narrativa con la que Argáez se maneja no carece de agilidad mental: "Cierro la puerta principal de la casa. Siempre me ayudo con la llave para poner el seguro pero esta vez me decido a solo 310
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jalar la puerta; total, no hay nada de gran valor que se puedan robar." La crítica social que implica "no hay nada de gran valor que se puedan robar", que remarca lo que es una gran mayoría de la sociedad mexicana. Uno puede ver cada movimiento de los personajes, como sentirse dentro de ellos mismos, y sorprenderse y condolerse al mismo tiempo. "Todo hubiera terminado aquí sin más escándalo que el típico caso donde el marido mata a su infiel esposa y al amante. La noticia no tendría mayor impacto y terminaría por formar parte de las estadísticas, pero después de soltar el arma y acercarse a los cuerpos, Fulano de Tal reconoce al hombre, es Pancho el carnicero. Todo fue tan rápido que hasta ahora se fija que su mujer le era infiel con un tipo de poca monta. Eran tal para cual, se consuela. Se sienta a un costado de la cama y desde ahí observa el cuerpo de su esposa, ella era todo para él. Se arrodilla para tomar la delgada mano de su mujer y mirar la fina alianza de oro que él le entregó el día de su boda diez años atrás. Observa el rostro del desgraciado carnicero, lo mira como el tigre mira a su presa. De pronto una idea llega a su mente. Va en busca de un machete, pasa por la cocina y saca de la alacena las bolsas más grandes para la basura. Vuelve al cuarto, primero decide encargarse del cuerpo del carnicero. Fulano de Tal no puede evitar una sonrisa sarcástica, después de tantos años de rebanar y descuartizar animales, ahora le toca a Pancho. Con gran saña desprendió la cabeza, luego cortó los brazos a la altura de los hombros, en los codos y después las manos, por último cortó las piernas, primero las desprendió del tronco, hizo un corte a la altura de las rodillas y para terminar cortó los pies. Al final el cuerpo quedó dividido en catorce partes."
Su mujer le ha sido infiel con un "tipo de poca monta", dice el autor, luego de habernos dicho por palabras de su personaje que no tiene nada de valor que le puedan robar, y sin embargo le han robado la mujer, le han robado la tranquilidad porque ahora se ha convertido en un asesino. Y Karst. Escritores.
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mirar a un Fulano de Tal descuartizar a un ser humano, y leerlo como si tal cosa, evidencia las escenas ante las que la sociedad mexicana se está volviendo tan pacífica. Es tan natural que alguien descuartice a otro, que los jóvenes se hagan cortes a sí mismos. Que una mujer pueda matar a la suegra, que un joven pueda quemar a su novia, que una mujer pueda cogerse a su joven hijo, que un 'padre' pueda golpear a su hijo en grupo y llamarlo: maricón cobarde. A estas escenas nos estamos acostumbrando tanto, lo cual es peligroso. Y en este presentimiento de peligro social, situado en las lecturas, es como entramos al trabajo de Daniela Eugenia (Mérida, Yucatán, 1980) donde debemos permitirnos la ensoñación de sus poemas y contrastarlos con sus prosas. Desde su primer poema titulado 'Matices' la autora hace de la imagen su herramienta, que invita a mirar con los ojos de la poesía el caminar del hablante lírico a través de la ciudad. Daniela podría situar su verso entre la poética de Ángel Augusto y Melbin Cervantes. La suavidad y la cadencia del verso se palpan, y en ese vaivén prosódico se construye el sentimiento que termina por derramarse en la lectura. En su poema MATICES, leemos: "Un edifico alto, vigoroso / asoma a la distancia /y los matices de la ciudad me abruman. / Tanto sufrimiento, tanta miseria / me pregunto ¿seré parte de ello? / ¿alguien me mirará con pena?" Contrario a los poemas de Sustersick o de Ángel Nimbé, Daniela Eugenia aboga por la "duda" y lo señala: "¿alguien me mirará con pena?", y en esta preocupación que surge en su hablante lírico, la poeta sitúa la escena como en un álbum de cromos; nos hace a los lectores responder si acaso la miramos con pena, si acaso nos condolemos con esa 312
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miseria y sufrimiento que el hablante lírico percibe en la ciudad que atraviesa. El poema continúa: "En cada esquina las flores se marchitan / el niño con la caja de chicles y cigarros / ese anciano que todas las mañanas / me pide una moneda /la mujer del bastón mastica un pan / y lo ciegos agitan sus canastas." A lo que también nos hemos acostumbrados como cómodos espectadores tal como señala una de las letras de una de las bandas de mayor tradición en el rock mexicano, La Maldita Vecindad, en su canción Gran Circo: "Difícil es caminar en un extraño lugar /En donde el hambre se ve /Como gran circo en acción/ En las calles no hay telón así que /Puedes mirar como único espectador /Te invito a nuestra ciudad", canción grabada en 1991. Las narraciones de Eugenia, en cambio tienen un tono diferente, un sabor más ácido, que se pega como la muerte se pega en nuestros miedos. Daniela narra cómo si usara pincel y lienzo. Sus trazos quedan cargados en las tonalidades del paisaje donde se realizan, los verdes de las hojas, el rojo de las flores, el blanco de la sala de hospital. Su prosa, como sus poemas, se vuelven paisajísticos, pero en las prosas impera la violencia machista. Un hombre asesina a una mujer que va espiando, poco a poco, como un depredador hasta meterse a su casa, "Sombrero y flores rojas bajo el sol". Y volvemos a mirar otro drama familiar, en el que se retratan los golpes a una madre, frente a los ojos de una niña en "Tardes de tamarindo"; una niña que al principio rememora a ambos padres y el cariño sobre ambos. Dice de la madre: "Todas las tardes después de bañarnos mi mama y yo salíamos al patio de la casa, a mi me gustaba sentarme en una enorme piedra que se encontraba debajo de uno de los Karst. Escritores.
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árboles de tamarindo, mientras ella me trenzaba el cabello. Sentía la ternura con que sus dedos me acariciaban." Luego la niña narra los encuentros de su padre: "Sabía que en cualquier momento papá se asomaría por el umbral de la puerta trasera de la casa con algún regalo, una muñeca de mejillas rojas, o algún animalillo que a las pocas semanas habría muerto; me tomaba en sus brazos y me besaba largamente la frente. Cómo olvidar la picazón que su espesa barba me causaba". Pero para los niños igual comienzan las tristezas a poblar sus memorias, memorias que pueden tornarse recuerdos de la fatalidad. ¿Hasta cuándo miraremos nuestras propias miserias. Las miserias que continuamente construimos sobre los niños? La generación de nacidos en los ochenta cierra con el trabajo de Anel May (Mérida, Yuc., 1980) y de María Jesús Méndez. Los temas de actualidad se presentan en ambas autoras. Los textos intimistas y confesionales de Anel, brincan en la crudeza de la sociedad que se retrata. ¿Qué somos los humanos sino los parásitos y la ruina de las demás especies? Aquello que no queremos ver terminamos por espantarlo de nuestro camino. Y desde ese espanto es de donde se convoca la realidad de la mirada de la autora. En "También los perros", Anel May retrata la miseria humana vista en los ojos de un perro callejero. Nos hace mirar hacia todos los parque públicos de México, mirar a esos niños de la calle, mirar la tragedia indisoluble sobre los tantos miserables que habitan las calles de las ciudades. "Pasan sin mirarlo, sin importarles su suerte. Nadie sabe si ha comido o bebido algo en las últimas horas, en los últimos días. Él, camina a paso cada vez más lento, fatigoso, hay que ver cómo anda, el esfuerzo que hace."
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María Jesús Méndez en cambio intenta conciliar su individualidad con una sociedad en la que se sabe centrada. Busca dentro de su verso esquivar el encono social para caminar con la cabeza en alto sobre el discurso de su voluntad: "Por momentos, ingenua / me visto de sobreviviente." Y cuando su hablante lírico señala: "por momentos ingenua", donde miramos el reconocimiento de lo que nos rodea. Saber dónde se está parado. PARTE CUARTA. NACIDOS EN LA DÉCADA DE 1970. El libro termina con el trabajo de Roberto Cardozo y José Trinidad Aranda. Cardozo (Dzilam González, 1975), similar a Javier Paredes es un juglar de la palabra. Pero a diferencia del discurso de Paredes, el discurso de Cardozo es más coloquial, más centrado en el ahora, pero no por eso ajeno a las lecturas del canon occidental, de donde recoge muchas de sus filiaciones artísticas, Kafka, Wilde, pueden ser unos ejemplo en el que recrea sus minificciones, trayéndolas incluso a la modernidad, como en 'Insecto' o 'La selfie de Dorian Gray', donde conjuga tradición y vida diaria. Mientras que Paredes se sostiene de las referencias clásicas y del canon occidental, Cardozo –aunado a sus influencias literarias– se ocupa de la actualidad, de los problemas y dramas cotidianos: "El niño de sexto grado despertó sonriendo al recordar el dulce beso que le dio a la maestra en sus sueños. El niño de sexto grado despertó siendo hombre." Un texto en el que el autor logra conectar con el tema Tabú del abuso de los niños varones por las mujeres adultas; un tema ante el cual muchos quieren cerrar los ojos. Sabedores, con Octavio Paz, de la diferencia entre Karst. Escritores.
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ser Hijo de la Chingada, que Hijo de Puta; sabedores de lo que implica la "penetración" sobre el rompimiento del himen, que siempre rasga tanto vaginas como anos, es necesario reflexionar que se le da menos peso a la violación que una Mujer realiza sobre un infante varón, toda vez que la mujer termina igual siendo la "penetrada" por un pene aún infantil, pero arrebatándole de la misma forma la "inocencia al pequeño". La violación infantil ocurre tanto con niños como con niñas, y hay mujeres que violan o abusan de niños, desde pequeños niños de meses de nacidos hasta de jovencitos de 15 años; los cuales no tendrían por qué sostener relaciones sexuales con mujeres adultas aún. Por su parte José Trinidad Aranda (Cansahcab, Yucatán, 1971), nos inunda la mente con sus historias cargadas de un costumbrismo naturalista de actualidad. Y así como puede situarnos en un punto específico de la historia de la península de Yucatán, igual se siente cómodo al narrar respecto de las tradiciones populares. La ficción y la fantasía caminan en las narraciones de Aranda, tanto como la capacidad humana del riesgo, el asombro, y la remembranza. Un recurso poco utilizado por los narradores contemporáneos de la península yucateca, es el cuento histórico, que con base en la ficción, pueda sumergirnos en algún instante de los sucesos que han formado nuestra región. Ya en Abbadon, el exterminador de 1971, Sábato va mezclando la vida contemporánea con los textos históricos de la Argentina, de una manera por demás loable. Y movido por ese mismo espíritu, Trinidad Aranda, se permite el uso de aquella posibilidad literaria. Un toque de historia para situarnos en el tiempo, y desde ahí poder acercarnos a un texto regional que con el tratamiento busca hacerse universal. En su texto "NADANDO EN RON", Aranda recrea 316
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aquel tiempo de la revolución carrancista que sucediera en la costa de Yucatán: "El día amaneció nublado. El sargento Cañares aún no entraba en la fase de "cruda", pues apenas tres horas antes había dejado de tomar. No lo hizo por gusto; se había acabado la dotación de ron que robaron en la hacienda Chenché de las Torres, al salir de la jurisdicción de Temax, rumbo a la costa. La orden era detener, en Chabihau, un posible ataque de las fuerzas constitucionalistas, que iban a ser enviadas para combatirlos."
Y nos enfrenta, como casi en todos sus trabajos, al efecto de la tradición, la experiencia, el costumbrismo. Narraciones ligeras pero claras sobre la forma de enfrentar momentos importantes de la vida, escuchando la voz de la experiencia. En otro de sus trabajos Trinidad Aranda, a la manera de Julio Cortázar, que incluso en tres ocasiones hace uso de aquel truco literario (La isla a medio día, La noche boca arriba, Axolotl), el autor en TRÁNSFUGA, se permite decirle al maestro: Yo también logro hacerlo, he aprendido la lección, y cambiar al personaje narrativo hacia el otro personaje que se narra para volverlo el narrador. Las memorias que se desatan en los momentos menos inesperados es lo que se cuenta en "CHUKULMACH", y es además el pretexto con el que el autor rescata una tradición en los campos de Yucatán: Como vemos, entre las constantes de este grupo antologado son las lecturas que abrevan. Leer hace a todo escritor, y eso es algo que se cumple en estos 21 autores. Otra constante es la libertad, la multiplicidad de pensamientos y la diversidad de ideas. La flama que no se extingue en la renuncia a lo establecido, a las autoridades. Los "escritores del karst" dejan constancia de esa muerte de dios, que es la muerte de todo aquello que pretende ser Karst. Escritores.
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norma causadora de culpas, y se rompe con eso que busca doblegar a los espíritus. Los autores antologados, parecen renunciar a ser víctimas y a ser participes de odios, odios y desesperanzas que logran retratar en la sociedad y que logran retratar en conjunto para este año 2016, desde la ciudad de Mérida, Yucatán, México. Los escritores del Karst, se muestran resueltos a vivir y dejar vivir, a leer y dejar leer. No intentan establecer fricciones insanas de valores arquetípicos, sino que soslayan la imprecación del tiempo, sobre los pasados errores y se ríen de todo aquello que intente limitarlos. Los autores convocados en esta antología lo han ido descubriendo. Llevan el parásito de la literatura metido entre los ojos, contaminando su sangre. Y solo el empeño podrá decir a dónde habrán de llegar con este impulso que ahora se les brinda al reunirlos y sacarlos a la luz de otros lectores. Porque en Yucatán las antologías no han sido pocas, y como al inicio hemos comentado, las más recientes se pueden nombrar a partir de La voz ante el espejo, para continuar con Nuevas voces en el laberinto, y llegar hasta el trabajo de Casi una isla, sin embargo, de las tres que acá se mencionan solamente Nuevas voces en el laberinto incluye a narradores y ensayistas, las otras dos exclusivas de poetas. La literatura en la península de Yucatán es de alta calidad y tiene exponentes tenaces y de gran constancia. Por ello podemos establecer que la década de los nacidos en los sesenta está representada en la poesía por Jorge Lara, José Díaz Cervera y Álvaro Chanona Yza. En la narrativa por Carolina Luna y Carlos Martín Briceño. La década de los setenta en poesía está representada por Lourdes Rangel y Ena Evia, y en narrativa por Will Rodríguez y Roberto Azcorra. Los nacidos en los ochenta están representados en 318
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poesía por Manuel Iris e Ileana Garma. Autores cuya obra poco a poco irá formando parte del corpus de la literatura yucateca. Y hay muchos más nombres a los que usted puede acceder con calma, y que nombrar nos llevaría algunas cuartillas. Los autores documentados en la antología "Karst. Escritores de la península yucateca en 2016", alzan la mirada, y frente a ellos se vislumbra el camino de una carrera literaria que tiene que ser recorrida. Ser escritor no es cosa fácil. Ser escritor no es un disfraz para agradarle a un selecto grupo de personas. Ser escritor es tener conciencia de la creación de personajes, historias que formarán un mundo diferente, a donde viajarán aquellos lectores que habrán de consumir un trabajo, en busca de hallarse a sí mismos. Ser escritor es una gran responsabilidad que tiene miles de recompensas diarias, en el conocimiento y la experiencia que implica la calma observación del mundo que nos rodea. Ser escritor es, incluso, una gran carga que pocas veces deja descansar. ¿Estás preparado para serlo? ¿Qué nos ha dejado la lectura de estos 21 autores nacidos en el sureste de este ombligo de la luna entre 1971 y 1996? Ante la desesperanza nos deja la Esperanza de que los autores saben observar, ante las cadenas del egoísmo de la sociedad la libertad. La limitante del arte por el arte, que ha alejado a los escritores como redactores de su sociedad, críticos de la misma, ha sabido validarse alrededor de las anteriores líneas. Dejando un espacio para el reconocimiento de compartir las existencias en un punto exacto del tiempo. Reconocer al otro en el texto creativo. Porque es en la expresión escrita en donde la palabra dejará pasar el tiempo. Y es el tiempo el que al final pondrá Karst. Escritores.
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en su lugar a todos los autores. ÂĄQue el tiempo ponga en su lugar a los poetas!
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Karst Escritores de la Península Yucateca en 2016 Antología. 21 autores nacidos entre 1971 y 1996 reunida por: Adán Echeverría y Mario Pineda Agosto de 2016.
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