Feminismo y Política
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Entre las cosas que amenazan la cualidad de la vida política, yo pongo la creciente confusión entre política y poder. La “impotencia del poder” Abro un paréntesis para decir que me apartaré de la doctrina política de Hannah Arendt, pero sin oponerme a su pensamiento. Mi intención es profundizar en él. Un punto importante de contacto con su pensamiento es la noción de “la impotencia del poder ”, noción paradójica que ella vio que interpretaba una experiencia que se estaba difundiendo, y por la que ocurre –escribe– que “perdemos la capacidad de hacer lo posible”.2 Cuando el poder se vuelve ilegítimo la cosa pública agoniza Lo que ella vio y previó, se ha convertido en una experiencia masiva. Basta pensar en aquellos millones de personas que en 2002 , en todo el mundo, promovieron y participaron en grandes manifestaciones pacíficas para convencer a los Estados Unidos de que no se lanzara a la aventura de la guerra de Irak. Nunca, ni siquiera en los tiempos del Vietnam, se había visto semejante concierto de voluntades en torno a un fin justo y sensato que, sin embargo, no fue alcanzado. En cambio, Arendt no conoció otro tipo de impotencia, que ahora nos toca vivir, ante un poder político que destruye las bases mismas de su legitimidad. El poder destructor me expulsa de mi sitio, de nuestro sitio, que era el de reconocer (o no reconocer) su legitimidad. Un ejemplo de ello lo dio la presidencia Bush fabricando paso a paso las pruebas que debían justificar su actuación. En Italia, el ejecutivo se crea una legitimidad ficticia con leyes ad hoc y mantiene suspendida sobre nuestras cabezas la amenaza de violar la constitución, amenaza ora dicha, ora contradicha, en un juego que se parece al del gato y el ratón. La confusión entre política y poder se ha vuelto extrema tanto en las prácticas políticas como en nuestras cabezas o en el lenguaje y en la doctrina, y ha llevado la cosa pública a un estado de agonía. Mi aportación intenta una modificación de la mirada y del lenguaje para que nos demos cuenta de la confusión de la que hablaba, y para que la capacidad de actuar políticamente ocupe el lugar de la sumisión y de la impotencia.
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Hannah Arendt, Sulla violenza, trad. italiana de Savino D’Amico, Parma, Guanda, 1996, 94-95, (Sobre la violencia, trad. de Guillermo Solana, Madrid, Alianza, 2005)
¿Matonaje por la buena causa? Ilustraré la confusión con el ejemplo que ofrecen las vicisitudes políticas de Harvey Milk, según las relata la película de Gus Van Sant, Milk, con el actor Sean Penn de intérprete principal. La película es de buena calidad, y la interpretación de Sean Penn es, más que buena, superlativa. Estamos en los años setenta. Harvey Milk, homosexual declarado y dirigente del mundo gay de San Francisco, consigue llegar a ser concejal y cuenta con el apoyo del alcalde en su lucha política por la aceptación humana y el reconocimiento jurídico de la diferencia homosexual (uso palabras que expresan lo que busca el protagonista mejor que el lenguaje de los derechos). En su lucha, entabla una relación de casi amistad con un colega político, un padre de familia visceralmente hostil a la causa de Milk. Harvey Milk intenta entender las dificultades subjetivas del otro, y muestra que sabe que la política no se reduce a cálculos de poder. Pero no llega hasta el fondo: cuando en el consistorio municipal las relaciones de fuerza se inclinan a favor de Milk, este no solo rechaza las peticiones del otro, un pobre hombre atrapado en sus contradicciones, sino que recurre a un chantaje para impulsar al alcalde a hacer lo mismo. El hombre, exasperado, se arma y asesina primero al alcalde y después a Milk. La confusión entre política y poder no es un tema de la película. Se manifiesta en la incoherencia del personaje de Milk, que vemos que, en las relaciones con su colega, pasa de la práctica de la relación a la lógica de las relaciones de fuerza, como si fueran intercambiables. Da la impresión de que el director no vio el salto enorme entre los dos modos de hacer y no tiene ni idea de que el primer modo de hacer merece el nombre de política, mientras que el segundo se conforma con la lógica del poder, según la cual vence el más fuerte. LoS espectadores notan el salto gracias a la interpretación de Sean Penn. Un intérprete menos dotado nos habría llevado a creer que el interés de Milk por su colega era instrumental desde el principio. Pero no es así. ¿Qué es, entonces, lo que ocurrió? Quizá, la reconstrucción histórica, precisamente por ser de buena calidad, hace aflorar el hecho de que Harvey Milk se transformó, del hombre de relaciones que era, en hombre de poder. Este cambio, si existió, probablemente se dio sin que él, Milk, se diera cuenta, y tampoco el director que narra su historia, y esto no tiene más explicación que la confusión creciente en nuestra cultura entre el ejercicio del poder y el hacer política. Una confusión cuyo mortífero resultado es resumido simbólicamente por el final de Milk. Al final de
Pastoral Popular