EL PUZZLE DE DIOS “El Amor (Dios) es como una ventana que se abre a la gloria del amanecer, y deja ya su luz quieta para siempre en el instante de su claridad” (Manuel Lozano Garrido, Lolo)
Cada vez que oigo a una persona decirle a otra “Vaya usted con Dios” me estremezco al pensar que quizás estén hiriendo la sensibilidad de esa persona a la que acaban de saludar y, por qué no, al resto de ciudadanos que por allí andamos. Estamos en un país donde hablamos de pluralismo, modernidad, igualdad, libertad pero que difícil resulta, en estos tiempos que corren, tener que aceptar estos ruegos y deseos. Vivimos en un país en el que se intenta negar cualquier símbolo religioso, cualquier manifestación religiosa en el ámbito público. Estamos ya cansados de oír como alguien se molesta porque hay un crucifijo en la pared. Sin embargo, yo me pregunto ¿cuál es la finalidad que se quiere conseguir con tal eliminación? ¿Por qué esa obsesión por no poder manifestar públicamente lo que uno lleva en su interior, lo que da la felicidad plena y le hace sentirse verdadero ser humano? Formamos parte de una sociedad donde impera lo relativo, lo light; sociedad donde parece estar de moda el poder añadir el “sin” y, de este modo, lo primero que oímos es: “queremos una sociedad, un mundo, un país SIN Dios”; Parece necesario y urgente eliminar, quitar de en medio, a Áquel que para nosotros es nuestro fundamento. Vivimos en una sociedad donde el ser humano quiere vivir al margen de estos ideales y principios religiosos. Una sociedad donde todo huele a religión debe someterse a la esfera de lo privado. De puertas para adentro. Es lo que he querido llamar en mi reflexión como “el puzzle de Dios”. Un puzzle donde sobran muchas piezas o donde, al menos, muchos se niegan a construir partiendo de Dios.
Efectivamente, el ser humano, cada vez más, dice vivir en un mundo donde no necesita de Él para demostrar su existencia plena. Es el momento en el que aparecen en la esfera humana otros dioses. Nos encontramos con ese gran dios que es el materialismo donde el tener, el poseer, el acumular es la meta más preciada. Algo de esto le ha ocurrido, por desgracia, a muchas hermandades y cofradías en una etapa de su historia. El enriquecer su patrimonio, el hacer tristes y desafortunadas comparaciones entre la tuya y la mía ha estado al orden del día. Ha sido una imagen negativa y muy criticada por ese otro sector de la sociedad que no llega a entender del todo este mundo. Hoy, poco a poco, las hermandades y cofradías van entrando en razón y siempre, con un diálogo de por medio, saben cuáles deben ser las directrices y prioridades de este grupo de hermanos que forman también Iglesia. Sin embargo, el materialismo es un falso dios que entra en nuestras vidas y se hace dueño de ellas sin más. Materialismo que tiene manifestaciones visibles y palpables por todos. Quizás a esos a los que tanto les preocupan los crucifijos colgados en la pared, los motivos navideños simbolizando el nacimiento de Jesús, los azulejos de María en las calles y plazas, la presencia de los sacerdotes en los hospitales, las calles y avenidas que llevan el nombre de beatos y santos de nuestra historia y tantos otros acontecimientos, detalles, gestos y signos; pues bien, a todos esos les digo que quizás deberían preocuparse más por sus falsos dioses a los que, casi todos, solemos adorar en más de una ocasión. ¡Cuántas personas viven sin un norte, sin saber hacia donde caminar! Personas donde el alcohol, el sexo, la droga, el comprar, el gastar, el vivir con el último modelo de….estilos de vida donde el yo y nadie más se convierten en la más alta cumbre de mi existencia. Mi yo y mi todo y nada más. Ante todos estos ataques, y otros muchos más que olvido en estos momentos, el lector podrá advertir como hay una extremada sensibilidad a reducir y, en el mayor de los casos, a eliminar a Dios. No podemos quedarnos callados. El cristiano, el cofrade de una hermandad debe defender lo que es suyo, lo que se recoge en su regla mayor: el Evangelio. Una Palabra de Dios donde se alaba y proclama la vida y el amor como el mayor don de Dios. Un Dios que forma parte de nuestro puzzle y cuya pieza y existencia han de ser el motor y la fuente de toda nuestra existencia. Es por ello por lo que me atrevo a denunciar y alzar mi voz, como el profeta, para componer el puzzle de Dios. Una tarea apasionante y nada fácil en estos tiempos. Pero no imposible. Es la hora de actuar más que hablar. Es la hora de cambiar los SIN por los CON. Dios te llama desde tu hermandad para que hoy seas sus pies y sus manos. Empezando por ti mismo para darte a los demás. No podemos proclamar a los demás lo que no creemos para nosotros mismos. De ahí que muchos se gloríen en afirmar la importancia de un mundo SIN Dios: Es un mundo donde todo es nihilismo. La nada es lo único válido. El yo forma parte del todo y no hay nada ni nadie más. Sólo yo. Este camino conduce a la insensibilidad y a mil caminos más de desilusión. Sólo basta que mires a tu alrededor para comprobar como muchas formas donde impera un mundo sin Dios están encaminadas a la desilusión y al fracaso. Algunos llegan a creer en un Dios SIN Cristo: Es una forma más de pensar en esos falsos dioses de los que hablaba antes. Para nada existe la figura de Jesús que viene al mundo para entregarnos su vida a favor de la nuestra. Dios es una persona a mi antojo y a mi manera. Es un tanto el Dios mágico o supermercado, que lo utilizo a mi gusto y en el momento en el que
me es preciso. Es un Dios lejano y que no interviene para nada en mi historia personal. No podemos entender a este Dios sino es encarnado en un hombre de carne y hueso, que sufre, que tiene sed, al que le duele tus problemas y los míos. Un Cristo SIN Iglesia: Cómo entender a Jesús sin la Iglesia y a ésta sin el Hijo de María. Hay algunos que se niega a creer en la Iglesia de la que forman parte. Ellos son miembros de la Iglesia. Yo creo en Jesús y en sus palabras pero no en lo que me dicen los curas, los obispos y el Papa. Olvidan, estos hermanos nuestros, que ellos también son Iglesia y su voz es igual de significativa que la de Cristo; sus pies y sus manos pueden hacer tanto bien como Jesús lo hizo en su vida terrena. Este es realmente uno de los grandes equívocos del pueblo de Dios. Quizás nos falte un poco más de conciencia eclesial. Todos formamos parte de ella, todos somos Iglesia. Igual que no se me ocurre hablar mal de mi madre tampoco entiendo hablar mal de la que es la Madre de todos los creyentes. Es cierto que, al estar formada por seres humanos, tiene sus debilidades, sus fragilidades. Pero para ello está Cristo y María que nos orientan y guían en el camino auténtico. Y, en último extremo, un Padre misericordioso que no entiende de odio y rencor sino más bien de perdón y compasión. Y finalmente, como no voy a señalar el último binomio que me parece importantísimo. Una Iglesia SIN mundo. No concibo a una Iglesia que viva en su “otro mundo”, es decir, al margen de la sociedad, de sus problemas y dificultades. Esta sería una Iglesia espiritualista, que se mira a sí mismo y está preocupada únicamente en tapar sus propios agujeros y su fachada exterior para que le luzca la mejor de sus caras. No es ésta la Iglesia que yo busco ni la que quería nuestro hermano Jesús. Mejor una Iglesia inserta en el mundo de hoy; en el último de los últimos que no encuentra sentido a su vida y en aquel que cree haber encontrado la felicidad por caminos que no son los verdaderos. De este modo, entenderás mejor que tú y yo tengamos que proclamar a los cuatros vientos lo que es ético y lo que no lo es. Lo que forma parte del Evangelio y lo que no está acorde a Él. Así comprenderás, querido lector, que la única hermandad en la que nos integramos todos nosotros es una pieza fundamental para llegar a componer este bonito puzzle del que ya formas parte. Un puzzle que puede llevar formas diferentes pero que, en definitiva, no nos habla nada más que de Evangelio o amor y de caridad y de Dios, que es lo mismo, porque Dios es amor y todo el que ha visto a Dios ha amado de corazón.
Ildefonso Casas Nieto SDB