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Paty Blablablá, blablá, bla, bla, bla, blablablablablá… Eso es todo lo que le estoy entendiendo al comisario Abelló desde que Santos y yo hemos entrado al despacho. Y tengo hambre. Es casi la hora de comer pero se ve que Abelló no tiene planes para hoy y por eso nos tiene aquí para su propio divertimento. Piensa que ahora que Jandro se ha ausentado una temporada de Barcelona, va a poder domesticarnos al resto. Es divertido hacerle creer que sí, que vamos a acatar cualquier orden que nos dé, que vamos a ser un equipo ejemplar… Se llena de emoción cuando asentimos ambos a cada cosa que nos dice y se viene arriba con una facilidad cómica. Cuando se lo contemos a Jandro, va a echarse unas buenas risas. Miro de reojo a Santos que sigue muy serio, asintiendo a cada cosa que Abelló nos indica. Se retira un mechón de pelo que le cae por la frente y parece que siente que le estaba mirando, porque me echa un vistazo rápido. Me sonríe un segundo y ambos volvemos a hacer como que atendemos a Abelló, que sigue hablando de lo que quiera que esté hablando. Y ya no puedo más. Pulso disimuladamente el botón del pánico de mi móvil, que tengo agarrado en el bolsillo desde hace un rato. Y ese botón hace que el móvil de Santos comience a sonar con tanta intensidad que hasta Abelló se queda en silencio —¡por fin!—, esperando a que Santos haga algo. Y no se hace esperar la reacción. Mi compañero saca su teléfono y pone cara de preocupación y urgencia. —Perdone, Abelló, pero es importante que salgamos ya mismo —le anuncia, empujándome hacia la puerta. —Claro, claro, vayan rápidamente; lo primero es lo primero —le escuchamos que dice mientras salimos por la puerta, echándonos a correr directos hacia la salida misma, como si realmente hubiera sucedido algo. Ya en el pasillo detenemos nuestros pasos y comienzo a reírme con ganas por lo que acabamos de hacer. —¿Viste su cara? —le digo a Santos—. Tenía que haberlo hecho antes porque menuda chapa nos estaba dando. 3
—Tendrías que dejar de hacer eso más bien —me reprende el siempre correcto Santos—. Un día va a sucederte algo de verdad y… —Y tú irías a buscarme de todas formas —le corto, haciéndole rabiar porque sabe que es verdad. Pero él prefiere ignorar lo que le he dicho y sigue con el ceño fruncido, algo molesto. —El botón del pánico es para algo —me recuerda. —Pero es que yo en ese despacho tenía pánico, Santitos. Creí que iba a caer ahí mismo desmayada del hambre si Abelló seguía hablando. No desfrunce el ceño y añade un suspiro de desaprobación. —Sabes que… Le corto esta vez con un gesto de agotamiento exagerado, seguido de un sonido de ronquido con el que me gano un suave empujón de mi compañero. Pero ese empujón hace que yo me acerque algo más a él y Santos no parece tener ganas de moverse de su sitio. Me mira de forma diferente, o puede que sea la distancia a la que estamos ahora mismo, que es muy distinta de la que normalmente mantenemos. Siento sus ojos azules clavados en los míos. Me fijo en ese mechón de pelo rizado que le cae por la frente y sin querer cada vez estoy más cerca de él. Huele a flores del bosque y a lima, y ese aroma me hace recordar los días de verano en los que los cinco nos acercábamos a la playa después del trabajo para desconectar. Cuando todo era genial y sabíamos que éramos felices sin proponérnoslo. En los últimos años se nos solía unir Ari, que iba a buscar a sus padres al salir de clase. A veces también venía Juan, el padre de Joan, al que siempre le pedíamos que nos contara anécdotas de cuando él era policía, uno de los mejores que ha tenido el cuerpo. Reíamos, tomábamos unas cervezas y charlábamos entre todos, creyendo que así sería siempre nuestra vida. Sin embargo, años después de aquello, todo ha cambiado. No hay risas ni charlas al salir del trabajo. No queda nada de esos días felices, y es algo que lleva doliéndome desde el mismo instante en el que supimos lo que sucedió con Joan y Carme. Duele media vida saber que no volverás a ser plenamente feliz nunca más. Y las cosas cambian, la vida pasa pero la tristeza crece, hagas lo que hagas, aunque Jandro y yo intentemos mitigarla a nuestro modo o Santos con Mamen traten de hacer otro tanto de lo mismo al suyo. Ellos nos faltan. Y sin ellos, ese algo que se necesita para volver a sentirnos felices, sé que no lo encontraré más.
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Sin embargo, aquí y ahora, tan cerca de Santos que puedo sentir incluso su calor corporal o su respiración agitada después de la carrera que nos hemos dado, una pequeña chispa parpadea dentro de mí. Una extraña y llamativa chispa que reconozco que solamente siento cuando Santos está cerca. Ni siquiera cuando me acuesto con Jandro noto algo parecido. Con Jandro es sexo y amistad por parte de ambos, nada más. Pero con Santos… Con él me siento a gusto, como un domingo sin trabajar, tirada en el sofá viendo películas tremendamente graciosas de lo horribles que son, comiendo pizza y bebiendo cerveza en pijama. Es algo que siempre me ha pasado a su lado pero que no he querido apreciar nunca; da verdadero miedo sentirse de esa forma con alguien. Carme me contaba que era así como se sentía con Joan pero yo… Y ahora ella ya no está, y me siento totalmente perdida sin mi mejor amiga. No puedo pedirle ayuda ni consejo sobre esto ni sobre nada de lo que sucede en mi vida desde hace años. La sensación de bienestar que me invade ahora es demasiado atractiva como para cerrar los ojos ante ella. Santos no se separa de mí, yo tampoco de él. ¿Qué es lo que…? Veo que sus ojos se mueven hasta mis labios y, por inercia o curiosidad, observo yo también los suyos. No quiero pensar en lo que acabo de imaginarme pero trata tú de no ver en tu cabeza un elefante rosa. Suena mi teléfono, haciendo un estruendo increíblemente molesto, provocando que nos separemos al instante el uno del otro, volviendo a la realidad. —Es Jandro —le anuncio, llevándome el móvil a la oreja—. Qué pasa, Jandrito. —Dime que esta vez sí te sucedió algo —es lo primero que me dice. —¿Te gustaría que me hubiera pasado algo? Nota mi tono jocoso y refunfuña al otro lado de la línea. —Joder, Paty, siempre estás igual. Santos y yo te hemos dicho mil veces que… —Era una emergencia, ¿de acuerdo? Abelló nos estaba intentando lavar el cerebro en tu ausencia. Si no llego a hacer eso, quién sabe lo que hubiera provocado en el tierno cerebro de nuestro Santitos… Este me da otro empujón y yo sigo riéndome de ambos. —El día que te pase algo de verdad… —me dice Jandro también. —Ambos vendríais a por mí, así que dejad de sermonearme de una vez. ¿Todo bien por ahí? —le pregunto, intentando cambiar de tema. —Bueno, haciendo una pequeña compra en la ciudad —contesta con desgana por el cambio de tema. —Cuídate de esos rusos, Jandrito —le advierto. 5
—Sé lo que tengo que hacer, Patricia —se queja él. —Ay, usted perdone, jefe. Qué mal le sienta la falta de sexo, que hasta me llamas Patricia… Santos hace amago de irse pero le retengo, agarrándole del brazo. —Si tú sigues insistiendo en llamarme Jandrito, yo seguiré llamándote Patricia —me amenaza, el muy imbécil—. Y Santos, ¿cómo lo lleva? —No te echamos nada de menos —respondo por él. —Portaos bien —me repite, como lleva haciendo desde antes incluso de irse—. Ahora tengo que colgar pero ya os llamo estos días para contaros si esto nos va a llevar a alguna parte o es una tomadura de pelo de los rusos. —Vale… —¡Y deja el puto botón del…! —Adiós, Jandrito… Cuelgo dejándole con la palabra en la boca, sabiendo lo que eso le molesta, echándome a reír a continuación. —No te tomas nada en serio, Paty —se queja Santos, al que todavía tengo agarrado del brazo. —No pongas esos ojitos tristones, Santitos… —Deja de llamarme… —¡Otro al que le molestan los motes cariñosos! —No me molestan —me explica—. Pero… Se queda en silencio de repente, sin explicarme a qué se refiere. —Pero… —le animo. —Nada, Paty, volvamos al trabajo. —Pero si Abelló nos ve aparecer tan pronto, nos volverá a llamar a su despacho. Podíamos aprovechar e irnos a comer los dos por ahí. Santos resopla con agotamiento. —Pues nada, me voy a dar una vuelta. Se suelta de mí y se dirige al ascensor, dándome la espalda. —Santos, espera —le pido, yendo detrás de él y subiéndome al ascensor casi con las puertas cerradas—. ¿Qué te pasa? —le susurro ahora, intentando que el resto de personas aquí dentro no nos escuche. —Nada —contesta secamente sin mirarme siquiera.
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—Nada… —le imito, burlándome de su seriedad. Resopla de nuevo, claramente molesto por algo—. A ver si vas a estar celoso por Jandrito… Y a eso reacciona. ¡Vaya! Se gira hacia mí con gesto de horror pero al segundo vuelve a ponerse serio, mirando al frente otra vez. —Es lo que me quedaba, vamos… El ascensor se detiene en la planta baja y todos comienzan a bajar de él, mirándonos de reojo entre risas. A ver si al final sí que escucharon algo… —Cómo le gusta a la gente el chisme —me quejo cuando nosotros también salimos. —Habló la del chisme eterno —me reprocha Santos—. A veces pienso que tú creaste la palabra. Y no sé por qué pero me ha hecho gracia aquello. Es cierto que Santos no suele ser el más gracioso del equipo pero a veces tiene cada punto… —Venga, Santos, vamos a tomarnos algo —propongo. —Tengo cosas que hacer. —Hasta hace unos minutos estábamos trabajando —le recuerdo, intentando seguirle el ritmo como puedo. Es demasiado alto para mí y sus piernas avanzan tan rápido que tengo que ir casi corriendo para alcanzarle. —En serio, Paty, déjalo, ¿de acuerdo? —¿Por qué desde hace tiempo estás así de borde conmigo? —Porque te comportas como… —se detiene en el acto y frota sus ojos, suspirando. Y por fin me mira—. Lo siento, no tienes la culpa, pero de verdad que quiero estar solo un rato. —¿Es por Mamen? Niega con la cabeza cuando le menciono a su ex mujer. Hace tiempo que se divorciaron, es cierto. Cosas que pasan en el cuerpo, imagino. Pero de vez en cuando sigue llamándole para verse. Yo creo que ella quiere tema con él todavía, y pude que lo tengan cuando quedan, pero Santos es demasiado reservado y no suele contarnos nada de su vida. Y no será porque yo no lo haya intentado con ganas; un chisme siempre es un chisme. —No es por ella —me dice, algo más calmado que hace un momento.
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—¿Seguro? Porque a lo mejor deberías quedar con ella y echar un polvo para que se te pasara lo que quiera que… —Patricia, de verdad que eres imposible —y ahora sí que le he enfadado. Mierda. Se gira de mala gana, dándome la espalda, y cojo su brazo, tirando de él hacia mí. —Santos, espera. Lo siento, ¿vale? Sólo quiero saber lo que te sucede pero nunca cuentas nada de tus cosas. Y te noto raro desde hace ya tiempo. Creo que sabes de sobra que puedes contar conmigo. Eres como mi hermano, Santos, haría lo que… —Mira, Patricia, déjame en paz —me corta, volviéndose a soltar de mí y yéndose tan rápido que soy incapaz de seguirle. Me quedo en mitad de Vía Laietana sin saber qué ha pasado siquiera, algo desubicada y frustrada. Y es que siempre me ha dolido de forma extraña que Santos se aleje de mí, no me preguntéis por qué. Ni yo misma lo sé.
Santos
Estoy insoportable y mi comportamiento está siendo desastroso, por decirlo de alguna forma elegante. Llevo semanas, meses incluso, en los que no soy capaz de actuar como antes. Puedo estar completamente concentrado en mi trabajo y de repente sentir que el pecho me oprime tanto que necesito salir a tomar el aire. Y Paty tiene razón: estoy raro con ella. Muy raro. Pero ni yo mismo sé lo que me sucede. Hace un rato ya que me he alejado de comisaría y de ella misma. Estoy caminando por el puerto, respirando aroma a mar, algo que suele calmarme desde niño. Pero cada vez me funciona peor. Me detengo un instante frente a uno de los pequeños barcos, algo demacrado y solitario, que bailan sobre el agua. Es casi como una alegoría de mi propia vida, así de destartalada y ermitaña, moviéndome desde hace demasiado tiempo sin avanzar hacia ninguna parte. ¿Qué me está sucediendo? Antes nada me perturbaba y nunca me afectaron ni siquiera mis problemas personales con Mamen. Cuando decidimos divorciarnos, poco después del asesinato de Joan y Carme, tuvimos una tranquila conversación en la que no 8
hubo malos modos ni palabras elevadas. Ninguno nos reprochamos nada. Sin embargo, Mamen sí que me dijo algo que me gustaría haber entendido. Cuando le dije que por mi parte no habría problema cuando tuviera una nueva pareja, que incluso podía contar conmigo si necesitaba algo en ese aspecto, ella sonrió de forma enigmática y pronunció unas incomprensibles palabras: Lo mismo digo cuando te atrevas a abrir los ojos en tu trabajo y seas valiente de verdad. Soy policía, en una unidad además complicada, y me juego la vida muchas veces. ¿Ser valiente? ¿Abrir los ojos? ¿Qué tenía que ver todo aquello con lo que yo le estaba diciendo? Le pregunté por ello pero Mamen se limitó a sonreír y a decirme que todavía no estaba preparado para entenderlo, pero que algún día me daría cuenta. Y que ese día, ella estaría para mí. Hemos seguido hablando a menudo durante estos años. Al principio había más que palabras en alguna ocasión pero todo eso fue desapareciendo con extraña naturalidad hasta que quedó solamente comprensión y apoyo mutuo. Paty muchas veces se ríe cuando sabe que he quedado con Mamen y hace bromas con que vamos a acostarnos mi ex mujer y yo. Jandro simplemente no comprende nuestra relación pero no se mete en ella; él siempre es así. Y yo… Yo sé que algo me falta, algo que no estoy viendo y que Mamen supo desde el principio. Ella sabe qué es lo que me sucede. Sí, ella sabe. Puede que también sepa por qué me molesta tanto cuando Paty bromea con que voy a acostarme con alguien o cuando ella misma mantiene ese tipo de conversaciones con Jandro, con el que precisamente desde que yo me divorcié, ha estado acostándose. Puede que lo que hoy me ha pasado haya sido eso. Paty y yo estábamos demasiado cerca el uno del otro, casi podía sentir su pecho palpitando sobre el mío. Sentía algo reconfortante al estar tan cerca de ella; quería incluso abrazarla. Ella no parecía estar incómoda tampoco tan cerca de mí. Pero ha sido escuchar la conversación que mantenía con Jandro por teléfono y algo dentro de mí he sentido que se volvía a resquebrajar. Y me parece que va siendo hora de que Mamen me explique a qué se refería con todo aquello que me dijo hace años. Saco el teléfono y marco su número. Espero por fin deshacerme de esta extraña y molesta inquietud que me atormenta desde hace ya demasiado tiempo.
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Paty
Pero qué frío hace hoy en Barcelona. Es noviembre y ya se nota que empieza a refrescar algunos días. ¿Cómo será vivir en una zona más fría? Nunca lo sabré porque no sobreviviría; estoy segura. Y aun con el frío que hace, he salido de mi confortable trabajo para ir a buscar a Santos. Porque no ha vuelto en todo el día el muy imbécil, y Abelló me ha venido a mí a pedir explicaciones. Me he inventado una vaina asombrosa por cubrirle pero empiezo a estar preocupada. Le he mandado varios mensajes, le he estado llamando por teléfono pero nada. El localizador de su móvil dice que está en el puerto desde hace horas, que no se ha movido de allí. Pero puede que le hayan robado el móvil. O que lo haya perdido allí. O incluso que haya tenido un altercado con un terrorista que había planeado hacer saltar por los aires toda la ciudad y Santos haya terminado acribillado en el fondo del agua. Y claro, necesito ir a comprobar que mi compañero y amigo está bien. Cuanto más me acerco al punto que marca el localizador, más rápidos van mis pasos. Tengo el corazón acelerado y ahora mismo me siento una mierda de persona porque hasta horas después no he ido a buscar a Santos. Le ha podido pasar cualquier cosa y sin embargo yo no lo he dado importancia. Si a Santos le sucede algo, será por mi culpa, porque no he sabido ver que había un peligro claro y que era extraño que no se pasara por comisaría durante horas. Cuando le veo a lo lejos, sentado en un banco frente al puerto, el corazón me da un vuelco de alegría. No parece estar herido ni en peligro ni… Entonces se mueve a un lado y veo a Mamen. No me lo puedo creer. Me echo a correr y llego a su lado en segundos. Estoy todavía jadeante por la carrera y les he podido saludar con la cabeza nada más porque todavía no me salen las palabras. Y aquí estoy, frente a ambos, siendo observada como si yo fuera un bicho raro. —¿Qué te sucede? —pregunta Santos con extrañeza, arrugando la frente. —Que, ¿qué me…? —voy cogiendo aire por fin, al menos el justo como para poder hablar otra vez sin ahogarme—. ¡Llevas horas desaparecido! No me contestabas 10
al teléfono, ni a los mensajes, y Abelló preguntaba por ti y… ¡Podía haberte pasado algo! Le doy una colleja aunque lo único que provoco en él es risa al moverle sólo los rizos del pelo. Es pensar en hacer daño a Santos aunque sea de broma y mi inconsciente no me lo permite. —Ha sido una tarde nada más, Paty —me recrimina—. Y con el localizador sabías perfectamente que… —¡A lo mejor te había dado una vaina rara y estabas aquí tirado en el suelo, agonizando, o…! Mamen se echa a reír a carcajadas, cortando mi disertación de miedos varios. Santos la secunda, riéndose con ella. —Eres una dramaqueen —me dice él—. Y el caso es que te encanta serlo. —Y a ti también —escucho que Mamen le dice. —A él no le gusta nada el drama —le corrijo—. Es más de mantener la calma ante cualquier cosa. Seguro que si me ve desangrándome sería capaz de terminarse la cerveza mientras llama a la ambulancia que… —Patricia, no digas eso ni de broma —me corta Santos, volviendo a ponerse serio. —¿Ves? —me quejo a Mamen, que le mira de reojo, sonriente—. Es que una no puede ni hacer un poco de drama porque ya el chamo se estresa. Mamen acaricia el pelo de Santos y este la mira, sonriéndola. Verga, a ver si es que han vuelto o algo y he venido yo aquí a interrumpir… —Bueno, yo debo irme —dice Mamen acariciando la mejilla de Santos y dándole un beso en ella. Acto seguido se levanta del banco y me mira a mí. —No hace falta —me apresuro a decirle—. De verdad, sólo estaba preocupada pero yo si eso me voy y os dejo solos otra vez… Ella me abraza con cariño y vuelve a mirarme, sonriendo al verme la cara de sorpresa que se me ha quedado con ese gesto cariñoso que ha tenido conmigo sin venir a cuento de nada. —Cuidaos, ¿de acuerdo? —me dice, y se gira hacia Santos—. Si necesitas cualquier otra cosa, ya sabes dónde estoy. Él se limita a sonreír y a asentir con la cabeza. Ella parece satisfecha con ese gesto y comienza a caminar hacia la multitud, dejándonos solos. 11
—¿Vais a volver? —es lo primero que le pregunto, bajando el tono por si todavía puede escucharnos. Santos continúa sonriendo. Me hace un gesto con la mano para que me siente con él y apoya su brazo acto seguido en el respaldo del banco, adoptando una postura relajada. Cuando me siento y le miro, esperando a ver qué tiene que decirme, es cuando comienza a hablar. —No voy a volver con Mamen —me cuenta—. La llamé porque necesitaba hablar con ella de unas cosas. —Ya, claro. Hablar… —Sólo hablar… —Pues muy relajado te veo para haber estado solamente hablando. Su risa es contagiosa y me hace sonreír. —Muy alterada te veo yo con el tema de Mamen. —¿Yo? Para nada, vamos. No sé por qué tendría que estarlo. Intento calmar la risa nerviosa que me ha entrado, no sé bien por qué. —Paty, quiero hablar contigo —me anuncia. —¿Ves? ¡Sabía que te pasaba algo! ¿Has ido al médico y te han dicho algo que…? —Paty, ey… —me corta, posando su brazo sobre mis hombros y atrayéndome hacia él, acariciando mi brazo. Y me siento tan bien con ese gesto que sin saber cómo, me he calmado en milésimas de segundo. ¿Qué vaina es esta? —No, chamo, pero dime ya, que me tienes nerviosa… Suspira, como si lo que me tuviera que decir fuera complicado. Y aunque eso tendría que volverme a poner nerviosa, las caricias de Santos en mi brazo siguen haciendo efecto. Bueno, escucharé con calma a alguien por primera vez en mi vida.
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Santos
Creo que necesitaba la charla que he tenido con Mamen. De verdad que creo que era necesario. Y ella ha sido maravillosa. La llamé con prisa y miedo, angustiado porque no sabía qué es lo que me sucedía. Soy una persona que necesita mantener la calma siempre; si pierdo ese equilibrio interior, no funciono bien. Y ya llevaba demasiado tiempo perdido. Mamen llegó al poco rato de haberla llamado. Era como si supiera perfectamente qué iba a decirle y lo que ella tenía que decirme a mí. Fue extraño pero reconfortante. Es una mujer maravillosa y sé que tengo mucha suerte al haber compartido parte de mi vida con ella; y seguir haciéndolo. Un divorcio hay gente que se lo toma como una derrota o un duelo. Lo nuestro fue más algo parecido a avanzar en nuestras vidas. La gente nos decía que lo intentáramos, que no podíamos rendirnos tan fácilmente. Pero lo nuestro no era una rendición, es que sinceramente creíamos que era lo mejor que podíamos hacer. Y después de la conversación de hoy, mucho más. —Primero me gustaría preguntarte algo —comienzo a decirle—: ¿Qué es exactamente lo que tienes con Alejandro? Ella hace un gesto de extrañeza y una sonrisa nerviosa asoma en sus labios. —Pues… Bueno, nos acostamos y eso, ya sabes… —Me refiero a… Quiero saber si vosotros estáis pensando en tener algo más serio. —La verdad es que… No, nunca hemos pensado algo así, ¿por? —Porque si me llegas a decir que sí, la conversación habría terminado aquí —le explico. —¿Por… qué? Comencemos… —Paty —prosigo—, no conocemos desde hace años ya… —Muchos, sí —contesta con nerviosismo. —Bueno, muchos, es cierto —le concedo—. Y siempre nos hemos llevado bien, ¿no es así? Ella me escruta con la mirada, queriendo adivinar lo que voy a decirle. —Y espero que sigamos llevándonos bien —me advierte, haciéndome sonreír. 13
—Esa es mi intención. Aunque me gustaría que nos lleváramos mejor. —¿Mejor? Quien piense que mantener una conversación así con más de cuarenta años es sencillo, no tiene ni idea de estos temas o miente con descaro. —Últimamente he estado pensando… —Tú siempre piensas demasiado. —Si no me dejas hablar, te quedas con la intriga del chisme —le amenazo. —Ah, no, chamo, ¡ahora no me hagas eso! —exclama con angustia. —Bien, entonces… —Vale, sí, me callo, muy bien… Bueno, prosigamos… —Como te decía, nos conocemos desde hace años y siempre hemos tenido una buena relación. Y yo llevo tiempo debatiéndome entre decirte lo que me pasa o dejar que todo siguiera igual. Pero tengo que contártelo. —Santos, puedes decirme lo que necesites. Y suena absolutamente sincera. Sigo acariciando su brazo y eso me calma a mí la ansiedad. Estar tan cerca de ella me activa y me tranquiliza a partes iguales. Bueno, allá va. —Paty, siento algo por ti desde hace demasiado tiempo que no es precisamente amistad —y en cuanto le he dicho esto, esperaba alguna reacción por su parte pero sigue mirándome como si continuara esperando a que yo hablara porque no me ha escuchado—. Paty, ¿me oyes? —Es… ¿Es broma? —dice marcando cada palabra. —No, lo siento, no lo es. —Ah… Sé que me he arriesgado demasiado a esto. Puede que ahora ella se sienta incómoda trabajando conmigo y… —No quiero que a partir de ahora las cosas sean diferentes si tú no sientes lo mismo por mí —me apresuro a decirle—. Somos dos adultos y sabremos cómo… —¿Eso es lo que te pasaba? —me dice ella sin escuchar lo último que estaba diciendo yo. Asiento antes de contestar.
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—No quería que pensaras que pasaba otra cosa. Esta es la verdad, así que no hace falta que hagas un drama cada vez que me veas raro. Es simplemente que intento lidiar con todo esto. Te prometo que por mi parte no podrás tener queja nunca sobre lo que… —¿Siempre tienes que ser tan correcto? Sonrío con su apreciación. Y al volver a acariciar su brazo, me doy cuenta de que ella cada vez está más pegada a mí. No se ha separado al contarle todo esto, y eso es algo que me llena de esperanza. —No puedo evitarlo; ya me conoces. Para imprudente ya estás tú. —¿Así es como piensas conquistarme? Y esa queja me parece absolutamente maravillosa por el significado que tiene. —Yo no quiero conquistarte, Paty. Me gustaría poder pasar más tiempo contigo, de otra manera. Querría que me vieras con ojos distintos a los de una hermana, por ejemplo. Ella agacha la mirada cuando le recuerdo sus propias palabras de hace unas horas. —No me expliqué bien, vale, lo siento… —No pasa nada. No tuve que reaccionar así; discúlpame tú a mí. Vuelve a sonreír y ya no sé cómo tomarme todo esto. —Somos muy diferentes —apunta, aunque no parece que lo esté diciendo como algo malo—. Tú eres la calma personificada y yo estoy bastante loca. —Y me encantas demasiado tal y como eres. Su sonrisa no la abandona y estoy empezando a pensar seriamente que esta conversación puede que esté yendo bien. —Entonces… ¿Qué hacemos con esto? —¿Esto? —digo, aguantando la risa por lo cohibida que la veo de repente. —Bueno, sí, no sé, chamo. Yo estoy acostumbrada a… Bueno, a otra dinámica. —Si te parece bien, podemos volver juntos a comisaría tranquilamente, terminar el trabajo de hoy y al salir, me gustaría que me dejaras invitarte a cenar. —¿A cenar? —pregunta alzando algo la voz. —Si te parece bien, claro. —Pero no estoy… Es decir, ¡mira las pintas que tengo! Van a pensar que te acabas de encontrar a una vagabunda y que estás haciendo la buena obra del día invitándola a cenar. 15
Me echo a reír por su rápida disertación. Así es Paty y así me ha ganado por completo sin tan siquiera proponérselo. —Estás magnífica —le aseguro—. Cada día, con cualquier cosa. —Bueno, ya no tanto. Que una ya no tiene veinte años… —¿Qué tiene que ver la edad? De hecho ahora me pareces más cautivadora que cuando te conocí. —¿Cautivadora? —y ahoga una carcajada al decirlo. —Sé que es mucho pedirte pero de verdad me gustaría que me respondieras con un sí o con un no. —¿A qué? Me echo a reír. Es que no tiene remedio. —A lo de la cena, Paty. —Ah… Ya. Lo siento, es que a veces me pongo a hablar y me lío yo sola pero eso no significa que… —Paty… —le recuerdo volviendo a reírme, ahora con ella. —Me gustaría —contesta sencilla y deliciosamente, llenándome de felicidad. —Entonces tenemos una cita a la salida. —Vaya, una cita… Nosotros, una cita, ¿te lo puedes creer? Sonrío y ahora acaricio su pelo oscuro y sedoso. Con mi otra mano hago bailar su flequillo un instante entre mis dedos y me deleito en su propia sonrisa. —Me gustaría elegir a mí el sitio, ¿te parece bien? —Mmm… Sí, vale —me concede—. Así me toca a mí la siguiente vez. Y el lugar dependerá de lo bien o mal que te portes en la primera cita. —Así que quieres tener otra cita antes incluso de haber tenido la primera —digo con asombro. —Es que, si es contigo, tengo la impresión de que se va a convertir en mi vicio favorito —y cuando voy a contestar, ella se adelanta—. A ver, el pan siempre va a ocupar un lugar destacado en mi corazón… Río con ella. Río de pura alegría por cómo está saliendo todo hasta ahora. Río de alivio y de esperanza. Y río por saber que, a pesar de todo, siento dentro de mí que quiero tener una oportunidad para ser feliz. —Si voy justo después del pan, estaría más que satisfecho. —Me encanta que seas tan comprensivo y tan poco celoso con mi mayor objeto de deseo; es algo muy importante para mí… 16
Casi no ha terminado la frase y yo ya estoy riéndome por su nueva ocurrencia. Normalmente no soy muy dado a reírme; es algo que Mamen también me ha comentado hoy. Cuando todavía estábamos casados, ella nos veía a Paty y a mí interactuar y se sorprendía por la cantidad de veces que me reía en presencia de Paty por las mil ocurrencias que tenía. Con Mamen era distinto. Podía reírme pero es cierto que era algo más normal. No lo hacía con ganas. Era algo así como… convencionalismo social. Sabía reconocer que ella decía algo gracioso y le correspondía con una breve risa. Pero junto a Paty siempre río con ganas reales, a veces produciéndome agujetas incluso. —¿Volvemos al trabajo entonces? —le pregunto, haciendo amago de levantarnos ya de este banco. —¿Perdona? —me dice toda ofendida, haciéndome sentar de nuevo. Yo ya la había soltado pero ella procede a pasar de nuevo mi brazo por sus hombros y coge mi otra mano y me la posa en su mejilla. —Deberíamos irnos a… —Ahora le entran las prisas al señorito, claro. —¿Qué propones entonces? —le digo, rindiéndome. Ella sonríe con los labios y los ojos, una cualidad que me fascina de ella. —Esto, por ejemplo —responde, empezando a acercarse a mí. Deja sus labios a pocos milímetros de los míos y levanta la vista para hacerme una pregunta silenciosa. Paty, la alocada, directa y hermosísima Paty está pidiéndome permiso para besarme; ni en mis más perfectos sueños habría imaginado un escenario similar a lo que ahora mismo estoy viviendo. Mi mirada descendiendo hasta sus labios le da la contestación. Y sentirla de esta forma tan distinta y especial es una sensación como de otro mundo. Este beso que sabe a miel y mar, a arepas y panecillos dulces, me confirma que estoy en el momento y en el lugar que debo estar. Junto a quien siempre tendría que haber estado. Cuando nos separamos y volvemos a mirarnos, siento que tengo que decir algo pero no sé el qué, sinceramente. —Patricia, yo… —¡No me digas que, ahora que ya te has aprovechado de mí, vas a cancelar la cita! Me río de nuevo y abrazo a quien considero parte primordial en mi vida, sintiendo cómo ella me devuelve el abrazo al instante. 17
—¿Siempre será así todo contigo? —pregunto sin dejar de abrazarla, volviendo a mirarla a los ojos y a los labios de manera intermitente. —Siempre —me confirma en un delicioso susurro. Nuestras bocas vuelven a colapsar la una en la otra, a modo de juramento firmado únicamente con nuestros labios. Hundo mis dedos en su pelo al sentir que ella lo hace en el mío, intensificando este beso. Y por primera vez en mi vida sé que estoy… Viviendo.
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