1
2
Septiembre 2022
Carolina
Hoy hace un día fabuloso en Londres para ser ya septiembre. No hace frío todavía y el viento de la semana pasada nos ha dado una tregua. Es un final de verano bastante tranquilo para ser Inglaterra. Juego con mi anillo de casada, ese que está en mi dedo desde hace pocas semanas, junto al de prometida. Ambos me recuerdan etapas de mi vida que no quiero olvidar. Porque nos ha costado llegar a donde estamos pero lo hemos conseguido, y esos anillos son un recordatorio constante de lo fuertes que somos y lo mucho que podemos hacer por amor, la mayor fuerza que mueve el mundo. Alex y yo nos queremos, siempre lo hemos hecho, desde el mismo día en que nos conocimos, en ese puente a la salida del Globe. Nos queremos, nos hemos querido y nos querremos toda la vida, le pese a quien le pese. Y ese amor es el que nos hace saber que, pase lo que pase, vamos a conseguir todo lo que nos propongamos. Juntos, como una familia que se adora… Aunque a ver, si Alex y Robert siguen con el drama de hoy, creo que no voy a conseguir ni terminar mi desayuno, por mucho que les quiera a ambos. —Pero a mí me gusta Colin —se queja Robert, dando vueltas a la leche una y otra y otra vez. —Lo sé, colega, lo sé —le secunda Alex—. Si yo querría que te quedaras en casa con Colin pero… —Me dan miedo los niños —reconoce Robert—. Siempre dicen cosas de vosotros y yo no quiero que me digan cosas… —A mí también me dan miedo —le contesta su padre—. Es que te dicen cualquier cosa y ni se inmutan, oye. —Y seguro que hay pesados, papi —le dice, refiriéndose a los paparazzi—. Y ellos también me dan miedo. —Es que ellos dan más miedo que los niños. —Bueno, a lo mejor igual… —le responde su hijo, pensativo. 3
—Pues yo creo que más los pesados —sigue insistiendo Alex. —Seguro que los niños son amigos de los pesados —y la voz de Robert cada vez es más dramática. —No me extrañaría nada, porque lo malo siempre se junta y… —Vamos a ver —intervengo de nuevo—. O cortamos este drama o tendremos que cancelar el viaje del finde a Escocia. —¡No, por favor! —me pide Robert, juntando sus manitas y poniendo voz desesperada—. ¡Yo quiero ir! —¡Por qué tendríamos que cancelarlo! —se queja casi con el mismo tono Alex, indignadísimo con mi amenaza. —¡Yo quiero ver a Seelie! —exclama el pequeño caballerete, medio lloroso ahora ante la perspectiva de no ver a su querida amiga. —¡Y yo a George! —vuelve a quejarse mi niño grande, pensando estar otro fin de semana sin su mejor amigo. Ambos se abrazan, lamentándose de su suerte. Vuelvo a tocar mis anillos, buscando que me den fuerza para el día de hoy; la voy a necesitar. —A ver, a ver —les corto el drama de nuevo—. Habrá fin de semana en Escocia si acabamos de desayunar tranquilamente y nos vamos para llegar a tiempo. —Pero es que los niños… —vuelve a insistir de nuevo Robert, aunque algo más calmado. —Y los pesados —le dice ahora su padre—. No te olvides de los pesados… —Los niños van a quererte mucho, cariño —le explico a Robert, acariciando su barbilla con dulzura y haciendo que me preste atención a mí y no al dramático de su padre—. No te van a decir nada porque si lo hacen, yo misma en persona iré a decirles que con mi niño nadie se mete. Robert asimila mis palabras y se le va pasando poco a poco el berrinche. —¿Y los pesados que…? —insiste aunque ya más tranquilo. —Tu padre y yo hemos hablado con los pesados para que no te molesten. No va a haber pesados a tu alrededor, porque siempre vamos a defenderte de ellos. Prometido. Robert mira a su padre, que asiente con convencimiento. —Pero es que… —vuelve Robert a insistir. Y creo que tengo que ir con toda la artillería o esta batalla la voy a perder. —Iba a esperar hasta salir de casa para daros una cosa pero en fin… —les anuncio, levantándome de la mesa y dirigiéndome en silencio al hall de entrada. Abro 4
mi bolso y saco de allí una bolsa que ambos miran con curiosidad en cuanto vuelvo con ella a la mesa, sentándome y pasándosela al propio Robert—. Cris me lo envió hace un par de semanas y me pareció perfecto para hoy. Y en cuanto ambos ven lo que es, empiezan a gritar, emocionados. Sabía que les gustaría. De vez en cuando nos hacen llegar regalos y, entre ellos, se está popularizando la ropa igual para Robert y Alex, algo que desde el principio les fascina a ambos. En esta ocasión, Cris me hizo llegar un par de camisetas negras de temática rockera que pone en letras blancas School rocks, con símbolos propios de una banda de rock. Me pareció algo que podrían llevar los dos para el primer día de colegio de Robert y estuve guardando el secreto hasta hoy. Y parece que he acertado. Ambos ya se están cambiando su camiseta por esta otra, emocionados y mucho más animados que antes. Ahora ríen y Alex le enseña a hacer un gesto rockero con las manos mientras repiten los dos en alto la consigna de la camiseta. De repente a mis dos chicos les gusta la idea de ir al colegio, uno a empezar su etapa escolar y otro a acompañarle. Y deciden que me he ganado los besos que tanto uno como otro han empezado a darme como locos. Miro de refilón mis anillos y sonrío. El amor sigue funcionando para resolverlo todo en nuestra familia. Eso y las camisetas a juego, está claro.
Alec
Estoy muy nervioso desde hace días. Y tengo motivos de sobra para ello. Mi pequeño hijo empieza hoy el colegio y eso es algo muy importante. Lo hemos preparado todo para que hoy salieran las cosas perfectas pero mientras desayunábamos nos entró el pánico tanto a él como a mí y… Suerte que mi chica salió en nuestra ayuda y nos hizo felices de nuevo, con estas dos camisetas que ahora lucimos en la calle, orgullosos de ellas. Carol siempre sabe qué hacer y cómo sacarnos una sonrisa. Ella dice que yo también hago eso muchas veces, incluso Robert, que ella no tiene ningún mérito especial. Que los tres nos turnamos para apoyarnos y tranquilizarnos cuando alguno lo necesita y que eso es en realidad ser una familia. No me digáis que no tengo una gran suerte en la vida. 5
Robert camina en medio de ambos, dándonos la mano, mientras conversa, alegre, sobre las ganas que tiene de enseñarle a todo el mundo su camiseta. Unos vecinos que nos encontramos en el portal al irnos ya nos han dicho lo mucho que les gustan. Y ahora que nos acercamos a la puerta de su nuevo colegio, la gente nos mira. Sí, primero por quiénes somos Carol y yo, pero después se ríen al ver las camisetas y lo orgullosos que vamos luciéndolas, y nos van diciendo a cada paso que quieren unas iguales. Y Robert está eufórico ahora mismo, deseando entrar en clase. —¿Veis? Ir al cole no es tan malo como parecía —nos dice Carol con una hermosa sonrisa que no puedo evitar besar en cuanto aparece en sus labios. Mi chica es la mujer más asombrosa sobre la faz de la tierra; no creo que nadie pueda tener dudas sobre ello. Justo cuando estamos elevando unos centímetros en el aire a Robert, haciendo que salte cada vez más alto, nos sorprenden unos paparazzi que empiezan a gritar y a deslumbrarnos con los flashes de sus cámaras. Robert lanza un grito por el susto que se lleva y se esconde detrás de Carol y de mí, medio llorando para que se vayan de aquí. Maldita sea… —A ver, chicos —les digo a los paparazzi todo lo amablemente que puedo—, hoy es un gran día para él y ya sabéis que todavía se pone nervioso con estas cosas. ¿No podríais avisarnos cuando vayáis a hacer estas cosas en vez de salir de la nada y hacer esto? Los tres paparazzi que nos han asaltado hace unos segundos, se quedan primero sorprendidos porque me dirija a ellos con buen tono y luego parecen reflexionar sobre lo que estoy diciendo. Podría demandarlos, es cierto; las leyes son bastante estrictas en algunos sitios. Pero eso no resolvería nada a la larga. Carol y yo hemos hablado mucho sobre este tema y hemos decidido que lo mejor es afrontar cada situación con normalidad, intentando hablar con quien haga falta. Y, por ahora, nos está funcionando de maravilla. Aquellos paparazzi se hacen a un lado, pidiéndonos perdón tanto a Carol y a mí como al propio Robert, que sale de detrás de nosotros algo desconfiado todavía. —Intentamos un par de fotos cuando salga del colegio, ¿de acuerdo? —les dice ella al pasar por su lado—. A ver si sale contento… Todos asienten, encantados con la perspectiva. Incluso uno de ellos escuchamos que grita School rocks! y le desean suerte a lo lejos a Robert, que se gira en ese momento y ensaya ante ellos un gesto rockero con la mano que le he enseñado hoy 6
mismo. Los paparazzi se ríen, nosotros suspiramos de alivio y Robert vuelve a estar feliz, llegando a las puertas de su nuevo colegio con una gran sonrisa otra vez. Y sí, se forma un pequeño revuelo cuando llegamos, y algunos padres incluso se acercan a nosotros para presentarse de forma descarada. No me cae bien ninguno de ellos, lo digo desde ya. Y es que ninguno ha dicho nada de nuestra camiseta. Imperdonable. —Ey, colega —le digo a mi hijo, agachándome a su altura cuando veo que vuelve a ponerse nervioso con tanto jaleo a nuestro alrededor—. No pasa nada, ¿de acuerdo? Carol y yo estamos contigo. —¿Vais a venir después? —pregunta con carita triste, mirando a su alrededor con algo de miedo. —Claro que sí —le aseguro—. Es más, si en algún momento ahí dentro ves que no puedes más, piensa en nosotros para que te ayudemos hasta que salgas. —¿Vendríais? —¡Mejor aún! Como tardaríamos un poco en entrar a tu clase, sólo con pensar en nosotros muy fuerte, muy fuerte, te vamos a ayudar en lo que sea al momento, ¿qué te parece? Robert mira ahora a Carol, que se afana por hablar amablemente con la gente para que le presten atención a ella y no a mi hijo. Esta parece sentir su mirada y se gira hacia él, sonriéndole. Y Robert se lo toma como una confirmación de lo que le acabo de decir. —Bueno, vale… —me concede. Abrazo a mi hijo con fuerza. Quiero llorar, no sé por qué. Siento emoción porque estoy llevando a mi pequeño al colegio en su primer día, algo tan sencillo que no pensé que pudiéramos conseguir hacer tan fácilmente, la verdad. Pero lo estamos haciendo, y todo está saliendo más o menos bien. Diana ni siquiera nos ha puesto pegas para esto. No parecía tener ganas de discutir. Puede que tenga que ver el hecho de que Laura acaba de publicar el tercer libro de Coincidence y seguramente Diana ya está tramando algo mejor que lucirse en el primer día de colegio de su hijo. Pero en todos estos años hemos aprendido a disfrutar del momento sin pensar en lo que está por venir. Así hemos sobrevivido y así vamos a intentar hacer que las cosas continúen funcionando. —Niño —escucho a mi chica decirme a mi lado—. Robert tiene que entrar a clase con el resto de sus compañeros. 7
Me fijo en que todos ya se han despedido de sus padres y están entrando por aquella puerta infernal. Me separo de Robert para dejar que sea la propia Carol la que lo abrace ahora, susurrándole lo mucho que le queremos y lo poco que queda para que salgamos a celebrar este día. —¡Tu camiseta es guay! —le dice un niño al pasar por su lado, entrando al momento por la puerta echando una carrera con otro compañero. Robert se le ha quedado mirando con sorpresa y luego se ha girado hacia nosotros. De repente parece no tener tanto miedo a entrar en el colegio. Vale, muy bien, a veces hay niños que sí que son buenos y no dan tanto miedo. —Voy a entrar —nos dice con decisión ahora, emulando un tono adulto. —Muy bien, cariño —le anima Carol, acariciando su pelo. —¡Ese es mi colega! —le digo yo, chocando la mano con él y haciéndole reír cuando hago como si me ha dado demasiado fuerte y por poco me caigo hacia atrás. Y en cuanto otro niño vuelve a decirle que le gusta su camiseta, Robert se echa a correr con él, dejándonos a Carol y a mí en la puerta, devastados de dolor por su repentina partida, un momento duro que me costará asumir hasta que… —Sé que ahora mismo estás haciendo un drama tremendo en tu cabeza —me dice Carol a mi lado con una sonrisa que cuenta como un tercio de carcajada. —No estaba… —comienzo a decir—. Un poco, vale —reconozco. Y, por lo que sea, ella decide recompensarme con un amoroso beso. —Umbrella, babe —me dice todavía sobre mis labios. Suspiro, tratando de alejar el drama de mi cabeza. —Always umbrella, babe. Carol parece satisfecha con mi hazaña de contenerme y continúan sus recompensas. —Venga, vamos. Te invito a desayunar. La cojo por la cintura y vuelvo a besarla. —Esto es más un premio para ti que para mí —me quejo cuando dejamos atrás el colegio por fin. Ella simplemente se ríe. He ahí mi tercera recompensa.
8
Robert
Tenía un poco de miedo hoy. Ayer me dolía la barriga cuando pensaba que tenía que venir al cole pero antes de entrar unos niños me han dicho que mi camiseta es muy bonita y que les gusta, y que mi papá es genial porque la llevaba también. Y ya no me dolió más la barriga. Este sitio huele mucho a pinturas de cera, de esas que usamos papá y yo para pintar cuadros porque son las más bonitas que hay y es muy guay que luego se te queden los dedos de colores. Papá después juega con Carol a mancharle la cara con los dedos y ella se ríe y papá también y yo también me río y es muy guay. Y aquí huele a ceras y a chocolate con bizcochos de azúcar de los que Carol una vez nos trajo a papá y a mí. Dijo que ella comía eso en las fiestas de su colegio. Estaba muy rico. Y ahora tengo hambre. —Miss —le digo a la profe cuando pasa por mi lado—, ¿van a traernos ya el chocolate con bizcochos? —la profe me mira un poco raro al principio y entonces me doy cuenta de que me he liado y he dicho la mitad de la frase en inglés y la otra en español—. Perdón, yo… Quiero decir que… Pero ella sonríe y acaricia mi pelo y eso me gusta porque no se ha enfadado conmigo como hace mamá cuando se me escapa alguna palabra en español. —Hablas muy bien los dos idiomas —me dice ahora ella en español, agachándose a mi lado—. ¿Estás más cómodo hablando en alguno de ellos? —Pues no sé… No, yo… A veces me lío un poquito… Ella se ríe un poco y vuelve a acariciar mi pelo. —¿Sabes? Tienes mucha suerte. —¿Yo? —pregunto emocionado. ¡La profe está diciéndome que tengo mucha suerte! ¡Eso es muy bueno! —Sí, claro —me dice ella—. Eres muy pequeño y ya sabes hablar dos idiomas. Y en el cole vas a aprender alguno más. —También sé decir palabras en escocés —le cuento ahora. —Vaya, ¿de verdad? —contesta muy sorprendida—. ¡Eso es genial, Robert! El escocés es muy bonito. —Sí, me gusta mucho. Siempre que voy, me enseñan alguna palabra nueva. —¿Cuál fue la última que aprendiste?
9
Estoy muy emocionado porque la profe me está hablando y diciéndome cosas muy bonitas y los compañeros de mi lado ahora me miran y me escuchan, como si quisieran saber más. —Bahookie —le digo con orgullo. Ella parece que quiere reírse por algo pero no lo hace. —¿Sabes lo que significa eso? —pregunta. —Bueno, Seelie me ha dicho que lo ha escuchado en clase y nos ha gustado esa palabra. Ahora todos los compañeros están repitiendo la palabra que yo he dicho pero la profe les dice que se calmen y que sigan coloreando un rato más. —Mira, yo hoy te voy a enseñar otra palabra en escocés, ¿quieres? —¡Vale! —Stravaig —me dice, pronunciándolo como habla Seelie. —¡Es una palabra muy bonita! —le digo con emoción. Y mis compañeros ahora repiten esta otra nueva palabra. —¿No la conocías? —me pregunta ella y yo niego con la cabeza—. Significa algo así como caminar sin rumbo. Esto lo hacen mucho en Escocia porque es muy bonita y se disfruta mucho. —Sí que es bonita —reconozco—. ¿Eres de allí? —Sí, soy escocesa. —¡Tengo muchos amigos allí! —le digo con emoción—. ¡A lo mejor les conoces! Ella se ríe otra vez y eso es muy bonito. —Los escoceses no nos conocemos entre nosotros; ¡somos muchos! Pero sé quiénes son tus amigos. Y me caen muy bien —me dice ahora en bajito. —Stravaig… —repito, intentando memorizar la palabra que acaba de enseñarme. —Recuerda que tienes que preguntarle siempre a la gente lo que significa una palabra antes de decirla tú, ¿vale? Porque a lo mejor un día te enseñan a decir no quiero chocolate con bizcochos y claro, eso sería un problema… —¡Es verdad! —le digo, llevándome las manos a la cabeza. Ay, no… Espero que bahookie no quiera decir eso… —Bueno, niños, ¿tenéis hambre? —nos pregunta ahora a todos en inglés la profe. 10
Y claro, todos le contestamos que sí y ella vuelve a reírse mientras nos promete que van a traernos algo muy rico dentro de un momento.
¡Hemos comido algo muy rico en forma de pasteles y la profe al terminar nos ha dicho que era verdura! Es genial y tengo ganas de salir para contárselo a papá y a Carol. ¡Es que tengo muchas cosas que contarles! Estamos durmiendo un poquito pero yo no mucho porque he hecho un amigo que se llama Thomas y estamos hablando muy bajito para no despertar a los otros compañeros. Y de repente, alguien llama a la puerta y ahora sí que se han despertado todos con ese ruido. La profe va a ver quién es y antes de que llegue, mamá está abriendo la puerta. Está con Pedro y empiezan a buscarme, mirando desde allí a todos los niños. Y yo no quiero que me vean. No quiero ir con ellos. Quiero que vengan papá y Carol. Con mamá y Pedro no. ¡No quiero! Me escondo muy rápido debajo de la mesa y mi amigo Thomas se esconde conmigo. —¿Por qué te escondes? —pregunta en bajito. —No quiero ir con ellos —le digo. —¿Los conoces? —Son mi mamá y su novio. Pero yo quiero volver con mi papá y su mujer, que me quieren mucho y hacemos cosas muy guays. Thomas hace un gesto con la cabeza para decirme que lo entiende y me abraza. —No te preocupes, Robert, que yo no voy a dejar que te lleven. Pero entonces la profe empieza a llamarme. Pido muy fuerte muy fuerte que no me encuentre pero entonces la profe se agacha y ve dónde estoy escondido con mi amigo. —Mi amigo no quiere ir con ellos —dice Thomas por mí. —Sólo quieren hablar contigo, cariño —me dice la profe—. No te preocupes; yo voy a ir contigo, ¿vale? —Pero mi papá y Carol van a venir cuando… Y la profe hace el mismo gesto que Thomas hizo antes. —Ven, cariño —me dice, cogiendo mi mano—. Se lo decimos a tu mamá, ¿de acuerdo? —Pero es que… 11
—No te preocupes de nada —sigue diciéndome—. ¿Sabes lo que es una calec? —Sí, es gente muy buena y mi papá y Carol me dicen que nos quieren mucho. Y la profe sonríe, sacándome de debajo de la mesa. —Pues yo soy calec; puedes estar tranquilo porque jamás dejaría que nadie te hiciera nada. Pero shhh… —y pone su dedo en la boca—. Nadie puede saber que lo soy. —¡Vale! —le contesto, mucho más tranquilo. —Me gusta mucho esa expresión española —me cuenta antes de llegar a donde están mamá y Pedro. —Me la enseñó Carol —le cuento. La profe no deja de sonreír pero lo hace como cuando papá está preocupado. —¡Cariño! ¡Vida mía! —me dice mamá, abrazándome muy fuerte cuando llegamos a su lado—. Tenía muchas ganas de verte. ¿Quieres salir un poquito antes? Así nos vamos los tres a… —Papá y Carol van a venir a buscarme —le digo cuando consigo que me suelte. —Ah, sí, eso… Me llamó tu padre hace un momento y me pidió que viniera ahora, que estaban de compras y se les iba a hacer tarde —y entonces ve mi camiseta y frunce el ceño—. ¿Cómo has venido de esta forma? Por dios, qué horror. Voy a tener que cambiarte al salir y quemar esa… cosa que llevas puesta. Yo miro a la profe y ella entonces habla con mamá. —No tenemos constancia de que Mr. Sutton haya comunicado esa situación al centro —le dice mi profe. —Yo soy la madre y si digo que mi marido me ha… —Su exmarido no nos ha comunicado ese cambio —vuelve a decir mi profe—. Pero, si lo desea, podemos hacer una rápida llamada a Mr. Sutton para preguntarle. ¿La profe querrá ser mi amiga? Me gustaría que lo fuera. —¿Es usted una de esas imbéciles? Una calec de esas, ¿no? Por eso está en mi contra, claro, y no me permite llevarme a mi hijo. Y Pedro me coge del brazo y tira de mí. —¡Suéltame! —le grito—. ¡Quiero que vengan papá y Carol! Pero Pedro no me suelta. Entonces mi amigo Thomas con otros compañeros vienen a ayudarme pero la profe me coge en brazos y me aprieta contra ella como hace Carol cuando me pongo muy triste por algo. —Si no se van de inmediato, llamaré a seguridad —les dice muy enfadada. —¡Queremos ver al director del centro! —le grita mamá. 12
—El despacho de la directora está en la segunda planta, al fondo del pasillo, subiendo por los ascensores de la derecha. Y si me disculpan, debo seguir mi clase. Con permiso… —Pero, ¡oiga! Mamá y Pedro siguen gritando pero entonces escucho que una puerta se cierra y ya no les oigo más. Todos mis compañeros gritan que hemos ganado y la profe entonces me deja en el suelo otra vez. Acaricia mi cabeza y me sonríe muy guay. Creo que ella también cree que hemos ganado y por eso está así de contenta. —¿Estás bien, cariño? —me pregunta. —Sí, gracias. Pero entonces todos mis compañeros empiezan a darme abrazos mientras gritan school rocks! muy fuerte. ¡A lo mejor esto significa que he hecho más amigos ahora! Voy a tener que contarles muchas cosas a papá y a Carol cuando salga.
Alec —¿Y si no llega a ser calec su profesora? ¿Y si llega a ser una de las locas de las dalecs? Entonces, ¿qué? ¡Se lo habrían llevado! Estoy bastante nervioso, lo reconozco. El corazón todavía me va a mil desde aquella llamada que recibimos hace unos minutos. Era la profesora de Robert. Nos llamaba desde su teléfono personal para contarnos la última de Diana. Se presentó en el colegio del niño con Pedro y quisieron sacarlo de clase, diciendo que habían hablado conmigo y que estaba al corriente. Lógicamente no era para nada bueno, de eso no tengo duda. —Cálmate, ¿vale? —me pide Carol, apretando más mi mano—. Ya estamos llegando. Además, al final no pasó nada; no pienses en lo que podría haber sido porque no tenemos ni idea de lo que… —Vaya —le corto, viendo de lejos a Diana y Pedro hablando con unos paparazzi distintos de los que nos querían hacer fotos esta mañana—. Pues parece que ya sabemos lo que quería la loca de mi exmujer. —Tranquilo, ¿vale? —me intenta calmar mi chica sin soltar mi mano—. Hemos quedado en que íbamos a tratar cualquier tema con… 13
—Diana —digo al llegar a su lado—. ¿Qué se supone que haces aquí? Ella me mira primero con sorpresa y luego finge una sonrisa al ver que los paparazzi que ella misma contrató se volvieron contra ella, empezando a tomar fotografías y a grabar en vídeo lo que está sucediendo. —Hola, Alec… —musita algo cohibida—. ¿Cómo estás? Cuánto tiempo… —Cierto, aunque tú acabes de decir en el colegio de nuestro hijo que acabamos de hablar por teléfono para decirte que vengas a recogerlo. —Bueno, bueno, haya paz… —media el imbécil de Pedro. Y mira a mi mujer—. Carol, sigues tan hermosa como… —Pedro, vete a la mierda y ni me mires —le contesta ella con resolución, callándole la boca seguramente para toda la conversación. —Hoy parece que tenéis un mal día —dice Diana, tratando de sonar graciosa mientras los paparazzi siguen revoloteando a nuestro alrededor. —Para nada. Es el primer día de colegio de Robert y estamos más que contentos. —y me dirijo ahora en dirección a todos los flashes que me están cegando—. ¿Cuánto os ha pagado? —¡Alec, por dios! —exclama Diana, haciéndose la ofendida—. ¿Qué pretendes decir con…? —¿Cuánto ha sido esta vez? —les insisto. Al menos dejan las cámaras quietas un instante. —Mil libras a cada uno —contesta uno de ellos. Yo me echo a reír inevitablemente con aquello. —Ellos no tienen ni mil para todos —les digo, haciendo que ambos se quejen por lo que consideran una ofensa—. De hecho, seguramente saliera de mi bolsillo esa cantidad y no, no vais a cobrar si depende de mí —y viendo las caras de enfado de los paparazzi, me adelanto—. Os propongo algo: os pago dos mil libras a cada uno y os quedáis aquí con los otros compañeros vuestros que van a hacernos un par de fotos a la salida. Vosotros sacáis el doble de dinero, os lleváis unas fotos en buena calidad y os evitáis grabar el espectáculo nauseabundo que seguramente Diana tenía preparado. Y mientras Diana y Pedro siguen quejándose, los paparazzi, por supuesto, aceptan el trato. —Cariño, vamos a entrar ya; la directora nos está esperando —me recuerda Carol. Mi chica tira de mí hacia la puerta pero todavía tengo algo que decir. 14
—En unos minutos vamos a salir y no quiero que sigáis aquí. Si no os largáis, llamaré a la policía si hace falta pero Robert va a pasar un buen día hoy sin meter mierda vosotros dos. ¿Me habéis entendido ambos? Ninguno contesta pero antes incluso de que Carol y yo nos demos la vuelta, ellos dos ya nos dan la espalda, alejándose de aquí. —Venga, cariño —insiste otra vez mi chica, acariciando mi brazo para hacer que reaccione y entre por fin en el colegio. Hasta que no veo que Diana y Pedro desaparecen, no entro al colegio.
Carolina
En cuanto Robert ha salido de clase y nos ha visto a su padre y a mí, su rostro se ha iluminado y ha comenzado a correr hacia nosotros, ya agachados a su altura para recibirle con un gran abrazo. Le hemos inundado de besos y él ha hecho lo mismo con nosotros. Y estoy segura de que Alex siente la misma felicidad que yo al ver que Robert sale tan contento de su primer día de colegio. —Y otro se llama Charles —nos va contando Robert en brazos de su padre mientras salimos de aquí—, y les he dicho que papá hacía de un policía que se llamaba así y entonces nos hemos puesto a jugar a policías y Thomas ha dicho que quería ser el ladrón internacional de joyas pero entonces Mary le ha detenido antes de que huyera y nos hemos caído todos en la alfombra, ¡pero la miss nos ha ayudado a levantarnos a todos! —¿Habéis jugado a todo eso? —pregunta Alex, que no es capaz de meter casi baza con todo lo que su hijo nos está contando, emocionadísimo. —¡Sí! Pero también he aprendido mucho, papi. Sé decir una nueva palabra en escocés y también en francés. Y además voy a prepararos unos dulces… ¡De verdura! ¡Y están ricos! —¡No me digas! —exclama su padre. —¡Sí! Y también hemos pintado mucho, y hemos aprendido a escribir nuestro nombre, pero yo ya sabía y se lo he dicho a la miss y ella me ha dicho que entonces aprendiera a escribir otros nombres.
15
En ese momento Robert saca algo de su bolsillo. Un papel arrugado. Nos lo da y veo a Alex poner pucheros antes de que se le escapen unas lágrimas. Me asomo a ver aquel papel y leo con letra de niño pequeño el nombre de Robert, el de Alex y el mío. Alrededor de los tres, ha dibujado un corazón con un lapicero rojo. Y reconozco que yo también quiero llorar. —Colega, esto vamos a enmarcarlo —le promete Alex, que guarda aquel papel en su cartera como si fuera su objeto de más valor. Y no dudo que lo sea. Recojo las lágrimas de mi chico con mis dedos y beso sus labios, haciéndole sonreír. En cuanto salimos a la calle, vemos a los paparazzi esperando. Y no nos da tiempo a acercarnos, ya que son ellos los que vienen hacia nosotros. Pero no haciéndonos fotos. ¿Qué está pasando? —Bueno, chicos, a ver… —comienza a decir Alex, posando a Robert en el suelo—. Haced un par de fotos pero ya sabéis, pixelad la cara de mi hijo para que… —No vamos a hacer fotos —le corta uno de ellos. Tanto Alex como yo nos quedamos algo descolocados. —¿Cómo que…? —acierto a decir. —Veníamos a preguntarle a Robert qué tal se lo había pasado en su primer día de colegio, nada más —dice otro de ellos, agachándose para hablar con él—. ¿Todo bien? ¿Alguien a quien quieras que persigamos por ahí para sacarle los trapos sucios? Tú pídenos lo que necesites. Robert se ríe ahora con aquello y con otras tantas bromas que comienzan a hacerle mientras les cuenta lo divertido que es ir al colegio y que quiere llevarles un día a su clase cuando hagan el día de las profesiones. Ni que decir tiene que todos los paparazzi quieren abrazar fuerte a este pequeño niño tan maravilloso. —¿Para haceros el pago de…? —insiste Alex a uno de ellos. —Otro día que os apetezca hacer una sesión… Ya sabéis, para sacarla cuando estéis de escapada, nos avisáis —le propone este. Alex está a punto de echarse a… Ah, vale, se ha echado a llorar otra vez. Abraza a todos y les da unas palmadas en la espalda, prometiéndoles que eso haremos. —No nos vendría mal una escapadita, por cierto —me dice Alex en cuanto nos alejamos de allí. —Ya vamos a hacerla a Escocia este fin de semana —le recuerdo. 16
En realidad estoy haciéndole rabiar sólo por ver cómo aprieta sus labios, a punto de enfurruñarse como su hijo. —¡Escocia! —grita este con emoción. —¿No te gustaría irte con nosotros a algún otro sitio, colega? —le propone su padre—. Podríamos ir a París o… —Id vosotros —le corta—. Yo quiero quedarme con Seelie. Su padre y yo nos echamos a reír. Alex se encoge de hombros y me mira. Y al instante sé lo que está pensando. —Esta vez me toca a mí elegir —le recuerdo. Me da otro beso, más largo y cariñoso que el último, sin dejar de sonreír. —Nos tendremos que llevar algún paraguas —bromea. —Y traer muchos otros —apunto por mi parte. —Siempre. —Always, right? Y tengo que detenerme para disfrutar de su mirada por completo. —Always, babe. Always umbrella —me responde, acercándose a mis labios una vez más. —Always umbrella, babe. —School rocks! —grita nuestro pequeño hombrecito en medio de ambos, deteniendo nuestro beso a la mitad. Nos echamos a reír y seguimos caminando mientras Robert continúa contándonos todas las cosas que ha hecho en su primer día de colegio. Hoy parece que ha sido un buen día a pesar de todo. Lo importante es que volvemos a casa con nuevas ilusiones y planes de futuro. Cuando consigues formar la familia de tus sueños y ves que con ellos tus días se convierten en nuevas horas por delante para ser feliz, cualquier problema que surja sabes que podrás resolverlo. Y esta es mi familia, por la que he luchado y seguiré haciéndolo toda mi vida.
17