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Voces jóvenes

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Fe en acción

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Voces jóvenes

Sostén mi mano

Aunque disfruto del senderismo y he subido a algunas montañas, hay una cumbre en particular que quería escalar desde que era niña. Los líderes de Conquistadores suelen organizar una excursión a ese lugar, que puede servir para completar los requisitos de Guía Mayor. Hace unos meses, fuimos allí con un grupo de amigos de la iglesia. Ellos habían estado entrenando, por lo que comenzaron a subir sin esfuerzo. Yo no estaba en buena forma, y llevaba peso extra en la mochila. Sabía de los desafíos de escalar y la

Después de importancia de estar bien entrenada. Pero allí cruzar un arroyo estaba: no había hecho caso a los consejos, y ahora sufría las consecuencias. (¿Te ha pasado y tomarnos eso alguna vez?) Cada paso que daba, me un pequeño costaba más y más respirar. Me dolían todos los músculos. Los esfuerzos físicos y mentales descanso, me me estaban costando caro, y pensé cómo se senté sobre una aplicaba todo esto a mi vida espiritual. Al pasar junto a unas cuevas y ver las roca, totalmente colinas junto al camino, procuré distraerme indefensa. pensando en la experiencia de algunos personajes bíblicos. Finalmente llegamos a la cima.

Habíamos pensado que era difícil, pero lo más difícil fue descender.

Gracias a la preparación previa, a mis amigos no les resultó tan complicado.

Mi rodilla derecha, sin embargo, tenía una historia distinta que contar. Creo que me la lesioné en el ascenso, y al bajar sentía un intenso dolor. A pesar de ello, seguí caminando con obstinación, diciendo: «Estoy bien».

Pero llegó el momento en que ya no lo pude esconder, y entre el grupo se distribuyeron el contenido de mi mochila, para que yo pudiera estar más aliviada. También me vendaron la rodilla, lo que alivió el dolor. Fui rengueando por diez kilómetros, tragándome el orgullo herido.

Después de cruzar un arroyo y tomarnos un pequeño descanso, me senté sobre una roca, totalmente indefensa. Sentía que era una carga para el grupo, y luchaba con la culpa.

Antes de comenzar la travesía, había orado para tener un encuentro especial con Dios, para que me sanara de un dolor emocional con el que había luchado los últimos meses, y para que me mostrara qué cosas debía mejorar. Me di cuenta de que la lista era más larga de lo esperado, pero las lecciones aprendidas me llenaron de devoción.

Cuando íbamos descendiendo la empinada pendiente, los compañeros de travesía se turnaban para ayudarme en cada paso. Iban literalmente sosteniendo mi mano, para que no cayera. Me recordó el himno que dice «Mi mano ten», y me consoló saber que Jesús caminaba a mi lado y usaba a mis amigos como instrumentos para responder mis oraciones. Mi actitud cambió cuando vi las cosas desde esa perspectiva.

A veces lucho con la vergüenza y siento que tengo que mostrar una versión refinada de mi vida cristiana, sobre la base de mi propio concepto de perfección (que a menudo difiere del de la Biblia). Mis amigos me ayudaron a comprender que está bien mostrarse vulnerable y aceptar ayuda para lo que no podemos hacer por nuestra cuenta. Lo que más importa no es que seamos confiables o no, sino que no olvidemos que Dios sí lo es, y que él confía en que llegaremos a la meta.

Esta adaptación de 2 Corintios 12:9 resume bien mi experiencia en esa excursión: Una vez más, su gracia me bastó, porque su poder se perfeccionó en mi debilidad.

Carolina Ramos estudia traducción, enseñanza de inglés y educación musical en la Universidad Adventista del Plata en Argentina.

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