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Devocional
Devocional
La merienda
Fuimos creados para más
Recuerdo un momento de mi vida en el que aprendí una lección. Un evento, una historia, que me enseñó algo valioso que sigo atesorando hoy. A menudo aprendemos las lecciones más importantes cuando somos parte de la historia.
Crecí en Puerto Rico, donde asistí a una escuela primaria adventista. La pequeña escuela no tenía comedor estudiantil. Cada niño tenía dos opciones: ir a su casa a comer al mediodía o llevar una merienda a la escuela. Cada mañana, mi madre me preparaba comida y la colocaba en un recipiente especial que yo llevaba a la escuela: la lonchera.
Como niña tímida que era, comía sola, y pronto noté que algunos niños no tenían lonchera, pero tampoco iban a sus casas a almorzar. En lugar de ello, jugaban afuera durante la hora del almuerzo. A mediados del año escolar llegó una nueva alumna. Siempre estaba sola, generalmente pintaba un dibujo a la hora del almuerzo. Una mañana me senté a su lado, y en medio de la clase escuché un fuerte sonido: provenía de su estómago. Miré a la niña y vi que se inclinaba, avergonzada, mientras se tomaba el abdomen, procurando detener los sonidos. Tenía hambre. Mi lonchera me hacía consciente de lo que ella no tenía. A partir de ese día, compartí mi merienda con ella.
He repasado esa experiencia muy a menudo en los últimos meses cuando veo que en mi propio vecindario hay personas hambrientas. La pandemia ha dejado a muchos sin recursos para alimentos. Hay “loncheras vacías”, y estómagos que hacen ruido. Tenemos que compartir lo que tenemos en tiempo y recursos. Un amigo mencionó la necesidad de voluntarios para ayudar en la preparación y distribución de alimentos en una comunidad con hambre en el sur de California. Me ofrecí como voluntaria.
El día comenzó temprano. Sobre diversas mesas, transformamos un estacionamiento en un banco de alimentos. Las cajas completadas fueron colocadas allí, y las personas se las llevaban, muchas veces a pie, cargando esos artículos preciosos sobre sus hombros. A medida que las personas iban llenando el lugar, los voluntarios repetíamos saludos y preguntas: «¿Cuántas personas viven con usted? ¿Tiene niños?» Esas preguntas ayudaban a determinar qué otros artículos incluir en las cajas: verduras frescas adicionales, jugo, leche y otros productos.
Mientras empacábamos, la voluntaria a mi lado cantaba. Por debajo de su mascarilla, eran claras las palabras del cántico: «Pan y pescado, queridos Dios, alimenta a tu pueblo con panes y pescados, y bendícenos…». No conocía la canción, pero reconocí que de alguna manera, Dios había colocado una experiencia en su vida que le ayudó a recordar una lección aprendida: amémonos mutuamente; conozcamos a quién cuidará de nosotros en este momento.
Panes y pescados. La lonchera que no podemos olvidar. Hay cuidado y compasión en esa comida. Hay lecciones que enseñar por generaciones. Las Escrituras describen la sensibilidad de Jesús a las necesidades de la multitud y su capacidad y disposición de brindar sustento y establecer un precedente para el servicio mutuo en el futuro: «Cuando alzó Jesús los ojos y vio que había venido a él una gran multitud, dijo a Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coman estos?” Pero esto decía para probarlo, porque él sabía lo que iba a hacer» (Juan 6:5, 6).
Jesús ya sabía. Nosotros tuvimos que aprenderlo. Ahora lo sabemos.
Necesitamos ayudarnos unos a otros. Necesitamos ser conscientes de las necesidades de los demás. Necesitamos ser compasivos con otros. Mostrarnos bondadosos con otros comienza cuando somos conscientes de sus necesidades. Como cristianos, en tiempo de hambre física y espiritual, somos llamados a recordar; somos llamados a participar y compartir las lecciones recibidas. «Panes y pescados, querido Dios, alimenta a tu pueblo con panes y pescados que tú bendices…».
Jovanmandic / iStock / Getty Images Plus / Getty Images
Dixil Rodríguez se sumó hace poco a Adventist World como editora asistente después de trabajar como docente universitaria y capellán de hospital.