LA SOCIEDAD DE CASTAS EN LA NUEVA ESPAÑA

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LA SOCIEDAD DE CASTAS DE LA NUEVA ESPAÑA

Durante la época colonial la sociedad de la Nueva España estaba divida en castas, lo cual dio pie a prejuicios y una desigualdad social Conocer la forma en que se relacionaban las clases sociales en la época colonial, es entender muchos de los prejuicios de clase que hoy seguimos padeciendo en la sociedad mexicana y que han marcado para siempre nuestra idiosincrasia. «La vida política de la Nueva España estaba en manos de una minoría blanca de origen europeo, constituida mayormente por dos grupos: españoles y descendientes de españoles».1 Desde los primeros años de la Colonia, entre estos grupos empezó a darse una gran pugna debida, en gran parte, al hecho de que la selecta minoría criolla se encontraba privada de perspectivas y destinada a empleos subalternos, lo que hacía crecer la envidia y el encono en contra de los despectivamente llamados «gachupines» que llegaban abatiendo y ocupando los puestos que corresponderían a esta clase, en la que ya podemos vislumbrar cierto esbozo de nacionalismo.

De español y torna atrás – Tente en el aire. Miguel Cabrera Esta rivalidad en todos los planos se avivó en la medida en que los criollos crecían tanto numérica como económicamente, mientras que el número de peninsulares nunca crecería en la misma proporción. A mediados del siglo xvi había unos 150 mil de ellos en América, cifra que aumentó a 660 mil, promediando la centuria siguiente. A comienzos del siglo xviii, la población blanca apenas sobrepasó un millón de habitantes. Aunque la oposición entre españoles y criollos era real, ambos constituían una clase dominante en el México colonial, cuya población, aún a principios del siglo xix, era en gran mayoría india —dos millones y medio en los primeros años de la Colonia.


Los indígenas puros se mantuvieron aislados a instancias de la corona que los consideraba «diferentes» y «menores de edad». Éstos constituían la principal fuerza de trabajo en la minería, agricultura, obras públicas y en las industrias rurales o urbanas, y legalmente fueron siempre considerados superiores a las castas producto del mestizaje. Podían disfrutar de sus propios bienes, cultivar sus tierras, criar ganado y comerciar sin las restricciones impuestas a mestizos, mulatos o negros. No obstante, en la vida real su subsistencia era muy precaria y su condición social estaba muy cerca a la de los grupos que legalmente eran inferiores. En el último lugar de la estratificación social americana estaban los esclavos provenientes de África. De acuerdo con Philip Curtin, los negros que arribaron a la América española durante la Colonia superaron el millón. Los africanos estuvieron sujetos a muchas limitaciones entre las cuales se cuentan la prohibición de portar armas, andar de noche por ciudades y villas, montar a caballo o tener indígenas a su servicio. Sin embargo, la situación laboral del negro no era tan mala como su condición jurídica; ya que, debido a su mayor resistencia física y al tipo de trabajo que desempeñaba, logró muchas veces una posición social superior a la del indígena.

De español y mestiza, castiza. Miguel Cabrera De la unión de estos grupos surge el fenómeno del mestizaje, que se dio como resultado de las pocas mujeres españolas que llegaron a las Indias, así como a los escasos prejuicios raciales y la baja extracción de los emigrantes. «Las mujeres españolas que llegaron a las Indias fueron entre 10 y 20% de los hombres, a lo que hay que añadir que éstos eran por lo regular muy jóvenes».2 El emigrante español venía solo, por lo que formaba su familia en América y, aunque estaba lleno de prejuicios sociales y religiosos —planteándose serios problemas a la hora de casarse con una negra o con una india— carecía de ellos al unirse sexualmente con mujeres de otras razas. El papel de los mestizos en la sociedad mexicana fue desde muy temprano un factor de inestabilidad, ya que desde el comienzo fueron hijos de «la violación del europeo» —hijos de la chingada, como diría Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Así, los mestizos tuvieron como estigma, siempre, su origen ilegítimo. El problema fue en aumento, porque empezaron a jugar los prejuicios religiosos y se prohibió a los mestizos portar armas, ser caciques o protectores de indios, escribanos, corregidores y alcaldes mayores; sentar plaza


de soldado, obtener grados universitarios y acceder a las órdenes religiosas, salvo en el caso de que demostraran ser hijos legítimos.

El problema habría resultado insignificante si su número hubiera sido escaso, pero resultó que los mestizos pronto sobrepasaron a los blancos, representando un detonante social, ya que estaban condenados a vivir sin una función social específica y en una tierra que había sido repartida entre españoles e indios. A los mestizos se unieron los mulatos, fruto también de uniones libres que tuvieron el mismo estigma de su ilegitimidad — sumado al de su ancestro de esclavitud. Los mulatos sufrían las mismas prohibiciones que los mestizos y algunas más: no podían andar por las calles de las ciudades durante la noche, montar a caballo o tener indios a su servicio. Las castas son el resultado de múltiples cruzamientos interétnicos de mulatos con indias o mestizas, de indios con mulatas y de blancos con todos los demás, lo que degeneró en diferentes subtipos étnicos y mezclas donde fue imposible determinar los ancestros, y que fueron considerados siempre la ínfima clase de la jerarquía social. No debemos olvidar el sentimiento español—heredado desde la Edad Media— de la pureza de sangre, que hacía ver al «mezclado» como impuro.3 «A los individuos de casta se les prohibió vivir en los pueblos de indios, estuvieron sujetos al pago de tributo ya que eran un grupo económicamente activo que se dedicaba a diversos trabajos como el pequeño comercio y la pequeña industria, los servicios domésticos, o bien eran caporales, capataces, vaqueros o administradores de ranchos o haciendas».4


Para distinguir a los innumerables tipos étnicos que surgieron de estas uniones polirraciales, se utilizó una nomenclatura por demás pintoresca. La nomenclatura y clasificación de las castas tomaba en cuenta, principalmente, el color de la piel, en lo que Alejandro Lipschütz ha denominado acertadamente pigmentocracia. Es decir, se relacionó la condición social del individuo con el color de su piel, «la jerarquía que ocupaba cada individuo dependía de la cantidad de sangre oscura que se encontrara en su genealogía».5 Era muy difícil acceder a los privilegios, derechos o bienes de quienes tenían la ventaja de contar con una piel más clara, transformándose el prejuicio racial en prejuicio social. La pigmentocracia establece una nomenclatura y clasificación de las castas de acuerdo con el color de la piel. Carecemos de información suficiente para saber cómo se dieron cada uno de los nombres o apelativos, pero seguramente son producto de la imaginación popular basada en las características físicas de cada una de las castas. Lo que sí tenemos en claro es que los nombres eran conocidos, reconocidos y utilizados en la época, al punto que para el producto de una misma mezcla a veces existen dos o más apelativos —quizás por ser una mezcla muy común. Algunos de éstos subsisten en el léxico actual de los mexicanos, como: chino o grifo, para referirse a alguien de pelo rizado; cambujo, para referirse a alguien muy moreno; albino, para designar a aquellos que carecen de melanina; y por otro lado jarocho, para referirse a los nativos del puerto de Veracruz o gíbaro para designar a los puertorriqueños. Las castas han llegado hasta nosotros a través de la «pintura de castas», que constituye ya un género pictórico en México, y en donde se les ha caracterizado y plasmado con su indumentaria y sus rasgos físicos. También las vemos en parte de la literatura colonial, como en los villancicos de Sor Juana.


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