FELIPE RAMÓN RÍO GARCÍA
ALIANZA EDITORIAL RÍO E diciones de B olsillo
Título original: El gordo Chava © 2019, FELIPE RAMÓN RÍO GARCÍA Veracruz, México.
Diseño de portada: © Arturo Díaz Zurita Diseño de la Colección: © Arturo Díaz Zurita // salceszurita.com Reservados todos los derechos de esta edición para: © 2019, ALIANZA EDITORIAL RÍO Veracruz, México
No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su transmisión en cualquier forma o medio, electrónico, mecánico o fotocopia, sin el permiso previo y por escrito del titulares del derecho de autor. Impreso en México - Printed in Mexico
FELIPE RAMÓN RÍO GARCÍA
EL GORDO
CHAVA UN MODERNO ROBIN HOOD
ALIANZA EDITORIAL RÍO E diciones de B olsillo
PRESENTACIÓN
Felipe Ramón Río García, quien fue cónsul honorario de la república francesa en el estado de Veracruz durante muchos años y exitoso empresario en el sector comercial y eléctrico, es el autor de “El Gordo Chava”, la historia real de un extraordinario personaje oriundo de San Andrés Tuxtla, Veracruz. Acucioso observador, Felipe Ramón, autor también del libro “Los muertos que vivos son”, describe la vida de un personaje humilde que en su época de infancia y adolescencia vivía en el campo, lleno de sueños al conocer las aventuras de sus amigos que vivían en los Estados Unidos de Norte América. Al paso de los años concreta su ideal y marcha hacia los Estados Unidos, como tantos
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connacionales que se aventuran a través del Río Bravo y gracias a su extenuante trabajo agrícola, desarrolla un gran físico, de gran musculatura que le valió entre sus compañeros el apodo de el “Gordo Chava”. Alguien le recomienda realizar el servicio militar, a fin de cumplir con los requisitos necesarios para obtener los documentos que regularicen su estancia en ese país. Salvador Gómez (es el nombre del Gordo Chava), fue enviado a Vietnam y a su regreso se convierte en un eficiente guardaespaldas y luego un exitoso empresario en el sector náutico. Regresa a México y el destino lo lleva hacia la cárcel del puerto de Veracruz al dar muerte a un agente de tránsito prácticamente en defensa propia. El gordo Chava es un personaje de luces y sombras, porque, así como se compromete con la vida de una persona, llega a hacer grandes obras sociales y beneficia a un gran número de personas de su entorno. Su excepcional inteligencia lo lleva a huir del penal y luego el destino lo lleva nuevamente a
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cometer otro delito al dar muerte accidentalmente a otro agente de tránsito, ahora en la ciudad de Mérida, Yucatán y luego vuelve a fugarse. Esta vez para siempre. Felipe Ramón logra capturar con su privilegiada observación e intuición a un personaje que trató cercanamente y cuyo comportamiento en la vida es motivo ahora, 40 años después, para hacerlo visible y tangible ante sus lectores, basado en una prosa sencilla y atractiva, para leer de un tirón. Lic. Héctor Saldierna.
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Originario de San Andrés Tuxtla, en el Estado Mexicano de Veracruz, nació en el seno de una humilde familia de campesinos que trabajaban y cuidaban el rancho de un rico hacendado. Estudió solo la primaria ya que a temprana edad se involucró con su padre en el cultivo del tabaco que era en esa época la principal fuente de ingresos de la región. En sus ratos de ocio leía todo lo que podía y poco a poco fue atraído por lugares maravillosos encerrados y descritos en libros y revistas. Le impresionaban las fotos de los enormes rascacielos, los grandes barcos, los aviones los trenes etc. Su espíritu aventurero viajaba a lejanos países. Se subía a los edificios más altos, viajaba en esos maravillosos
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transportes y visitaba las hermosas y paradisíacas islas tropicales de cálida arena, aguas cristalinas y suave brisa que mecía las palmeras que parecían bailar con femenina sensualidad al igual que las descalzas bailarinas nativas de torso desnudo, faldas de rafia y adornadas con coronas y collares de flores de mil colores. No podía comprender que existiera algo tan diferente a su rancho y decidió que algún día cuando fuera mayor de edad iría a conocer ese otro mundo, el mundo de los libros de las revistas de las fotos y de sus sueños infantiles. Pasado el tiempo cuando llegaron los gitanos con sus cines ambulantes se amplió aún más su panorama del mundo. Ya adolescente le dieron permiso para ir a San Andrés, solo. Antes nada más, iba con sus padres para hacer las compras una vez al mes. Así que Chava lo único que conocía era el mercado, la ferretería y la Iglesia. Con el permiso de viajar a la ciudad, se reunía con otros adolescentes de los ranchos cercanos para ir a las tertulias sabatinas.
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Ahí conoció algunos jóvenes cuyos hermanos mayores habían emigrado a los Estados Unidos logrando en poco tiempo una estabilidad económica que les permitía enviar algunos dólares a sus familiares. Sobra decir que a nuestro joven amigo le impresionaban esas historias de éxito y se avivaba más el interés y el deseo de salir de su rancho a intentar fortuna. Finalmente, cuando llego a la mayoría de edad un amigo lo puso en contacto con un familiar que vivía en la frontera de México con los Estados Unidos y sin pensarlo mucho tomó el dinero que había ahorrado y logró, a base de aventones, llegar a Reynosa. Al día siguiente, después de haber dormido en una banca del parque se puso en contacto con un “pollero” que le habían recomendado. Esa misma noche, con la complicidad de otras personas involucradas en el asunto, cruzó el Rio Bravo junto con otros tres ilegales sin siquiera mojarse como lo cuenta Chava. Del lado americano tuvieron que caminar casi toda la noche hasta llegar a un lugar donde los es-
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peraba una vieja camioneta de batea con un chofer mexicano que los llevó hasta un rancho donde llegaron ya amaneciendo. Trabajó un tiempo en los campos de cultivo hasta que le ofrecieron la oportunidad de regularizar su estancia en Estados Unidos si hacía el servicio militar. No lo pensó mucho y aceptó a pesar de que le advirtieron que seguramente lo mandarían a Vietnam como hacían con los emigrantes a cumplir las tareas y misiones más peligrosas. No le importó. Su sed de aventuras y conocer otros mundos eran más fuertes que la razón. Aceptó el reto y se enroló como voluntario en el ejército de los Estados Unidos Debido a que Salvador se había convertido con el duro trabajo del campo en un verdadero atleta de corpulencia robusta, musculatura impresionante además de sus casi dos metros de estatura, fue seleccionado para integrar un cuerpo especial de paracaidistas de élite. Sus primeros seis meses en el ejército fueron de preparación y entrenamiento intensivo, técnicas de defensa personal y de ataque para aniquilar a cual-
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quier enemigo, técnicas de camuflaje y supervivencia y manejo de cualquier arma sea blanca, de fuego, granadas y explosivos, al tiempo de que también constantemente practicaban paracaidismo con todo y sus cuarenta y tantos kilos de equipo y armamento, incluso en situaciones críticas provocadas por sus instructores. Fue un entrenamiento tan duro que pocos lo terminaron. Con tanto ejercicio y preparación se convirtió en un auténtico “Rambo”. Pasados esos seis meses lo integraron a las fuerzas activas en Vietnam donde fue asignado a un cuerpo aerotransportado con helicópteros cuya principal misión era rescatar a pilotos americanos derribados, soldados heridos, muertos o extraviados en las selvas además de otras tareas muy peligrosas. Fueron muchas misiones cumplidas cabalmente con éxito, sorteando situaciones muy difíciles y riesgosas cuando se topaban con algunos combatientes enemigos o las condiciones de la zona de rescate dificultaba mucho su tarea. Sin embargo, a pesar de haber sido sorprendidos varias veces por fuego enemigo, gracias a su preparación, pericia,
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agilidad y velocidad de respuesta, nunca sufrieron una sola baja, lo que hizo fueran promovidos en sus grados recibiendo sendos reconocimientos y medalla al valor militar, además de merecidas vacaciones. Durante su estancia en el ejército, Chava hizo una sólida amistad con Antonieta, “Tony”, una hermosa mujer piloto de helicópteros y Lorena, “Lory”, una no menos atractiva doctora con quienes con el tiempo formaron un inseparable trío presente en las misiones más delicadas y peligrosas junto con otros soldados de élite, entre ellos Gabino, un simpático moreno bigotón de origen cubano, artillero del helicóptero. Esa entrañable amistad perduró con el tiempo después del servicio militar en la vida civil. Siempre estaban en contacto en cualquier parte que estuvieran, apoyándose los unos a los otros en las buenas y en las malas. Tony, de alta estatura, cuerpo escultural, sólida musculatura, fuerte, ruda y a la vez ágil como una pantera, era una hermosa rubia de cabello corto, ojos claros y tez bronceada por el sol y la sal de las playas californianas. Con su indumentaria militar, su caminar y su gorra o casco de piloto, se mimetizaba entre la tropa. Parecía un soldado más.
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La doctora Lorena, más bajita y menuda pero no menos atractiva que Tony, era oriunda de un pueblito de la Florida. De sus antepasados seminoles, pescadores y cazadores de aligátores, heredó la piel cobriza, su cabellera negra como ala de cuervo enmarcaba un hermoso y fino rostro donde sus negros ojos almendrados brillaban como un par de brasas. Su fiera mirada demostraba un temple de acero y una gran fuerza de carácter. Sin embargo, en contraste, su esbelto y bien torneado cuerpo se movía al caminar con la flexibilidad y suave cadencia de los juncos de los pantanos de su pueblo bajo la acción de la dulce caricia de una cálida brisa, con la sensual feminidad que enloquecía a todo el batallón. Lorena y Tony siempre que podían andaban juntas. Llamaban la atención por el contraste entre la ruda mujer con su uniforme de piloto y su compañera más frágil aparentemente, en su impecable uniforme blanco de médico. Mucho se hablaba de ellas en el campamento porque no tenían amigos masculinos. Se comentaba abiertamente, aunque nadie podía comprobarlo, que eran pareja. Los
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únicos con quien compartían algunos momentos de ocio, eran el Gordo Chava y Gabino el cubano. Los cuatro estaban tan integrados que podían adivinar en las misiones más difíciles como actuaría cada quien en una situación determinada por muy comprometida que fuese y gracias a esas capacidades que les permitían reacciones rápidas, salían siempre exitosos sin mayores problemas, salvo en una ocasión que, al rescatar un piloto herido, Chava colgado del malacate del helicóptero con el soldado semi inconsciente por el dolor de un brazo y una pierna fracturados amarrado a su pecho, no pudo evitar ser golpeado en su costado derecho por la gruesa rama de un árbol cuando el helicóptero, bajo fuego enemigo, tuvo que elevarse y alejarse sin dar tiempo a ganar suficiente altura. Pero felizmente gracias a la arriesgada maniobra de Tony evitaron las balas del enemigo y salvaron las vidas. Tanto el piloto herido y Chava con dos costillas fracturadas fueron a parar al hospital, y bajo los oportunos cuidados de Lorena pronto recuperaron su salud. Por esa acción y las condiciones en que se realizó, le otorgaron la medalla al valor militar a toda la
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tripulación y al soldado que rescataron, además de ascenderlos en sus grados y brindarles unas merecidas vacaciones. Desde ese percance ya no permitieron que Chava participara en misiones peligrosas, al terminar sus vacaciones. Regresó a Estados Unidos para integrarse al equipo de trabajo y seguridad de un prominente general que requería personalmente sus servicios. Chava estuvo al servicio del general casi un año hasta que no pudo aguantar los avances e insinuaciones de la esposa y sus dos hijas adolescentes. Tal parecía que estaban de acuerdo para ver quien lo convencería primero. Tuvo que inventar una mentira para que lo dieran de baja del ejército. Al integrarse de nuevo a la vida civil fue recomendado por el mismo general con un conocido empresario que necesitaba un body-guard de confianza. Ese poderoso personaje era dueño de varias empresas exitosas y se decía abiertamente que tenía negocios con el gobierno, el ejército y ligas con algunos mafiosos a quien ayudaba a lavar dinero. Chava trabajó con él durante tres años y a solicitud de éste, se convirtió en entrenador y prepara-
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dor físico de los demás miembros de su equipo de seguridad. Su compromiso era mejorar sus conocimientos de defensa personal, incrementar su fuerza y capacidad física en el rudo trabajo del gimnasio, las carreras a campo travieso y finalmente instruirlos en el manejo de distintas armas incluyendo las de uso exclusivo del ejército. Para eso pusieron a su disposición un excelente gimnasio y un salón de tiro perfectamente aislado y equipado en el sótano del edificio de la corporación. Durante esos años, con el magnífico sueldo y bonos que recibió pudo ahorrar una buena suma de dinero que le permitió vivir holgadamente sin privarse de nada, y gozar los lujos y placeres de la vida siguiendo el ejemplo de su jefe. Logró colocar a Tony como piloto del helicóptero de una de las empresas y posteriormente como piloto del helicóptero y a veces del avión privado del jefe, por lo que tuvieron muchas oportunidades de convivir y volar juntos. Tony y Lorena vivían juntas en Los Ángeles, pero se cambiaron a Chicago cuando Chava les consiguió trabajo. también se trajo desde Miami
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a Gabino, quien en la vida civil era contador, para trabajar en un puesto de confianza en el área de finanzas de una de las empresas. Sobra decir que siguieron cultivando su gran amistad y fueron protagonistas de muchas fiestas y juergas en los mejores lugares de diversión en Chicago y a cien kilómetros a la redonda. Para ese entonces, Chava embarneció. Debía pesar fácilmente 130 kilos, de tez clara bronceada y cabello castaño, parecía más americano que mexicano. Sus gruesos y musculosos brazos terminaban con unas manos impresionantemente largas con fuertes y gruesos dedos y uñas muy bien cuidadas. Era la viva estampa de un luchador de ligas mayores de poderoso pecho y enormes espaldas, todo ello descansando sobre unas solidas piernas que parecían troncos. Casi siempre vestía ropas ligeras de color blanco. A pesar de su corpulencia era ágil como un lince para moverse y caminar. Una vez alguien le preguntó si era luchador profesional y, riéndose, sólo contestó: - No, pero algo muy parecido.
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En una ocasión su jefe se quedó con una fábrica de lanchas y artículos de fibra de vidrio en pago de una cuenta que le debían. Chava de alguna forma había participado en las “gestiones” que culminaron en la “adquisición” de esa pequeña, pero próspera empresa, y su patrón lo hizo que se involucrara en el manejo de ésta, porque eso no era realmente su negocio. El gordo se metió de lleno en el asunto, independientemente de cumplir con su trabajo como guardaespaldas y el negocio fue creciendo con bastante éxito. Al patrón curiosamente, nunca le dio por comprarse un yate a pesar de vivir en la región de los grandes lagos. Pero un día se le ocurrió hacer un recorrido en uno de los yatecitos recién salidos de su astillero. Pidió se le modificaron algunas cosas de acuerdo con sus propios gustos, principalmente que se le cambiaran los dos motores por otros de más potencia. La idea era probar su comportamiento con los nuevos propulsores, aunque no estuviera totalmente acabado. Salieron una tarde a navegar al gran lago con dos muy atractivas damas amigas personales del patrón.
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Chava llevaba el timón y conducía la poderosa embarcación prudentemente a una velocidad moderada. Cuando el jefe le pidió que acelerara a todo lo que dieran las máquinas Chava acertadamente aceleró progresivamente. La proa de la embarcación se elevó y ésta tomó una velocidad impresionante. El aire frío golpeaba sus rostros; volaron lentes de sol, sombreros y cachuchas que cayeron al agua; el aire jalaba con mucha fuerza las largas cabelleras de las muchachas que no podían mantener los ojos abiertos y trataban de mirar con la cara volteada hacia un lado mientras se aferraban a veinte uñas a las barandas para no salir disparadas hacia el lago. El jefe no pudo sostenerse cuando se levantó la proa cayendo al piso, y resbalando milagrosamente terminó atrapado en la cabina donde no se podía levantar gritando desesperado. ¡Bájale! ¡bájale! -Aunque Chava ya había parado el yate para auxiliarlos. Pasado el susto se pusieron en marcha de nuevo a una velocidad muy moderada como de paseo. Todo regresó a la normalidad. El patrón empezó a retozar con sus invitadas, sacaba de la nevera algu-
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nas cervezas y otras bebidas más fuertes que tomaban de las botellas. Poco a poco el efecto del alcohol se hizo presente y los tres eufóricos juerguistas empezaron entre risas y carcajadas un juego donde el perdedor tenía que quitarse una prenda. Poco tardaron en desvestirse totalmente, perdiendo o ganando les daba lo mismo, tiraban la ropa por la borda hasta quedar como Dios los trajo al mundo. Sin importarles la presencia de Chava se enfrascaron en una serie de actos eróticos donde todo se valía. En un momento dado lo invitaran a que participara, pero este se negó rotundamente, primero porque no le gustaba esa situación tan grotesca y segundo como responsable de la seguridad de su patrón y sus invitadas. Cuando menos lo esperaba, en un momento de locura e irresponsabilidad total sin medir el peligro que corrían, se lanzaron en las heladas aguas del lago abrazados los tres. En el momento que Chava se dio cuenta que no estaban a bordo porque no escuchaba sus cantos y gritos, giró bruscamente la embarcación al mismo tiempo que aceleraba y regresaba sobre las huellas de la estela que había
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dejado. Tardó mucho tiempo en localizarlos y rescatarlos. Los subió abordo revisándolos uno por uno por si tenían algo roto o zafado temiendo que se hubieran lastimado por el golpe en el agua. Felizmente, estaban aparentemente bien, aunque se quejaban de dolores en todo el cuerpo. Hasta la borrachera se les quitó y gracias a que los tres eran buenos nadadores pudieron sostenerse el tiempo necesario en las heladas aguas del lago Michigan. A pesar de que fueron rescatados a tiempo ya sentían los efectos de hipotermia probablemente acelerada por sus actividades lujuriosas y la borrachera. Para colmo de males, como habían tirado todas sus ropas por la borda, no había con que taparlos adecuadamente, solo quedaban cuatro toallas de mediano tamaño que no eran suficientes para recuperar la temperatura de los tres nadadores quienes entumidos y sin poder hablar tiritaban muertos de frío. La embarcación contaba con una estancia y un camarote que no estaban todavía habilitados, así que chava los envolvió como pudo en las toallas. Los acostó en el piso del camarote, arrancó la al-
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fombra recién instalada de la estancia y los enrolló juntos para que se dieran calor entre ellos. Estaban bastante lejos de la costa, pero felizmente Chava había ordenado que instalaran provisionalmente una radio de frecuencia marítima para esa ocasión y pudo comunicarse con la capitanía del puerto, quien envió un helicóptero con paramédicos y cobertores térmicos para recoger a los enfermos en una operación en que Chava pudo colaborar con mucho profesionalismo, ya que esas maniobras le eran muy familiares. Al regresar a tierra en menos de una hora utilizando ahora si toda la potencia de la embarcación se fue directamente al hospital a informarse del estado de salud de los pacientes. Lo dejaron entrar a la sala de terapia intensiva donde pudo constatar que estaban perfectamente bien, pero muy adoloridos por el golpe del agua y el esfuerzo de la nadada, pero felices de haber salidos bien librados de esa odisea. Debían esperar a que se estabilizaran sus signos vitales y les tomaran unas radiografías para darlos de alta. Su jefe le agradeció el haberles salvado la
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vida y le pidió total discreción sobre ese incidente. Al abandonar el hospital reconoció a una de las secretarias del patrón que llegaba cargando una serie de bolsas de una reconocida tienda departamental y no dejó de sonreír al recordar con que alegría, gritos de entusiasmo y total irresponsabilidad los tres juerguistas lanzaban sus ropas por la borda. Días después, el jefe lo llamó a su oficina para agradecerle una vez más su intervención y discreción. Luego le pidió un breve reporte de la situación financiera de la fábrica, una estimación del valor del inventario y las instalaciones. Lo quería esa misma semana. Cuando Chava le entregó el reporte, y después de echarle un vistazo, su jefe le explicó que debido a la terrible experiencia en que pensó que se iba a morir ahogado, ya no quería saber nada de lanchas ni paseos en el agua. Por lo tanto, pensaba vender la fábrica y le preguntó si le interesaría adquirirla. Chava, muy sorprendido por la oferta, respondió evidentemente que sí le interesaría comprarla, le gustaba mucho el negocio que ya sentía parte de sí mismo desde que le dio la oportunidad de dirigir-
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lo. Desgraciadamente no contaba con los recursos necesarios. -No te preocupes, si realmente quieres quedarte con la fábrica te ayudaré, estoy muy agradecido y en deuda contigo, déjame hablar con algunas personas y mañana te hago una propuesta. Al día siguiente lo mandó llamar de nuevo y le hizo la siguiente propuesta. -Te voy a vender la fábrica al treinta por ciento del valor bruto que me indicas en tu reporte, ya te conseguí un préstamo bancario a largo plazo con pago de mensualidades muy cómodas y un atractivo interés. Seré tu aval, tendrás que entenderte directamente con el banco, pero, si por alguna razón tienes un contratiempo para liquidar alguna mensualidad háblame, estoy a tus órdenes para cualquier aclaración o consejo que necesites, me interesa que esto marche bien y tengas un buen patrimonio para garantizar un buen futuro. ¿Qué te parece? -Me parece excelente, le prometo que no le quedaré mal ni lo haré quedar mal a usted, pero no sé cómo agradecerle todo esto. -Por eso no te preocupes. Esto nada más es un
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agradecimiento por todo lo que hiciste y arriesgaste por mí, no solamente en el lago sino también en el quehacer diario. Mañana te pondré en contacto con mi contador y mis abogados que ya conoces, para que te ayuden en todos los trámites y gestiones necesarios. Solo te pido que te quedes conmigo dos meses. aunque te convertiste hoy en flamante y exitoso empresario independiente, tenemos algunas cosas pendientes y todavía te necesito unos días más. -Con mucho gusto jefe. Sellaron el compromiso con un fuerte abrazo y así es como el gordo Chava se convirtió en próspero empresario de la industria náutica. Chava regresaba periódicamente a México de visita a su tierra natal San Andrés Tuxtla donde atendía las necesidades de su finca. La primera vez que lo conocí fue cuando llegó a la empresa donde yo era gerente de ventas. Éramos distribuidores mayoristas de abarrotes, ultramarinos y ferretería. Teníamos un gran intercambio de negocios con los campesinos a quien les comprá-
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bamos sus productos y les surtíamos lo que ellos necesitaban. Tres o cuatro veces al año el “Gordo” llegaba al negocio y compraba invariablemente machetes, limas, alambre de púas para cercas y bloques de piedra de sal o minerales para ganado. Siempre venía en alguna lujosa camioneta con placas americanas. Rara vez la misma. Venía periódicamente desde Chicago a supervisar y cuidar la buena marcha de su rancho, que para entonces administraba una persona de su confianza ya que sus padres habían fallecido. Por cierto, en las pláticas que sostenía con él, cuándo venía a la tienda comentaba que había construido una casita para sus padres, pero la realidad es que hablando con clientes de la misma región que lo conocían perfectamente, estos coincidían en que había edificado para sus padres un auténtico palacete con todas las comodidades, aire acondicionado y hasta con alberca. Esa tarde, llegó el “Gordo Chava” cuando ya estábamos cerrando el negocio y no había algún empleado que lo pudiera atender por lo que le ofrecí
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despacharle lo que necesitara personalmente. En esa ocasión traía un espectacular y reluciente corvette rojo, por lo que deduje que no llevaría gran cosa debido al reducido tamaño de la cajuela de ese vehículo. Efectivamente, solo pidió 3 rollos de alambre de púas y una caja de machetes. Indicó a su caporal que lo acompañaba que él mismo los guardara en el vehículo, mientras yo le hacía la factura y le cobraba como siempre le hacía con dólares. Conversamos un rato más de cosas relacionadas con la situación política en México y particularmente en el Estado de Veracruz. Finalmente nos despedimos. Todavía vi que conversaba en la calle con su ayudante mientras yo cerraba las oficinas y subía a mi camioneta. Arrancamos uno tras otro. Lo fui siguiendo de cerca hasta que llegamos a un crucero donde nos detuvimos porque la luz del semáforo estaba en rojo. Al prenderse la luz verde, todos los vehículos arrancaron, menos un Volkswagen sedán de modelo bastante atrasado que estaba precisamente delante del Corvette de Chava impidiéndole el paso y, como me quedé detrás de él, yo tampoco podía avanzar.
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Aparentemente los ocupantes del “vocho” estaban distraídos conversando y no se dieron cuenta del cambio de luces. Entonces se dejaron escuchar las potentes cornetas musicales del Corvette, pero en lugar de avanzar, el conductor del cochecito pisó los frenos. Vi que se prendieron las luces rojas traseras de advertencia, demostrando así la intención de no avanzar para fastidiar al conductor que se había manifestado en forma tan escandalosa. Yo seguía atrás de los dos vehículos esperando que se movieran, atento a lo que estaba sucediendo con los otros conductores, cuando sorprendido vi que el Corvette empezó a empujar al Volkswagen, las llantas de los dos vehículos rechinaban y despedían un intenso humo. Con mucha dificultad movía al cochecito totalmente frenado, que patinaba vibrando toda su carrocería como si se fuera a desbaratar. Cuando Chava dejó de empujar, se bajó el conductor del carrito que resultó ser un oficial de tránsito, pero para mi sorpresa y desconcierto traía en la mano derecha una pistola escuadra de mediano tamaño. Se acercó amenazadoramente directamen-
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te hacia el chofer del lujoso coche rojo al mismo tiempo que Chava se inclinaba hacia su derecha buscando algo en la guantera. Rápidamente pensé que sacaría los documentos del coche, pero, cuando el oficial llegó a la altura de la puerta del vehículo, se escucharon dos disparos muy fuertes. La escena fue tan rápida que pensé que el agente le había disparado a mi amigo, pero entendí que no fue así cuando vi el cuerpo del agente caer tendido boca abajo en el pavimento. Lo que Chava sacó de la guantera fue una pavorosa escuadra colt 45, y se adelantó cuando se vio amenazado por el hombre que se acercaba muy alterado hacia él. Le disparó dos tiros en pleno pecho que provocaron se proyectara el cuerpo hacia atrás por la fuerza de los impactos y girando en la caída quedó tirado boca abajo surgiendo inmediatamente unos hilos de sangre que corrían por el pavimento. Los impactos le provocaron la muerte instantánea. Ante esa situación lo primero que se le ocurrió a Chava fue huir, pero dada su corpulencia y lo bajo de su coche le costó trabajo incorporarse, y cuando
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ya se encontraba listo para correr, recibió un balazo de otro agente de tránsito que se había quedado sentado en el pequeño vehículo y del cual no había notado la presencia. Cuando vio lo ocurrido a su compañero, el agente se bajó del vehículo corriendo y a la pasada le dio un balazo al gordo en la cadera con un revólver calibre 22 que distinguí muy bien, ya que lo llevaba en la mano y en su huída pasó rozando mi camioneta para dar vuelta a la esquina y perderse en la otra calle. El Gordo, como no se dio cuenta de dónde venía la agresión, al sentirse herido se tiró al piso junto al cuerpo del agente que para entonces estaba prácticamente nadando en un mar de sangre. Mi primera impresión al ver tanta sangre y al Chava tirado inmóvil también, pensé que estaba gravemente herido. No sabía qué hacer, su ayudante se quedó paralizado en el asiento del copiloto como en shock, no se movía, estaba lívido, no hacía nada por auxiliar a su patrón. Cuando empezaron a llegar los curiosos que nunca faltan, me bajé y me acerqué al herido que
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ya se estaba sentando en el piso con mucha dificultad sosteniéndose con sus brazos hacia atrás. Sus pantalones blancos, sus brazos y sus manos estaban ensangrentados. Era impresionante la sangre que había por todos lados, pero me di cuenta de que Chava se había embarrado de la sangre del agente; solo se me ocurrió preguntarle. -¿Qué quieres que haga, le hablo a alguien? Únicamente me respondió. -¡Me dieron! ¡me dieron! en la cadera. Ya no pude seguir hablando con él porque al mismo tiempo que me empujaban algo duro a la altura de los riñones oí una voz que me decía. -Señor váyase de aquí porque a lo mejor también a mí se me puede ir un tiro -al tiempo que cortaba cartucho. Era un policía que me encañonaba con un Máuser viejo de esos que con cualquier desafortunado movimiento se le puede ir un tiro. -Pero… -quería explicar la situación. - ¡Nada! retírese, lo vimos todo, nosotros veníamos por el otro carril. Usted no tiene nada que ver en el asunto, ya mis compañeros fueron a alcanzar
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el otro agente de tránsito. Subí a la camioneta que tenía todavía el motor andando. Me tuve que hacer paso entre la multitud que ya se había arremolinada alrededor de los heridos y los dos vehículos que continuaban con los motores prendidos, y la última imagen que tuve de los hechos fue al muerto en el charco de sangre, al herido sentado haciendo muecas de dolor y al capataz, todavía inmóvil dentro del Corvette. Conforme me retiraba del lugar caí en cuenta que el policía me sacó de ahí para que no me involucraran o me llamaran para testimoniar. Al día siguiente los periódicos relataban con lujo de detalles lo acontecido hasta con fotografías del agente tirado en el suelo en un charco de sangre, aún con la pistola en la mano. El testimonio de los policías que habían observado de cerca el acontecimiento coincidía en que el empresario México-Estadunidense había actuado en defensa propia, lo que a la postre hizo que la sentencia de cárcel que le fue aplicada fuera más leve. También agregaban los periódicos que Salvador Gómez había sido internado bajo vigilancia
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policiaca en el hospital Serdán, donde fue operado para extraerle la bala que se le había incrustado en un hueso de la cadera. Me enteré tiempo después de que Chava había tratado de sobornar a las enfermeras, los médicos y los policías que lo vigilaban sin lograrlo, lo que originó que lo mandaran a la cárcel antes del tiempo requerido para sanar completamente. Me impresionó tanto ese asunto que durante varias noches no podía conciliar el sueño. Finalmente superé la situación y poco a poco se me olvidó Pasaron dos o tres meses y un día recibí una llamada de Chava que me hablaba desde la oficina del reclusorio para solicitarme que lo fuera a ver a la mañana siguiente porque quería tratar conmigo un asunto muy importante. Desde su llamada me revolotearon otra vez en la cabeza las escenas de aquella noche, mil pensamientos se amontonaban en mi mente. ¿Qué querrá? No tenía ni la menor idea de que pudiera serle útil en algo que según él era muy importante. Tal vez quería que testimoniara algo relacionado con su juicio porque hasta donde yo
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sabía todavía no le habían impuesto una sentencia. ¿Iré o no iré? me preguntaba. Debido a que la empresa para quien trabajaba tenía negocios con la cárcel y yo era el enlace principal entre los dos, todos los custodios y funcionarios me conocían bien y no tenía ninguna restricción para entrar y salir cuantas veces fueran necesarias, así que decidí acudir a la cita. La mañana siguiente me presenté a la reja temprano, los vigilantes estaban enterados de mi visita y uno de ellos nada más me indico que me estaban esperando en la oficina del director. Me dirigí a la oficina. La puerta estaba abierta, y entrando al primero que vi fue a Chava, quien me recibió con una gran sonrisa, sus enormes brazos extendidos y no pude librarme de un abrazo tan fuerte que hasta sentía que me faltaba aire. Así debe de ser el abrazo de un oso, pensé. Creo realmente que estaba muy contento y emocionado de verme y luego me aclaró: -Aparte de mi abogado, eres la primer personada conocida que veo desde el asunto. Por cierto, te agradezco que hayas tratado de auxiliarme cuando estaba
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botado en el piso herido. Vi como el policía te encañonaba y temí que se le fuera a ir el tiro cuando cortó cartucho, porque esos pendejos no saben ni manejar bien sus armas. Creo sinceramente que te arriesgaste por mí y eso no lo puedo olvidar -continuó. Volteando, con un ademán me señaló junto al escritorio del director, de pie un hombre alto y delgado de tez muy clara, pelo negro lacio; nariz afilada y un bigotito tan finito que parecía dibujado con plumón. Sus ojos negros de mirada aguda me observaban sin expresión alguna a través de los cristales de unos enormes lentes. -Te presento a Andrés, mi secretario. Lo invité porque vas a tener que tratar muchas cosas con él. En ese momento me sentí totalmente desconcertado ¿Qué pasa aquí? Me recibe un reo en la oficina del director, sin el director y me presenta a su secretario quien supuestamente va a tratar asuntos conmigo ¡me doy! Por más que traté de entender, no pude. Me quedé como tonto mirándolos alternativamente a los dos, tratando de encontrarle sentido a esta situación.
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Chava me miraba sonriendo maliciosamente y evidentemente divertido, mientras el tal Andrés estaba tan serio e impávido que parecía el dueño de una funeraria, por lo menos como los retratan habitualmente. - ¡Bueno! Vayamos al grano -dijo. - Andrés es un inquilino de esta casa, y al igual que yo, no es un criminal. Es contador y está aquí por haber supuestamente defraudado al fisco. No estará por mucho tiempo, pero mientras se arreglan su asunto y el mío, le pedí y aceptó llevar la administración y la contabilidad de la tienda del reclusorio que conoces muy bien porque la surte tu compañía, al igual que todos los alimentos y artículos que consume el penal. De aquí en adelante tratarás conmigo o con él indistintamente, todo lo relacionado con la tienda. Te haremos los pedidos una o dos veces por semana. Los pagos serán invariablemente de contado, no queremos que nos den crédito, pero sí queremos los mejores precios de mayoreo que nos puedan dar. Olvídate como es costumbre aquí, darle cualquier propina o comisión a alguien por esas compras.
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Yo lo escuchaba atentamente, ni siquiera me preguntó si quería o no apoyarlo, su tono era amable pero decidido. En verdad emanaban de él esas cualidades de liderazgo que muchos jefes de empresas deberían de tener. No me atrevía a cuestionar nada, sólo contestaba con un movimiento de cabeza. Al Final de todas las explicaciones e instrucciones que me dio, preguntó: - ¿Estás de acuerdo? -Bueno para mí todo está bien -contesté. -Lo único que tengo que consultar con la empresa son los precios y el asunto de las comisiones, porque como tú sabes hasta hoy siempre nos pedían un 10 por ciento de comisión sobre todos los consumos del penal, el que teníamos que agregar al costo de la mercancía. - Ok. Está muy bien lo que hagan con los consumos del penal. Pueden seguir igual, al fin y a cabo esos gastos los cubre el gobierno. Pero en cuanto a la tienda, será de acuerdo como quedamos y nadie te va a pedir alguna comisión. Ahora otra cosa: sólo trataremos contigo, no queremos que nos envíen a nadie más. ¿Ok?
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-Si. Está bien, Ok. Me despedí con otro abrazo de oso del Gordo y de mano con Andrés, quien por fin esbozó una media sonrisa que lo hizo parecer menos tétrico y más humano. Con el tiempo lo conocí mejor y pude descubrir en él un hombre muy humano, excelente padre de familia y con un gran espíritu de servicio. Fue liberado tiempo después y estudió la carrera de abogado que todavía sigue desempeñando para ayudar a las personas condenadas, muchas veces injustamente y sin tener recursos para contratar un abogado, como lo descubrió en el tiempo que estuvo detenido. La empresa aceptó los precios y las condiciones, y durante todo el tiempo que Chava estuvo en la cárcel se cumplieron cabalmente. Cada vez que iba hacer alguna entrega o cobrar, aprendí mucho de Chava por Las conversaciones con Andrés quien lo veneraba. Cuando el Gordo llegó al reclusorio, inmediatamente se dio cuenta de las condiciones tan deplorables en que vivían los reclusos, entre mugre, suciedad y alimañas de toda suerte.
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El primer día, dos o tres cabecillas de las pandillas que controlaban todo en el reclusorio, envalentonados, quisieron asustarlo y someterlo a sus novatadas y caprichos solicitándole, con una “punta”, el pago de una cuota semanal. No lo lograron, no se dejó; les ganó el valor con muy buenos argumentos. Antes de que pudieran darse cuenta de lo que pasaba uno de los agresores con la boca partida y ensangrentada estaba tirado en el suelo retorciéndose de dolor agarrándose el vientre. Con dos certeros puñetazos rápidos, precisos y poderosos había quedado fuera de combate. En cuanto el otro, aullando de dolor por tres dedos de su mano derecha revirados hacia atrás, imploraba clemencia a Chava quien ya lo tenía agarrado del cuello, con la misma punta que por arte de magia había cambiado de manos, picando su garganta. Los otros cómplices se quedaron petrificados por esa acción tan fulgurante e inesperada, los demás curiosos que habían acudido parecían divertidos por lo que les sucedió a los cabecillas. - ¿No que muy machitos? y se están quejando y llorando como señoritas. ¿Quieren dinero?, muy
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bien yo se los voy a dar, pero bajo mis condiciones. Enseguida tomó la mano de su agresor quien seguía quejándose del dolor y sudando frio, y uno por uno, jalándolos fuertemente, colocó los tres dedos a su estado normal. - Ya estás como nuevo otra vez, pero te advierto que en cuanto se enfríe tu mano, te va a doler bastante, así que consíguete un buen analgésico y date por agradecido, porque en otras circunstancias tendrías por lo menos el brazo fracturado y estarías vomitando sangre. No saben de lo que soy capaz, para muestra un botón, así que conmigo no se meta nadie. Chava no les dio tiempo de pensar ni reaccionar, en cuanto se vio amenazado se deshizo de los hombres más peligrosos en unas fracciones de segundos enviándolos al hospital. Debido a su corpulencia y musculatura, conocimiento de las artes marciales y esa demostración de poder, nadie jamás se atrevió a agredirlo otra vez. Luego dejó correr un rumor generado por algún preso de fecunda imaginación que aseguraba que había leído algo sobre él, diciendo que lo había reconocido como el Capo de una organización
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muy temible de Chicago y era buscado por todas las policías del planeta. Que si le pasaba algo las represalias serían terribles. Alquiló un separo para él solo y lo acondicionó. Lo decoró a su gusto. Le permitieron instalar una cocineta, una cama muy adecuada para su tamaño y hasta una televisión. De entre los reos contrató un cocinero, a una persona para lavar y planchar su ropa, un ayudante que mantenía limpia toda el área, un secretario para recibir y contestar su correspondencia y dos personas más para lo que se le ofreciera, pero principalmente para estar pendientes y bien informados de todo lo que acontecía dentro del penal. Entre ellos estaban sus agresores, que con el tiempo se convirtieron en sus mejores y más fieles colaboradores. Conforme fue conociendo a los reos, se dio cuenta que había muchos reclusos que fueron condenados y encarcelados por no poder solventar el costo de algunas multas administrativas o fianzas de poca monta por delitos menores. Contrató un abogado para investigar esos casos y poco a poco fue pagando las multas y liberando
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a casi cincuenta personas entre hombres y mujeres quienes la mayor parte habían robado por hambre. Con esa acción se ganó la confianza y la admiración del resto de la comunidad. Luego se dio cuenta que el concesionario de la tienda del penal vendía sus productos a unos precios exorbitantes aprovechándose de sus clientes cautivos que no tenían de otra más que pagar lo que pidiera, mermando así sus magros recursos. Le pidió al director del penal que le diera la oportunidad de administrar la tienda, cosa que sin más trámites le fue concedida inmediatamente mediante la compra del inventario y una pequeña “participación” para las obras de “caridad” del reclusorio, cantidad que recibiría mensualmente el director. En ese punto fue cuando se acordó de mí y de la empresa en que laboraba, y a partir de entonces, a la tienda se le entregaban los productos a precio de mayoreo sin ningún otro cargo, ni siquiera el IVA que en aquella época era del 15 por ciento en todos los alimentos, lo que permitió que dentro del penal se comercializaran todos los productos y alimentos a veces a menor precio que en las tiendas de afuera o
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que en el propio mercado. En total, se abatieron los costos en más de un cincuenta por ciento y todavía permitía tener un ingreso decoroso para pagar los gastos de operación de una tienda limpia, ordenada, mejor surtida que nunca y bien administrada. Chava, ya convertido en un líder admirado y protegido por todos, convenció a muchos reclusos que leyeran, proveyendo decenas de libros que pedía les compraran. Hasta él mismo impartía clases de inglés. Les hacía ver la conveniencia de tener sus ropas y sus áreas limpias, ordenadas y bien pintadas. Muchas veces me solicitaba pintura para remozar las galeras. En ocasiones como por ejemplo el 12 de diciembre, que es el santo de la Virgen de Guadalupe, organizaba una gran fiesta donde participaban familiares y contrataba por su cuenta un mariachi y una marimba orquesta para deleite de todos, bajo el ojo complaciente de las autoridades carcelarias. Llegó la Navidad y nadie supo cómo llegó a convencer al director del penal o autoridades del ayuntamiento o del Estado. No se supo de qué artilugios se valió para que le permitieran introducir
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en un área restringida al interior de un galerón del penal, una enorme caravana con todos los lujos y comodidades habidas y por haber que tuvieran cabida en un vehículo de esa índole. Acomodó en el patio principal un gran árbol de Navidad con cientos de luces para alegría de los presos y suya, tranquilamente. Ante la complacencia de las autoridades, festejó desde la Navidad Hasta el año nuevo, encerrado a piedra y lodo en la casa coche con tres despampanantes y esculturales rubias gringas que quien sabe de dónde las mando traer. Según dicen las malas lenguas que la única ropa que usaron los cuatro durante esa semana fueron gorros rojos de Santa Claus. Y aunque no se permite la introducción de botellas de vidrio en el penal por el riesgo que significan. En el interior de la casa coche parece ser que corrió el champán a raudales, porque dicen los de buen olfato que olía mucho a vino la zona del galerón. Por lo pronto a mí no me pidieron nada. Se ve que el tráiler ya venía muy bien surtido de bebida y comida cuando llegó.
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Todo eso da una idea del carisma y poder de convencimiento que tenía el Gordo, aunado al potencial económico y la cantidad de gente que trabajaba para él adentro y fuera del penal y lo fácil que le resultaba “corromper” -perdón-, convencer a cualquier autoridad. Pasando las fiestas de fin de año, en una ocasión donde tuve que hablar al director del penal para aclarar unas dudas sobre unas facturas marqué su número, y para mi sorpresa fue Chava personalmente quien me contestó. ¡Bueno! pensé ¿qué pasa ahí? hasta ya se adueñó del teléfono y la oficina de la dirección. Chava aclaró mis dudas. -Lo que pasa es que el director anda todavía de vacaciones de fin de año y el suplente ya se fue. Me pidieron que me hiciera cargo porque dicen que soy de confianza y conozco la marcha del “changarro”. Puedes ver que todo va bien y está perfectamente tranquilo. Si hablas por el asunto de las facturas, no te preocupes: Ya recabé la firma del intendente para que te paguen. En la tesorería, puedes pasar a recogerlas cuando quieras, por
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cierto, quiero hablar contigo, traigo un asunto que quiero comentarte. - Ok -Le contesté -Nos vemos mañana como a las once ¿te parece bien? - ¡Hecho! te espero. Al día siguiente me recibió cómodamente sentado en el sillón del director fumando un habano y en la otra mano sosteniendo una copa que me pareció contener coñac. -¿Cómo estás? ¿qué cuentas? ¡qué gusto verte! Se levantó dirigiéndose hacia mí y después de un fuerte apretón con su mano diestra que parecía manopla de cácher vino el consabido abrazo del oso. -Muchas felicidades, te deseo un buen y feliz año nuevo en compañía de todos los tuyos. -Igualmente -le contesté en automático -Que se cumplan todos tus deseos. -Siéntate -me ordenó con su sutil y firme forma de pedir las cosas al mismo tiempo que regresaba a su sillón (más bien el sillón del director). -Tengo que decirte que en este lugar todo mun-
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do anda de ocioso. La gente no tiene nada que hacer y eso genera que se la pasen buscándose problemas entre ellos, aunque desde que estoy aquí los puedo atajar porque tengo mucha gente a mi favor y me avisan enseguida de cualquier anomalía y les ayudo a resolver sus diferencias. Y lo mejor es que me hacen caso. Mi filosofía es que si mi entorno está tranquilo estaré tranquilo y en paz yo también. Y sabe Dios qué difícil es mantener el orden en un lugar donde la gente con tantos problemas y frustraciones está encerrada permanentemente. Me sorprendió oírlo por primera vez hacer alusión a Dios. - Si, -le contesté definitivamente. -Estás haciendo lo que debería hacer el director, ahora entiendo porque estás aquí sentado en el sillón del jefe. Riéndose, siguió explicándome cuál era su idea llevándome de la mano. - Tú sabes que después de muchas peripecias, privaciones, fracasos y éxitos, compré en los Estados Unidos, precisamente en Chicago, una empresa que primero fabricaba macetas de fibra de
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vidrio, partes para automóviles y lanchas del mismo material. Luego en una fiesta conocí a un ingeniero sueco jubilado que me propuso enseñarme a fabricar lanchas de fibra de vidrio, de cualquier tipo o tamaño que yo me propusiera. Quería que nos asociáramos, pero me negué rotundamente. Le expliqué que en diversas ocasiones había intentado trabajar en sociedad con algunos amigos y siempre terminaba en broncas con ellos. Siempre buscaban sacar alguna ventaja, o simplemente me robaban o traicionaban con mis clientes y proveedores. Sin embargo, le propuse pagarle un buen sueldo y un porcentaje en las utilidades. Aceptó y te diré que funcionó: llevamos doce años trabajando en perfecta armonía, me ha ido muy bien y a él también; de hecho, lleva la administración de la empresa ahora que no estoy y parece que lo hace en forma excelente, defiende mis intereses mejor que yo según me dice Andrés quien checa todos los reportes quincenales que me envía. Ahora que el destino me tiene aquí encerrado, pienso que tengo la gran oportunidad de enseñarles una profesión a unos cuantos reos seleccionados para cuando salgan de
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aquí puedan sostener a sus familias dignamente y honradamente. Pretendo enseñarles a trabajar la fibra de vidrio, empezando con macetas y después de que tengan alguna práctica haremos lanchas. Por cierto, la primera lancha que hagamos será para ti, te la mereces por todo el apoyo y amistad que me has brindado. Me reí divertido por lo que me estaba diciendo y le contesté: -Será un gran placer y honor recibir tan espléndido regalo. Espero que la hagas muy sólida porque la bautizaremos aquí dentro con un buen champagne y tendrá que aguantar el botellazo. Le pondremos por nombre Calipso, como el barco de mi héroe, el comandante Cousteau, y desde ahora te prometo que los primeros huachinangos que capture serán para ti. Primero, pensé que me estaba tomando el pelo. ¿Cómo podría él, un asesino, -porque eso era oficialmente-, convencer a todas las autoridades involucradas para lograr que le dieran permiso de instalar un taller de esa índole dentro del reclusorio? ¿Introducir los materiales, las herramientas y todos
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los implementos necesarios que podían representar un peligro si caían en malas manos, y dentro de una cárcel hay muchas manos manejadas por malos? Pero inmediatamente recapacité y pensé: bueno, de acuerdo a lo que se de sus capacidades, su poder de convencimiento y las cosas que había logrado dentro de la institución, me di cuenta de que hablaba en serio y seguramente ya tenía el asunto “bien cocinado”. Por eso me pidió que lo viera. -No es broma -me contestó cuando se dio cuenta que tomaba el asunto muy a la ligera. -Perdóname, -contesté. -En serio, se me hizo muy buena la idea, pero muy insólito el proyecto para desarrollarlo dentro de una cárcel, ¡se me hace tan utópico! -No, ya es una realidad, tengo todos los permisos. Me impusieron ciertas restricciones que acataremos y empezaremos con el proyecto en cuanto tenga todo lo necesario, por eso te mandé llamar. -¿En qué te puedo ayudar? -Simplemente quiero que me surtas todos los materiales y herramientas. -Lo haría con mucho gusto, pero no trabajamos
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en la empresa nada de lo relacionado con ese tipo de actividades. -Eres el único contacto confiable que tengo fuera de la cárcel. Por favor ayúdame a conseguir lo que necesito, sabes que por la lana no hay bronca. Yo respondo, voy a financiar el proyecto como un servicio social de mi empresa y parece, según me dijeron mis asesores, que puedo deducirlo de mis impuestos. El pago será como siempre estrictamente de contado. Tú sabrás como le haces, pero consígueme todo lo que está en esta lista. -Y sacando de un bolsillo de su camisa tipo militar unas hojas de papel cuidadosamente dobladas, me las entregó. - Confío en ti. Si necesitas hacer algún gasto extra por cualquier situación que se presente me avisas yo responderé por todo. - Dame unos días para que averigüe el asunto, en cuando tenga algo en concreto te hablo. Me despedí con el consabido apretón de su manopla trituradora de nudillos y el sofocante abrazo del oso. Ya era como un ritual entre los dos que nos divertía porque desde el primer día le entré al juego
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tratando de apretar su mano tan fuerte como él, e intentar en el abrazo cortarle la respiración. Cosa simplemente imposible. Dos días después encontré un proveedor que podía surtirle casi todo lo que el necesitaba y nuestra empresa surtiría el resto sobre pedido. Solicité a la dirección del penal una cita con el Gordo Chava indicando que llevaría un invitado y me la concedieron para el día siguiente. Cuando llegamos ya estaba el Gordo esperándonos, sentado en un sillón de la oficina del director con un portafolio negro sobre sus rodillas y de pie a su lado Andrés, tan inexpresivo como siempre. Le presenté a José Iván, el representante de su futuro proveedor con quien tendrían trato directo para no triangular ni enredar las cosas. José Iván se puso inmediatamente a sus órdenes y le extendió el presupuesto de lo que solicitaba, indicando lo que podían entregar inmediatamente y el resto que surtirían en unos pocos días. Le di el presupuesto de lo que nosotros podíamos surtir. Le remitió los dos formatos al contador Andrés para que los revisara. Pero más que para
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revisarlos se los entregó para que los tuviera en su poder, porque Chava dio muestras de aceptar las condiciones sin cuestionar ni revisar nada y propuso darnos un anticipo en efectivo. Por mi parte yo le rechacé. -No es necesario, trabajaremos como siempre lo hemos hecho. -Le dije. Pero José Iván sí aceptó que le diera aproximadamente el 50 % del monto total para cerrar el trato. Chava se levantó con mucho esfuerzo de su sillón y dirigiéndose a José Iván le hizo entrega del portafolio. - Aquí hay exactamente 25 mil pesos -dijo. -Es más del cincuenta por ciento del importe de lo que estamos solicitando, abónalos a mi cuenta y espero que a partir de mañana empiecen las entregas, el director está enterado. Sólo tendrán que llegar a la aduana para la revisión de rigor. Eso sí, avísenme primero. Antes de despedirnos me pidió que le calculara y cotizara la madera que se necesitaba para hacer un cuarto de 3x4 metros para guardar la fibra, las herramientas y los “ácidos”.
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- Cotízame también un techo de asbesto porque va a quedar a la intemperie, sencillo. -Hablaré con el carpintero que nos hace los trabajos en la empresa y te aviso inmediatamente -le contesté. Días después le coticé por teléfono los materiales incluyendo herrajes, clavos, tornillos, candados, etc. y su contestación fue autoritaria como siempre. -Mándamelos. Definitivamente algo estaba muy claro para mí, este hombre tenía un proyecto y una meta donde lo menos importante era el valor del dinero que derrochaba a manos llenas sin importarle los costos, nunca regatea nada y jamás busca alguna ventaja. Era un extraordinario líder con gran capacidad de convencimiento y conciliación. Todo a su alrededor fluía como la corriente de un río de aguas mansas. Jamás lo vi alterado siempre tenía una jovial sonrisa y palabras amables para todos. Lo querían y admiraban tanto los reos como los custodios y las autoridades del reclusorio. Nunca hizo alarde de la gran cantidad de medicinas que luego supe
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costeaba a cualquiera que las solicitaba, de los apoyos y ayudas que raramente negaba, de los torneos deportivos y eventos musicales que asistía. Su personalidad y actitudes no tenían absolutamente nada que ver con la de un criminal. Me tenía una confianza a toda prueba, confiaba ciegamente en las personas que yo le recomendaba, tenía una percepción aguda del valor de las gentes, sus debilidades y fortalezas. Hasta donde yo sé, nunca estudió carrera alguna, pero podía ser un gran abogado o psicólogo con mucha facilidad. Desde luego, en sus correrías las vivencias y las experiencias, los éxitos y fracasos, fueron sus mejores maestros, y el mundo su escuela. Convirtió el reclusorio en un lugar insólito. Menos sucio, donde los reclusos convivían sin violencia en paz y armonía. Su celda era su oficina y despacho, ahí recibía a todos los que buscaban su consejo o apoyo, o querían redimir sus diferencias. Era psicólogo, consejero, juez y maestro. Ahora resulta que su proyecto inmediato, era enseñarles una profesión digna a los presos, vender los productos para mejorar su economía, la vida de
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sus familias y la propia dentro del penal. Adonde llegará esto, pensaba yo. Todo eso es demasiado bonito para que dure tanto, ¿cuánto tiempo durará? ¿hasta que lo liberen? ¿hasta que cambien el director como sucede con cada nueva administración municipal? Por el momento todos los elogios de las autoridades municipales y la población en general eran para el director del penal que capitalizaba los créditos del trabajo realizado por Chava al convertir el penal en un lugar más limpio y salubre, con menos enfermos y problemas entre reclusos. En esos tiempos no era tan conocido ni tan común el consumo y tráfico de drogas fuertes en los penales como lo es hoy en día. ¿Qué pasaría si el Gordo se topaba con ese problema? Quiero pensar que no lo permitiría y con su habilidad lo resolvería también, no sé cómo, pero lo resolvería. Una vez me confió que en los estados unidos había estado a punto de “entrar a las drogas” cuando malos amigos trataron de inducirlo al consumo de éstas. Pero él no. Nunca sintió necesidad ni motivo, ni siquiera curiosidad alguna para hacerlo. Viendo la actitud
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y el comportamiento tan estúpido de esas gentes y los líos en que se metían se alejó de esos grupos aborreciéndolos para siempre por esas malas prácticas. Dos semanas después de recibir las herramientas y los materiales, quedaron listos los tres primeros moldes de una serie para fabricar macetas chicas, medianas, y grandes. Se inició la fabricación de las primeras con mucho entusiasmo en una galera acondicionada exprofeso situada en una esquina de la muralla del penal, mientras adosada a una de las gruesas paredes terminaban de construir la caseta de madera para guardar material y equipos. Se resguardaban éstos debajo de una lona para que no volara el polvillo de la fibra de vidrio que causaba comezón intensa en todo el cuerpo. Esa comezón era el principal problema que tenían que sortear porque causaba muchas molestias. Los trabajadores tenían que vestir camisas de manga larga y taparse boca, nariz y ojos, con unas máscaras especiales cuando lijaban y pintaban las macetas. Las primeras macetas resultaron unas verdaderas obras de arte, decoradas con brillantes pinturas por algunos reclusos muy inspirados que pidieron
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participar desinteresadamente, poniendo su granito de arena y felices por ocuparse en algo que sentían y les agradaba. Figuras geométricas, aves fantásticas, flores de mil colores que brillaban intensamente mientras las macetas expuestas al sol secaban en el patio, ante la admiración de los demás reclusos. Cuando el director vio, admirado por los trabajos realizados se entusiasmó e inmediatamente decidió y le propuso al Chava invitar el alcalde de la ciudad para que inaugurara la fabriquita y darle formalidad y más relieve al asunto (y claro está, echarle más agua a su molino). Chava aceptó y después de dos o tres llamadas, el alcalde confirmó su asistencia para el siguiente domingo a temprana hora. El día señalado, llegó el alcalde puntualmente con su esposa, algunos miembros de la comuna y un fotógrafo. José Iván y yo estuvimos presentes como invitados especiales. Nos dirigimos al área de la fabriquita y mientras el director vanagloriándose de todo lo que supuestamente había logrado para modernizar el penal se
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enfrascaba en una larga perorata, el gordo sonreía divertido escuchando tanta incongruencia. Terminó su intervención pidiéndole al alcalde más presupuesto para continuar con lo logrado hasta ahora. El alcalde a su vez, muy políticamente, lo felicitó prometiéndole que tomaría en consideración sus demandas. Enseguida, la esposa del alcalde a petición de su marido cortó el listón rojo. Se tomaron las fotos de rigor y, dando por inaugurada la fábrica, el grupo pasó al interior del galerón para conocer las instalaciones, el proceso de fabricación y las macetas que relucían con sus brillantes colores por todos los rincones del lugar. En el interior estaban los reos que trabajaban en ese proyecto, el alcalde los saludó y los felicitó por ese interés en superarse. Hasta ese momento el Gordo se había mantenido apartado y a la expectativa, tratando de pasar desapercibido, tarea un poco difícil dado su corpulencia. Cuando el alcalde preguntó quién era el “ingeniero” que dirigía la fabricación de las macetas, el director lo señaló y pidió que se acercara. El edil se sorprendió cuando supo que era uno de los reos y
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le preguntó porque estaba ahí. Chava le contó su problema con el agente de tránsito. El alcalde inmediatamente recordó el caso y contestó que lamentaba mucho el hecho, y que, a raíz de lo acontecido con los dos agentes de tránsito armados, el personalmente había enviado una iniciativa de ley al congreso local para que se prohibiera a los agentes viales portar armas. Y agregó: -De hecho, le pedí al jefe de la corporación que depende de mí municipio que confiscara todas las armas en poder de los agentes. Antes de retirarse el alcade, Chava le preguntó si podían fabricar unas macetas más grandes y reforzadas para adornar las dependencias municipales. - Claro que sí. No hay límite, haremos unas muestras para ponerlas a su consideración. -le contestó. A partir de ese momento y abiertamente se intensifico la producción. Dos señoras recién egresadas se ofrecieron para vender las macetas en el camellón frente a la cárcel. Pronto, por lo novedad del material y el diseño se vendían como pan caliente, no alcanzaban a
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cubrir la demanda. Hubo que involucrar más reos en la fabricación. Poco tiempo después pusieron a consideración del alcalde los macetones grandes que había solicitado y el resultado fue que encargó un primer pedido de 25 piezas que serían entregados poco a poco. Entrada la primavera, una tarde llegó a la empresa un personaje muy peculiar de estatura media, complexión atlética, bastante moreno -parecía afroamericano, con grandes patillas que casi le tapaban las orejas y llegaban hasta el mentón, ojos negros saltones que parecían brasas. Sus grandes dientes destacaban por su blancura. Vestía unas bermudas blancas, una camisa por fuera de grandes flores anaranjadas unos zapatos bicolores con calcetines blancos y un sombrero de los llamados panamá. Ostentaba en su cuello una cadena de oro de gruesos eslabones de donde colgaba una cabeza de vaca long´s horns del mismo material representados los ojos por unos brillantes de regular tamaño. En su muñeca derecha una esclava de oro de eslabones enormes con una placa donde aparecía el
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nombre de “Gabino” realzado con lo que parecían ser brillantes. Para cerrar con broche de oro, en su muñeca izquierda resplandecía un reloj Rolex de oro con un extensible probablemente diseñado sobre pedido por lo extravagante y poco elegante que se veía aun siendo de oro. Ese hombre debía traer casi un kilo de oro encima o tal vez más. Acababa de entrar al patio de la empresa sin aviso ni permiso, en una lujosísima camioneta ranger roja con batea de madera y placas de Texas, estacionándose sin preocuparse si estorbaba o no al flujo de los vehículos de reparto. Entró a la oficina y sin vacilar se dirigió directamente hacia mí con un... - Oye chico, necesito que me surtas unas cositas. Luego comprendí por su acento y sus palabras que se trataba de un ciudadano cubano. - Con mucho gusto, ¿que se le ofrece? Desplegando una hoja de papel que traía en la mano enumeró los productos que necesitaba. -10 rollos de alambre de púas de 40 kilos, 10 kilos de grapas para cercas, dos cajas de 6 machetes cada una, doce limas con sus respectivos mangos, 6
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blocs de sal y seis de minerales para ganado. -¿Alguna otra cosa? -Le pregunté. -No, eso es todo por el momento -me respondió. En el instante, por lo que me estaba solicitando, relacioné a ese individuo y su vehículo con El Gordo Chava. Por inercia le pregunté: -¿Efectuamos la factura a nombre de don Salvador Gómez? Como movido por un resorte me miró fijamente a los ojos y en un tono de voz muy firme y acentuando las palabras me contestó: -No quiero ninguna factura y no conozco a ese señor, chico. Nuevamente en tono firme y no quitándome la vista de los ojos reiteró: -No conozco a ese señor. Pensé que lo había ofendido, y cuando estaba a punto de disculparme, me guiñó el ojo y agregó una vez más: - Oye chico listo, no conozco a ese señor ¿entiendes? no lo conozco, jamás lo he visto en mi vida y tampoco me conoces a mí. Ok? - Ok
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No había que ser muy listo para entender que sí conocía al Gordo, pero no quería que se supiera. Por mi parte nunca nadie se enteró de esa extraña relación. ¿Por qué habría que negar que se conocieran si el cubano le estaba ayudando a llevar su rancho en un momento de crisis? Ese “tampoco me conoces a mi” me sonó muy amenazador y fuera de lugar. Mucho tiempo después entendí lo que estaba sucediendo. Ese día fue la única ocasión que vi personalmente a Gabino. Lo despachamos y se fue para nunca regresar. En distintas ocasiones vi su lujosa camioneta estacionada en algunas partes de la ciudad, particularmente delante de una casa situada precisamente en frente del muro norte de la cárcel. Al poco tiempo me separé de la empresa para iniciar un negocio propio y perdí el contacto con El Gordo Chava. Solo le hablé una vez para saber cómo estaba y de broma preguntarle qué había pasado con la lancha que me prometió. Me contestó que todo iba muy bien que la lancha no podía hacerla porque tenía otro proyecto en
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mano y me pidió que no le hablara, el me hablaría si se ofrecía algo. Una mañana amanecieron los periódicos con grandes titulares: El gordo Chava, el asesino del agente de tránsito, se había fugado el día anterior de la cárcel probablemente ayudado por cómplices tanto en el interior como al exterior de ésta. Nadie sabía ni siquiera la hora exacta de su fuga. Los guardias no vieron nada anormal en sus rondas nocturnas, pero el Chava no se presentó a pasar la primera lista de la mañana. Lo buscaron por todos los rincones, incluso rompieron los candados de la famosa caseta de madera y sólo encontraron los materiales que se usaban en la fabricación de las macetas. No aparecía, se había esfumado como por arte de magia. Hasta que los policías revisaron el terreno baldío pegado a la cárcel y removieron un montón de basura junto al muro se dieron cuenta que ahí desembocaba un túnel cavado debajo de la barda. Salió a relucir que el director de la cárcel había permitido que fabricara macetas de fibra de vidrio dentro del reclusorio, y para proteger las herra-
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mientas, la fibra y los “ácidos” peligrosos, también le autorizó construir una caseta de madera adosada a una de las paredes. Sale sobrando aclarar que el director y todo su equipo fueron cesados inmediatamente de sus funciones y puestos en arraigo domiciliario hasta que las autoridades correspondientes deslindaban responsabilidades. Fue precisamente desde esa caseta que perforó el túnel debajo de los cimientos del muro y escapó en la madrugada, según parece ayudado por algún cómplice. Vinieron a mi memoria Gabino y su camioneta estacionada diario a menos de veinte metros del mencionado muro. En las indagaciones posteriores algunos vecinos señalaron precisamente que una lujosa camioneta con placas de Estados Unidos llevaba varias semanas estacionándose por tiempos largos en una calle cercana y que el día de la fuga desapareció para nunca regresar. En mis adentros pensé ¡qué buena jugada! Seguramente los custodios que cuidan la cárcel desde lo alto de los muros ya se habían acostumbrado a
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ver ese vehículo cargando distintos tipos de bultos y no sospecharon nada. Parece ser que él sólo construyó el túnel, se “recluía” largos ratos en la caseta. Siendo el subsuelo arenoso e inestable, conforme avanzaba reforzaba las paredes con rollos de fibra de vidrio que no eran otro que los mismísimos macetones que fabricaba para el ayuntamiento, pero sin piso. Reforzaba los bordes y les daba forma para que encajaran bien, proporcionando buena resistencia para que no hubiese derrumbes. El túnel fue suficientemente amplio para que cupiera su enorme anatomía. Tiempo atrás el Gordo solicitó permiso que le fue concedido para adornar la cárcel con macetones con diversas plantas de ornato y arbustos que el director municipal de parques y jardines le proporcionaba de los viveros de esa dependencia. Le entregaron y depositaron en un rincón del patio principal una media camionada de tierra negra para llenar las macetas. Llenó todos los rincones de la cárcel de flores y plantas, era todo un espectáculo y derroche de belleza. Hasta enseñó a los internos a regarlas
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y cuidarlas, hablándoles de protección del medio ambiente, y concientizándolos que las plantas consumen los gases nocivos y los transforman en oxígeno para respirar mejor, proporcionando una mejor salud a los internos. Cuando los investigadores descubrieron en la caseta el túnel escondido debajo de la fibra de vidrio, les sorprendió no ver la tierra producto de la excavación. El lugar estaba limpio y bien barrido. Hasta que alguien pensó: ¡Las macetas! Así fue como descubrieron el truco de la arena extraída del túnel que yacía en los macetones y solo tenían arriba una pequeña capa de tierra negra. Nadie había observado que la proporción de tierra extraída del montículo en el patio era ínfima en comparación al tamaño y capacidad de las macetas. Lo más insólito para los investigadores es que se fugó sólo. Nadie lo acompañó en su huida habiendo podido llevarse a muchos con él. Cuando descubrieron su ausencia, el hombre seguramente ya había recorrido mucho camino. Pasó mucho tiempo. Cuando una mañana leyendo las noticias en un periódico de circulación nacional, un reporte policíaco procedente de Mé-
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rida Yucatán llamó mi atención, ya que relataba el asesinato de un agente de tránsito a manos de un empresario México-norteamericano radicado en Chicago, Illinois que andaba de vacaciones. El nombre del desafortunado tránsito era XXX y el de su victimario Salvador Gómez. ¡No puede ser! -me dije. Se repite la historia, ahora en Yucatán. Adentrándome en la extensa nota, descubrí que El Chava después de festejar con dos jóvenes acompañantes americanas en un club nocturno de Mérida regresaba a su hotel en un coche convertible alquilado, y como estaban un poco eufóricos por el vino, se traían una buena juerga en el vehículo. Muy cerca ya del hotel, habían sido interceptados por una patrulla de tránsito con dos agentes a bordo, quienes le pidieron que se detuvieran. Parece ser que Chava les hizo un ademán con el brazo y siguió su camino con la patrulla detrás persiguiéndolo. Llegaron a una glorieta donde otra patrulla avisada seguramente por la primera quiso cerrarles el paso en forma temeraria, y por más que Chava frenó bruscamente, no pudo evitar el choque. Fue demasiado tarde, impactó directamente la puerta
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del chofer que quedó prensado dentro de la patrulla gravemente herido. El convertible quedó desecho, pero gracias a que sus tripulantes traían puestos sus respectivos cinturones de seguridad sufrieron sólo heridas que no ponían en peligro sus vidas. El otro tripulante de la patrulla accidentada resultó ileso y fue el primero en arrestar al Gordo amenazándolo con su pistola. Cuando llegaron los paramédicos de la Cruz Roja para prestar los primeros auxilios a los heridos, encontraron al patrullero sin vida. Agregaba la nota que los tres tripulantes del convertible fueron canalizados a la cárcel local y puestos a disposición de las autoridades competentes para determinar sus responsabilidades en ese accidente. Dos días después, en el mismo periódico y en la misma sección se daban más datos sobre el accidente y Salvador Gómez, quien según decía el autor del artículo resultó ser toda una ficha, fue solicitado por las autoridades judiciales del estado de Veracruz cuando se enteraron de su arresto en Mérida, para cumplir una condena en el puerto, por el mismo cargo de asesinato de un agente de tránsito.
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Tiempo después me enteré por la prensa que había sido trasladado a Veracruz y confinado a una celda de alta seguridad debido a su peligrosidad, su capacidad de ganarse voluntades y corromper las autoridades. Para aliviar un poco la sobrepoblación del penal, periódicamente se formaban “cuerdas” con los reos más peligrosos que trasladaban al Fuerte Santiago de Perote, que funge como penal de alta seguridad. Regularmente, los convictos debidamente esposados son trasladados en autobuses especiales fuertemente custodiados hasta el fuerte en un recorrido de aproximadamente 180 kilómetros por la carretera federal. En el caso de Chava, las autoridades penitenciarias consideraron que era demasiado peligroso enviarlo junto con los demás presos porque era capaz de armar un motín o algo parecido para escapar, motivo por el cual optaron por trasladarlo en una camioneta, custodiado por cuatro gendarmes bien armados. Cierta mañana las noticias de primera plana tenían que ver otra vez con el Gordo Chava. Se había
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fugado nuevamente. Esta vez después de un accidente de carretera entre la patrulla donde era trasladado y una camioneta con placas de Estados Unidos que luego apareció abandonada en un llano, a unos cuantos kilómetros del lugar de los hechos. Casualmente en ese llano solían aterrizar aviones fumigadores para reabastecerse de combustible e insecticidas. El Gordo, supuestamente aprovechando la confusión del momento y el factor sorpresa, escapó. No me pude aguantar la risa cuando me enteré de lo que había pasado. Nuevamente el Chava hizo de las suyas. Era evidente para mí que el accidente fue premeditado. La descripción que daban los testigos del chofer de la camioneta americana coincidía perfectamente con la de Gabino el cubano y en cuanto vi la foto de la camioneta, la identifiqué como uno de los vehículos todo terreno de llantas y tumba burros enormes que solía usar Chava. No tenía la menor duda. Todo fue orquestado por el Gordo, estaba seguro que sobornó a cada uno de los actores que participaron en su fuga. Él mismo propició su traslado en la patrulla, consiguió que lo custodiaran policías que conocía muy
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bien desde antes y que le debían algún favor. El accidente fingido se fraguó seguramente en un lugar predeterminado en el momento que la carretera estaba desierta y sin testigos. Según los reporteros, el vehículo oficial fué golpeado por un costado cuando la camioneta que los rebasó en una curva patinó, perdiendo el control el imprudente conductor y proyectando la patrulla a la cuneta donde se volcó. Todos los ocupantes por un milagro de Dios salieron ilesos con sólo raspones en los uniformes. En la confusión por salir de la camioneta volteada y recuperar sus armas, cuando finalmente los policías se incorporaron y se reponían del tremendo susto, entonces se dieron cuenta que el peligroso reo que viajaba en la parte trasera se había fugado, desapareciendo entre los matorrales. Después de una larga e infructuosa búsqueda regresaron a la carretera a pedir auxilio. Algunos lugareños comentaban que donde sucedió el accidente una avioneta muy “bonita” que no era como las fumigadoras sobrevoló la zona varias veces a muy baja altura. Más claro ni el agua.
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La patrulla fue empujada a la zanja a propósito, con la poderosa camioneta, y tanto el cubano como el gordo se dieron a la fuga en la misma, conduciendo hasta el llano donde la abandonaron para subirse seguramente a la avioneta que los estaba esperando, mientras los policías cubrían la huida, haciendo tiempo. Ese llano yo lo conocía porque cada vez que viajaba a México por carretera podía observar dos o tres aviones fumigadores estacionados ahí; y estoy, casi seguro, que la avioneta que los llevó hacia la libertad, era tripulada por el mejor piloto posible: Tony. Esa fue la última vez que supe de Salvador Gómez, alias el Gordo Chava, un moderno Robin Hood.
ALIANZA EDITORIAL RÍO E diciones de B olsillo
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