Colección Generala
Manuela Sáenz
Doña Luisa Tota
Señora de Pimampiro
BIOGRAFÍAS HOMBRES Y MUJERES FORJADORES DE LA PATRIA
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La construcción de nuestra Patria ha sido engrandecida por corazones indomables que supieron asumir en sus vidas el fervor de la libertad y el ansia de construir un país soberano. La historia de nuestra Patria es un largo camino construido con intensas batallas de resistencia ante fuerzas opresoras y de dominación. A lo largo del tiempo se han destacado hombres y mujeres que lucharon encarnando valores de rebeldía y coraje. Estos personajes están vivos en el recuerdo que marca las huellas del tiempo. Su acción y su palabra se mantienen e iluminan nuestras vidas. Transcurre el tiempo, pero los compromisos son los mismos, la búsqueda de mejores días anima a los ciudadanos y ciudadanas de hoy, la resistencia está allí. Ese mismo espíritu anima a los héroes y heroínas anónimos que construyen la Patria nueva con la participación irrenunciable en la Revolución Ciudadana.
BIOGRAFÍAS HOMBRES Y MUJERES FORJADORES DE LA PATRIA
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Doña Luisa Tota
Señora de Pimampiro (SIGLO XVII)
Es importante volver la mirada a nuestras raíces históricas para comprender nuestro presente. La Secretaría de Pueblos, Movimientos Sociales y Participación Ciudadana de la Presidencia de la República entrega a la ciudadanía este aporte de biografías de personajes históricos para poder adentrarnos en las venas de nuestra Patria.
autora:
MARCELA COSTALES P.
1 “Sólo comprende a los oottrrooss,, qqu n aacceep pttaa uiieen qqu daa u uee ccaad noo p un poosseeee ssu d daad uaalliid du viid diiv u iin nd iin uccttiibbllee”” deessttrru nd
LA SEÑORA N NA DEE AT TU UR RA ALL D P PIIM MA AM MP PIIR RO O Pimampiro, hermoso y pequeño poblado de la Provincia de Imbabura, al que se accede por caminos ondulantes y paisajes difíciles de describir por el apogeo de su belleza. La fatiga acompaña al caminante a medida que se va ascendiendo desde el caluroso y seco Valle del Chota hasta el corazón del pueblo que se halla ubicado a 1.800 metros de altura. Su mismo emplazamiento le da la característica imborrable y primigenia de “poblado cáliz”, un TASQUI o vaso ceremonial, símbolo mítico que se conserva invariable pese al tiempo y a las inclemencias y circunstancias de su propia historia, con
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igual contenido espiritual y similar energía social, sin importar sus dimensiones, la extensión física o la demografía. La presencia indígena aborigen, unida a la hispana se revela en un mestizaje fuerte, dinámico, lleno de vida, creando su propio destino, recorriendo su única e individual ruta.
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Desde este poblado TASQUI, se contemplaba en años anteriores los hermosos cebadales ubicados al frente, colinas esmeraldas que se estremecían al paso del viento que cantaba entre sus hojas himnos primitivos surgidos desde las entrañas mismas de la tierra. En los meses de julio a septiembre, estos imperturbables cebadales se transmutaban en doradas y estremecidas alfombras recostadas bajo el sol andino destellando en la madurez total de sus frutos. Para entonces los cantos del Jahuay de las cosechas se elevaban en hechizantes y primitivas voces de hombres y mujeres que recogían las mieses e iban formando parvas gigantescas que a la caída del sol se desangraban en oro puro, mientras los huambras de la comunidad jugaban y disfrutaban de este regalo de la naturaleza. El extraordinario mirador se complementa con la llamada “PUERTA DEL CIELO“, espacio abierto entre las gigantescas moles de los Andes, espacio que durante el ocaso deja ver la piel de topacio del cielo encendida en fuego puro, estremeciendo el corazón más duro e insensible como frente
Pimampiro, hermoso y pequeño poblado de la provincia de Imbabura, ubicado a 1.800 metros sobre el nivel del mar. Su mismo emplazamiento le da la característica primigenia de un TASQUI o vaso ceremonial, símbolo mítico que se conserva pese al tiempo y a las inclemencias.
a un cósmico incendio y en las noches estrelladas pareciera palpitar en cada lucero con una intensidad tal que simula precipitarse sobre la tierra para besarla irrefrenable y retornar a sus inimaginables altitudes. Pimampiro es un lugar de ensueño, un centro de energía cósmica, para hacernos sentir comulgados con la grandeza del mundo y saber que somos parte consustancial de una historia milenaria que oculta de ojos profanos la grandeza de los antepasados. En la alta noche, el Pucará defensivo que todavía conserva los gritos de guerra, la resistencia feroz de los Caranquis, los Señores Naturales de estas tierras que tan indomable batalla opusieran a los conquistadores cuzqueños, se divisa en todo su esplendor. No es raro ver deslizarse veloz a un cometa en noche oscura o de luna llena, anunciando, tal como lo decían los antiguos Amautas, acontecimientos, felices unos, de triste recordación otros y que de todos modos influirán sobre los hombres y pueblos. Los apacibles susurros de sus escondidas quebradas, en los atardeceres de fría brisa, de octubre o diciembre animan a encender una fogata para calentando corazón y esperanzas contemplar durante muchas horas la incomparable belleza de un paisaje nocturno que ninguna palabra podría interpretar sino los sentidos despiertos y la razón embriagada ante tanta belleza.
La suavidad aterciopelada de su clima ha constituido un permanente atractivo para sus nativos y para quienes en las diferentes épocas de su existencia han llegado a integrarse a él o a visitarlo, con el simple afán de conocerlo y ser por breves momentos beneficiarios de este mirador que ofrece el regalo de paisajes que en ningún otro lugar podrían contemplarse. Las mañanas esplendorosas de los Andes, abrasadas en la sonrisa de un sol niño, van creciendo en intensidad hacia el medio día, para languidecer en las tardes cuando una tibia brisa se filtra por sembríos, puertas esquivas y ventanas temblorosas amparadas por visillos nítidamente blancos, en una bendición que trae a manos llenas el aroma del campo y su generosa vegetación. Abundan los bosques frutales, en donde la brillantez de las hojas del aguacate compite con la esférica esplendidez del fruto de la chirimoya o los negros racimos de ónix y miel de los capulíes innumerables y sólo las agudas espinas impiden que las moras jugosas y moradas sean exterminadas por los ejércitos de huambras en vacaciones, mientras las ventrudas guabas, protegidas en su suavecita envoltura, prometen delicias de sabor a quienes de ellas se apoderen. Con los deliciosos frutales conviven los molles linajudos y de hojas finitas, cuyo fruto en las épocas de nuestra señora Luisa Tota,
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Pimampiro es un lugar de ensueño, un centro de energía cósmica, para hacernos sentir comulgados con la grandeza del mundo y saber que somos parte de una historia milenaria.
Cacica Mayor de estas tierras, a principios del año 1600, se lo utilizaba en reemplazo del achiote, con un sabor más fresco, menos recargado y que servía para adobar cuyes y otras carnes con un aroma irrepetible y que jamás se ha podido imitar. Los árboles de capulí jalonaban sus murmullos por todos los caminos, vericuetos y lomas y las hojas del Pumamaqui conversaban plateadas, relucientes en las noches de luna tierna, pronunciando las leyendas y los nombres secretos del lugar … FINCENÚ … FIN CE NÚ … FINCENÚ … fin … ce … nú. Ellas conocían de otros pasos remotos, de otras realidades, de otras manos que tocaron su piel de terciopelo tembloroso. Este es el Pimampiro ubicado arriba del Río Chota, el Pimampiro al que se llega pasando primero por Chalguayaco, el Pimampiro en el que vivió, reinó y dejó su presencia inolvidable DOÑA LUISA TOTA, Señora y Cacica Mayor, descendiente del bulo o pueblo real de los angos, llactayos, señores naturales de estas tierras que pertenecieron a los caranquis, feroces guerreros, aquellos que como auténticos exterminadores, extraían la piel completa de sus contendores, para ponérsela encima, como una segunda piel que les trasladaba además el ímpetu, la fuerza, el último soplo, el primigenio y final de la vida del enemigo caído en batalla.
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PIMAMPIRO en lengua QUITENSE, repite la sagrada grafía PI por dos veces, dándonos a entender en superlativo la innegable importancia étnica y religiosa de este lugar privilegiado y único.
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Por supuesto, en este enclave mágico e increíble, la casa de nuestra heroína fue la más grande y principal, en ella se celebraban importantes reuniones tanto para conmemorar las fiestas propias de la región, como las impuestas por los conquistadores españoles y que luego se mimetizaron en una sola, con dos vertientes, con dos creencias, con dos razones de ser, que poco a poco se fueron fusionando hasta transformarse en una sola con el paso del tiempo y de las humillaciones. Pero en esta casa se producían también las reuniones del pueblo, cuando la Cacica convocaba para tomar determinaciones importantes que podían incidir e influir en el ritmo de sus propias vidas. Enorme casa construida en su mayoría de adobillo y adobón, con amplias paredes que no dejaban traspasar ruido desde el exterior o filtrar los que desde dentro provenían, paredes empañetadas y que luego se pintaban de blanco en cal viva y que en los días de profuso sol hería los ojos en total deslumbramiento. La arquitectura española se había impuesto, pues amplios corredores rodeaban toda la construcción, convirtiéndose en el centro
de la vida social, el espacio adecuado por el clima y por el mismo protocolo de visitas, en el que la Cacica Tota se desenvolvía como la reina que era, algo lejana e inalcanzable, actitud que se convertía en el sello inimitable de estas mujeres pertenecientes a la nobleza indígena quienes no perdieron su dignidad y compostura pese a lo avasalladora de la conquista española. La cocina tenía, por así decirlo, dimensiones demasiado grandes, pero necesarias, pues además se bifurcaba en distintas alacenas, protegidas por puertas de madera preciosa, entre ellas laurel y guayacán, en donde se guardaban los productos no perecibles y las innumerables conservas de las frutas propias de la región. Se resguardaban las carnes saladas, las especias de las que tanto gustaban y un abigarrado mundo de alimentos que formaban parte imprescindible de su mesa. Las papas disecadas bajo el sol de las alturas, conocidas también como “chuño”, se mantenían en barricas especiales y llenaban con su olor especial las comilonas de las fiestas principales del Pimampiro de aquellos años. El horno de pan había sido prolijamente elaborado, mezclando el sistema constructivo indígena con el hispano, pero en su fabricación intervenían todos los elementos que la cultura nativa consideraba imprescindibles para que un horno fuese tal, el lodo, la paja, la panela
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de caña de azúcar morena, el vidrio, en fin, todo aquello que podía garantizar que el horneado fuese perfecto y de acuerdo con los requerimientos de tan noble mujer.
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El olor de pan, tortillas de maíz y otras reposterías que hacían las delicias de cualquier paladar, corría con el viento de Pimampiro, por todos los rincones, cuando se hacía este trabajo en la casa de la Cacica. Olores inconfundibles, envidiables y deseados que pasaron a ser leyenda cuando la señora ya dejó de existir. Nunca, nadie pudo llegar a superarla. Por lo menos así contaban los mayores, de lo que sus abuelos les habían comentado y hecho saber. Difícil hoy encontrar el sitio exacto de la casa de la tan querida y por la mayoría olvidada pese a su nobleza y raigambre. El dormitorio de la Señora, su espacio íntimo y el más afanosamente cuidado, era amplio y lleno de riqueza, pues incluía la fuente para las abluciones y los baños que en aguas medicinales tomaba esta singular mujer. La hierbabuena pulía su piel, la hierba mora abría todos los poros para purificarlos, la menta la energizaba para continuar con sus duras jornadas, la manzanilla desinflamaba su rostro congestionado por el sol y los viajes, el cedrón le daba una ligera brillantez que la volvía luminosa, la sábila borraba las arrugas y las huellas del ceño preocupado y cansado.
Doña Luisa Tota, señora y cacica mayor, vivió en el siglo XVII. Fue descendiente del bulo o pueblo real de los angos, llactayos, señores naturales de estas tierras que pertenecieron a los caranquis, feroces guerreros.
Había hecho reproducir los pondolongos o asientos de madera, pequeños y cómodos, recubiertos con piel de boa, que tan característicos fueron en las habitaciones de las nobles familias indias quiteñas. La amplia cama gozaba de colchones mullidos de ceibo traído desde la costa y de sábanas de lino puro, ya europeas y en alguna tarde fría o ante el anuncio de las noches de invierno se la veía recubierta por las colchas de vicuña, tan suaves, delicadas y perfumadas que sólo podían haber sido confeccionadas para una verdadera reina. En los ángulos de la habitación no faltaban los pebeteros donde se quemaban las maderas exóticas como el palo santo, yanbal, la mirra, corteza de canela, las flores secas de rosa, las hojas de laurel. Las ramas disecadas de ruda que no solamente purificaban y perfumaban el ambiente, sino que servían para atraer las premoniciones y bienaventuranzas, ahuyentar maldiciones y envidias. Las envolvían en un halo impenetrable a la casa y a cada uno de sus rincones y habitantes. Decían que la señora conocía de yerbas especiales que le ayudaban a no sentir cansancio, que le dotaban de una belleza inextinguible, que transmutaban en armiño la piel y que del oriente, alguno de sus familiares igual de fastuoso le había traído una desconocida flor que disuelta en el agua cálida de los
baños le dotaban para siempre de la lozanía y la eterna juventud. Luisa Tota no parecía avanzar los años y las arrugas no formaban parte de su rostro. Su amplia, benéfica y usual sonrisa iluminaba a quienes iban a visitarla o la encontraban en sus numerosas y largas caminatas. Esta era su amistosa respuesta a los saludos y a la veneración y respeto que por ella sentía su pueblo. No era alta y su constitución más bien podía describirse como recia. Esta era una diferencia notoria entre las clases nobles de Quito y las de los Caranquis, las princesas quiteñas eran más finas, más delicadas y de mayor estatura, sin llegar a ser altas; las princesas Caranquis, sin carecer de belleza, poseían otro tipo de contextura, más robustas, más fuertes, como si exigieran que la vida se revelase a plenitud en ellas a cada minuto. La negra cabellera de Luisa era reluciente y abundante y generalmente la lleva sujeta en amplio moño, con una raya divisoria en el centro de la cabeza, en la cual, en algunas ocasiones especialmente solemnes espolvoreaba polvo de plata para que tuviese un brillo fascinador inigualable y también se reconociese como símbolo de su riqueza y poderío. Los vivaces ojos negros, apenas si acentuaban algo de su brillo con una mezcla
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especial de arcillas que venían desde las tierras de Alausí, para dar mayor fascinación y fijeza a la mirada. Los que la conocieron describen los ojos de la Cacica como fuentes apacibles, en las cuales sin embargo se podía observar la llama de la pasión y alegría.
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Su vestimenta estaba de acuerdo con su rango irrenunciable. Los finos vestidos de CUMBE, confeccionados en los telares más perfectos y con las fibras previamente escogidas, los lucía ella con soltura y moderación. El clima tibio del que gozaban sus posesiones le permitía hacer de estas prendas, primorosamente bordadas, su ropa habitual para permanecer en casa. El trabajo de aguja en figuras mitológicas o emblemáticas de su cultura, aparecía esplendoroso en colores fuertes como el rosa vivo, azul profundo, verde y naranja pero en ocasiones, cuando quería lucirlo, todo el bordado era negro sobre vestido que parecía elaborado enteramente en hilos de seda, de tan fino y reluciente que relumbraba el algodón. Se volvía una espuma aurea que modelaba su cuerpo envidiable y recio. Utilizaba en otras ocasiones amplias polleras, cuyo color favorito era el morado violento, captando la mirada como un relámpago centelleante que se ajustaba con perfección a su talle y a su caminata menudita, casi trotada, caminata que caracterizaba a las
El trabajo de aguja en figuras mitológicas o emblemáticas de su cultura, aparecía esplendoroso en colores fuertes como el rosa vivo, azul profundo, verde y naranja pero en ocasiones, cuando quería lucirlo, todo el bordado era negro sobre vestido que parecía elaborado enteramente en hilos de seda, de tan fino y reluciente que relumbraba el algodón.
mujeres de su cultura. No olvidaba sin embargo, para algunas ocasiones particulares, el anaco, en azul marino o negro, que con amplia faja o mamachumbi (faja madre), sujetaba a su cintura, si no tan esbelta, si firme y llena de atractivo. La fachalina cubría sus hombros cuando salía de paseo o cuando visitaba a sus sembríos y trabajadores que en ellos permanecían cultivando las amplias extensiones que le pertenecían y de dónde venía su fortuna. Cuando el día era algo frío, lucía hermosas macanas de fondo blanco con grises ilustraciones con amplios y largos flecos que nacían del más elaborado tejido de crochet. Los flecos daban mayor armonía a su paso y a veces parecían 20
envolverla y acariciarla, mientras descendía acompañada de sus fieles guardianas al Valle del Chota. A pesar del tiempo, había quedado en ella la costumbre de asistir a las ceremonias religiosas o a actividades de mucha importancia con su familia u otros caciques de tierras colindantes, usando sobre su cabellera de ébano un pequeño paño de algodón pintado con motivos indígenas, cuya punta avanzaba sobre la despejada frente, cosa que casi había desaparecido por completo del uso de las nobles, pero que ella utilizaba y veneraba en honor a sus remotas antepasadas, quienes lo llevaron con distinción, orgullo y elegancia, como símbolo de su realeza.
Estos paños se llamaron XOXONAS y fueron utilizados tradicional y únicamente por las señoras de categoría. Jamás faltaron en torno a su cuello los collares de misterioso coral y de piedras preciosas, siendo la que más apreciaba la esmeralda, por los indígenas conocida como UMIÑA y que bien sabía que constituía el máximo símbolo de mando y de realeza de los Reyes de Quito, piedra de la cual los quipucamayos habían afirmado que poseía propiedades mágicas, pues quien la consultara en determinada noche y a determinada hora y mediante el conjuro formulado con las palabras adecuadas, podría alcanzar el don de la profecía, tan anhelado y también temido en aquellos tiempos. La piedra la portaba en los numerosos anillos que adornaban sus dedos y cuando su origen y prosapia parecían arderle en las venas utilizaba el TUPO de plata, conocido como PICHINCHA, especie de prendedor que sujetaba su fachalina y en cuya enorme cabeza redonda y figurando en su centro se apreciaba inmensa esmeralda de una inigualable perfección y brillantez. Los aretes o “zarcillos” de coral profusamente anaranjado o profundamente rojos, descendían largamente hasta más abajo de su cintura a veces internándose y volviendo a salir para colgar casi hasta sus rodillas de la faja que moldeaba la cintura. Las joyas
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demostraban bien a las claras que indiscutiblemente se estaba frente a la señora de todo el Valle, no solo noble sino además rica, famosa y respetada más allá del confín de estas tierras. En los archivos reposa el testamento de la Cacica, en el cual se hace un aproximado recuento de las joyas que dejó para la iglesia, cantidad, calidad y variedad que en la época actual habrían causado asombro, envidia y un irrefrenable deseo de poseerlas, pues entre ellas había algunas artísticamente labradas que realmente eran irrepetibles, pues pertenecían a una escuela de orfebrería muy elaborada y artística y de la cual aún hoy no se han podido develar todos sus secretos.
Pimampiro, tierra natal de la Cacica Luisa Tota, fue y es eminentemente agrícola. Sus habitantes descienden de los ANGOS CARANQUIS y los LLACTAYOS norteños.
Esta era la CACICA LUISA TOTA, fruto de una sociedad agraria y verdadera sangre de los ANGOS CARANQUIS, los LLACTAYOS norteños, los propios de la tierra, los que hablaban una lengua particular, los que evidenciaron a la historia su cultura milenaria, los guerreros que hicieron frente junto con los PUENTOS, MUENANGOS, PILLAJOS, COLLAGUAZOS, QUILAGOS, QUITOS, PASPUEL – TUSA Y TULCANAZAS, al avance del Inca Huayna Cápac, estableciendo como capital de guerra del Reyno, a LOMA DE QUITO, situada en las estribaciones orientales del sistema de PAMBAMARCA y los que jamás se mezclaron con los MITMAS o extranjeros aquellos, los que hablaban la lengua general
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del Inca, es decir el cuzqueño que llegó trasplantando población sureña para asegurar sus dominios y nuevas posesiones.
Llactayos y los Mitmas eran enormes pero
Las colonias MITMAS fueron parte de la técnica terrible de esta conquista, traídas a propósito para balancear a favor de los Incas la demografía y para transferir conocimientos y tecnología, que a ellos les parecía sustancial para la dominación y pérdida de identidad de los vencidos.
de sangre y de ancestro, sin mezcla alguna
Había un tipo de MITMA que mantenía el control militar de carácter policiaco y de espionaje y amenazas sobre los conquistados y si estos eran levantiscos y no obedecían al pie de la letra sus mandatos, eran trasplantados de inmediato a otro punto geográfico del inmenso imperio. Esto ocurrió con los Cayambis y con muchos Caranquis, los propios antecesores de la Señora Tota, muchos de sus familiares directos, muy cercanos, fueron llevados a la fuerza a las tierras del Alto Perú para vivir y sufrir entre los Aymaras y los Collas. Todos conocían que por aquellos tiempos habían otros Mitmas preparados especialmente para sojuzgar, dominar y reprimir en Chimbo, Puruhá, Tacunga, Quito, Cayambi y Caranqui, es decir aquellos lugares gloriosos y perpetuos donde sus poblaciones ofrecieron enconada resistencia a los cuzqueños. Las diferencias étnicas entre los
Luisa Tota jamás ocultó su orgullo y emoción de descender de tan indomable línea con los invasores sureños. Mantenía también relaciones de amistad y de negocios con los descendientes de los más puros Llactayos de Quito, con los Suquillo, Pillajo y Collaguazo, quienes representaron con honor y dignidad a los suyos sobre todo en los primeros y crueles años de la conquista. Pimampiro, su tierra, poseía numerosos Pucarás o fortalezas, en las cuales se habían apertrechado los Llactayos para combatir al Inca y constituía uno de los SEÑORÍOS MAYORES, a los cuales el nuevo conquistador, el español trató de quitar su verdadero nombre dándole el nombre cristiano de San Pedro, arrebatándole también su auténtico apellido al Cacique Mayor, bautizándole como LUCAS GARCÍA, así como a los otros Señores entre los que destacan JACINTO CAIZA Y LUISA TOTA, SEÑORA PROPIA DE LA CULTURA DEL MAÍZ, hermoso brote de arcilla y sol de la Patria Americana.
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“La identidad es lloo qqu uee n nooss d daa llaa rreessiisstteen ncciiaa n neecceessaarriiaa p nooss neerrn ntteen paarraa m maan p nttee een meen ntteem maan neen n peerrm n ncciiaa”” ueessttrraa eesseen nu
2 EL HISPANO D DEESSLLU UM MB BR RA AD DO O P PO OR A SSEEÑ R LLA ÑO OR RA A N NA AT TU UR RA ALL El destino, como quiera que queramos llamarle o la vida misma, une a los seres diferentes, acorta distancias, vence imponderables con el sólo deseo ardiente y tenaz. Hace conocer lejanas tierras, inesperadas y deslumbrantes culturas y seres que jamás habríamos imaginado que pudiesen existir. La vida es generosa con aquellos que la respetan y la aman como la portentosa aventura humana para la cual no existen ni límites, ni distancias. Algo nos está esperando en
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cada nuevo amanecer, algo se nos anuncia más allá del velo del sueño mientras en la noche visitamos mundos distintos, seres prodigiosos. Desconocidos ríos están permanentemente corriendo bajo nuestros pies, tentadoras distancias nos llaman. La Historia nos ha legado las peripecias, aventuras, increíbles caminos y aventuras de Juan Sebastián Elcano, el trotamundos irrecuperable, el buscador de nuevas rutas, el aventurero para el cual todo era desafío y emociones encontradas. El famoso navegante, insumiso, frente al cual el mar agitado se aquietaba y las voces de ballenas, alcatraces y pelícanos le daban direcciones inusitadas, le sugerían mundos nuevos, le desafiaban y le punzaban para obligarle a salir de nuevo, incansable a estremecerse corazón adentro en grandes aventuras. Este navegante español que naciera en el lejano 1476, formó parte de la expedición de Magallanes, cuando éste intentaba llegar a la India a través del Océano Pacífico.
Pedro Ordóñez, a quien le llamaban “Elcano con sotana” comprendió que aquella supuestamente “raza dominada” poseía más sabiduría y conocimientos de los que se quisieron admitir y que sus verdades tocaba otras esferas.
La muerte no quiso que Magallanes tuviera esta gloria y se interpuso en su camino. Elcano debió tomar el mando, logrando dar la vuelta el mundo en la nave “Victoria”. Jamás se dejó vencer por la estabilidad, por los espacios descubiertos, su espíritu estaba permanentemente a la caza de lo nuevo, desconocido, de lo que podía ser una real aventura en la que comprometer alma y cuerpo.
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La muerte, para él, no fue sino una veleidosa compañera que lo elevó a un estado más intransigente y desconocido que todos los que hasta entonces había buscado, ella, la imprescindible, lo capturó para siempre jamás durante la expedición que lo llevaría a Molucas. Pero el navegante para el que no existían imposibles, el que no se amilanaba por difícil que fuese la situación, el que llevaría para la eternidad en su pensamiento la ansiedad de descubrimientos, resucitó en Jaén, España, sabiendo que su aventura no estaba terminada.
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Revivió en los ojos, en la ansiedad, en la búsqueda perpetua repetida, repetida y repetida. Renació en el nombre de PEDRO ORDÓÑEZ CEVALLOS, personaje que desde su primera juventud trató de conocer todo lo que tenía a su alcance y más allá de él, se convirió en un trotamundos empedernido que se devoraba distancias, recorría geografías y tomaba caminos y vericuetos, así como barcos y caballos para tratar de beberse todos los paisajes, degustar todas las cascadas, desafiar a todas las olas y apoderarse de rostros nuevos, de costumbres exóticas, de idiomas que apenas podían pronunciarse, de ciudades de cristal, lava y bronce, de caminos de piedra, arcilla y mármol. Marcos Jiménez de la Espada lo bautizó como “Elcano con sotana”, tal era la similitud que mantuvieron estos dos caminantes
invencibles, la única diferencia radicaba en que Ordóñez tomó la carrera eclesiástica. Pedro Ordóñez se llamó así mismo “EL CLÉRIGO AGRADECIDO”, pues había tomado los hábitos y precisamente esta vida eclesiástica fue la que le dotó de holgura, relaciones y circunstancias favorables para su eterna peregrinación. No, de ninguna manera fue simplemente un cura, la estabilidad, permanencia y seguridad no existían para él, sino como simples estaciones de aburrimiento en las que no podía realizarse plenamente. Por ello desempeñó también el rol de explorador y mientras engullía distancias, se embebía en los libros de viajes, relaciones geográficas, relatos de viajeros y navegantes, a todos los cuales habría querido conocer, imitar y superar. Sin embargo, la exploración no le hizo descuidar su principal profesión, por lo cual también dedicó el tiempo a las misiones, tratando de cristianizar y “civilizar” a tantos “desafortunados infieles” que encontró en sus andanzas. De ahí a doctrinero no había mucha distancia y a doctrinero se dedicó durante algún tiempo, tratando de algún modo de masificar la enseñanza de la religión, que no era cosa fácil y que con tantas resistencias, cortapisas y problemas se encontraba. Más interesante le pareció ejercer sus afanes de hombre de guerra y así participó en más de una batalla, si no con gloria,
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pues ese no era su ideal, si con honra, defendiendo los principios de la “Madre Iglesia”, algunas cabezas de infieles cayeron bajo su certera espada. Si el combate era inevitable, no lo rehuía y más bien motivaba a los otros para el enfrentamiento. No pudo dejar de lado, tampoco, el papel de fundador de ciudades, de pueblos, el afán expansionista del imperio español había calado muy hondo en su formación y consideraba que cada milímetro de tierra que se anexaba a España, significaba en parte, de algún modo, su propia gloria personal, que día a día veía incrementarse.
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Finalmente, cuando su espíritu y sus años se apaciguaron, se dedicó a la magnífica tarea de Historiador, en toda la extensión de las palabras, es decir, más allá de quien relata los hechos o los comenta, él buscaba el entorno global, los detonantes de las circunstancias, la profusa cantidad de acontecimientos que rodeaban a los personajes, las interrogantes que dejaban tras de si los hechos y las acciones de los seres humanos y aprendió a mirar descarnadamente y liberándose, en lo posible, de prejuicios, a una América India que había sido inmolada por España y sus ambiciones desbocadas. Como Canónigo de Jaén, dio la vuelta completa al mundo hasta entonces conocido, desempeñando en el interín, los más variados oficios civiles y eclesiásticos conocidos.
“Ordóñez acude para ser protagonista de la independencia anticipada en donde Quito enseña a América, cómo luchar por la libertad”.
Con una fe inconmovible y en lo posible cristiana, se dedicó con un ardoroso afán al rescate de los cautivos entre Túnez y Nápoles y como contrapeso a la bondad que parecía a veces aflorar a raudales de su alma esquiva, emprende el viaje a América desempeñando el oficio de comerciante, retornando a España luego de haber ejercido a carta cabal el lucrativo negocio de negrero, tocando muchos de los puntos de África en donde la trata de esclavos constituía una verdadera mina de oro para quienes incursionaban en ella.
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Esta personalidad llena de claroscuros y contradicciones, tan brillante como densa e incomprensible, partió al Oriente. Durante algún tiempo radicó en la Cochinchina, sitio en el que con desapego total a los valores económicos y al ejercicio del poder, rechazó un trono, trono por el cual muchos de sus propios compañeros habrían dado cuanto poseían y aún su alma entera. El trono no le atraía, era una manera terrible de permanecer anclado defendiendo intereses que en muy poco tiempo carecerían de sentido. América le convocó perentoriamente. La nostalgia le vence y retorna. Llega a Quito, durante la Cuaresma sangrienta de 1592. Los impuestos ya no pueden ser soportados por los nativos, sobre todo los pobres y los indios, los más desgraciados y marginados, quienes empezaban a experimentar una
existencia llena de calamidades y provocaciones bajo el yugo del nuevo conquistador. Sin pensarlo dos veces se integra de lleno en las manifestaciones de inconformidad del pueblo y pronto se ve luchando hombro a hombro con los moradores del Barrio de San Roque que en heroica actitud reclamaban un trato respetuoso y justo para todos. La situación había devenido en insoportable, el pueblo llano, la nobleza, los criollos y el propio Cabildo quiteño, férreamente unidos en el ideal, pero en ennoblecedora competencia de acciones para burlar a la tiranía y castigarla, se apoderan de la ciudad e intensifican los combates, hasta llevarlos a una abierta batalla contra el tirano Arana. Pedro Zorrilla, conociendo la fama de buena espada y de feroz combatiente del clérigo Pedro Ordóñez, feliz de encontrarlo en la ciudad, lo conmina a prestar sus servicios a la causa del pueblo. Ordóñez no se hace rogar, su sangre de guerrero le aguijonea ante esta magnífica oportunidad y acude para ser protagonista de este acto titánico de independencia anticipada, en donde Quito enseña a América como luchar por la libertad, como lo hizo en tantas ocasiones. Consideró siempre que uno de los momentos inigualables y culminantes de toda su vida se produjo cuando conoció a PEDRO BEDÓN PINEDA, paladín de la rebelión de Las Alcabalas, el criollo genial, espíritu hidalgo,
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quien justificó e intensificó la ira del pueblo soberano. Su voz fue preclara campana que amaneció en todos los corazones quiteños proclamando para siempre la libertad.
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Ordóñez y sus feligreses comprenden la importancia de esta acequia para la vida económica de su jurisdicción. Los brazos generosos de los nativos no se hacen esperar y se inicia una verdadera minga hasta restaurar por completo la antigua acequia, que desde entonces hasta hoy conduce el agua de riego para toda la zona. Ordóñez, en esta pequeña pero monumental obra se siente el dueño del mundo y comienza a comprender la magnificencia real del servicio a los demás.
Una vez superada esta batalla de dignidad, coraje, valor y una vez que la sangre rebelde se fundió con las calles de Quito para permanecer para siempre en ellas y que muchos de los rebeldes fueron condenados a la horca, a Ordóñez, por ser clérigo, protegido por los hábitos y para evitar que incursionase en nuevas rebeliones, se le concedió el Curato de Pimampiro y Mira, por un lapso de ocho años, período que para él sería de sosiego, reposo, conocimiento de nuevas realidades y de contacto con fascinantes personajes a los cuales nunca podría ya borrar de su memoria.
No ahorró esfuerzo alguno y con verdadera sabiduría e intuición supo utilizar la paleo hidrografía para redescubrir la importante arteria que convertiría las tierras de Pimampiro en áreas de gran producción gracias a la bendición del agua.
Investigador nato, no conoce sosiego hasta no recorrer centímetro a centímetro su curato y se abre para él una etapa de creación, de contacto con la naturaleza y la geografía las que hasta entonces solamente habían desfilado velozmente frente a sus ojos, sin dejarle percibir sus auténticos tesoros. PIMAMPIRO era por entonces la más importante doctrina de los indios del norte y en sus recorridos por ella, el clérigo descubre la antiquísima acequia, casi sepultada y destruida por los años, fuente vital que regaba los campos y experimentaba sequedad y aridez durante algunos meses.
Para esta tarea se contactó con todos los moradores del lugar, de quienes recibió apoyo incondicional y además, compromiso, entusiasmo y decidida participación. Por supuesto tuvo que hablar y trabar amistad con las autoridades y de modo especial con la SEÑORA de toda aquella comarca y territorio, DOÑA LUISA TOTA. Para quien había conocido tanto mundo y tan diferentes personajes, la CACICA constituyó una verdadera revelación, pues según nos relata Grijalva, era tanta su jerarquía y autoridad “pues los jefes de los pueblos primitivos tenían un carácter religioso, descendían de
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los héroes míticos, fundadores de la nación. Ella estaba prohibida de pisar el suelo desnudo y así cuando se acostaba en su hamaca, se acostaban en el suelo, a los dos lados de ella, dos de las más hermosas doncellas de la casa, la boca y el pecho hacia abajo para bajar o subir de la hamaca, poniendo el pie sobre ellas, estando lo demás del suelo por donde andaba cubierto de espartilla o paja menuda”.
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La dominante sonrisa de Quilago, la princesa Puma, el altivo porte de Paccha Duchicela la madre de Atahualpa, el dominio total de Hualpa Mullo, la hondera Puruhá, la inalcanzable belleza de la luna tierna, la lluvia y la ventisca andina estaban en ella; los cantos rituales, las divinidades míticas de la poza de Catequil, los rayos del astro de los reyes, estaban en ella; el reflejo transparente de la obsidiana, la persuasiva perfección de la esmeralda, las flechas de sílex como humo cristalizado, estaban en ella. Las voces, los cánticos, la reverencia y los nombres de los dioses antiguos estaban en ella y revivían en su paso y condescendían a presentarse ante los simples mortales. Era tanto el respeto reverencial que sentían por la autoridad civil y religiosa de esta Reina indígena, que aún en la época de dominación hispánica en la que ella vivió, Siglo XVII, todos los habitantes de sus posesiones veían con sumisión su autoridad. No había
Era tanto el respeto reverencial que sentían por la autoridad civil y religiosa de esta Reina indígena, que aún en la época de dominación hispánica en la que ella vivió, Siglo XVII, todos los habitantes de sus posesiones veían con sumisión su autoridad. Su prestigio legendario no pudo ser avasallado ni por la conquista cuzqueña ni por la posterior y sangrienta llegada de los hispanos.his panos.
perdido un ápice de su encantamiento, de su poder, su prestigio legendario no pudo ser avasallado ni por la conquista cuzqueña ni por la posterior y sangrienta llegada de los hispanos.
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Ante ella se maravilló el “clérigo Agradecido”, mientras desempeñaba el curato de Pimampiro y de la manera más respetuosa, casi con reverencia y una ferviente curiosidad por conocer a esta mujer enigmática y poderosa, trabó amistad con ella, aunque nunca pudo acercarse ni lejanamente a los entretelones de su alma y de sus verdaderas creencias. Un muro, por primera vez infranqueable para el aventurero se levantaba frente a él y todos sus esfuerzos recogieron como único y preciado premio, la invitación a su casa, una liviana y distraída conversación que hablaba a las claras de la instrucción de la noble, el apoyo para su obra y muy de vez en cuando la reciprocidad en ir hasta la iglesia en donde los ojos de ella parecían mirar mucho más allá de las estatuas de los santos, los adornos y flores y posarse directamente en verdaderas divinidades tan remotas como la conciencia del hombre, a las que invocaba en las tardes de invierno cuando las estrellas fugaces parecían danzar sobre la tierra. Una tarde, mientras recorrían las obras y trabajos de recuperación de la acequia, el “clérigo Agradecido” alcanzó a ver a la
señora, acompañada de su comitiva, siguiendo afanosamente y con gran interés el trabajo que desarrollaban en minga los habitantes de sus tierras. Hacía preguntas en quichua, la lengua general del Inca y escuchaba con atención y cortesía las respuestas que los pobladores le daban, parecía especialmente alegre y asequible aquella tarde. El presbítero, animado ante el espectáculo que contemplaba, creyó también llegado el momento de entablar conversación con la dama quien no le rehuyó y comenzaron a caminar juntos haciendo observaciones sobre los trabajos que tanto interesaban a los dos. De pronto Luisa se detuvo, en la planicie cercana, precisamente en aquella en que la cebada había formado su reino de verdor inagotable, un remolino comenzó a formarse, tomando cuerpo y potencia, azotando a las gráciles ramas y avanzando hacia los árboles, huracanándose en polvo, en ramas arrancadas y descuajadas, creciendo con un sonido seco que anunciaba tempestad. Los nubarrones negros comenzaron a avanzar sobre el cielo apacible de la tarde y de repente, sin que pudiese presentirse siquiera, un rayo rasgó la atmósfera, deslumbrando a todos con su luz y sonido extraordinarios. ¡PILLALLAU…! ¡PILLALLAU!
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El grito estentóreo de la gente que abandonó sus instrumentos de trabajo y empezó a descender la colina lo más rápido que podían. ¡PILLALLAU…! ¡PILLALLAU! La respuesta del eco de las colinas y de los profundos valles, estremecidos por la corriente de aire frío y por las gruesas gotas de lluvia que comenzaron a caer agresivamente. ¡PILLALLAU! ¡PILLALAU! La exclamación llena de temor reverencial pronunciada por las jóvenes del séquito de la Señora. Gruesos granizos comenzaron a precipitarse dañando las delicadas hojas de las plantas y golpeteando ofensivamente los techos. Los servidores de la cacica colocaron de inmediato el palanquín sobre su cabeza y acompañada del cura abandonó el lugar rápidamente para refugiarse en la seguridad de su casa. Los pueblos ancestrales tuvieron sumo respeto hacia la naturaleza. Pillallau era la divinidad del trueno y de la tempestad. Se creía que si Pillallau los visitaba, los ríos tendrían pesca abundante, el ganado se multiplicaría de forma asombrosa y los pájaros redoblarían sus trinos.
Se encendió de inmediato la fogata central de la cocina mientras Luisa pedía al sacerdote que se sentara y la acompañara mientras pasaba la lluvia que de manera tan inesperada había interrumpido su recorrido. … PILLALLAU … PILLALLAU, pronunció de modo místico Luisa y Ordóñez comprendió
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de manera inmediata que todas las creencias ancestrales, los miedos y los temores de los pueblos indígenas habían retornado en tumulto a la memoria de la Cacica. No se atrevió a preguntar nada, sabía que un universo insospechado se abría ante sus ojos y experimentó respeto y emoción. PILLALLAU… dijo la Señora, sus ojos se tornaron más negros y brillantes mientras las pupilas se contraían felinamente. …Es la divinidad del trueno y de la tempestad, es grande y poderosa, rompe la azul o gris tela de los cielos y nos deja ver las estrellas de otras galaxias, la música de las esferas se desparrama sobre nuestro universo y reina como un ave eléctrica gigantesca más gran44
de que todos los horizontes conocidos… Igual se precipita en nuestras altas montañas desafiando y jugando con la nieve, que en los ríos torrentosos que van creciendo con las lluvias desbordándose y llevándose vidas y bienes. Golpea con su tambor de chispas incandescentes también en la selva y los animales huyen, los árboles son arrebatados en el centro de su remolino y las hojas de palma lloran noches enteras mientras dura su paso y su castigo. PILLALLAU… con sus uñas afiladas desgarra el vientre de la tierra profunda y luego de su paso se torna fértil, nacen los nuevos retoños y la floración es extraordinaria… si nos ha visitado Pillalau los frutos son más
grandes y más dulces y su miel hace a la gente más productiva y feliz. Si ha venido hacia nosotros Pillallau los ríos tendrán pesca abundante y el ganado se multiplicará de forma asombrosa, los pájaros redoblarán sus trinos y las incontables estrellas de la noche serán más luminosas que nunca. Solamente hay que saber detenerlo, si PILLALLAU se ensaña sobre nuestros sembríos y casas, si no cortamos su juego a tiempo quedará únicamente desolación y dolor, vendrán entonces siete noches continuas de oscuridad y la tierra en el octavo día amanecerá raquítica, reseca, cubierta de polvo muerto y la vegetación tardará mucho tiempo en recuperarse… PILLALAU EL GRANDE, EL MAGNÍFICO… Pillallau, la divinidad a la que hay que detener a tiempo. La puerta hacia lo desconocido se había abierto unos milímetros pero el Presbítero, a través de este pequeño resquicio atisbó un cosmos completamente desconocido y colosal. El bronce, el oro, la obsidiana y la malaquita tomaron forma ante sus ojos en las más descomunales e inimaginables figuras de deidades inmemoriales, eran otros modelos, otras proporciones y dimensiones más allá de la humana imaginación. Las palabras pronunciadas tan diferentes a las que su oído registrara y una música de conchas estremecidas, metales y bombos pareció expandirse abriendo la mente a esferas
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insidiosas y terribles. He ahí el Dios cristiano enfrentado a los remotos dioses ancestrales y todo en su cabeza en zarabanda, mezclado, dividido y enredado, Pillallau y el agua bendita, las procesiones de semana santa y el desfile de ídolos de ojos vivos comunicados con el alma de los muertos.
“FINCENÚ, FUNCENÚ, llee ssu urrrraabbaa eell v nttoo,, eess ussu viieen eell v deerroo n daad mbbrree d veerrd noom dee PPiim piirroo,, eell mp maam PPiim u,, piirroo d mp maam dee PPiillllaallllaau eell PPiim piirroo d mp maam dee llooss d uiiss y nqqu diioosseess C Caarraan y Q uC uiittu Caarraass””.. Qu
PILLALLAU… hay que conocer las palabras precisas del conjuro, decía Luisa Tota, hay que dominar el exorcismo para que se detenga justo en el momento en que va a comenzar su tarea de destrucción y nadie deberá invocarlo, por ninguna circunstancia si no conoce las palabras mágicas del conjuro pues estará jugando con la vida y con la muerte de todo su pueblo… pocos conocemos las palabras del conjuro pero nos hemos cuidado de que aquellos de alma pura, aquellos verdaderamente identificados con la cultura las sepan y aprendan a pronunciarlas con la entonación correcta para que produzca todo el efecto necesario. Nuestro secreto está seguro y las palabras deben ir acompañadas con un puñado de ceniza del fuego del hogar, de la lumbre bendecida que no debe extinguirse jamás, en ninguna casa debe estar apagada porque constituye una verdadera amenaza su desaparición. Se ha ordenado, todos los nuestros saben que deben mantener la llama, no dejarla extinguirse bajo ninguna consideración y se señala una casa, un hogar, una familia por
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turnos, rotativamente, quienes deben cuidar la llama y mantenerla lista para todas las emergencias. El puñado de ceniza tomado con la mano derecha debe lanzarse hacia Pillallau mientras se pronuncia las palabras secretas y en tanto con todo el corazón se lo bendice para que se retire gloriosamente bautizándonos con todas sus riquezas y dones. Porque Pillallau es luz, luz que se transforma en líquida tormenta que debe penetrarnos piel adentro hasta que nuestra propia sangre se convierta en líquida luz.
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La Cacica se levantó de improviso y avanzó hacia el fogón, en plato de reluciente barro estaba ya tibia la ceniza especialmente preparada y tomándola con la mano derecha, salió al amplio corredor. Se transfiguró, un halo violeta la envolvía a contraluz y de su pecho parecían irradiar destellos que acompasaban su respiración. En voz alta, firme, con una cadencia seguida por flauta, pingullo y tambor pronunció las frases cabalísticas y ceremoniales, parecía haberse elevado sobre el suelo y extendiendo su brazo lanzó con delicadeza las cenizas hacia el norte, el viento las arrebató y se las llevó de manera inmediata, mientras una luz espectral comenzaba a filtrarse por entre las negras nubes, anunciando un naciente rayo del sol póstumo del atardecer.
Tranquila, volvió y tomó asiento junto al cura. La sonrisa que cruzaba su rostro contenía tanta bondad e ironía que el clérigo se sintió estremecido. Esta tarde había contemplado a la Señora de otra cultura, de otros conocimientos, de otras verdades tan lejanas a las suyas, que su propio orbe y sus creencias no parecieron estar tan firmes y tan seguros como antes. Se había abierto el camino a las interrogaciones, a las dubitaciones, a los descubrimientos. Desde aquel mismo instante Ordóñez comprendió que aquella raza dominada y vapuleada poseía más sabiduría y conocimientos de los que se quisieron admitir y que sus verdades tocaba otras esferas, su alma había sido forjada por otras divinidades, su reino poseía otros valores, valores que jamás podrían ser comprendidos y menos aún asimilados por los extranjeros que llegaban ante ella con gran deferencia y casi sin pronunciar palabra, tomó el camino de regreso a su curato. El sol alumbraba tenuemente y en los charcos de las calles sus rayos se reflejaban y deformaban, burlándose de la perplejidad espiritual del pastor de almas, hoy más extraviado que cualquiera de sus ovejas… FINCENÚ… FINCENÚ… le susurraba el viento humedecido de la tarde, es el verdadero nombre de PIMAMPIRO, el PIMAMPIRO DE PILLALALU, el PIMAMPIRO DE LOS DIOSES CARANQUIS Y QUITU CARAS… EL FINCENÚ DE OTROS PUEBLOS PERDIDOS EN EL TIEMPO Y COLOSALES… FINCENÚ…
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“Los ojos de la iin ncciiaa een ñeezz,, dóóñ ntteelliiggeen nO Orrd h dooss n ssiid doo rreebbaassaad haabbííaan y moorr yaa p poorr llooss oojjooss d deell aam y y aassíí v viióó aa eessttaass ttiieerrrraass y nííffiiccooss ueebbllooss m pu maaggn yp een deerroo daad n ssu u ttoottaall y yv veerrd eessp doorr””.. nd plleen
3 EL ESPÍRITU DE LA C TO CA AC OT CIIC TA A SSEE CA AT FFU CO UN ON ND N EELL DIIÓ ÓC SSO AN OLL A ND DIIN NO O Pedro Ordóñez Cevallos había comenzado a amar intensamente a América. Ya no era solamente su espíritu de historiador, sino el afán del hombre que intuía y saboreaba que existían realidades más grandes, esenciales, ocultas detrás de los hechos y decidió también interrogarse acerca del papel de la iglesia católica para imponer una religión que nada tenía que ver con las creencias y prácticas de estas tierras. Sin embargo, se decía, no habían podido arrasar con la cultura, fe y religión de estos pueblos tan sufridos y devastados, pero cuyo real esplendor era
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innegable para quien sabía ver más allá de las apariencias o de los despojos.
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La Cacica Tota era una prueba irrefutable. Asistía a las ceremonias religiosas, seguía de cerca los ritos, se confesaba cristiana, pero al interior el brillo de sus ojos, denunciaba un credo lejano, más allá de su vida misma y las palabras, los mensajes, las advocaciones de sus padres, de los padres de sus padres, de los MATUTATAS o antiguos progenitores, estaban presentes y ella se honraba en escucharlas y obedecerlas. En voz quedita pero firme y llena de requiebros transmitía estos conocimientos a los miembros de su familia y de su pueblo. No había hecho otra cosa que disfrazar sus creencias, vestir sus dioses con los ropajes y nombres cristianos, para que de esta manera no le fuera prohibido practicar la religión que llevaba en su corazón y mente. Verdaderamente, los ojos de la inteligencia en Ordóñez, habían sido rebasados ya por los ojos del amor y así vio a estas tierras y pueblos magníficos en su total y verdadero esplendor y experimentó vergüenza de lo que su España había hecho contra ellos. Su admiración por la Señora creció y trató desde entonces de tener mayor cercanía, para ver si un día u otro era merecedor de recibir algún nuevo conocimiento de quien representaba la rama viviente de tan antiguo árbol.
Mucho tiempo pasó desde entonces para que pudiese mantener una nueva vivificante conversación. Una mañana que pasaba a retirar las limosnas para la Virgen de la Consolación, encontró a Luisa en la faena de escoger maíz para la fabricación de humitas, sus mejillas estaban arreboladas y el pelo descuidadamente caía sobre su espalda y brazos, como protegiéndola y abrazándola contra todo mal. El cura le preguntó entre jocoso y sorprendido, porqué ella, dueña de todo y con tal número de servidores tenía que dedicar su tiempo a esta ínfima tarea. La sonrisa que lució el rostro de la mujer lo deslumbró por su intensidad y picardía. - Señora soy de estas tierras y mucho tengo y poseo, pero esto no quiere decir en ningún momento que no deba trabajar ni afanarme y que me mantenga impávida frente a las muchas ocupaciones que se presentan todos los días con la gracia de Dios. Hace muchos años, cuando yo era apenas una adolescente, jugábamos en las tierras de mis padres con los primos. Se nos había ordenado ir a traer el fuego de una de las casas vecinas, como un rito en el que debíamos poner toda nuestra preocupación y cumplirlo de manera inmediata. Bien, el juego nos distrajo de tal manera, que olvidamos este cometido por
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completo. Cuando habían pasado varias horas nos dimos cuenta del error que habíamos cometido. Mis padres ya habían mandado a buscarme con uno de los cuidadores de las tierras. Al llegar y vernos sin el fuego, avergonzados y asustados, haciendo sonar un instrumento de cobre que traía en la mano, con otro del mismo material, produciendo un ruido agudo y solemne que se esparció por el espacio como una onda imparable y vibrante, nos dijo:
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“Estoy espantando a GULUNGAY, el demonio de la ociosidad, para que nunca más vuelva a acercarse a ustedes. Si este demonio permanece lejos de sus almas, ustedes, jóvenes serán felices, porque el ocioso roba, el ocioso mata, el ocioso miente, el ocioso jamás tendrá un norte en la vida, deambulará por ella y su huella será borrada por los espíritus superiores que no le concederán descanso ni aún muerto. El juego es una cosa hermosa y saludable, la ociosidad y el descuido jamás deben dominarlos”. Es por esto que trabajo y debo trabajar y siempre lo he hecho. No quiero a Gulungay cerca de mí. Si mi vida es rica, si mantengo la fe en mi propia suerte, si logro llevarme bien con los otros Señores y vecinos, si he vencido la desidia de la
“Gulungay” era el demonio de la ociosidad. El padre y la madre de Luisa le exhortaban a alejarse de la ociosidad. Le decían: “Si este demonio permanece lejos de sus almas, ustedes, jóvenes serán felices, porque el ocioso roba, el ocioso mata, el ocioso miente, el ocioso jamás tendrá un norte en la vida”.
conquista, si mis bienes han crecido y se han multiplicado, si puedo hacer tantas obras que me enorgullecen, es porque jamás dejé que GULUNGAY se apoderará de mi vida y predico a todos, sobre manera a los que amo, el ejercicio constante y diario que debemos hacer para que Gulungay nunca nos deslumbre y se apodere de nuestras almas. La guía de mi vida ha sido la paciencia, la esperanza y sobre todo el trabajo.
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Los telares comenzaron a sonar febrilmente, el desgrane de las mazorcas de maíz se volvió más rápido, las ollas cantaban su húmeda música en la cocina, el trasquilado de las ovejas lanzaba notas de lana sonriente, el agua de la acequia regaba más rápidamente los campos y los labriegos plantaban la semilla con una sonrisa de satisfacción y de esperanza… no, realmente GULUNGAY no estaba en medio del pueblo indio, meditó Ordóñez. Por la tarde bajó al Valle del Chota y ante sus ojos deslumbrados verdearon los campos de coca, la hoja sagrada que cultivaba la Cacica en todo su valle para ser vendida a los MITMAS que vinieron en la época de los Incas y que hacían del consumo de este vegetal parte importante de su diaria subsistencia. Decían, conoció el cura, que su masticación continua quitaba el hambre, multiplicaba las energías y permitía
trabajar de sol a sol sin cansancio. Duros eran los tiempos y las exigencias de los amos blancos se hacían perentorias, más valiosa entonces la vivificante hoja de la planta sagrada. Sin embargo ninguno de los conquistadores había tratado de apoderarse de las tierras de la Cacica y menos de tocar sus frutos. Se mantenía una respetuosa relación, en la que ella llevaba la preeminencia en el trato. Sus graneros siempre estaban llenos y sus establos rebosaban del mejor ganado y caballos, éstos últimos adquiridos para los viajes de la Señora y de su familia, pues había otras posesiones que visitaba con frecuencia para saber el rumbo y estado de sus bienes. Muy joven se había casado con Don PEDRO COAMBI, Señor Principal del Pueblo de AMBUQUÍ, vecino a sus posesiones y juntos vieron acrecentar sus bienes de tal manera que se los consideraba como los personajes más ricos de la región. Coambi fue un trabajador infatigable que no dejaba pasar ningún detalle sin tomar la resolución más adecuada que sirviera para consolidar su riqueza. Era un matrimonio bien llevado, realizado bajo las prácticas matrimoniales ancestrales, pero también bendecido por el amor y la comprensión. Luisa no obtuvo de la vida el regalo de la descendencia y puso su cariño en su esposo
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y en las pequeñas que le eran encomendadas a su servicio a las cuales trataba más como a hijas que como a servidumbre, cosa que en aquellos tiempos se consideraba completamente inusual y de muy mal gusto. Sin embargo el prestigio, poder y dinero de la Cacica la ponían a buen resguardo de todo y las lenguas afiladas y chismosas poco se atrevían a hablar de ella, pues sabían que podrían ser castigadas sin dilación. Además, siendo un personaje tan venerado por su pueblo, era difícil tratar de introducir el veneno de la envidia o del odio entre ellos.
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Según el testamento que los esposos Piedad y Alfredo Costales, historiadores de nuestra raza india, encontraron en Otavalo, éste parece indicarnos que la vida se apagó para LUISA TOTA más allá de 1616. De algún modo este Testamento nos revela que la religión católica, tal vez por obra del cura Ordóñez, tuvo influencia sobre ella, pues deja en él, al no poseer sucesión legítima “sus cuatro caballerías de tierra con varias chacras, en los siguientes nombres geográficos: Natabuela, Talangüela, Pinchabuela, la mayor parte sembradas de coca a Nuestra Señora de la Consolación para que se le diesen misas con vigilia cada año”. Pero tal vez no fue otra cosa que el anhelo de que sus tierras, tan perfectamente cultivadas y mantenidas no se dividiesen y subdividiesen hasta desaparecer, lo que hizo que legara
Sus graneros siempre estaban llenos y sus establos rebosaban del mejor ganado.
todo a la iglesia católica, quizás pensando que así se mantendrían completas estas tierras y no vendrían extraños, sobre todo de los despreciados blancos a apoderarse de lo que había recibido como legítima herencia y de lo que había acrecentado con un trabajo noble e incansable. Ella quiso jugarle una pasada a la muerte, no quiso doblegarse y dejar que lo que en vida había construido con afanes e ilusión fuese luego desperdigado y diseminado al no estar ya presente. Para asegurar el cumplimiento de su voluntad, nombraba, además, como Capellán a Pedro Ordóñez. 60
Luisa Tota falleció, sus funerales que trataron de parecerse a los de sus lejanos antepasados no tuvieron ni el brillo, ni la contundencia ni la novedad, pues todo debió ceñirse al rito católico cuyo cumplimiento estricto exigía el propio “clérigo Agradecido”. No, por mucha que fuese la admiración que llegó a experimentar por la que acababa de morir, no iba ser él, de ninguna manera quien aupara costumbres idólatras y que podían comprometer, según su cural creencia el descanso eterno de un alma que mientras permaneció en la tierra había dado luz y encanto a muchas otras más. Pensaba, tal vez, que la supremacía de los ídolos cristianos, retiraría del difícil y complicado paso de la muerte, los obstáculos que sin duda alguna debería de sortear. Así que en lugar
del túmulo funerario, ardiendo en antorchas bravas, debió conformarse la Señora con el féretro pesado y de perfumadas maderas talladas en el que se encerraría para siempre su hermosura; en lugar de las plañideras llorando a gritos su dolor por la desaparición, sus oídos escucharían los lejanos ecos de los responsos y oraciones romanas, aburridos y repetitivos lacerando paso a paso su avance por el sendero de la total oscuridad; desechando las vestimentas blancas vaporosas o pesadas, sus deudos habrían de someterse al estricto luto, aunque esto fuese un atentado contra el bienestar de sus cuerpos y de sus corazones; en vez de una tola primorosamente construida en la que reposara acompañada de sus joyas, de su fabuloso menaje doméstico y de sus artículos más amados en vida, la fosa estrecha y maloliente de la que pronto emergerían los gusanos para tomarse todo lo que antes fuera la maravilla de su cuerpo. Hasta en la muerte prisionera de otra cultura, desterrada de los ritos y abluciones que la purificarían, alejada de las manos de sus sirvientas quienes sabían lavar el cadáver con hierbas mágicas para que enfrentara adecuadamente protegido el paso de la muerte, encadenada a dioses extraños, los cuales quizás ni quisieran recibirla en aquellos lugares desconocidos de dicha o de castigo y que ella ni siquiera había osado
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...hasta en la muerte prisionera, pese a su don, mando, alcurnia y prestancia y dejando además sus bienes precisamente para la iglesia que fue la que mayormente la sojuzgó y trató de desterrarla de su cultura propia y su saber.
imaginar… hasta en la muerte prisionera, pese a su don, mando, alcurnia y prestancia y dejando además sus bienes precisamente para la iglesia que fue la que mayormente la sojuzgó y trató de desterrarla de su cultura propia y su saber. Durante las noches cercanas a la muerte de la amiga, el cura sintió remordimientos y pesares, ¿no habría sido mejor que los indígenas practicaran con su Cacica los ritos a los que estuvieron acostumbrados en el tratamiento a sus Señores Principales? ¿No habría logrado esto que la mujer pasase a otros reinos acompañada por la paz y la presencia de sus manes tutelares. ¿No habría cometido la tontería de perder su alma para siempre? ¿Le parecía escuchar que el viento titiritante le traía respuestas que apenas lograba entender y luego la noche, la soledad, las recriminaciones e incriminaciones. Pero ahora sabía a cabalidad, todo lo que la mujer había guardado en su corazón con una extraordinaria cautela, pues el peligro extremado que la cercaba por parte de los conquistadores, le había conducido también a una extremada discreción, que quien no la conoció bien calificó como desdén. ¡Qué equivocados estuvieron siempre! ¡Qué lejanos a la verdad de esta alma privilegiada y cristalina!
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Una tarde mientras regresaba de su recorrido de pastor de almas, al cruzar al borde de un dorado maizal que se flexionaba bellamente ante los avances del viento, creyó ver algo distinto caminando en la chacra, apenas el atisbo de un moreno brazo de mujer que por un instante tocó el tallo de una planta y el levísimo susurro de una voz que parecía llamarlo en medio del contraluz del atardecer que le impedía ver con propiedad lo que estaba ocurriendo. Sintió que la sangre se le agolpaba en las sienes y una gran liberación corrió por todo su ser llenándolo de alegría infinita… comprendió, comprendió todo. Esa leve, apenas adivinada silueta de la Cacica estaba allí para anunciarle que jamás y pese a todas las apariencias ella se sometió a la religión extraña, que la usó sí y con respeto para mimetizar sus propias creencias y ritos y que sus dioses y divinidades no la abandonaron un solo momento ni en la vida ni después de ella, que en las negras y relucientes alas del cóndor su alma se elevó sobre los Andes y cruzó mares y montañas hasta llegar a la patria infinita y sin fin, no creada y eterna, donde todos los suyos la estaban esperando. Comprendió cuán feliz era entonces Luisa Tota, las temblorosas cabelleras de las flores señoritas del maíz lo confirmaron sacudiéndose dichosas bajo la caricia del sol postrero; las relucientes hojas de la coca
“…en las negras y relucientes alas del cóndor su alma se elevó sobre los Andes y cruzó mares y montañas hasta llegar a la patria infinita y sin fin, no creada y eterna, donde todos los suyos la estaban esperando”.
brillando en verdor y savia energética le respondían en la canción del viento, el agua de la acequia pasaba mansamente contando las vicisitudes, las alegrías y las profundas tristezas de la existencia de la que ya se desprendió la Cacica. Era ella, Señora de nuevo en sus tierras, con sus gentes, sus plantas y paisajes. Su espíritu se fundió con el del sol andino y retornaba en cada uno de sus rayos para recrearse sobre la tierra con toda la potencia y la magnanimidad de la luz. Por fin aprendió, con lágrimas en los ojos que el tiempo es uno y eterno, que el pasado y el presente no son sino aspectos diferentes de la existencia única y perfecta. 66
Ocho años luego de la muerte de la Señora, permaneció el clérigo Pedro en las tierras de Pimampiro. La vejez, el peso de los años había comenzado también a atormentarle y tratando de sojuzgar su temperamento bravío que no conocía de requiebros de cuerpo y de inicio de enfermedades, administró todos los bienes religiosamente y cumplió a cabalidad la última voluntad de la testadora. Luego de eso, su independencia bravía empezó a aguijonearlo de tal manera que enseguida que recibió el llamado para que fuese a Baeza, Avila y Archidona, allá por las tierras de infieles cercanas al río llamado de las Amazonas, dejando todo en otras manos, luego de encarecer cabal cumplimiento
a lo ordenado por la muerta, tomó de nuevo su camino y el verdadero ser del trotamundos renació en él con toda su fiereza. Fue a parar entonces al conocido como GOBIERNO DE QUIJOS, tierras duras, salvajes, casi imposibles de dominar y menos aún de cristianizar. La resistencia de sus nativos era feroz y se multiplicaba y centuplicaba, incendiando ciudades recién construidas y cercenando vidas de los que trataban de dominarlos. Así se expresó en una de sus cartas sobre estos lares: “tierra enferma, sin pan ni carne, sino es de monte; son los ríos grandísimos y peligrosos, llueve todo el año y a veces no escampa en todo un mes”. Una especie de desesperación le obligaba a seguir adelante, una no disimulada insatisfacción ante todo lo que ocurría en su vida, un anhelo de seguir recorriendo distancias, un destino de cometa que no podía permanecer quieta en ningún lugar y la aventura, por supuesto, frente a semejante invocación iba marcando el ritmo de sus pasos. Con incendios indómitos, lanza, arco, cuchillo y espada, vio desarrollarse a su alrededor la que luego la historia conocería como la Rebelión de los PENDES, encabezada por el CACIQUE JUMANDI Y SUS BRAVOS SEGUIDORES, quienes pusieron en serios aprietos a las tropas españolas. A ellos se enfrentó, contra ellos combatió y logró dominarlos y
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hacerles firmar capitulaciones, apresando luego a todos quienes habían participado en este “Guazabara” o lucha sin cuartel frente a los blancos. A este episodio se dio en llamar “LA CONFABULACIÓN DE LOS BRUJOS”, por el carácter mágico de su líder Jumandi y de los otros brujos a los que lideró en esta rebelión, una de las más heroicas que conoció la amazonía quiteña.
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Con el paso y el peso de tantas y tantas aventuras, de tantas leguas recorridas y otras adivinadas y presentidas, con tantos nombres de gente que conoció o tal vez sólo anheló conocer, con los paisajes que a veces parecían surgidos de las quimeras de su imaginación, con las innumerables lenguas que aprendió, algunas a dominar, otras por lo menos a reconocer, con los quebrantos y las alegrías que se presentaban a cada paso, con los retos, las vicisitudes, pérdidas y ganancias, con todo eso, se le habían pasado los días sin que retomara la pluma para dejar una constancia escrita de todo lo que le había tocado vivir y ver; ser y reconocer. Escribió entonces, con más emoción de lo que él mismo había imaginado, su obra “VIAJE DEL MUNDO”, hecho y compuesto por el Lcdo. Pedro Ordóñez de Cevallos, natural de la insigne ciudad de Jaén”. Pocos como él fueron testigos presenciales de los más grandes y variados
acontecimientos históricos, del mundo entero y de manera especial para sus propias vivencias del Reyno de Quito y sus territorios. El vivió intensamente, fue partícipe y protagonista de la Revolución de las Alcabalas, sus ojos, oídos y todos sus sentidos aprehendieron a Quito, a sus gentes, a su heroísmo digno de titanes, a su espíritu altivo y soberano. En el crepúsculo de su vida, las imágenes de la ciudad de los reyes milenarios le visitaba y el suave perfume de sus alamedas, el sonido cristalino de las quebradas que se descolgaban audaces desde el Pichincha le estremecían en un abrazo fervoroso que le revelaba la vida y todos sus secretos. Pedro Ordóñez se dijo: “La grandeza del hombre no está en sus logros sino en sus transformaciones”. El había sido profundamente transformado, el aventurero se convirtió en el insigne intérprete de otras culturas que le enriquecieron y le cambiaron, el trotamundos se comprometió con la poderosa ancla que fijó sus puntos cardinales en los territorios de Quito, aunque hubiese decidido ir a morir a Sevilla, entre el profuso aroma de sus veranos atroces; el navegante encontró la brújula en la presencia inapelable de la Cacica Tota, quien le reveló la grandeza y la discreción de su alma que atesoró toda la magia de los grandes Señores
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Naturales de esa tierra. Con ella aprendió a recorrer la aventura humana en toda su intensidad en lugar de criticarla, analizarla o someterla a los mezquinos esquemas mentales de la época. La aventura verdadera le acompañó hasta el momento del paso final, pues su experiencia fue más grande que sus propios proyectos y mucho más brillante que sus propios ensueños.
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La delicada mano de Luisa Tota, engalanada con la esmeralda, símbolo de un pueblo grandioso, más allá del tiempo y de los milenios tocó suavemente su frente para la despedida y el nuevo encuentro de dos almas grandes y privilegiadas, de dos distintos soñadores que se citaron y se encontraron más allá de las palabras y de la muerte.
Puerto Quito, 14 de noviembre del 2008.
Pimampiro, tierra del maíz y de la energía cósmica, era la más importante doctrina de los indios del norte.
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