Quitumbe

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Colecciรณn Generala

Manuela Sรกenz

Quitumbe

El Gran Padre Ancestral

BIOGRAFร AS

HOMBRES Y MUJERES FORJADORES DE LA PATRIA

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La construcción de nuestra Patria ha sido engrandecida por corazones indomables que supieron asumir en sus vidas el fervor de la libertad y el ansia de construir un país soberano. La historia de nuestra Patria es un largo camino construido con intensas batallas de resistencia ante fuerzas opresoras y de dominación. A lo largo del tiempo se han destacado hombres y mujeres que lucharon encarnando valores de rebeldía y coraje. Estos personajes están vivos en el recuerdo que marca las huellas del tiempo. Su acción y su palabra se mantienen e iluminan nuestras vidas. Transcurre el tiempo, pero los compromisos son los mismos, la búsqueda de mejores días anima a los ciudadanos y ciudadanas de hoy, la resistencia está allí. Ese mismo espíritu anima a los héroes y heroínas anónimos que construyen la Patria nueva con la participación irrenunciable en la Revolución Ciudadana. Es importante volver la mirada a nuestras raíces históricas para comprender nuestro presente. La Secretaría de Pueblos, Movimientos Sociales y Participación Ciudadana de la Presidencia de la República entrega a la ciudadanía este aporte de biografías de personajes históricos para poder adentrarnos en las venas de nuestra Patria.


BIOGRAFÍAS

HOMBRES Y MUJERES FORJADORES DE LA PATRIA

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Quitumbe

El Gran padre Ancestral (Versión libre sobre la obra del Jesuita Agnelio Oliva quien tomó todas las informaciones sobre el gran Quitumbe, dadas por el Quipucamayo y Cacique Catari del alto Perú al Canónigo Cervantes).

autora:

MARCELA COSTALES P. EN HOMENAJE A LA CIENTÍFICA, HISTORIADORA Y TENAZ DEFENSORA DEL Reino DE QUITO, PIEDAD PEÑAHERRERA DE COSTALES (+)


Los caras, regios guerreros, llegaron desde la Costa


1 LAS NOTICIAS MÁS ANTIGUAS DEL REINO DE NUESTROS ANTEPASADOS Con toda la verdad del mundo, ceñidos a documentos de toda clase y a las pruebas más diversas, con el amor que ilumina la búsqueda de nuestras raíces más remotas, queremos adentrarnos en la vida y circunstancias de un hombre extraordinario, un hombre que para la gloria de las tierras de América, floreció en ellas, con todas sus virtudes, con toda su grandeza, su capacidad de acción y su poder de gobernante,

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conquistador y descubridor de nuevas geografías, EL GRAN PADRE ANCESTRAL DE TODAS NUESTRAS CULTURAS: QUITUMBE. El universo que dominó este incansable descubridor, viajero infatigable y constructor de civilizaciones, estaba, según nos lo dicen los más antiguos cronistas españoles que llegaron junto con los conquistadores a estas tierras, conformado por muchos reinos, unos pequeños, otros recién iniciados, otros grandes y poderosos, cuyos límites iban más allá de la humana imaginación.

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Se hablaba, nos dicen los mencionados cronistas, una gran variedad de lenguas, de tal manera que unos pueblos no se entendían con otros. Había lenguas dulces y flexibles como las de los Quitus, otras duras y retumbantes como la de los Puruguayes, en el centro del callejón interandino; algunas otras entrecortadas y guturales como las de los Aymaras que habitaban en inaccesibles cumbres y también sonoras y tiernas como las de las tribus que se hallaban en la selva cerca de un grande y enorme río, profundo e insondable como el mar, al cual luego le llamaron AMAZONAS. Nos place informarles la existencia de dichas lenguas como las Quillasinga, Pasto, Caranqui, Puruhuay, Quitu, Cañari, Palta y Malacato, para no cansarles con una larga e interminable lista, ajena a lo que realmente quieren saber. Lenguas todas antiguas que están casi com-


El universo que dominó este incansable descubridor, viajero infatigable y constructor de civilizaciones, estaba conformado por muchos reinos cuyos límites iban más allá de la humana imaginación.


pletamente desaparecidas, por lo menos en su uso común y corriente.

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En el sector costero también estuvieron asentadas otras culturas y pueblos, sin olvidar ni por un momento que desde la Costa llegaron los Caras, a los cuales pertenecía Quitumbe, regios guerreros que se fusionaron con los Quitu dando origen a un nuevo complejo social. Los idiomas que en la Costa se hablaban, entre muchos otros eran: el Cara, el Tsafiqui y el Cayapa o Chachi, todos estos idiomas poseían una fonética distinta, distintiva y casi sagrada, siendo el más eficaz vehículo de comunicación entre los humanos y el mundo que los rodeaba. Las leyendas de esos pueblos abundan al decirnos que aves de monte, animales y aún peces reconocían estos idiomas, pronunciados más con los sentidos y el corazón que con el movimiento de los labios. Idiomas sagrados que hoy unos pocos, muy pocos pronuncian en chozas de madera cubiertas por paja toquilla, invocando a los grandes espíritus y manes tutelares omnipresentes. En las insondables selvas de la Amazonía, pues hasta el Amazonas y más allá de él llegaban nuestras posesiones, se hablaba el Quijo, hoy desaparecido por completo, el Auca Shilipanu tan suave y audaz al mismo tiempo, un idioma de guerra, atrozmente bello y con estos también el Shimigay, el Shuar y otros que poco a poco se van su-


miendo en el olvido y en la noche de los tiempos. ¡Cuánto del alma ancestral se fue en cada uno de ellos, cuánto de la sabiduría antigua, de los dioses tutelares desaparecen cuando se extinguen! ¡Cuánto de nuestra propia identidad perdemos cuando mueren las palabras que fueron pronunciadas con perfección y amor por boca propia de nuestros más remotos abuelos! Cuando llegó como la noche, lentamente, sin sorpresa la conquista de los sureños Incas, aunque no sin grandes y denodados esfuerzos, pues se vieron obligados a guerrear por más de cuarenta años, desde las primeras escaramuzas de Túpac Yupanqui, hasta los ejércitos conducidos por Huayna Cápac, enfrentados a una feroz resistencia de los pueblos confederados que se habían unido bajo la común denominación de Reino de Quito, empezó el sojuzgamiento y desaparición lenta pero progresiva de las grandes culturas matrices. Larga y terrible fue la guerra, los enfrentamientos sangrientos y colosales. Las tropas del Inca sufrieron cuantiosas bajas en sus batallas con los guerreros de la nación Puruhá, terribles soldados que combatían protegidos por inmensos sombreros de cuero crudo, que al mismo tiempo constituía escudo y arma defensiva y que manejaban la boleadora con chicote de cuero flexible pero duro como el acero y aquellos

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No, no podía olvidar en ningún instante el Inca Huayna Cápac a Hualpa Mullo la hondera puruhá de Chambo, la primera y extraordinaria combatiente, soberbia, con la negra falda arremangada, mostrando las veloces piernas flexionadas para el salto y el ataque en el que tuvo que enfrentarla.


que portaban la MACARA, estrella de piedra de cinco puntas afiladas y sigilosas con las que cercenaban gargantas y abrían los pechos de un solo golpe certero. Qué decir de la sangre derramada en las interminables batallas con los Caranquis, sangre que salpicaba montañas y corría por ríos y quebradas. No, no podía olvidar en ningún instante el Inca Huayna CÁpac a Hualpa Mullo la hondera puruhá de Chambo, la primera y extraordinaria combatiente, soberbia, con la negra falda arremangada, mostrando las veloces piernas flexionadas para el salto y el ataque en el que tuvo que enfrentarla. Si, las mujeres también se transformaron en portentosas defensoras de este Reino que el Inca tanto anhelaba gobernar y que, para poder hacerlo, debió recurrir al amor de PACCHA DUCHICELA, SEÑORA DE LOS QUITUS, con quien se obligó a celebrar contrato matrimonial para que se le permitiese reinar junto a ella. Ella, la Reina privilegiada que sería la madre de ATAHUALPA el último Inca de la dinastía e Inca Quiteño, pues sobre su frente un día brillaron la esmeralda, símbolo de los Reyes de Quito y el llauto peruano, corona del emperador del Tahuantinsuyu, hecha con lana de vicuña y oro, que ceñía su frente. Dichas naciones antiguas y que confederadas formaban el Poderoso Reino de Quito, poseían sus dioses, sus ídolos que estaban

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representados en estatuas y tallados en piedra de las más extrañas maneras, contaban con tesoros inimaginables. Fueron estos mismos Reinos los que luego vieron avanzar sobre si, como una nube de tormenta abierta y de humillación la Conquista de los vasallos de la Corona de Castilla y de León, con sus descubridores, capitanes y guerreros, sus frailes y sacerdotes, sus escuderos y sus criados. Todos ellos vinieron llenos de sed de oro, tesoros, riquezas, del afán de tomar posesión de tierras y de dominar a gentes innumerables para su servicio en calidad de esclavos, de miserables criaturas que los atendieran hasta en lo mínimo de sus caprichos. Todo quisieron llevárselo, pretendieron apoderarse hasta del alma misma de América para absorberla y renacer nuevos, dueños de todo un mundo, aunque ellos mismos miserables, pobres entre los pobres a los que anteriormente todo les había sido negado en su propia patria, en la que luchaban, fungían de porquerizos, viviendo con ínfima pitanza, siendo marginados de la sociedad. No queremos ni debemos detenernos en este último relato tan grande, tan difícil y que debería ser extenso, tan fuera de toda medida como la misma gloria y la humillación del Nuevo Mundo ante la llegada de los Conquistadores. Para seguir adelante imploramos la protección de nuestros ma-


nes tutelares, la fuerza y la iluminación de nuestros más antiguos sabios e iluminados y la luz bendita que dimana del alma de nuestros grandes padres ancestrales. Es grave la tarea que tratamos de ejecutar y de excesiva responsabilidad, porque desde hace muchos siglos se nos había obligado a creer que no poseíamos antecedentes remotos, héroes infinitos ni una procedencia que estuviera más allá de lo que conocemos como medidas del tiempo. ¡Qué tristeza! ¡Qué contradicción! frente a nuestra real procedencia se nos desvirtuó el pensamiento imponiéndonos la idea de que nacimos con el llamado “Reino del Perú”, siendo que este nombre nunca nos fue propio sino impuesto con la fuerza de los primeros conquistadores que nos sojuzgaron, conquistadores procedentes de las tierras, de nuestra vecindad. Sin embargo, la conquista de los Incas no logró pese a su dureza, hacernos olvidar que en realidad tuvimos nuestro nombre propio de Reino de Quitu, este nombre sagrado que representa el NUDO DE SANGRE de nuestra gran comunidad histórica, formada por naciones, pueblos y parcialidades confederadas, unidas todas, como a través de inauditas venas de zapallo, cruzando toda nuestra geografía. Los restos de lo que fue este Gran Reino, como cenizas calcinadas y arrojadas a los cuatro puntos cardinales por el viento de

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la desolación, es lo que encontraron los nuevos conquistadores e invasores, los españoles en su llegada llena de malevolencia, opresión y oprobio. Pero nada logró desarraigarnos, nada logró borrarnos de nuestra geografía y nuestros nombres, lengua, pronunciación, prosapia, todavía se encuentran regados por todo el territorio de lo que hoy nuestros nuevos descendientes llaman “Ecuador”.

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Con los conquistadores españoles vinieron los cronistas, éstos, como no podía ser de otra manera, respondían a su época, a su propia visión de las cosas, a los intereses de España, a la educación que habían recibido o habían dejado de recibir (según pudimos apreciar, los españoles no tenían afán por la educación, ni se caracterizaban, la mayoría de los que llegaron a estas tierras, por ser hombres de cultura y formación). Respondían, por sobre todo, a sus propias ambiciones y a su mezquino y estrecho anhelo de hacernos ver por el mundo como diseminadas tribus de salvajes a los que había que evangelizar a toda costa, en el nombre de su Dios, en el nombre de sus ruines almas apegadas como pululantes garrapatas al dinero y en el nombre de la perversión de someter a los otros a la esclavitud y el vasallaje. Algunos de estos Cronistas fueron diferentes, solo unos pocos evitaron ocultar o de-


Pirámides de Cochasquí, Centro Ceremonial Astronómico


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formar las verdades, este el caso del Padre Joseph de Acosta, quien nos advirtió que durante el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, fue costumbre poner e imponer nuevos nombres a las tierras y a las Comunidades, por lo cual y para facilitar su manejo aún en las noticias que enviaban a sus Reyes y autoridades, nos gravaron a todos con el genérico nombre de “Reino del Perú”, pues les pareció que gracias a esta simplificación y unificación se perdía al fin la personalidad individual, las particularidades de estas naciones y haciéndolas olvidar su procedencia, se volvía un asunto más sencillo el sojuzgarlas y someterlas enteramente a su voluntad. La mayoría de nuestros habitantes, espantados por la fiereza de la conquista, esquilmados en sus bienes, perseguidos hasta tener que buscar el refugio de las selvas más profundas, despojados de todas sus pertenencias, ni siquiera se llegaron a enterar que se les había endilgado el nombre ajeno de “indios del Reino del Perú”. (Decían que Pirú se llamaba un Río que encontraron al inicio los españoles cuando llegaron por estas tierras). Tan ricas, tan codiciadas, tan llenas de bondades fueron estas comarcas, que se acuñó la frase solamente aplicable cuando un hombre era inmensamente rico, se decía “tiene un Perú”, para resaltar la posesión de bienes materiales y para “tener un Perú”,


había que apoderarse de pueblos enteros, para destruirlos y arrasarlos extrayendo hasta el último caudal de sus riquezas. Nosotros, los que vivíamos y experimentábamos el mundo de aquel entonces, sabemos, conocemos y afirmamos que los naturales de estas tierras, los del territorio Norte, sobre todo, aquellos que formaban parte del antiquísimo Reino de los Quitus, se revelaron y no quisieron que se les impusiera el nombre extraño y de mal recuerdo, por la primera invasión, del Reino del Perú, pero pese a la resistencia, disgustos e incomodidad así quedaron las cosas y en todas las noticias, relatos y crónicas nos llamaron componentes del Reino del Perú a todos aquellos pueblos que habitábamos desde Panamá hacia el Sur, hasta lo que en tiempos modernos se conoce como Chile. Sería, sin temor a equivocarnos el año del Señor de los Españoles de 1515 o 1516, cuando la conquista cuzqueña se terminó de imponer en nuestro mundo de Quito, tratando de corromper y destruir nuestras creencias, nuestra lengua, nuestra cultura y costumbres ancestrales. Los años los repetimos a cada momento para que no se nos olviden, en la memoria colectiva de pueblos y civilizaciones quedan grabadas las grandes tragedias, pues éstas producen profundos cambios y trastornos, muchos de ellos totalmente negativos y que atentan contra la

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personalidad auténtica del pueblo, tal como ocurrió con el nuestro. Quedamos para siempre signados con nombre extraño, no solamente nosotros sino todos los pueblos comprendidos desde el Río ANCASMAYU o “río perpetuamente azul” porque sus aguas semejaban correr sobre antiquísimo lecho de obsidiana y malaquita y que va entre los confines de Pasto y Quito, hasta el estremecedor Río Mauli pasando los territorios de Chile. Entre estos dos ríos que describimos y que parecen anclar los puntos cardinales de nuestra memoria sobre la geografía y ubicación de nuestros pueblos, BULUS (los propios) Y AYLLUS (los que trajeron los Incas ), decían los antiguos agrimensores (topógrafos) que hay más de mil trescientas leguas de largo. Límites físicos ¡tan grandes e inaccesibles, casi inimaginables! Por el levante llegaban hasta la gigantesca cordillera, solo besada por nieve y viento huracanado, cordillera que corre imponente desde Santa Martha en Cartagena de Indias hasta el insondable Estrecho de Magallanes en cuyas aguas todavía mientras estamos escribiendo, deambulan los grises y transparentes barcos perdidos llevando en su vientre a sus fantasmales tripulaciones y en las costas que tocaban, según lo dicen los más antiguos de nuestros sabios, vivía una raza de gran temple, inmune al sol, al viento y al frío mordientes, exhibiendo sus bellos y armónicos cuerpos desnudos, cuya piel se


había transformado por gracia de la acción de los elementos en la más resistente, mansa y deslumbrante vestimenta que pudiese existir sobre todo el orbe conocido. El atardecer colindaba con el MAR DEL SUR que avanzaba por toda la costa con sus aguas quietas, sobrecogedoras y magnéticas, y por esta razón, ante la magnificencia de este líquido espejo que tantos misterios resguardaba, los conquistadores lo llamaron PACÍFICO y así quedó bautizado hasta que se terminen los hombres y los tiempos. La parte más ancha de este Reino del cual tratamos con devoción, de una grandeza que parecía dirigirse cansada más allá de la línea del horizonte, atravesaba la que se conocía como Provincia de Muyupamba por Chachapoyas hasta la ciudad espléndida coronada en templos de plata pura que se estremecían bajo los rayos del sol y a la cual los avasalladores le pusieron el nombre de Trujillo. Como verán entonces, sus mercedes, quienes atentamente nos leen, el nombre de Perú, se impuso a la fuerza, mucho más allá de lo que en realidad constituían los espacios físicos que dominaron propiamente los Incas. Estas cosas que decimos, afirmamos y contamos, si dudas tuviesen de ellas, bien pueden ser comprobadas y confrontadas con la descripción de estos lares conocidos como

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La ambición de nuevas posesiones les creció como potros desbocados cuando vieron abrirse a sus pies nuestras tierras bajas, cercanas al mar, llanas, pobladas de anchurosos y fértiles valles, colmadas de gallardía.


“Las Indias “, descripción que hace otro de los nuestros, Antonio Herrera en su obra ya reconocida y titulada “DÉCADAS” y también los escritos hechos con la emoción propia de un testigo de la Conquista del llamado Juan Botero y que los denominó “RELACIONES TOSCANAS “. Extraño mundo para los que llegaban desde fuera, de improviso y arbitrarios. Negar no pudieron su deslumbramiento. La ambición de nuevas posesiones les creció como potros desbocados cuando vieron abrirse a sus pies nuestras tierras bajas, cercanas al mar, llanas, pobladas de anchurosos y fértiles valles, colmadas de gallardía. Por ellas corrían muy temprano en la mañana o ya viniéndose la media tarde unas neblinas raras y sutiles y se producía un invierno muy poco duro y penoso comparado con el invierno de Europa que cala los huesos y reseca el alma, según ellos mismos nos informaron. El invierno aquí se inicia desde abril y se extiende hasta finales de octubre y en él imperan las neblinas de las que les venimos haciendo mención, ellas descienden y cubren con su denso manto durante el día y la noche y son tan recargadas que incluso llegan a mutilar la luz del sol; los ojos fosfóricos de nuestros antepasados se presienten en su interior claramente. Ellos vienen a recorrer sus campos, a recoger sus pasos y a bendecir con nostalgia a los nue-

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vos retoños que les han sustituido sobre la faz de la tierra. Las lágrimas retenidas durante muchos años en estos ojos muertos son las que humedecen las neblinas y se precipitan en una ligera y casi inaudible llovizna que ayuda a que los frutos maduren dulcemente y en toda su perfección.

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En cambio en las alturas de los Andes, fenomenales montañas que poseen alma y en cuyo corazón late aún la respiración de los gigantes inmemoriales que en épocas remotas poblaron nuestras tierras y nos legaron las artes, la agricultura y la orfebrería, los hispanos sintieron toda la fiereza del mordisco obstinado del sol mucho más cercano a la tierra y a medida que ascendían por estas cumbres para nosotros conocidas y adoradas, experimentaban náuseas y mareos, tal cual ellos mismos lo confesaban, como si estuviesen navegando en mar abierta y tormentosa. Esto se debía al aire enrarecido de las alturas, a la fuerza magnética de los vientos que aquí moran terribles desde mucho antes de que la tierra fuese poblada. La fauna de nuestra serranía los deslumbró, como lo hiciera antes la del bajío cercano al mar. Al paso de las montañas desafiantes, descubrieron infinidad de vicuñas y de huanacos (camélido más pequeño de lana burda) y se maravillaron de su velocidad, de


la gallardía de su porte, el largo cuello que les dotaba de un aire de elegancia atroz, las pequeñas y puntonas orejas adornadas con borlas de un rojo vivo y móvil para evitar el mal de ojo. Estos animales al comienzo les encantaron, aunque luego, llevados por la ambición, mezclada con el temor y las pasiones desenfrenadas de todo orden, cuando ya consolidaron su posesión sobre todo y todos, mataban solo por placer a las vicuñas, para verlas desangrarse lentamente o para luego devorar su azorado corazón, sobre el cual habían tomado al pie de la letra la creencia de que su ingestión ya sea crudo o asado prolongaba largamente la vida, por triste o dura que esta fuese. Así mismo en sus relatos, cartas, crónicas y comentarios, todos lo más cortos y concisos posibles (la imaginación, la poesía, la contemplación de la belleza parecían no existir para ellos) hablaban fríamente aguijoneados por la belleza, vigor y cantidad increíble de animales y aves del monte, de las sagradas guacamayas, origen y sede de mitos y leyendas que nacieron y se conocieron antes de que creciera toda nuestra generación de esclavizados, guacamayas que según relataban nuestros libros sagrados más antiguos, habían descendido a la tierra luego del apocalíptico diluvio universal para unirse con los humanos que sobrevivieron a duras penas y perpetuar su presencia llena

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Máscara metálica de la cultura Milagro – Quevedo


de insomnio, sobresaltos y meditaciones, de dubitaciones, preguntas y perplejidades, tal cual es y será la vida de los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos. Nuestras plantas les producían escozor por su tamaño y belleza casi quimérica, desafiando a todo lo que ellos habían conocido en sus lares propios. Se detenían recelosos a contemplar el gigante árbol llamado QUISHIHUAR, (conocido actualmente como quishuar) profuso, grueso y retorcido, el árbol de Dios que crecía en las tierras interandinas y que por la noche lanzaba rayos fluorescentes denunciando que por sus venas corría savia de luz líquida, más antigua que el mundo. Les retaba el PUMAMAQUI con sus anchas hojas que parecían reproducir la pisada del puma macho cuando perseguía sigilosamente a su presa, el CHOLÁN místico y sonoro cuya amarilla y profusa floración lo convertía en árbol de oro desparramando su dorada lujuria a campo abierto. No sabemos, por qué siempre soslayaron relatarnos cómo se sintieron ante la guarnecida planta de largos espinos, un tipo de palma americana, cuyos frutos macerados y debidamente preparados convertían en la CHICHA DE CHONTADURO que encantaba lengua, paladar y corazón. Cuando conocieron la coca y el uso que le dábamos, de verdad, un nuevo mundo se abrió ante sus ojos deslumbrados y para

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ellos se extendieron mágicos puentes jamás antes imaginados, al tratar de imitarnos mientras masticábamos y ensalivábamos la bola de coca que nos redoblaba las fuerzas y energía para enfrentar el trabajo, sobre todo cuando debíamos hacerlo al ritmo y golpe de su incansable látigo, más terrible aún cuando nos obligaban a internarnos en las cavernas de las minas para extraer día y noche su precioso contenido. El maíz los conquistó también, cómo podrían negarlo, estos extraños barbados que no supieron adivinar todas sus bondades y virtudes al igual que las del haba, la oca, los mellocos, la papa, la que luego se la llevaron consigo a sus lugares, como a hija adoptiva para poder seguir disfrutando de su sabor insustituible... cuánta desilusión experimentaron, sin embargo, al no poder obtener fruto alguno de las plantas de su Castilla que quisieron adaptar a nuestra tierra y a nuestro clima, como si no solo los hombres sino el clima y el agro tuviesen que obedecer sus designios. Solamente con el contacto con nuestra naturaleza, pudieron descubrir nuestro continente, como otro mundo, pero luego de sus variadas experiencias y experimentos, se vieron obligados a proclamar a los cuatro vientos y en voz alta que nuestra América era superior a todo cuanto antes habían visto, por la dulzura de su clima, la riqueza


El maíz los conquistó también, cómo podrían negarlo, estos extraños barbados que no supieron adivinar todas sus bondades y virtudes


insondable de sus frutos y las inacabables ganancias que obtenían del corazón mismo de la madre tierra con toda su riqueza mineral.

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Así entonces quedan descritos y una vez más los ponemos en su conocimiento, los componentes de este soberbio Reino llamado del Perú: El Cuzco, Charcas, el Reino de Quito, Chile, el nuevo Reino de Granada, también conocido como Castilla de Oro; las Provincias de Tucumán y Paraguay con la Gobernación de Santa Cruz de la Sierra, todas ellas con gran variedad y cantidad de lenguas. Recordarles queremos lo que en cuanto a esto dijo el Inca Garcilaso de la Vega, historiador y testigo de su época, aunque bastante inclinado, por su origen a favorecer todo cuanto para el Reino del Perú fuese bueno: “Cada provincia, cada nación y en muchas partes cada pueblo tenía su lengua por sí diferente de sus vecinos, los que se entendían en un lenguaje se tenían por parientes y así eran amigos y confederados, los que no se entendían por la variedad de lenguas se tenían por enemigos y contrarios y se hacían cruel guerra hasta comerse unos a otros...” Los Incas impusieron dos acciones para propender a la unificación, la primera fue tratar de obligarnos a todos a usar únicamente su lengua, por cierto reconocemos que la lengua es compañera imprescindible


del imperio, cosa que no lograron pese a todos los esfuerzos y desvelos y luego, sobre nuestras construcciones matrices, sobre nuestro camino de los antiguos, lo completaron y trazaron el camino que luego más tarde los conquistadores españoles llamarían CAMINO REAL, pero simplemente fue avanzar algo más y completar los tramos de vía que los Quitus ya habían construido muchos años antes de la llegada de los sucesivos conquistadores. Muchos caen en la trampa, en la equivocación, dándole con respeto y hasta con veneración el nombre de CAPAC ÑAN, Camino de los Incas, cuando éste es mucho más antiguo que su llegada, estaba trazado ya en su casi totalidad y habían largos tramos, gloriosamente diseñados, para que los árboles que crecían de lado a lado, sabiamente sembrados, tocasen y uniesen sus copas, convirtiéndose en un túnel vegetal que protegía del sol y de la lluvia a los viajeros y caminantes y que guardaba hasta muchos metros de distancia el sonido y timbre de las palabras que dentro de él se pronunciaban. Era un túnel increíble, por el cual la naturaleza parecía filtrarse y conversar con el alma del hombre. MIÑU MANTA, llamaban los Quitus a este camino fantástico. Estas las antiguas tierras, estas las ancestrales lenguas, estas las míticas realidades y detrás de ellas el hombre, el fundador, el GRAN PADRE ANCESTRAL QUITUMBE.

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Sello de la Cultura Cara, fase BahĂ­a


2 EL ORIGEN O SEMILLA SOLAR DEL REINO DE QUITO Existió hace muchos, quizás demasiados años, un Quipucamayo, es decir historiador y relatista y al mismo tiempo Cacique, llamado CATARI, los datos que de él nos han transmitido, nos hace suponer que era un hombre viejo y sabio del valle de Cochabamba. Cuentan también que esto le venía de casta y linaje ya que era a su vez hijo de los Quipucamayos o cronistas e historiadores de los Reyes Incas. Este Catari había dejado mencionado en sus relatos que los

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hombres de estas tierras, tenían una divinidad mayor que el sol o la luna, una divinidad de las que éstos astros no eran otra cosa que virtudes o reflejos de su grandeza, una divinidad que los había creado como a todo lo demás que existía en el universo que los rodeaba.

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Esta divinidad, llamada por los Incas PACHACAMAC y por los Quitus PACHAYACHACHI, quería decir SEÑOR FUNDAMENTAL, padre y origen de todo lo existente, sustentador y creador del orbe, a quien edificaron los más suntuosos templos y a quien invocaban como el eje de su religión en sus grandes festividades y ceremonias. En su religión también vislumbraban la inmortalidad del alma y el destino superior del ser humano que no podía estar restringido a su efímero paso por esta tierra. El alma para ellos fue trascendental y la honraron y trataron de escudriñar sus principios y sus verdades en una complicada teología que ha sido carcomida por el tiempo y el olvido de quienes fueron sus conquistadores. El mentado Quipucamayo CATARI, cronista que fue de los Incas y tal como afirmamos también lo fueron sus padres, quienes a su vez recibieron la información del primer Quipucamayo, inventor de los quipus, el cual dicen que se llamaba ILLA, nos deja claras menciones del origen de Manco Cápac, Primer Rey de los Incas, quien fue


el que estableció el imperio, impuso como forma de gobierno la monarquía y fue tan querido y estimado de sus vasallos, que en reciprocidad a su buen gobierno le dieron los nombres y apelativos que evidenciaban todo su amor y respeto. Dicen que fue un rey de gran liberalidad, compasivo, bondadoso, pero inflexible en la aplicación de la justicia para todos sin distinción alguna. Le acompañaba una natural inclinación a hacer el bien y trataba de ayudar a los desvalidos. Sus esfuerzos siempre estuvieron encaminados a lograr la unidad de tribus y pueblos, dentro de un Reino ordenado y que garantizase la seguridad y el bienestar para todos. Dicen que después del gran diluvio universal que trajo la infinita noche y la inundación, diluvio que quedó grabado para siempre no solo en los individuos que lograron sobrevivir y luego en los otros que lo conocieron por los vívidos relatos sobre la magnitud y daño que causó, sino en la memoria colectiva de los pueblos, vinieron hombres por la mar, en grandes balsas de espejo liso, anchas e impresionantes, pintadas en rojo, azul y blanco, con sus respectivas banderas desplegadas al viento que las mecía en impresionantes movimientos, balsas de tal tamaño que sobre ellas traían asentadas casas enteras y no bien hubieron desembarcado, en primer lugar se adentraron en el paraje

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que conocemos con el nombre de CARACAS, el cual poblaron y en él hicieron alto y se mantuvieron por algún tiempo para luego seguir su viaje por mar para tocar otras tierras que eran de su interés, para fundar en ellas sus pueblos.

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Algunos de estos hombres se detuvieron en SUMPA, que es la circunscripción que los españoles bautizaron y conocen con el nombre de SANTA HELENA, ubicado más o menos a los dos grados. Aquí llegaron a formar una gran población, sus territorios algo desérticos no les espantaron en absoluto pues cavaron grandes pozos de los cuales todavía quedan huellas y lograron sacar adelante una agricultura incipiente pero de gran utilidad para su supervivencia. La construcción de estos pozos nos demuestra que eran hombres que conocían de las artes hidráulicas y que tenían experiencia y vasto conocimiento sobre este tema de tanta importancia para la creación y sustento de un pueblo. El líder llamado Tumbe, con su carácter decidido y su visión clara supo mantener a su gente muy unida debido a su buen gobierno y a su afán de impartir justicia haciendo que la vida de sus súbditos se llevase en paz creciente. Con el afán de acrecentar su reino y de extender sus límites muchos más allá de lo que poseía, Tumbe envió una misión especial de sus hombres de mayor


La construcción de estos pozos nos demuestra que eran hombres que conocían de las artes hidráulicas y que tenían experiencia y vasto conocimiento sobre este tema de tanta importancia para la creación y sustento de un pueblo.


confianza y capacidad para que descubriesen y examinasen otras tierras sobre las que poder avanzar para fortalecer su Reino. La misión que con tanta pasión armó, no retornó jamás, a pesar de que él había ordenado a sus Capitanes que no pasasen de un año en su expedición. La falta de noticias y la desaparición final de su expedición le causaron tanta mortificación y dolor que al fin murió, sin llegar a saber que sus hombres se habían desperdigado hacia Chile, Paraguay y Brasil y que formaron sus propios poblados, asentándose definitivamente en tan lejanas tierras. 36

TUMBE O TUMBA tuvo dos hijos varones a los que amó entrañablemente, el mayor, aquel que recibió una alta dosis de afanes, protección y predilección se llamó QUITUMBE y el menor OTOYA. A pesar de su relación filial, de una educación esmerada y similar, eran muy distintos, tanto como el día y la noche. Mientras QUITUMBE se manifestaba abierto, alegre, dispuesto a la aventura, emprendedor y generoso, OTOYA era sedentario, adoraba acumular riquezas y poder, se mostraba imponente frente a los demás y estaba convencido de que él era el verdadero heredero y dueño del reino que había logrado edificar con tanto esfuerzo y fortaleza su padre. Pronto comenzaron a surgir entre los hermanos diferencias, enfrentamientos, celos y recelos que los iban


separando visiblemente, ante la preocupación de los demás. QUITUMBE, el hermano mayor, con gran sagacidad, inteligencia y tacto y dándose cuenta de que la situación podía empeorar de manera perceptible hasta llegar a sangrientos enfrentamientos, proclamó que iba a cumplir con la orden perentoria dada por su padre antes de morir referente a buscar a los miembros de la expedición que había mandado a descubrir otros lares. Lleno de tristeza, pero conociendo que hacía lo correcto se despidió de su mujer LLIRA, conocida por su belleza y respetada por su porte y dignidad propias de una reina. Ella, confundida y desesperada no le comentó que se hallaba embarazada, creyó que esto sería tomado por Quitumbe como un chantaje para que no se alejase de de su patria y de sus brazos. Nuestro héroe salió de su patria con la gente que voluntariamente le quiso seguir e inició un tan largo como glorioso peregrinaje que dejaría una huella imborrable en América. En su avance siguió descubriendo tierras, se acostumbró rápidamente al cambio drástico de gentes y paisajes, hasta que llegó a un enclave muy apacible, lleno de paz y fertilidad, en donde fundó el pueblo de TUMBEZ en memoria de su amado y desaparecido padre.

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Hacha moneda de la cultura Milagro – Quevedo


OTOYA, mientras tanto, prevalido de su poder, sintiéndose libre de la amenaza de su hermano y enamorado del mando sobre todos sus súbditos, desarrolló un período de crueldad excesiva, de lascivia, de festines indignos en los que se practicaban todo tipo de vicios y despilfarraba el tesoro de su pueblo de tal manera y sin consideración alguna que empezó a nacer el odio y la rebeldía en el corazón de quienes hasta entonces habían sido sus fieles vasallos. A tal punto llegaron las cosas que un grupo de sus más cercanos amigos y colaboradores se complotaron para llevar adelante un bien meditado plan para exterminar a este perverso rey que así, de modo tan indigno manchaba el nombre de su padre Tumbe. La conspiración no tuvo éxito, pero la decadencia llegó para Otoya por otras circunstancias viéndose obligado a detener todos sus desenfrenos. QUITUMBE, mientras tanto, continuaba con su iniciada tarea de descubridor y poblador de nuevos comarcas, ocupación en la que le había bendecido y guiado la mejor de las suertes. Mar adentro, como marino incansable y amante de la navegación se lanzó hacia nuevas aventuras llegando en esta ocasión a la Isla bautizada como PUNÁ, a la que encontró bellísima, apacible, pletórica de frutos y plantas exóticas, un lugar de ensueño para vivir y multiplicar a su pueblo.

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Allí permaneció algunos años. La isla que había considerado como la etapa final de su viaje aventurero y colosal le causó gran desencanto luego, cuando experimentó la sequedad, la excesiva falta de lluvia, la monotonía de iguales días e iguales noches y sobre todo comprobó que no era un lugar realmente benéfico para las labores de la agricultura por incipiente que esta fuese, agricultura que se volvía fundamental para que su pueblo sobreviviese. Había tomado la determinación, recién llegado a la Isla, de que no la abandonaría jamás, de que se haría inexpugnable en este pedazo de tierra desde el cual tan bien podía examinar la presencia de extraños o cualquier otro género de amenazas y convertirse en invencible. A todo esto tuvo que renunciar, no sin aflicción. La nueva aventura lo llevó esta vez mucho más lejos de lo que hubiera imaginado en sus más desbocados sueños de descubrimiento y conquista. Con grandes esfuerzos, gracias a su voluntad de hierro, a un físico privilegiado al igual que el de sus acompañantes y a la vida ruda de cambios que le habían preparado para todo reto, se aventuró a trasmontar la gigantesca cordillera que hoy conocemos con el nombre de los Andes. Infatigable, resistiendo los estragos causados por el paso desde el nivel del mar hacia las alturas, manteniéndose con lo es-


trictamente necesario, manejando con mano férrea a sus expedicionarios, alimentándose en muchas ocasiones con los exclusivos frutos de la tierra, logró trasponer los Andes y llegar a sus anchurosos valles, deleitables para los sentidos y para el corazón. EL GRAN PADRE ANCESTRAL QUITUMBE llegó a tierra de Quito y en ella se asentó y se empoderó, la encontró la más bella y prometedora que jamás hubiera podido imaginar. Dicen que unificó a las tribus dispersas que en ella se encontraban y creó los cimientos de un Reino que habría de pasar a la Historia y sobrevivir muchos milenios más gracias a sus rasgos culturales y sociales que soportaron todo tipo de degeneración, presiones y sangrientas conquistas. De tal naturaleza conciliadora y avasalladora fue la presencia de QUITUMBE entre los Quitus, que estos pronto pasaron a ser conocidos con el nombre genérico de QUITUMBES u “hombres de Quito”, iniciándose una época de cohesión social, de unificación de pequeños reinos para ir dando paso a confederaciones guerreras que luego enfrentarían la conquista de los Incas, a un período de construcciones civiles, religiosas y militares cuyas ruinas carcomidas por el tiempo y el desinterés de las gentes nuevas, empiezan a aflorar de nuevo, demostrando a estudiosos y contradictores, a arqueólo-

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gos y etnógrafos, cuál fue la importancia y real dimensión de este Reino.

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Habiendo logrado tan notoria consolidación e iniciando la fase de crecimiento de importante nación y Reino, QUITUMBE, inquieto por naturaleza, descubridor y fundador de ancestro y de casta, inició un nuevo desplazamiento. Ya las montañas de los Andes se habían convertido en sus amigas y en sus aliadas y no tuvo reparo alguno en volverlas a recorrer, tal como si sus caminos y vericuetos no guardasen ningún misterio para él. El número de sus seguidores había crecido casi imperceptiblemente y el desplazamiento que esta vez despertaba respeto y admiración por su conocida fama, lo llevó hasta las tierras sureñas del Rímac, en el Perú donde construyó un alto templo en honor a su divinidad esencial PACHAYACHACHI. Tal como si la Historia lo hubiera emplazado para llevar adelante estas tareas finales, una vez que concluyó la construcción del templo, la vida escapó de su cuerpo llevándole a fundirse con el sol andino del GRAN SEÑOR FUNDAMENTAL, asevera Catari, que le sucedió su hijo Thomé, tan distinto a él, cruel, agresivo, siempre inventando y poniendo en funcionamiento diversas armas de guerra para someter a las gentes que no lo querían como dueño y señor. Su condición cruel y rigurosa se reveló a través de la historia con una aureola de temor a la que


Ya las montaĂąas de los Andes se habĂ­an convertido en sus amigas y en sus aliadas y no tuvo reparo alguno en volverlas a recorrer, tal como si sus caminos y vericuetos no guardasen ningĂşn misterio para ĂŠl.


tradicionalmente quedó vinculado su nombre. Su gobierno sobre la gente de Quito estuvo salpicado por la brutalidad, fuerza, exigencia y dominio.

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No podemos olvidar a ILLA, la bella esposa de QUITUMBE, aquella que había quedado embarazada el día en que su esposo, hace muchos años la abandonó para buscar aventura y nuevos reinos. Desesperada por la ausencia del amado, recelosa y empezando a primar en su corazón el odio y la venganza por el olvido injustificado del que era objeto, parió a su hijo en soledad. Le puso el nombre de GUAYANAY y decidió criarlo de la mejor de las formas, esperando que con el paso de los años y de los días el esposo y padre que se había marchado, se acordaría de ellos y retornaría para buscarlos y unirse como una sola y real familia. No determinaron nuestros dioses que así sucediera. Illa los invocó imperativamente para que la auxiliasen y estos en señal de haberla escuchado desataron una tempestad tan tremenda y espeluznante, con granizos gigantes que destruían cosechas, casas, templos y aves, resecando la tierra hasta cuartearla y en otros lugares inundándola y convirtiéndola en inmundos pantanos. Gratificada con la ira de los dioses Illa pensó conveniente sacrificar al hijo de Quitumbe, Guayanay en un altar de leña seca que debía arder plenamente para que los dioses lo


recibieran en su seno, una vez que su cuerpo fuese convenientemente carbonizado y purificado. Esto no podía ser aceptado, no podía cortarse la real semilla que debía llevar la prosapia a otras tierras. Una gigantesca águila real, con sus desplegadas alas de oro y fuego divino se precipitó sobre el altar en el que se encontraba el muchacho listo para el sacrificio y con sus densas y poderosas patas lo rescató y lo llevó delicadamente hasta depositarlo en una isla llamada GUAYAU, cubierta de sauces, reluciente como una esmeralda, por sus ríos corrían hilos frescos de agua dulce y sus frutos parecían haber recogido toda la miel de la tierra. La vida retirada, apacible, solitaria no podía ser prescrita para un joven impetuoso, de casta de conquistadores y exploradores tal como fue Guayanay y decidió aventurarse, salir y retar a la vida y al destino tal como lo había hecho su padre, a quien no conocía sino por los relatos de la atormentada madre desechada. No bien se hubo alejado de la Isla y penetrado en tierra firme fue hecho prisionero, por gentes fieras que iban semi cubiertas por pieles de animales. Encontrándolo joven, agradable, fuerte y recio decidieron destinarlo a un sacrificio propiciatorio para sus dioses. La vida determinaría que esto no se podría llevar a cabo jamás.

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Estando en prisión fue visitado por Cigar, hija del Cacique que le mantenía en tal desagradable situación, y tanta impresión causó en la joven que pronto se convirtió en atracción y en un loco amor que la llevó a jugarse la vida con el propósito de liberarlo y poder vivir junto a él. Sin cuestionar al destino, agradecido por esta tercera oportunidad que le daba la vida para seguir creciendo y fortaleciéndose, Guayanay retornó a su primitiva isla de Guayau, hoy con compañera y esposa. Sus árboles, compinches y confidentes le esperaban cargados de miel y agua destilada para besar sus labios y tocar con finura su piel en este nuevo y definitivo encuentro. 46

Los años pasaron sobre Guayanay, quien vio crecer con amor a su hijo ATAU, la sangre de aventurero, de caminante irredento y de conquistador había florecido también en él. ATAU, nos asevera el cacique CATARI, que fue el padre de MANCO CÁPAC, a quien educó en las mejores maneras dignas de un rey, fortaleció y templó su carácter, le transmitió la tradición y la fuerza de su abuelo QUITUMBE y le enseñó que más allá de aquella isla cenagosa, sujeta a las tempestades, tormentas y oleajes furibundos del mar, existía un continente de tierra firme, fértil, rica, en el cual podía desarrollarse a plenitud y llevar a sus gentes a una vida mejor, sin padecer de hambre ni de las inclemencias de la naturaleza que hasta


Animal MĂ­tico de la cultura Cara, fase Tolita


entonces les había amenazado de tan mala manera. MANCO, noble y generoso, abierto su corazón a los consejos de su padre, una vez que hubo fallecido su progenitor, tomó con mucho cuidado y acierto lo mencionado y ordenado por su padre y se trasladó con los suyos a tierra firme. Dejando atrás la pequeña y movediza isla en donde a pesar de la insuficiencia de los alimentos, de la amenaza del mar y del reducido espacio, su pueblo había conocido días de felicidad y de grandeza.

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Así, se inicia una vez más el tránsito de estos espíritus gitanos, buscadores de realidades distintas, soñadores de paisajes y pueblos diferentes y conquistadores que doblegaron todas las circunstancias adversas. MANCO, nos dice la tradición y también la fortaleza de origen mítico de Quito, cumplió con lo que había prometido a su padre ATAU dando principio a la monarquía e Imperio del Perú de un modo extraordinario y por demás sagaz. He aquí que se puede haber encontrado el origen y progenie del gran MANCO CÁPAC, Primer Inca del Reino del Perú. Se dice entonces, para todo el que quiera saberlo, que ATAU fue su padre, sus abuelos fueron GUAYANAY Y CIGAR; sus bisabuelos QUITUMBE, fundador de la gran Nación Quitu Cara y su esposa LLIRA y su tatarabuelo


He aquí que se puede haber encontrado el origen y progenie del gran MANCO CÁPAC, Primer Inca del Reino del Perú.


Tumba o TUMBE quien con su mujer fue de los primeros pobladores de las tierras de SUMPA que es donde hoy llamamos y conocemos como SANTA ELENA. El día del nacimiento de MANCO CÁPAC, dice la leyenda que se desató tan tremenda tempestad en el mar que la isleta tembló desprotegida como ante un maremoto inesperado y devastador, todo esto se producía durante la labor de parto, pero una vez que Manco fue dado a luz, la tempestad de inmediato se apaciguó, demostrando que sobre él ya se había aposentado, en las alas fulgurantes de una ave rara jamás antes vista, la protección y la benevolencia de PACHAYACHACHI, EL GRAN SEÑOR FUNDAMENTAL de estas naciones. 50

MANCO CÁPAC inició la dinastía de los emperadores Incas en el Reino del Perú. Se unió en matrimonio con su hermana real, llamada MAMA OCLLO, en quien tuvo su hijo Sinchi, por algunos llamado Sinchi ROCA, quien se transformó en el Segundo Inca. El hijo de Sinchi Roca, llamado LLOQUE YUPANQUI, casado con Mama Cahua, fue el tercero en la dinastía. A él le sucede MAITA CÁPAC AMARU, en cuyo tiempo se inventaron los quipus, nudos de hilo que cumplían el mismo papel que las letras, constituyéndose en el alfabeto misterioso de estos reinos. Le sucede REINO CÁPAC YUPANQUI, su sobrino, ya que Amaro no tuvo hijos y jamás vivió con la esposa que había elegi-


do. QUISPI YUPANQUI continúa con la línea de sucesión, quien por su desidia y poca capacidad de gobernante puso en peligro la existencia misma de su imperio. Su hijo YAHUAR HUACAC fue el siguiente emperador, quien emprendió en persona la conquista de las tierras que conocemos con el nombre de Chile. VIRACOCHA PAULLO fue el octavo Inca y en su tiempo se inició la explotación de las minas legendarias de oro y plata. PACHACUTIC YUPA, un gran conquistador sigue la tradición y trata de avanzar sobre el Reino de los Quitus. Su hijo HUAYNA CAPAC, consiguió consolidar su presencia en tierras quiteñas luego de guerrear por más de cuarenta años para poder anexarlas a su reino y debiendo llegar a una alianza matrimonial con la Princesa Paccha , Señora de los Duchicelas y Reina de Quito, luego de la muerte en batalla de su padre CARÁN SHYRI DUCHICELA. En ella tuvo a su hijo Atahualpa, guerrero eficaz y gobernante de gran cultura, quien luego de vencer a su medio hermano HUASCAR, ciñó sobre su frente la doble corona de este reino: LA ESMERALDA QUITEÑA que le correspondía como Rey de Quito, hijo de Paccha y el llauto peruano como señor del Tahuantinsuyu, doble y terrible poder que no lo libraría de caer asesinado por los conquistadores barbados en el nombre de Castilla y de León.

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Quitumbe, inquieto por naturaleza, descubridor y fundador de ancestro.


3 LA NACIÓN QUITU CARA ORIGINADA POR QUITUMBE 53

El Reino de Quito, el mismo que tanto y tantos han tratado de negar, minimizar o hacer desaparecer, existió con toda su fortaleza, su gloria, sus creaciones culturales, su formación militar, su decadencia. La unión entre los Quitus, pobladores de la más remota antigüedad y los Caras, representados en el GRAN PADRE ANCESTRAL QUITUMBE, dio como resultado el nacimiento de esta nación, que a pesar de que han intentado sepultarla por la historia oficial, nos provee día a día de pruebas de su real existencia y de su grandeza. Estamos hablando entonces de una gran unidad social, cultural y guerrera integrada por


los antiguos poblamientos, identificados claramente por el idioma que practicaban. En aquellas épocas de la llegada de los conquistadores no existían, por supuesto, paleontólogos, los actuales, los de los nuevos siglos como es el caso Hoffstetter, dan una edad aproximada de 11.000 o 12.000 años a la fusión entre los Quitus y los Caras.

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Los Quitus fueron constructores por naturaleza, amaron las obras civiles y religiosas y en ellas emplearon gran parte de sus esfuerzos hasta llegar al fasto de una arquitectura original y nueva. Los Caras en cambio se caracterizaron por ser guerreros indomables y permanentemente activos, expansionistas y fuertes, su nombre significa PUEBLO QUE FRUCTIFICA O PUEBLO SEMILLA, tal como se veían ellos mismos, pues habían dado origen a naciones, a conquistas y a encuentros de los más diversos. La fusión se produciría luego de la invasión de los territorios quiteños que los Caras llevaron adelante avanzando desde la Costa. Algunos sostienen que esto se produjo durante el período conocido como de “integración”, al cual quieren darle unos 9.000 años de antigüedad. Los tiempos exactos no los sabemos, los sucesos uno por uno tampoco, lo que si está presente ante nuestros ojos, mente y corazón es la completa fusión de dos naciones, de manera tan unívoca, real y esencial que pasaron a ser una sola y así


entrelazados en una indivisible realidad remontaron la historia con su grandeza, tragedias y conquistas. Por entonces el Reino de Quito estaba conformado por más de 50 estados, algunos grandes, otros de menores dimensiones, pero todos vivos, individuales, dueños de una intensa personalidad y cultura. Su unidad se produjo por todo el territorio al que los españoles bautizaron como Real Audiencia de Quito para que prestara sus servicios y doblara su rodilla ante sus serenísimas Majestades Españolas, quienes ni siquiera imaginaban como podían ser de bellas y perfectas estas latitudes. En este Reino estaban presentes los Imbayas, Tacungas. Puruháes y Cañaris, Guayaquil Jocay, Otavalo, Quito, Hambato, Lausí, Chimbo, Paltas Bracamoros y los pueblos de la Amazonía, todos, todos se unieron, en parte como fruto de la conquista, en parte por pasar a ser confederaciones dentro de las cuales unos y otros se protegían de mejor manera creciendo en armonía y seguridad de todos sus miembros. Estos hechos han llegado a nuestro conocimiento para poder transmitirlas a todo el que quiera tener noticias de ellas, a través del estudio, de la investigación constante y pasión que nos guía porque un día brille la verdadera historia de este pueblo. Deben saber que durante la conquista y avasalla-

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miento a los pueblos nativos de América se escribieron centenares de documentos, algunos llamados CRÓNICAS, los mismos que se basaban en la observación ocular anticipada o en la indagación elemental para obtener datos verdaderos. Esto lo hizo Pedro Pizarro, hermano de los Pizarros conquistadores, al igual que Diego Trujillo y Fray Marcos de Niza entre muchos otros. Existieron también las CARTAS RELACIÓN, que relataban con crudeza las peripecias de los viajes, en un tono coloquial y familiar sin ninguna intención publicitaria, a través de ellas son recordados también Almagro, Benalcázar y Alvarado dando los primeros pasos en la conquista de los Quitus. No olvidemos tampoco las CÉDULAS DE INDIAS Y LAS VISITAS que se hicieron sobre todo en los Siglos XVI y XVII, así como los DOCUMENTOS ECLESIÁSTICOS Y SINODALES, los que contienen el más impresionante acervo de conocimientos de todas las épocas y por fin los CRONISTAS MAYORES E HISTORIADORES, quienes procesaron una serie de conocimientos, informaciones y visiones para darnos los parámetros sociales, humanos, económicos y militares del Reino de Quito. Para nosotros son imprescindibles Felipe Guamán Poma de Ayala, Santa Cruz Pachacuti, Fernando de Montesinos, Miguel Cabello de Balboa y Pedro Cieza de León, entre tantos otros que han aportado con su


CerĂĄmicas de figuras humanas Cultura Cara, fase BahĂ­a


luz, con su investigación, con su amor por los sucesos pasados, origen y fundamento de los sucesos presentes, sin que ello tenga porque asombrarnos.

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Todos los mencionados estudiaron con gran seriedad los documentos que otros les legaron con esfuerzo y acuciosidad, examinaron los diferentes manuscritos e informes, en su mayoría recorrieron y reconocieron palmo a palmo las tierras en las que estos hechos se sucedieron a través de los años y nos dejaron tan valiosa información sin la cual no habríamos podido reconstruir los más importantes acontecimientos, fundamentales para este gran conglomerado social. De lo que otros, los ilustres y los sabios a quienes nos hemos referido, escribieron y dejaron patente en sus obras, habrá quienes duden de su veracidad. Son los incrédulos, los que tienen que ver para creer, tocar para reconocer. A ellos, para que alejen la duda de su corazón y adquieran el orgullo sano y digno de reconocer sus orígenes milenarios les llamamos la atención sobre la obra física, diseminada por la patria actual de quienes fueron los Quitu – Caras, obra física y monumental que en muchas ocasiones habrá estado frente a sus propias narices y no la habrán sabido reconocer por ignorancia o desconocimiento en muchas ocasiones o por prejuicio, ese prejuicio tan arraigado


que nos dejaron en la mente los dominadores, pues quien conoce y verifica la real grandeza y linaje de su origen no puede jamás ser doblegado en su altivez y en el orgullo de llevar nombre propio, propio, no robado, tomado o esquivado a otros. La arquitectura civil y religiosa de la Nación Quitu – Cara sobrevivió al paso de los años y de las sucesivas destrucciones. Su materia prima esencial fueron los ladrillos crudos, la pishilata, la chamba entreverada con yerba y tierra y el canto rodado de piedra burda. Con estos materiales tan pertenecientes a la tierra crearon las TOLAS, las enormes construcciones hechas para los enterramientos y para los ritos fúnebres. La muerte constituía un paso más, un avance más allá de la vida y por tanto debía estar rodeada de todas las ceremonias que merecían y que exigían los que ya habían partido, de los que nos anunciaban un destino común y similar. Una vez que se había escogido el lugar de acuerdo a la astronomía y a los mágicos ritos, se colocaba en su superficie el cadáver, con sus más preciadas joyas, con el mejor y más bello de sus vestidos, con sus collares de spóndilus y oro puro, con lo mejor de su menaje doméstico, aquel precisamente que le había acompañado en la labor diaria de enfrentar a la vida y sus necesidades.

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Nadie puede negarlas, estรกn distribuidas de Norte a Sur, de Este a Oeste por todo el territorio nacional.


Si había sido un guerrero, sus armas por supuesto reposaban junto a él, para acompañarlo en el nuevo reto, para vencer adecuadamente las dificultades, enemigos y sortilegios con los que pudiera encontrarse durante la ardua travesía, travesía que en muchos casos podía ser extremadamente larga y peligrosa, mucho más que cualquier instancia en la vida dejada recientemente. Se amontonaba entonces la tierra, dotándole de figura piramidal, redondeada o cilíndrica, pues se construían tolas completamente puntiagudas, cuya belleza fue sesgada por la vegetación que se apoderó de su estructura y la fue deformando y ocultando a medida que el tiempo pasaba inexorable. Construyeron también Tolas con zócalo de piedra, tolas funerarias con chimenea y algunas con refuerzos escalonados. Nadie puede negarlas, están distribuidas de Norte a Sur, de Este a Oeste por todo el territorio nacional. Les mencionamos, para que las recuerden, para que sus ojos se regocijen al contemplarlas o conocerlas. Ahí está la sagrada INGATOLA en el Ángel, en la que hoy llaman Provincia de Carchi; la hermosa Tola de YARUQUÍ en Pichincha; TOLA LOMA en Calderón, tan cerca, en las propias goteras de la que fuera la Capital de los Quitus; TOLATUS en Guasuntos, en medio de reseco desierto, protegida por las dunas caminantes que la ocultan un día si y otro no,

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TULALÚN en Cuenca, en sectores inhóspitos en los que se creía que no podían existir este tipo de construcciones realizadas por la mano agenciosa del hombre, tan cerca de la actual Quito, está TOLAPAMBA en Nono. Largos años y siglos ellas han estado solemnes, serias, desapercibidas en su propia grandeza, frente a nuestros ojos, honrando a nuestro territorio y no las hemos sabido reconocer a causa de nuestra desidia y desinterés, ni siquiera la intuición nos sirvió en este caso. Allí continúan anclas de un pasado ilustre que se va volviendo innegable, irrefutable y auténtico.

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Las PIYASHAS O PIRÁMIDES están también presentes, quizás más grandes, de proporciones superiores, elevándose bienaventuradas como el testimonio de una raza que conoció de astronomía, de ciencias exactas, de las más desarrolladas matemáticas y fórmulas de cálculo que aún hoy no comprendemos a plenitud. Estas pirámides fueron construidas con piedra de río, canto rodado, lanlanes, cangahua y se constituyeron en una de las máximas expresiones arquitectónicas de la fusión cultural entre QUITUS Y CARAS. Muchas otras pirámides guardan la solemnidad de los ritos pasados a lo largo de todo el territorio nacional. En Cochasquí, actual provincia de Pichincha se elevan soberbias bajo el cielo estrellado y embrujador de los


equinoccios, se levantan majestuosas, completamente acopladas a la naturaleza, en perfecta comunión con ella. Los PUCARÁS O JARCAS, verdaderas fortalezas, de canto rodado, construidas por los defensores o ISAMINAS QUITEÑOS, para detener el avance de los conquistadores cuzqueños, convirtiéndose en invencibles murallas de piedra para contener a los enemigos. Señalan todas ellas la ruta ineludible que siguió el Inca invasor y guardan como monumentales guardianes los secretos de los guerreros, los gritos de batalla que parecen haberlas traspasado piedra a piedra pues en su corazón de roca todavía se preservan los ecos de las voces de mando. En ellas se derramó la sangre de los jóvenes guerreros, los HUAMBRACUNAS y de los antiguos líderes militares, los ISAMINAS, consagrados todos en el nombre del extraordinario guerrero General Calicuchima, quien luego y comandando los ejércitos del Inca Quiteño Atahualpa se tomara la ciudad sagrada del Cuzco, llegando en merecida venganza al centro mismo de la civilización Inca. El juego limpio de la Historia, proclamando a unos vencidos y a otros vencedores. En Tarqui, Jima, Jadán, Achupallas, Tiocajas, Chasqui, Mojanda, Guayllabamba, Aloburo y Chota son visibles estos Pucarás que nos hablan de heroísmo y defensa altiva de la heredad de la tierra y del nudo de san-

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gre. Su mismo nombre PU – CARA significa FRUTO DE LOS CARAS EN SU ANDANZAS DE GUERRA y trazan el croquis perfecto e inamovible de la defensa heróica de nuestros aborígenes.

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Las YASEL, casas de grandes dimensiones, construidas para los Señores Naturales, se perdieron por el tráfago de los años y de las sucesivas derrotas, del arrasamiento del que fueron víctimas cuando los vencedores comenzaron a extraer sus materiales para construir sus propias casas, diseñadas y determinadas al más puro estilo del dominador español, tratando de reproducir en estos nuevos parajes, las mansiones cordobesas, andaluzas, catalanas, de las que sentían tanta nostalgia y reminiscencia . Recrearlas, embellecerlas para sentirse en feudo propio, para no morir atrapados por los recuerdos, aunque para ello debiesen destruir meticulosamente las construcciones de la civilización vencida. Mucho mejor si no se dejaba rastro de ella, así el dominio y la abyección serían mucho más grandes y generales. De vez en cuando, sobre todo durante los primeros años de la dominación, entre estas construcciones de formas extranjeras, se lograba divisar un bohío o TUCUMÁN, la casa antigua y fundamental del BULU o familia quiteña. Con el tiempo también sobre ellas cayó el olvido o la destrucción.


Vaso de la Cultura Cara, fase Chorrera


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Originando esta obra física extraordinaria, se levantaba también una estructura social única y verdadera, cuya fuente primera fue el PAANDE o familia nuclear, a la cual seguía el BULU O NUDO DE SANGRE del parentesco más cercano y más estrecho. La BULUGUAYA constituyó la gran familia social, a la cual representaban con la planta del zapallo que se extendía pletórica de vida a campo traviesa, ocupando cada vez más espacio, con nueva floración y frutos, pero unida a su raíz por las venas llenas de savia, sangre vegetal que la mantenían viva, por lejos que hubiese llegado de su propio centro. Hermoso símbolo natural profundamente vinculado con el pensamiento humano de una sociedad de agricultores, de ciudades rurales íntimamente ligadas con la producción de la tierra, con el cuidado sagrado de sus frutos. De esta innegable estructura social fueron naciendo los pequeños estados confederados con sus propias y ricas características, algunos dedicados al guerrear constante y a la expansión de sus dominios, otros sabiamente ricos en el manejo de la agricultura, otros dedicados a la educación de sus habitantes para las diversas tareas que debían llevar adelante a medida que el Estado Confederado iba creciendo. Cada uno con su propia fama y personalidad, conjugada en la Nación Quitu Cara, haciéndola única


y singular, llena de una personalidad que no se dejaría avasallar por la conquista cuzqueña y que a pesar de la arrasadora e insidiosa presencia de los blancos sobrevive todavía no solo en monumentos, sino en el nombre de sus ríos, de sus montes, de sus valles y en el apelativo sonoro de las gentes que pertenecen irremediablemente a su descendencia. Con el paso de los siglos, de aquella Nación gloriosa y especial , quedan como sus últimos rezagos humanos los COLORADOS O TSÁCHILAS, póstuma representación de los CARAS, navegantes profusos y conquistadores invencibles que llegaron desde la Costa a impartir su reino y sus prácticas y los CAYAPAS O CHACHIS, el postrer número de los verdaderos QUITUS, hoy refugiados en recónditos espacios de selva lluviosa a donde se han replegado para no ser extinguidos por completo en un mundo que no comprenden del todo y que ha tratado a toda costa de desaparecerlos como raza y como civilización milenaria. En el laberinto de las sucesivas conquistas, de las dominaciones, amputaciones, del degüello y desangre de las razas, esta NACION QUITU CARA no ha perdido sin embargo el hilo conductor que la mantiene atada con la eternidad, el destello de la grandeza de la que fueron protagonistas los padres ancestrales se mantiene presente como un

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extraordinario lucero que brillara solo e inextinguible en noche cerrada, únicamente esperando, vigilando, que todos aquellos que llevamos la misma sangre, todos los que somos parte de la última BULUGUAYA o familia social, encontremos en ese brillo solitario la guía imprescindible para el cumplimiento de nuestro auténtico destino como pueblo.

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Desde los ojos claros y sigilosos de la alta noche, en selva, mar o montaña el espíritu inextinguible, en llama poderosa que recorrerá algún día purificando nuestra tierra entera, el GRAN PADRE ANCESTRAL QUITUMBE NOS CONVOCA al encuentro de nuestra realidad de pueblo libre, grande, con cultura, civilización e historia propia, de pueblo QUITU CARA sobreviviendo al tiempo y renaciendo en cada nueva generación cuyo corazón anhelante, como las gigantes y doradas flores de zapallo, busca la conexión persistente y sabia con las raíces inmemoriales de donde venimos y a las que luego volveremos el día que recuperemos la memoria y el orgullo de ser lo que somos, más allá de la historia, de las palabras.


QUITUMBE, GRANDE Y MÁGICO PADRE ANCESTRAL ILUMÍNANOS EN EL SANTO Y SEÑA DE TU NOMBRE, DE TU PROCEDENCIA PARA VOLVER A SER LO QUE SIEMPRE FUIMOS, UN PUEBLO DE LUZ, DIGNIDAD, GRANDEZA, UN PUEBLO COMULGADO CON LA NATURALEZA Y CON LA TIERRA, UN PUEBLO DE VALIENTES QUE JAMÁS SE DOBLEGÓ POR DURO QUE FUESE EL DESTINO, UN PUEBLO DE SABIOS QUE HONRARON SU PASO POR LAS TIERRAS INICIÁTICAS DE LA SAGRADA MITAD DEL MUNDO A LAS QUE NOS PERTENECEMOS. UN DÍA NO MUY LEJANO TU RESUCITARÁS EN CADA UNO DE NOSOTROS Y EN NUESTROS DESCENDIENTES PARA SER UNA VEZ MÁS LA SEMILLA Y EL PUEBLO SOLAR QUE TU NOS LEGASTE PARA SIEMPRE. Puerto Quito, Noviembre del 2008

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Vasija globular Cultura Cara, fase Valdivia


Quitumbe, un día no muy lejano, resucitarás en cada uno de nosotros, para ser una vez más, la semilla de Quito, milenaria, eterna y solar.

Fotografías tomadas del Museo Arqueológico Weilbauer de la Universidad Católica.


Títulos Publicados • LORENZA AVEMANAY TACURI. El Demonio Indígena • ANTONIA LEÓN Y VELASCO. La Bandola • FERNANDO DAQUILEMA. El Gran Señor • ALONSO DE ILLESCAS. El Gobernador Negro • JOSÉ MEJÍA LEQUERICA. El Tribuno del Pueblo • ELOY ALFARO El Glorioso Peregrino

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