Bécquer, Rimas y Leyendas
[Introducción, selección de textos, adaptaciones, notas y propuestas didácticas (ajustadas a Competencias) de Manuel Bernal Romero]
[Ilustraciones de Juan Luis Rodríguez de Medina]
ÍNDICE
Introducción: Bécquer, amor y misterio
5
Libro de los Gorriones - Introducción Sinfónica
21
- La mujer de piedra
23
- Rimas
31
Leyendas - Maese Pérez el organista
89
- Los ojos verdes
103
- El beso
111
Propuestas didácticas (ajustadas a Competencias Básicas)
123
INTRODUCCIÓN: Bécquer, amor y misterio El momento literario: Romanticismo y Postromanticismo El Romanticismo español se desarrolla desde los primeros años del siglo XIX hasta aproximadamente la década del 40, a partir de la cual los investigadores de la historia literaria situarían su continuación o el Postromanticismo, que compartiría espacio con la “poesía realista” o “poesía de la época realista”, junto con la que desembocaría en el Modernismo, ocupando los años centrales y parte de la 2ª mitad del XIX. Ni la literatura ni la poesía, que es quizá el género más representativo del período, presentan en este momento un carácter homogéneo, pues conviven diversas tendencias y formas de entender lo poético cuyas fronteras son en muchas ocasiones inciertas. Es precisamente la libertad formal heredada del Romanticismo la que hace posible esta convivencia. De esta manera hay poetas que siguen los cauces del movimiento ya moribundo, junto a otros que intentan una renovación, entre los que destacarán Bécquer y Rosalía de Castro, máximos representantes de la llamada “poesía sentimental” y los autores de la obra romántica más importante en lengua española. Es preciso aclarar que a pesar de la conexión estilística e intelectual que pudiera existir entre ambos, no hay constancia de que se conociesen personalmente. Bécquer sí pudo conocer a Manuel Murguía, marido de la poetisa, con quien coincidió en alguno de los periódicos madrileños en los que trabajaron. La realidad fue que el Romanticismo español estuvo marcado por individualidades, que muchas veces se anulaban entre ellas mismas, y que careció de una autoridad estética que marcase el camino, de la misma manera que aún respondiendo a un ideal político, tampoco existió un jefe en ese campo de actividad, aunque no pueda olvidarse que el movimiento tuvo una marcada tendencia liberal, a la que Bécquer sin embargo no se adscribiría. La situación que se vive la aclara bastante bien José Zorrilla cuando nos habla de sí mismo y del final de la década del cuarenta: “Era el momento de la regeneración literaria: el crepúsculo que debía haber sido precursor de un día sereno, esplendente y fecundador para la literatura nacional. Pero... la revolución literaria... se Esplendente: Resplandeciente, brillante.
fatigó por mucho tiempo en inútiles y mal dirigidos esfuerzos... Paró al fin en una vergonzosa bacanal, en la que el `demonio de la poesía´ embriagó a la juventud, descarriando o embotando su talento, y un enjambre de melenudos poetas nos desparramamos por la península para inundarla, hastiarla y embriagarla a nuestra vez con los desdichados y repugnantes engendros de nuestras imaginaciones calenturientas. Ni un solo genio poderoso de una voz pujante y avasalladora se levantó en aquel pandemonium , capaz de acaudillar aquella juventud, falta solamente de una bandera, privada sólo de un capitán prudente y audaz que utilizase las fuerzas que realmente poseía .” Aspecto en el que coinciden bastantes autores que apuntan a cómo la mayoría de ellos, o murieron antes de 1850 (Larra, Espronceda, Arolas, Piferrer, Carbó) o abandonaron la lírica y se pasaron a la narrativa y degeneraron en textos que no fueron otra cosa que falsos apéndices del clasicismo o del realismo. Es por esta razón por la que sobre 1860 quedan en España pocos indicios de romanticismo o de poesía lírica. Así que nunca estuvo la literatura más lejos de aquel propósito que enunciara Larra antes de morir: “No queremos esa literatura reducida a las galas del decir; al son de la rima, a entonar sonetos y odas de circunstancias; que concede todo a la expresión y nada a la idea .” Pero lo cierto fue que todo quedó reducido a escribir sin sentido, a divagar, a disfrutar del cosquilleo sensual de la gloria fácil. De nuevo Zorrilla acertará en su autocrítica y nos dará la respuesta: “Yo soy uno de aquellos jóvenes calenturientos que (....) amparado por la fortuna y aplaudido por la multitud fascinada, publiqué infatigable volumen tras volumen, escribiendo desenfrenadamente versos sobre versos, como si fuera cuestión de velocidad o de ganar el premio de la carrera... Mi fecundidad monstruosa me puso de moda ...” En ese ambiente será en el que las figuras de Bécquer y Rosalía emergerán casi desde la nada, aportando a lo que en la historia literaria se llamará Postromanticismo, además de la influencia de la literatura alemana, algo si cabe más importante: La incorporación de la poesía popular a la literatura y en especial a la poesía culta.
El hombre y el escritor Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, que era su nombre real, había nacido el miércoles 17 de febrero de 1836 en Sevilla, en el seno de una familia culta pero pobre. Su padre había sido un reconocido pintor. Huérfano de padre a los 5 años y de madre a los 9, fue acogido en el seno familiar de una de sus tías, donde no le hubiera faltado de nada, sino fuese porque en noviembre de 1854 –cuando cumplió 18 años- decidió abandonar la tranquilidad del hogar y marcharse a Madrid junto a sus amigos Narciso Campillo y Julio Nombela, animados por Federico Díez de Tejada que les aseguraba que allí alcanzarían sin duda sus sueños de gloria y fama. Cuenta Campillo, del que era amigo desde la infancia, que viviendo el huérfano Adolfo con su madrina, doña Manuela Monnehay, que disfrutaba de una buena posición económica y poseía una excelente biblioteca, que Pandemonium: Lugar en el que hay mucho ruido y confusión. Bécquer, Gustavo Adolfo, Obras Completas, Estudio preliminar de Carlos J. Barbáchano, Gredos—RBA, 2005, páginas 46 a 48. Larra, Mariano José: Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra, etc., El Español, 18 de enero de 1836. Becquer, Gustavo Adolfo, Obras Completas, Op. Cit., pág. 46 a 48
cuando los libros no tenían el texto íntegro por haber sufrido algún percance, Gustavo, que no tenía siquiera 10 años, los completaba en un particular ejercicio de creación e inventiva. Pero no sería hasta los 12 años, en 1848, cuando escribió la Oda a la muerte de don Alberto Lista, un escritor fundamental del neoclasicismo español que se convertiría en una de sus primeras influencias y a cuyas clases acudía su hermano Valeriano. Su infancia y adolescencia en Sevilla sería relatada de la siguiente forma por el propio escritor: “Cuando yo tenía catorce o quince años y mi alma estaba henchida de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de esa esperanza sin límites que es la más apreciada joya de la juventud; cuando yo me juzgaba poeta, cuando mi imaginación estaba llena de esas risueñas fábulas del mundo clásico (...) y todos mis cantores sevillanos, dioses penates de mi especial literatura, me hablaban de continuo del Betis majestuoso, el río de las ninfas, de las náyades y los poetas, que corre al océano escapándose de su ánfora de cristal, coronado de espadañas y laureles, ¡cuántos días, absorto en la contemplación de mis sueños de niño, fui a sentarme en su ribera, y allí, donde los álamos me protegían con su sombra, daba rienda suelta a mis pensamientos y forjaba una de esas historias imposibles, en las que hasta el esqueleto de la muerte se vestía a mis ojos con galas fascinadoras y espléndidas. Yo soñaba entonces una vida independiente y dichosa, semejante a la del pájaro, que nace para cantar y Dios le procura de comer; soñaba esa vida tranquila del poeta que irradia con suave luz de una en otra generación; soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas y en aquel mismo punto adonde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas .”
En Madrid Gustavo llega a Madrid con los treinta duros que le había dado su tío Joaquín y con la negativa de su madrina, que no estaba de acuerdo con el viaje, motivo por el que perdió la importante herencia que habría recibido de permanecer a su lado. Él mismo describirá dónde vive valiéndose del protagonista de Memorias de un pavo10: “Entré en el cuarto, que era muy reducido y sin más luz que la que penetraba por una ventana que daba a un estrecho patio. Un catre con un colchón, una mesa cubierta con un tapete muy deteriorado, una palangana de peltre11 sobre un pie de hierro, un jarro con agua al lado de un cubo, los dos de cinc, y dos sillas de Vitoria componían, con el baúl que había traído de huésped, el ajuar de aquel modesto cuarto de estudiante.” En la mitología romana, divinidades menores que protegían a la familia especialmente contra la pobreza y la falta de alimentos. Betis es el nombre romano del río Guadalquivir. Su uso en detrimento del topónimo más actual sería más del gusto romántico. En la mitología grecolatina divinidades menores que habitan bosques, selvas, fuentes y aguas. Desde mi celda. Cartas Literarias III. 10 Memorias de un pavo. El Museo Universal, 24 de diciembre de 1865. 11 Aleación de cinc, plomo y estaño.
La vida en Madrid le irá de mal en peor hasta que en febrero de 1855 se ve obligado a abandonar la pensión en que vivía. A esos años pertenece el poema A Quintana. Oda de oro que recibe una elogiosa crítica en la revista de carácter germanizante El álbum de señoritas y correo de la moda, muy importante en aquella época y en la que escribían Augusto Ferrán y Manuel Murguía, que se convertirían en personas muy importantes en la vida del poeta. Para Ferrán nuestro poeta redactará poco después el prólogo a su libro La Soledad. Bécquer, aun viajando poco en extensión por la península –que no en profundidad— nos mostrará una España que podrá competir, y desde luego preceder, a la del 98; y sobre todo va a redescubrirnos la humildad; esa humildad del escritor que calladamente pule su lenguaje, lucha con la palabra, reinventa el sentimiento. La verbosidad romántica, que tanto atacaba Valera, nada tiene que ver con Bécquer. Nuestro poeta es la figura silenciosa que pasa por la vida sin hacer ruido, que desaparece ignorado en cualquier mala buhardilla12. El poeta murió el 22 de diciembre de 1870 precisamente en una buhardilla, “un cuchitril con una cocina pequeña y vieja, en el número 25 de la madrileña calle Claudio Coello13.” Para hacerse una idea de su personalidad se puede recordar que una de las tantas veces en las que el hambre y las necesidades lo acuciaban, el ya citado escritor Juan Valera le proporcionó un empleo, que poco tenía que ver con su carácter soñador y distraído, en la Dirección de Bienes Nacionales. Para sobrellevar el trabajo, entre una tarea y otra, o bien leía alguna escena de Shakespeare o la dibujaba con la pluma, de tal manera que cierto día entró el Director en su oficina mientras se entretenía en uno de sus dibujos, que por ser admirables, eran bastantes compañeros los que se lo disputaban. El director también se unió a los que miraban, pero en cuanto terminó la ejecución de la obra mandó despedirlo14. No debe olvidarse que la vida de Bécquer está marcada por las necesidades económicas y la penuria (al menos en sus primeros años madrileños), las enfermedades (sífilis, tuberculosis –aunque ésta parece ser un invento romántico sin fundamento-) y por la falta de un empleo estable que le proporcionase el sustento que no consigue con lo que escribe. Ese sostén lo alcanza trabajando temporalmente en muchos de los proyectos periodísticos que existen en Madrid (El Porvenir, La Ilustración, El Mundo, El Contemporáneo, etc.) y cuando en 1864 González Bravo, ministro conservador de Isabel II, lo nombra por primera vez censor o fiscal de novelas, cargo por el que cobra pero que según parece no desempeñará nunca dedicándose a trabajar en su obra. Pero González Bravo no dura mucho tiempo en el cargo, ni la primera ni la segunda vez que lo mantiene a su servicio, así que Bécquer formará parte del nutrido grupo de cesantes que deja su empleo cuando el ministro es derrocado. Fue a este ministro a quien Bécquer entregó 12 Bécquer, Op. cit., Estudio preliminar de Carlos J. Barbáchano, Gredos—RBA, 2005, pág. 49 13 Preciado, Nativel: El enigma Bécquer, Mercurio, enero de 2009. 14 Suceso narrado por Ramón Rodríguez Correa (compañero de penurias y de oficina de Bécquer en aquellos aciagos años) en el prólogo a la primera edición de las Obras de Bécquer en 1871. La cita, entre otros, la realiza Rafael Montesinos en Bécquer. Biografía e imagen. Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2005.
para que se lo publicase el ‘Libro de los Gorriones’ que incluía sus rimas. Pero al ser destituido en 1868 su casa fue saqueada y el manuscrito desapareció. En 1969, ya separado de Casta y mientras está retirado en Toledo en compañía de sus dos hijos mayores y de su hermano Valeriano -también separado- lo re-escribe de memoria, razón por la que hará constar en su portada: “Poesías que recuerdo del libro perdido”. El libro terminó publicándose por intercesión de sus amigos y con ilustraciones de su hermano una vez muerto el poeta. Dice su certificado de enterramiento que la causa fue “un grande infarto de hígado, complicado con una fiebre intermitente maligna o perniciosa”, y que “falleció sin testar, dejando tres hijos, a la diez de la mañana”. Cuarenta minutos más tarde hubo un eclipse de sol. Su amigo Rodríguez Correa lo recordaría así: “¡Extraña enfermedad y extraña manera de morir fue aquélla! Sin ningún síntoma preciso, lo que se diagnosticó pulmonía, convirtióse en hepatitis, tornándose, a juicio de otros, en pericarditis; y entretanto, el enfermo, con su cabeza siempre firme y con su ingénita bondad, seguía prestándose a todas las experiencias, aceptando todos los medicamentos y muriéndose poco a poco. (...) Acordaos de mis niños15,” fue lo último que dijo. Pocos meses antes había muerto su hermano Valeriano, hecho que le había sumido “en una profunda depresión que contribuyó decisivamente a agravar su enfermedad16.”
Sus amores Con nombre Bécquer sólo reconoció la relación “amorosa” que mantuvo con Casta Esteban, la que sería su mujer y con la que tuvo tres hijos, aunque suyos sólo lo fueron los dos primeros. Lo que resta de su vida amorosa debió de arder con las cartas de amor que atadas con una cinta azul, mandó quemar a su amigo Augusto Ferrán cuando estaba a punto de morir, aduciendo que si se leyeran “serían mi deshonra”. De manera que lo que se sabe sobre la vida amorosa del poeta se debe siempre a fuentes ajenas al escritor, que nada dijo al respecto por pudor o hasta quizá por respeto a Casta. Y para una vez que una de las rimas –atribuidas- aparecía dedicada A Elisa (rima LXXX), con una de las declaraciones de amor más bellas de la literatura romántica española, Rafael Montesinos, quizá uno de los principales investigadores sobre la vida y obra del poeta, en su libro Bécquer. Biografía e imagen17, afirmó (sin las pruebas que hubiera querido para ratificar su aseveración) que esa rima nunca fue escrita por Bécquer, sino que fue una invención de su supuesto descubridor, Fernando Iglesias Figueroa, que la escribió para su novia Elisa Pérez Luque, quien después se convertiría en su mujer. El primero de los amores de Bécquer pudo ser Julia Cabrera, la novia adolescente que el poeta dejó en Sevilla cuando se marchó a Madrid esperando encontrarse con la gloria. Julia lo esperó soltera toda la vida y se murió con la pena de saber que no fue la inspiradora de las rimas. Pero hay quien dice que fue tan grato su recuerdo que cuando Béc15 Bécquer. Op. cit. Rodríguez Correa en el prólogo a la primera edición de las Obras de Bécquer (Madrid, 1871), mencionado después y para la ocasión por Carlos J. Barbáchano en el Estudio preliminar a las Obras Completas del autor. Página 181. 16 Preciado, Nativel: Artículo citado. 17 Montesinos, Rafael: Bécquer. Biografía e imagen, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2005. Esta edición reproduce totalmente la publicada por la editorial RM en 1977.
quer apadrinó a su sobrina Julia le puso ese nombre en su honor y no en el de Julia Espín, seguramente su gran amor, la inspiradora de muchas de sus rimas, pero también la razón de su amargura y de sus desengaños. Al contrario que la sevillana esta última negó su relación con el poeta incluso cuando éste ya muerto había alcanzado cierta fama. Julia Espín era hermosa y enérgica, altiva y desdeñosa, de cutis moreno pero pálida, alta, delgada pero de hombros anchos, de cabellos oscuros, rizados y abundantes, de ojos pardos –o negros incluso- y desmesuradamente abiertos y hasta un poquitín saltones18. Lo cierto es que a pesar del silencio de Bécquer son bastantes contemporáneos suyos los que apuntan a esta mujer como su gran amor, e incluso que ésta hasta pudo acceder ante la insistencia de Gustavo, aunque sin creer que “las relaciones fuesen intensas y duraderas. Bécquer, con esa inevitable venda del enamorado, creería ver amor donde sólo existió indiferencia desde el principio19” ya que ella, que tenía otras ambiciones, lo rechazó en todo momento. Parece ser que Bécquer la conoció mientras se asomaba a su balcón en compañía de su hermana Josefina en el otoño de 1858, y cuando el poeta, todavía convaleciente de una grave enfermedad, daba largos paseos prescritos por el médico acompañado de Nombela. Son muchos los que opinan que aquello no pasó de amor platónico. Los hay también que piensan que Bécquer a quien de verdad quiso fue a Josefina, que se correspondería más con el ideal romántico por sus maneras delicadas y sus ojos azules. Pero la realidad quizá sea que lo intentó con las dos hermanas, una vez acudía a la casa de ambas para participar de las veladas que organizaba su padre, el músico don Joaquín Espín Guillén. Los que creen en la existencia de Elisa Guillén (ya hemos advertido lo asegurado por Montesinos sobre la falsedad de la rima y por ende lo inadecuado de creer en su existencia) piensan que la conoció en torno a 1860. Pero de Elisa nunca se ha concretado mucho, aunque se ha dicho que pudo ser una dama bien acomodada de Valladolid, pero siempre sin puntualizar nada, manteniéndola en cierta manera como un enigma puramente romántico. También hay quienes opinan que Elisa podría ser un pseudónimo literario que usara el escritor para referirse a las dos hermanas Espín. Fíjese que los apellidos del padre eran precisamente Espín Guillén. Por otro lado quienes piensan que Elisa y Julia fueron la misma persona fundamentan también su opinión en que la rima dedicada a la primera se inicia con los versos “Para que los leas con tus ojos grises,/
para que los cantes con tu clara voz”, cuando ya sabemos que Julia era cantante de ópera.
Hay sin embargo otra Elisa en la vida del poeta, Elisa Rodríguez Palacios, hija de un violinista del Teatro Real, que terminó –según la tradición familiar y como recoge Montesinos- apartada en Hellín(Albacete) con el objeto de interrumpir su noviazgo “con un poeta pobre y enfermo” (de nombre Gustavo Adolfo Bécquer), según declarara su 18 Ib. pág. 36. Características fisonómicas que recoge Montesinos de varias fuentes, entre otras las propias palabras escritas por Bécquer. 19 Ib. pág. 32.
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familia. Ambos “se conocieron (a mediados del siglo XIX) de balcón a balcón, y lo que se inició con un mudo diálogo de miradas terminó en idilio. Elisa tenía el cabello rubio dorado; las maneras, delicadas; los ojos, verdes, y la voz, armoniosa y muy femenina20.” ¿Quién no dice pues si no sería esta tal Elisa aquella que hemos venido negando? Verdes fueron también los ojos de la hermosa Alejandra, la joven toledana que se entregó y “consoló” al poeta cuando se retiró en Toledo en 1869, mientras estaba separado de su mujer. Con Casta Esteban “le casaron” –así lo dice su amigo Nombela- en mayo de 1861 cuando ella contaba diecinueve años forzado y para reparar los escarceos amorosos que ya se habían sucedido mientras el poeta acudía a la consulta de su padre, el doctor Francisco Esteban, especializado en enfermedades de tipo luético21, como la sífilis; aunque Julia -la sobrina de Bécquer- quiso mantener siempre que la especialidad del médico era la de oculista. Julia Bécquer fue también la que dijo que “Casta era guapa, pero antipática; y tenía en la cara algo trágico y desagradable; pertenecía a una familia rica y tacaña22.” Alguien ha dicho que Casta iba embarazada, sin embargo el cómputo de los meses que transcurren hasta el nacimiento de su primer hijo, no lo corrobora. De todos modos fue así cómo el poeta solventó de un plumazo tanto sus necesidades amorosas como económicas. Estos pormenores quizá justifiquen que la única rima que se conoce dedicada a su esposa sea de una notable frialdad23, desapasionamiento y distancia. Aunque también hay quienes opinan, como Carlos J. Barbáchano, que el casamiento con Casta le aportó la calma que necesitaba el escritor, convirtiéndose en “un vago y finísimo aliento de seguridad, de apoyo, (y) de sosegada complacencia24.” Sin embargo con Casta no existirá en ningún momento el más mínimo intercambio espiritual. Será solamente la madre de sus hijos y el “ama de su casa”. González Reparaz, hijo del músico Antonio Reparaz, del que Bécquer fue muy amigo, refiere la siguiente cita a partir de las visitas que la pareja hacía a casa de sus padres: “Mi madre intimó con doña Casta, la mujer de Bécquer. Oíala sus cuitas25 (quejábase de exceso de poesía y de escasez de cocido) mientras Gustavo Adolfo oía la música que mi padre tocaba en el piano. El cuadro era éste: mi madre y doña Casta cuchicheaban en el cuarto de costura; Bécquer, tumbado en el sofá, caía en éxtasis y con los ojos cerrados escuchaba inmóvil26.” Parece ser que ni su hermano Valeriano ni la mayoría de sus amigos llegaron ni a intimar ni a aceptar nunca a Casta, ya fuese por su no preparación intelectual o porque pasó de ser la mujer celosa que acompañaba a su marido hasta las redacciones de los periódicos en los que trabajaba, a serle infiel, algunos dicen que con un notario de Noviercas (Soria), su pueblo natal, y otros –como Heliodoro Carpintero en su libro Bécquer de par en par (Madrid: Colección Ínsula, 197227)- con un maleante, salteador y asesino llamado “El Rubio”. De 20 Ib. pág. 49. 21 Grupo de enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis. 22 De Burgos, Carmen: Hablando con los descendientes. Madrid, Renacimiento, 1929. 23 Visedo Orden, Isabel: Bécquer y la poesía postromántica. Historia de la Literatura Española: Reforma, Romanticismo y Realismo, Volumen III, Ediciones Orbis, SA., Barcelona, 1982. pág. 276. 24 Bécquer, Gustavo Adolfo: Obras Completas, Op. Cit., pág. 104. 25 Cuitas: Quejas, angustias. 26 González Reparaz, Antonio: A mi buen amigo Gustavo Adolfo Bécquer, Recuerdo y homenaje a su memoria, El Sol, Madrid, 26 de febrero de 1936. 27 Citado por Rafael Montesinos, Ib. pág. 63.
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esa relación nació el tercer hijo de Casta. Tras esa tragedia conyugal y un serio incidente de Bécquer con el amante, el poeta la abandona dejando atrás 7 años y medio de convivencia. Marcha entonces con su hermano Valeriano –también separado- y sus dos hijos a vivir a Toledo, donde volvería a enamorarse, de la ya mencionada Alejandra, pero también de una novicia, enclaustrada en uno de los conventos que Bécquer visitaba. Hay quienes opinan que el verdadero culpable de la ruptura con Casta fue su hermano, que no fue su mejor consejero ante una mujer con la que el poeta no era feliz. Para Nativel Preciado “todos consideraban que había sido un matrimonio absurdo, en especial, su hermano Valeriano que no podía soportar el trato con su cuñada”. De todos modos habrá que apuntar, como Juan Valera que es “empeño inútil e imposible (...) el averiguar y declarar quiénes fueron las mujeres de las que Bécquer anduvo enamorado: la que hablaba con él, como Julieta, en el balcón donde anidaban las golondrinas y donde se enredaban las tupidas madreselvas; la que le dirigió una mirada tan beatífica que le hizo exclamar: ¡Hoy creo en Dios!; la que con su mano de nieve arrancó melodiosos sones del arpa olvidada; la que por infidelidad y traición hizo comprender al poeta por qué se llora y por qué se mata; la que encerrada en el claustro dejaba oír su voz cantando maitines cuando en el silencio de la noche rondaba el desvelado poeta en torno del monasterio28...”
Su obra Realizamos tan sólo una brevísima semblanza para dejar constancia de la desarrollada por un escritor que será conocido fundamentalmente como poeta, a tenor de las Rimas incluidas en el Libro de los Gorriones, y por sus Leyendas. Pero no se debe olvidar que Bécquer también es el autor de, además de numerosos artículos periodísticos y de crítica literaria, de las Cartas desde mi celda, y las Cartas literarias a una mujer, además de por lo menos de ocho obras de Teatro. En las Rimas da entrada a lo popular, a la tradición y a los cantares anónimos que recitaba el pueblo, pero confluyendo en una lírica intimista, sencilla, imperecedera y honda que lo convierten en el autor más significativo del Romanticismo, incluso a pesar de haber llegado –como Rosalía de Castro- tarde. Su poesía gira sobre todo en torno a la mujer, la naturaleza, el amor y la muerte; y la expresión de todo ello se alcanza utilizando una métrica en la que destaca el empleo de los versos asonantes y de la estrofa rotunda y rígida. Prefirió utilizar versos de muy diferente medida, desde el pentasílabo al dodecasílabo, y dejando a un lado las modas de su época se vale de la silva arromanzada o del cuarteto de impares sueltos y pares asonantados en combinación de heptasílabos y endecasílabos.
28 Valera, Juan citado por Carlos J. Barbáchano en el Estudio preliminar a las Obras Completas, RBA coleccionables SA, Barcelona 2005, pág. 181.
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La teoría poética de Bécquer se puede sustentar en: a) Fuente principal de creación: La importancia de la mujer y el sentimiento amoroso. El poeta identifica a la mujer con la poesía y ambas se presentan como un ideal inalcanzable en su perfección. b) Otras fuentes de su creación son la naturaleza, los conflictos humanos y el misterio. c) La batalla del poeta frente a la lengua, la lucha con las palabras en las que el poeta ha de verter sus ideas. Dirá el poeta en la Introducción sinfónica al Libro de los Gorriones: “Entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos.” d) El conflicto entre la inspiración y el pensamiento, entre el desorden y la razón. Las rimas que conocemos (Bécquer sólo vio publicadas dieciséis) son el resultado del libro re-escrito, de manera que su ordenación no podríamos afirmar que responde a ningún interés, pues además la versión que nos llega es la recopilación que hacen sus amigos. Son varias las posibilidades de presentación, aunque una de las opciones más aceptada es la que propusiera Gerardo Diego. Y a la hora de clasificarlas una de las propuestas más seguidas podría coincidir con la siguiente: I-VIII – Rimas sobre la poesía, el acto de creación poética y el poeta. IX-XXIX - Rimas sobre el amor desde la esperanza, alegría e ilusión, excepto en la número XXVI. XXX-LI - Rimas sobre el amor desde el dolor, el fracaso y el desengaño. LII-LXXVI - Rimas sobre la angustia existencial, la soledad y la muerte. Las leyendas heredan en cierta medida la tradición popular española del romance y su interés por recoger historias y dichos. Inicialmente estos contenidos se redactaban en verso y será Bécquer quien las escribirá en prosa poética, impregnándolas de lirismo y valiéndose de un lenguaje muy depurado. En opinión de Luis Cernuda el escritor respondía así a la necesidad que tenía la literatura española de poesía en prosa. La leyenda becqueriana responde a una manera peculiar de entender lo circundante, el mundo real, y la carga lírica que encierran fija numerosos puntos de contacto entre su poesía y su prosa. Conocemos cerca de una veintena de piezas, y con algunas de ellas ciertos autores no se ponen de acuerdo para estimarlas como tales. Así ocurre con ¡Es raro!, La creación, El aderezo de esmeraldas, Tres fechas, La venta de los gatos, La voz del silencio y La fe salva. Sobre estas dos últimas no está clara ni siquiera su autoría.
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Su temática es muy variada, por un lado aparecen las tradiciones populares: La promesa, El caudillo de las manos rojas, La corza blanca, etc. En esta última el motivo es el de la mujer perversa y caprichosa que obliga al hombre a realizar actos que le conducen a fracaso o la muerte, un tema que será constante en muchas de sus leyendas: La ajorca de oro, El monte de las ánimas, Los ojos verdes, etc. Otro motivo reiterado es “el mal caballero”, que aparece en La cruz del diablo y El miserere, donde concurre otro tema común que enlaza además con la literatura europea: los monjes que después de muertos vuelven. “El cazador maldito” será también el tema recurrente de muchas de ellas como en El monte de las ánimas o Creed en Dios. Las “estatuas animadas” sería otro tema aglutinador de varias leyendas: La ajorca de oro, La mujer de piedra y El beso. En general, tradición, esoterismo y misterio se unen en muchas de estas hermosas piezas en las que sí vamos a encontrar excelentes descripciones de lugares, pero en las que difícilmente encontraremos descripciones o retratos de sus personajes, de los que no interesan sus rasgos físicos si no es para preparar el hecho maravilloso que va a suceder: La corza blanca y Los ojos verdes. Las Cartas desde mi celda se publicaron todas en el verano de 1864 en el periódico El Contemporáneo y deben su título a haber sido escritas durante los días en los que el escritor está recluido en el monasterio de Santa María de Veruela (Zaragoza) a causa de su salud. En las cartas se mezclan las tradiciones, los tipos populares, los pensamientos y los recuerdos del autor, con bellísimas descripciones del monasterio y sus alrededores, en unos trabajos que nada desmerecen de las leyendas y cuyos contenidos son similares a los de éstas, renovando de nuevo su interés por lo oculto y el esoterismo presente en tantas historias populares. Nada mejor que una cita del mismo Bécquer para entenderlo, escrita para introducir La Soledad, la obra de su amigo Augusto Ferrán: “El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones. Nadie mejor que él sabe sintetizar en sus obras las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época29”. Nada que ver tienen estas cartas con las tituladas Cartas literarias a una mujer que empezaron a publicarse en 1860, y en las que Bécquer enfrenta fundamentalmente dos de sus grandes temas: la mujer y la creación literaria e incluso su teoría poética. En ellas dirá: “Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un capricho tuyo; quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos el gusto de saber que si nos equivocamos, nos equivocamos los dos, lo cual, dicho sea de paso para nosotros equivale a acertar30.” Recordemos algo más de su contenido para hacernos una idea de su intención e interés, cuando Bécquer, al comienzo de la misma, ya se ha preguntado algo que ya hemos hecho tan suyo: “¿Qué es la poesía?”. Y contestará: “¿Crees que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad de mujer? Te equivocas. Yo deseo saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú sientes, penetrar por último, en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma y cuyo umbral no puede 29 El Contemporáneo, Comentario publicado el 20 de enero de 1861, a raíz de la aparición de La Soledad de Augusto Ferrán. 30 El Contemporáneo, Cartas literarias a una mujer, Primera, 20 de diciembre de 1860.
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traspasar la mía.” Para después decir: “La poesía es en el hombre una cualidad puramente del espíritu; reside en su alma, vive con la vida incorpórea de la idea, y para revelarla necesita darle una forma. Por eso la escribe.” Y por eso escribe él. Tampoco debe olvidarse su obra siempre presente La historia de los templos de España con la que Gustavo pretendía hacer un grandioso poema en prosa en que la fe cristiana, sencilla y humilde, ofreciese el inconmensurable y espléndido cuadro de las bellezas del Catolicismo; de manera que cada catedral, cada basílica y cada monasterio sería un canto; sin olvidar tampoco el bagaje histórico y arquitectónico de cada uno de estos monumentos. La obra, sólo publicada y realizada parcialmente, le serviría al escritor para tomar contacto con numerosos tradiciones populares españolas, muchas de las que se integrarían magistralmente en sus Leyendas. Del teatro que escribió Gustavo Adolfo, dado el escaso interés que suscitó en su tiempo y después, no vamos a hablar. Baste advertir que el mismo autor era consciente de que sus creaciones dentro de este género eran de calidad inferior a las de sus restantes obras. Y tanto fue así que incluso lo habitual fue que firmase bajo pseudónimo. Muchas de ellas las realiza conjuntamente con Luis García Luna y las firma con el nombre de Adolfo García. Por señalar algunas citemos Los conjurados (obra de su primera juventud escrita junto a su amigo Campillo durante su estancia en el colegio de San Telmo), Un drama, La novia y el pantalón y cuatro zarzuelas: La venta encantada, Las distracciones, Tal para cual y La cruz del valle. Pero como con casi todos los escritores, lo mejor para conocer a Bécquer es leerlo. Suyo es.
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BIBLIOGRAFÍA
Bécquer, G. Adolfo, Obras Completas, Estudio preliminar de Carlos J. Barbáchano, Gredos—RBA, 2005. De Burgos, Carmen, Hablando con los descendientes, Madrid, Renacimiento, 1929. Montesinos, Rafael, Bécquer. Biografía e imagen, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2005. Historia de la Literatura Española: Reforma, Romanticismo y Realismo, Volumen III. Ediciones Orbis, SA., Barcelona, 1982. El Contemporáneo, 20-12-1860, 15-12-1861, 20-01-1861, 27-12-1861, 29-12-1861. La América, 27-08-1863. El Museo universal, 24-12-1865. El Sol, 26-02-1836. Mercurio, enero 2009.
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RIMAS Y LEYENDAS
LIBRO DE LOS GORRIONES
INTRODUCCIÓN SINFÓNICA (Adaptada)
P
or los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo. Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, tantas que ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes para darles forma. Y esos hijos los siento dentro, desnudos y deformes, revueltos y arremolinados, y a veces con una vida oscura y extraña, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos. Y conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan por donde salir a la luz de las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos! Y mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Como cuando cae el viento caen las hojas amarillas que levantó el remolino. La rebeldía de los hijos de mi imaginación explica algunas de mis fiebres. Ella es la causa desconocida para la ciencia de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, es como vivo: paseando entre la indiferente multitud la silenciosa tempestad de mi cabeza. Pero todo tiene su fin y a estos hay que ponerles término. La ‘Introducción sinfónica’ es una declaración de principios y de la poética del autor, además del reflejo del estado anímico en el que se encuentra el poeta.
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El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando. Sus creaciones, apretadas ya por ser tantas pugnan por dilatar su fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo. ¡Anda, pues! andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis visibles. Os vestirá, aunque sea de harapos, para que no os avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa con frases exquisitas, que os hicieran sentir orgullosos, como envueltos en un manto de púrpura. Yo quisiera poder esculpir la forma que ha de conteneros, como se hace con el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible! No obstante necesito descansar y desahogar el cerebro, insuficiente ya para contener tantos absurdos. Quedad, pues, consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que espanta a la muerte antes de que su Creador haya podido pronunciar el hágase la luz que separa la claridad de las sombras. No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida del limbo en que vivís, como fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y me confunden. Me cuesta trabajo saber qué casos he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica, revueltos nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre. Si morir es dormir, quiero dormir en paz sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto huisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas. Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro. Bécquer es un buen aficionado a la música. El arpa es quizá el instrumento recurrente en su obra y pieza alegórica básica de sus rimas números VII y XV. Se sabe sin embargo que él tocaba el piano con fruición y deleite, tanto composiciones propias como de clásicos. Recordadas en su biografía son sus visitas a la casa del músico Antonio Reparaz.
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LA MUJER DE PIEDRA (Fragmento)
Y
o tengo una particular predilección hacia todo lo que no puede vulgarizar el contacto o el juicio de la multitud indiferente. Si pintara paisajes, los pintaría sin figuras. Me gustan las ideas peregrinas que resbalan sin dejar huella por las inteligencias de los hombres positivistas, como una gota de agua sobre un tablero de mármol. En las ciudades que visito busco las calles estrechas y solitarias: en los edificios que recorro los rincones oscuros y los ángulos de los patios interiores donde crece la yerba, y la humedad enriquece con sus manchas de color verdoso la tostada tinta del muro; en las mujeres que me causan impresión, algo de misterioso que creo traslucir confusamente en el fondo de sus pupilas, como el resplandor incierto de una lámpara que arde ignorada en el santuario de su corazón, sin que nadie sospeche su existencia; hasta en las flores de un mismo arbusto creo encontrar algo de más pudoroso y excitante en la que se esconde entre las hojas y allí, oculta, llena de perfume el aire sin que la profanen las miradas. Encuentro en todo ello algo de la virginidad de los sentimientos y de las cosas. Esta pronunciada afición degenera a veces en extravagancia y sólo teniéndola en cuenta podrá comprenderse la historia que voy a referir.
De los textos en prosa que incluye este volumen éste es el único no adaptado de manera que se pueda apreciar la riqueza en recursos estilísticos y de vocabulario del escritor romántico. Esta narración, muy cercana a la concepción de la leyenda, fue sin embargo publicada inicialmente en la primera versión de sus rimas y dentro de El libro de los gorriones, quizá con alguna mágica pretensión por su autor de hacernos reconocible el mensaje final de sus rimas. Verá el lector que Bécquer nos da cuenta (incluso diríamos que abusa y por eso nos hemos permitido prescindir de algunos fragmentos en exceso prolijos en descripciones de elementos arquitectónicos) de su profundo conocimiento de la arquitectura religiosa. No puede olvidarse que una de sus grandes apuestas narrativas fue la nunca conclusa y parcialmente publicada Historia de los templos de España, obra que sin embargo le dio de comer durante cierto tiempo.
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I Vagando al acaso por el laberinto de calles estrechas y tortuosas de cierta antigua población castellana, acerté a pasar cerca de un templo en cuya fachada el arte ojival y el bizantino, amalgamados por la mano de dos centurias, habían escrito una de las páginas más originales de la arquitectura española. Una ojiva, gallarda y coronada de hojas de cardo desenvueltas, contenía la redonda clave del arco de la iglesia, en la que el tosco picapedrero del siglo XII dejó esculpidas, en interminables hileras de figuras enanas y características de aquel siglo, las más extrañas fantasías de su cerebro, rico en leyendas y piadosas tradiciones. (...) Largo rato estuve contemplando obra tan magnífica, recorriendo con los ojos todos sus delicados accidentes y deteniéndome a desentrañar el sentido simbólico de las figurillas monstruosas y los animales fantásticos, que se ocultaban o aparecían alternativamente entre los calados festones de las molduras. Una por una admiré las extrañas creaciones con que el artífice había coronado el muro para dar salida a las aguas por las fauces de un grifo , de una sierpe , de un león alado o de un demonio horrible con cabeza de murciélago y garra de águila; una por una estudié asimismo las severas y magníficas cabezas de las imágenes de tamaño natural que, envueltas en grandes paños, simétricamente plegados, custodiaban inmóviles el santuario, como centinelas de granito, desde lo alto de las caladas repisas que formaban, al unirse y retorcerse entre sí las hojas y los nervios de los pilares exteriores. Todas ellas pertenecían a la mejor época del arte ojival ofreciendo en sus contornos generales, en la expresión de sus rostros y en la propia y acentuada plegería de sus ropas el modelo perfecto del misterioso canon establecido por los ignorados escultores que, siguiendo una tradición que arranca de las logias germanas, poblaron de un mundo de piedra las catedrales de toda la Europa. Heraldos con blasonadas casullas, ángeles con triples alas, evangelistas, patriarcas y apóstoles llamaban hacia sí, por sus imponentes o graciosas formas, por sus cualidades de ejecución o de gallardía, la atención y el estudio del que los contemplaba; pero entre todas estas figuras una fue la que logró impresionarme con una excitación semejante a la que al descubrirlo me produjo el ábside de la iglesia: una figura que parecía reconcentrar todo el interés de aquella máquina maravillosa, para la cual parecía levantada la mejor y más hermosa parte del monumento como pedestal de una estatua o marco de un cuadro de la cual podía decirse era la pudorosa flor que, escondida entre las hojas, perfumaba de misterio y poesía aquella selva petrificada y apocalíptica, en cuyo seno y por entre las guirnaldas de acanto, los tréboles y los cardos puntiagudos pululaban millares de criaturas deformes, reptiles, sierpes, trasgos y dragones con alas membranosas e inmensas.
Ojival: El uso de la ojiva fue muy habitual en el Gótico. La ojiva es la figura formada por dos arcos de circunferencia de igual radio que se cortan en uno de sus extremos, de forma que sus concavidades se presentan enfrentadas. Grifo: Animal fabuloso con cabeza y alas de águila y cuerpo de león. Sierpe: Serpiente Plegería: Pliegos, dobleces.
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Yo guardo aún vivo el recuerdo de la imagen de piedra, del rincón solitario, del color y de las formas que armoniosamente combinadas formaban un conjunto inexplicable; pero no creo posible dar con la palabra una idea de ella, ni mucho menos reducir a términos comprensibles la impresión que me produjo. Sobre una repisa volada, compuesta de un blasón entrelazado de hojas y sostenido por la deforme cabeza de un demonio, que parecía gemir con espantosas contorsiones bajo el peso del sillar, se levantaba una figura de mujer esbelta y airosa. El dosel de granito, que cobijaba su cabeza, trasunto en miniatura de uno de esas torres agudas y en forma de linterna que sobresalen majestuosas sobre la mole de las catedrales, bañaba en sombra su frente. Una toca plegada recogía sus cabellos de los cuales se escapaban dos trenzas, que bajaban ondulando desde el hombro hasta la cintura, después de encerrar como en un marco el perfecto óvalo de su cara. En sus ojos modestamente entornados parecía arder una luz que se transparentaba al través del granito; su ligera sonrisa animaba todas las facciones del rostro de un encanto suave, que penetraba hasta el fondo del alma del que la veía, agitando allí sentimientos dormidos, mezcla confusa de impulsos de éxtasis y de sombras de deseos indefinibles. El sol, que doraba las agudas flechas de los arbotantes , que arrojaba sobre el templo el dentellado batiente de las almenas del muro y perfilaba de luz el ennegrecido y roto blasón de la casa solariega, que cerraba uno de los costados de la plaza, comenzó poco a poco a ocultarse detrás de una masa de edificios cercanos. Las sombras tendidas antes por el suelo y que insensiblemente se habían ido alargando hasta llegar al pie del ábside , por cuyos lienzos subían como una marea creciente, acabaron por envolverle en una tinta azulada y ligera. La silueta oscura del templo se dibujó vigorosa sobre el claro cielo del crepúsculo que se desarrollaba a su espalda limpio y transparente como esos fondos luminosos que dejan ver por un hueco las tablas de los antiguos pintores alemanes. Los detalles de la arquitectura comenzaban a confundirse, los ángulos perdían algo de la dureza de sus cortes a bisel , las figuras de los pilares se dibujaban indecisas, como fantasmas sin consistencia, envueltas en la oscuridad que arrojaban sobre ellas los monumentales doseles. Inmóvil, absorto en una contemplación muda, yo permanecía aún con los ojos fijos en la figura de aquella mujer, cuya especial belleza había herido mi imaginación de un modo tan extraordinario. Parecíame a veces que su contorno se esfumaba entre la oscuridad, que notaba en toda ella como una imperceptible oscilación, que de un momento a otro iba a moverse y adelantar el pie que se asomaba por entre los grandes pliegues de su vestido al borde de la repisa. Arbotante: En un edificio, arco exterior que contrarresta el empuje de otro arco, de un muro o de una bóveda. Fue muy usado en las catedrales góticas. Ábside: En una iglesia, parte abovedada y generalmente semicircular que sobresale de la fachada posterior. Fue también propio de las construcciones góticas, aunque no exclusivo. Corte a bisel: Corte oblicuo o inclinado que se realiza en el borde.
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Y así estuve hasta que la noche cerró por completo. Una noche sin luna, sin más que una confusa claridad de las estrellas que apenas bastaba a destacar unas de otras las grandes masas de construcción que cerraban el ámbito de la plaza. Yo creía, no obstante, distinguir aún la imagen de la mujer entre las tinieblas. Mas no era verdad. Lo que veía de una manera muy confusa era el reflejo de aquella visión, conservada por la fantasía, porque cuando me separé de allí aún creía percibirla flotando delante de mí entre las espesas sombras de las torcidas calles que conducía a mi alojamiento. II Por qué durante los catorce o quince días que llevaba de residencia en aquella población, aunque continuamente estuve dando vueltas sin rumbo fijo por sus calles, nunca tropecé con aquella iglesia y aquella plaza, y desde la tarde en que la descubrí, todos los días fuera el que fuese el camino que emprendiera siempre iba a dar a aquel sitio, es lo que yo no podré explicar nunca, como nunca pude darme razón cuando muchacho por qué para ir a cualquier punto de la ciudad donde nací eran preciso pasar antes por la casa de mi novia . Pero ello era que unas veces de propósito hecho, otras por casualidad, ya porque por las mañanas se tomaba bien el sol contra la tapia del convento, ya porque al caer la tarde de un día nebuloso y frío se sentía allí menos el embate del aire diariamente, y a todas horas podía encontrárseme frente al ábside de la iglesia, sentado en algunas piedras amontonadas al pie del arco de la antigua casa solariega, y con los ojos clavados en aquella figura que parecía atraerme así con una fuerza irresistible. Más de una vez, deseando llevar conmigo un recuerdo de ella, intenté copiarla. Tantas como lo intenté rompí en pedazos el lápiz y maldije de la torpeza de mi mano10, inhábil para fijar el esbelto contorno de aquella figura. Acostumbrado a reproducir el correcto perfil de las estatuas griegas, irreprochables de forma pero debajo de cuya modulada superficie cuando más se ve palpitar la carne y plegarse o dilatarse el músculo, no podía encontrar la fórmula de aquella estatua, a la vez incorrecta y hermosa, que sin tener la idealidad de forma del antiguo, antes por el contrario, rebosando vida real en ciertos detalles, tenía, sin embargo, en el más alto grado el ideal del sentimiento y la expresión. Inmóvil, las ropas cayendo a plomo y vistiendo de amplios partados11 de pliegues el tronco para detenerse, quebrando las líneas al tocar el pedestal, los ojos entornados, las manos cruzadas sobre un libro de oraciones, y el largo brial12 perdido entre las ondulaciones de la falda, podía asegurarse, hacía al menos el efecto, de que debajo de aquel Esta novia sevillana a la que alude Bécquer pudo ser Julia Cabrera, aunque ninguno de sus amigos de entonces llegó a conocerla. Quizá fuese el primero de los amores del poeta, que como tantos jóvenes y adolescentes han hecho alguna vez, pasó y pasó por la puerta de su amada en la esperanza de verla, aunque fuese de lejos. 10 A pesar de esta afirmación parece ser que Gustavo era un dibujante excepcional, como ya se ha relatado con alguna anécdota en la introducción. En esta ocasión, usa su supuesta “incapacidad” para llevar al papel lo que ve, en lo maravilloso y en el misterio que rodea a la mujer de piedra que lo atrae. 11 Partados: Cada uno de los cortes o piezas de tela que forma el vuelo de una prenda o vestido. 12 Brial: Antiguo vestido femenino de tela lujosa, que cubría hasta los pies.
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granito circulaba como un fluido sutil un espíritu que le prestaba aquella vida incomprensible, vida de idea sin movimiento y sin agitación, vida extraña que no he podido traslucir jamás en esas otras figuras, cuyas ropas mueve el aire al marchar, cuyas facciones se contraen o dilatan con una determinada expresión y que, a pesar de todo, son únicamente al tocar la meta de la perfección posible mármol que se mueve como un maravilloso autómata, sin sentir ni pensar. Indudablemente la fisonomía de aquella escultura reflejaba la de una persona que había existido. Podían observarse en ella ciertos detalles característicos que sólo se reproducen delante del natural o guardando un vivísimo recuerdo. Las obras de la imaginación tienen muchos puntos de contacto entre sí. Hay una belleza típica y uniforme hacia la que, así en lo bueno como en lo malo, se nota la tendencia: el placer y el dolor, la risa y el llanto tienen expresiones especiales, consignadas por las reglas. La cabeza de aquella mujer rompía con todas las tradiciones, era hermosa sin ser perfecta; ofrecía rasgos tan propios como los que se notan en un retrato de la mano de un maestro, el cual tiene tanta personalidad, por decirlo así, que aun sin conocer el tipo a que se refiere, se siente la verdad de la semejanza. Cada mujer tiene su sonrisa propia y esa suave dilatación de los labios toma formas infinitas, perceptibles apenas, pero que les sirve de sello. La hermosa mujer de piedra que contemplaba extasiado, tenía asimismo una sonrisa suya, que le daba tal carácter y expresión que enamorarse de aquel gesto especial era enamorarse de aquella escultura, pues no sería posible hallar otra perfectamente semejante. Con los ojos entornados y los labios ligerísimamente entreabiertos parecía que pensaba algo agradable y que la luz de su pura e interior alegría se revelaba por medio de reflejos imperceptibles, como se acusa por la transparencia la luz que arde dentro de un vaso de alabastro. ¿Pero quién era aquella mujer? ¿Por qué capricho el escultor interrumpiendo la larga fila de graves personajes que rodean el ábside, había colocado en el sitio más escondido, es verdad, pero seguramente el que parecía más misterioso y como el santa santorum13 de toda la fábrica arquitectónica, aquella figura que tenía algo de ángel, pero que carecía de alas, que revelaba en su rostro la dulzura y la bondad de los bienaventurados, pero que no ostentaba sobre su cabeza el nimbo celeste de los santos y de los apóstoles? ¿Sería acaso recuerdo de una protectora del templo? No podía ser. Yo había visto posteriormente la oscura losa sepulcral que cubría los restos del fundador, prelado14 valeroso que contribuyó con un rey leonés a la reconquista de aquel pueblo, y en la capilla mayor a la sombra de un lucillo realzado de gótica crestería, había tenido igualmente ocasión de examinar las tumbas con estatuas yacentes de los ilustres magnates que en época posterior restauraron la iglesia, imprimiéndole el carácter ojival. En ninguno de estos monumentos funerarios encontré un blasón que tuviese siquiera un cuartel del que se veía en la repisa de la estatua del ábside. ¿Quién podría ser entonces? Es muy común encontrar en las portadas de las catedrales, en los capiteles de los claustros y entre las ojivas de la urna de los sepulcros góticos multitud de figuras extrañas, y que sin 13 Santa santorum: Voz latina, el lugar más salto o sagrado, o la parte más oculta o reservada de un lugar. Aunque Bécquer usa aquí la grafía en dos palabras es preferible la expresión simple sanctasantórum e incluso santasantórum. 14 Prelado: superior eclesiástico, arzobispo, obispo, etc.
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embargo parece que se refieren a personajes reales, indescifrable simbolismo de los escultores de aquella época con el cual escribían a la manera que los egipcios en sus obeliscos, sátiras, tradiciones, páginas personales, caricaturas, o fórmulas cabalísticas de alquimia15 o adivinación. Cuando la inteligencia se ha acostumbrado a deletrear esos libros de piedra poco a poco se va haciendo la luz en el caos de líneas y accidentes que ofrecen a la mirada del profano16, el cual necesita mucho tiempo y mucha tenacidad para iniciarse en sus fórmulas misteriosas y sorprender una a una las letras de su escritura jeroglífica. A fuerza de contemplación y meditaciones, yo había llegado por aquella época a deletrear algo del oscuro germanismo de los monumentos de la Edad Media17; sabía buscar en el recodo más sombrío de los pilares acodillados el sillar que contenía la marca masónica18 de los constructores, calculaba con acierto el machón o la parte del muro que gravitaba sobre el arca de plomo o la piedra redonda en que se grababan con el nombre de secta del maestro, su escuadra, el martillo y la simbólica estrella de cinco puntas, o la cabeza del pájaro que recuerda el ibis de los faraones. Una parábola, aun bajo el segundo velo, una alusión histórica o un rasgo de las costumbres, aunque ataviadas con el disfraz místico, no era fácil que pasase desapercibido a mis ojos si la hacía objeto de inspección minuciosa. No obstante, por más que buscaba la cifra del misterio, sumando y restando la entidad de aquella figura con las que la rodeaban, por más que trataba de encontrar una relación entre ella y las creaciones de los capiteles y franjas, algunas de efecto microscópico, y combinaba el todo con la idea del diablo que abrazaba el escudo, gimiendo bajo el peso de la repisa, nunca veía claro, nunca me era posible explicarme el verdadero objeto, el sentido oculto, la idea particular que movió al autor de la imagen para modelarla con tanto amor e imprimirle tan extraordinario sello de realismo. Cierto que algunas veces creía ver flotar ante mi vista el hilo de luz que había de conducirme seguro a través del dédalo19 de confusas ideas de mi fantasía y por un momento se me figuraba encontrar y ver palpable la escondida relación de los versos sueltos de aquel maravilloso poema de piedra, en el cual se presentaba en primer término y rodeaba de ángeles y monstruos, de santos y de hijos de las tinieblas, la imagen de la desconocida dama, como Beatriz en la divina y terrible trilogía del genio florentino20, pero también es verdad que, después de vislumbrar todo un mundo de misterios como iluminado por la breve luz de un relámpago, volvía a sumergirme en nuevas dudas y más profunda oscuridad. Entregado a estas ideas pasaba días enteros...
15 La cábala y la alquimia fueron doctrinas mágicas o esotéricas que se practicaron en la antigüedad y de las que se cuenta que se valieron muchos constructores de catedrales, templos y otros edificios, dejando sus secretos en sus muros. 16 Profano: No experto. 17 Se refiere a la simbología oculta y esotérica que determinados autores dicen impregna muchas de las construcciones de la antigüedad, y especialmente las de carácter gótico. 18 Masonería: Asociación secreta que se cuenta posee en su haber conocimientos secretos con mucho valor y poder. 19 Dédalo: Laberinto o enredo. 20 La referencia es a Dante Alighieri y a su Divina Comedia.
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RIMAS Y LEYENDAS
RIMAS SELECCIÓN
RIMAS (Selección)
I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarle, y apenas ¡oh, hermosa! si teniendo en mis manos las tuyas pudiera, al oído, cantártelo a solas.
Las que siguen serían una selección sobre las Rimas más conocidas del poeta, aquellas que él propuso para publicar como “Poesías que recuerdo del libro perdido”. No coinciden sin embargo con la selección que él realizara inicialmente, pues se ha optado por la ordenación más clásica o difundida.
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II Saeta que voladora cruza, arrojada al azar, y que no se sabe dónde temblando se clavará; hoja que del árbol seca arrebata el vendaval, sin que nadie acierte el surco donde al polvo volverá. Gigante ola que el viento riza y empuja en el mar y rueda y pasa y se ignora qué playa buscando va. Luz que en cercos temblorosos brilla próxima a expirar, y que no se sabe de ellos cuál el último será. Eso soy yo que al acaso cruzo el mundo sin pensar de dónde vengo ni a dónde mis pasos me llevarán.
III Sacudimiento extraño que agita las ideas como huracán que empuja las olas en tropel. Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder.
Saeta: Flecha. Al acaso: Al azar. En este poema –uno de los más largos de las Rimas— el escritor reflexiona sobre el proceso creativo de una obra y la posición que ocupa su autor. Si se lee este poema en relación con la Introducción sinfónica que inicia el Libro de los gorriones, se observará que el autor se reitera continuamente sobre los mismos temas.
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Deformes siluetas de seres imposibles, paisajes que aparecen como al través de un tul . Colores que fundiéndose remedan en el aire los átomos del Iris que nadan en la luz. Ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás. Memorias y deseos de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar. Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin riendas que le guíen caballo volador. Locura que el espíritu exalta y desfallece; embriaguez divina del genio creador. Tal es la inspiración. Gigante voz que el caos ordena en el cerebro y entre las sombras hace la luz aparecer, brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel.
Tul: Tejido fino y transparente de seda, algodón o hilo. Enfrena: Frena
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MAESE PÉREZ EL ORGANISTA
(Leyenda sevillana)
E
n Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento .
Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio, a algo maravilloso y fantástico. Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que las sosas composiciones musicales que interpretó su organista aquella noche. Al salir de la Misa, no pude por menos de decirle a la demandadera con aire de burla: —¿Por qué el órgano de maese Pérez suena ahora tan mal? —¡Toma! —me contestó la vieja—, porque ese no es el suyo. —¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él? —Se cayó a pedazos de puro viejo, hace ya bastantes años.
Maese: Maestro. Persona muy vinculada a un convento y que asiste regularmente a todos sus oficios y misas, encargándose de abrir y cerrar sus puertas. Es además la encargada de atender las demandas del exterior que puedan requerir las religiosas de fuera del convento. Fíjese cómo en esta leyenda andaluza Bécquer alude a la fuente, al origen de la información, y que como era habitual en las leyendas y cuentos populares, no era otro que el pueblo llano, que ya repetía oralmente la historia desde mucho tiempo atrás.
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—¿Y el alma del organista? —No ha vuelto a aparecerse desde que colocaron el nuevo. Si alguno de mis lectores se hiciera esa pregunta después de leer esta historia, ya sabe pues el por qué no sigue ocurriendo el famoso milagro de las apariciones del alma de maese Pérez hasta nuestros días. I — ¿Veis ese de la capa roja y la pluma blanca en el sombrero, que parece que oculta entre sus ropas todo el oro que los españoles trajeron de América; aquél que baja en este momento de su carruaje para dar la mano a esa señora que se acompaña de cuatro pajes ? Pues ese es el Marqués de Moscoso, novio de la Condesa viuda de Villapineda. Se dice que antes de poner sus ojos sobre esta dama, había pedido en matrimonio a la hija de un rico señor; mas el padre de la doncella, de quien se murmura que es un poco agarrado y miserable... Pero, ¡calle!, que hablando de Roma por la puerta asoma . ¿Veis aquél que viene por debajo del arco de San Felipe, a pie, cubriéndose la cara con una capa oscura, y precedido de un sólo criado con una linterna ? Ahora llega frente al altar mayor de la iglesia. —¿Reparasteis, al descubrirse la cara para saludar a la imagen, la medalla que brilla en su pecho? A no ser por ese noble distintivo, cualquiera le creería un comerciante de la calle de Culebras... Pues ese es el padre; mirad cómo la gente del pueblo le abre paso y le saluda. Toda Sevilla le conoce por su gran fortuna. El sólo tiene más ducados de oro en sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el rey Don Felipe; y con sus galeones podría formar una escuadra suficiente capaz de resistir a la del Gran Turco... ”
Paje, antiguamente criado. “Hablando de Roma por la puerta se asoma”: Expresión popular que quiere decir que, en hablando de alguien por el sitio aparece. Hasta bastante entrado el siglo XX las calles de las ciudades no contaron con iluminación eléctrica, razón por la que los más ricos se acompañaban de criados que les iluminaban el paso. Ducado, antigua moneda de oro española ya desaparecida. “El gran turco”, sobrenombre dado por los europeos, era en realidad el emperador y sultán Kamuni Sultan Suleyman (Solimán el Legislador), Solimán II, más conocido como Solimán el Magnífico. Era un hombre tremendamente polifacético, gran legislador, hábil estratega militar, fino poeta, buen calígrafo, experto joyero y hasta amante fiel de su esposa Roxelana, dominaba varios idiomas perfectamente: el árabe, el persa, la lengua de chagatai (la forma más antigua de la lengua turca) y el serbio. En realidad, aunque Bécquer habla aquí de nuestro señor el rey Don Felipe, el rey español que se enfrentó a Solimán fue nuestro emperador y rey Carlos V, padre de Felipe II. Tanto Carlos V como Solimán el Magnífico marcaron el “Siglo de oro” de sus respectivos imperios. Podría ser por tanto un ligero lapsus de Bécquer al que no se ha de dar más importancia, o la consecuencia de poner en boca del pueblo –que muchas veces lo confunde todo- hechos históricos.
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—Mirad, mirad ese grupo de señores tan serios: esos son los caballeros veinticuatro . ¡Hola, hola! También está el Flamencote10, a quien se dice que no han echado ya el guante los señores de la cruz verde11, porque conoce a mucha gente poderosa en Madrid... Viene a la iglesia sólo a oír música... Al que maese Pérez no le arranca con su órgano lágrimas como puños, bien se puede asegurar que no tiene alma. ¡Ay vecina! Malo... malo... me parece a mí que vamos a tener bronca; yo me refugio en la iglesia; pues por lo que veo, aquí va a ver más tortas que padrenuestros. Mirad, mirad; las gentes del Duque de Alcalá doblan. la esquina de la plaza de San Pedro, y por el callejón de las Dueñas se me figura que he columbrado a las del de Medina Sidonia. ¿No os lo dije? —Ya se han visto, ya se detienen unos y otros, sin pasar de sus puestos... Los grupos se disuelven... Los ministriles12, músicos a quienes en estas ocasiones apalean amigos y enemigos, se esconden... hasta el señor asistente13, con su vara y todo, se refugia en la puerta del templo... y luego dicen que hay justicia. Para los pobres...Vamos, vamos, ya brillan los escudos en la oscuridad... ¡Nuestro Señor del Gran Poder nos asista! Ya comienzan los golpes...; ¡vecina! ¡vecina!, aquí... antes que cierren las puertas. Pero ¡calle! ¿Qué es eso? Aún no han comenzado cuando lo dejan. ¿Qué resplandor es aquél?... ¡Velas encendidas! ¡Literas14! Es el señor arzobispo. — La Virgen Santísima del Amparo, a quien tenía ahora mismo en el pensamiento, lo trae en mi ayuda... ¡Ay! ¡Si nadie sabe lo que yo debo a esta Señora!... ¡Con cuánta usura me paga las velas que le enciendo los sábados!... Vedlo, qué hermosote está con sus hábitos morados y su birrete15 rojo... Dios le conserve en su silla tantos siglos como yo deseo de vida para mí. Si no fuera por él, media Sevilla hubiera ya ardido con las discusiones de los duques. Mirad cómo se acercan los hipocritones16 al coche del arzobispo para
Los “caballeros veinticuatro” formaban parte del gobierno de la ciudad de Sevilla a finales del siglo XVI. Estos regidores tomaban su nombre de que ese había sido su primitivo número. Sin embargo, a lo largo de la historia alterarían su composición en varias ocasiones, sin por ello cambiar su denominación. Todos ellos gozaban de grandes prerrogativas y sus funciones eran muy amplias y variadas, desde la fiscalización de los tributos hasta la inspección de los mercados o las visitas a la cárcel. Tenían la obligación de asistir a las reuniones del Cabildo y eran multados cuando faltaban sin la debida justificación. Para ocupar uno de estos cargos se requería ser hidalgo. 10 Flamencote, mote, apodo con el que se conocía a un delincuente de origen flamenco, que eran como se conocieron a los naturales de Flandes, un antiguo país del norte de Europa ya desaparecido que coincidiría en su mayor parte con el territorio que hoy ocupa Bélgica. 11 Señores de la Cruz Verde, grupo encargado del orden o de la policía en la época. Eran funcionarios de la Inquisición. 12 Ministril, músico que tocaba en las misas y otras celebraciones eclesiásticas algún instrumento de cuerda o viento. 13 Funcionario público que representaba al Rey en ciertas villas y ciudades españolas, como Marchena, Santiago y Sevilla, tenía las mismas atribuciones que el corregidor, alcalde o máxima autoridad de la ciudad, en otras partes. No olvide que esta leyenda transcurre en Sevilla. 14 Litera: Vehículo antiguo para una o dos personas, formado por una cabina con dos varas delante y dos detrás para ser llevado por personas o por caballerías. 15 Birrete: Gorro con forma de prisma y una borla en la parte superior. 16 Hipocritones: Despectivo de hipócritas.
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besarle el anillo17. Cómo le siguen y le acompañan, confundiéndose con sus familiares. Quién diría que esos dos que parecen tan amigos, si después se encontraran en una calle oscura se pelearían como... Sí, ¡ellos... ellos!... Líbreme Dios de creerlos cobardes. Buena muestra han dado ya de su valor peleando alguna vez contra los enemigos de Nuestro Señor18... Pero es la verdad, que si se buscaran con ganas de encontrarse se encontrarían y pondrían fin de una vez por todas a estas continuas peleas, en las cuales los que verdaderamente se enfrentan son sus deudos, sus allegados y su servidumbre. — Pero vamos, vecina, vamos a la iglesia, antes que se ponga de bote en bote... que algunas noches como ésta suele llenarse de modo que no cabe ni un grano de trigo... ¡Menuda ganga tienen las monjas con su organista...! ¿Cuándo se ha visto el convento tan favorecido como ahora? Dicen que otros conventos le han hecho a Maese Pérez magníficas proposiciones. Y no debe parecerle extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido montañas de oro por llevárselo a la catedral... Pero él, nada... Primero dejaría la vida que abandonar su órgano favorito. ¿No conocéis a maese Pérez? Seréis nueva en el barrio... Pues es un santo varón; pobre, sí, pero limosnero cual no otro... Sin más parientes que su hija ni más amigo que su órgano, sólo se preocupa por la virginidad de su niña y por componer música para el otro. ¡Y mira que el órgano es viejo!... Pues nada, él se las apaña tan bien en arreglarlo y cuidarlo, que suena que es una maravilla... Y lo conocerá también que lo hace a tientas... porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre señor es ciego de nacimiento... Y ¡con qué paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan que cuánto daría por ver, responde: “Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas. —¿Esperanzas de ver? —Sí, y muy pronto —añade sonriéndose como un ángel—; ya cuento setenta y seis años; por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios.” — ¡Pobrecito! Y sí lo verá... porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar por todo el mundo... Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfeo al mismo maestro de capilla de la Primada19; como que echó los dientes en el oficio... Su padre tenía la misma profesión que él; yo no le conocí, pero mi señora madre, que en santa gloria esté, dice que le llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles20. Luego, el muchacho mostró tales disposiciones que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran a la calle de Chicarreros21 y se las cubriesen con oro... Siempre toca bien, siempre, pero en semejante noche como ésta es un prodigio... Él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando 17 Besar el anillo es una muestra de expresar respeto a una autoridad religiosa. 18 Se refiere a la participación de muchos nobles españoles en las Cruzadas, expediciones militares a la llamada Tierra Santa (Jerusalén y Belén), que organizaron los cristianos hasta el siglo XIV para luchar contra los pueblos que habitaban aquellos territorios, con el propósito de liberarlos y expulsarlos de allí al tenerlos por “infieles”, ya que practicaban el Islam. 19 La Primada, la primera, para la ocasión la iglesia catedral, la más importante de las de Sevilla. 20 Fuelle: Dispositivo que produce y gradúa la presión del aire para hacer vibrar los elementos sonoros —en este caso— del órgano. 21 Chicarreros: Calle de las de Sevilla en la que en tiempos abundaron los talleres de joyería.
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levantan la Sagrada Forma22 al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo... las voces de su órgano son voces de ángeles... — En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? Baste el ver cómo la flor, lo más importante de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharle: y no se crea que sólo la gente sabida y que sabe de música conocen su mérito, sino que hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con antorchas encendidas entonando villancicos más mal que bien y al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas23, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... y cuando alzan... cuando alzan no se siente una mosca... de todos los ojos caen grandes lagrimones, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los presentes, contenida mientras dura la música... Pero vamos, vamos, ya han dejado de tocar las campanas, y va a comenzar la Misa; vamos adentro... Para todo el mundo es esta noche nochebuena, pero para nadie mejor que para nosotros. Dicho esto, la buena mujer que había servido de guía a su vecina, atravesó el atrio del convento de Santa Inés, y codazo en éste, empujón en aquél, se internó en el templo, perdiéndose entre la muchedumbre que se agolpaba en la puerta. II La iglesia estaba muy iluminada. El torrente de luz que se desprendía de los altares hacía relucir las ricas joyas de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de sus dueñas, formaban un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio24. Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas de color y con galones25 de oro, dejando entrever con estudiado descuido sus distintivos rojos y verdes, con el sombrero en una mano, cuyas plumas besaban los tapices, y con la otra en la brillante empuñadura de su estoque26 o acariciando el pomo de su puñal, están los caballeros veinticuatros, a los que pertenece casi lo mejor de la nobleza sevillana, y que parecían formar un muro destinado a defender a sus hijas y a sus esposas del contacto de la plebe27. Ésta, que se agitaba en el fondo de las naves con un rumor parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió en una aclamación de alegría acompañada del discordante sonido de las sonajas y los panderos, al ver aparecer al arzobispo, el cual, después de sentarse junto al altar mayor bajo 22 Ostia, pieza circular de pan ácimo o sin levadura que dentro de la eucaristía cristiana representa el cuerpo de Cristo. 23 Panderos, sonajas y zambombas son instrumentos tradicionales usados por quienes se reúnen para cantar villancicos. 24 Presbiterio: En una iglesia es el espacio que queda entre el altar mayor y el pie o principio de los peldaños por los que se sube a él. 25 Galones: Distintivos que llevan las organizaciones muy jerarquizadas –como la militar— sobre el hombro o la manga para hacer visible su graduación (coronel, capitán...). 26 Estoque: Espada estrecha que hiere sólo por la punta. 27 Plebe, pueblo.
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un trono grana que rodearon sus familiares, echó por tres veces la bendición al pueblo. Era la hora de que comenzase la misa. Transcurrieron, sin embargo, algunos minutos sin que el sacerdote celebrante apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse, a inquietarse, demostrando su impaciencia; los caballeros cambiaban entre sí algunas palabras a media voz, y el arzobispo mandó a la sacristía28 a uno de sus familiares a inquirir el por qué no comenzaba la ceremonia. —Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo, y será imposible que asista esta noche a la misa de media noche. Ésa fue la respuesta del familiar. La muchedumbre se enteró rápidamente de la noticia. ¡Qué desagradable fue enterarse! Todos empezaron a comentarlo y fue tanto el jaleo que se armó que tuvieron que intervenir los alguaciles29 para imponer silencio. Fue entonces cuando un hombre mal vestido, seco huesudo y bizco30 se acercó al prelado, se presentó y dijo: —Maese Pérez está enfermo; la ceremonia no puede empezar. Si queréis, yo tocaré el órgano en su ausencia; que ni maese Pérez es el primer organista del mundo, ni a su muerte dejará de usarse este instrumento por falta de manos que lo toquen. El arzobispo dijo que sí con la cabeza. Por eso quienes entre el público conocían al personaje y lo tenían por un organista envidioso y enemigo de Maese Pérez se disgustaron y empezaron a protestar. Fue entonces cuando de improviso se oyó en el atrio un ruido espantoso. —¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí!... A estas voces de los que estaban apiñados en la puerta todo el mundo volvió la cara. Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba en efecto en la iglesia llevado a hombros y sobre en un sillón por sus amigos. Todos se disputaban el honor de hacerlo. Las recomendaciones de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante para detenerle en el lecho. —No —había dicho—; ésta es la última, lo conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche sobre todo, la nochebuena, menos. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la iglesia.
28 Sacristía: Parte de la iglesia en la que se guardan las ropas y los objetos necesarios para el culto y donde los sacerdotes se visten. 29 Alguacil: persona que se encargaba de ejecutar las órdenes de los Alcaldes y autoridades locales, además de vigilar y hacer funciones de policía. 30 Bizco: Con estrabismo, que sus ojos no miran como normalmente y en una sola dirección.
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Sus deseos se habían cumplido. Entre todos le subieron en brazos a la tribuna y comenzó la misa en el mismo momento que sonaban las doce en el reloj de la catedral. Pasó el introito, el evangelio y el ofertorio31, y llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la punta de sus dedos la Sagrada Forma y comienza a elevarla. Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia; las campanillas repicaron con un sonido vibrante, y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano. Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos... A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un torrente de atronadora armonía. Era la voz de los ángeles que atravesando los espacios, llegaba al mundo. Después comenzaron a oírse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines32; mil himnos a la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, era no más el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de misteriosos ecos, como un jirón33 de niebla sobre las olas del mar. Luego fueron perdiéndose unos cantos, después otros; la combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz... El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la hostia34 a los ojos de los fieles. En aquel instante la nota que maese Pérez sostenía trinando35, se abrió, se abrió, y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido, y los vidrios de colores de sus grandes ventanas se estremecieron como si estuvieran vivos. De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde36, se desarrolló un tema; y unos cerca, otros lejos, estos brillantes, aquéllos sordos, diríase que las aguas y los
31 Introito, evangelio y ofertorio son algunas de las partes en las que se divide la misa. 32 Serafines: ángeles que están ante el trono de Dios en la mitología cristiana. 33 Jirón: Trozo desgarrado de una tela. Se vale de una metáfora para identificarlo con una columna de niebla que sube del mar al cielo. 34 Hostia: Pan ázimo muy delgado que representa el cuerpo de Cristo en la celebración de la misa cristiana. Alude al momento en el que Jesucristo comparte el pan con sus discípulos en la que se conoce como última cena. 35 Trinar: Cantar valiéndose de cambios y quiebros en la voz. 36 Acorde: Conjunto de tres o más notas combinadas de forma armónica y tocadas simultáneamente.
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pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban cada cual en su idioma un himno al nacimiento del Salvador37 . La multitud escuchaba atónica y suspendida. En todos los ojos había una lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento. El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque aquel que levantaba en ellas, aquel a quien saludaban hombres y arcángeles era su Dios, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la hostia. El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de mujer. El órgano exhaló un sonido extraño, como un sollozo, y quedó mudo. La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles. —¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —se decían unos a otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia—. —¿Qué ha sido eso? —preguntaban las damas al asistente, que precedido de los ministriles38, fue uno de los primeros a subir a la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden—. —¿Qué hay? —Que maese Pérez acaba de morir. En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.
37 Póngase especial atención a la enumeración que realiza el escritor llevado por la dualidad de elementos que siendo contrarios o distantes entre sí convierte en unidad y que podrían resumirse en la última de ellas: “la tierra y el cielo”. El uso del polisíndeton y del uso de los paralelismos da toda la fuerza descriptiva y poética que tiene el texto, del que el párrafo sería un buen ejemplo. 38 Ministril: Hombre que tocaba algún instrumento de cuerda o de viento en las celebraciones eclesiásticas o religiosas
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III —Buenas noches, mi señora doña Baltasara, ¿también usarced39 viene esta noche a la Misa del Gallo? Por mi parte tenía hecha intención de irla a oír a la parroquia; pero lo que sucede... ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. Y eso que, si he de decir la verdad, desde que murió maese Pérez parece que me echan una losa sobre el corazón cuando entro en Santa Inés... ¡Pobrecito! ¡Era un santo!... Yo de mí sé decir que conservo un pedazo de su jubón40 como una reliquia41, y lo merece..., pues, en Dios y en mi ánima, que si el señor arzobispo tomara mano en ello, es seguro que nuestros nietos le verían en los altares... Mas ¡cómo ha de ser!... A muertos y a idos, no hay amigos... Ahora lo que priva es la novedad... ya me entiende usarced. ¡Qué! ¿No sabe nada de lo que pasa? Verdad que nosotras nos parecemos en eso: de nuestra casita a la iglesia, y de la iglesia a nuestra casita, sin cuidarnos de lo que se dice o déjase de decir... Sólo que yo, así..., al vuelo..., una palabra de acá, otra de acullá42..., sin ganas de enterarme siquiera, suelo estar al corriente de algunas novedades. —Pues, sí, señor; parece cosa hecha que el organista de San Román, ese bizco que siempre está criticando a los otros organistas, y tan descuidado que más parece que trabaja en el matadero de la puerta de la Carne que ser maestro de solfeo, va a tocar esta nochebuena en lugar de Maese Pérez. Ya sabrá usarced, porque esto lo ha sabido todo el mundo y es cosa pública en Sevilla, que nadie quería comprometerse a hacerlo. Ni aun su hija, que es profesora y después de la muerte de su padre entró en el convento de novicia43. Y era natural: acostumbrados a oír aquellas maravillas, cualquiera otra cosa había de parecernos mala, por más que quisieran evitarse las comparaciones. Pues cuando ya la comunidad había decidido que, en honor del difunto y como muestra de respeto a su memoria, permanecería callado el órgano en esta noche, hete aquí que se presenta nuestro hombre, diciendo que él se atreve a tocarlo... No hay nada más atrevido que la ignorancia... Cierto que la culpa no es suya, sino de los que lo consienten. Pero así va el mundo... Y digo... No es cosa la gente que acude... Cualquiera diría que nada ha cambiado desde un año a otro. Los mismos personajes, el mismo lujo, los mismos empujones en la puerta, la misma animación en el atrio, la misma multitud en el templo... ¡Ay si levantara la cabeza el muerto! Se volvía a morir por no oír su órgano tocado por manos semejantes. —Lo que tiene que, si es verdad lo que me han dicho las gentes del barrio, le preparan una buena al intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano sobre las teclas, va a comenzar una algarabía de sonajas, panderos y zambombas que no hay más que oír... Pero, ¡calle!, ya entra en la iglesia el héroe de la función. ¡Jesús, qué ropilla de colorines, 39 Usarced: Tratamiento en desuso que se empleaba como contracción de “vuesa merced”. 40 Jubón: Antigua prenda de vestir ajustada al cuerpo, que cubría desde los hombros hasta la cintura. 41 Reliquia: Parte del cuerpo de un santo o algo que se venera por haber estado en contacto con él. 42 Acullá: Allá, adverbio en desuso. Actualmente sólo se utiliza literariamente. 43 Novicia: Monja que está de prueba mientras se prepara para pertenecer a una orden o congregación religiosa.
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EL LAZARILLO DE TORMES