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Favor de no tocar la fruta

Alonso Rojas Cruz

Tú no sabes lo desagradable que resulta un viejo que acaricia tu mano de forma libidinosa cuando vas en el camión. No es comparable, por ejemplo, con las señoras que pasan dando nalgadas intencionadas al buscar lugar donde sentarse, como si tu culo fuera masa para hacer tortillas. La primera vez que una señora pasó dándome un golpe así, no me escandalicé, igual y no me hubiera dado cuenta, si no es porque sentí unos dedos tamborilear sobre mi muslo. Digo, no es que no sintiera gacho o vergüenza, mi rostro se puso colorado, pero generalmente esas acciones no pasan a más, si esas señoras me pegan, ya no me molesta mucho.

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Pero de eso a que un hombre te toque, la diferencia es abismal. Eso me recuerda una vez que estaba con mi familia en un mercado de la ciudad de México, porque entre los muchos lugares existentes en esa ciudad escogimos ir a un mercado. Porque conocía las

costumbres de la gente en esos espacios acerqué a mi hermano menor a mí, no fuera a ser que algún papanatas lo jalara o le metiera mano. ¿Qué te digo? quien recibió la metida de mano fui yo. Fue una cosa de segundos, pero bien que sentí una zarpa sabroseándose el mandado, terminaron mallugando toda la fruta. Y yo, con gran conmoción y espanto volteé a los lados. Y mira que entre tanto gentío di con la cucaracha: un hombre de baja estatura, calvo y gordo; esto acrecentó la humillación. Y yo echaba humo por tanta gente y tanto grito y tan poco espacio para moverse. Llamé a gritos a mi papá, a metro y medio de mí. “Papá, ese pendejo me agarró la nalga”. “¿No te quitó nada?”. “No”. Y no hizo nada, y yo esperaba que se agarrara a golpes a medio pasillo con la cucaracha. De no estar entre la muchedumbre, lo alcanzaba y lo mataba a cachetadas.

Otra vez, iba en el camión, igual llenísimo. Si no conoces el bochorno y los hedores de estos lugares, no vas a entender mi necesidad de estar bien lejos de la multitud. Me le pegué al tubo ubicado por la puerta y aquí no me salgas con un chistecito ojete como “seguro es tu costumbre” porque dejo de contarte. Bueno, que me le pego al tubo y mi fea suerte me puso enfrente de un viejo pervertido, estaba acomodado en los asientos de atrás, cerca de la salida. Nomás sentí que algo tocaba mi entrepierna, bajé la vista y este viejo se me quedó sosteniendo la mirada, así nos quedamos creo por medio minuto, mi

rostro lleno de estupor y asco. “Mantén las garras lejos de mí, que ya suficiente tengo para soportar tus marranadas”. Eso me hubiera gustado gritarle, con volumen más alto que las cumbias del chofer, pero no me dio tiempo de reaccionar, el vejete se bajó una parada después.

Por eso te digo, tú no sabes lo desagradable que resulta que un zoquete, hijo de sabe Dios qué res, acaricie tu mano de forma libidinosa. Por eso te pido, de manera atenta, que me quites la pezuña de encima.

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