Tierra de Estrellas

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Luna Bujalesky

T IERRA

DE

Leandra Sprenger

E STRELLAS

Cr贸nicas de Hyacintho


TIERRA DE ESTRELLAS 路Cr贸nicas de Hyacintho

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Luna Bujalesky – Leandra Sprenger

TIERRA DE ESTRELLAS Crónicas de Hyacintho

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aguafuerte producciones editoriales

TIERRA DE ESTRELLAS Crónicas de Hyacintho !

Luna Bujalesky – Leandra Sprenger


Tierra de Estrellas : Crónicas de Hyacintho / Ana Luna Bujalesky · Leandra Sprenger. - 1a ed. - Ushuaia : Aguafuerte; Editora Cultural Tierra del Fuego, 2015. 368 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-28630-9-8 1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Bujalesky, Ana Luna II. Título CDD A863

Fecha de catalogación: 12/03/2015

TIERRA DE ESTRELLAS · Crónicas de Hyacintho Autores Luna Bujalesky – Leandra Sprenger Editor Editora Cultural Tierra del Fuego editoracultural@tierradelfuego.gov.ar Diseño editorial AGUAFUERTE · producciones editoriales Ruiz Galán 539 · 9410 Ushuaia 2901 - 51 2695 produccionesaguafuerte@gmail.com Impreso en marzo de 2015 Cantidad de ejemplares 500 - Primera edición Número ISBN 978-987-28630-9-8 Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723. No se permite la reproducción parcial o total sin el permiso previo y escrito de los autores


Comité Ejecutivo de la Editora Cultural Tierra del Fuego Presidente Prof. Carla Fabiana Tanco Secretaria de Cultura de la Provincia de Tierra del Fuego Representante de la Editora Cultural Tierra del Fuego Srta. Florencia Lobo Representante de los Artistas Plásticos Prof. María Laura Mendoza Representante de los Escritores Sr. Luis Comis Representante de los Músicos Sr. Eduardo Pedro Coria Representante de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Ushuaia Lic. María Belén Molina





Prólogo

principio no había nada. El mundo era un lugar A lnegro lleno de oscuridad donde no había ni un asomo de vida, y

lo que era aún peor, no había ni un atisbo de Hyacintho, el fuego azul, la llama de la vida. Pero sí había algo de luz, de las estrellas blancas, más blancas de lo que ahora se denomina nieve, más blancas que las nubes. No eran estrellas cualesquiera como las de nuestra actual bóveda celeste, no. Aquellas estrellas eran especiales, ancestrales; poseían magia en su interior. Una magia muy antigua, más antigua que todo nuestro universo y el de Hyacintho. Ocurrió que, en algún momento de aquel tiempo, una de aquellas estrellas se preguntó cómo brillarían las demás, pues tal era su luz que no podía observar más allá de sí misma. Entonces, decidió hacerse una con la oscuridad y se fundió en su manto, apagándose como la llama de una vela ante una suave brisa. Su luz fue atenuándose hasta no ser nada. Sólo entonces, cuando ya no se encandilaba a sí misma, se presentó ante sus ojos el espectáculo lumínico que desplegaban el resto de sus hermanas. Brillaban tanto que le dolía mirarlas. Eran bellas y poseían distintas formas. Cada una tenía una magia distinta, como ya he dicho, una magia más antigua que todo. Sucedió que, otra estrella se percató de su apagón. Preocupada, observaba todo el tiempo a su congénere, apagada y sin luz. No entendía qué sucedía. En ese momento nuestra estrella se percató de que una entre todas las demás había posado sus ojos en ella. Así, decidió secretamente observarla ella también. Las dos estrellas se miraban continuamente


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y entre ellas empezaba a surgir una atracción que las acercaba cada vez más... Una apreciaba la luz y la vida de la otra, y la otra apreciaba la oscuridad y curiosidad de su compañera. Parecerá extraño, pero las estrellas no poseen sexo, ni forma. Tan sólo son una luz con magia en su interior, claro que, si así lo desean, pueden adoptar una forma terrenal como la nuestra. Pero, en realidad, son sólo eso: magia en estado puro. Poco a poco, los dos astros iban sintiendo curiosidad y se acercaban cada vez más, atrayéndose como los polos opuestos de un imán. Así fue como llegado su tiempo, colisionaron con fuerza, estrellándose una contra otra, fundiéndose en una sola. La luz compartió su belleza con la oscuridad, y ésta compartió un poco de su opacidad con la luz. Cuando ambas se juntaron y compartieron su magia, explotaron en un fuego azul, caliente y frío, luminoso y oscuro. Aquel fuego atrajo rápidamente a todas las demás estrellas. Cada una colisionó contra el recién creado fuego azul, fundiéndose en un núcleo. Ese núcleo fue rodeado pronto por más energía proveniente de la magia ancestral de los cuerpos celestes, formando una capa de tierra, una de aire, y luego agua, que se extendió sobre la tierra creando mares y lagos. De esa increíble fuente de poder surgieron plantas y criaturas. Criaturas muy diferentes entre sí, pero que compartían entre ellas la magia de las dos estrellas madres, causantes de la creación de Hyacintho. Aquellas raras y complejas criaturas se extendieron rápidamente por todo el mundo. Poblaron todos los rincones y elementos conocidos. Lagere, un poderoso dragón azul nacido de las estrellas madre, de aquel fuego azul y de aquella colisión sobrenatural dirigió a las criaturas, organizó pueblos y creó ciudades. Separó las razas, les dio nombres, una cultura y un idioma, pues aquél dragón era más sabio que todas las demás criaturas nacidas de simples estrellas. Se dice que Lagere no sólo se reprodujo con otras dragonas, sino 12


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que, además de ellas lo hizo con una humana. De ella nació quien sería la primera jinete de dragón. Pero hay un secreto que pocos conocen. Algo que se mantuvo oculto para no ser visto y que empezó a maquinar sus planes desde el comienzo de la eternidad. Porque no todas las estrellas se unieron a Hyacintho. Una quedó afuera. Se vio obligada a probar la oscuridad para que no la forzaran a donar su magia a Hyacintho. Y después de probarla se dejó llevar por ella. Se fundió en su negro manto desterrando la posibilidad de alguna vez volver a brillar. Pero ella no quería brillar. Ella quería transformar a Hyacintho en un ser igual de oscuro que su magia. Y no iba a darse el lujo de perder la oportunidad de ser dueña de semejante poder. La Estrella Oscura había surgido.

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1 Liv rimer día de clases. ¡Al fin recordaría quién era! P–Ya sabes quién eres –Aurea me envió su pensamiento–. Está

dentro tuyo, tan sólo debes... recordarlo. –Quizá –dije un poco molesta por su comentario profundo y totalmente inútil–. Pero quiero saberlo antes de tener miles de años como tú, Aure. Yo necesito saberlo ahora –le contesté con el pensamiento, pues mi dragona no se hallaba cerca, sino sobrevolando el cielo para encontrarse conmigo. Todavía no admitían dragones cerca del campus de la Academia. Una vieja ley que se estableció cuando uno de los primeros dragones en estudiar aquí rompió una almena del castillo sin querer, derribándola por completo. Claro que tampoco dejaban que anduvieran vagando por ahí. Tenían que quedarse dentro del terreno permitido para ellos, cerca de sus cuevas individuales, mientras que al jinete le daban una de las habitaciones para estudiantes. Se suponía que yo también tenía una, pero aún no la había visto, ya que hacía poco que había llegado. Las habitaciones estaban nombradas con letras rúnicas, pero no tenía idea de cómo leerlas, lo único que sabía era que estaba en una de las torres y que la iba a compartir con tres estudiantes más. –Sigue por el pasillo, al final debe haber algo para acceder a la torre. Lo veo desde afuera –desde lejos llegó la risa de mi dragona, divertida ante la idea de que yo no supiera donde estaba. 15


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–Gracias Aure, incluidas las burlas, por ellas, gracias también –le respondí ofendida–. Sólo consiguen ponerme más nerviosa. Pero para colmo, Aure tenía razón, al final del pasillo había una puerta, y detrás de ella, las escaleras para acceder a lo alto de la torre donde estaba mi habitación, según indicaba el papel que me había dado la secretaria duende de la entrada. Cargué mi pesado baúl hasta arriba y reparé que la estancia se dividía en varios sectores: una sala, con dos sillones individuales y uno para dos, una alfombra, dos pequeñas ventanas y estantes para apoyar cosas; una habitación cerrada y pequeña que supuse sería el baño, y otras dos habitaciones más, pero más grandes que la primera. Una de ellas tenía la puerta abierta; pude ver en su interior a dos chicas acomodando sus cosas. De inmediato sentí su rechazo. Me rechazarían como lo hacían todos, esquivándome, evitando el contacto visual. No me inhibí y las observé sin reparos. La más alta era una extraña criatura. Tenía la piel más blanca que un papel, los ojos rojos, inyectados en sangre, el pelo castaño caoba, y lo que parecían ser dos colmillos asomándose de su boca. Mirándolos fue cuando caí en la cuenta de que era una vampira... ¡Una vampira! Esas criaturas chupasangre ¿y tendría que dormir con ella? La segunda chica fue mucho más fácil de identificar. Pelo negro, morena, y ojos oscuros, sin el brillo de astucia de los hechiceros, ni ese dejo de misterio de las brujas, por lo que debía ser una humana. Había oído hablar de ellos, pero había visto pocos de cerca. Me pregunté qué haría una persona sin magia en una escuela mágica. –Estudia como nosotras, y el término correcto para ''vampira'' es vampiresa. Llamarnos "chupasangre" es despectivo y de mala educación. ¿O acaso te crees demasiado por ser un jinete de dragón? –dijo de mala manera la vampira, perdón, vampiresa. Se cruzó de brazos y sonrió al ver mi cara de desconcierto. Entonces recordé. ¡Qué estúpida! Los vampiros leían mentes, y yo sin proteger la mía, por lo que cerré mi mente al acceso de todos salvo para Aure, como me había enseñado. Me encerré en mi coraza mental, y de 16


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esa manera estuve segura de que ya no podría leer mis pensamientos, ni yo, de quererlo, los suyos. –Prefiero no hablar de educación con alguien que mata gente y lee mentes ajenas sin permiso – le respondí. Lo único bueno de ser rechazado es que puedes permitirte ser descortés. La vampiresa rió. –Soy Marie, no puedo decirte que lamento haber entrado en tu mente, pero puedo confesarte que hasta ahora es el único poder de vampiro que he logrado dominar. Ese, y la sed de sangre. Para tu información, solo nos alimentamos de la donación que nos ofrece la Academia. Si no la consumiéramos moriríamos, pero no quiere decir que matemos. Por lo menos yo no –me explicó de manera más afable, y luego presentó a su compañera–. Ella es Mikeyla –me volví hacia la humana y le sonreí. –Quizá después de todo no sea rechazada, Aure. –Y quizá yo estaba equivocada al pensar que esto era una mala idea. Disfrútalo. Yo iré a cazar –Aurea desconectó su mente. Nuestro lazo mental no era tan fuerte como para mantenerlo ante largas distancias. Otra de las razones por la cual quería mejorar mi magia, además de lo principal: recordar. –Hola, soy Liv –le dije a Mickeyla y me dirigí a las dos–: Me asignaron este cuarto, ¿dónde puedo dejar mis cosas? –No, te asignaron la que está del otro lado de la torre –me respondió amablemente la humana–, verás, aquí dormimos nosotras, y sólo hay dos camas. La tuya está en el otro dormitorio –dijo señalando la puerta contigua a la que se llegaba salvando algunos escalones. Me sorprendí de su manera de hablar. No tenía un dejo musical como el mío ni destilaba poder como Aure, o desafío como Marie, sólo era una simple voz y supuse que era otro indicador humano. Pensé que nos llevaríamos bien. Las dos me agradaban. Salí de su habitación y me dirigí a la próxima. Intenté abrir la puerta sin conseguirlo. –Chicas, ¿acaso debían darme una llave? –les pregunté a mis nue17


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vas amigas, pero deseé no haberlo hecho porque enseguida las dos soltaron unas ruidosas carcajadas. Pensé que se estaba burlando de mí, entonces Mikeyla contestó mi pregunta: –De nuevo no, es sólo que tu compañera de cuarto no es muy... ¿cómo decirlo? "sociable". Llegó y se encerró adentro, pero yo te ayudo –se acercó a la puerta, apoyó una mano en la cerradura y pronunció un hechizo–: ¡Aperire! –Luego explicó, con el orgullo reflejado en su rostro–: es mi segundo año aquí. –Y es lo único que ha conseguido aprender –agregó la vampiresa burlonamente. –Mira quién viene a hablar, Marie, la que tardó el mismo tiempo en aprender a resolver un simple problema de Lógica con Sonya. –No es mi culpa que la profesora no sepa enseñarme... –Dejé de oír su discusión y volví a probar suerte con la puerta. Esta vez sí se abrió y pude ver quién sería mi compañera durante el tiempo de mis estudios aquí. Tenía el pelo negro, recogido en una cola, los ojos negros también y una postura de constante alerta. Llevaba una extraña armadura, como si se adaptara a su cuerpo de modo de hacerla más cómoda. Un arco y unas flechas descansaban a sus pies. Ver aquello me llenaba de expectativas, tal vez lograra manejar otras armas además de la magia. Yo sabía luchar con espada, de hecho, tenía una, con la hoja grabada, el guante plateado y una piedra ovalada en el centro de color azul. Lo extraño en ella, era que dentro de la piedra había una pequeña escama de dragón, y aún más extraño, me la había regalado Aure, diciendo que siempre había sido mía, pero que no hiciera preguntas sobre ella. Sin embargo, nunca había conseguido aprender a tirar con arco (otra cosa que aparentemente podría aprender aquí). Sus ojos escudriñadores me examinaron de arriba a abajo.

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–¿Y vos quién sos?1* –no me gustó su tono de voz. Para nada. Además su acento me decía que no provenía de algún lugar cercano. Y esa aura que emanaba no era para nada acogedora. A lo mejor era... oscura. Decidí no concentrarme más en eso, sino de noche no podría dormir. Me apresuré a contestarle: –Podría decirte lo mismo, ¿sabes?, soy Liv –al oír mi nombre pareció tranquilizarse un poco, lo cual me puso aún más nerviosa. –Perenelle –se presentó. La ignoré y observé la habitación. La cama izquierda que se encontraba cerca de la ventana ya la había reclamado ella. Al lado había una pequeña mesita donde reposaba una vela y libros. Del otro lado había una cama y mesa idénticas, sólo que estaban desprovistas de objetos personales. Apoyé el baúl a los pies de la que sería mi nueva cama. Y entonces reparé en una cosa bastante inquietante: si no tenía apariencia humana, ni de vampiresa, ni de bruja, ni de elfa como yo. ¿Qué tipo de criatura sería?

1  * Esta forma de hablar distingue a las criaturas provenientes de Tenebris Terra, región ''oscura'' de Hyacintho. 19


2 Perenelle tro año más en la Academia Lagere. No podía O evitarse. Ni siquiera cuando sabía que a ninguno de ellos les

caía bien. Estaba yo sola con Silver. No era mi culpa estar ahí. No quería tener que pasar jornadas enteras sentada escuchando estupideces sin sentido de los profesores. Es cierto, algunas clases llamaban mi atención, pero tres años seguidos en un mismo lugar no era lo que precisamente yo llamaba ''vida perfecta''. Quería volver a ser libre. Volar con Silver, cazar, correr, vivir sola con ella en el bosque, hacer lo que yo quisiera. Pero eso había sido antes, porque, por culpa del pasado que el destino había ligado a mí, ahora estaba en ese lugar esperando. El pasado. Las estrellas, Lagere y los huevos de dragones. Todos esos hechos históricos que nos intentaban explicar a los alumnos de la Academia. Enseñando cosas que no eran fieles a la realidad. Venerando a Lagere y odiando a la estrella oscura. Pero había algo más. Algo que nadie sabía y los que lo conocían no se atrevían a hablar. Algo sobre estrellas oscuras y dragones. Un pasado que sólo esos reptiles alados, de gran sabiduría, y yo conocíamos. Y del que era mejor no decir nada. Unas voces afuera interrumpieron mis pensamientos. Alguien intentaba abrir la puerta. ¡Cierto! Al día siguiente empezaban las clases y venían más ''compañeros nuevos'' para molestarme y hacerme la 20


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vida imposible. Me había olvidado por completo. Cerraba la puerta con llave para que no molestaran. Sobre todo esa humana, Mishelle, o así creía que se llamaba la chica de la habitación de al lado. Me veía, me preguntaba un montón de cosas sin importancia, y después me rechazaba. Humanos... siempre tan estúpidos... Al final, abrieron la puerta. –Tendrías que haberle pedido a ese enano tragalibros, tan amablemente, como siempre hacés, que pusiera un hechizo más fuerte –me sugirió Silver desde el aire. Tenía razón. Ese enano, que justo se había cruzado en mi camino en el momento que lo necesitaba. Había aceptado inmediatamente después de haberlo amenazado con un cuchillo. Sonreí. Había pocos momentos de diversión en un lugar así. Me fijé en la puerta y vi a una elfa mirándome, atrás de ella la humana se daba vuelta para volver a su habitación. Supuse que ella había abierto la puerta. Insistía tanto con que había aprendido a abrir puertas cerradas mágicamente, que me daban ganas de cortarle la lengua para que no me molestara más con ese hechizo. Aún después de haber visto tantas elfas idiotas dando vueltas por el castillo, una en particular me llamó la atención. Su pelo rubio, sus ojos celestes... estaba segura de conocerla de algún lado, pero ¿de dónde la conocía? Cargaba un baúl que parecía bastante pesado. La miré pero no me acerqué a ayudarla, en cambio le pregunté: –¿Y vos quién sos? –mi voz no salió lo que se dice ''amablemente'', pero era mi tono de voz habitual, y me daba igual lo que la gente pensara. Yo odiaba a todos por igual. –Podría decirte lo mismo, ¿sabes? –me dijo con el mismo tono mordaz que yo había empleado, pero en seguida agregó–: soy Liv. Bajé la guardia. Algo muy raro en mí. Me relajé, no lo podía creer. Sí, era ella. Era ella. Al fin podría salir de ese lugar. No parecía saber que la conocía, aún así no dije nada. –Perenelle –me presenté. Dejé la flecha en la que había estado trabajando al lado de mi cama y me recosté. Observé un rato cómo 21


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acomodaba sus cosas, y me di cuenta de que yo también llamaba su atención. Seguramente no me reconocería, y yo sabía por qué. Sonreí y cerré las cortinas de mi cama sumiéndome en la oscuridad. Miré en el techo cómo algunas de las estrellas que había dibujado con una pluma mágica comenzaban a moverse... Agregué una azul en el centro susurrando ''Hyacintho stella''. La profecía apenas comenzaba...

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3 Liv el libro de la historia sobre Hyacintho y C erré magia antigua. Como era el primer día, nos lo habían dado

libre y aproveché para buscar información en la biblioteca. Sobre la mesa reposaban siete libros donde ya había buscado sin resultados. En el octavo y último, "La historia de Hyacintho", encontré una extraña profecía, titulada "Una porción de oscuridad para apagar una llama de fuego azul", que anunciaba: "Donde una vez empezó la historia, cuando dos estrellas se encontraron, todas las demás se juntaron, pero una quedó fuera, y en la oscuridad queda, juró venganza, allí fue cuando los destinos de las dos se unieron, la oscuridad para apagar la luz, la luz para brillar en la oscuridad, y al final el fuego azul lo cubrirá todo"

Busqué a la bibliotecaria para pedirle algún otro libro, pero entonces reparé que su escritorio estaba vacío. Debía haberse ido a resolver algún asunto, por lo que quizá podría consultar su registro de libros sin problemas. ¿Estaría mal revisarlo? 23


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Seguramente regresaría y yo encontraría algún otro libro inservible al cual consultar. Mi curiosidad pudo más y lo abrí. Pasé de largo títulos como: ''Pirámide alimenticia de trasgos, trolls y gigantes'', ''Un amor y unicornios salvajes'' (me tuve que contener para no vomitar cuando vi ese título ridículo), ''¿Cómo enamorar a una ninfa?'' hasta que un título destelló ante mis ojos: "Los misterios del Gran Dragón Lagere". El nombre no me resultó conocido en absoluto, lo que me atrajo fue la palabra ‘misterios’ y, sin embargo, no pude evitar preguntarme, ¿sería tan mala jinete que no sabía reconocer el nombre de un "gran dragón"? Me desilusioné al leer dónde estaba ubicado. La secretaria me había explicado lo suficiente como para entender lo que significaba "Sección de Estudiantes Nivel Magíster". Verán, los años de un estudiante no estaban divididos en "primero", "segundo", y demás grados, sino que se trataban de categorías. No todos los años avanzabas, podías estar dos años en nivel básico y tres en el siguiente nivel. Si avanzabas en tus clases y los profesores veían en ti una destreza que no había en otros, te ascendían de categoría, por lo que pasabas a tener más privilegios, respeto, poder y la posibilidad de tomar clases más difíciles. Las categorías eran: "Fatuss", la más baja (con aquella eras un simple aprendiz, como yo), "Perituss", la siguiente y "Magíster", la más prestigiada, con la que conseguías muchas más cosas, entre ellas acceder a ciertos libros que podrían tener un mal uso en manos de algún alumno Fatuss o Perituss, o simplemente porque no estaría al alcance de su entendimiento. La biblioteca estaba dividida en sectores, uno para profesores, del que sólo ellos poseían llave, otro para los Magister con los libros más avanzados y por último, uno para Fatuss y Perituss. Con todo, la secretaria seguía sin regresar y su juego de llaves estaba sobre el escritorio. ¿Me atrevería a entrar en un sector prohibido para mí, tan sólo por leer una historia del pasado? Claro que sí. Lo haría. Si me conoces bien, me comprenderás. Estoy obsesionada con 24


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el pasado. Quiero saberlo todo, no sólo el mío, sino también la historia de los jinetes de dragón. Pregúntate a ti mismo esto: ¿qué pasé que fue tan terrible como para borrar todo mi pasado? ¿Me habrán golpeado muy fuerte? ¿Me habré caído de Aure, ella se sentía culpable, y por eso no me contaba nada? ¿O fue un hechizo? Tomé las llaves. El sector Magister tenía unos estantes enormes que llegaban hasta el techo de la biblioteca, llenos de libros polvorientos y de páginas amarillas. ¿Cómo se me ocurrió que iba a encontrar el que buscaba entre todos estos ejemplares? Una voz se abrió paso a través de mi mente: –Di ''Invenire, Los misterios del Gran Dragón Lagere''. Es un hechizo que buscará el libro por ti –me aconsejó mi dragona. –Gracias Aure –contesté, y luego repetí el conjuro en un susurro. Miré cada estante que me rodeaba, ninguno se movió. –¡¡Invenire, Los misterios del Gran Dragón Lagere!! –pronuncié más alto. Entonces un libro me golpeó la cabeza y cayó al suelo. –Podrías haber avisado que no vendría volando suavemente hacia mí, Aure –le dije ofendida. –Sí, quizá hubiera sido igual o más divertido –contestó riéndose– apuesto a que habrías intentado atraparlo. Ignoré sus burlas en lugar de quejarme como hacía siempre y reparé en que el libro había caído abierto en cierta página dando a relucir un símbolo con forma de llama azul. Al ver aquel símbolo quedé paralizada. No era la primera vez que lo veía. No lo veía desde... aquel recuerdo. Mi único y primer recuerdo del pasado. Había despertado en una extraña cueva. No recordaba el modo en que había llegado allí, dónde estaba, ni quién era. Entonces, había mirado una esquina y visto a mi madre muerta, por una flecha clavada en el cuello y con el brazo derecho descubierto de manera que se veía un símbolo de una llama azul. Aunque más que un símbolo era como un tatuaje grabado en su piel. 25


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Lo extraño era que no estaba estático, sino que era como si tuviera el movimiento del fuego. Lentas, las llamas danzaban sobre su piel. El horror que sentí era imposible de describir. ¿Puedes imaginarte aparecer en una cueva sin saber cómo te llamas, y encontrar al lado a tu madre muerta? Quizá te lo imagines, pero jamás podrás experimentar lo que se siente, ni el dolor que deja tras su paso. Es un dolor abrazador, que te quema el pecho, la garganta, tienes ganas de llorar pero las lágrimas no te salen, tiemblas, tu cabeza es una hoja en blanco, no sabes qué hacer ni cómo actuar. Tu mente es la oscuridad absoluta, no hay nada reconocible. Tampoco puedo describirles lo que sentí al no reconocer a mi propia dragona, habrá algunos que piensen ¿cómo es posible no recordar una parte de ti, alguien muy querido como un dragón propio? Se los diré: lo es. Es posible. Salí de mi ensoñación al escuchar ruidos de pasos lejanos. Supuse que la bibliotecaria estaría volviendo, así que cerré el libro, lo guarde en el hueco de las estanterías más cercano y volví al sector de estudiantes que me correspondía en la mesa de la que me había apropiado. Claro, no sin antes devolver las llaves a su sitio. Lo hice con el tiempo justo, ya que cuando volví a mi mesa la bibliotecaria se sentaba en su escritorio. Como ya era tarde, apilé los libros que había sacado y se los llevé. –Gracias por su ayuda. –De nada querida. Después de todo es mi trabajo –suspiró. Parecía muy cansada y me dio pena haberle dado trabajo. Al ver mi expresión dijo–: no te preocupes, al contrario de lo que piensas, me alegra que estés aquí. Al inicio de las clases los estudiantes todavía están relajados, ya que no tienen exámenes y por ésa razón nadie pasa por aquí salvo lectores ávidos de historias como tú. Si vienes seguido puedo dejarte preparados unos cuantos libros para que leas. –Claro, gracias de nuevo –me regaló una sonrisa. Cuando me fui no nos despedimos, pues había quedado claro entre ambas que regresaría. Yo, también estaba agotada. Cansados de 26


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leer tantos libros viejos mis ojos exigían un descanso. Y, ¿qué mejor descanso que un vuelo con mi dragona?

!

Salimos a una pequeña pradera de hierbas altas y verdes por la que pocos pasaban. Era un lugar tranquilo y bello, a pesar de que la mayor parte del día era un poco frío y húmedo debido a que los primeros rayos del amanecer eran atrapados por los muros de la Academia. Sin embargo, cuando el sol se ponía, el lugar completo era iluminado por una suave y cálida luz anaranjada que se reflejaba en el rocío del pastizal y proyectaba las elaboradas sombras del bosque. Acaricié la gran barbilla de Aure descuidadamente mientras observaba el paisaje a mi alrededor. El cielo se veía tan claro y las corrientes de aire tan acogedoras. Una repentina ansiedad por volar me atacó de repente. Estaba segura de que si lograba llegar allí arriba la vista sería impresionante, y daría lo que fuera por sentir una vez más las suaves copas de los árboles rozando mis garras como si de la superficie del mar se trataran. –Qué tal si me transformo y... –le sugerí a mi dragona casi sin pensar con un tono levemente desesperado en mi voz. –¡NO! Aquí no... –me interrumpió Aure que, como siempre, se encontraba al tanto de mis pensamientos. –¿Por qué no? No entiendo qué le ves de raro... como si fueras la única dragona aquí. –No lo soy, lo sé. Pero ya te he dicho que los demás jinetes no pueden transformarse, no es común, es una técnica que tarda siglos en adquirirse y solo se consigue después de un proceso muy peligroso y agotador. Si lo descubrieran, te pedirían una explicación que no podrías darles. –Mm... Podría simplemente decirles que no sé la razón, o que es 27


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una transformación como cualquier otra. Yo no le veo nada de raro, hay hombres que se vuelven lobos, humanos que se vuelven inmortales, hay mujeres y hombres mitad pez, otros mitad ave, hay miles de criaturas así allí fuera, e incluso hay una clase aquí llamada "Transformaciones", no veo por qué transformarse en dragón debe ser raro. –Porque nadie más puede hacerlo, ya hemos tenido esta discusión mil veces, ¿por qué no la salteamos y salimos a volar como jinetes normales? –Bien, ganaste por esta vez, pero no va a ser la última discusión que tengamos –reproché, como hacía siempre. ¡Tíḥsj!2* ¿qué le veía de malo a transformarse Aure? Me trepé a su cuello, en la zona que había entre sus omóplatos. Aure sonrió (de la manera que sólo puede sonreír un dragón) y despegó creando un pequeño temblor en la tierra del bosque. Sus alas al despegar provocaron un sonido que era música para mis oídos, las mías sonaban de modo parecido (a pesar de que yo seguía siendo mucho más pequeña que Aure en forma de dragón), y al no haber sentido el viento bajo mis alas provocando ese sonido, agradecí que, al menos, podía apreciarlo en las de Aurea. Al poco rato ya estábamos lejos del terreno del castillo, sobrevolando el cielo y creyéndonos sus dueñas. Cuando volaba en Aure no era lo mismo que volar yo misma, se disfrutaba de distintas maneras. Volando como jinete podía cerrar los ojos y dejarme llevar, sentir el viento en mi rostro y extender los brazos disfrutando el impacto de las ráfagas contra ellos. Pero como dragón no podía relajarme tanto, ya que si lo hacía podía desconcentrarme y caer; además mantener esa forma por mucho tiempo era agotador. Pero aún sin haberme transformado en mi rostro humano sentía el poder que adquirías al volar y sentirte dueño del aire. –Aquí puedo transformarme, estamos lejos de la Academia.

2  *Insulto típico de los habitantes de Hyacintho. No tiene traducción posible. 28


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–No, Liv, aún así sigues siendo visible, no invisible, sigue disfrutando de la manera que lo estabas haciendo hasta hace un minuto –Aure me envió una risa mental y cantarina, para alegrarme, seguida de la imagen de mi yo humano volando montada en ella (visto a través de sus ojos, claro está). –De acuerdo. Volamos hasta el anochecer, mientras hablábamos mentalmente sobre la Academia Lagere, mis compañeras de habitación, y otras cosas. Cuando yo le nombré a Perenelle, pude sentir dentro de ella un temor que iba extendiéndose rápida e imparablemente. Incluso alcancé a percibir uno de sus pensamientos: "Ya ha comenzado". Pero luego no logré que soltara nada sobre su significado. Cerró su mente sobre mí, de manera que el vuelo de regreso fue silencioso y se podía sentir la tensión en el ambiente. Cuando me dejó en tierra, despegó sin despedirse, ni darme tiempo de decirle algo. Su silencio me había puesto inquieta y nerviosa. Entonces sólo me quedaron ganas de dormir.

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4 Liv i me hubieran preguntado cómo pensaba que S iban a ser las clases en la Academia, hubiera dicho algo sobre materias donde hacíamos pociones, magia negra, magia curativa o transformaciones. Pero resulta que nada es lo que parece ser. En la primera hora tuve alquimia. Pensé que mezclaríamos polvos y otras cosas en calderos, luego lo pondríamos en un frasco atractivo y lo usaríamos para hacer magia. Noticias de último momento: hacer eso no era alquimia, sino pociones, y esa asignatura la tendría más adelante, cuando ascendiera a Perituss, quienes además podían elegir a qué clase asistir y a cuál no. Nosotros, los principiantes Fatuss, tenemos un nivel tan básico de magia que sólo nos dan simple teoría, y a ella se la denominaba Alquimia. ¡Tiḥsj! Les juro que fue la clase más aburrida (aunque no haya tenido otras) de la historia. Taker, el trasgo, nos dijo ni bien empezamos la clase, que aquello no iba a ser como en los "cuentos de las hadas", (con lo que provocó un murmullo general, pues algunos habían visto hadas y querían contar su experiencia; otros, no habían atisbado ninguna y tenían curiosidad por ver cómo eran) y su advertencia no pudo ser más cierta. Nos hizo escribir en nuestros pergaminos durante toda la hora (debo haber gastado mínimo cinco de aquellos costosos pergaminos) 30


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sobre la importancia y consecuencias de poner ingredientes erróneos en una poción, y luego, sobre los elementos que mencionaba nuestro libro de texto, ''Pociones y sus ingredientes. Tomo I'', que hay que evitar usar. Al parecer, compartía casi todas mis clases con mis compañeras de habitación (una de las razones por las que nos habían puesto juntas) y me extrañó que Perenelle estuviera en mi mismo nivel, cuando la vi con su arco, flechas y enfundada en una armadura, pensé que me superaría en muchos aspectos. Según Mickeyla y Marie, así es. Dicen que Perenelle lleva años en la Academia, buscando quién sabe qué. Disfruta de algunas clases, como las especiales para jinetes (en ellas sí está varios niveles más altos), y corría el rumor de que le habían ofrecido el puesto de Magister, pero ella lo había rechazado, supuestamente porque estaba allí para pasar desapercibida. Corrían muchos más rumores, como que antes vivía en Tenebris Terra, la zona de nuestro Reino en donde habitaban la mayoría de los seres oscuros que existen. Demonios, vampiros (crueles, no como Marie, a pesar de que había ido allí más de una vez), hechiceros oscuros, brujas, arpías, entre otros; nadie pasaba por allí salvo que estuviera tan demente como ellos. Yo había estado por Luxes, la tierra de las criaturas traviesas y vanidosas, en Dryadalis, la tierra de los elfos (sólo me habían dejado entrar porque me parecía a ellos, pero desconfiaban de mí, por mi dudosa procedencia) y en la vieja Isla de los Dragones, que llevaba varios nombres, y en la que sólo había visto un vestigio de lo que, me imaginaba, habían sido antes. Al fin, después de una eternidad, Taker anunció que habíamos terminado y todos se precipitaron increíblemente rápido hacia la puerta. Tomé mis cosas y caminé junto con Mickeyla y Marie hasta la clase del profesor Sirah. Según me contaban era uno de los mejores profesores, pero hasta que no estuve dentro del aula no supe qué daba. Y me llevé otra desilusión. Resultó ser la clase de Historia, (sí, Historia, aunque les parezca 31


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increíble) en la que me encontré más dormida que otra cosa. El profesor recién llegaba y, mientras él acomodaba sus libros y papeles en el escritorio, yo me entretuve intentando adivinar qué era. Al final no pude deducir nada, y la clase ya empezaba así que me resigné a otra materia inservible. –Hola, soy Sirah, profesor de Historia –al escuchar su voz pensé "Tíḥsj, suena A–BU–RRI–DO". –Es un hombre lobo –me susurró Mickeyla, sentada delante mío. También me preguntaba cómo rayos hacía para saber tanto siendo humana. Perenelle se encontraba en el sitio contiguo al mío, por lo que (por lo menos este año) no sólo compartiríamos habitación si no también seríamos compañeras de banco. Estaba callada, y dibujaba. Marie se sentaba junto a Mickeyla, y prestaba más atención de la que yo no me creía capaz de poner en una clase. Sin embargo, comprendí su entusiasmo y lo sentí yo también cuando el profesor Sirah (no estoy muy segura si usaba un hechizo o qué) comenzó a relatar una historia. Su voz era fuerte y grave, relataba poniendo las pausas perfectas entre oración y oración: –Hoy les voy a relatar sobre el tratado de las provincias, o podemos decir Reinos. Nos hacemos llamar a nosotros mismos Reino, pero no somos uno sino varios. Jamás hemos explorado más allá de Cobolorum, la tierra de los trasgos, o del volcán de Lagere. Los jinetes ni siquiera cruzaron el mar, más allá de Isnúe, la Isla de los Dragones. Tampoco nadie por temor ha pasado Tenebris Terra, y todos sabemos que los elfos guardan una rígida custodia de su Reino, y no permiten tan siquiera que entremos. Así pues, nuestra tierra es limitada, nos vemos restringidos por nuestros propios miedos. Cuando Lagere llegó, nos formó. Unificó a todas las razas, que a pesar de haberles dado culturas e idiomas diferentes, siempre los instó a permanecer juntos. "Así vencerán todas las profecías", esas eran sus palabras. Pero cuando él desapareció, todas las criaturas se sublevaron, cada raza quería alzarse sobre las demás, gobernar todo 32


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como lo había hecho Lagere. Todos querían su poder. Seline, la hija del Gran Dragón, junto con sus jinetes, controlaron la situación durante un tiempo. Pero como bien saben, ninguna sociedad sobrevive sin orden, y pronto cada raza tuvo su propia idea del suyo. Efnatis, la elfa más sabia, logró controlar a su pueblo, les sembró ideas sobre cómo ellos deberían gobernar todo, convenció a los elfos para que la coronaran Reina. Así se formó Dryadalis, un reino cerrado, rico, lleno de recursos, que ni bien formó su gobierno, alzó las murallas, murallas hechas de árboles, con magia, que prohibían la entrada a cualquiera que no tuviera sangre élfica. De esta forma se formó el primer Reino. Le siguió Auguratricis, la Reina de las hechiceras, que no sólo formó un reino de hechiceros, sino que se alió con otras criaturas, que conformaron Tenebris Terra, la tierra oscura en donde no crece nada. Luminaria, la Reina hada, imitó a Auguratricis, y no sólo se alzó sobre las hadas, sino que sometió a todas las criaturas de luz. Luego sucedió lo mismo con Regina, que gobernó a los humanos como su Reina. La mayoría de las especies fueron adoptando esa manera de vivir y tenían reino y gobierno. Sólo las Quimeras y Esfinges quedaron retiradas, junto a los Trasgos, sin organización, pues su cultura es menos civilizada que la nuestra, y más tribal. Su líder es quien se gana el puesto y no quien proviene de sangre pura. Y así todas las razas fueron quedando aisladas las unas de las otras. Apartados de todos, estaban los jinetes, retirados en su isla. Habían tratado de disimular que en la confusión habían perdido a su líder, Seline, quien, como su padre, se había esfumado. Al final quedó la Academia, donde no habitaba nadie. Era una zona neutral que Lagere había creado. Junto con todas las razas habían alzado este castillo, para que cada mes un representante de cada especie (que siempre cambiaba) viniera. De manera que se juntaban 33


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y discutían sus asuntos. Más tarde las clases tomaron el lugar de las reuniones. Esto está basado en relatos, historias que hemos conseguido de viejos libros, pues nadie ha vivido tanto, ni elfos ni dragones, como para sobrevivir aún. Son sólo conjeturas, pero se enseñan de igual modo. Cortó la historia de la misma manera que cortas un papel: rápida y ruidosamente ya que ni bien acabó, todos salimos de nuestra ensoñación y comenzamos a gritar preguntas. Otra vez los estudiantes nos dividíamos en dos grupos y, esta vez, no era sobre hadas: había un grupo que ya conocía la historia pero a su modo, y le cuestionaban ciertos aspectos al relato de Sirah. El resto no la conocía y se preguntaba, entre otras cosas, ¿cómo había sido posible? Creí ser la única en quedarme callada, pero Perenelle se encontraba a mi lado dibujando impasible, como hasta antes de oír la historia. Yo no ansiaba preguntar nada como el resto de los estudiantes, sino que la historia y un nombre dentro de ella, me sonaban terriblemente familiares. Sentía un dolor de cabeza, y dentro de ella dos preguntas luchaban por ser contestadas: ¿Quién era y por qué muchos de los nombres de la historia me sonaban familiares?

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5 Perenelle l fin!” pensé, llevaba horas intentando arreglar A la flecha. Era una de mis mejores, pero la idiota de mi com-

pañera nueva de habitación había tirado su baúl encima de ella. No la había visto hasta que me clavé la punta en la mano mientras buscaba un papel que se me había caído cerca. –No te habría pasado si la hubieses ayudado a ordenar sus cosas me dijo divertida Silver. O si tuvieras tus cosas un poco más ordenadas –definitivamente le hacía gracia mi situación. –Sería mejor si te callaras –le advertí pero, por supuesto, no me hizo caso. Resignada dejé la flecha sobre mi cama y me levanté–. ¿Hora? –le pregunté. No tenía ganas de comerme el sermón de Taker cuando llegara al aula y, encima, tuviera que quedarme hasta después de hora copiando sus interminables pergaminos. ¿Es que nunca se quedaba sin voz? –Dentro de cinco minutos deberías estar ahí –me dijo Silver como advirtiéndome que me apurara, y enseguida agregó–: no, creo que los trasgos no tienen problemas de garganta –y riéndose cortó nuestra conexión mental. ''Dragones'' me dije a mí misma y tomé el bolso que estaba al pie de la mesita de luz. Bajé lentamente las escaleras. Sin ganas. Y abrí la pesada puerta de madera que protegía (mágicamente hablando) la torre de los intrusos. 35


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Un cosquilleo me recorrió el estómago y en pocos segundos el mundo se había agrandado. Me sentía ligera, silenciosa, ágil. El equilibro lo ganaba gracias a la cola negra que se balanceaba detrás de mí. Ya no había ningún humano, parada en mi lugar había una gata negra y lustrosa caminando hasta la zona de aulas del castillo. Unas manchas en el lomo y las patas indicaban que la ropa y el bolso se habían vuelto parte del pelaje de la gata. Seguía siendo yo, pero prefería estar convertida en animal antes que en humana. Era más cómodo, más seguro y más divertido. Las primeras veces muchos se sorprendían cuando, de pronto, una chica que caminaba tranquilamente por el pasillo terminaba convertida en un tigre alado, o convirtiéndose en un ratón y era bastante divertido ver cómo se quedaban boquiabiertos, pero no tardaron en acostumbrarse. Con el andar elegante del soberbio gato, me encaminé velozmente por pasillos, escaleras y algunos pasadizos ''secretos'', que la mayoría de los alumnos conocía, hasta el aula de Taker. Llegué justo un minuto antes de que el trasgo, con su enorme panza y su olor nauseabundo a pociones fallidas que lo seguía, entrara al clima enormemente aburrido del aula. Me convertí de nuevo en humana y caminé por los estrechos pasillos que las filas de bancos dejaban entre ellas. Muchos alumnos ya estaban sentados en sus lugares y ¡oh, casualidad!, a mí me había tocado sentarme junto a la nueva. Agradecí que me hubiese tocado el banco de la esquina del aula y me apoyé en la pared del rincón más oscuro del lugar. Mejor pasar desapercibida, así el profesor no me molestaría. Abrí el bolso que traía, saqué algunos pergaminos desordenados y algunas plumas de grifo (resulta que hacía poco había descubierto que eran las mejores para escribir, dejaban caer la tinta, pero era casi imposible que mancharan el pergamino o que lo rasgaran). Cerré los ojos y me dispuse a pasar el resto de la clase charlando con Silver o sumida en mis pensamientos. 36


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Creo que me desperté cuando el murmullo de los alumnos aumentó de volumen al irse Taker. Ni siquiera recordaba haberme dormido. Pero eso no importaba demasiado. Ahora venía la parte interesante. Me resultaba divertido ver la cara embobada de los alumnos cuando los encantos de un hombre lobo al hablar de Historia los confundían. Sirah. Típico hombre lobo. No era malvado para nada, pero una de las características de su raza era que cuando hablaban con su presa la encantaban con una especie de hechizo inconsciente al hablar. Algo en lo que yo no caía, beneficio de ser una criatura de la oscuridad. Pero eso no me ayudaba a pasar los exámenes sin un poco de ayuda de parte de Silver. Odiaba la materia y no la entendía. Me parecía insoportable e inútil saber qué colores de ropa llevaba puestas Lagere cuando estableció la alianza con los jinetes. ¿Para qué servía? ¿Es que les costaba tanto hacer que fueran más como novelas los libros de Historia, o abundar menos en detalles? Por eso odiaba los exámenes, donde tenías que escribir todo, y de la manera en que la había dicho el profesor. Ni siquiera podías escribir lo que realmente había sucedido, algo que yo sabía perfectamente. Nunca me podría olvidar lo que realmente había sucedido en Hyacintho en el pasado. Yo lo había vivido. No, lo había sobrevivido. Y además de eso siempre había algún hechicero para controlar que ninguno se comunicara con otro a través de la mente. Idiotas. Idiota yo, que no podía caer en los encantos de depredador de un hombre lobo y entender todo lo que decía. Me resigné a escuchar la clase. Mi pluma de grifo se movía rápidamente sobre la pila de pergaminos que tenía en el banco. Sólo un hechizo muy sencillo de los libros de algún ex–alumno del colegio me había bastado para lograr que mi pluma escribiera todo lo que yo quisiera. ''El diario del falso perfecto alumno'' rezaba en letras doradas el título sobre las tapas verde esmeralda del libro y en letra chica lo firmaba un tal Hafnio. Era una recopilación de hechizos, trucos, secretos, todo para bur37


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lar a los profesores en la Academia. Se notaba que había sido un chico inteligente. Lo había encontrado escondido en un pasadizo secreto que no se utilizaba en siglos. Desde entonces me acompañaba a donde quiera que fuese en mi bolso. Era muy útil en clase, como para dejarlo en manos de otro alumno. Mientras pensaba todo esto busqué mi cuaderno de dibujo, el tintero de tinta roja, otra pluma y, durante el relato de Sirah, comencé a dibujar el aula. Un poco de luz trémula se proyectaba en la sala subterránea (el castillo tenía un par de pisos bajo el suelo para tener más espacio, era la zona más nueva de todo el edificio, pero aún así tenía sus siglos) gracias a la araña que colgaba del techo. Tracé las siluetas de los alumnos atentos al relato del profesor, las de las sombras que proyectaban las velas en las paredes y la de Liv. El fuego azul, la vida, la luz. Mi muerte.

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6 Liv uando terminó la clase de Sirah, yo seguía Cpreguntándome lo mismo, una y otra vez.

No presté atención a la clase de Runas, cuando nos hablaban de que era el lenguaje escrito que "unificaba" a todas las razas, al igual que el Idioma Mágico (que utilizábamos para realizar nuestros hechizos), ya que todos lo conocíamos. Pero en cuanto empezó la clase Creaciones me distraje un poco charlando con Mickeyla y Marie. –Bien chicos, como ya les expliqué, tener un buen dominio en el manejo de un cuchillo es vital. Con éste podemos defendernos ante casi cualquier cosa; por ejemplo, nos perdemos en el bosque y con nuestro cuchillo podemos hacernos flechas, cortar madera para el fuego y defendernos de algún ataque. Bien lo saben las brujas que llevan todo el tiempo su athame a su lado –Ivonne, la profesora, levantó el suyo. Yo ya sabía lo que era, pues los jinetes también tenemos una especie de arma igual. Son espadas de edad legendaria, cada una con su leyenda. Eran usadas por los antiguos jinetes y las fueron pasando de generación en generación. Tener una de esas espadas significaba que lucharías por el bien de Hyacintho y morirías por Lagere. Claro que, como ahora los jinetes estamos disgregados, ya nadie jura lealtad, así que únicamente sirve como otra arma más. Además, muchas de esas se habían perdi39


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do, lo que provocó que los jinetes actuales se tuvieran que conformar con armas comunes. –Pueden comenzar su estatuilla y en la próxima clase entregarla –nos informó la tarea Ivonne. No le veía nada útil al hacer una pequeña escultura de madera, pero si había que entregarlo mejor ponía mi energía en ello. Nos habían dado una pieza de madera oscura, con forma de cuadrado, y un cuchillo sencillo. Pensé en lo que podía tallar para quedar bien. ¿Mi espada? No, la profesora lo vería muy fácil. ¿Mi rostro? De seguro saldría cualquier cosa. ¿Qué conocía mejor que la palma de mi mano?... ¡A Aure! La tallaría a ella. Comencé a trabajar haciendo una forma sencilla. Ella sentada, con la cabeza de frente, como si estuviera hablando conmigo. Cuando le daba los últimos detalles a la cabeza reparé en que Perenelle, sentada a mi lado, ni siquiera había tocado su madera. En vez de eso, estaba arreglando una flecha rota. Sin embargo, eso no era lo que había llamado mi atención, sino que, en su antebrazo, Perenelle llevaba tatuada una llama oscura, de color negro, la cual parecía moverse. Me quedé helada en cuanto mi mente lo relacionó con la llama azul... la llama que mi madre llevaba en su antebrazo el día de su muerte. –¿Qué significa? –no pude evitar preguntar. Mi voz sonó temblorosa, e insegura. Me miró un segundo, después volvió su mirada a la flecha y continuó arreglándola. Sólo me ignoró. Hasta que después de unos minutos me respondió: –Es simplemente una marca que llevo desde siempre. Lo dijo tan bruscamente que se me borraron la curiosidad y ganas de saber nada más sobre ella. –¿Es siempre así? Tan... –pregunté furiosa a mis compañeras de enfrente. –¿Tan seca? Sí, lo es. Lo único que sabemos de ella son los rumores que ya te contamos, pero no sabemos nada más. Tampoco he podi40


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do entrar en su mente, ni siquiera para saber qué es... –me interrumpió Marie, susurrando para que Perenelle no nos oyera, a pesar de que estaba segura de que había oído todo. No porque creyera que tenía oídos increíbles o algo así, aunque de ella se podría esperar cualquier cosa, sino porque uno siempre oye las conversaciones ajenas cuando tratan sobre nosotros mismos, lo cual confirmé cuando frunció el ceño. El resto de las clases no entablamos más conversación. Más tarde, cuando acabaron las materias del día, fui a la secretaría de la Academia, para averiguar dónde daban las clases para jinetes de dragón. Allí me encontré a la secretaria, una duende de cabello rojizo y unas enormes gafas. –En este momento no hay más de cinco jinetes en la Academia. Nunca hubo muchos, a decir verdad. Las clases oficiales de los jinetes de dragón todavía no van a comenzar, de hecho, no sé si este año se practicarán. Pero hay una persona que puede darte clases particulares si quieres. –¿Qué me enseñaría? –Eso debes averiguarlo tú misma. Te concertaré una cita con ella. Espérala en el campo de entrenamiento para jinetes, le diré que vaya allí. –Bien, muchas gracias. Cuando salí de allí reparé en que no sabía donde rayos estaba el campo de entrenamiento. –Yo te llevo –anunció Aure en mi cabeza. –¿Sabes dónde es? –pregunté sorprendida. –¡Siempre conoce la tierra que estás pisando! –Sí, gracias por la Sabiduría –me burlé–. Tan sólo quiero clases que nos enseñen a luchar, apenas sé levantar mi espada. –Habla por ti pequeña, te aseguro que soy capaz de romperle las dos alas al que intente darme lecciones. Me reí, una de las pocas debilidades de Aure era ser demasiado vanidosa. –Eso me lo creo, lo que no creo es que seas capaz de luchar en 41


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tierra Aure, y hablo en serio, vinimos aquí a aprender no a fanfarronear. –Creí que vinimos para que conozcas tu pasado. –También, pero no nos vendría mal aprender algo ya que estamos aquí. El "campo de entrenamiento" era enorme. Algunos sectores tenían arena en el suelo que, supuse, sería para pelear sobre ella y no lastimarse como sucedería en tierra firme. Otros tenían una serie de dianas para tirar con arco. También había una serie de aros a gran altura, los cuales supuse que servirían para que los dragones practicaran la puntería de sus llamas. En una esquina del gigante campo había una pequeña caseta en la que, al entrar, vi muchísimas armas, tantas, que servirían para una multitud de soldados. Me sorprendió saber que estuviera abierta para cualquiera, pero enseguida caí en la cuenta de que debía llevar un hechizo protector. Aure sobrevolaba el campo, alegre de que por fin pasásemos un tiempo "recreativo" juntas. Aunque lo que más la entusiasmaba era saber que, por fin, iba a pelear contra otro de su especie. Según sus exactas palabras, quería ''patear unos cuantos culos de dragón". Cuando encontré a Aure por primera vez (luego de despertar) me habló de algunas de mis cosas, no reveló todo ni pareció recordar algo mío, pero tampoco dijo nada sobre ella. Simplemente mencionó al aire que ella era mi dragona y que siempre habíamos estado conectadas. Luego me enseñó cosas simples de la magia y sobre nuestro vínculo. Pero jamás nada personal. Nunca me dijo saber más de lo que pretendía. Yo extrañamente acepté eso. No por las buenas, claro. No puedes ir por las buenas con un dragón, no después de haberlo molestado demasiado, por más que te aprecie. Cuando salí de la casona, (luego de ver las armas) para mi sorpresa vi a Perenelle parada en medio del campo con una dragona negra a su lado. Tendría el mismo tamaño que Aurea, aproximadamente, pero a diferencia de ella no tenía varios cuernos en la cabeza, sino dos, pero 42


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una hilera de espinas recorría todo su lomo hasta la punta de la cola. Algo en mi cabeza hizo conexión en cuanto vi a Aure sentada frente a mí mirando fijamente a la otra dragona y con una expresión no muy agradable en su mirada. Recordaba haberla visto antes así... pero no me sonaba de dónde. No puse fuerzas en intentar atrapar un recuerdo que ya no tenía pues sabía más que nadie que eso no serviría de nada. Claro que lo seguía intentando, pero no podía desconcentrarme ahora. –¿Puedes mover tu cuerpo, cabeza de troll? ¿No ves que no va a atacarte? Seguro vienen a la clase con nosotros –al abrir contacto mental con Aure percibí lo verdaderamente tensa que estaba. –Sé lo que hago, aquella no tiene pinta de tener una actitud amable. Suspiré y le hice saber a Aurea que discutíamos en vano: –No gastes energía. –Tienes razón, la guardaré para nuestro entrenamiento. Aurea se relajó y dejó de exhibir sus perfectos dientes blancos y afilados. No había conseguido calmarla, pero al menos había bajado sus defensas. –¿Qué hacen aquí? –le pregunté a Perenelle mientras me acercaba a ella. Ella soltó una carcajada perfectamente audible desde donde yo me encontraba. Como no tenía ningún dejo amable abandoné todas ganas de ser agradable con ella o con su dragona. –¿Sos mi alumna? ¿Qué es esto? ¿Un chiste? –ese acento de la tierra de Tenebris hizo que me estremeciera. Pero todavía no podía admitir que ella fuera un ser oscuro, aunque su aspecto y forma de ser indicaban lo contrario. –No lo sé, creí que tú me explicarías ese detalle. –Bien, ya está, a trabajar. A mí ya me conocés y ella es Silver –me apuró ignorando lo que le había dicho. Al oír su nombre sentí que Aure volvía a ponerse en actitud defensiva, como si lo reconociera. Me hubiera gustado conocerlo yo también pero, como siempre, no me sonaba nada. 43


7 Perenelle terminado de hacer un dibujo más o menos H abía pasable del aula, cuando Silver me advirtió:

–Ahora viene tu profesora preferida... –Se rió de la forma en la que sólo lo hacen los dragones, burlándose. Miré a la puerta y quise poder irme de ahí. Pero claro, cómo iba a poder aprender Creaciones si nunca estaba en la clase. La única materia con la que me llevaba mal, además de Deidades y Culturas Humanas. ¡Uf! ¿Cuántas veces más iba a tener que rendirla? Yo tenía un nivel más avanzado que cualquier Magister, pero seguía estando en el nivel básico. Todo a elección mía. Aunque, si bien podía ir a donde quisiera, hacer lo que quisiera y tenía muchos más privilegios que los Magister, tenía que seguir cursando el primer nivel de Creaciones. Todos los años, a comienzos de clases, me prometía que iba esforzarme por aprobar pero ya en la primera clase de Creaciones desistía. –Esperemos que esta vez no sea así –me animó Silver y enseguida agregó con tono burlón–: pero seguramente vas a seguir sufriendo con Ivonne un par de siglos más. Preferí no hacerle caso y prestar atención a la clase. Ella tenía razón. Si no me esforzaba por pasar el primer nivel de Creaciones nunca me iba a sacar de encima la materia y la bruja de profesora. Literalmente bruja. No me extrañaría que la hubiesen mandado a enseñar por 44


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alguna regla que hubiese infringido en su territorio. –Buenos días, alumnos –dijo con su voz aguda y chillona (típica de brujas) al entrar en la sala. –Buenos días, profesora –saludaron los alumnos. Yo me quedé tranquilamente sentada en mi lugar. Era como un trato entre criaturas de la oscuridad, ella no me molestaba al comienzo de la clase y yo tampoco lo hacía con ella. Un problema menos para las dos. Pero eso no le impedía reprobarme. La conocía bien. Odiaba dar clases. Odiaba ver a tantos chicos malcriados y asquerosos, haciendo lo que tenían ganas en el aula. Odiaba no poder trabajar en pociones, haciendo hechizos que no fueran para crear. Y yo, por supuesto, odiaba tener que trabajar en sus clases. ''Bueno alumnos, hoy vamos a hacer una escultura de madera. Sean creativos...'' Imité burlonamente el tono de la profesora en mi mente. –Bueno alumnos, hoy vamos a hacer una escultura de madera. Sean creativos... –anunció el primer trabajo del año la profesora. –Si te sabés todo lo que va a decir Ivonne y, encima, conoces los trabajos ¿por qué no aprobás? –me preguntó mi dragona harta de que me quejara todo el tiempo. –Es un problema psicológico con la materia –sonreí, porque las dos sabíamos que en realidad no hacía nada en las clases y por eso seguía en ese nivel–. Parece que la profesora también va a tener problemas de locura –Me sonreí al ver como la bruja intentaba poner orden con unos chicos que jugaban a tirarse los cubos de madera recién adquiridos. Durante el resto de la clase me pasé hablando con Silver de temas triviales como qué era más favorable en alta mar, si el arco de madera alto o el arco de cuerno chico y ese tipo de cosas; además de intentar reparar otra flecha rota lo mejor posible con todos los trucos que me sabía con el cuchillo. Si al final de la clase no obtenía el resultado que esperaba, me tendría que tragar mi orgullo y debería preguntarle a Ivonne qué podía hacer para arreglarla, pero mientras tanto podría 45


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entretenerme con este desafío. Estaríamos terminando la clase cuando Liv me preguntó: –¿Qué significa? –y miró el tatuaje de la estrella negra que llevaba en mi antebrazo izquierdo. El borde se movía como las verdaderas llamas de un fuego. –Mal momento para preguntar... –Le advirtió Silver a Liv de ''forma imaginaria'' porque ella no podía escucharla. La miré un segundo y volví la vista a mi flecha. No era mi tarea decírselo. Es más, se suponía que yo no lo tenía que saber, pero eso no importaba. Que lo descubriera sola. O que se lo dijera su dragona. Esperé unos minutos mientras seguía mi trabajo, pero vi que no se rendía así que le respondí de mala manera, como siempre hacía: –Es simplemente una marca, que llevo desde siempre –y me callé. Seguramente funcionó porque no volvió a preguntar y se puso a charlar de mí con Mikeyla y Marie. Al fin tranquilidad. Al terminar la mañana me transformé en cuervo y volé hasta el dormitorio. Estaba orgullosa conmigo misma. Había logrado dejar la flecha mejor que antes y no había tenido que pedirle ayuda a la bruja. Parecía el día perfecto, pero como dice el dicho: ''con la luz viene la oscuridad'' y yo sabía bien su verdadero significado.

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