25 minute read
El engranaje humano
from CDC
by Álvaro Gueny
Antes de que las puertas de Ernesto Pinto Lagarrigue 192 se abrieran para el público, gran parte de la familia de Maggie y sus amigas trabajaron animosamente, junto con Víctor Hugo Romo, en la puesta a punto. Y cuando el 16 de septiembre de 1982 dio paso al primer show público, con Antara -un grupo juvenil de relativa corta existencia- y al Cuarteto Collage con su formación de jazz, un casi adolescente Mauricio Kusch, hermano menor de la veinteañera dueña, se instaló en la puerta con su mejor disposición y sus ojos azules a cortar entradas y hacer realidad aquello de que el local se reserva el derecho de admisión.
Adentro, Mario y Maggie preocupados de todo; Suzy Kusch en la cocina con Lucho Cayuqueo, a quien conocían desde el Ulm y que llegó ahí recomendado por Ruth Baltra (fundadora de la escuela de teatro y danza infantil Ocarín), hermana de Mireya, diputada y diarera. Además de ser el cocinero, estaba a cargo del aseo.
Advertisement
En la mesa de sonido, Sergio Sepúlveda, también del Ulm, con conocimientos universitarios en la materia y que trabajaba con Mario en Sonus, la pequeña empresa cuyos ingresos los apuntalaron en los primeros tiempos del Café y cuya secretaria era Virginia López, que igualmente llegó con ellos a Bellavista.
Atendiendo las mesas, y ayudando en lo que hiciera falta, estaban Ximena -la otra hermana Kusch, gran colaboradora y muy querida por el público-, Pablo Villafaña, amigo de la familia, todo un personaje, y Quena Velasco, su prima, y amiga entrañable de Maggie que, como ella, había estudiado hotelería. Cuando era necesario, Suzy dejaba la cocina para apoyar en la tarea de atención. Ella y Quena fueron responsables del pan amasado para los sándwich y de las empanadas que hicieron historia en la gastronomía del local. Suzy luego se hizo cargo de los almuerzos, cuando decidieron ofrecer ese servicio, como será contado en el próximo capítulo.
Mario: Las empanadas que hacían la Suzy y la Quena eran maravillosas. Las dos hermanas llegaron juntas y cuando atendían las mesas pasaban anécdotas divertidas.
Maggie: las confundían. Y si se atrasaba un pedido, se echaban la culpa entre ellas. Era divertido.
De día, en las labores administrativas y de difusión, Víctor Hugo Romo y Virginia López.
Mario: A la Vicky la conocí en el Festival de San Bernardo, porque venía de Arica con un grupo que se llamaba Inti Wawanakapa, dirigido por el Pato Barrios. Se quiso quedar en Santiago estudiando teatro y luego se fue con nosotros al Café... Maggie: ... a la oficina con Víctor Hugo Romo. Mario: Cuando arrendamos el local se fue con nosotros. Estuvo unos meses no más con nosotros, pero siempre se sintió muy cerca.
Vicky, que trabajó en el Café durante un año antes de regresar a su casa paterna, en Arica, recuerda:
-Yo era la secretaria de Mario, estaba encargada de llevar a las radios, a los diarios la información de todo el programa semanal. Tenía que hacer los carteles, pegarlos. Más bien yo trabajaba de día en el Café. En la noche ya llegaban otras personas. De noche yo solo estuve en la inauguración. Estuve ahí como un año. Después me vine a mi cuidad, me devolví a Arica. Era cabra chica, igual echaba de menos a mis papás. Me siento muy bien de haber aportado, aunque sea con un granito de arena. Fue una experiencia inolvidable.
Parte del equipo estaba puertas afuera, como Shakespeare, Osvaldo Rojas de quien ya hablamos, responsable del logo, una imagen que trascendió el tiempo y marcó la existencia del Café del Cerro. Aunque ese fue el equipo original, no fue inamovible.
Maggie: mi mamá entró al Café al año siguiente, cuando nos casamos, a hacerse cargo de la puerta y de la oficina. Mauricio pasó a otras tareas... Mario: estuvo de barman, trabajó como productor, hicimos negocios, nos peleamos y nos reconciliamos. La Eliana llegó al año de inaugurado el Café y siempre estuvo en la administración y en la puerta. La oficina la manejaba ella. Abría y cerraba, veía los arriendos de los talleres y, al final, hacía hasta la programación. La Eliana asistía todo. Estuvo muy entregada al Café y nosotros descansábamos mucho en ella. Famosa era la vieja de la puerta, querida y odiada. Y ella tenía sus preferidos. Fue un tremendo aporte y apoyo. Maggie: Muy poquito antes de que cerráramos se fue a trabajar en la Teletón.
La notable presencia y compromiso de la familia de Maggie en las tareas diarias marcó sin duda una tónica especial en la manera de atender y gestionar el Café, que se mantuvo con los años. Como bien dice ella, aunque hacia el final quedaran pocos de los originales, la empresa seguía siendo familiar, porque “estábamos los dos; éramos la familia”.
Los hombres del Café
Tras la partida del primer sonidista, pasaron varios antes de llegar a una estabilidad, como cuenta Mario:
Fotos 1 y 2: Maggie y sus hermanos Mauricio y Ximena. Foto 3: Víctor Hugo Romo entrevistando a Nito Mestre. Archivos Navarro / Kusch y Café del Cerro.
-El segundo fue Raymundo Valdés, el Tío Ray, marido de la gran amiga de la Maggie, la Quena Velasco, que después trabajó mucho en publicidad; luego llegó José Antonio Valdés, hermano de Raymundo; no sé cuánto tiempo estuvo cada uno. Un corto tiempo trabajó Sergio Díaz Luna, que nos dejó a su hermano.
Y Carlos Díaz Luna, el histórico, fue el que más años estuvo y quien cerró el Café. Cuenta su experiencia en el capítulo Puertas adentro/Puertas afuera. Mario comenta:
-Tiene grandes recuerdos grabados, aunque muchos los borró porque entonces era difícil tener tantas cintas guardadas. En el homenaje que nos hizo la Municipalidad de Providencia fue invitado a hacer el sonido del escenario y la música ambiental. Cuando los primeros encargados de la atención se fueron a otros negocios de la pareja o a hacer sus propios proyectos, empezaron a contratar garzones. Garzones que no eran garzones.
Mario: Se iba uno y dejaba a un amigo recomendado y ese amigo traía a otro. Y ahí se creaba un nexo. La Maggie y la Eliana recibían mucha gente que iba a buscar pega, estudiantes principalmente, y aprendían ahí. Uno de ellos fue el actor Marcelo Alonso... Maggie: ... pero era muy desagradable [se ríen]. En el bar, los mismos garzones hacían las piscolas, después de que se fue Víctor Donoso, nuestro primer barman, o bartender como se dice ahora, que sabía mucho e hizo tragos especiales y se fue al año. No tuvimos más barman porque nos dimos cuenta de que lo más vendido era piscolas, cerveza, shop, shop, shop, cerveza, vino navegado y algunos más
cuicos tomaban whisky. De comer, las empanadas y un par de sándwich. Primero teníamos una carta de tragos, platos y sándwich tremenda, bien gourmet porque yo, que estaba recién saliendo de la escuela, quise hacer algo especial; pero no funcionaba... En esa época ni siquiera había ron. Era muy limitado.
Otro de los históricos fue Víctor Hugo Romo. Riéndose, Mario dice:
-Iba y volvía cada cierto tiempo. Hacía labores de producción y terminó siendo el director de La Punta del Cerro. El la hacía completa: las entrevistas, los cuentos, recopilaba cosas.
A la cocina después llegó José Paulino, que hacía “unos canapés maravillosos. Lo recomendó Rafael Fernández, un amigo que estudió en la escuela hotelera”, acota Maggie. Eterno también fue Carlos Valenzuela, que todavía estaba en la secundaria cuando lo contrataron:
Mario: Llegó de uniforme. Llegó como junior, a cargo del aseo cuando el Lucho Cayuqueo ya no estaba. Estuvo hasta que cerró el Café y se fue con nosotros a Varadero. Maggie: Muy puesto las pilas con nosotros y con otros locales que fuimos abriendo en el barrio.
Otras historias
Mientras Mario y Maggie estaban en Bolivia, el terremoto del 85 remeció a Chile. Mónica Gómez y Eliana pararon el Café en pocos días. Mónica y Maggie se habían conocido cuando cursaban educación básica y a lo largo de la vida siempre estuvieron en contacto, pese a que ella se fue a estudiar Pedagogía en Historia a la Universidad de Antofagasta. Mónica recuerda:
-Incluso estando lejos recibí la invitación cuando los dos se unieron en una vida juntos y ya había nacido el Café. Regresé el año 84 y ahí la Maggie me sugirió la posibilidad de trabajar de garzona los fines de semana, actividad que jamás había realizado. Después, ya garzoneaba de lunes a sábado hasta el año 88 o 89, no recuerdo exactamente. Las cosas se fueron dando, cada vez se hacía más fácil y entretenido, y me encantaba estar en el centro de la música alternativa, esa sensación de conocer a todo un nuevo movimiento musical que se estaba gestando casi en la clandestinidad. El trabajo era más que una manera muy entretenida de ganar un dinero extra: era un instante mágico, estar junto a Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, la misma Isabel Parra. Viví tantos momentos hermosos con la familia de Maggie, que les agradezco siempre haber sido parte del Café y de su mística. Hasta hoy me acuerdo de los gratos y hermosos momentos que viví allí.
Mónica participó intensamente en el Café, por muchos años. Y otro colaborador se había integrado al equipo de la limpieza.
Mario: No me acuerdo del apellido del Chico Hugo... Era muy chico y usaba el pelo muy largo,
parecía un gnomo. Fue padre de mellizos y por ello merecedor de una guaguatón donde tocó el Santiago del Nuevo Extremo, y todos los amigos, un domingo, para juntarle lucas. Maggie: También se trasladó Patricia Solís, prima mía. Vivía en Valdivia y dejó la docencia por trabajar con nosotros mucho tiempo. Hasta quedarse a cargo de Varadero.
Aunque Patricia recuerda más otros locales de los Navarro/Kusch en los que estuvo, sobre todo Varadero, algo dice del Café:
-Cuando empecé a ir, era como la Carmela que va a la ciudad. Había mucha gente famosa, conocida, de la televisión, que uno en Valdivia los veía como inalcanzables y de repente me encontré con que eran personas comunes y corrientes, igual que uno. Iba por ver a los artistas, aunque no eran de mi estilo. Yo los desconocía, salvo a Schwenke y Nilo, que los conocía acá en Valdivia, pero no eran mis artistas favoritos en ese tiempo. Comencé a ir todos los días en la noche, porque estaba trabajando en un colegio. Finalmente, mi prima me dijo ‘por qué no vienes más seguido...’.
Y se quedó.
Más tarde se integró al equipo Mario López, fotógrafo y diseñador. Cuenta:
-Un amigo que se llamaba Iván Pojomowsky, me conocía desde la Escuela de Teatro de Nelson Brodt. Yo trabajaba en el Fortín Mapocho y él me ubicó y me ofreció trabajo como diseñador gráfico y fotógrafo del Café del Cerro. Así llegué y estuve un año. Todo el año 84, si mal no recuerdo. Me fui porque me ofrecieron otro trabajo, en Codeff. Tenía mi rincón y un laboratorio fotográfico que había habilitado Mario Navarro y que estaba bastante bien equipado, en realidad. Hacerle fotos a muchos de los artistas que pasaron por el Café era bonito, porque generalmente eran buenos modelos, sabían pararse frente a la cámara. Además, no eran personas orgullosas, sino súper sencillas. Incluso aunque fueran muy famosos, como Eduardo Gatti, por ejemplo. A veces salíamos a recorrer el barrio buscando lugares donde tomar las fotos. Y ningún problema, era muy entretenida esa parte. Trabajábamos mucho con Víctor Hugo y era entretenido, porque era muy creativo, motivante. El generaba conceptos para cada mes y esos conceptos yo debía transformarlos en imágenes.
En febrero de 1990, la revista La Punta del Cerro describió a parte del staff, en un artículo titulado Los mil rostros del Café del Cerro, “el único cabaret de Chile donde no se ven minas piluchas. Detrás de toda obra hay grandes personas... aunque ninguno de los que aquí laboran pasa del metro ochenta”. La mención al hecho de ser cabaret no era broma: dada la legislación vigente, solo esa patente permitía tener números artísticos en vivo. El artículo seguía, medio en broma, pero diciendo verdades:
“Desgranando el choclo: Lucho, maestro de sándwich rápidos y artesano en cuero para más
señas; frente a la caja registradora, Rino, diseñador gráfico y eximio falsificador de billetes; ordenando y limpiando todo, los incansables Carlos y Juan; tras la mesa de sonido, Carlos Díaz, ex habitante de la Luna; Alfredo es el hombre del bar; atendiendo las mesas y sacando pesados para afuera, el cuarteto de Andrés, Cristián, Mauricio Quinteros y Francisco (que además es escritor y colaborador de esta revista); supervisa y controla los almuerzos, Suzy (tan bella como la heroína de nuestra infancia); en la cocina diurna, Jovita, especialista en pastas italianas; finalmente, la identidad del nochero quedará tan oscura como la noche, ya que nos exigió quedar en el anonimato.
“Pero todo esto no sería nada sin el aporte inconfundible de la Señora Eliana, la que se va de las últimas y llega de las primeras (nadie sabe cuándo descansa). Cerrando esta galería de estrellas, no podemos dejar de mencionar al asistente de producción Iván Pojomovski, único agente de la KGB acreditado en Chile, y por supuesto el binomio Kusch y Navarro (ella y él) en la toma de las decisiones y destacados gimnastas bancarios de cada fin de mes. El fotógrafo y redactor de este pasquín quedan afuera por creerse la muerte, cuando no son más que un pedazo de vida”.
Gran amigo, fiel persona
Y aunque La Punta del Cerro solo lo describía parcamente como encargado de “la mantención técnica del local..., tramoyista de profesión y rancagüino”, capítulo aparte merece la relación con Víctor Parra Muñoz, que empieza a contar Mario:
-Lo conocí cuando llegó con Roxanna Zapata a la oficina del Café, representando a la Juventud del Carmen, un grupo juvenil que trabajaba vinculado a la parroquia del Carmen de Rancagua. Querían hacer un recital para recaudar fondos y buscaban contratar a Eduardo Gatti. Enganchamos bien, cumplieron todas las condiciones; hicieron un muy buen trabajo y fueron excelentes con Eduardo. A partir de eso, empezamos a trabajar juntos todas las giras que hacía con Santiago del Nuevo Extremo, Sol y Medianoche... con los que fueran. Ellos se encargaban de la producción en Rancagua y algunas en San Fernando y en el Sindicato de Sewel.
Así, la amistad se fue consolidando. Después de un recital de Eduardo Gatti en el Teatro Providencia, venía una gira por diez ciudades, para la que contrataron un gran camión donde iban los equipos técnicos de sonido e iluminación y parte de la escenografía.
Mario: Víctor me insistió mucho que quería ir en esa gira y lo pasamos a buscar a Rancagua, a la carretera, con el camión. Por eso yo le echaba la talla y le decía: ‘te subiste al camión y nunca más te bajaste’. Llegamos hasta Ancud y la verdad es que fue tremenda ayuda, porque esas giras las hacíamos a pulso: lo hacíamos todo, desde armar el escenario hasta cortar las entradas. A la vuelta se instaló en el Café, viviendo ahí y siendo hombre orquesta en
el local mismo y con su equipo en las giras y en las concentraciones para el SI y el NO. Maggie: Siempre fue un tremendo apoyo. Mario: Había estudiado en una escuela industrial y sabía todo: gasfitería, carpintería, instalar cerámicos. Se armó una tremenda sociedad. El seguía yendo los fines de semana a Rancagua y se casó con Magaly Zamorano. Nosotros con Marjorie y Max Berrú [Inti Illimani] fuimos a su matrimonio, donde incluso Max cantó. Nacieron sus hijos, Víctor Manuel y Camila.
La relación se mantuvo después de cerrado el Café y abierto Varadero. Tras el fin del proyecto, Mario y Maggie se instalan en Pirque. Llegó la primera hija, Martina, y Víctor se fue a vivir con ellos, manteniendo el vínculo con su familia los fines de semana.
Mario: Hicimos un invernadero, hicimos la cuna y el corral para Martina. Hicimos muchas cosas. Cuando decidimos irnos a Punta Arenas, él nos ayudó al cambio. Nos dejó instalados y se vino al norte. Siempre seguimos en contacto, viendo el crecimiento de nuestros hijos. Entró a trabajar a la mina La Disputada de Las Condes, donde fue dirigente sindical, tras lo cual fue despedido. Cuando falleció Eliana fue el primero en llegar a la iglesia, con Magaly y Camila. Me contó que estaba cesante hacía bastante tiempo y que tenía problemas de salud. Maggie: Lo conversamos con Mario y como necesitábamos en Punta Arenas una persona de confianza para hacer trabajos puntuales y le ofrecimos irse con nosotros. Mario: Hizo lo que tenía que hacer y se quedó en Punta Arenas, colaborando en nuestros locales. En La Perla del Estrecho fue el hombre orquesta, prácticamente la construyó. Hay un bote con su nombre en La Perla, con el rango de contramaestre. Pero se empezó a enfermar y se vino con su familia.
Fue un cáncer muy rápido y, como manifestación de cariño y colaboración económica, Mario convocó a una serie de artistas para realizar un acto solidario en el Teatro Municipal de Rancagua.
-Fue un tremendo exitazo -recuerda Mario-. Llamé a varios amigos artistas que, a la voz de Víctor Parra estuvieron cuadradísimos. Desde Claudio Narea, Cecilia Echenique, Gatti, Max Berrú, Ricardo Meruane... fue un lindo espectáculo. Le entregamos un reconocimiento a nombre del Café del Cerro y otro a nombre de la Juventud del Carmen... Fue un golpe grande su partida. Gran amigo y colaborador. Mantenemos la relación con su viuda y sus hijos.
La inefable Señora Eliana
De todas las almas, todos cuerpos y todas las energías que se desplegaron para mover los engranajes del Café, sin duda la más adulta, la que despertaba más pasiones y la que estaba de la mañana a la noche sin pausa, era la mamá de Maggie, la mítica Señora Eliana. Más mítica aún después de su fallecimiento, el 6 de febrero de 2013.
Maggie y su madre, la Señora Eliana; Víctor Parra, Martina Navarro y Antonella (Fotos Archivo Navarro/Kusch).
Valdiviana, como muchas mujeres de la época dejó el colegio para ayudar en el negocio familiar, un establecimiento de ramos generales o, como se decía en el norte, una pulpería. A los 20 se casó y luego empezaron las mudanzas. Primero a Antofagasta, donde estuvieron cuatro años y luego a Santiago, adonde llegaron en 1968. Tuvo cuatro hijos, tres mujeres y un varón. La ruptura con la tradición vino a los 15 años de casada: se separó, se quedó sola con su parvada, dejó el trabajo de dueña de casa y salió al mundo laboral. Primero en una peluquería, donde vendía la ropa que compraba en Mendoza, y después a cargo de una tienda en Providencia. Luego, en el Café, por casi una década. Mario y Maggie necesitaban a alguien de confianza para el trabajo administrativo y que se impusiera en la puerta. Durante ese tiempo, se dio maña para terminar su educación media y recibió la licencia secundaria, con el empuje de algunos músicos que la ayudaban con las tareas. Cerca del cierre del local, partió a la Teletón a tareas de producción con Ximena Casarejos y en la recepción del teatro.
Maggie: En esto de querer hacer las cosas bien, mi mamá fue un apoyo increíble. Mario: No solamente se hizo cargo de la puerta; era secretaria; programaba, me presentaba la programación y yo le decía, ‘mira, vino tal persona y quiere tocar’. Maggie: Ella tenía ese encanto; la gente dentro del local, la gente de los talleres, la quería mucho. En la puerta era otra cosa. Mario: A ella la querían y la mal querían, pero en la puerta principalmente; porque estaba cuidando el negocio, también. Porque llegaba cada uno...
Sus características poco convencionales quedan claras en esta anécdota que cuenta Mario:
-Todos los sábados, dado que el domingo cerrábamos, la Eliana partía con su séquito, porque tenía un séquito entre todos los que trabajaban ahí: los garzones, la Patty, la Mónica. Se iban al Prosit en Plaza Italia. Las garzonas los esperaban y les tenían reservado su lugar en el segundo piso. Llegaban como a las dos de la mañana y se quedaban quizá hasta qué horas jugando cartas y comiendo. Eran regalones de las garzonas. Alguna vez fuimos nosotros, pero no jugábamos. Nosotros íbamos a Il Suceso, a las pizzas, a tomarnos una piscola que era puro pisco más un poquito de Coca Cola.
Quena Velasco la conocía doblemente, como parte del staff del Café, pero también por ser la mejor amiga de Maggie.
-Era un ícono del Café. Tenía su carácter, su fuerza, su cuento. Nos llevábamos bien en general.
Concuerda José Segovia, el Patara:
-En el día, cuando empezaron a hacer comida, inventamos cosas y con la Tía Eliana nunca hubo un drama. Era un muy buen trato.
Otro de los habitantes de los talleres, el diseñador Claudio González, da cuenta de la preocupación de ella por los artistas menos concurridos. -Cuando había poco público en algunos espectáculos que no eran muy populares; pero que eran excelentes, como recitales de poesía u otros que no tenían mucha publicidad, y llegaban como tres personas, no más, la Señora Eliana subía y nos decía ‘¿por qué no van a hacer de público un rato para que el chico que está leyendo la poesía no se sienta tan solo?’. Y participábamos. A veces también nos quedábamos a los espectáculos, obviamente pidiéndole permiso.
Eugenio Llona, poeta y por entonces representante de Inti Illimani, estaba de día en la oficina que arrendaban en el Café y en la noche viendo a los artistas.
-La Señora Eliana fue uno de los pilares. Era de una extraordinaria simpatía y de una extraordinaria generosidad. Pero también poseía una gran memoria, te dejaba entrar dos o tres días gratis, pero al cuarto se acordaba perfectamente de cuánto le debías. En el Café se pagaban 500 pesos para entrar y ella era un filtro notable en la puerta, porque nos conocía a todos y si no nos conocía, conocía al papá, a los tíos, al abuelito. Y era muy barrera, cambiaba a sus amores con frecuencia y tenía cachados a todos los agentes.
Sobre su generosidad, también da cuenta Luis Pippo Guzmán:
-La Señora Eliana era fregada, pero era muy buena. Trasladaba gente, llevó a Los Prisioneros a hacer un recital en Viña, manejando ella la camioneta y con todos sus equipos.
La anécdota la completa Mario:
-Al regreso, en Curacaví y por rutina la pararon los carabineros. Ella estaba mostrando los documentos cuando se dio cuenta de que uno de los pacos estaba cantando Quién mató a Marilyn. Entonces le hizo una seña y le mostró a quienes llevaba.
También le tiene cariño Raúl Aliaga, baterista de diversas formaciones, incluidas Trifusión y Congreso:
-Interrelacionábamos con todos los integrantes del Café. Entre ellos, con la gran Tía Eliana. A nadie le podía pasar inadvertida, ya que si uno se le cruzaba era de temer. Felizmente, yo le caía muy bien y eso me dio ventajas en el afecto y permanente atención.
Entre los que la recuerdan mal está Mario López:
-Lo que no era muy simpático era el trato con la suegra de Mario. Era complicada la señora. Una vez ella estaba súper enojada, porque hubo algo así como un evento social en el Café y llegó la prensa de sociales a tomar fotos de la gente que estaba. Y publicaron una foto que me tomaron a mí y ella estaba súper enojada de que yo hubiera salido en El Mercurio.
En el otro lado, estaban Felipe Camiroaga, que “la amaba y se quedaba conversando con ella en la puerta, sin entrar al espectáculo”, como cuenta Mario; Rudy Wiedmaier, quien la califica como “un amor”, quien escribe este libro que tiene los mejores recuerdos de ella, y Jaime Atenas, de Ensamble y Congreso, que dice:
-Ufffff, hay muchas cosas. Recuerdo con mucho cariño a la Señora Eliana, que era implacable en la puerta con el tema de las entradas y nuestros invitados. Pero las veces que tocamos con Ensamble todo fue muy normal... jajaja.
A propósito de invitados, hay una historia que cuenta Mario, que la retrata muy bien:
-Los artistas dejaban una lista en la puerta con sus invitados que daban su nombre y Eliana lo buscaba en la lista. En una oportunidad, Cecilia Echenique dejó a Sebastián Piñera, su pariente, como invitado. Él llegó y era ya La Locomotora, un hombre público, todos lo conocíamos. Llega y dice ‘estoy invitado por Cecilia’. Y la Eliana le dice: ‘¿su nombre?’. ‘Sebastián Piñera’. Y ella empieza en la lista a buscarlo. Y revisaba la lista de arriba abajo... Lo tuvo parado en la puerta su buen rato, mientras revisaba si estaba en la lista... sabiendo que estaba y sabiendo quién era. Se dio ese lujo.
Otros se creían invitados... sin serlo, como cuenta Hiranio Chávez, director de Chamal.
-Los Chamales bajábamos apenas terminaban los ensayos y pretendíamos entrar al Café a las funciones. Y ahí estaba la mamá de la Maggie en la puerta. Muy jodida, muy jodida. Muchas veces me reclamó que los Chamales se metían y no pagaban la entrada.
Sin embargo, había algunos a los que sí les daba la pasada y a otros definitivamente no. Fue una interesante experiencia que tuvieron los Chamales que querían ver todos los espectáculos y que creían, algunos, que eran dueños del espacio también.
Otros talleristas, como la grabadora Verónica Rojas Ledermann, solo tienen expresiones de cariño para ella.
-Para mí fue siempre la Señora Eliana. Una mujer a la que admiro. Trabajadora, absolutamente comprometida y de mucho carácter. No era posible ocupar ese lugar de ir dando el pase a los que esperaban entrar a ver a algún artista, tomarse un trago o pasar un rato ameno, sin tener su intuición y calidez, compatibilizada con el carácter radical en el momento en que ella estimaba que X persona no iba a ingresar. Creo que con su figura, siempre muy bien arreglada, siempre con su pelo canoso peinado... ella abría la puerta y el corazón a todos nosotros. Era el alma mater de esa casa. Maggie lo era, trabajando con Mario; pero muchas veces yo no los veía. La Señora Eliana, en cambio, era la cara visible y podía interlocutar con todos los músicos, con los que entraban, con los que salían, con los horarios, con la calendarización. Era estratégica su figura ahí. Yo guardo los mejores recuerdos de ella que fue conmigo siempre muy acogedora, muy maternal.
Iván Valenzuela empezó yendo como público, siguió como estudiante de Periodismo en práctica y cerró el Café como crítico de música de El Mercurio. -Cuando empecé a hacer la práctica ya escribía sobre el Café y me gané la entrada, porque la mamá de la Maggie ya me conocía y me dejaba pasar. Entonces, ahí me pude comprar una bebida en el bar. Cuando ya estuve al lado de sus favoritos, me sentía un privilegiado. Lo pasé muy bien con ella, era divertida, simpática, al contrario de lo que la gente pensaba. Un día fui a ver a Mauricio Redolés, que me encantaba por su sentido del humor. Y el idiota empieza a leer un poema, que no me acuerdo cómo se llama, pero que empieza así: ‘Señora, déjeme entrar a ver Congreso...’. Mauricio lo debe tener. Nunca lo grabó, pero yo lo vi recitándolo más de una vez. Lo más extraordinario era que lo recitara en el Café del Cerro. Nunca la nombraba, pero todos entendíamos que estaba hablando de la mamá de la Maggie. Y es un poema bien grosero, porque termina diciendo... porque la señora no lo deja entrar, así es que se va enojando... ‘señora, usted que ha sido innumerables veces penetrada, para no decirle vieja re-culiada’. Porque la mamá de la Maggie controlaba. No sé cómo lo hacía, pero siempre había uno que estaba medio curado o medio volado y ella no lo dejaba entrar.
La versión de Redolés desmiente absolutamente a Valenzuela, aunque le concede la interpretación como válida.
-Ese poema, que perdí en un cambio de casa, lo leí una vez en el Café del Cerro, sin mayor explicación, como debe leerse la poesía. Y como en la puerta del Café estaba la Señora Eliana, mucha gente lo interpretó como que estaba dedicado a ella, pero no era así.
La historia que da origen al texto es la siguiente, en palabras de Mauricio:
-Recién llegado a Chile iba a cuanto recital de música había. Así llegué una vez al Gimnasio Lautaro, en la calle Euclides, en el paradero 2 de Gran Avenida. Allí los reyes de la noche eran el grupo Tumulto y tocaban muchos grupos de rock como Expreso de Piedra, Poozintunga y creo que también tocó alguna vez Sol de Medianoche, que después cambió su nombre a Sol y Medianoche. El público era generalmente masculino, con una gran escena alcohólica y marihuanera. Adentro se vendía cerveza, ron, pisco y todo el mundo fumaba pitos. Un día llegué, el recital ya había comenzado, y controlando la entrada había una señora de unos 60 años. Era raro porque la escena era mayoritariamente varonil. Me di cuenta de que había un grupo de cabros que le pedía que dejara entrar gratis a un amigo que no tenía entrada. Al principio eran muy caballerosos, pero en la medida en que ella se negaba, empezaron a subir el tono y pasaron de ‘por favor, señora’ a ‘ya, poh, vieja hueona’ y después a ‘vieja re culiá’.
Mario y Maggie coinciden en que Mauricio no era santo de la devoción de Eliana y que, seguramente, el poema lo afianzó en su lista negra. Ella, además de velar por la puerta en la noche, de día era capaz de tener un ojo puesto en todo, en pro del éxito del Café. Así lo evidencia este relato de Víctor Hugo Romo:
-Uno de mis hábitos para escribir La Punta del Cerro era que en la mañana me hacía varios cafés. Y alguno de ellos lo acompañaba con cigarrillos. Como trabajaba en una galería interna, fumaba en el patio. Salía con mi taza de café y mi cigarrillo a fumar y lo hacía caminando. Era mi café peripatético: pensaba mientras caminaba. Llegaba a ciertas conclusiones y, rápidamente, me iba para adentro y superaba el punto aparte donde había quedado. Entonces, alguna vez la Señora Eliana, nuestra gran Eliana, le dijo a Mario ‘¿cómo puedes pagarle a este tipo que se pasa la mañana tomando café y fumando cigarrillos en el patio?’. Y Mario le respondió, ‘pero Eliana, tranquila, esa es la manera que tienen los artistas de funcionar. Ellos no son una máquina a petróleo, son una máquina a café y cigarrillos’. Eso habla de la mirada de Mario.
Y de la lealtad de Eliana.