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Intuición, más que nada, intuición
from CDC
by Álvaro Gueny
El calendario está vacío. De lunes a sábado. Cada casillero espera su programación, porque la idea es -siempre fue- solo descansar los domingos. A menos que... haya una jornada solidaria.
Estas fueron las primeras decisiones: abrir todos los días y seguir la lógica del Ulm: una fecha fija para cada cosa. Aunque la experiencia no había sido totalmente exitosa en materia de público, les permitía moverse dentro de una estructura que ya manejaban y con una agenda de artistas probados. El Ulm no se llenaba todos los días; pero viernes y sábados, sí. Los primeros dos años pasó lo mismo en el Café, salvo grandes excepciones. Desde el inicio el fin de semana había un público cautivo, mucho del cual era habitué en el local de la Alameda. Como dijimos, persistieron en abrir sin parar. Salvo para los 11 de septiembre o durante las jornadas de protesta nacional. Por muchos años no hubo vacaciones, a excepción de los días asociados a las fiestas de fin de año, cuando el público escaseaba.
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Lunes, martes y miércoles eran muy lentos; al principio, no llegaba nadie. Tomaron una nueva decisión: programar los tres primeros días de la semana con entrada libre. Fue una estrategia de largo aliento que dio espacio a artistas poco conocidos que actuaban a la gorra.
Habiendo consolidado en el Kaffé Ulm una programación que consideraba un tipo de espectáculo fijo para cada día, de lunes a sábado, siguieron con esa tónica en el Café del Cerro y, aunque el despegue fue lento, la fórmula funcionó.
Mario: Los primeros tiempos, los martes nos penaban las ánimas y empezamos a traer a Manolo y Felipe los lunes, a veces, otras los martes. Les dábamos un porcentaje de las ventas y ellos pasaban el sombrero, una cosa así. Y de repente veíamos los martes repletos con cabrería del barrio que tomaban una bebida entre cinco... Económicamente era un desastre. Maggie: ... los miércoles venía el Pippo y hacía su personaje infantil, sus canciones, hacía teatro y humor.
Así recuerda el multifacético Luis Pippo Guzmán su llegada al Café:
-Empecé a canturrear al almuerzo y a hacer shows infantiles en restaurantes, para ese personaje que yo traía. De repente, aparecieron unos amigos que tenían el restaurante El Jardín, en Ñuñoa, y me contrataron. No sé cómo llegó la Marjorie con el Mario a ver este show. Y a ella le gustó lo que yo hacía, a ella particularmente. Y un día la Marjorie me llama para hacer los domingos en el Café. Cosa que no hice. Y empecé a hablar con Mario, porque ellos solamente tenían programación los jueves, viernes y sábados y me dice: ‘quiero abrir los miércoles, ¿te parece? Pero vai a pasar el sombrero’. ‘Bueno’, le dije. Y empecé a hacer mis espectáculos. De ahí pasé al trasnoche de los días sábado. Me fui como agrandando en el Café. El martes se hacía otra cosa de humor, y los lunes, los Lunes Lunáticos. Todo eso se fue armando, hasta que se completó la semana en el Café. Y era entretenido. Maggie: Y fue llegando gente nueva, que programábamos los jueves, que es el día en que empieza a moverse todo. Mario: Había mucha gente que quería cantar y les decíamos ‘nosotros ponemos el Café los jueves, pero vende tú entradas por fuera’. Les dábamos 100 entradas para que las vendieran por fuera y los contactos con las redes de prensa, los acompañábamos... Y se llevaban entradas y las vendían... Maggie: ... el 70% de la recaudación era para ellos. Mario: Claro, vendían entre sus familiares, amigos, alumnos, si eran profesores. Teníamos entre ellos al Tito Sarria, que era dentista, pero le gustaba cantar y que llenaba. Claro que había artistas que venían y no pasaba nada... Fuimos inventando, probando. Maggie: Mucho después lo hacía así el De Kiruza... Mario: ... el papá compraba entradas y las regalaba para tener al Pedro [Foncea] con harta gente. Y, bueno, fuimos inventando todo lo que había que inventar. Los lunes el Encuentro de Cantautores, y llenamos, o estirábamos un ciclo. Por ejemplo, si iba Gatti hacíamos viernes, sábado y lunes, con lunes más popular. El último tiempo, la verdad es que nos costaba programar, no había tanto artista.
La curatoría
No hubo una política curatorial expresa en el Café. Aseguran que la selección era “espontánea” y que les resultaba “difícil de decirle que no a alguien”. La propia cartelera permite comprobar la afirmación: muchos nombres no resultan conocidos y solo aparecen una vez o dos en la programación.
Afirma Mario:
-Cuidábamos mucho el viernes y el sábado, no se lo dábamos a cualquiera. Los artistas que tenían éxito siempre tenían las puertas abiertas y estaban una vez al mes o los repetíamos con mayor continuidad. Pero a otros, los probábamos. Y había mucho, pero muchísimo, de gusto personal.
Ese gusto personal revela una tremenda intuición, una capacidad de captar lo que era, lo que se venía, lo que podría traer el futuro. Baste pensar en la importancia para la música popular chilena de Eduardo Gatti y en que fue el artista que más presentaciones estelares tuvo en el Café, desde su inauguración a su cierre.
El balance entre lo clásico y la novedad -incluso la, en apariencia, más intrascendente- también se deja ver. Al lado de grupos que han quedado en el olvido, está el esfuerzo que, con el propio artista, tuvo que desplegar Mario para tener a Gastón Guzmán, Quelentaro, uno de los más importantes músicos del canto popular de los años 60.
-Se negaba. Fue una persecución, porque yo quería que estuviera en el Café. Me comí unas parrilladas en Franklin con él y todo para convencerlo. Al viejo le costó, pero terminamos muy amigos. Estuvo en Punta Arenas, en nuestra casa... un tremendo cariño por el viejo. Y con Eduardo, su hermano, también.
Siguiendo esas tincadas, mucho antes de que La Negra Ester fuera el éxito en que se convirtió, el Tío Roberto Parra fue un invitado muy especial del local. Actuó en la inauguración, en el matrimonio de Maggie y Mario, en las constantes fondas dieciocheras y también fue parte de la programación cotidiana. Gusto personal, dice Mario:
-En ese momento no existía el boom que hubo después con el Tío Roberto; pero lo queríamos tener nosotros. No era un éxito de público. Para las fondas del 18, era un clásico. Las fondas las animaba el Pippo y muchos años estuvo el Arak Pacha y el famoso arpista Hugo Lagos y Guillermo Basterrechea. Hacíamos una junta de cuatro o cinco artistas y teníamos una semana del 18. Y así, más o menos, fuimos programando, nos fuimos adaptando, dándole cabida a la gente nueva...
Y si alguien se quedó en el tintero, ese fue Lucho Barrios, el famoso cantante peruano. Aún lo lamenta Mario.
-Nunca cuadramos con el representante, no me creyó o no le interesó. Siempre me decía ‘está fuera, cuando venga a Chile, cuando venga a Chile’; pero nunca lo logramos.
La programación general del Café muestra varias constantes, que no necesariamente respondían a decisiones pensadas, sino a esa afilada cachativa que permitió otros equilibrios exitosos: la presencia simultánea de artistas conocidos, y con fama en el espectro alternativo, junto a nombres que han permanecido en las sombras; la combinación de formas musicales, siendo las predominantes el jazz
y el Canto Nuevo; la apertura a artistas extranjeros y a grupos de regiones distintas a la Metropolitana; la también constante programación de humor crítico, formas de teatro musical y otras con grandes figuras de la escena nacional, como Orietta Escámez, Jorge Guerra, Humberto Duvauchelle, Franklin Caicedo o Mario Lorca; la acertada inclusión de solistas y bandas en sus primeras etapas, quienes luego harían historia, y la apuesta por determinadas figuras o categorías, con resultados contrapuestos.
En lo inmediato, esa suma de criterios permanentes implicó una oferta variada y cuidada, que el público apreció. En el largo plazo, esas características permitieron al Café entrar en la historia del espectáculo nacional como un espacio persistente y cuidado, en todo sentido, de difusión de la música chilena de calidad y fuera del circuito comercial, durante prácticamente una década. Como en los 50 y 60 lo fueron los auditorios de las radios o salas como el Goyescas. O, al comienzo de los 70, la Peña de los Parra y la Carpa de la Reina, de Violeta. La mayor diferencia con todas las anteriores es que el Café desarrolló una programación mayoritariamente contestataria, bajo circunstancias políticas adversas. Al respecto opina Hugo Moraga:
-Fue bastante interesante desde el punto de vista musical; fue un lugar de encuentro de algo que estaba ocurriendo. Hubo una dedicación dentro de las posibilidades que había para desarrollar bien el trabajo de uno. El entonces ya crítico de música de El Mercurio, el periodista Iván Valenzuela, valora la concretización de esos criterios quizá menos racionales que una curatoría tradicional, pero eficientes en varios planos.
-Sin el Café del Cerro se hubiera perdido una generación de músicos. Esa función estructurante me parece muy importante. Para esa generación hacer el Café del Cerro o hacer la semana en el Café del Cerro era un ritual de paso. Te consagraba, te ponía en un cierto estatus generacional que era muy relevante, para mi gusto. Esos artistas no estaban de modo sistemático en los medios, pero estaban. Había radios que tocaban el repertorio del Café de Cerro, el del Canto Nuevo y del rock. Había un mercado. Estar en el Café del Cerro te daba legitimidad para que Pirincho Cárcamo te tocara en radio Galaxia o Carlos Fonseca te pasara en su programa de la radio Beethoven, que tocó a muchos artistas, a algunos del Canto Nuevo y a muchos de los inicios del rock.
El propio Valenzuela, el 29 de diciembre de 1989 entregaba en el diario oficialista una lista de los, a su juicio, diez mejores álbumes del año. En su inmensa mayoría -siete de los diez- estaban del lado de la contracultura y ocho eran artistas habituales del Café: 1. Fulano (En el búnker). 2. Congreso (Para los arqueólogos del futuro). 3. De Kiruza (De Kiruza, álbum debut). 4. Al Sur (Al Sur, álbum debut). 5. Rudy Wiedmaier (Amor Grisú). 6. Pablo Herrera (Rastros). 8. Mauricio Redolés (Bello Barrio, álbum debut). 9. Luis Le Bert
(Luis Le Bert, álbum debut como solista). Solo los artistas de los registros considerados en los puestos 7 (Massacre) y 10 (Alberto Plaza) no se presentaban en el Café.
En su triple rol de editor musical de La Bicicleta, gestor de ideas importantes que se materializaron en el Café y cantautor él mismo, Álvaro Godoy vivió de cerca el mes a mes de la cartelera:
-La programación del Café del Cerro indica que ahí se presentaban músicos profesionales y eso no tenía nada que ver con la línea política. En ella se reflejaban los dos tipos de cultura existentes dentro de la izquierda de esos años, lo que también se daba en La Bicicleta. Estaban quienes querían que la revista siguiera siendo artesanal, underground. Y gente como yo, que éramos minorías, que queríamos ser una revista profesional, masiva, para el público juvenil, con auspiciadores comerciales, dejar de hablarnos a nosotros mismos y entrar a la cultura de masas sin sentir que eso era una especie de traición a los principios.
Desde otras revistas de oposición también miraban al Café, concordando en la importancia de la diversidad de su cartelera y de la seriedad de la selección. Marcelo Mendoza, entonces de revista Apsi:
-Tenía una muy buena curatoría. Precisamente esa segunda vuelta cobijó a gente nueva por entonces. Pienso que el Café del Cerro mostró a cantautores no solo de protesta, sino [a artistas] más elaborados que los habituales de las peñas.
Profundiza Patricia Moscoso, por entonces de revista Análisis:
-Mayoritariamente quienes pasaban por el escenario del Café del Cerro estaban entre la contestación y la trova; pero mi mirada puede ser parcial, porque fui parte de su audiencia solo en sus primeros años. Ya para entonces se hablaba del Canto Nuevo, en el que confluían grupos e intérpretes que habían estado en los actos organizados por la ACU en el Teatro Caupolicán, como Schwenke y Nilo, Aquelarre, Eduardo Peralta, Santiago del Nuevo Extremo, Isabel Aldunate. De allí pasaron al Café; pero también estaban el grupo Congreso y Eduardo Gatti, que tenían su propio camino ya trazado. Ahí conocí, además, al artista uruguayo Leo Masliah, con un humor intelectual no muy bien entendido por los habitués; a Felo. Y al, entonces, casi mítico Mauricio Redolés, que venía llegando de Inglaterra y cuyas presentaciones eran casi perfomáticas.
La variedad incluía a muchos cantautores inclasificables y una larga lista de jóvenes que no encajaban en el Canto Nuevo, pero cuyas propuestas eran aceptadas por el Café, debido a su calidad. Si bien en estas categorías hay quienes no hicieron carrera, también hay famosos como Gervasio, Fernando Ubiergo o Pablo Herrera y conocidos como Guillermo Basterrechea, Toño Suzarte, Óscar Carrasco y el propio Luis Pippo Guzmán, de permanente presencia.
Los ausentes
Tanta y tan interesante apertura, sin embargo, dejó fuera una franja de músicos, vinculados fundamentalmente a las peñas, existentes desde mediados de los 70. No pasó por el escenario del Café la mayoría de quienes actuaron en espacios contestatarios como, entre otros, El Vinacho, inaugurado en el Teatro Alcázar en septiembre de 1974, por Alejandro Chocair, el Aysenino Porfiado; El Fogón, en Vergara con la Alameda, abierto desde 1975. O las más populares, como la Peña Doña Javiera, del cantautor Nano Acevedo, en el restaurante El Mundo, de la calle San Diego; La Casona de San Isidro, a cargo de Pedro Gaete desde 1977; la Casa Kamarundi, del actor Manuel Escobar, conocido como Tilusa, el payaso triste, y la Peña Chile Ríe y Canta, de René Largo Farías, reabierta clandestinamente y cerrada en 1992 tras el asesinato de su creador. Menos aún estuvieron quienes militaban en la lucha más directa contra la dictadura y que solo actuaban en actividades esporádicas de sindicatos, ollas comunes, organizaciones vecinales.
Mario: Yo nunca me cerré a los artistas que cantaban en las peñas. Quizá ellos mismos se marginaron, pensando en que éramos comerciantes, que éramos aquí y que éramos allá. Porque nosotros no marginamos a nadie y nuestro trabajo fue el que trascendió. Siempre planteamos que el Café era una fuente de trabajo, para nosotros y para los músicos. Que teníamos un compromiso, también lo teníamos. Pero el objetivo era tener una fuente de trabajo, lo cual era también un objetivo político: dar un aporte económico y publicidad era un asunto político. Maggie: Yo creo que al principio no llegaron porque hubo una resistencia; pero después, sí. Mario: Todos querían estar, pero de repente no se atrevían a pedir una fecha y nosotros tampoco los estábamos buscando. Había un sector que buscábamos y otros que llegaban a ofrecerse. Y no les cerrábamos las puertas nunca. Nora Blanco y Lilia Santos cantaron. Hubo quienes no estuvieron en la programación oficial... pero nosotros hicimos muchos actos por el exilio, por los presos políticos... y ahí llegaban quienes no estaban en el cotidiano, como Oliva Oñate o Rebeca Godoy.
Osvaldo Torres tiene una visión del tema, contraria quizá a lo que manifiesta Mario:
-Yo mucho discutí al respecto con el Pato Valdivia. El Mario tenía una visión crítica, que no se la expresaba a todo el mundo, pero que indicaba que no toda la gente podía llegar al Café del Cerro. Y eso a mí, contrariamente de lo que piensan algunos, me parece muy positivo. Yo sé que piensan, y me lo han dicho, que el Mario Navarro no opinaba musicalmente, sino por la cantidad de público que le dejaba plata a él. Es posible que eso hubiera existido, y me parece normal, porque para él era su fuente de trabajo y donde nosotros también ganábamos plata. Pero el Mario tenía una visión crítica y yo pienso que la selección es buena [risas] en este tipo de cosas. Sobre todo en el mundo en que vivíamos, en que nos palmoteábamos todos la espalda y nos felicitábamos, porque vivíamos en un mundo donde no existía la crítica y éramos
indiferentes a la prensa oficial. Y lo peor que puede sufrir un artista es la indiferencia: prefiero que me critiquen a que la gente sea indiferente. Entonces, el Mario tenía el Café del Cerro y, sin decirlo, sin tener un discurso así, tenía esa cosa de que no cualquiera podía cantar ahí.
Y agrega:
-Nunca pensé que fuese una cosa pensada, elaborada. No creo que haya sido así, porque he conversado mucho con el Mario. Son las circunstancias que lo llevaron a proteger esta catedral de lo que fue el Canto Nuevo. Fueron las circunstancias históricas, cotidianas.
Hugo Moraga, infaltable en el Café, coincide con esa línea de análisis:
-Tengo la impresión de que se formó allí una especie de ‘aristocracia’ de la canción. El que llegaba ahí era que ya estaba en un nivel, en un plano... y otros iban a postular para ir a tocar y no los aceptaban porque, tal vez, no estaban en un nivel que la gente del Café consideraba que era apropiado y tocaban, a lo mejor, en esas otras partes más alternativas, más populares. Yo toqué en muchas, también: en cosas de las universidades, en peñas... en la Peña Doña Javiera, en la Casona de San Isidro... Claro, tal vez se generó una especie de opinión de que el Café era como un lugar más destacado dentro de lo que había.
Iván Valenzuela se pregunta si era pertinente que ese sector de artistas cantara allí. -¿Eran constitutivos del Canto Nuevo? En un sentido sí, pero... no se los puede comparar. Es súper duro, pero es así. Es una crítica muy injusta la que se hace al Café por no haberlos programado. Afortunadamente, contamos con todos esos espacios y con el Café.
Jorge Venegas, reconocido cantautor que compuso varios temas dedicados a miembros de la resistencia armada y fue responsable de Camotazo, registro fonográfico que recopiló música de la lucha callejera de los 80 y, más tarde, de su libro testimonial sobre esos años, cuenta su visión de esta ausencia:
-Los cantores populares no estábamos ni en las peñas ni en el Café del Cerro, porque a finales de los 80 las urgencias eran otras... eran estar en las universidades, las poblaciones, las actividades en las cárceles acompañando a los compañeros presos, organizaciones populares, etcétera. Todo se coordinaba en la Peña Chile Ríe y Canta, con René Largo Farías, como centro de operaciones. Ahí tuvimos los primeros encuentros con el Frente Patriótico para grabar el casete de autodefensa Camotazo, en 1988, por ejemplo.
En su libro autoeditado digitalmente en 2012 -Camotazo, un canto en rebelión popular, disponible en Internet- contó una experiencia que reafirma en la entrevista para esta investigación:
-Con respecto a aquella reunión que aparece en mi libro es así, textual... Fue una reunión urgente
que nosotros pedimos al Café y a sus artistas el año 1989, para discutir acerca del papel del canto popular. Los colegas artistas del Café estaban más cómodos de tocar allí que de realizar una labor más en conjunto, para cubrir la mayoría de los actos solidarios que se realizan en poblaciones, sindicatos, universidades... como nosotros expusimos. Y el Payo Grondona lo dijo muy claro... ‘ustedes a cantar a las poblas y nosotros al Café y a los teatros’... Yo estaba sentado al lado de la Joan Jara y ella no se podía explicar esto y decía... ‘pero si Víctor cantaba en las poblaciones’... Yo también pertenecí al Canto Nuevo cuando era integrante del Dúo Semilla, pero eso duró hasta el 85... Después, como solista, elegí otro rumbo.
Venegas, en su libro, describe al Café como un lugar en que “se presentaban artistas de cierto renombre, y junto a ellos se reunían muchas personas, a escuchar y a socializar. El público que allí llegaba era en su mayoría gente de izquierda, de clase media alta. Nosotros decíamos que en el Café del Cerro se reunía la wiskierda”.
A esa crítica responde con su experiencia Toño Kadima, poeta, artista gráfico y director del Taller Sol.
-Muchos de los cantores y cantoras que hacían críticas, y no voy a nombrarlos porque no me acuerdo, no es que no quiera hacerlo, decían que no querían ir porque ‘esa cuestión es para los burgueses’. Era una mirada muy legítima, pero un poco tonta, a mi juicio. Había otra gente que decía que había ido al Café, pero no los habían dejado entrar... no sé las razones... La mayoría eran esas cosas que pertenecen al territorio de la especulación. En el fondo, había mucha envidia, mucha incapacidad de creer que no se podía repetir esa experiencia o que era malo hacerlo. Nosotros en el Taller Sol aprendimos lo que nos interesaba: nuestro baño está siempre limpio, nuestro espacio es pobre pero limpio; en general tenemos buena onda con la gente que viene, aunque hay quienes se merecen otro trato, porque nosotros también tenemos nuestro genio. No somos bravucones pero, si hay que pelear, peleamos.
Y continúa su análisis con aspectos que no fueron abordados por otro entrevistado o entrevistada:
-Yo creo que el Café del Cerro adoleció de ser capaz de entregarnos los elementos de gestión que habían construido. Pero no se dio no más y de eso no hay que echarle la culpa a nadie. Por otro lado, la autocrítica: a nuestros espacios culturales no les gustó el Café. A unos más, a otros menos. En el Taller Sol, yo sé que hay un sector que me critica... y mucho se critica al Mario, que era una cosa muy acertada porque el Mario tiene su genio... Pero una cosa es criticar el genio de alguien y otra cosa es criticar los proyectos que tienen las personas. Yo valoro cien por ciento lo que hizo Mario, a la cabeza de todo el equipo donde estaba la cocinera, el que hacía el juguito, la señora de la puerta, el guardia de afuera. A mí me constan todas las fiestas solidarias. Pero hay dos tipos de solidaridad. Hay una natural: si tú te enfermas, yo voy a estar contigo. Pero hay otra que es la política, la social, de clase. En la que yo
no te conozco, pero voy a estar contigo. Como clase. Lo que hizo el Café igual fue bonito, defendible, se agradece. Pero nosotros estábamos más en la otra. En esta otra a veces decíamos ‘¿un solidario para alguien que tiene cáncer? No, no, no. ¿Hay un compañero preso político? Para allá va la dirección. Pedimos disculpas, pero para eso hay otra gente. Hoy no vamos donde sea’.
Hubo también otra franja de artistas que apenas si estuvieron en el local, pese a la cercanía con los dueños del Café y con Del Cerro Producciones, que les organizó giras por el país. Se trata de figuras como Patricio Manns, Isabel Parra, Inti Illimani o Piero. Explica Mario:
-No daba para llevarlos al Café, por costos. Piero, por ejemplo, vino al Santa Laura, a la Tortuga de Talcahuano. Para el regreso de Patricio Manns, ni siquiera lo pensé. Estamos hablando de que la bienvenida se hizo en el Teatro Teletón, para mil, dos mil personas. En ambos casos las conferencias de prensa fueron en el Café, porque igual esos recitales eran una actividad nuestra. También hicimos un encuentro a puertas cerradas de Isabel Parra con la gente del Canto Nuevo, cuando ella volvió; pero no fue una actuación. Y con el Inti Illimani, que también venía volviendo a estadios, teatros grandes, no se me ocurrió. Quizá hubiera resultado, pero ni siquiera se los propusimos. Ellos, al igual que Illapu o Los Jaivas, estuvieron en presentaciones especiales, solidarias o bien en los episodios del programa Desde... que TVN grabó en el local. Fueron cosas puntuales, algunas cerradas, con invitación. Quién sí estuvo, hablando de figuras de esa magnitud latinoamericana, fue Víctor Heredia. Vino a la televisión, a uno de los estelares de día lunes, y su manager -que los conocía- los llamó y les preguntó si podía actuar.
-Le abrimos un domingo- recuerda Mario-. Y estuvo repleto.
Al otro lado del espectro
Los artistas populares, presentes en la televisión de forma constante, como Gloria Simonetti, Lucho Jara, José Alfredo Fuentes o Buddy Richards no tuvieron espacio en el Café.
Mario: No hubo ningún acercamiento con ellos. Creo que no se nos pasó por la mente llamarlos y, si hubieran ido, seguramente no habríamos logrado llegar a algo en común. No estaban en la línea del Café para nada y, si hubieran ido a pedir fecha, les habríamos dicho que no, porque no tenían nada que hacer ahí, eran de otro circuito. Pudieron haber excepciones, pero no llamados por nosotros. Alberto Plaza llegó porque Pablo Herrera hizo un ciclo de cuatro lunes e invitó a Eduardo Gatti, a Keko Yungue, a Alberto Plaza y no recuerdo a quién más... Maggie: ... no me acuerdo nada de eso... Mario: ... es que no fue que él estuviera programado. Fue en ese contexto.
Lucho Jara confirmó, desde su punto de vista, esa visión de las cosas en el blog Prestando la oreja de
la periodista Lorena Penjean, con quien sostuvo el siguiente diálogo:
“Yo nunca me asomé al Café del Cerro... había mucha discriminación, la diferencia era que nosotros teníamos tribuna. ¿Te fijai que no podí identificarte políticamente y a la vez seguir con tu cuento artístico?
“¿Por qué no ibas al Café del Cerro?
“Es que yo tenía serios problemas de identificación con el charango, la guitarra y el bongó [sic]. A mí no me gustaba Silvio Rodríguez, a mí me gustaban Camilo Sesto, Raphael, Nino Bravo. A mí me acostumbraron a escuchar covers y ciertamente varias veces me sentí discriminado por eso, porque se veía como un arte menor, porque no importaba si cantabas bien o no, porque lo importante era ‘tener contenido’, ‘cantarle al pueblo’, y eso estaba muy distante de lo que yo quería para mí”.
¿Discriminación? ¿Censura? Mario responde:
-Censurados, sí hubo. Me acuerdo que censuré al Keko Yungue, cuando viene la elección presidencial del 89 y el Keko fue el único artista que salió apoyando a Büchi. Me va a pedir una fecha y le digo ‘no, no, puh, weón. ¿Cómo te voy a dar una fecha?’. Y se molestó, no le gustó. No le podía dar una fecha. Derechamente le dije que no estaba en la línea del Café, que no le iba a dar un espacio porque estaba en otra trinchera. ‘Tenís todos los espacios, no me vengai a pedir este espacio a mí’. Y lo hemos hablado después, porque hemos estado siempre en contacto, hay una amistad. Pero, en ese momento, le dije ‘no’.
De cualquier modo, las cosas no eran tan cerradas. Cuando RCA les pidió el Café como locación para un video clip de Juan Antonio Labra, le dijeron que sí. Nunca lo vieron, pero la grabación se hizo. Los productores de Escalera a la fama, sección de Sábados Gigantes para descubrir talentos y donde participaron varios músicos habituales en el local, más de una vez les pidieron permiso para decir que artistas con poco currículum habían cantado allí. Como público también llegaron algunas estrellas locales como Mario Kreutzberger, que iba a ver a Felo, José Alfredo, el Pollo, Fuentes y Gloria Simonetti. Esta última recuerda para nuestra investigación:
-Por supuesto que fui. Recuerdo los sonidos de Gatti, Congreso... y Hugo Moraga, quien tocó la guitarra en mi versión del Ojalá. [Fue] importante por dar un espacio en vivo a quienes no lo tenían. Comparándolo con experiencias en La Peña de los Parra, tenían en común el dar tribuna a lo nuestro y la calidad de quienes intervenían... siendo más autóctona la Peña y más snob el Café. En la Peña conocí a Manns, a los Parra -Ángel e Isabel-, a Víctor [Jara], a Rolando Alarcón. Y tomé el vinito caliente con naranja que repartía la Marta Orrego, mujer de Ángel. El Café del Cerro era más hippie chic... entre lana merino y lana cardada.
Las apuestas
A lo largo de los casi diez años de existencia del Café hubo muchos momentos en que sus dueños debieron hacer fe en su intuición, salir de la zona de confort donde hacía rato había una larga nómina de artistas.
Maggie: ... el Pablo Herrera es uno de los ejemplos. Mario: ... llegó invitado por Hugo Moraga a un recital de él, a cantar dos canciones. Apareció de uniforme a probar sonido. Y fue muy bueno y de ahí lo empezamos a programar los jueves, los miércoles y, bueno, después se transformó en lo que llegó a ser.
Habla Hugo Moraga:
-No sé si fui yo o el Rudy quien invitó a Pablo Herrera a mostrar sus canciones, yo le hacía... no clases, pero Pablo fue a conversar conmigo sobre cosas de guitarra. Eso para mí es súper importante. Siempre he estado pendiente de que exista esa posibilidad de juntarse con gente nueva. Siempre pensé que los grandes artistas alguna vez iban a decir ‘bueno, vengan a telonear un concierto’. Sobre todo después de los 90, cuando llegaron todos y tuvieron la posibilidad de tener grandes conciertos, grandes shows y ... bueno, fue una expectativa que no se cumplió; pero tampoco fue algo que me impidió seguir adelante, o a otros. Otra circunstancia fue que algunos desaparecieron porque no tuvieron el apoyo.
Maggie: probábamos con la gente de los talleres, como Leña Húmeda, el grupo de Pancho Puelma. Mario: mucha gente partió con nosotros. Eran apuestas. Carmen Prieto, por ejemplo. Empezó a cantar boleros en el Café. La descubrió Rosario Salas. La Ley, también, que de arrendar un taller pasaron a ser éxito.
Beto Cuevas lo reconoce:
-Poco después de que empezamos a tocar se comenzó a correr la información de que nosotros éramos un grupo nuevo que tocábamos ahí y comenzamos a tener mucha popularidad. Recuerdo que una vez le pregunté a mi manager si había gente afuera, porque estábamos preparándonos en nuestra sala de ensayo, donde nos cambiábamos y todo para bajar al show. Y me dice ‘mira, hay una cola de gente’. Yo veía solamente hasta la esquina y le dije ‘bueno, no hay mucha gente, pero igual está bueno’. Y él me dijo ‘no, la cola da vuelta a toda la manzana’; o sea era una cola gigantesca, kilométrica de gente. Ahí comenzamos a darnos cuenta de que iba a suceder algo con este proyecto. Fueron lindos momentos los que vivimos en el Café del Cerro.
Pese a que las formaciones de jazz, sobre todo de fusión, tenían aseguradas sus fechas semanales, hubo saltos al vacío, como los ciclos sobre la historia del jazz, con la nuevaolera Luz Eliana. Recuerda Mario cómo se gestó.
-Fue una cosa súper rupturista en relación a lo que pasaba en el Café, no era fácil mezclar tanto, por decirlo de alguna forma. Y ahí hubo la intervención
de un amigo que es Ricardo Stuardo, un abogado que después administró el Teatro Cariola, porque le interesaba la cosa artística. El programó ese ciclo, porque tenía llegada a la Luz Eliana. La segunda vez no me acuerdo, porque hicimos dos ciclos. Fue un tremendo éxito. Iba un público de jazz, ABC 1, otro pelo. Mucho músico, otros jazzistas.
También repasaron el desarrollo histórico del jazz con el maestro Roberto Lecaros. Otro éxito. Al igual que un ciclo de él con ladys crooners, entre las que estuvo Rita Góngora, cantante peruana avecindada en Chile que había estado retirada de los escenarios, después de haber sido la musa en el Nahuel Club, mítico primer club de jazz santiaguino, en los 60.
Si esas fueron apuestas ganadoras, otras no lo fueron. Como la programación, en reiteradas oportunidades, de la dupla Monto Yarza / Enrique San Martín.
-Monto era un personaje que venía de Cuba, había sido alcalde de Rengo, era compadre de nuestro contador. Antes de su regreso el sello Alerce había reeditado un casete que él grabó en Cuba. Yo tenía ese casete de Alerce, así es que cuando me lo presentaron y dije ‘hagamos tango’. Y Enrique San Martín, que se dedicó al bolero, era de Los Emigrantes, que cantaban con Rolando Alarcón. También estuvo exiliado en Cuba, donde empezó a cantar boleros.
Grandes personajes, escasísimo público. En general, el tango no llevó gente al Café. Al punto de que Mario y Maggie no recuerdan a Carlos Mariló y al Taller Sergio Rencoret, que actuaron varios años. Otra cosa, claro, fue la mencionada llegada de Amelita Baltar.
La selección de artistas albicelestes y cubanos que estuvieron en el local de Bellavista fue un acierto. Los nombres ya mencionados de Nito Mestre, el primero y número fijo por todos los años que siguieron; Los Twist, Fabiana Cantilo, Juan Carlos Baglietto, Rodolfo Mederos Quinteto, Luis Borda Trío, Luis Alberto Spinetta, Leo Masliah (Uruguay) le dieron otro sabor al Café. De la isla llegaron los hermanos Vicente y Santiago Feliú, Carlos Varela y Sara González. En diversas medidas, todos aportaron público y sumaron páginas de prensa a las carpetas con recortes de diarios y revistas.
De más lejos llegaron los retornados: Gonzalo Payo Grondona, Osvaldo Gitano Rodríguez, Julio Numhauser, Marta Contreras, que estuvieron en la programación habitual; Inti Illimani e Illapu, en presentaciones especiales. El único que se integró al cuerpo estable de artistas, hizo amistad con los referentes del Canto Nuevo, recuperó su público de antes y adicionó uno nuevo, tan entusiasta uno como el otro, fue Grondona. Cuenta Mario cómo el Payo llegó al Café.
-Yo lo conocía porque de pendejo era un seguidor de toda la Nueva Canción Chilena, tenía los discos, lo típico. Pero las veces que estuve en Europa, antes del Ulm, me junté con el Inti y con otros; estuve en
la RDA en el Festival de la Canción Política, pero no me encontré con él. Cuando regresó, no recuerdo bien cómo, establecimos contacto, quizá a través de Alerce. La cosa fue, ‘vuelve el Payo, ¿dónde actúa?’. ‘En el Café’. Pero no había fecha posible, la que como éramos estructurados, tenía que ser en sábado. Y justo el viernes anterior se cayó el artista que había, no sé por qué, y lo programamos. Pero no pensamos en ese minuto ‘hagamos jueves, viernes y sábado’. Y fue un exitazo. Después fuimos rompiendo esa rigidez, para actuar según los vaivenes. Pero con el Payo fue así. Lo mismo con el Gitano.
Los dos porteños fueron muy bien recibidos por el público del Café. Como Grondona se quedó en Chile, actuó 100 veces (número cerrado) entre 1983 y 1991. El Gitano, que debía regresar a Europa a cumplir compromisos académicos, solo lo hizo en 13 ocasiones, durante 1989 y 1990.
Sin embargo, la apuesta más compleja fue la programación de rock y, sobre todo, la del pop. Dadas las tensiones de la época entre músicos y público de uno y otro formato era posible pensar que el Café, considerado enclave del Canto Nuevo y afines, no fuera el mejor espacio para ambos. Pero, salvo excepciones -como Los Morton, que llevaron a dos personas y se tomaron en café lo que ganaron- el resto fue bien recibido. Algunos, con creces. Como Los Pops, poco conocido grupo de estudiantes de Medicina, entre los que estaba el hijo de Valentín Trujillo, que llenaron. Sin duda, programar a Los Prisioneros fue una decisión arriesgada pero que redituó más de lo esperado en términos económicos, aunque esa presencia fuese resentida por algunos músicos del mundo del Canto Nuevo. Como los integrantes de Santiago del Nuevo Extremo. Habla Luis Le Bert:
-De repente, aparecieron Los Prisioneros. Y el Mario los invitaba al Café del Cerro todos los días. Todos los días. Y le ponía, le ponía. Ningún problema, pero ya en esa época me trató a mí de muy serio. De serio pasar a melancólico, de melancólico pasar a ‘ah, ya venís con tus canciones’, hay un paso. Y él atravesó esos tres pasos. Entonces, en la época más primigenia de todos los temas él decía ‘ah, ya venís con tus canciones’. De verdad. Entonces, era muy doloroso. Muy doloroso.
Carlos Fonseca tiene su opinión sobre este juicio:
-Yo creo que estamos en el mundo de los nichos. Creo que la época se recuerda tanto como la época de Los Prisioneros, por un lado, y, por otro, también como la época del Canto Nuevo. Le Bert y el grupo tenían otra ambición y les cayó todo el pote encima cuando estaban sacando la cabeza. Congreso, por ejemplo, ya había pasado por eso, ya habían vivido eso, habían sido muy famosos e importantes, y Gatti también tuvo su éxito antes, pero creo que a los Santiago del Nuevo Extremo le tocó súper duro el golpe de Los Prisioneros, porque se creó otro público y ese público que ellos querían se les fue para otro lado.
La génesis del interés de Mario por incluir a Los Prisioneros en su oferta comenzó a partir de escucharlos en el Cafecito del Mapocho, del centro cultural del mismo nombre, en la época en que estaba en la esquina de Alameda con Victoria Subercaseaux. Empezó a averiguar cómo llegar a ellos.
-Y me cuentan que Jorge González trabaja en [la disquería] Fusión. Llamo a Fusión y me dicen que Carlos Fonseca es quien los maneja. Hablé con él y cerramos altiro. Y ahí empiezan a tocar martes y jueves. Ya tenían La voz de los 80. Además de los recitales, les produje el Fortín Prat, de Valparaíso. Yo le dije a Carlos, vamos al Fortín Prat, yo te puedo producir, porque ya había hecho el Fortín un par de veces... Luego fueron las giras nacionales.
Los Prisioneros tocaron una veintena de veces en el local, entre 1985 y 1986, siendo las más importantes los tres jueves en que prelanzaron su segundo disco, Pateando Piedras. Pese a haber actuado allí ante cerca de 400 personas, el espacio se hizo muy estrecho para ellos. Hablan Carlos Fonseca, Claudio Narea y Miguel Tapia.
Carlos: Ya en el 86, con el lanzamiento del Pateando Piedras en el Estadio Víctor Jara, y habiéndolo llenado dos veces ... se nos quedó chico... Después hicimos unas giras con Mario, y me acuerdo que la conferencia de prensa del lanzamiento la hicimos ahí y fue fantástica, una conferencia de verdad. Súper bien hecha. Sí que se podía hacer crecer un artista y era una buena manera de trabajar. Después del 86 fue más estratégica la forma de trabajar con el Café.
Claudio: Me imagino que dejamos de tocar en el Café porque ya estábamos bien populares y se hacía chico. Esa es la única razón para haber dejado de tocar ahí. Ya empezamos a tocar en gimnasios, en lugares más grandes. Ir a tocar para 300 o 400 personas era un poco difícil. Y, además, la seguridad. Era inseguro tocar en lugares tan pequeños. O sea, no tan pequeños, porque si cabían 400 personas... pero donde quieren ir a vernos 1.500 personas, se hace imposible.
Miguel: Me imagino que tuvo que ver con que, tarde o temprano, la banda iba a tener la necesidad de empezar a visitar los países vecinos. Hicimos una gira producida por el Café, y después intentamos hacer una tremenda gran gira por Chile, pero por temas políticos no se pudo. La clásica historia: la gente que estaba a cargo de los gimnasios eran todos del gobierno de la dictadura. Entonces esa gira se cayó a pedazos, la verdad. Mario lo recuerda muy bien. Eso nos obligó a mirar, a poner atención a lo que estaba pasando con nuestra música en Perú, en Ecuador. A partir de haber tocado en el Café, por los conciertos que habíamos hecho en Chile y las puertas que se nos estaba cerrando en Chile tuvimos que salir a tocar fuera del país.
El paso de Los Prisioneros dejó abierta de par en par la puerta al resto del pop.
Mario: Como Carlos empezó a manejar a otros grupos pop, comenzó a decirme, ‘por qué no programas a este y a este’... Hicimos ciclos de pop. También con muchas bandas que no estaban con Carlos... Maggie: ... era un movimiento tremendo. A algunos los conocíamos, como a Pablito Ugarte, de Generaciones y UPA!, que ya había tocado en el Café. Incluso en el Ulm, donde llegaba de uniforme. En total, cerca de cincuenta bandas de poprock, con diversa trascendencia, actuaron en el Café, destacando, en orden de fechas de aparición en el local, Emociones Clandestinas, Compañeros de Viaje, UPA!, Aparato Raro, Aterrizaje Forzoso, Banda del Pequeño Vicio, La Ley, Profetas y Frenéticos y Los Tres.