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La historia de Ernesto con Antonia
from CDC
by Álvaro Gueny
Comunidad de sentido, espacio de arte y amistad, entrecruce de empresa familiar, centro cultural y resistente, fuente laboral y casa para tantos. Así podría ser descrito este local ubicado justo en la esquina en que, por gracia de la magia urbana, el ingeniero y político Ernesto Pinto Lagarrigue se da cita con Antonia López de Bello, madre de don Andrés.
Entre sus paredes, desde el comienzo, resonaron el jazz y la experimentación, la cadencia de los cantautores, la sabiduría del folclor, la potencia de los grupos contestatarios, la alegría de las fiestas bailables, los altos decibeles del rock y del pop. Su impronta no fue la de las peñas ni la de los lugares underground, donde los cuerpos se expresaban en una libertad robada al toque de queda, al estado de excepción. Era similar a ellos, en todo caso, en el hecho de que -por diversos que fueran- en dichos espacios vivía el espíritu de la época, la cultura de una década bastante prodigiosa, pese a todas las limitaciones. O prodigiosa, justamente, porque se las arregló para evitarlas.
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En retrospectiva, es posible decir que en el Café se escucharon los sonidos más emblemáticos de la época. No es que no actuaran en otras partes. Lo hacían. Pero los nombres de Santiago del Nuevo Extremo y Schwenke y Nilo
Vamos a cerrar el ciclo en que inventamos a tientas un lugar para el encuentro. Y más allá del sueño común (y va a caer!! y va a caer!!) hicimos música, teatro, danza, poesía... (lo hicimos todo) y
lo hicimos bien. MARIO NAVARRO Y MAGGIE KUSCH, SEPTIEMBRE 16 DE 1991
resonarán siempre a Café y a épica. Lo mismo cierta pléyade de cantautores, encabezada por Eduardo Gatti, Hugo Moraga, Payo Grondona, Eduardo Peralta, Juan Carlos Pérez. A ese conjunto inseparable de músicos y espacio le hacía falta un reconocimiento, porque durante muchos años el nuevo mundo oficial se lo escamoteó. Entre el puño en alto de la Nueva Canción Chilena y la rebeldía juvenil y visceral de Los Prisioneros no hay un espacio vacío como a veces nos trataron de hacer creer. Está el Café del Cerro, con el Canto Nuevo y todo lo demás. Le agradecemos esa diversidad, porque formaba parte del riesgo musical, político y, por qué no decirlo, comercial.
Este capítulo repasa de forma sinóptica la vida del Café. En el resto del volumen serán desplegados, entre otros, detalles de gestión, funcionamiento, entorno, valoración y posteriores homenajes. En el segundo tomo serán los protagonistas del escenario los que se tomen las páginas. Sea dicho esto porque puede parecer que el relato que viene a continuación es como mirar desde un dron. Y así es. La profundización se desplegará en cada capítulo temático.
El filósofo, poeta y músico chileno Daniel Ramírez, avecindado desde los 80 en Francia, alcanzó a presentarse en el Café, como parte de dos de las agrupaciones a las que perteneció por esos tiempos: Mantram y Palisandro. Frente a una taza de café, reflexiona, antes del estallido social (18-O) y de la pandemia: -Período extraño el de los 70 y 80. Y los períodos extraños son particularmente interesantes, no solo para la creación artística sino también para la invención social. Como el Café del Cerro, que es una invención social, un experimento, así como lo fueron los centros culturales. Responden a la lógica de ‘vamos a hacer lo que se pueda hacer, porque es mejor hacer una cosa que no hacer nada’.
Desde nuestras experiencias sobre cómo muy rápidamente la efervescencia de la creación y la reflexión comenzó a manifestarse en los mundos de la resistencia, sobre todo juvenil, concordamos en que el llamado apagón cultural apenas existió.
-Apagón cultural no hubo, salvo unos meses. En el año 74 hicimos unos recitales de poesía en el Campus Oriente de la Universidad Católica y otro en el Pedagógico, de la Chile. Era una poesía que buscaba la palabra, que se convirtió en algo muy rebuscado, lo que también pasó con el arte de la palabra en el Canto Nuevo, donde también hubo una búsqueda permanente del eufemismo, de la alusión. Hay algunos casos particularmente notables de letras que hay que escucharlas dos veces para saber lo que están diciendo; como esa preciosa canción Simplemente de Santiago del Nuevo Extremo. Es bellísima y sin el contexto te podrías preguntar qué es lo que está diciendo. Es un ejemplo perfecto de lenguaje casi subliminal. Se enuncia que hay algo que decir, que ‘es delicado’ y que hay que escuchar con atención; luego se habla de ‘las verdades’ (¿cuales?) y de ‘la consciencia’ (¿de quién?). El golpe maestro es cuando dice que ‘parece que ya todos comprendieron’. ¿Qué
era lo que había que comprender? Estrofa tras estrofa habla de algo que no dice, alude a algo que elude; insinúa lo que no formula, anuncia lo que no enuncia. Es un arquetipo de lenguaje figurado. Si se piensa ese texto sin el contexto no se entiende en absoluto. Lo prodigioso es que cuando la escuchábamos todos comprendíamos perfectamente, tal como dice la cuarta estrofa.
Daniel analiza el lenguaje poético y musical que se materializaba en las creaciones de la época, ya sea en el cancionero -que en los 70 ya había dado buenos frutos- como en los poemarios publicados por la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) o, ya en los inicios de la década de los 80, por las revistas La Castaña (Jorge Montealegre y equipo) y El Organillo (Erwin Díaz a la cabeza), entre otras publicaciones.
-Aparte de las letras, que respondían a un arte de la metafórica, que puede parecer ingenuo actualmente, en muchos de nosotros creció la idea de que había que trabajar más, darle muchas vueltas a una canción, a un arreglo, a una presentación teatral o a la poesía. No para que fuera incomprensible para la dictadura, sino para que el efecto fuera mayor y más profundo. Esa idea se junta y complementa con aquella de que en tiempos oscuros es necesaria más luz. Por ello, no teníamos derecho a hacer una cancioncilla. En las radios y en la televisión, principalmente, se escuchaba día tras día la cancioncilla, incluso de producción nacional, altamente comercial, que no tiene más sentido que vender discos. Nos sonaba como el arte comercial, sinónimo del enemigo. Continúa:
-Veíamos que el país estaba aplastado y que la gente no reaccionaba, o no se atrevía a reaccionar, que mucha gente no se daba cuenta del problema. Por un antiguo reflejo marxista, más bien marxista de la Escuela de Frankfurt, pensábamos que esa era la alienación. La industria cultural provoca una especie de alienación de masas que sublima la conciencia infeliz, la conciencia desgraciada. Como decía Hegel: lo que ocurrió es terrible, lo que ocurre es terrible, pero la conciencia de cada uno no quiere asumirlo; entonces, se aliena con productos superficiales de divertimento, de entretención y de frivolidad. Así, hacer canciones, música, arte, poesía, era vivido por muchos de nosotros como un deber moral de compensar la superficialidad ambiente, que tenía por fin que nadie piense, que nadie vea la realidad.
Los artistas que sí veían la realidad consideraban imprescindible crear para compensar el aturdimiento. Los noticieros de televisión desinformaban, al igual que la prensa oficialista, aunque muy subrepticiamente se comenzaba a deslizar parte de la verdad, de modo también elusivo como en el arte, pero igualmente eficaz. Concluye Daniel:
-Para nosotros la alternativa era decir cosas que hicieran pensar, no decir lo que no se podía. Por eso fue un desafío artístico. Se hizo un arte cuyo objetivo era abrir las conciencias para que cada uno pudiera ver que había dictadura. No era denunciar a la dictadura.
El musicólogo Juan Pablo González complementa estas ideas:
-Los espacios públicos para la música popular se vieron severamente afectados por la censura. Dos tipos de censura, yo diría: una por si acaso y una con fundamento en la propia dictadura. Era bastante impredecible, porque no se entendía que censuraran situaciones que, aparentemente, no tenían una connotación política directa. Censura, por un lado, toque de queda, por el otro, que afectó también a espacios de diversión no políticos. Pero, como las dictaduras funcionan con la máxima de pan y circo, no podía parar la diversión; sobre todo la más alienante, que permitía tener a la gente entretenida y descuidada de preocuparse de los asuntos que la dictadura podía sentir como amenaza.
Se produce una relación del poder con el mundo artístico, la farándula. Los locales funcionan más temprano pero, por otro lado, las fiestas son de toque a toque y las propias fuerzas represivas legitiman ciertos espacios de diversión nocturna de los que eran habitués. Esto coincide con el panorama mundial: la irrupción de la música disco, que facilitó el aumento de la frivolidad en Chile. Por ello, aumentaron las discotheques y se sofisticó el espectro de la coctelería y los bares, sobre todo en el barrio alto. Habla González:
-El Festival de Viña continúa y crece. Es una plataforma, quizá la única, que tiene la dictadura militar para conectarse con el mundo. Por otro lado, el avance de la tecnología de sonido abarata los equipos y la posibilidad de grabar en casete contribuye a que haya mayor acceso de la población a dispositivos relacionados con la reproducción y la copia de la música.
De modo paralelo, la contracultura comenzaba a encontrar sus espacios. Así lo recordó Hiranio Chávez, en su programa virtual por Internet, Brujos. Uno de ellos era Nuestro Canto, donde el ex director del Ballet Folclórico Nacional, Bafona, exonerado de ese cargo, conoció a Mario Navarro que trabajaba como asistente de producción.
“A mi modo de ver, el punto de partida es la peña de Nano Acevedo en el restaurante Los Hijos de Tarapacá, que comenzó una noche del 75 que fue de reencuentro, de mucho impacto emotivo. Otro elemento importante es la creación del sello Alerce, por Ricardo García. Y también los recitales de Nuestro Canto, que abarrotaban el Teatro Cariola, en la calle San Diego, los domingos en la mañana. Locales como esa peña, otros similares, y luego el Café del Cerro, recogieron la herencia cultural de La Peña de los Parra, de La Peña Chile, Ríe y Canta, creadas a mediados de los 60, cuando nace la Nueva Canción Chilena y existe el boom del Neo Folclore. Todo lo que viene después es recoger las cenizas de eso. Es reiniciar, reencontrarse. Y hacer una acción de resistencia frente a lo que quisieron imponer”.
En el mismo programa, el periodista Jaime Chamorro, que trabajaba en el diario La Tercera, y era integrante de Chamal, conjunto dirigido por
Hiranio Chávez, aportó datos para formarse una idea de lo que era el momento cultural:
“Había una ebullición creativa impresionante. Pero no se podía traspasar hacia la opinión pública. Entonces, aparentemente, había un oscurantismo cultural. Yo recuerdo que por el año 76 o 77, cuando nace el sello Alerce, funcionaban en Santiago más de 60 centros culturales. Y más de 500 agrupaciones de músicos folclóricos. No tenían ningún nombre y ninguna posibilidad de aparecer en algún medio de comunicación. Pero existían. Recuerdo la cantidad de talleres culturales que se creaban y de gran calidad. El Taller Urbano, la Agrupación Cultural Santa Marta, el Taller Andamio, el Taller Sol, la revista Pluma y Pincel, el Taller 666... A esa actividad no se le ha hecho justicia. Era subterránea. Era contracultura”.
A ese ambiente y espíritu de época llegó, en 1975 y desde Punta Arenas, Mario Navarro Andrade, a estudiar a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Rápidamente se relacionó con músicos, dada su experiencia, desde la adolescencia, como asistente en la producción del Festival de la Patagonia, donde uno de cuyos gestores era su padre.
-Comencé una fuerte relación con amigos músicos y gente ligada al ambiente cultural, de los que me hice un estrecho colaborador, transformándome en el mediano plazo en representante y productor de grupos musicales con los cuales dimos inicio a una gran cantidad de eventos. Mi primo, Marcelo Puelma, era integrante del grupo Wampara, donde fui acogido. Empecé a ir a los ensayos y, de repente, me dicen ‘oye, vamos a hacer un recital, ayúdanos a organizarlo’. Fue en la sala América de la Biblioteca Nacional, y me transformé en una especie de mánager, de representante; les llevaba la agenda, las actuaciones, todas solidarias en esa época, actuaciones muy marginales.
Dicha labor lo hizo conocer a los integrantes del grupo Aquelarre, quienes lo invitaron a crear una productora para realizar los Encuentros de Juventud y Canto, que partieron en el Teatro de la Comedia, prestado por el Ictus, donde eran los días sábado en la noche, después de la obra de teatro. Luego llegaron a la Parroquia Universitaria (en las cercanías de la Plaza Pedro de Valdivia, en Providencia), espacio en que se hicieron populares y masivos.
Su trabajo se hizo conocido y los comunicadores radiales Johnny Smith y Miguel Davagnino lo convocaron para ser asistente de producción en Nuestro Canto, programa de radio Chilena, y que llevaba a cabo los mencionados grandes y dominicales espectáculos musicales en vivo en el Teatro Cariola. Durante esos años, Mario combinó el estudio con la producción, llegando a egresar de una carrera que jamás ejerció. Curiosamente, el punto de partida fue que, un verano, el programa fue contactado por Coca Cola Chile, para hacer una competencia de baile, onda disco, en el litoral central. Mario reconoce:
-Ahí gané, por primera vez como productor, unas lucas en serio y me compré equipos de sonido y amplificación. Con ellos instalé mi primer emprendimiento o Pyme, aunque nadie les decía así en esa época. Lo bauticé como Sonus.
Con esos equipos, con el ingeniero de Sonido Sergio Sepúlveda y bajo el nombre de El Corsario Records, grabó y produjo casetes para cantautores como Eduardo Yáñez y Juan Carlos Pérez, así como un recordado registro para la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
Embrión de todo, el Kaffé Ulm
Con ese equipo y con su labor, Mario terminó de hacerse conocido en el ambiente universitario y contracultural. Por eso en 1980 lo llamó -primero para hacer sonido y luego para administrar el local- Michael Weiss, diseñador y saxofonista alemán que había instalado un café. Era un espacio en el segundo piso interior de Alameda 151, al lado del restaurante El Cuervo y del Cine Normandie, que aún no era cine arte. Habla Jaime O’Ryan, fotógrafo, músico y socio de Filmocentro, gran productora audiovisual de la época y asiduo artista del Ulm.
-Este gringo percibió que en dictadura fuertona, el espacio cultural actuaba como un aliento de vida y armó el Kaffé Ulm, en homenaje a su ciudad natal. Fue la primera semilla del NO, digo. Mario complementa:
-Michael Weiss, profesor de la escuela de diseño donde yo estudiaba, pero de diseño industrial, creó ese café como un club de diseñadores, que después transformó en club de jazz para tocar él, principalmente. Con el tiempo, quiso ampliar. Por eso me ofreció la administración.
Aunque no se consideraba “capacitado para administrar, tenía 23 años”, Mario aceptó y le propuso a un compañero de Nuestro Canto, Nicolás Marín, que administrara mientras él, pastelero a sus pasteles, se encargaría del sonido. La parcería duró poco, así es que Mario continuó solo.
Rápidamente, el local cambió de cariz, sin dejar de lado el jazz, como recordó Jaime de Aguirre, aún en su oficina de director ejecutivo de TVN, quien en los 80 había músico, socio de Filmocentro y notable productor musical.
-Yo lo conocí en los Encuentros de Juventud y Canto. Pero como tocaba jazz en esa época, teníamos grupo y llevábamos unas noches en el Kaffé Ulm, me hice más cercano cuando ellos se juntaron ahí y formaron pareja. En el Ulm había mucho jazz. En el Café del Cerro también hubo mucho jazz; pero en el Ulm había más.
Agregaron los martes de poesía, a cargo de Víctor Hugo Romo, también compañero de Nuestro Canto e integrante del Taller Andamio. Empezaron
a actuar Chamal, Capri, Schwenke y Nilo en sus primeros viajes desde Valdivia a Santiago, Eduardo Peralta, Rudy Wiedmaier. Todos los del Canto Nuevo. Llevaron a Óscar Andrade, que en ese momento estaba en su peak, y a Guillermo Basterrechea, que venía volviendo de España. Hugo Moraga hizo su debut en el Ulm:
-La primera vez que hice un concierto fue ahí. En esa época yo estaba trabajando con Sonia y Myriam en el sello SYM, y cantó la Sonia conmigo un par de canciones y me acompañó en otras un grupo que era derivado del Barroco Andino chico. Ese fue como el origen de esta actividad de ir a boliches y cantar canciones.
Toda una ocasión para empezar, ya que Sonia von Schrebler -conocida internacionalmente como Sonia La Única- llevaba décadas siendo éxito en toda Hispanoamérica. Entre el público, probablemente estuvo Álvaro Godoy, con uno de los primeros ejemplares de la revista La Bicicleta, donde era el encargado de las secciones de música:
-Nosotros partimos como público en el Kaffé Ulm, donde pudimos escuchar los primeros recitales de gente como Peralta, Schwenke, etcétera. Y un montón de gente reconocida que por primera vez empieza a cantar en un local que podemos llamar comercial, donde la gente iba a tomarse un trago, en una situación no de parroquia, olla común, concierto por... la paz, para... no sé qué, sino que era un acto cotidiano de alguien que va a disfrutar de la música. Así es que partimos como público incluso antes de que la revista La Bicicleta tuviese una misión tan cercana a la música.
Pero no solo pasaron cosas en ese ámbito. Hubo algo aún más trascendente y perenne. Cuenta Mario, y los dos se ríen:
-Yo había conocido a la Maggie, compañera de mi hermana Nadia que estudiaba hotelería y turismo en el Inacap. Surgió el romance primero, empezamos a pinchar [más risas] y entre medio de ese pinchazo le propuse que nos ayudara en la parte de servicio en el Ulm, que no teníamos mucha idea. Era una cosa súper primitiva, básica, entre la piscola, el shop y la comida. Comprábamos empanadas y las revendíamos. La invito a Marjorie a colaborarnos, entra en la parte de servicio y nos ordena. Ahí recuerda tú.
Le da el pase Mario a Marjorie Kusch, su eterna compañera de vida y de aventuras:
-Yo había trabajado en la Enoteca, estaba a punto de terminar en la escuela y necesitaba hacer mi última práctica. Mario había terminado la universidad y junto a un grupo de amigos administraba ese café concert donde me propuso hacer esa última práctica. En un corto tiempo ya éramos pareja y aparte de llevarnos muy bien en lo afectivo hicimos una buena dupla en lo laboral. Me arriesgué porque, aunque todavía no estaba titulada, sabía harto más que ellos en el tema del servicio de la comida. Les ordené el cuento, propuse un poco más de comida, tragos preparados. Yo ya sabía todo eso; de hecho, en el tema
de bar me fue estupendo en la escuela, era una de las alumnas destacadas. Así es que armé la barra, la cocina, el servicio. Tomamos más gente, garzones, y se armó más profesional. Y ahí seguimos la historia entre pololeando y trabajando juntos.
Continuaron también agregando cosas a la parrilla programática, para hacer atractivos todos los días, de lunes a sábado. Gracias a un contacto con la Cinemateca de la Universidad de Chile, dieron muchas películas latinoamericanas: La hora de los hornos, de los argentinos Fernando Pino Solanas y Octavio Getino; El diálogo de América, del chileno Álvaro Covacevic con la conversación entre Allende y Fidel Castro; Yawar Malku, del realizador boliviano Jorge Sanjinés, y muchas más que no podían ser vistas por entonces. Recuerda Mario.
-Hacíamos esas funciones, todos encerrados, a oscuras, en el tercer piso del edificio, esperando cualquier cosa. Una vez llegó Michael Weiss y sintió algo raro. Apagamos las luces, nos escondimos. Nadie respiraba. Se dio una vuelta y no nos cachó. Y habríamos, no sé, cincuenta personas.
No pararon. Ese tercer piso se convirtió en el Teatrito del Kaffé, una sala con 30 sillas de paja, para la cual el propio Mario levantó las tarimas e instaló las luces. La inauguró el reagrupado Teatro Aleph, con Sergio Bravo, su hermana Mariel, Alex Zisis y Ricardo Vallejo, y cuya obra estuvo, exitosamente, al menos por tres meses, todos los fines de semana. Habla Sergio: -Los ex Aleph la inauguramos. No nos llamamos Aleph, porque con ese nombre habíamos sido prohibidos en 1979 por la obra Mijita Rica. Nos pusimos un nombre instrumental, La Vocina, mezcla de voz (palabra) y bocina (altavoz) y montamos una obra de creación colectiva que titulamos El cateo de la laucha, que era una forma muy chilena de decir cómo estábamos los chilenos a principios de los 80.
También se presentaba en el Ulm una escisión musical del grupo. El propio Sergio más Alex Zisis, bajo el nombre de Los de las Chacras, interpretaban un hilarante repertorio lleno de ironías, como parodia a Los Huasos Quincheros.
-Nuestros éxitos folclóricos eran Colín, tonada muy quincheril y P’tas que es feo el folclore, un cachimbo nortino onda neo folclore de Los Cuatro Cuartos. También teníamos nuestra faceta melódica. Nos sacábamos nuestras mantas doñihuanas y sombreros de huaso y nos convertíamos al instante en Alfredo Galán y su combo, en que Alfredo era yo y mi combo era el Álex, ambos con jopo con gomina y chaquetas de luces. Nuestros éxitos melódicos eran The principal parts, un tema tipo Blue moon cuya letra estaba inspirada en nuestro texto de inglés en el colegio, de la autora Lidia Miquel, y el bolero Masoquista, que era para cortarse las venas.
Siempre en veta humor satírico, el grupo El Teniente Bello estrenó allí, fuera del ámbito universitario, la exitosa Lily, yo te quiero, de Gregory Cohen y Roberto Brodsky, presentada por primera vez el mismo año 80 en el Tercer Festival de la ACU
(Agrupación Cultural Universitaria) de la Chile. Y también ahí tuvo lugar un recital de Schwenke y Nilo, donde el poeta Clemente Riedemann, autor de muchos de los versos que el dúo hizo canción, recitó su poema Karra Mawin.
Otro ámbito para el que abrieron espacio fue el humor. Hernán Flaco Robles pasó de animar en la Parroquia Universitaria a ese escenario y Juan Carlos Palta Meléndez, del anonimato a empezar a ser conocido, tal como él mismo recuerda:
-Llegué al Kaffé Ulm, que estaba en la Alameda, en ese pasaje maravilloso, donde después estuvo la primera escuela de teatro de Fernando Gallardo. Fue violenta su irrupción, porque no había lugares así. Se puso de moda en dos fines de semana, bullía de gente. Yo vivía a la vuelta, en la calle Estados Unidos, y ahí iba a meterme a contar mis primeros chistes.
La programación musical también contempló a grupos históricos, como Los Blops. Fue el inicio de la larga relación profesional, comercial y de profunda amistad entre Eduardo Gatti, Mario y Maggie. Eduardo cuenta:
-Cantamos con Los Blops en esta formación de trío que teníamos, con Juan Pablo Orrego y Jaime Labarca. Yo conocí a Mario ahí.
Era fuera de lo común, como sigue siéndolo, que un lugar tuviera espectáculos en vivo todos los días. El Ulm lo hacía, aunque no siempre lograran público. Por dos años, el 80 y el 81, se instaló en el imaginario citadino ese espacio cuya imagen era una mujer al estilo art nouveau, inspirada en el rosetón de la entrada al edificio que pertenece, se dice, al legado a la ciudad del famoso arquitecto chileno Luciano Kulczewski.
Un vecino del Barrio Bellavista, Carlos Meckenburg, que luego sería habitué del Café del Cerro y cercano a los dueños, dibuja su experiencia:
-En plena dictadura escuchábamos a Bob Dylan, Eric Clapton y músicos anglos... En castellano no había mucho, salvo algunos argentinos... Las modas pop, la onda disco y esas cosas aparecieron de un día para otro; pero nosotros seguíamos siendo los hippientos de siempre, necesitábamos música en castellano. Por datos sabíamos del Kaffé Ulm. Fui un par de veces. Recuerdo haber visto a Schwenke y Nilo con toda su parafernalia acústica y no lo podía creer. Apenas cabía la banda en ese bolichito al que me era difícil entrar, por ser menor de edad. En ese tiempo, los sapos te seguían; varios asistentes al Ulm fueron arrestados por la CNI. Pero nosotros conocíamos tan bien el barrio que nunca nos pillaron. Después lo cerraron, jodieron al Mario por un tema de patente o no sé qué y se fue al Bella, igual que muchos arquitectos, cineastas, fotógrafos que arrancaron del barrio Lastarria, después de que los amedrentaron.
En la Municipalidad de Santiago, cuyo alcalde designado era Carlos Bombal, notaron que algo
Los de las Chacras: Alex Zisis y Sergio Bravo (izquierda) pusieron humor en el Ulm y los hermanos Lecaros, parte del jazz (en la foto del Archivo Kaffé Ulm, Pablo y Roberto).
pasaba en la segunda cuadra de la Alameda. Explica Mario:
-Pusieron el ojo en lo que estaba pasando en el Kaffé Ulm; como que ya estaba molestando, creo, y empezaron a poner cortapisas, a exigir esto y lo otro. Hasta que llegó el momento en que, de frentón, el Departamento de Obras de la Municipalidad lo cerró y no hubo vuelta atrás.
Como, por otro lado, económicamente no estaba siendo una gran entrada, principalmente para su dueño, ya que habían subido el arriendo, él no dio pelea. -Michael no insistió en reabrirlo y nosotros, sencillamente trabajábamos ahí, sin pensar en levantar un local propio. Estábamos ahí, yo manteniendo también todas las producciones afuera, lo que salía. Tenía el proyecto de estudiar producción, en España, cosa que después no pasó. Nos llamó la atención es que después se abrió una peña en ese mismo lugar, funcionó muchos años y no cambió mucho el movimiento.
Al cerrar, la pareja quedó de brazos cruzados, “un poco volando”, en palabras de Marjorie (en adelante, Maggie), aunque con una tremenda experiencia acumulada. Reconoce Mario:
-Para nosotros, lo importante es que el Ulm fue como una escuela, nuestra práctica. Maggie venía con una formación y yo conocía a los artistas, producía teatro y música; pero esto era una cosa más estable, con una ubicación bastante privilegiada en la Alameda. Fue nuestra gran práctica y nos dimos cuenta de que funcionaba.
Maggie agrega, en la misma línea:
-Descubrimos que había un público y que podíamos hacer muchas más cosas, más profesionales; salir del tema de las peñas, que eran todas como guetos: oscuras, cerradas, mal producidas, con baños sucios, feas. Empezamos a soñar con hacer un nuevo local similar, pero nuestro. Una fuente de trabajo para nosotros, para los artistas, para nuestro personal, hacerlo más profesional.
Víctor Hugo Romo, poeta, era parte de Nuestro Canto, donde trabajaba bajo el liderazgo de Miguel Davagnino y John Smith. Hasta hoy admira la capacidad de la pareja para llevar adelante estos proyectos.
-Mario era un joven productor en Nuestro Canto, cuya formación es clave. Viene de una familia con un padre muy activo, muy organizador de cosas, un aportador; un luchador social, se podría decir. Como productor artístico fue mirando, reconociendo talentos y una realidad: que había un mundo por mostrar que no tenía espacio donde participar. Por eso, cuando llegó a administrar el Kaffé Ulm lo enriqueció con una parrilla de artistas y, cuando se cierra, quienes componían esa parrilla dicen ‘necesitamos una fuente laboral’.
Sabiendo también que había mucha gente que quería encontrarse en un espacio común, se lanzaron a concretar el sueño.
Mario: Nos pusimos en campaña para buscar una propiedad, con las patas y el buche. Yo con 24 años; Maggie, con 20. Maggie: Teníamos las ganas de seguir el cuento... Mario: ... con las ganas de saber que esto podía funcionar, que podía ser nuestro... Maggie: ... nuestro nicho de trabajo. Mario: Fundamental en esta patada inicial fue el cierre del Kaffé Ulm.
Como en todas las muchas entrevistas realizadas a Mario y Maggie para esta investigación, las frases se les superponen, se complementan, se contradicen. Por eso es que en este libro, sus declaraciones no estarán separadas, simulando gráficamente la conversación.
Plata, pega, papeleo
En Brujos, Jaime Chamorro recordó esas primeras etapas de la instalación del Café.
“Con Mario teníamos mucha comunicación, a pesar de que era mucho más joven que yo. Y recuerdo que un día llegó a conversar conmigo al diario y me dijo que quería instalar un café
en el Barrio Bellavista, que en ese tiempo no tenía ninguna connotación. Era amorfo, como muchos barrios de Santiago. No tenía nada, prácticamente, salvo el Venezia. Era un momento de crisis económica más o menos complicado. Y yo le digo ‘¿cómo se te ocurre ir a armar una cuestión como esa en estos momentos? Es una cuestión imposible. Te va a ir mal como negocio’. Y Mario, que tiene capacidad para ese tipo de actividades, que es muy sagaz, me dijo: ‘lo voy a hacer porque te aseguro que va a andar bien’. Y así fue”.
Encontraron la casa que había pertenecido al Taller 666, cerrada por cerca de dos años. Era un espacio espectacular, que había sido un colegio, el Colegio Baquedano, dato que supieron después, porque llegaban clientes que reconocían el patio y decían ‘aquí estudié yo’. Hasta ahora lo dicen, incluso el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue.
Mario señala las razones para dudar en arrendarla.
-Al principio, la vimos con cierta resistencia, porque el Taller tenía una marca política fuerte. Y pensamos, ‘pucha, esta casa está tan teñida, tiñámonos nosotros mismos pero no partamos teñidos’. Sin embargo, reunía todas las condiciones. Estaba en el Barrio Bellavista, que no existía como tal porque solo estaba el Venezia, la casa de Neruda, la de Camilo Mori. Pero no había más... tenía todas las características de un barrio, pero a dos cuadras de Plaza Italia. Convergía toda la ciudad ahí. Lo estudiaron con calma, porque económicamente les significaba un enorme paso, que implicaba muchas deudas. Llegaron a la conclusión de que la casona de Ernesto Pinto Lagarrigue 192, en la esquina con Antonia López de Bello, era ideal:
Maggie: Iba a ser nuestro centro, nuestro gran proyecto. Y el tema era subsistir, porque íbamos a vivir de eso... Mario: ... estábamos poniendo toda nuestra fuerza. No había lucas. A mí me entraban unas por el sonido, una o dos veces por semana... Maggie: ... así es que recurrimos a las familias, porque ningún banco nos iba a dar crédito... Mario: ... a los abuelos de la Maggie, a mi madre, a mi padre que nos apoyó... Maggie: ... con el compromiso de devolver la plata lo antes que se pudiera. Y la verdad es que confiaron en nosotros... Mario: ... 24 y 20 años. Maggie: ... éramos unos niños chicos.
Carmen Andrade Barrientos fue aval para el arriendo de la casa; Héctor Tito Bustamante Ascui y Cleria Santander, los abuelos de Maggie, prestaron todos sus ahorros; Mario Navarro Martinic ayudó también.
Mario: Sin el aval de mi mamá, jamás nos la hubieran arrendado. Nos tramitaron, la corredora nos mantuvo en ascuas. Tú te acordabas del día en que nos dijeron que sí, que nos la iba a arrendar. Maggie: Mario estaba haciendo la producción y el sonido de un recital del Pato Valdivia, en el Pueblito
de los Artesanos de Los Domínicos, que tenía un galpón al lado de la iglesia. En pleno concierto, fuimos a buscar un teléfono y llamamos al corredor que nos dijo ‘sí, se la vamos a arrendar’. Y celebramos con el Pato y su polola. Teníamos toda la esperanza, la juventud, la inocencia y la inconsciencia. No nos dábamos cuenta de todo lo que venía. Mario: Queríamos hacerla.
Para lo que se venía, pusieron trabajo más familiares y amigos. A cargo de la construcción, por ejemplo, estuvo un primo de Maggie, Tito Bustamante Arriagada, que funcionó como contratista con su cuadrilla de trabajadores y su gásfiter.
No escasearon las dificultades, recuerda Mario.
-Ni pensar en arquitecto ni nada, puro ñeque. Tiremos esto abajo, esta muralla acá, los baños allá. Llegamos a raspar vidrios, porque estaban todos pintados. Empezamos a sacarles la pintura, con líquido de frenos y todo, pero no salía. Después de haber raspado no sé cuántos, nos dimos cuenta de que era mejor romper los vidrios y cambiarlos. Así es que los que no alcanzamos a limpiar, los cambiamos.
De las primeras en integrarse a ese trabajo fue Virginia López. Con ella venían trabajando desde el Ulm, donde había sido la secretaria de Sonus. Desde Arica, su ciudad natal, recuerda telefónicamente:
-Me tocó ayudar en los arreglos y la instalación del Café. De hecho, limpié 1.600 vidrios... no, no sé si exagero, pero eran demasiados. Estaban pintados, no podíamos sacar la pintura. Tuvimos que aplicar montón de cosas y al final la saqué con líquido de frenos. Eran pequeñísimos e íbamos uno por uno.
Mientras estaba, concentradamente, dedicada a esa tarea, tuvo una visita inesperada y nada agradable:
-Miro hacia atrás y había un tremendo guarén, enorme que parecía un gato. Andaba medio atontado, eso sí. Porque donde botamos paredes, removimos todo lo de la casa, que era una casa vieja... y por el hecho de ser vieja, creo que había nidos de esos bichos. Me dio mucho miedo, pero silenciosamente me fui súper rápido, y los maestros trabajadores lograron atraparlo.
Otro problema, más complejo y de índole financiero, se les presentó cuando un viernes por la tarde estaban haciendo el asado de los tijerales: se habían quedado sin efectivo para pagarles la semana a los trabajadores. Alargaron el festejo lo más posible mientras Mario recurría, de nuevo, a familiares:
Mario: Fui a Ñuñoa, donde mis tíos Raúl Montesinos y Anita Andrade, a que me tiraran un salvavidas. Me prestaron plata, pero me dieron un cheque. Entonces, partí donde mi primo Patricio, de Flota Barrios, que me cambió el cheque por efectivo. Maggie: Y así les pagamos la semana a los jornaleros. Fue duro, fue duro el año 82. Convencer a los papás del Mario y a mis abuelos... eran los ahorros de su vida. Pero pudimos devolver todo.
La construcción duró tres meses desde que arrendaron la propiedad. Fue todo el invierno. Avanzaron rápido, pese al clima que jugaba malas pasadas, atrasando los procesos de arreglo. Sigue contando Virginia:
-Tuvimos que conseguirnos muchas estufas, muchas estufas, para que el enyesado estuviese listo cuando lo necesitábamos, porque no se secaba muy rápido. Por lo tanto, hubo que prender hartas estufas. Muchas. Todo lo hicimos a puro ñeque no más y la verdad es que resultó muy bonito.
Aunque botaron murallas y modificaron todo lo que requerían las nuevas instalaciones, Mario califica la remodelación como de obras de mediano calibre.
-Tampoco fue la gran obra. No teníamos lucas ni condiciones para hacerlo. Había urgencia, había que apurar el asunto. Entremedio, nos pedían salas para ensayar, así es que además de preocuparse del salón propiamente y de la cocina, había que preparar algunas salas para los arrendatarios que surgieron en el momento o que buscamos.
Paralelamente, armar el lugar, siguiendo la estética que ya había en el Ulm.
Mario: Nuestra experiencia del Ulm marcó todo esto: el mural atrás, las mesas, las sillas de paja. Partimos con una jardinera, porque tratamos de poner plantas, pero se morían entre la oscuridad y el humo de los cigarros. El Patara, José Segovia, premiado artesano en totora y que fue uno de los primeros en arrendar un taller en el Café, hizo las lámparas, las jardineras y unas aplicaciones para el patio. Los vasos eran botellas de pisco cortadas... Maggie: ... íbamos donde un casero que nos cortaba las botellas, por Recoleta o Independencia... Mario: ... juntábamos todas las botellas y él las cortaba; pero de repente quedaban mal limadas y por eso decía que eran vasos con parche curita [risas]. Mandamos a hacer las mesas redondas y las sillas donde un señor al que todo el mundo le decía el Cuñao, por J.J.Pérez. Lo buscamos y lo encontramos, pero nunca supimos su nombre, solo lo conocimos como el Cuñao, porque era la referencia que nos dieron. Fue histórica su llegada al Café... tenía un camión bien destartalado, viejo y chiquitito y llegó con las 150 sillas colgando por todas partes. Me acuerdo de esa escena. Maggie: Después cambiamos esas sillas, porque eran muy incómodas. Mandamos a hacer unas parecidas a las que se vendían en todas partes; pero un poquito más anchas, más gruesas, y con respaldo de paja.
También fue levantada la galería, ubicada en la parte de atrás del Café la que, como cuenta Mario, sirvió de punto de partida para una novela de Desiderio Chere Arenas.
-El Chere contaba que se inspiró para escribir La Playa de los alacranes cuando vio a Sebastián Piñera sentado en nuestra gradería.
El diseño del mural, que se haría famoso, también tuvo su cuento. Mario:
-Le dijimos al Shakespeare ‘haznos el diseño del logo’. Y llegó con un diseño para logo y mural. No hubo correcciones. No hubo diseños alternativos. Absolutamente nada. Absolutamente confiados en él.
Shakespeare es el apodo de Osvaldo Rojas, diseñador que trabajaba con Michael Weiss y a quien él le había pedido el logo y el mural del Ulm. El sobrenombre le quedó después de que, antes de aquello, hiciera un afiche para Hamlet cuando era parte de la oficina de los hermanos Vicho+Toño Larrea. Cuenta su lado de la experiencia:
-Mario me dijo que necesitaba un logo, porque tenía ya vista una casa. Ahí le pusimos Café del Cerro. Y un día, en que habíamos quedado de juntarnos como a las 10, eran las 8 de la mañana y yo... nada. No hallaba qué hacer. Me puse a pensar en el Cerro, en la Virgen, que es muy blanca, y en que se ve todo verde, e hice la figura del Cerro como art deco: están las casas, el río y los puentes que también son importantes. Y también está Santiago, los edificios a este lado. Pero había que ponerlo plano... Inmediatamente pensé que podía ser un mural. Hice un dibujo a lápiz: el cerro, las casas antiguas, el puente, la Iglesia de San Francisco, la Torre Entel, edificios que se vea que son de Santiago. Pero así, sencillo. Lo interesante eran los colores. Me dijo que sí al ver el dibujo y yo le contesté ‘mañana te traigo el original’.
Lo dibujaron y pintaron entre él y un compañero de colegio que estudiaba Artes Plásticas. Llevaron una ampliadora, proyectaron en el muro. Estuvieron toda una noche dibujando y un día entero pintando al esmalte.
Enfrentando la burocracia
Paralelamente, resolvían los temas administrativos: patentes y permisos municipales, asuntos contables e impositivos. Explica Mario:
-Fue toda una apuesta abrir el Café. Lo del Servicio de Impuestos Internos lo manejó el papá de la Maggie. Leyes sociales, también; teníamos a toda la gente con contrato, tratamos de partir lo más legal posible. No sé si nos habrá faltado algo. Tratamos de cumplir con todo: entradas timbradas, IVA, banco... cuando estábamos recién empezando, un agente de la sucursal del Banco Chile que estaba en el Crown Plaza nos creyó el proyecto y nos abrió una cuenta... una cuenta no más, ni línea de crédito, ni tarjetas ni nada. Nos hicimos bien yunta con él y con los cajeros también teníamos buena onda.
Los trámites para la patente y los permisos en la Dirección de Obras, también municipal, estuvieron a cargo de Maggie:
-Me instalaba ahí. ‘¿Dónde se saca esto?’ Y partía. Todos los días estaba ahí, marcando. Hablando con uno y con otro. Hasta que me atendían. Eso fue duro. Fue muy largo. Veníamos con el peso del cierre del Ulm y cuando empezamos a hacer los trámites,
avanzábamos poco, pero la Municipalidad nos fue dando las pasadas para que lográramos las patentes para abrir.
Mario reflexiona:
-La patente se demoró, nos tramitaron con que el cálifon había que moverlo para allá, para acá, buscando mil subterfugios... Pero construimos en regla, seguimos todas las normativas. No sé si la gente de la Dirección de Obras habrá hecho un nexo entre el Café del Cerro y el Ulm; no sé qué habrá pasado ahí, pero se demoró un poco el permiso, aunque tampoco fue un exceso. Lo hicimos todo en regla, baño de hombres, baño de mujeres, baño del personal. Cosas que en el Ulm no había. Estaba en un segundo piso y no había escalera de emergencia siquiera. Siempre el temor era que lo que estábamos haciendo pudiera traernos consecuencias que, en este caso, podría ser el cierre. Pero no nos pasaron nunca una multa ni por ruidos ni por Impuestos Internos ...
El 15 de septiembre de 1982, la dupla Kusch/ Navarro inauguró y obtuvo la patente. Todo en la misma fecha. Mario:
-Fuimos a invitar a la inspectora que nos estaba viendo y nos dijo ‘¿cómo van a inaugurar si todavía no tienen patente?’. Y nos dieron la patente de alcoholes, aunque entonces era más fácil de sacar que ahora. Por un lado, era más fácil y, por otro lado ... no sé si alguien nos protegió o no se dieron cuenta de lo que venía. Si se hubieran dado cuenta, nos hubieran molestado más. Nos molestaron; pero no tanto como podrían haberlo hecho. A eso se unía la irresponsabilidad de la juventud. No sabíamos en qué nos estábamos metiendo ni para dónde íbamos.
Los primeros de la lista
Los integrantes del equipo original del Café del Cerro fueron Mario y Maggie, Víctor Hugo Romo, Eugenia Quena Velasco, amiga de toda la vida de Maggie y que había estudiado hotelería con ella, y los hermanos Kusch: Mauricio, que inauguró la puerta y el cobro de las entradas; Suzy, a cargo de la cocina y responsable de las empanadas que se hicieron famosas, y Ximena, que también atendía mesas. El cocinero Lucho Cayuqueo, Shakespeare y el sonidista Sergio Sepúlveda, pasaron del Ulm al Cerro, sin dilación. Cuenta Mario:
-Sergio Sepúlveda estuvo harto tiempo, hasta que pasó al Bafona como sonidista oficial, donde jubiló. Y Shakespeare fue el primer fotógrafo del Café.
El aludido recuerda:
-Nunca trabajé dentro ni tuve taller ahí. Pasaba muy poco en el Café y me fui perdiendo. Al principio les hacía las fotos, pero después Mario tenía gente trabajando para eso.
Mario: Ese era el equipo que partió. Más la Vicky, la Virginia López, que venía también de Sonus, mi empresa de sonido, que tenía oficina debajo del Ulm, en el primer piso.
Maggie: Y, como contamos, mi papá se ofreció a hacer el tema de la contabilidad, porque es contador auditor, pero no ejercía hacía muchos años.
Víctor Hugo Romo agrega detalles de su llegada al equipo:
-Cuando Mario se va a administrar el Kaffé Ulm, yo tenía los martes para invitar a poetas y hacer conversatorios. Me integré al Café del Cerro cuando él hace su proyecto personal y me dice ‘estoy armando esto, quiero que te vengas a trabajar conmigo’. En una primera instancia, en producción, que era organizar todo el día a día y encargarme de la comunicación con el afuera: redactar cartas y comunicados de prensa e ir a los medios a llevarlos. Así partí.
Hablando de llegadas, comenzaron a poblarse los talleres. Mario se ríe al visualizar lo que narra.
-El Patara, junto al diseñador y pintor Juan Carlos Álvarez (JC), fue uno de los primeros en arrendar un taller, que se transformó como en el Consulado de Arica en la capital: de a poco fueron llegando músicos desde el norte y se formó el Arak Pacha con su propuesta músico-teatral con Patara, quien también en ese taller les confeccionó los penachos que los caracterizaron. Luego hicimos los exitosos tambos de música andina y ellos fueron invitados a La Gran Noche del Folclore de Alerce en el Caupolicán y a grabar con ese sello. También llegó Pancho Puelma, al que los maestros le pusieron Cocciante, por el cantante italiano, debido a su pelo y a su piano de cola que debieron entrar por una ventana al segundo piso. También llegó el grupo de cantos y danzas folclóricas Chamal, que nos hizo botar unas murallas para que pudieran ensayar bien.
No hay fiesta sin sus conflictos
La noche del 15 de septiembre del 82, la casona del Barrio Bellavista se transformó oficialmente en el Café del Cerro. Invitados e invitadas recibieron un afiche con la gráfica oficial, en un formato que se hizo tradicional para este tipo de publicaciones y que contenía, en este caso, el poema Breve historia, de Víctor Hugo Romo.
Esa noche estrenaron espacio, micrófonos, acomodaciones, vajilla, empanadas, vino navegado y artistas en una fiesta que, nadie lo sabía, marcaría el comienzo de una década sorpresiva. Rememora Mario:
-Animó el Flaco Robles y se presentaron Chamal, el Palta Meléndez, el Tío Roberto y Catalina Rojas, Antara, Ortiga, Miguel Piñera con Fusión Latina, Gervasio. También estuvo el grupo de teatro Aleph, es decir, dos de ellos, que tenían el conjunto folclórico y melódico Los de las Chacras, porque yo era fanático de ellos; cantaron su canción para Julio Martínez y otra de un boxeador que tenían. Y John Smith presentó a Víctor Hugo Romo, para que leyera un poema.
Las cosas no fueron muy fáciles para Víctor Hugo Romo y su lectura poética. El ambiente era
demasiado festivo para un texto en serio y sobre la contingencia.
-Yo estaba muy lejos de la anécdota juguetona sobre los cerros San Cristóbal y Santa Lucía que había escrito para el Café. Mi poesía era sobre la contingencia. Así es que yo leo esa noche, ante un público que no escuchaba nada, un largo poema que hablaba de que, en ese momento que nos tenía a todos impactados, por un lado, surgía este café, pero por otro la lucha social iba in crescendo. Yo viví, experimenté, sentir los choques de vasos, las risas, las conversaciones y el darme cuenta de que había dos o tres oídos atentos, nada más. Una masa y un barullo generalizado.
Sin embargo, más que aquello, lo que ha quedado en su corazón es el encuentro con un hombre indispensable en la cultura nacional:
-Al término, sentí los aplausos y cuando me voy retirando se me cruza Ricardo García, que era un hombre muy cariñoso, muy lleno de afecto y de ternura. Me abrazó y me dijo: ‘es lo más digno que he escuchado esta noche’. No me habló de bello ni de si estaba de acuerdo o no. Me habló de dignidad. Siempre me ha quedado dando vuelta la duda de a qué se refería. Si a una dignidad del texto o a la del lector que, pese al barullo, igualmente lee su texto.
Previo a la fiesta, la presencia del Negro Piñera había causado un movimiento telúrico.
Pedro Villagra (Santiago del Nuevo Extremo): nosotros tocamos harto en el Kaffé Ulm y cuando el Mario Navarro se instaló en el Café del Cerro, nosotros ya trabajábamos con él como productor y nos tenía invitados como grandes anfitriones de la inauguración... Pero no quisimos ir, porque también había invitado al Negro Piñera y surgió el rechazo de algunos: que si estaba él, nosotros no estaríamos. El Mario se enojó y estuvo sin hablarnos por harto tiempo. El Negro nos había hecho algunas tallas pesadas. El Mario lo ponía como telonero de nuestros conciertos -como productor lo hacía y nunca nos preguntó- y después el Negro se abanicaba diciendo que tocaba con Santiago del Nuevo Extremo; salía en la televisión diciendo eso. Y en algunos conciertos se enchufaba en nuestros amplificadores, sin pedir permiso. Al poco tiempo, cuando ya era famoso, empezó a hablar mal de nosotros, a decir que éramos protestones. Entonces, nos pareció poco ético. Fue más allá de los límites tolerables. Luis Le Bert (Santiago del Nuevo Extremo): La represión de la dictadura generaba en nosotros una especie de actitud de andar circulando por la ciudad sin ver a nadie. Se nos llenan de nebulosas los recuerdos y la mayor característica es que uno no veía mucho porque andaba asustado. Mario me había dicho en los patios de la escuela, porque él estudiaba diseño y yo arquitectura ‘voy a hacer un lugar’. Yo ni siquiera lo asociaba con el Ulm, porque no hablaba mucho, me quedaba asustado, era la tónica. Pero él, como nuestro manager, había agarrado la costumbre de poner un letrero de los conciertos -a raíz de nada y sin preguntarnos- con Miguel Piñera y Santiago del Nuevo Extremo y Miguel Piñera más grande. Era una cuestión súper rara y provocaba ira, porque a Miguel Piñera no lo conocían. Entonces, claro, era
Página anterior: Eduardo Peralta y Cecilia Echenique compartieron escenario (Archivo Café del Cerro) Gervasio llegó a la inauguración como sorpresa y encantó con su actuación, como Los de las Chacras que, pese al éxito, no volvieron a actuar en la sala (Archivo Café del Cerro).
su negocio. Y lo hizo varias veces. En el fondo, el Café del Cerro era un buen lugar donde se repetían todas las cosas humanas. Era como un laboratorio de cosas. Pedro Villagra: Por eso, siendo que éramos de la casa, no participamos en la inauguración oficial; nos negamos a celebrar la inauguración. Así es que la tensión con Mario fue fuerte. Pasó, no sé si habrán sido dos meses y ya, como todas las cosas, se arregló con el tiempo. No hubo disculpas oficiales de por medio, solamente más fechas en el Café del Cerro. Vamos arriba. Bien pragmático.
Como decíamos al comienzo, la memoria es emotiva y puede jugar malas pasadas: los conciertos en que Piñera y Santiago compartieron escenario fueron apenas dos, con gran éxito de público; la preponderancia en los afiches del nombre del Negro se debía a la diferencia de peso gráfico de los logos de ambos, y la demora en que el grupo de Canto Nuevo entró a la cartelera del Café superó con mucho los dos meses: el jueves 3 de febrero de 1983 fue la primera de las 61 veces en que -hasta 1988- el popular y emblemático grupo tocó en el local.
Un músico que sí participó de la fiesta fue Gervasio, que había estado un tiempo fuera del país y que al volver se enteró de la inauguración
Pedro Pablo Humire, gran cultor y estudioso de la cultura Aymara estuvo en el Café. En esta foto de Anselmo Córdoba, toca la quena en el patio del local (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) La banda de rock fusión Quilín inauguró la presencia de este estilo musical en el recién inaugurado local (Archivo Café del Cerro).
del Café. Fue con su guitarra y le dijo a Mario: “tenía que estar aquí”.
La prensa recogió la inauguración. Lucho Fuenzalida, en La Tercera del 24 de septiembre, escribió que había asistido “mucha ‘gente linda artesanal’, pelambreras y barbas (...), todo muy en onda palta-calipso-charango. Miguel Piñera y su grupo Fusión Latina nos aturdió a todos y el dúo Los de las Chakras [sic] nos hizo reír con sus divertidas coplas y tallas y sobre todo con una canción cruelmente alusiva al colega y comentarista Julio Martínez, que si la oye le da un ataque de caspa. Empanadas, mucho tinto y Roberto Parra con la Corina [sic] Rojas tocando jazz huachaca del mejor”.
En realidad, según la información que uno tuviera sobre el comentarista deportivo y el juicio que hiciera sobre dicho personaje, la letra de la canción podía ser entendida como una enorme alabanza o como una ironía de nivel superior. Así es que la crueldad, a la que aludía Fuenzalida, quizá la puso su propia cabeza. Según el testimonio de Sergio Bravo, uno de sus autores e intérpretes, la letra de la canción terminaba diciendo: “¡Eres filántropo, /actor y novelista / eres romántico /eres hijo ejemplar. /Eres el Churchill / de los futbolistas
/ el Vargas Llosa / entre los columnistas! /... y un día / si sigues adelante / de nuestra Patria /¡serás el gobernante!”.
Pese a que Mario y Maggie los quisieron de regreso en la cartelera diaria, Los de la Chacras no volvieron. Explica Sergio Bravo:
-Aunque éramos asiduos del Café, después no actuamos más. Me imagino [que fue] porque no teníamos repertorio para sostener un espectáculo de larga duración. Cuando se inauguró el Café del Cerro, ya habíamos actuado muchas veces en lugares como la Parroquia Universitaria, el Ulm, peñas y boliches populares y éramos ya relativamente conocidos en los medios under y de resistencia cultural, pero generalmente en espectáculos colectivos.
La programación continuó inmediatamente, abierta al público sin un tiempo de rodaje. El jueves estuvo Antara, grupo liderado por los hermanos Alejandro y Fernando Lavanderos más Juan Cristóbal Meza, que cruzaba el conocimiento de la música culta con los ritmos latinoamericanos; el viernes, Quilín y su vanguardista jazz-rock de fusión, y el sábado regresó el Negro Piñera, en su primera y última presentación pública en el Café.
El resto del primer año, la cartelera mostró lo que, con algunas variaciones, iba a ser la tónica de los espectáculos que se presentarían durante los cerca de diez años en ese escenario, quizá inconscientemente democrático: no había tarima y los artistas actuaban a ras de suelo, al mismo nivel de quienes asistían, como una metáfora de que unos/as y otros/as estaban en las mismas.
Esos meses de 1982, entre mitad de septiembre y fines de diciembre, hubo en el Café setenta y dos funciones corrientes y diez especiales, en las que actuaron setenta y un artistas. En su mayoría pertenecían -en orden decreciente- a las categorías de humor (integrado, en este caso con música y teatro), Canto Nuevo y jazz, en sus variantes de contemporáneo, flamenco, huachaca, moderno, para guitarra y jazz-rock. También hicieron su aparición los primeros artistas extranjeros: vino Helga, una argentina que por entonces era pareja de Gervasio; y la agrupación de jazz Raga, de Mendoza.
El local iba, lentamente, haciéndose conocido, pero aún la tónica era un promedio de asistentes cercano a las 50 personas. Aunque algunos artistas resintieron el establecimiento de rankings de asistencia, los registros de las bitácoras diarias de control interno aportan datos que, a la larga, resultaron históricos. En ese año solo consignan cifras respecto de cuarenta y cuatro funciones, las que señalan como los artistas que llevaron más público al grupo Ortiga, Cecilia Echenique, Eduardo Peralta, Hugo Moraga, Viento del Sur y Eduardo Gatti. Recuerdan y valoran Cecilia Echenique y Hugo Moraga:
Cecilia: Partí con Eduardo Peralta cantando a dúo y nos tocó inaugurar el año 82 el Café. Los grupos o
solistas en general hacían su música, y compartían abajo del escenario; a diferencia de hoy, donde se comparte mucho en el escenario. Fue una experiencia maravillosa.
Hugo: No sé por qué llegué al Café del Cerro. En términos técnicos, había un escenario, un sonido, un ingeniero y uno tenía una cierta facilidad para poder expresar las canciones.
Entre las funciones extraordinarias, destacan el lanzamiento de los tres números de la revista La Bicicleta dedicados a Violeta Parra, con las presencias de Nicanor y Roberto, más Gastón Soublette y Ricardo García; la actuación de Pedro Humire, cultor e investigador de las culturas ancestrales del Altiplano; una peña solidaria en que actúo el folclorista Benedicto Piojo Salinas; un encuentro jazzístico argentino-chileno y la fiesta de Navidad, que incluyó música de Viento del Sur y fuegos artificiales.
A las figuras mencionadas, podemos agregar otras que actuaron esos primeros meses y que permanecerían en el Café por mucho tiempo: Juan Carlos Meléndez (que había llegado de Copiapó con el apodo de Burro y al que luego el periodista Alfredo Lamadrid llamaría Palta), Rudy Weidmaier, Osvaldo Torres, Cristina (González antes de irse a España, Narea después), Guillermo Basterrechea, Jorge Yáñez, Juan Carlos Pérez, Renée Ivonne Figueroa y Sol y Medianoche, entre otras. Entre los músicos que acompañaban a artistas, quienes durante más tiempo estuvieron en el Café, formando -además- sus propias agrupaciones, destacan Juan Cristóbal Meza y Raúl Aliaga. Este último, que en la década de los años 2000 fue creador y productor general de los homenajes realizados en las Municipalidades de Providencia y Peñalolén, tiene una mirada de largo plazo sobre el local.
-Fue el lugar de unión de los artistas, músicos y creadores con una sensibilidad y responsabilidad social frente a los momentos críticos que el país vivía.
Auge y matrimonio
En enero de 1983, en la edición del lunes 17 de Las Ultimas Noticias, Mario Navarro declaraba que querían darle variedad a la oferta artística y abrir las posibilidades de asistencia: “hemos tratado de abarcar un mayor abanico de estilos y, por otro lado, nos hemos abierto a más posibilidades económicas, ya que el precio de la entrada cambia según el día e incluso tenemos entrada liberada”.
Esos objetivos durante el año encontraron diversas expresiones. No era fácil tener el local abierto y funcionando de lunes a sábado y, por ello, continuando una práctica probada en el Ulm, cada día tenía su afán: de lunes a miércoles había una mezcla de humor, música y teatro, con entrada libre, que les permitió hacerse de fama en el barrio; los artistas, en general poco conocidos
pero valiosos, iban a la gorra, es decir, a lo que el público quisiera -o pudiera- aportarles. Jueves y sábado la cartelera se ponía en onda cantautores, pertenecieran o no al Canto Nuevo, y el viernes siempre estuvo reservado al jazz, en sus múltiples formas.
La prensa escrita respondió a esa variedad, destinando notas, a veces diarias y simultáneas, a destacar la programación y ya antes del primer aniversario, celebrado el 15 de septiembre con una fiesta privada más actuaciones; Mario Navarro era considerado como un referente en la escena musical. Por ejemplo, el diario La Segunda informó sobre el lanzamiento de un casete que compilaba a los más importantes de sus artistas, bajo la marca del sello Alerce y con la colaboración del sello SYM, ese de las damas de la canción internacional Sonia y Myriam von Schrebler.
El aniversario estuvo antecedido por un acontecimiento personal, pero a la vez atingente a toda la comunidad de cercanos del Café. Como resume Maggie:
-El año 82 inauguramos el Café del Cerro y el año 83 decidimos hacer una vida juntos. Nunca pensando en probar, sino que para siempre.
Así fue como, a puertas cerradas y entre familiares, amigos y artistas, se casaron Mario y Maggie, en una ceremonia creada especialmente para la ocasión por Hiranio Chávez, quien lo narra así: -Cuando Mario se casa con Maggie nos pide ayuda sobre cómo podría ser un casamiento no religioso, sino que un acuerdo de pareja de vida. Yo diría un sirviñaku, como se celebraba en el Altiplano, que eran matrimonios a prueba. Entonces, le dimos ese nombre. Hizo el guion Jaime Chamorro, sobre la base de la información que yo le entregué.
Hubo alegría, brindis, comida y actuaciones -entre ellas, la segunda actuación privada y última del Negro Piñera en ese espacio- amén de baile de madrugada. La ocasión marcó la entrada a la administración del Café de la mítica Señora Eliana, madre de Maggie, reina de la puerta de entrada y pilar del local.
Durante el año hubo 323 funciones, de las cuales 42 fueron especiales y en las que actuaron 145 artistas, incluidos el grupo Abril, Hugo Moraga, Schwenke y Nilo, Eduardo Peralta, los hermanos Lecaros y Héctor Titín Molina, por nombrar solo a algunos. Se mantuvieron las categorías más programadas, aunque con un cambio de énfasis: el Canto Nuevo pasó a tener más funciones, seguido muy de cerca por el jazz, el humor (acompañado de música y teatro), los sones brasileños y las actuaciones de cantautores y cantautoras no necesariamente alineados con él. Así recordó este primer tiempo, para este libro, el trovador Eduardo Peralta:
-El Café del Cerro, por lo que se vivió por las circunstancias políticas y sociales de la época, fue muy importante para mí. Fue como un refugio, junto con
varios otros en Santiago y en otras ciudades de Chile en que se hacían rituales musicales. El Sindicato de Carpinteros y Ebanistas en Concepción, el Sindicato Sewel y Minas, que tenía un teatro en Rancagua y para qué decir Valparaíso. Tuve la suerte de estar en la primera semana del Café, como inaugurándolo, con la Cecilia Echenique, a dúo. Fue muy especial, había un público muy grato, que pedía las canciones, que compraba los casetes, lo que era muy importante. Había una buena amplificación, una onda medio familiar, porque era la familia la que atendía: la Maggie, Mario, la señora Eliana, la mamá de Maggie. De las cosas más recordables es esta cofradía de artistas que ahí nos conocimos, aprendimos a cantar juntos, a conversar, a tejer amistades, a tejer relaciones.
Varias iniciativas hicieron de este año un período particular, muy reporteado por los medios. Las dos principales fueron el Primer Encuentro Nacional de Cantautores y los recitales Hecho en Chile, en sociedad con el programa del mismo nombre de Sergio Pirincho Cárcamo en radio Galaxia. De ambos hablarán inextenso dos capítulos posteriores. El primero tuvo aparejado un intento de organizar a los músicos del Canto Nuevo. Era una época en que no permanecer aislado, organizarse, era imperioso. Eduardo Gatti, en cuya casa tuvieron lugar algunas reuniones para ello, recuerda que la idea no prosperó:
-No hubo tal asociación. Hay varias fotos en las que estamos todos juntos, pero no sé cuál fue la razón. No tengo recuerdos de nada institucional con respecto a esa iniciativa.
Si bien el Café no fue parte formal de ninguna red, muchos de sus artistas, de maneras diversas, sí lo fueron. Habla Toño Kadima, artista gráfico, poeta, creador del Taller Sol y uno de los más persistentes gestores culturales, desde entonces hasta ahora, atesora parte de los vestigios gráficos de esos años en el archivo del mismo taller:
-En tiempos del Café del Cerro, había una organización de la cultura. Mala o buena, había una organización. Estaba El Canto de Chile, con Eduardo Peralta, Eduardo Yáñez, Juan Carlos Pérez. Estaba el Coordinador Cultural, pero hay sombras en la historia de la cultura. El Coordinador Cultural se ha visibilizado a la fuerza en los últimos quince años. Y en ese territorio de la invisibilidad queda lo que hizo la Unión Nacional por la Cultura (UNAC)/ Coordinador Cultural y la importancia del Congreso de la Cultura.
En 1983 también regresó a Chile, incorporándose al circuito de música alternativa, un cantautor recordado por muchos de quienes vivieron los años 70: Gonzalo -Payo- Grondona. Aunque abandonó el banjo, que lo hizo popular con su conocida canción dedicada al bar Il Bosco, mantenía la frescura y encanto crítico de antes, junto con su ironía y lírica, expresadas en nuevas canciones siempre con temática netamente urbanas.
El Tío Roberto Parra y Catalina Rojas, Luis Pippo Guzmán y Payo Grondona fueron habituales en el Café. No así Héctor Titín Molina que solo estuvo siete veces en los diez años de vida de la sala (Fotos 1 y 2: Archivo Café del Cerro / Foto 3: Archivo Juan Luis Gutiérrez / Foto 4: Fuente Archivo Nacional de la Administració).
En el documental Payo en serio (Alejandra Fritis, 2012) el cantautor dice al respecto:
“Para mi debut en el Café del Cerro, yo empiezo el concierto con un tema un poco rockeado. Yo le puse música a un poema de Neruda... el poema se llama Regresa el trovador. Empecé con eso. Y cuando estaba en la mitad, las 300 personas que había, que eran muchas... la mitad lloraba, la mitad estaba atónita y decían... ‘puta este huevón’. Ahí inventé una palabra. Yo dije que era el eslabón perdido. Estaba todo el Canto Nuevo, con un repertorio muy específico, muy críptico. Y yo llego con un lenguaje muy directo, muy cotidiano, muy abierto. Y caigo parado, haciendo el eslabón entre el Canto Nuevo y la Nueva Canción (...). Yo caigo parado ahí. Y ese eslabón fue muy bonito, porque fue reconocido por los chiquillos o los cabros de la época y ... todo bien”.
A partir de este año, se instauran dos costumbres que jamás se perdieron: festejar el 18 de septiembre con una fonda que, esta primera vez contó el Tío Roberto Parra y Catalina Rojas, Arak Pacha, Payo Grondona y Luis Pippo Guzmán, siempre presente en el Café debido a su triple calidad de cantautor, humorista y actor. La segunda es la ampliación de la oferta gastronómica de la noche al día: comenzaron los almuerzos, con menú fijo de cuidada comida casera. Este aspecto también será parte de un capítulo exclusivo.
Las funciones con registro indican que la media de público había subido a entre 100 y 150 asistentes, siendo los artistas más vistos Eduardo Gatti -con sus poco más de 300 asistentes, se instaló por varios años en el primer lugar de popularidad-, Eduardo Peralta, Payo Grondona, Hugo Moraga y Santiago del Nuevo Extremo. Mención aparte, por su récord también de tres centenares de personas, en un ciclo de por sí exitoso, merece la sesión del Primer Encuentro Nacional de Cantautores en que estuvieron el propio Gatti, Juan Carlos Pérez, Tita Parra y Rafael Araya.
En términos de la cantidad de veces que los artistas se presentaron, aparecen sorpresas: son aquellos que estaban surgiendo desde el anonimato: Luis Pippo Guzmán, con 47 actuaciones, y Martinho y su Traça, con 25. Guzmán llegó de Iquique, donde en la televisión local había hecho conocido a su personaje Pippo, un payasito dedicado a niños y niñas. Martinho era el nombre artístico de Martín Loyola, hijo de Hernán Loyola, el más importante biógrafo de Neruda.
En materia de prensa, el año cerró con un gran reportaje sobre el Barrio Bellavista, que ya se iba consolidando como un polo cultural con sus salas de teatro, restaurantes, galerías y, por cierto, con el Café del Cerro. Escribía Rosario Larraín para el suplemento Wikén (El Mercurio) del viernes 23 de diciembre que en “la variedad está el gusto: El Café del Cerro tiene poco más de un año de vida y una clientela asegurada. El secreto de su éxito está en la variedad que ofrece. Los días lunes tiene un cantante de cartel, los martes, humor; los miércoles, café concert; los jueves música joven,
rock y grupos nuevos; los viernes, jazz y los sábados, canto nuevo. En el local, en el que caben hasta 370 personas también se le da almuerzo a los oficinistas del sector”.
Es notable pensar que, en poco más de un año, un sector de la ciudad considerado anodino por muchos se transformó en un espacio notablemente distinto al resto de Santiago, en el que se respiraba incluso otro aire. ¿Cuánto de ese cambio se debió a la temprana instalación del Café del Cerro? Aunque no hay instrumentos para medir aquello, quienes vivimos esa mutación podemos dar fe de lo mucho que influyó su presencia. También aparece, aquí y allá, en distintos tipos de documentos, como en la memoria El Barrio Bellavista en los procesos de modernización (2003), para optar al título de socióloga en la Universidad de Chile, donde Maira Arriagada, la autora, escribe:
“Los artesanos que habían sido desalojados por la Municipalidad de Providencia se trasladan a Bellavista Recoleta en torno al Café del Cerro, donde después de varias desavenencias con la autoridad local y policial, logran obtener permiso para instalarse (...). El Café del Cerro es recordado por varios de los entrevistados como uno de los lugares más alternativos del momento, precursor de nuevas bandas de rock chileno, de jazz o de música alternativa al régimen. Se transformó en lugar favorito para intelectuales, gente de izquierda y en general de un público que buscaba expansión y diversión”.
Neruda, miguelitos y Canto Nuevo
El verano del 84 trajo al Café a una tremenda figura del teatro chileno: Franklin Caicedo. Instalado desde fines de los 60 en Buenos Aires, recién diez años después comenzó a venir a Chile para mostrar por qué se había destacado en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile y por qué había logrado hacerse de fama en el difícil medio argentino. Ese enero presentó un espectáculo ya probado en la capital trasandina: Neruda, déjame cantar por ti. La magia de su forma de hablar, de recitar, encandiló al público, que no dejó espacio vacío ni aplausos por hacer sonar. Tanto así, que debieron programar una función adicional, porque en la última del ciclo quedaron más de 50 personas fuera. Recuerda Mario:
-Eso fue desbordante. Y la actuación, maravillosa. Lo hicimos en varias noches, todas con más gente que nuestra capacidad real. Llegaron a verlo Matilde Urrutia... Anita González, la Delfina Guzmán.
Así reaccionaba el propio Caicedo a este encuentro, en El Mercurio del 12 de enero:
“Estoy sorprendido, estoy conmovido por la repercusión que tuvo mi trabajo entre la gente joven que no me conocía. Estoy admirado del interés del público que asistió, a veces de pie o sentados en el suelo”.
Antes de los dos años de existencia, el Café del Cerro era un espacio obligado para muchos, con
Leo Rojas (derecha / Archivo Café del Cerro) fue uno de los primeros integrantes de Santiago del Nuevo Extremo, luego desarrolló una carrera como solista. La foto del icónico grupo del Canto Nuevo es de la autoría de Miguel Opazo.
una programación de lujo. Público, artistas, prensa poblaban sus noches. Pero también las visitas indeseadas. Se entendía que estaban presentes a diario, pero no habían realizado acciones de amedrentamiento hasta la fiesta del segundo aniversario, en la que actuaron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Peralta y Días Felices, un grupo destinado a homenajear al rocanrol.
Mario lo cuenta ahora livianamente, pero en el momento la situación no tuvo ese cariz.
-Lleno el Café, todos con la conciencia de que había toque de queda y no podíamos extendernos. De repente, viene el cuidador de autos y me dice ‘les pincharon los neumáticos a todos los autos’. Salgo y veo que había autos que tenían las cuatro ruedas pinchadas. Sin que parara el show, empezamos a ubicar a la gente. Me fui a Recoleta, a Independencia, hasta que encontré una vulcanización abierta. Y le dije al encargado ‘te voy a traer como cuarenta neumáticos, así es que mantente abierto’.
Y empezó a echar los neumáticos arriba de su fiel Fiorino, a llevarlos y a traer de regreso los reparados.
-Así nos llevamos, no sé, dos horas, hasta antes del toque de queda; pero todo el mundo se fue a su casa con su auto. El único que lo dejó ahí fue Eduardo Domínguez, un director de televisión muy amigo que dijo ‘no, ni cagando, yo vuelvo mañana’. Llamamos a Carabineros, que echaron arriba del radiopatrullas al cuidador de autos, que había visto al tipo. Se dieron unas vueltas, encontraron al tipo con el punzón y todo y siguieron de largo. Sería todo.
Al revisar la programación, que incluyó 320 funciones y 113 artistas, y sobre todo al observar las estadísticas de público y presentaciones, ese fue el año con más presencia del Canto Nuevo. Lideraron el ranking anual Eduardo Gatti, Isabel Aldunate, Payo Grondona, Leo Rojas, Santiago del Nuevo Extremo, Rudy Wiedmaier, Eduardo Peralta, Vientos del Sur y Schwenke y Nilo. Luis Pippo Guzmán hizo de las suyas, con música, teatro y humor en 45 noches, y Arak Pacha llevó la magia de los pueblos originarios del norte a 35 jornadas.
Fue también este el año del Primer Festival de la Joven Música Chilena, organizado en conjunto con la revista La Bicicleta, donde triunfaron Manolo y Felipe con una canción seria, por contrapartida de lo que hacían habitualmente en el Café y que dio escenario profesional a la adolescente Francesca Ancarola. Álvaro Godoy, uno de los responsables de la primera selección de participantes, quedó asombrado con su voz. -Francesca Ancarola era una cabrita de colegio. Con una voz... todavía no había estudiado canto. Se presentó con una composición propia. Me dije, ‘esta persona la va a romper’. Y salió primera en interpretación, le ganó a todos los viejos.
Separada del grupo Abril, Tati Penna debutó como solista y Eduardo Peralta trajo a Georges Brassens desde Francia y a Leo Masliah desde Uruguay, con la diferencia de que este último sí pudo venir en carne y hueso a dar a conocer su especial, negro e irónico humor intelectual. Rememora para esta investigación, por correo electrónico:
-Me presenté muchas veces ahí; pero no las iba contando. Mario Navarro me escuchó el 83 en La Trastienda de Buenos Aires y se interesó por llevarme al Café. Ahí quedó hecho el contacto, creo que fue al año siguiente que fui por primera vez a Santiago. Antes de eso no sabía nada del local y tampoco recuerdo cómo fue mi primera impresión; pero sí que la experiencia siempre fue buena.
Por los palos: la entrada del rock-pop
Nunca los meses de enero fueron lentos para el Café. Menos el de 1985 que -pese a estar vigente el Estado de Sitio, decretado en noviembre del año anterior- se inició con la apertura del Primer Festival del Barrio Bellavista, para el cual la programación del local contempló, entre el 5 y el 13 de dicho mes, la presencia de sus top: Luis Pippo Guzmán; los payadores Pedro y Fernando
Yáñez; los cantautores Moraga, Weidmaier, Pérez, Grondona y Gatti; los grupos Santiago del Nuevo Extremo, Sol y Medianoche, Araucaria, Cometa, Quilín, Bandhada, Chamal, Arak Pacha y Schwenke y Nilo, y la voz incomparable de Tati Penna, entre otros.
Recién terminada la iniciativa, que unió toda la oferta cultural del barrio bajo el auspicio de la empresarial Asociación de Amigos del Arte, el 17 de enero llegaron Los Prisioneros. Precedidos por una fama underground ya consolidada y empezando a ser masivos gracias a su primer registro -La voz de los 80- se presentaron 15 veces a lo largo del año en el Café, siempre con llenos totales, según recuerdan Mario y Maggie. Lamentablemente no existe registro de público de este período, como para dar cifras de su arrastre o del de los demás artistas.
Carlos Fonseca, manager del grupo de San Miguel, reflexiona sobre esta aparición que, en principio, pareció ajena al local.
-En el Café yo tenía un lugar de confianza donde podía tocar y probar cosas, incluso, hacer un prelanzamiento y con gente con la que me llevaba súper bien. Y, por otro lado, Los Prisioneros abrieron un espacio allí, un mercado; trajeron un público nuevo. El público más abierto se cruzaba... pero había poca apertura de mente en esa época en el tema musical, y más enfrentamiento entre pop y Canto Nuevo. Creo que, incluso, un asiduo al Canto Nuevo se podía preocupar de que lo vieran en un recital de Los Prisioneros; aunque ellos comenzaron a generar una unión por las letras. Entonces, algunos probablemente fueron al Café del Cerro a ver a Los Prisioneros y nunca más fueron al Canto Nuevo y se dedicaron a verlos a ellos y a lo que veía después. Puede haber pasado. Un reemplazo de público interesante se pudo haber dado ahí.
El 3 de marzo, la tierra se movió muy fuerte en la zona central. La casona sufrió algunos daños, los que fueron reparados rápidamente por la gestión de la Señora Eliana y la ayuda de Mónica Gómez, profesora de Historia y amiga de Maggie, que ya trabajaba en el Café como garzona los fines de semana. Ambas llegaron con las mangas arremangadas para resolver los problemas, ya que los dueños no estaban en Chile. Habla Mónica:
-Yo estaba en la casa de la tía Eliana, que vivía en las torres de San Borja, en Plaza Italia, porque Mauricio, la Quena [Velasco] y yo Íbamos a ir al cine. Luego del temblor, la tía en forma inmediata se fue al Café y yo a ver a mi mamá y hermana. Por las características de la construcción no hubo mucho daño estructural; pero sí mucho polvo, caída de vasos y licores, que hubo que reponer, pero nada que impidiera su funcionamiento. Al otro día ya se empezaron los trabajos de limpieza y a seguir el show.
Pero muchos chilenos no podían decir lo mismo. Los damnificados eran miles. Por ello, el Café abrió un domingo para hacer un recital en su ayuda. El
espíritu solidario repletó el local. El periodista Iván Valenzuela, asiduo como público y como reportero, cuenta:
-Recuerdo haber ido a una jornada cuya entrada era algo de ayuda para las víctimas del terremoto. Había tanta gente que terminé en el escenario, al lado de los músicos.
Menos mal que las réplicas ya habían cesado.
Actuaron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Arak Pacha, Hugo Lagos, Payo Grondona, Los Prisioneros, Manolo y Nalgafaz, Hugo Moraga, Juan Carlos Pérez, Rudy Weidmaier y Pablo Herrera. La tarde fue también el escenario de una supuesta riña entre Eduardo Gatti y Jorge González, mito urbano desmentido por sus protagonistas, en el capítulo Guitarras eléctricas, del tomo dos de esta historia.
Antes del tercer aniversario, Mario y Maggie, como ya era su tradición, fueron a Lampa a mandar a hacer los recuerdos de greda (ceniceros, palmatorias, campanitas) que la gente se llevaba por esas fechas. Y Lucho Fuenzalida, en su sección Aquí está la papa de La Cuarta, anunciaba el 30 de agosto:
“En septiembre, el Café del Cerro, catedral del Canto Nuevo, punto de reunión de la gente linda artesa y centro del rock guachaca, cumplirá tres años de intenso trabajo artístico. Para celebrar, echarán la casa por la ventana, con un espectáculo que hará historia en la rive gauche del Mapocho”. Estuvieron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Tati Penna, Pippo Guzmán, Congreso y Los Prisioneros. Una cartelera de real lujo.
En total ese año hubo 338 funciones, de las cuales casi una treintena tenía una motivación especial. Se presentaron 102 artistas, el local estuvo cerrado siete días por diferentes razones -entre ellas y como siempre el 11 de septiembre, por duelo- y de nuevo las categorías de cantautor/a y Canto Nuevo concentraron las funciones, aunque la música andina y el New Wave entraron por los palos. El humor no estuvo ausente, acaparando el tercer lugar. Coherentemente, Luis Pippo Guzmán y sus shows, Manolo y Felipe con sus creaciones y Santiago del Nuevo Extremo fueron los más programados.
No se acabó el año sin que Mario y Maggie hubieran comprado la casa de Ernesto con Antonia. Mario relata:
-La casa la compramos a los tres años, más o menos. Fue rápido; pero subió harto de precio, eso sí. Cuando la arrendamos, pregunté cuánto valía y me dieron una cifra. Pero pagamos casi tres veces lo que hablamos, cuando sentimos que era tiempo y tuvimos el apoyo de un amigo ejecutivo bancario, medio primo de la Maggie, que se puso la camiseta y nos ayudó a conseguir el préstamo hipotecario en el Banco Osorno... parece que era ese, no me acuerdo bien. Se valorizó rápidamente la propiedad. Nos dijeron 10 y fueron 30. Y terminamos de pagarla
cuando la vendimos, porque quedaban unos años. Fue un crédito hipotecario largo y no tuvimos trato directo con los dueños, todo fue a través de corredores.
Remodelaciones y La Punta del Cerro
Se le ocurrió a Mario que sería bueno tener un medio propio del Café, para lo cual convocó a Tati Penna y John Smith. Crearon La Punta del Cerro, con un diseño gráfico innovador y con dobleces y aperturas para aprovechar mejor un pliego de papel ecológico tamaño medio Mercurio. Fue una edición única, ya que debieron pasar varios años antes de que retomaran la iniciativa, aunque nunca más volvió a tener el mismo formato. Mario concede:
-No perseveramos entonces; fue el impulso, no más; pero insistimos más adelante.
Con el epígrafe de “un pasquín con pretensiones de revista”, repasaba este primer número todas las posibles maneras de mandar a alguien al lugar aludido en el título. La mayor parte de la publicación estaba dedicada a una entrevista realizada por Tati, medio en broma, pero bastante en serio, a Los Prisioneros. Ella se puso desde la
El sonido urbano de De Kiruza (Archivo Mario López), en su primera formación, llamó la atención de público y prensa. E inolvidables fueron los trasnoches con las graciosas canciones de Felo (Archivo Café del Cerro).
vereda del Canto Nuevo, con el que los chicos de San Miguel estaban en constante conflicto. Claudio Narea no olvida:
-Me acuerdo bien de la sensación de cuando ella nos entrevistó; de que se burlaba un poco de nosotros, la Tati. Encontraba que era un poco absurda la posición de nosotros... no lo dijo, pero se le notaba en la cara las ganas de decirnos pesadeces ... o más pesadeces. Me acuerdo muy bien de esa entrevista. Porque normalmente los entrevistadores suelen ser un poco generosos y no están como riéndose de los entrevistados. Porque eso parecía, en ciertos momentos. En una suerte de contrapunto de la vida, de las 258 funciones con registro de público, de un total de 493 realizadas en 1986, Los Prisioneros llegaron al primer lugar del ranking de asistencia, desplazando -en conjunto con otro grupo pop, Aparato Raro- a Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Gatti y Schwenke y Nilo, que los siguieron en la lista. Y esto aunque las bandas de este estilo ni siquiera completaron, entre todas, treinta funciones, de las cuales cinco fueron de Los Prisioneros. El grupo y su representante -Carlos Fonseca- escogieron el Café para preestrenar, en un ciclo de citas de los días jueves, su segunda placa, Pateando piedras, en una de
Nicanor Parra asesoró directamente a Raúl Palma en la puesta en escena de El Cristo de Elqui (Archivo Café del Cerro).
cuyas funciones las paredes se estiraron para recibir a 461 fans. Lo mismo sucedió en uno de los recitales de celebración del cuarto aniversario: en el día de lo mejor del pop, con el trío, hubo 422 entradas cortadas. Es decir, en ambos casos obviamente había más personas en el recinto.
Dos modificaciones importantes provocaron el aumento de las funciones a lo largo de 1986, siendo la primera una gran remodelación del espacio. Explica Mario:
-Para hacerlo cerrábamos de lunes a miércoles y trabajábamos el fin de semana. Sacamos el bar, que estaba originalmente entre la galería y la calle, y con eso agrandamos el Café con un sector que quedó como en un altillo, con 20 centímetros más que el resto del salón. La barra la llevamos para donde estaba la cocina, que era yendo hacia los baños; cambiamos la cocina e hicimos dos baños: uno para el personal, con lavadora, un camarín y un patiecito interior. Ganamos bastante capacidad.
El diseño y la construcción estuvieron a cargo de dos arquitectos y músicos, como cuenta Mario:
-El proyecto lo hizo el Pollo Otárola, Adrián Otárola, del Aparcoa en esos momentos y que fuera del grupo Huamari, que tuvo la dirección de Jaime Soto León. Y lo construyó Lucho Le Bert, del Santiago del Nuevo Extremo.
Luis complementa la idea con su valoración de ese trabajo: -Mario tenía como una obligación estética con respecto a lo que presentaba. Jamás verías un baño al lado del escenario del Café del Cerro. Eso no existía. Siempre estaba la preocupación arquitectónica. Me acuerdo cuando el Pollo mostraba los planos. Yo estaba ahí, me estaba recibiendo: discutían de cómo era el recorrido, para que nada estorbara, que el bar estuviera lejos del escenario; un montón de cuestiones que yo no he visto nunca, nunca más, en Chile en un lugar de música. Tú vas a los lugares más famosos de música hoy día y el gran pecado es no haber llamado en su vida a un arquitecto. En su vida. No tienen idea de lo que es un arquitecto. En casi todos los locales de música hoy día el escenario está al lado del baño.
La segunda modificación que permitió el aumento de las funciones fue la apertura de una banda horaria, previa al recital central, para la poesía y el teatro -fórmula aplicada durante el Festival del Barrio Bellavista para el regreso de Franklin Caicedo- y de una posterior, el trasnoche, que comenzó a partir del mes de septiembre y se hizo proverbial con el tiempo. Luis Pippo Guzmán y Felo fueron los grandes protagonistas de este cambio noctámbulo.
El éxito de Caicedo con Neruda déjame cantar por ti, hizo pensar que la poesía era una invitada de lujo y la siguieron las cinco Tarde de poetas, con Humberto Duvauchelle y Mario Lorca. Luego la franja fue para el teatro propiamente tal: hubo ocho citas con El Cristo de Elqui de Nicanor Parra, con el actor Raúl Palma; 58 de Orietta Escámez, con
Yo, mujer; y 53 de Carloco y sus espectáculos tipo café concert: De poetas y locos todos tenemos un poco y Grite, pero despacio, donde estuvo acompañado en la música por el guitarrista y cantautor Andrés Valdiviezo.
Marcó también el año el arribo de uno de los grandes del rock argentino, Nito Mestre, que llegó al Café gracias a una iniciativa de su sello, RCA. Así revive Mario una oferta muy difícil de rechazar:
-Guillermo Vera y David Yáñez, sobre todo David Yáñez, ejecutivos del sello, me preguntaron si había posibilidades de que Nito tocara en el Café, aprovechando que venía a Chile a hacer una gira promocional. Y por supuesto. Fue nuestro primer artista extranjero de esa magnitud. Yo le organicé algo también en el Hotel Crown Plaza, que tenía un teatrito. Lo alojaron ahí e hicimos un recital. Y en Valparaíso, en el lugar que tenía Enrique Moro. Y lo llevé a Rancagua, al Sindicato de Sewel, en un recital que organizaron Víctor Parra y sus amigos.
La legalización total
En la memoria ya mencionada sobre los cambios del Barrio Bellavista, aparece esta descripción realizada por Luisa (sin apellido), que “venía llegando del extranjero” -eufemismo de la época para hablar de exilio- y quien opinaba que, en los 80, Bellavista era el “único lugar con vida, movimiento y mixtura” que había en la capital: “Empecé a turistear por Santiago, a recorrer la Plaza de Armas, la Quinta Normal, el Parque O’Higgins, encontré tenebroso Chile (...). Empecé a recorrer y me morí de pena, me tocó ver bastante barbaridades (...), y de ahí un día vine para acá (...) llegué al Venezia y estaba repleto de gente, creo que era el único lugar de Santiago que estaba repleto (...). Volví... era un festival, el 87, y yo no lo podía creer, estaba el Varela, Patricio Bunster en la calle bailando, la María Izquierdo estaba actuando, teatro callejero diciendo barbaridades, y la gente del Café del Cerro, Sol y Lluvia. Yo dije, ¡esto no puede ser, de adónde apareció este otro país!, terminamos todos ¡y va a caer...! Y a palos, todos los días, se llevaban a todos los artesanos...”.
Durante ese festival que ella recuerda, el Café mantuvo una programación con mucha danza, con Espiral (Patricio Bunster y Joan Turner), los grupos Danzas Históricas, Taller Urbano Experimental, Gyru’s y Claire Perrine. A ello se sumaron el ya mencionado grupo Sol y Lluvia, Roberto Lecaros, Katty Fernández, Renée Ivonne Figueroa, Eduardo Gatti y un grupo de teatro sin documentar que presentó La radio, obra de teatro del poeta Enrique Lihn.
El resto del año 1987 las funciones llegaron a 435, en las que se consolidó la presencia de grupos pop, rock-pop y new wave, que había empezado el 85, como 93 Octanos, Aterrizaje Forzoso, Autorretrato, Banda 69, De Nada, Doctor No, Dosis, Emociones Clandestinas, Ese, Jaque Mate, Fangoo, Flosh, Mascada, La Banda de los Locos, Nadie, No Sé,
Venus y Viena, mencionados en orden alfabético. Recuerda Carlos Fonseca:
-Aparato Raro tocó antes, en noviembre del 85. Tengo una grabación de ellos y de Nadie en el Café del Cerro. Y el 86, Emociones Clandestinas, Paraíso Perdido. Banda 69 era una banda importante, la favorita de Los Prisioneros. Empezaron a salir muchas bandas que se inventaron por todo el boom. Yo trabajé a Electrodomésticos y Cinema, pero no tocaron en el Café.
La explosión popera no desplazó, en todo caso, a Congreso ni a otros artistas tradicionales del Café, como Weidmaier, Grondona, Gatti, Santiago de Nuevo Extremo y Schwenke y Nilo. Regresó de España Cristina, ahora apellidada Narea, en una onda más rockera, y también volvió Leo Masliah quien, poco antes, les había enviado una carta en la que, entre otras cosas, decía:
“¿Qué tal? Por acá el panorama mejora un poco cada día. Lo que es difícil saber es si es el resultado de las exigencias de la gente, o si es una dádiva caída del cielo del norte de México (al sur de Canadá). Acá les mando un cassette [sic] que tiene casi todo lo de mi tercer disco y algunas cosas del cuarto. La copia no es buena, no sirve para la radio. Es para uso personal (la caja del cassette puede servir de jabonera)”.
El sonido experimental fue remecido con el surgimiento de la vanguardista propuesta de Fulano, una formación que reunía básicamente a los integrantes de Santiago del Nuevo Extremo Jorge Campos (bajo), Cristián Crisosto (saxos y flauta), Jaime Vivanco (teclados) y Willy Valenzuela (batería), más Jaime Vásquez (también saxos y flauta) y la particular voz de la clarinetista Arlette Jequier. Explica Jorge Campos:
-Fulano comenzó en la sala de Santiago del Nuevo Extremo, en el Café, con un taller de improvisación que teníamos con Willy Valenzuela en batería y Cristián Crisosto en saxos, que luego se transformó en un taller de creación, a medida que se fueron integrando los demás. Trabajamos un año y medio en la sala, y llegaba mucha gente, músicos y estudiantes a escuchar nuestros ensayos. Cuando empezamos a tocar en vivo se generó una audiencia espontánea, diferente de la del Santiago y más vinculada a lo de Matucana 19, universitarios melómanos y músicos.
El resto de la cartelera anual estuvo variada, dentro de los nombres habituales del Café. Compartieron el escenario 111 artistas, entre los que estaban los y las próceres del Canto Nuevo (Gatti, Aldunate, Grondona, Peralta, Le Bert), que recuperaron la supremacía del público, retornando al primer lugar Gatti, seguido por Cecilia Echenique, recién llegada de su estadía en Estados Unidos y por Schwenke y Nilo; con la vanguardia musical (Congreso, en el cuarto lugar de asistencia); más cantautores no alineados (Fernando Ubiergo, Julio Zegers, Pablo Herrera y Óscar Andrade); cantautores cercanos al rock como Rudy Wiedmaier y Mauricio Redolés;
Página anterior: El extraordinario sonido de Fulano nació en el segundo piso de Ernesto Pinto Lagarrigue (Foto de A. Méndez. Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Arriba: Cristina con Ismael Durán (izquierda) y Juan Valladares (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Al medio: Katty Fernández (Archivo Mem); Luis Pato Valdivia e Isabel Aldunate (Archivo Isabel Aldunate); Renee Ivonne Figueroa (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Abajo: Chilhué (Archivo Café del Cerro); Fernando Ubiergo (Fuente: Archivo Nacional de la Administración); Sol y Lluvia (Archivo Café del Cerro).
folclore del norte (Arak Pacha) y del sur (Chilhué). Jazz, fusión, humor y teatro complementaron la parrilla.
La programación y la vida en el día a día del Café permitieron una especie de constante contacto informal de los músicos. De esto habla Marcelo Nilo:
-Se transformó en un lugar de encuentro entre colegas. Con Nelson no solo tocábamos, también arrendamos una sala de ensayo por varios años, almorzábamos ahí y en el trato cotidiano nos conteníamos unos a otros. Era difícil vivir en ese tiempo, con tanta violencia de todo tipo, y para los que cotidianamente trabajábamos ahí, el Café se transformó en una segunda casa. Varios de los que pasaron por ahí siguen siendo considerados por nosotros como una segunda familia.
El 9 de septiembre, pocos días antes del aniversario número cinco, el Departamento de Propiedad Intelectual del Ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción, mediante la inscripción Nº 322904 y por un plazo legal de 10 años (y vigente hasta hoy), entregó a Mario Navarro Andrade la propiedad y uso exclusivo de la marca Café del Cerro.
Para la celebración, el 8 de septiembre en La Segunda, Mario y Maggie prometían: “Hay cantantes que nacieron aquí, como Luis Pippo Guzmán. Él será el anfitrión en nuestro cumpleaños. El regalo para los habitués es la completa remodelación del local”. El regalo se completaba con las actuaciones unipersonales de Gatti, Congreso, Fulano y Schwenke y Nilo + grupo, desplegadas en cuatro jornadas. El trasnoche estuvo a cargo del humor de Felo, quien ya se había erigido como el rey de ese horario.
Y a fines de año, hizo su aparición una tarjeta que contendría el deseo reiterado por muchos años: “... Mañana, amigo, todo será distinto. Se marchará la angustia por la puerta del fondo que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos...”, Edwin Castro, poeta nicaragüense.
Asentados, bailando y con vacaciones
“El Café del Cerro fue pionero del Barrio Bellavista. Ha sido un lugar donde nacen artistas y donde los consagrados muestran sus creaciones. Pretendemos seguir siendo un centro de encuentro artístico por muchos años más”, declaraba Maggie Kusch en 1988, cuando comenzaba una nueva etapa en el local de Pinto Lagarrigue.
Achicaron la parrilla y solo hubo 69 artistas en 418 funciones, lo que implica que cada uno tuvo más días para desplegar sus shows. Muchas sandías caladas, como Eduardo Gatti, Congreso, Schwenke y Nilo y Pablo Herrera con su grupo, acapararon los lugares del 1 al 4 en el ranking. E Isabel Aldunate, que cambió su estilo épico por uno juguetón, retro y sexy, presentó su disco Prontuario, con canciones,
Isabel Aldunte, atrás Marcelo Aedo (Archivo Isabel Aldunate) Pablo Herrera (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
dirección e influencia del cantautor regresado del exilio Desiderio Chere Arenas.
Como en todas las áreas había un nivel mayor de organización, el equipo directivo tomó una decisión trascendente: por primera vez el Café cerró por vacaciones durante febrero y por siete días.
Antes y después del descanso, el humor se tomó muchas de las noches, dando espacio para las locuras de Los Pintamonos: Óscar Olavarría, Ricardo Meruane y Juan Carlos Meléndez ahora oficialmente, el Palta. En su casa y acompañado de su esposa española, Juan Carlos hace particulares recuerdos.
-El Café del Cerro fue glorioso. Cruzábamos el puente, los carabineros nos sujetaban del hombro, el Pablo Herrera, el Schwenke y Nilo, Gervasio, con su guitarra al hombro y su estuche. Era re divertido porque escuchábamos el rugido del león. Era la época en que se escuchaba. Ya después de las 10 de la noche... el león del Zoológico. Esperábamos el rugido. Yo puedo decir ‘soy de la generación que escuchó el rugido del león por Pío Nono, por Ernesto Pinto Lagarrigue o Siglo XX’.
Desde mayo irrumpió la innovadora fusión de De Kiruza, o ‘tate quieto’ en lenguaje coa. Mezcla de soul, hip hop, funk, swingbeat y reggae, la banda -liderada por Pedro Foncea y con el escritor y cantautor Mario Rojas, recién llegado de un periplo que lo llevó desde Australia a Nueva York y Nicaragua- se paseó desde escenarios poblacionales hasta el Café, con soltura y talento. Relata su experiencia Mario Rojas:
-Para mí, por muchos años, el Café y el Canto Nuevo formaban una unidad que, debido a la distancia geográfica, se convertía en un mito, una quimera. Era el centro gravitacional de un movimiento cultural con el cual me sentía plenamente identificado y al que anhelaba pertenecer. Pero vivía muy lejos de Chile y me frustraba no tener esa posibilidad. Por largos años soñé (literalmente) que estaba en ese lugar y me codeaba con Hugo Moraga, Eduardo Peralta, Pedro y Eduardo Yáñez, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, Gatti, Schwenke y Nilo, entre otros. Finalmente regresé a Chile en la segunda mitad de 1985. El 86 conocí a Pedro Foncea y comenzamos un proyecto musical que llamamos De Kiruza. Paradójicamente, a esas alturas yo había cambiado mi forma de ver la música, luego de mi paso por Nicaragua. Y la coincidencia fundamental que surgió entre Pedro y yo era que no queríamos tener un grupo que se pareciera, sonoramente, al Canto Nuevo.
Canto Nuevo y jazz siguieron liderando las presentaciones y la novedad mayor fue que, respondiendo a que la salsa había hecho su entrada a Chile, el Café también se abrió a ella. Si a mediados de los 80 la gente necesitaba de ritmo para sacudirse un poco los horrores de la dictadura, hacia fines de la década los cuerpos pedían bailar. El primer grupo propiamente salsero que hubo en el país se llamó La Banda. Dirigido por Manuel Araya (quien venia llegando de Ecuador), y con Pancho Chat como solista, por supuesto, estuvo en el local, protagonizando cinco noches de rumba durante septiembre.
En el mes de aniversario del sexto cumpleaños del Café, La Segunda contaba que lo celebrarían con recitales de tres generaciones:
“Payo Grondona, el último baluarte que queda en el país de aquellos que empezaron a componer y a cantar sus propias canciones a comienzos de los 70. En ese entonces, empapado del movimiento musical argentino y con su canto netamente urbano rompió esquemas dentro de nuestras fronteras.
“La época intermedia -de los que no son ni tan viejos ni tan lolos- le corresponde a Óscar Andrade. Surgió en la época del boom del canto nuevo (fines de los 70) pero la calidad de su trabajo ha demostrado que es más que un producto de un momento.
“Para representar a la última hornada de cantautores, fue elegido Pablo Herrera quien prácticamente nació a la vida artística en el Café del Cerro. Subió por primera vez al escenario hace
tres años, a cantar un tema junto a Hugo Moraga. Hoy tiene su propio show”.
Habiendo remodelado ya el primer y el segundo piso, instalaron allí las oficinas de Del Cerro Producciones, el brazo externo del Café, donde organizaban giras y grandes recitales en lugares masivos. Dice Mario:
-Teníamos una sala de reuniones, estaba mi oficina, la secretaria y dos escritorios más donde estaban Mauricio Kusch e Iván Pojomowsky, los dos asistentes. Hicimos las giras del Inti, de Los Prisioneros. Mauricio se fue después y quedó Iván. Detrás de eso estaba el taller de silkscreen [serigrafía], la fotografía, el diseño. Y en el otro lado ensayaban 93 Octanos y Jaque Mate.
En esa oficina, y por más de dos años, también estuvo Paulina Fuentes Guglielmetti, asistente de producción y secretaria de la productora. Fue parte de los equipos responsables de las giras Los Prisioneros por Chile y de la del regreso de Isabel Parra, entre otras.
Esperados regresos y sonidos trasandinos
Osvaldo Gitano Rodríguez era otro nombre mítico en el panteón de los músicos chilenos en el exilio. En 1989 regresó temporalmente al país y dónde si no en el Café del Cerro podría reencontrase con el público y con su coterráneo y amigo Payo Grondona, con quien estelarizó (no hay mejor verbo para denominar la actuación de estos dos inmensos cantautores) noches de verano en el local de Bellavista.
En una de ellas -como quedó registrado en el disco En vivo, del sello Alerce (1989), que reúne lo mejor de las presentaciones en el Café- el Gitano contó la historia detrás de la letra de su famoso Valparaíso:
“Tremendo montón de años atrás, en 1962, este amigo del que hablaba recién, Nelson Osorio, me pidió un poema para una exposición de dibujos que se iba a hacer en mi ciudad, Valparaíso. Dibujos ilustrados. Entonces yo escribí un poema muy ambicioso, que además decía fragmento porque pensaba alargarlo, tenía que ser un poema muy largo, así una especie de Canto General. Quedó en fragmento no más. Ahí quedó. Aparte, en ese poema yo decía en un trozo ‘porque yo nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza’. Entonces, Nelson Osorio me dijo, ‘mira, Gitano, no seas mentiroso; en primer lugar, tú no naciste pobre y, en segundo lugar, los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia, que es harto distinto’. Entonces la cambié y con eso salió una canción que tal vez ustedes se acuerden de ella”.
Más allá del debut del Gitano, la aparición de Al Sur, la nueva banda de jazz-fusión liderada por el guitarrista Edgardo Riquelme, fue otro de los pocos cambios en la clásica composición de la
cartelera, que incluyó nombres como Cometa y La Marraqueta, también trascendentales formaciones nacionales de jazz-fusión. Dice Edgardo:
-Toqué un par de veces con mi grupo Al Sur. La reacción del público respecto a la fusión era buena, pero lo que más nos acercaba ahí era estar en un lugar de resistencia y el espacio por excelencia para todas las artes.
La primera mitad del año contó con Schwenke y Nilo, Eduardo Gatti, Pablo Herrera, Mauricio Redolés, Keko Yunge y Felo y Nene en los trasnoches de fin de semana. Cuenta Hernán Verdugo, Nene, cómo se gestó la dupla de hermanos noctámbulos:
-Por el año 80, un amigo se puso con un pub, un mini concert en Diagonal Rancagua con Bilbao. En los bajos estaba este localcito y ahí empecé yo a hacer humor y mi amigo, Tito Guerrero, cantaba. Y en una oportunidad me dice ‘por qué no traes a Felo’. Y los dos hicimos algo que gustó. Y él me arrastró al Café del Cerro. Nuestro espectáculo se llamaba Trasnoche de humor con Felo y Nene. En el cual, lo mío era básicamente contar chistes y Felo con su guitarra. Era una mezcla medio extraña, que yo no sabía si iba a resultar, pero resultó bastante.
También resultó exitosa otra debutante en el local: la actriz y cantante Mariana Prat, con su espectáculo sobre los bajos fondos, que incluía canciones de la dupla Bertold Brecht / Kurt Weill, y tangos, desde sus orígenes. Mariana: -No había nada más fascinante que el Café del Cerro. A mí me encantaba trabajar ahí. Yo me vine de Argentina, me había separado de Marcos Sucker [importante actor argentino] y me había venido con mi hijo chiquitito y había que aperrar. No había mucho tiempo para pensar, había que hacer y, con las dificultades que teníamos las mujeres, todas esas cosas me sirvieron.
Otros conocidos en la cartelera fueron De Kiruza, Roberto Lecaros, Aterrizaje Forzoso y Sol y Lluvia. Y, a partir del regreso de Nito Mestre, la parrilla programática empezó a virar al albiceleste, debido a una situación que pudo tornarse en compleja pero que abrió nuevas posibilidades.
Una suerte de huelga de artistas nacionales en busca de mejorar las condiciones de porcentaje por entrada cortada, hizo que Mario Navarro reactivara los contactos internacionales que lo llevaron años antes a Leo Masliah. Habla Pedro Villagra del Santiago del Nuevo Extremo:
-Hubo un manejo mercenario [en el Café] que se demostró con una cosa que ocurrió cuando el Santiago ya se había disuelto pero cada uno de nosotros, individualmente, seguía funcionando ahí. Ese era el lugar. Se le hizo una huelga a Mario, porque el porcentaje que le pagaba a los artistas era muy bajo, según nosotros. Nos pusimos de acuerdo, no sé cómo porque cuesta mucho, y nadie más iba a tocar si él no cambiaba las condiciones. ¿Y qué fue lo que hizo Mario? Empezó a traer a los artistas argentinos. Y por eso tuvimos acá a Spinetta, Juan Carlos Baglietto,
todos, y estuvo un año trayendo artistas argentinos. Estos son fenómenos políticos, como la Guerra de las Malvinas que, de coletazo, tienen una consecuencia artística. Después de un año volvimos a tocar en el Café del Cerro. Pero sí seguíamos ensayando allí, pagando el arriendo, veíamos los shows que estaban ahí y conocimos a los músicos argentinos.
Así, los meses siguientes tocaron figuras como el fundacional Luis Alberto Spinetta; la rockera Fabiana Cantilo; Los Twist; Pedro y Pablo, con su Marcha de la Bronca tan actual en esos y otros momentos; los notables y particulares jazzistas Luis Borda Trío y Rodolfo Mederos Quinteto, y la cantante de tangos Amelita Baltar, famosa en Chile por su interpretación de la Balada para un loco, creación del por entonces su ex marido, ni más ni menos que Astor Piazzolla. Según cuenta ella misma para este libro, la gente desbordó:
-El hombre [Mario] quería que las murallas fueran elásticas para que pudiera entrar toda la gente que quedó fuera.
En 74 de las 425 funciones del año, estos artistas mostraron sus muy diversos talentos, atrayendo a públicos diferentes a los habituales del Café, seducidos por la cobertura de prensa, e instalando a Nito Mestre en un ranking de asistencia donde Eduardo Gatti seguía manteniendo la cabecera.
De todos esos grandes nombres destacaba el de Spinetta, que prodigó cinco shows en solitario con temas de sus bandas Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Spinetta Jade. En YouTube circula un estupendo registro de una de esas noches.
Rudy Wiedmaier, crítico por otras razones de la gestión del Café, valora lo que fue ese momento:
-Lo bonito de esa etapa, para mí, es que vinieron todos los artistas argentinos, porque estaba el cambio favorable y la situación de ellos estaba mala y les convenía, les rendía el doble o el triple, tenían muy buen cambio. Vino Luis, vino Fabiana Cantilo, vino Rodolfo Mederos, tanguero, bandoneonista, heredero de Piazzolla, porque en la tradición del tango se heredan los instrumentos: Pichuco, Aníbal Troilo, se lo dio a Piazzolla y Piazzolla se lo dio a Mederos. Vino al Café del Cerro a tocar por ... no sé cuánto le habrán pagado, para lo que se podría haber pagado, para un artista de esa magnitud... Esa etapa fue buena, vino un montón de gente de primera de Argentina. Fue un remate bonito del Café.
Los trasandinos no fueron los únicos extranjeros. También actuaron los uruguayos Leo Masliah y Emilio López, la española Charo de Vicente y el estadounidense Scott Cossú, exponente de la música new age y éxito de ventas en su país, según los datos de la especializada revista Billboard. Y el grupo mixto Karumanta, formado por un magallánico (Jorge Vituperio Radic), una francesa (Beb Montgaillard) y Mario Contreras.
El mes de julio presenció el renacimiento de La Punta del Cerro. Cambió a un formato menos
Arriba: Al Sur; Emilo López; Felo, Pippo Guzmán y Nene (Archivo Café del Cerro) Al medio: Luis Alberto Spinetta (Archivo Café del Cerro); Mariana Pratt (Fuente Archivo Nacional de la Administración); Mauricio Redolés (Archivo Café del Cerro) Abajo: Osvaldo Gitano Rodríguez, Los Twist y Rodolfo Mederos (Archivo Café del Cerro).
innovador, pero eficiente, a cargo de Víctor Hugo Romo, que le metió poesía a los relatos promocionales y quien, desde el presente, ilumina ese pasado y reflexiona:
-Fue una extensión de lo que hacíamos con los comunicados y los trípticos desplegables de programación. También surge por Mario, un precursor de la recuperación de la noche, de la invención del Barrio Bellavista, que supo conseguir la fidelización del público mediante un recurso gráfico, impreso, que le llegaba a la gente a sus casas. Y tuvo la grandeza de invitarme a que yo hiciera, yo escribiera, la revista. Trabajábamos todo el mes para imprimir en un día y despachar por correo. Está ahí también su generosidad de compartir con el público realizando un gasto que, visto de otra manera, se podía ahorrar. Como yo no era periodista, hay algo muy literario en la revista. Había una sección que escribía supuestamente un Michigan, que era yo mismo, con la vida de rockeros inexistentes, pero no decíamos que no existían. Eran pequeñas biografías que aparecían como una verdad. ¡Inventamos la posverdad!
Fabio Salas, historiador del rock nacional y crítico musical, le hizo notar que había pasado horas tratando de encontrar la pista de uno de los músicos reseñados... obviamente sin éxito.
-Me dijo ‘me he devanado los sesos buscando los autores de rock que tú das y no los encuentro por ninguna parte. ¿Cuáles son tus fuentes?’. Le cuento y me contestó: ‘Esto es literatura. ¿Para qué inventar habiendo tanta vida y tanta biografía real que mostrar?’.
Siendo el 7 un número cabalístico, ese aniversario no podía pasar inadvertido. La periodista Verónica Waissbluth, para el diario La Época del 13 de septiembre de 1989, recogió la siguiente declaración de Mario:
“(...) pienso que hemos cumplido con la idea inicial de dar cabida a toda esa expresión musical que no tiene un sitio estable. Acogemos artistas jóvenes y vamos alternando nuestras presentaciones con personas nacionales y foráneas (...). Queríamos abrir un espacio alternativo, principalmente de música que diera trabajo y tuviera proyecciones económicas. Eran días jodidos y en Bellavista todavía no pasaba nada. Pero en ningún momento nos hemos calificado de centro cultural. Este es nuestro medio de vida y por eso, el noventa por ciento de nuestros artistas son probados. Es un negocio. Lo principal es trabajar con grupos de calidad que se mantengan al margen de los circuitos masivos (...). Yo he sabido hasta dónde arriesgar”.
Pese a esa suerte de declaración de principios, el resto del mundo no lo catalogaba como un simple espacio. En la revista Vea del 21 de septiembre, puede leerse:
“En su séptimo año de vida, el Café del Cerro se alza como un lugar de expresión de la cultura alternativa más que como una mera sala de espectáculos”.
Y Ricardo García, creador del sello Alerce, en la propia Punta del Cerro correspondiente al mes del aniversario número 7, decía:
“No es sencillo cumplir años en estos tiempos, para una casa como el Café del Cerro. Y por eso -porque de algún modo sabemos por experiencia lo que es desarrollar actividades artísticas o culturales bajo una dictadura- es que queremos celebrar con alegría este cumpleaños. Durante estos siete años el Café del Cerro ha estado manteniendo uno de los muy escasos escenarios de la creación joven, del canto diferente y marginal; es decir, ajeno a las jerarquías oficiales”.
Cartelera con cambio de folio
A los ya conocidos, en 1990 se agregaron nuevos nombres y propuestas. La Ley empezó a ensayar en el segundo piso e hizo sus primeras tocatas; Ángel Parra Orrego, que había sido parte de algunas bandas y formaciones de jazz, lanzó su propia propuesta; Ismael Durán presentó su Bandolero, otra apuesta por la fusión del jazz, el rock y los sonidos del continente. Y desde Valdivia, pero en clave muy diferente a la de Schwenke y Nilo, arribó el desenfado irónico de Sexual Democracia. Dos de los debutantes hablan sobre ese tiempo para esta investigación.
Beto Cuevas (La Ley): El Café del Cerro, en esa época, estaba completamente asociado al Canto Nuevo; pero sentíamos que venía una fuerza muy importante en lo que era el rock y el pop, que era nuestro estilo. Entonces, simplemente ocupamos ese lugar porque, además, teníamos una sala de ensayo en los pisos de arriba, porque se arrendaban esas salas para diferentes bandas. Sentíamos que estábamos en casa. Nunca nos sentimos ajenos. Era como que bajamos los equipos de nuestra sala de ensayo y comenzamos a tocar. Mis primeras presentaciones con La Ley fueron ahí, justamente, en ese espacio musical que era un espacio muy cultural, donde comenzaba mi mente creadora a soñar, a soñar con lo que podría llegar a convertirse ese proyecto que se llamaba La Ley.
Miguel Barriga (Sexual Democracia): Llegamos al Café del Cerro en una época bastante especial. En el sello Alerce habíamos sacado el disco Buscando chilenos 1 y tomamos contacto con Bellavista. Ya habían tocado ahí unos amigos, que eran los Aterrizaje Forzoso, y ellos nos presentaron a Mario Navarro, a la Señora Eliana, a la señora de Mario. Nos hicimos realmente muy buenos amigos porque teníamos vínculos en el sur. Inicialmente, partimos los días lunes y, en la medida en que fue aumentando nuestra popularidad, llegamos a ser estelares de viernes y sábados. Maravilloso haber tocado en el Café del Cerro. Teníamos una propuesta bastante vanguardista que era humor, teatro, música, desenfreno. Una mezcla entre rock tradicional y también incorporando cosas más populares, como la cumbia, tropicales y cosas por el estilo. Se armaba una tremenda fiesta en nuestras presentaciones.
Porque habían cambiado los tiempos, la fiesta siguió con la presencia de la salsa, al sumarse Salsa Maestra y María Sonora, con los hermanos Levine y su mezcla de ritmos caribeños, hip-hop e instrumentos electrónicos; pero también hubo experimentación con Andreas Bodenhoffer; frescura con Catalina Telias y romanticismo bolerístico en la voz de Carmen Prieto, quien recuerda:
-Fue muy importante, me catapultó. Fue una plataforma muy importante para mí. Antes de cantar ahí iba como público. Comencé con el ciclo Mujeres a 8 voces, cuando tenía 25 años y canté después varias veces, ya sea como parte de un ciclo o como solista. Ahí conocí a mucha gente del Canto Nuevo, los mismos a los que los seguía como público. A los chicos del grupo Congreso, que como que me descubrieron ahí y eso significó que en el primer programa de televisión en el que yo estuve, fui invitada por ellos, porque me habían escuchado en el Café del Cerro y gustaron mucho de lo que yo hacía.
Los boleros, sumados a los tangos, siguieron con Enrique San Martín y Monto Yarza, recién regresados de largos y fructíferos años de exilio en Cuba; Los Prisioneros, lejos de Bellavista, se habían separado y Claudio Narea volvió al barrio con su nuevo grupo: Profetas y Frenéticos. Dice el guitarrista:
-Nuestra segunda presentación, después de la Casa Constitución, fue en el Café del Cerro, año 90 todavía. Septiembre del 90. Y fue importante tocar ahí; yo había tocado con Los Prisioneros. Nosotros todavía no teníamos casete, canciones grabadas. Había canciones que no estaban tan listas. Era un tiempo de tocar sobre la marcha, prepararse para grabar. Fue a vernos Iván Valenzuela y me entrevistó. Salió en El Mercurio. Pero había poco público. Era un día lunes, un día absurdo. Después tocamos con más público, al año siguiente. Tocamos al menos tres veces en el Café.
Una figura conocida en el ámbito del canto popular, pero lejana a las corrientes de moda, pasó cinco noches haciendo pensar con su poesía social: Gastón Guzmán, Quelentaro.
Roberto Hofer Oyaneder, en su artículo El cantar criollo de Quelentaro también bebió de la Región de Magallanes, publicado por La Prensa Austral el 1 de septiembre de 2019, contó lo siguiente:
“Quien sí conoció y compartió con Gastón y Eduardo en más de una oportunidad fue el empresario gastronómico Mario Navarro. Al primero de ellos lo conoció en su primera etapa solista en los años ‘80, cuando en plena dictadura era uno de los pocos que llenaba el teatro Gran Palace de Santiago una vez al año. En aquella época, Eduardo estaba exiliado en Canadá. Después trabajó con Gastón en el teatro Cariola con la productora de espectáculos Nuestro Canto, e incluso lo logró llevar más tarde a su Café del Cerro, y aunque le costó convencerlo al final se harían amigos”.
Toda una hazaña, dado el carácter retraído del talentoso Quelentaro.
Los extranjeros continuaron viniendo: Víctor Heredia y Juan Carlos Baglietto de Argentina y los cubanos Santiago y Vicente Feliú, Sara González y su grupo Guaicán, dirigido por Pepe Ordás.
Santiago Feliú, en entrevista con el diario La Época (3 de abril de 1990), decía:
“Soy un trovador: una fusión de versos con música. Compongo para la guitarra. Canto lo que me proponga la musa, la neurona o el estado de ánimo. También por épocas. Por ejemplo, tuve fuertes ataques de amor y los canté. Hubo otras épocas de ataques épicos y también los hice y luego me puse crítico con las plagas de la revolución, de la sociedad socialista: La burocracia, la miopía, el encasillamiento, lo cuadrado”.
Durante el mes de marzo, el título de Seguimos cantando cuando amanece el día, involucró 24 presentaciones individuales con Moraga, Wiedmaier, Cecilia Echenique, Gatti, Catalina Telias, Quelentaro, Sol y Lluvia, Compañero de Viajes, Peralta, Gervasio, Sol y Medianoche, Jorge Yáñez, Congreso, Ensamble, De Kiruza, Fulano, Pablo Herrera, Arak Pacha, Huara, Redolés, Grondona, Le Bert, Chamal y Trifusión.
Junio y noviembre fueron los meses en que el programa Desde..., de TVN, llegó con sus cámaras buscando lugares y artistas poco vistos en la pantalla, y grabó especiales con Los Jaivas e Inti Illimani, haciendo soñar con una televisión nacional diferente y en serio.
Noviembre también fue tiempo para que llegaran Los Tres al Café. Sin embargo, el hecho no quedó como algo de importancia en la memoria de, al menos, uno de sus miembros, Ángel Parra Orrego:
-Era un escenario no más. Había tan pocos lugares donde tocar, que era el lugar. Y el Club de Jazz, donde yo también tocaba. Así es que no había muchas expectativas detrás de actuar ahí, porque no significaba ni el estrellato ni mucho menos. Era un lugar donde no cabía mucha gente; el sonido era bien sencillo, y todo era bien básico. ¿Le sirvió a la carrera del grupo? ... tocamos una vez no más con Los Tres, así es que tampoco fue de gran importancia. Para la carrera del grupo fue mucho más importante en Santiago haber tocado en todas las universidades, mucho más que en el Café del Cerro.
Le juega en contra la memoria: entre 1990 y 1992 Los Tres estuvieron diez veces en el Café. La grabación de audio de una de esas actuaciones, de bastante buena calidad, está disponible en YouTube. El grupo, que tocaba temas que luego registrarían en su primer disco para el sello Alerce, y covers de canciones de Chuck Berry y Elvis Presley, dejó huella en quienes lo escucharon en el local de Bellavista:
Mario: Aparece un grupo de Concepción y tocan en el Café, Los Tres. Un pencazo.
Maggie: Los músicos quedaron locos con Los Tres. Me acuerdo haber estado conversando con los Santiago, con los Congreso, y todo el ambiente estaba loco... porque fue una renovación, una frescura.
Pancho Molina, primer batero del grupo, recuerda en el artículo La primera vez de Los Tres: historia total de un debut inmortal, en la sección El Faro, del diario La Cuarta (1 de septiembre de 2021) la impresión que causaban en el público:
“Cuando tocábamos en bares, como que se armaba el carrete, teníamos súper buen feedback. Había una reacción positiva, de harta energía, sobre todo en fiestas mechonas, fiestas de facultades, el Café del Cerro, de ahí se corrió la voz. Era bien distinto al movimiento santiaguino, no era new wave”.
De las 425 funciones del primer año de la década, que implicaron a 106 artistas, cuatro fueron para Los Tres, todas en noviembre. El trasnoche siguió manteniendo a la gente entretenida después del show central y el teatro tampoco estuvo ausente en las funciones previas del verano, ni más ni menos que con el retornado Jorge Guerra que, sin Pin Pon, presentó Siempre hay alguien, un espectáculo para adultos en el patio del Café.
“Empleo mi rostro como un papel en blanco y solo con un corcho quemado me transformo. Son personajes de clase media que van mostrando distintas situaciones”, decía el actor en La Tercera del 4 de enero de 1990. La asistencia mayoritaria durante el período mostró un público atento a expresiones diferentes: acapararon los primeros lugares, en este orden, Congreso, Víctor Heredia, Eduardo Gatti y el humor de Los Pintamonos (Meruane, Olavarría y Meléndez).
Nadie imaginaba que se venía el final...
La casona fue vendida. Según consigna Lautaro Chamorro Navarro, en su investigación Café del Cerro (1982-1992) Resistencia cultural en Dictadura, la propiedad fue adquirida por “Andrés Pichara, que vivía en el barrio y que se dedicó a comprar muchas propiedades del sector”.
Pero el Café siguió funcionando en Ernesto Pinto Lagarrigue, porque la transacción respondía no a un cierre, sino a planes y planos que los llevarían de ese espacio a uno nuevo, siempre en Bellavista, y que tendría salón para baile, ya fuera salsa u otros ritmos, un Café del Cerro 2.0, y ¡por fin! el teatro que Mario y Maggie siempre soñaron. Todo eso en una hermosa construcción antigua, al final de Pío Nono, justo a la izquierda de la subida al San Cristóbal. La propiedad ya era de ellos, estaba siendo remodelada y listas las gestiones para la traída de músicos cubanos que darían vida a las noches de jarana en Varadero, nombre del nuevo local. Los aires de libertad y la apertura del futuro los hacían pensar en grande. La alegría estaba llegando. Pero Mario se recrimina:
-Cuando vendimos la casa, la seguimos arrendando. Mantuvimos el Café como un año y después de cerrarlo, seguimos con La Crisis Moral, un bar/sala de baile, como dos años. Era un éxito, pero no le pusimos ojo. Entraba más plata ahí que en Varadero, fue un pencazo, pero ni íbamos. Incluso una vez fue la Maggie y los empleados de la puerta no la conocían, porque no íbamos nunca.
Durante 1991, hubo 360 funciones entre normales (201), especiales (25), de trasnoche (102) y con artistas extranjeros (32). Humor y salsa y humor y música constituyeron la animación de los trasnoches que empezaban a la medianoche, porque la hora del show central quedó desplazada para las 23:00, acorde a que habían terminado las restricciones horarias.
Este fue el año de los cantautores cubanos: la leyenda de la Nueva Trova, Vicente Feliú, y nuevamente su hermano Santiago, y el post-trova y cercano al rock Carlos Varela, quien respondió por correo electrónico desde La Habana:
-En Cuba siempre existieron sitios para conciertos de cantautores, algunos muy importantes como la Casa de las Américas, pero ninguno similar al swing, la magia, el espíritu y el alma que tuvo el Café del Cerro. Fue muy bonito encontrar que mucha gente ya conocía algunas de estas canciones. En especial recuerdo ver a algunos cubanos entre los chilenos pidiendo canciones. A mi regreso a Cuba les comenté a otros cantautores que, al final, no tuvieron la suerte de ir a Chile y conocer todo lo que se vivió en aquellas noches del Café.
No fueron los únicos venidos de otros lares: hubo glam rock ¡sueco! con el grupo Lies y cantautoría del mismo país nórdico con Jan Hammerlund, quien había traducido a su idioma canciones de Violeta y otros autores chilenos, a mediados de los 70. En su página web cuenta que esa actuación correspondía a su segunda venida a Chile.
“En 1991, trabajaba con el poeta chileno Hernán Azócar, en la traducción al castellano de canciones propias y otras de mi repertorio, grabando un casete que salió en Chile con el nombre Mi yunta en la cana, a beneficio de las prisioneras políticas de la cárcel de Santo Domingo, en Santiago. Además de Santiago canto en Valparaíso, Concepción, Valdivia y Puerto Montt”.
Con posterioridad a su labor de difusor de la cultura musical chilena y su apoyo a la causa de los derechos humanos en el país, recibió en 2017 la Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda.
La cadencia peruana llegó junto a la voz de Victoria Villalobos y el jazz argentino con Dos de la ½ noche. El público, sin embargo, privilegió a los locales con su presencia: Profetas y Frenéticos, Congreso, Sexual Democracia y Eduardo Gatti se quedaron con los cuatro primeros lugares de asistencia.
Ese 16 de septiembre, en la fiesta del noveno aniversario, y como ya estaba tomada la decisión, declararon:
“Vamos a cerrar el ciclo en que inventamos a tientas un lugar para el encuentro. Y más allá del sueño común (y va a caer!! y va a caer!!) hicimos música, teatro, danza, poesía... (lo hicimos todo) y lo hicimos bien”.
No hubo fiesta de Navidad ni bienvenida a 1992. Pero, en enero y bajo el eslogan Con la música a otra parte (por cambio de casa, liquidamos tremendo programa musical) fue promocionada una parrilla de despedida que contó con música contemporánea, fusión, Canto Nuevo, pop, jazz, tangos, boleros, humor, folclor: Congreso, Ensamble, De Kiruza, Repercusión, Los Tres, Eduardo Gatti, Luis Pippo Guzmán, Carmen Prieto, Schwenke y Nilo, Chamal y Arak Pacha fueron diciendo adiós a una tremenda etapa de la música en Chile.
Iba cerrándose un ciclo para un local que acogió música contestataria y de la otra, que fue punto de encuentro para la gente contraria a la dictadura y que, por la calidad de sus artistas y su gestión, fue apoyado por los y las periodistas tanto de los medios alternativos como de los que no estaban alineados con la tónica oficial de donde trabajaban. Mario hace un somero recuento de su relación con la prensa.
-En todos los medios escritos había un amigo: el Jaime Chamorro en La Tercera; el Chino [Rigoberto] Carvajal y el Pancho Villagrán en el Estreno, los dos de la misma Tercera; la Chica [María Eugenia] Meza y Ana María Blanco en Las Ultimas Noticias; en El Mercurio siempre había alguien camuflado por ahí que nos publicaba una notita y más, como Gonzalo Rojas, Rosario Guzmán Bravo, Grace Dunlop y Rosario Larraín; Amparo Lavín y Juan Carlos González en La Segunda; Ana María Foxley en la revista Hoy; Patricio Ovando, Marializ Maldonado, Verónica Waissbluth y Marta Hansen de La Época... El Lucho Fuenzalida nos apoyó harto desde La Cuarta. También en regiones hubo periodistas que difundieron las giras y muchas cosas relacionadas con el Café como Gustavo Sáez, del diario El Sur de Concepción; Lorena Ruiz, de La Estrella de Valparaíso; Jorge Babarovic, de La Prensa Austral de Punta Arenas. Y muchos otros, que no firmaban las notas, pero que nos apoyaron.
Con el tiempo, llegaron incluso a la televisión. Continúa Mario:
-Hicimos tanta noticia que nos tenían que cubrir. Llegamos al Extra Jóvenes, a los matinales; durante tres temporadas estuvimos en el segmento Escalera a la Fama, de Sábados Gigantes, donde invitaban talentos nuevos e iban a buscar gente al Café del Cerro. Siempre estaba sonando nuestro nombre en los medios que, por supuesto, eran adversos a lo que estaba pasando en el Café, pero logramos romper tantas barreras. Pudimos trascender a otra gente.
Carlos Varela, Maggie Kusch y Víctor Parra Monto Yarza (Ambas fotos: Archivo Café del Cerro).
La noche del cierre, el jueves 30 de enero de 1992, con Eduardo Gatti y Luis Pippo Guzmán ejerciendo de anfitriones, las palabras del cantautor que más veces tocó en el Café en horario principal, quedaron registradas y preservadas gracias al sonidista Carlos Díaz Luna.
“Yo les quiero recordar que el año 83, tocar en algún lugar y poder mostrar lo que uno tenía era bastante difícil. Había pocos lugares donde mostrarlo. Y de hecho siguen existiendo pocos lugares. No sé si ustedes se han dado cuenta, pero cuesta bastante ver a un artista chileno en estas condiciones como lo están viendo ustedes. Salvo a veces en la televisión, ocasionalmente. Pero la verdad es que este lugar fue una verdadera casa para todos nosotros y somos muchos los que hemos pasado por acá, de modo que quisiera darle un aplauso no solamente a Mario y Maggie sino también a toda la gente que ha trabajado en el Café durante todos estos años”.
No había dolor en esa despedida. Era un hasta pronto. Los planes iban marchando y antes de una semana pasó por ahí Shakespeare, Osvaldo Rojas, y concretó una acción definitiva y terrible: borrar el mural del Café para pintar la imagen de una nueva iniciativa.
Mario: Cuando decidimos cerrar y poner La Crisis Moral, él andaba con uno de sus hijos, muy chico, y trabajó en la noche. Borró el mural y pintó el de La Crisis Moral. No le tomamos el peso, pero Víctor Parra, uno de nuestros más fieles amigos y colaboradores, decía que cuando borraban el mural, él lo resintió. Maggie: Fue muy fuerte el cierre del Café. Fue así, paf. Se acabó, pum pum, cerramos todo, se acabó. De hecho, quedaron cosas de nosotros cuando nos fuimos del barrio, nos fuimos a Pirque; agarramos mucha papelería y la quemamos. Fue como un cierre absoluto, un quiebre. Se acabó, no hay que lamentarse, hay que cambiar de folio, de vida, de todo.
La verdad es que poco o nada había que lamentar. La vida del Café fue fructífera en todo sentido: había sido un espacio abierto a la creación, un lugar de libertad en tiempos oscuros, una casa para muchos. Abierto a los músicos más conocidos de la cultura contestataria, a los nuevos aires y ritmos, a las peticiones de músicos desconocidos que contaron con un escenario profesional sin tener que pagar por ello, a organizaciones que pedían prestado el local, a los cercanos y a la comunidad cuando fue necesario ser solidario con causas personales, sociales o nacionales.
Pero el éxito trae aparejado no solo sentimientos positivos. A lo largo de los años, Mario y Maggie percibieron resentimiento hacia ellos. ¿De parte de quiénes?
Mario: De algunos artistas y de algún sector del público que nos acusaban de ser comerciantes, tratando de darle a esa palabra la connotación de insulto. Y claro que éramos comerciantes. Me acuerdo de una vez que Cristián Crisosto [Santiago del Nuevo Extremo, Fulano] me comentó, ‘oye, este huevón me dijo que ustedes eran muy comerciantes’. Y yo le respondí ... Maggie: ... ‘y ustedes son muy músicos’. Eso éramos: éramos comerciantes. La gente tenía temores con eso... Mario: ... claro, porque pensaban que serlo era contradictorio con ser contestatario. Que uno debería no cobrar, regalar la entrada. No sé... un concepto que iba parejo con nuestro éxito. Porque, pucha... fuimos un par de pendejos cuyo trabajo, nuestro trabajo, dio frutos y ‘rompimos’ con todo lo que había. Nos fue bien y tratamos de que le fuera bien al entorno nuestro también, a nuestros artistas, a nuestros trabajadores.