Perseguido por el demonio, Cadavérico cadáver.

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Perseguido por el demonio, Cadavérico cadáver y otros cuentos y poemas sobre la locura, la muerte y el amor

Andrés Alfonso Ramírez Silva Ilustraciones: Carmen Rosa Ramírez Silva



Perseguido por el demonio, Cadavérico cadáver y otros cuentos y poemas sobre la locura, la muerte y el amor

Andrés Alfonso Ramírez Silva Ilustraciones: Carmen Rosa Ramírez Silva


Portada e ilustraciones: Carmen Rosa Ramírez Silva Diseño editorial: Carolina Castañeda Correción de estilo: Carlos Iván Ramírez Soriano Prólogo: Asael Ramírez Soriano © Andrés Ramírez Silva, 2015. Textos, imágenes y diseño con licencia Creative Commons


A mi madre



Índice Introducción Prólogo

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Cuentos

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El Ávila Alarma Perseguido por el demonio El dedo, la araña y la paloma Surrealismo Conversaciones Su hora Luna de miel Secreto Impostores El pastor de Nueva York El carnaval de los animales Tres vidas La libertad del manicomio Venganza Confusión Estatuas Juntos Trueque Arrepentido Finale El extraño caso de Jaime Balbuena Odabella Rareza Harén La promesa El narrador de cuentos Tres hermanas Paseo final Los premios

13 14 17 22 25 30 33 34 38 45 47 50 51 56 60 65 66 67 69 70 72 77 80 82 83 85 86 89 93 94


Poemas

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Extinción Noche y día Aquel erotico día Traición Cadavérico cadáver Duda Moribundo mundo Irracionalidad Incongruencias Impaciencia Honduras Galápagos Qué bonito sería Heart Tiempo de nada Tu rostro y tu sonrisa Volaba Río Delicadeza Sentidos

97 98 100 103 105 107 109 111 113 115 117 119 121 123 124 126 127 128 129 130


Introducción Presento aquí medio centenar de textos. En la primera parte expongo treinta cuentos y en la segunda, veinte poemas. Se trata de una selección de escritos que brotaron de mi pluma entre la segunda mitad del 2008 y finales del 2009. Madrugadas, noches insomnes y viajes largos me posibilitaron una producción prolija en aquel periodo de la que sólo publico una parte, seleccionada para esta muy limitada edición. La inmensa mayoría de esta, fue escrita en Ecuador y en Afganistán. La menor parte en México, en Venezuela y en algún punto a más de diez mil metros de altura volando en el avión. La escritura es para mí una terapia que me relaja y me hace descansar de las intensas jornadas laborales en pro de los refugiados. Mientras escribo, disfruto a los personajes con la intensidad y pasión con la que un actor se sumerge en su personaje. Estoy convencido que el enajenarse en la psicología del personaje y en su locura, inyecta una dosis intravenosa de disfrute sin la cual no es posible construir un derrotero sorprendente y original. Lo trillado es hijo biológico de la falta de pasión por los creaturas que surgen en el cuerpo del cuento. Por otro lado, si es verdad que la trama en aquellos cuentos que no son fabulas, suele preceder la existencia de los personajes, a menudo el recorrido de la misma, va descubriendo dimensiones insospechadas en la prefiguración inicial, que influyen en la propia trama, en el comportamiento del o de la protagonista, del o de la antagonista y en la desaparición y aparición de otros personajes inicia mente concebidos o increados. Con la salvedad de que toda clasificación siempre es convencional y tiene un tufillo a rigidez, los cuentos que aquí presento, pueden clasificarse en varias categorías. Los mas como brevísimos (de menos de trescientas palabras). En esa categoría, se incluyen siete. Hay también cuatro fabulas en las que dialogan cosas inanimadas con plantas, animales con personas o animales con animales como en la tradición de Esopo o La Fontaine.Pero aquí las moralejas a veces 7


tácitas, a veces explícitas, son construidas en el discurso y hacen parte del mismo. Aunque los temas en todas las categorías son de lo más variados y muchos contemporáneos, no puedo esconder la influencia de los hermanos Grimm, de Amina Shah y de Thomas Frederik Crane, quienes a su vez se nutrieron del rico folklore, alemán, nórdico, árabe, persa, turco, afgano, amerindio e italiano. Seis de los cuentos podrían clasificarse como “extraños”, entendiendo como tales, aquellos que se desarrollan en circunstancias inusuales y tienen desenlaces sorprendentes incluso poco creíbles, pero posibles. Otros seis en cambio, son claramente fantásticos u oníricos. Sin embargo también son reales, existen en los sueños, en la alucinación y el delirio o bajo el efecto de la locura. Todo lo que engaña fascina, pero cuando todo es posible “ eso es lo mismo que nada, casi como nacer en un mundo que nunca ha existido” dice Paul Auster. Para Pessoa la vida era un inmenso sueño, de similar modo lo veía Poe y para Breton lo admirable de lo fantástico es que no es fantástico sino es real. Tres de los cuentos pueden entrar en la categoría de lo tragicómico y los cuatros restantes pretenden narrar de manera breve historias de la vida real aunque no por ello desprovistas de interés al menos para el autor. El común denominador es la brevedad, la fascinación por lo lacónico deriva del gusto por lo intenso. En ese placer me he empeñado, espero que el lector así lo entienda y disfrute. Mi adicción a la universalidad, al amor, a la paz, a la naturaleza y la condena a las guerras de rapiña, a la injusticia y a la demencia desenfrenada por esquilmar la madre tierra se hace con vehemencia poética, en la segunda parte de este pequeño libro. Contrasta el tono apacible de esta propuesta cuando se vincula al amor con la fuerza desgarradora e impotente de los poemas relacionados con temas relativos a la injusticia y a la demencia destructiva humana. Andrés Alfonso Ramírez Silva

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Prólogo Uno de los privilegios de escribir es que uno puede hacer que suceda cualquier cosa. Si leer es soñar, entonces escribir es controlar los sueños. Y si hay un peligro en la lectura es justamente ese: no sabemos hacia dónde se mueve la batuta. Nos sometemos, voluntariamente, al capricho de alguien más. Y así, como es lógico, como sucede en este libro, distintas realidades se imponen. El contrato consiste en aceptarlas. Saber que no hay emoción sin un mínimo de riesgo. Y que los recorridos que suceden en la mente se pueden manifestar de formas inesperadas, violentas. Hay que abrir los ojos: el diálogo entre una piedra y una rosa; el anuncio de un suicidio en un monasterio; un alegato en un manicomio; un enredo entre músicos y un director de orquesta: cada personaje parece tener su función, como un músico tiene una posición específica en una orquesta, pero por abajo crecen pasiones de muerte y la venganza adquiere el estatuto de motor que dirige los actos; la venganza como una divinidad que mueve los hilos; el amor colindando con el odio, con el deseo anónimo de asesinato. Todo puede pasar. Cada texto tiene al menos un epígrafe. Pistas sobre las lecturas que estimularon la escritura. Pero también forman parte del texto mismo. El libro, visto así, utiliza la técnica del collage y ordena voces venidas de otras partes. El coro contiene las voces más disímiles, de la poesía francesa a la filosofía presocrática, de Paul Auster a JaroslavHašek, de Bob Dylan a Virgilio, de San Agustín a Gregory Corso. Todos están invitados a la misma fiesta. La segunda parte del libro toma un sendero más sinuoso, de musicalidad mayor, de partituras hechas de palabras. Poemas no carentes de humorismo, en los cuales, al igual que en los cuentos (que constituyen la primera parte), se deja escuchar una remembranza de las fábulas del siglo XVII. Estrofas transparentes, que se alejan de 9


la opacidad de la prosa. Aunque nos encontramos con temas compartidos (la paradoja, la búsqueda de un sentido) la manera de enfrentarse a ellos es otra. Las visiones van de un paisaje dionisiaco (como un saludo a los dioses idos) a una tortuga gigante de las islas Galápagos. Todo convive en un mismo espacio, un mismo mundo elaborado de palabras. El ritmo sacude las imágenes (“día de mil noches,/ día de mil días.”) en un ambiente poblado de espejismos, puertas abiertas a la duda, pero también a paisajes y climas cuya afirmación se impone, un atisbo de certeza que cruza como una flecha la paradoja y la inestabilidad propiciada por un mundo que gira a su propio ritmo. Firmemos el contrato.

Asael Ramírez Soriano

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Cuentos



“El alba aún no aparece en su gloria de oro/ Canta el mar con la música de sus ninfas en coro/ Y el aliento del campo se va cuajando en bruma/ Teje la náyade el encaje de su espuma/ y el bosque inicia el himno de sus flautas de pluma.” R. Darío, Epitalamio Bárbaro

El Ávila

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uando al pasar por el Ávila Petra escuchó a un vulgar y famélico perro aullar como lobo imponente, se animó a cantar con voz angelical contrastante con su escualidez y aspecto deprimente. Se le acercó el perro y le dijo: “Macilenta serás, pero mira nomás qué hermosa voz de soprano tienes”. “¿Cómo es que tú siendo perro puedes hablar?”, le contestó Petra. “¡Anda hermana, trata y verás como tú también puedes!”, le respondió el perro, con lo que Petra de inmediato ladró y aulló como el más genuino de los canes. Aún resuenan ecos de ese dialogo extraordinario en el Caribe y Caracas, sin que nadie repare que el mismo fue inspirado por el Ávila, majestuoso, verde, protector y hermoso, de riqueza avifáunica, donde miles de aves cruzan sus cantares y las hermanas Yemayá, Ochún y Oyá no esconden sus placeres. 13


¨…Y juro que jamás me entregaré a nadie, sólo a aquel o aquella que esté a solas conmigo al aire libre…¨ Walt Whitman, Canto de mí mismo

Alarma

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urante quince años Samuel vivía todos los días la misma agobiante rutina. Al escuchar el agudo ruido de la alarma, a las seis y media de la mañana, se levantaba como resorte, se bañaba, se rasuraba, se vestía a velocidad de rayo, medio desayunaba, se trasladaba aún semidormido en su auto en medio de un tráfico enloquecedor y llegaba a su oficina con los nervios de punta, siempre puntual. Saludaba con sonrisa fingida a su jefe y le obsequiaba un beso frió y distante a su secretaria; después: ocho horas monótonas, sólo interrumpidas por un almuerzo desabrido y breve, de trabajo burocrático administrativo, de papeles, cuentas, balances contables, procedimientos, reglamentos… tedio y más tedio hasta las seis de la tarde, en que volvía a encapsularse en su auto para sufrir el embate tortuoso del tráfico demencial durante hora y media. Apenas rebasaba el umbral del zaguán de su casa, se transformaba en una especie de paciente interno de hospital privado. Se dirigía a su recámara, se ponía sus pijamas y se metía a las cobijas, exigía la cena 14


en su cama y avaramente le regalaba un par de sonrisas a sus dos hijas y una caricia desganada y gélida a su esposa. Después, a robado por la televisión no cruzaba palabra alguna con su familia, cuya vida le era tan ajena como si no viviese con ella. A las once ya roncaba y a las dos de la madrugada, exactamente, padecía su cotidiana y aburrida hora de insomnio, en que procuraba no pensar en nada hasta volver a quedar preso en los brazos de Morfeo, de los que salía interrumpido por la cruel y despiadada alarma, que lo reinsertaba en el perpetuo engranaje de su infeliz y alienante cotidianidad que día a día parecía succionarle los jugos de su personalidad para reducirlo en un autómata anodino e insensible. Ocurrió que una rara noche de verano no sufrió de insomnio por lo que durmió plácidamente hasta las cinco y media de la mañana, hora en que se levantó sin alarma ni alteraciones. Se asomó por el balcón de su apartamento, situado en el noveno piso del edificio, completamente despierto. Miró fijamente al cielo y quedo embelesado durante varios minutos al ver anoréxicas ballenas volando con sus aletas marcadamente crecidas, jirafas aladas de cuello y patas cortas surcando los cielos en movimientos irregulares y morsas azules navegando por los aires ayudadas por el vigoroso soplido del viento. Abajo, la avenida se había convertido en un río cristalino y apacible, cuyas transparentes aguas traslucían en sus profundidades numerosas aves submarinas con alas convertidas en aletas y plumaje en escamas fosforescentes, que iluminaban el río con bellos colores de tonalidades múltiples, mientras que hermosas sirenas trazaban piruetas de gimnasia rítmica al compás de un ballet raveliano. El poderoso magnetismo del maravilloso espectáculo lo sedujo de tal manera que, justo un minuto antes de que sonara la terrible alarma, decidió lanzarse por el balcón, no se sabe si para zambullirse en las atractivas aguas del río multicolor o para volar en el cielo infinito, pero en el momento en que sonó la alarma con su ruido infame, Samuel no se levantó ni de su cama, ni del río, ni del cielo.

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“El sueño perturba al sujeto que en él piensa.” Michel Foucault, Apéndices en la historia de la locura en la época clásica Tomo II (cursiva del autor). “Lear: Antes quiero tener unas palabras con este erudito Tébano. ¿Cuál es el objeto de vuestro estudio? Edgar: Evitar al demonio y matar alimañas.” William Shakespeare, El rey Lear “Bibit Hera, bibit herus, Bibit miles, bibit clerus, Bibit ille, bibit illa, Bibit servus cum ancilla, Bibit velox, bibit piger, Bibit albus, bibit niger, Bibit constans, bibit vagus, Bibit rudis, bibit magus, Bibit pauper et egrotus, Bibit exul et ignotus, Bibit puer, bibit canus, Bibit presul, et decanus, Bibit soror, bibit frater, Bibit anus, bibit mater, Bibit ista, bibit ille, Bibunt centum, bibunt mille.” Carmina Burana, En la taberna “¡Yo soy Ra! ¡Mírame! ¡o siembro el terror!, retrocede pues, demonio, ante las flechas de mi luz que te hacen daño.” Anónimo, El libro de los muertos. “Maryam todavía recuerda la primera vez que oyó la historia de la gran virgen. Tenía tres años y se quedó escuchando con los ojos bien abiertos, el pulgar en la boca, casi sin osar respirar, Mientras, Salomé cantaba la canción de Isis, que hizo que el poder de las mujeres fuese igual al de los hombres. Era una canción de vida y muerte y nuevamente de vida. Una canción sobre el misterio de la vida.” Lezley Hazleton, María, una virgen de carne y hueso.

Perseguido por el demonio

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l cumplirse la representación cien de El rey Lear, Seiji, que había actuado en todas, acababa de hacer su acostumbrado papel de Edgar, uno de sus personajes favoritos de la dramaturgia shakesperiana. Estaba tan agotado tras su monumental esfuerzo histriónico, que al salir apresurado del teatro y cruzar la avenida distraído, un vehículo lo arrolló y lo hirió de gravedad. Lo hospitalizaron y estuvo en terapia intensiva varios días. Cuando lo pasaron a terapia intermedia, tuvo tres sueños muy extraños. Ya en casa, se los contaba a su esposa: “El primero, en que me soñé faraón, era más o menos así: No me dejes que me vuelva loco, gran Osiris, hermano de Isis –gritaba angustiado el anciano Faraón al saberse cercano a la muerte–, en ultratumba, en la rutas del más allá, 16


ya difunto, embalsamado, con la boca cerrada, no quiero que sean profanadas mis moradas misteriosas, ni por los demonios de cara de cocodrilo, ni por el león Rehu con sus temibles llamaradas que emanan de su hocico. No quiero que el cuerpo se me descomponga en el mundo inferior, ni deseo morir por segunda vez. Ha sido extraído de raíz el mal que habitaba mi ser, cada parte de mi cuerpo y de mis vísceras, corresponden a los dioses; así podré asegurar mi victoria en las tinieblas subterráneas. Sabré volar a las alturas como un halcón con rostro de fénix, y podré entrar y salir a capricho de las profundidades de la tierra. Conservaré intacta mi memoria a perpetuidad. “Por ello, le pido a los Dioses que aren mi futuro ultra terrenal, orientado hacia el sur; sea que me auxilie Ra, o me ayude Ker, que es el nombre de la cala, o bien me socorra Horus, hijo de Isis, cuyo tercer ojo siempre me mira. Por eso les digo a los Dioses, 17


de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, para garantizar que pueda egresar e ingresar del mundo subterráneo: Are Ra, Isis ara si si, A la cala, Sur Oh Horus.

Apenas concluí esa palabras, me desperté horrorizado en el instante en que agonizaba, de sólo saber que me embalsamarían. En mi segundo sueño raro, soñé que yo era Mariam, una mujer maravillosa: judía, adolescente de trece años, de tez cetrina obscura, fértil y por eso mismo ya madura, embarazada pero virgen, campesina de Galilea, muy humilde, de lengua aramea. Era analfabeta pero nada ignorante, ágrafa de espíritu rebelde, curandera experta en métodos anticonceptivos y abortivos, muy probablemente violada, como sucedía con mucha frecuencia en sus tiempos. El tema central de su historia, o sea de la mía, según siempre lo ha preconizado la iglesia, es su naturaleza divina de ser madre virgen, lo que consideran como el milagro de todos los milagros, como la paradoja perfecta, y dejan de lado lo más importante: que Mariam era una mujer sabia, fuerte y capaz. Como mujer palestina de su época, era una experta en conservar la humedad del cuerpo. Era la suya una vida dura en una tierra igual de dura. Las mujeres parían jóvenes como aún pasa hoy, en pleno siglo XXI, con las muchachas pobres de los países pobres. Aquella que sobrevivía el parto a los primeros años de vida envejecía prematuramente, como sigue ocurriendo hoy con las mujeres pobres. El aborto natural era lo más común, debido a enfermedad o desnutrición, como también sigue aconteciendo hoy con las muchachas pobres, por más que pongan el grito en el cielo los autollamados grupos “pro-vida”, que tratan de tapar el sol con un dedo. Cuando la vida es tan breve, no existe el periodo de la juventud, y eso le sucedía a la Mariam de mi sueño, es decir a mí. Era yo una mujer concientizada, macerada por las penitencias de la vida, al fragor de las enconadas batallas, marcadamente desiguales, en las que los galileos eran salvajemente masacrados por los asmoneos. Muchos parientes de Mariam, o sea míos, fueron crucificados en Seforis. Ser 18


crucificado para Mariam era una señal de valor. Al igual que en el primer sueño se hace recurrente la imagen de Isis porque ella era la mas grande diosa egipcia y Mariam la adoraba. Mariam, con su tremenda sabiduría, entereza y fuerza, dio a luz a su hijo, lo crió y educó, le enseñó todo lo que sabía. El sueño era mágico, apasionante, hasta que me desperté aterrado en el momento en que los demonios imperialistas romanos tomaron la terrible decisión de crucificar a mi hijo…es decir, a Jesús, el hijo de Mariam. El tercero y último sueño que tuve, si la memoria no me falla, se escenifica en un ambiente medieval, en Bavaria. Allí, soy uno de muchos monjes benedictinos, mezclados con forasteros, mujeres disolutas, soldados, sirvientes, clérigos, hombres negros y blancos. Nos juntamos en una taberna, bebiendo ad libitum, gozando los dulces placeres del vino, inspirados por Dionisio y lanzando los dados a Baco. Todos convivimos alegremente, dando rienda suelta al hedonismo extremo. Tanto académicos sabihondos como los más ignorantes se abrazan ebrios, lo mismo hacen ricos con pobres y jóvenes con viejos. En ese recinto de vicio, que evoca la escena de la Taberna de Carmina Burana, algunos se despojan de sus ropajes y quedan completamente desnudos. Así, impúdicos se exhiben ante el sexo opuesto, lo que propicia escenas orgiásticas que coexisten con la glotonería, la borrachera y la vida disipada. Revolotean mariposas junto con las moscas, la locura danza con el juicio, y se contaminan mutuamente; aunque era claro que más contagiaba la falta de cordura al equilibrio, que la razón a la demencia, porque siempre ha sido así, ¿acaso no mancha la impureza a la pureza más de lo que limpia la pureza a la impureza?, ¿no sucede que la virtud es ensuciada más por el vicio que viceversa? Sin embargo, en medio de toda esa bacanal de goce ilimitado, en la que éramos perseguidos por el malvado demonio, algunos monjes nos arrepentíamos del pecado, yo me avergonzaba tanto de lo que hacía que no pude más y me desperté.” “¡Vaya sueños tan extraños en verdad, los que tuviste!”, le dijo su mujer a Seiji, tras haberlo escuchado con mucha atención. “Sí, pero yo estoy claro -replico Seiji- que no soy ni el faraón egoísta, que pien19


sa más en su vida después de la muerte que en la vida de su pueblo sufrido, ni el faraón cobarde, que tiene pánico a la vida escatológica y le exige a los dioses protección como difunto; no soy tampoco la madre abnegada, virgen violada, luchadora tenaz; ni mucho menos soy el monje hedonista, arrepentido tras solazarse en la taberna con placeres mundanos; no soy ninguno de esos personajes. Sé muy bien quién soy, tengo los pies en la tierra, soy Edgar y tu eres Gonerill, la maldita hija del Rey Lear, promiscua que traicionaste a tu noble padre y a tu marido Albany, que envenenaste a tu hermana Regan y que quisiste acostarte con mi hermano postizo Edmund, cuya maldad y ambición ilimitada causó la ceguera de Gloucester, mi bondadoso padre.” “Pero Seiji, ¡qué cosas dices!-le respondió la esposa-, yo soy tu siempre fiel mujer, y tú eres Seiji, el brillante actor de teatro. Sufriste un terrible accidente, amor mío, pero gracias a Dios ya estás en plena recuperación.” “El único accidente que sufrí fue el intento de asesinato de mi padre, como resultado de las intrigas y de la manipulación perversa de Edmund, tu amante, ¡eres una miserable!” “No, mi amor, yo soy tu esposa, tú eres Seiji, no eres Edgar; por Dios, descansa, la narración que me hiciste de tus extraños sueños te deben haber fatigado.” “El que sufre en soledad- dijo Seiji, repitiendo uno de los pasajes de la escena VI del acto III de la obra El rey Lear, en que Edgar finge demencia - sufre sobretodo en la mente, abandonando las cosas libres y los recuerdos felices; pero cuando la pena tiene compañeros y encontramos amigos en las privaciones, nuestra alma se libra del abatimiento.” “Pero mi amor, tú no estás solo ni en tu vida personal ni como Edgar, a quien interpretas tan brillantemente. Tú me tienes a mí y a tu público, dentro y fuera del escenario” comentó su mujer. “¡Oh, qué dulce es la vida, que preferimos sufrir la agonía de la muerte a cada instante antes que morir de una vez!” respondió Seiji, repitiendo un fragmento de las palabras de Edgar en la última escena de la obra. 20


“Mi amor, descansa, ven a nuestra recámara, mañana seguimos nuestra conversación.” le suplicó la esposa con tono angustiante. La mañana siguiente, Seiji apareció enfundado en una cama de un hospital psiquiátrico; al despertar, sólo repetía una y otra vez: “¡Atrás! Me persigue el malvado demonio. El viento aúlla a través de los espinos. ¡Uuuuh! Meteos en la cama y entrad en calor.” Nunca dejó que su mujer entrara a verlo al hospital, porque tercamente sostuvo que ella no era su esposa sino la malvada Gonerill. Cuando egresó del hospital bajo los efectos de fuertes drogas, no quiso hablar más ni de teatro ni de Shakespeare hasta que, tras haber dejado de tomar el medicamento por negligencia e indisciplina, fue arrollado nuevamente por un carro, cuando corría bajo el obscuro manto de la noche por las calles gritando desaforado: “¡Atrás! Me persigue el malvado demonio. El viento aúlla a través de los espinos. ¡Uuuuh! Meteos en la cama y entrad en calor. No soy ni faraón, ni Mariam, ni monje, soy Edgar, Edgar, Edgar soy, y me persigue el malvado demonio de cara de cocodrilo.” Estas fueron sus últimas palabras, antes de quedar profundamente dormido en un sueño del que no despertó jamás; no se supo tampoco si Ra, Horus, o Isis lo auxiliaron en ultratumba.

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“Y en cuanto a ti, Muerte, y a ti, amargo abrazo de mortalidad, vano es tratar de asustarme.” Walt Whitman, Canto de mí mismo

El dedo, la araña y la paloma

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osaba una inofensiva araña sobre la paloma blanca que representaba al espíritu santo, en el cuadro de la santísima trinidad que colgaba de una de las paredes de la sala de mi tío, carpintero y ferviente católico, cuando su dedo asesino, descargando toda su ira, repetidamente trató de golpear con toda su fuerza al diminuto cuerpo del arácnido, sin lograr impactarlo gracias a la rapidez instintiva de los movimientos irregulares el insecto, ayudado por sus ocho patas. La furia incontenible e irracional del dedo represor arreciaba conforme erraba sus criminales intenciones, hasta que la esquiva araña logró escapar de los contornos del cuadro y emigrar al rincón 22


superior izquierdo de la pared, donde ésta hacía vértice con el techo de la sala. Habiéndose resguardado, a distancia inalcanzable para el violento dedo, la araña empezó a tejer su tela. Los reiterados fallidos intentos de la protuberante prolongación de la mano, que solitaria y protagónicamente habían monopolizado el furibundo ataque, habían dañado colateralmente a la simbólica paloma del cuadro. A la mañana siguiente, mi tío trabajaba en su taller de carpintería cuando sufrió un accidente, causándose la amputación del dedo asesino. Mientras el hombre gritaba de dolor, una paloma blanca que volaba a unos escasos dos metros del taller parecía observar la escena, al tiempo que la araña, como si se hubiera enterado de la muerte del dedo persecutor, decidió regresar a posarse en el cuadro del que había huido despavorida. Desaparecido el malvado dedo, la araña vivió y moró el resto de sus días en medio de la imagen de la santísima trinidad, alimentándose de bichos, conforme lo mandan las inexorables leyes de la naturaleza.

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“Está poseída de una gran desesperación. Su cabeza, sus piernas y sus manos, están como paralizadas, y se cree la mujer más desgraciada de este mundo…” Anton Chejov, Una buena mujer

Surrealismo

C

harlotte se había bloqueado para no recordar su infancia. Los pleitos interminables de sus padres eran los únicos pasajes que latigueaban dolorosamente su mente cada vez que recreaba su aciaga y solitaria vida infantil. Nacida en Marrakech, de padre Marroquí y madre francesa, pasó su niñez y adolescencia en Casablanca y Tánger, donde recibió su enseñanza básica y de secundaria, hasta que Claudie, su madre, decidió dejar el país y abandonar a su marido, y padre de Charlotte, al no soportar más su machismo, sus celos enfermizos y afición a la bebida. Charlotte tenía entonces dieciocho años, y aunque lo pensó mucho por el amor que le tenía a su padre, optó por irse con su progenitora, con quien siempre había tenido una excelente y muy cercana relación. Aunque Charlotte y su madre no tenían rumbo fijo, se les hizo más fácil cruzar el estrecho de Gibraltar hacia Algeciras, en Andalucía, y gracias al pasaporte francés de Claudie pudieron entrar a Gibraltar, donde apenas estuvieron escasas dos semanas tanto por el muy elevado costo de vida del lugar, como por la discriminación racial de la que era objeto Charlotte debido a su piel morena. Así, madre e hija, prefirieron probar suerte en Barcelona antes de pensar en retornar a Francia, adonde Claudie no quería regresar por entirse demasiado desarraigada después de veinte años de ausencia. Pensaba encontrar trabajo como profesora de francés en Barcelona, profesión con la que había sostenido durante varios años a su familia en Marruecos, así fuera precariamente, ante la irresponsabilidad de su marido. Sin embargo, le fue muy difícil encontrar un empleo fijo, de manera que las dos mujeres vivían en el límite de la pobreza, a menudo pasando hambre. Aunque Charlotte, de enorme vena artística, no fue admitida en la universidad, pudo estudiar dibujo y pintura en una academia pública gratuita, razón por la que no deseaba marcharse de la ciudad.

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Charlotte estaba fascinada por el aire artístico que se respiraba en la capital catalana, recorría cuanto museo de arte había, y quedaba prendidamente enamorada de la obra de Picasso, Miró, Dalí y de la arquitectura del Art Noveau de Gaudi. No obstante, después de un año de pasar penurias, su madre la convenció que se fueran a Francia. Así, llegaron a Niza, donde Claudie tuvo suerte al ser aceptada como profesora de francés en una escuela de idiomas, lo que les permitía vivir modesta pero decorosamente, mientras que Charlotte pudo ingresar a la Universidad de Niza, donde estudió teatro ante la inexistencia de una facultad de artes plásticas, donde hubiera podido estudiar pintura, que era su pasión y verdadera vocación. Sin embargo, se las arregló para continuar sus estudios de dibujo y pintura en una academia de arte a un precio razonable. Consciente de la necesidad de contribuir con el ingreso familiar, Charlotte buscaba trabajo afanosa pero infructuosamente. El ra25


cismo del que había sido víctima en Gibraltar lo sintió aún con más intensidad en Niza, a pesar de tener la nacionalidad francesa y un excelente dominio del idioma francés pues, en realidad, siempre lo habló en su casa y en esa lengua estudió la primaria y secundaria. Finalmente, tras mucho batallar, consiguió trabajo los fines de semana en un restaurante de comida marroquí como mesera. Charlotte era una joven guapa, pero aún más atractiva era su madre que, puesto que tuvo a su hija a temprana edad, apenas rebasaba los cuarenta. Además, a pesar de su vida sufrida, siempre hizo ejercicio y llevaba una vida muy sana, así que se conservaba muy bien, de manera que le sobraban pretendientes y pronto se hizo de un compañero, profesor de historia de la misma universidad donde estudiaba Charlotte. La verdad es que cultivó una relación hermosa y apasionante con su nueva pareja, de tal suerte que apenas transcurridos seis meses de haber llegado a Niza, las cosas parecían enrumbarse muy bien para las dos. No obstante, Charlotte, un tanto celosa, empezó a experimentar una situación muy extraña: a su madre le empezó a notar un parecido notable con Gala, la mujer de Dalí, pero lo consideró como una mera coincidencia. Lo que se le hizo verdaderamente asombroso fue el hecho de que la pareja de su madre se asemejase tanto al propio Dalí. Si no fuera porque no tenía bigote, podría jurar que se trataba del mismísimo pintor catalán. En realidad, en la percepción de Charlotte, la semejanza era sólo física, puesto que ni Claudie ni su pareja tenían la mínima inclinación por la pintura, ni un carácter que pudiera calificarse de siquiera cercano a la extravagancia, como de sobra se sabe que había sido en el caso del célebre matrimonio. Una ocasión, Charlotte, siempre curiosa y amante de los animales, acompañada por una amiga, fue a visitar el zoológico de Marsella, particularmente acicateada por haber leído en una revista que en 1830 el rey de Marruecos había regalado un oso atlas, especie hoy extinta, a ese parque zoológico. Una vez allí, le ocurrió algo insólito: al ver a las jirafas se horrorizo y empezó a gritar de espanto ante la mirada atónita de su amiga, quien no comprendía lo que estaba pasando. Ya más tranquila y alejada del lugar, le reclamó a su amiga que por qué estaba tan ecuánime ante la horripilante escena de las jirafas ardiendo en llamas, a lo que la amiga replicó, serenamente, 26


que las jirafas estaban perfectamente bien y que no había ni la mínima chispa de fuego en el lugar donde estaban. Tras persuadirla de volver al sitio de las jirafas para que se cerciorara de que, efectivamente, éstas estaban en una situación absolutamente normal, Charlotte, con mucho miedo y a paso lento, se fue acercando a donde se encontraban las jirafas, cogida del brazo de su amiga. Cuando llegó al sitio pudo constatar que, efectivamente, las jirafas caminaban altivas y en plena tranquilidad. Charlotte estaba contrariada, sin saber qué explicación darle a su amiga, porque estaba convencida de que en efecto había visto a las jirafas envueltas en llamas. Prosiguieron su paseo por el parque sin mayores sorpresas, pero cuando pasaron por el espacio donde se confinaba el rinoceronte, Charlotte emitió una estruendosa exclamación de azoramiento: “¡¡increíble, increíble, no puede ser verdad lo que estoy viendo!!”, a lo que la amiga le pregunto, “¿qué tiene de extraordinario?, ¿nunca habías visto un rinoceronte?, es cierto que es un animal muy especial, y símbolo de la virilidad, pero no es para que te emociones tanto ¡por favor!” “Claro que no me impresiona un rinoceronte –replicó Charlotte un tanto molesta–, pero este ejemplar es una cosa extraordinaria, mira nomás la longitud y delgadez extrema de sus patas, como zancos gigantescos. Parece llegar a las nubes; además, no me vas a decir que no es algo rarísimo que tenga en su cuerpo un recuadro de televisión, en la que parece jugarse una partida de béisbol, ¿eso se te hace común? ¡Por dios, a ti todo te parece normal!”, la amiga optó por seguirle la corriente al percatarse que Charlotte alucinaba. Vieron muchos más animales y Charlotte parecía no ver nada más inusual, hasta que casi al terminar el recorrido pasaron por un espejo de agua donde nadaban varios hermosos cisnes blancos. La amiga comentó sobre la belleza de las gallardas y elegantes aves, a lo que Charlotte contesto: “Lo verdaderamente descomunal son los reflejos de los cisnes en el agua, ¿te fijas?, se reflejan como elefantes, ¡¡qué fantástico!! Ya sabía que tenía que venir a este zoológico, estoy segura que el espíritu del oso atlas que regalo el rey de Marruecos ha tenido que ver con estos animales extraordinarios; bueno, es una broma, pero alguna explicación maravillosa debe de haber a todo esto.” La amiga trataba de desviar la conversación, pero era inútil, Charlotte no dejaba de expresar su asombro. Todo el camino de vuel27


ta a Niza casi no se hablaron, Charlotte prefirió escuchar en su Ipod la música de Idrissi, su cantante marroquí predilecto. Cuando llegó a su casa, Charlotte no le comentó nada a su madre, con quien de todos modos se había ido distanciando, en la medida en que Claudie vivía su tórrido romance. De manera que Charlotte se encerraba en su cuarto a pintar mientras escuchaba la música de Soap Kills o de Idrissi. No le gustaba mucho chatear, excepto con su prima más cercana, que vivía en Tanger, y a quien le contaba todo acerca de su vida, menos sobre su dirección exacta en Niza por prohibición expresa de Claudie. En los días subsiguientes, lo único raro que experimentó es que veía con frecuencia el reloj de su cuarto derritiéndose, como si estuviese hecho de un material blando, y a los objetos alargados siempre los veía en la forma de bastones de distintos tamaños. Charlotte ya tenía claro que sólo ella veía esas cosas extrañas, y optó por dejar de contarlo a los demás. Un par de meses más tarde, estaba un sábado trabajando en el restaurante Marroquí cuando su padre, visiblemente envejecido, con quien había perdido todo contacto desde que se había ido de Marruecos (pero que había sido informado por su sobrina sobre el paradero de Charlotte), entró a comer al lugar. Al ver a su hija mirando hacia la ventana, a unos cinco metros de distancia, sin que ella se percatara, por estar enajenada viendo cómo una parvada de gaviotas dibujaba en su vuelo el rostro de Dalí, se salió del restaurante y decidió esperarla escondido afuera, para seguirla y así obtener la dirección exacta de su casa, a la manera de un detective. Procedía así, porque estaba claro que Charlotte, por mucho que lo quisiera, jamás le iba a pasar la dirección, ni ningún detalle sobre la vida de Claudie. Un inesperado día, mientras Claudie y su pareja se besaban apasionadamente en la sala y Charlotte comía algo en la cocina, el padre de Charlotte entró a la casa aprovechando que su hija había, como de costumbre, dejado el zaguán sin llave. Al verlo entrar, Claudie, creyendo que Charlotte lo había traído a la casa, le gritó furiosa a su hija, “¿Qué está haciendo aquí tu padre? ¿Por qué lo trajiste?” Al verlo, Charlotte contestó a gritos, “¡Ese no es mi padre, es Paul Eluard, es Paul Eluard! Está celoso porque tu amante Dalí te llevo con él, maldita Gala, infiel y traidora.” No había terminado de gritar la muchacha, cuando el celoso marido de Claudie se abalanzó como 28


energúmeno sobre la pareja, matándolos a los dos a machetazos. La ahora huérfana de madre alcanzó a huir del lugar del horrendo crimen, y nunca volvió a ver a su padre, quien pasó muchos años encerrado en una cárcel de Niza. Charlotte, nunca se casó. Abandonó la carrera de teatro, pero siguió pintando durante toda su vida, aunque puro arte figurativo tradicional, en el que predominaban los rostros tristes. No cultivó jamás el surrealismo, ni volvió a ver jirafas ardiendo, ni rinocerontes con patas alargadas, ni relojes derritiéndose, ni bastones, ni cisnes reflejándose en el agua como elefantes. Cuando por las noches miraba el retrato de su madre antes de acostarse, jamás volvió a ver reflejado el rostro de Gala en el de Claudie, ni al mirar volar a las gaviotas durante el día se imaginó que configuraban la cara de Dalí. Las escenas del surrealismo daliano se habían disfumado de su mente.

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“La muerte se me aparece como un gran lago al que me acerco, y cuyos contornos se me perfilan.” Jules Renard, Diario.

Conversaciones

L

as conversaciones de la pareja eran siempre desequilibradas, una especie de monólogo de Jorge ante una audiencia limitada a la persona de Leticia: su esposa. Así convivieron felices durante sus largos cincuenta años de casados, en que lo suyo era un ejemplo pleno de completud. Los pleitos entre ellos escaseaban, a menudo adoptaban la forma de catarsis del propio Jorge, quien parecía reñir consigo mismo mientras Leticia, haciendo alarde de serenidad y paciencia, simplemente lo observaba en su demostración de mal carácter. Ni siquiera le pedía que se tranquilizara, sólo lo miraba hasta que se 30


apaciguaba. Jorge tampoco criticaba el laconismo de Leticia, se conformaba con que ella lo escuchara e interviniera de vez en cuando con comentarios parcos si acaso de una frase, cuando no de una palabra. Mientras que la verborrea de Jorge era inagotable, ya que podía hablar todo el santo día, Leticia podía guardar silencio el día entero. Cuando Jorge falleció a los 74 años de cáncer en la garganta, en el hogar de la viuda prevaleció un silencio sepulcral; parecía que habían muerto los dos, porque a Leticia no le gustaba ni escuchar la radio, ni ver la televisión, tampoco era adicta a escuchar música, ni a conversar por teléfono. Se entretenía en los quehaceres domésticos, leyendo en voz baja y escribiendo poesía dedicada al difunto, como mecanismo para drenar su tristeza infinita. Sin embargo, se angustiaba. Se desesperaba en medio de una vida solitaria que le empezaba a resultar aburrida, pues se había acostumbrado a las interminables peroratas que le regalara su marido durante medio siglo. La mudez absoluta y la quietud plena estaban matando a Leticia que, al morir Jorge, gozaba de cabal salud y aún estaba fuerte y vigorosa, a pesar de sus sesenta y ocho años. Tenía que hacer algo para salir del monótono silencio que inundaba su hogar durante el mes que siguió al fallecimiento de su esposo, que a ella le pareció como un año. A su edad, no le era fácil buscarse un amante, ni tampoco le interesaba, por la fidelidad casi enfermiza que le guardaba a Jorge; hijos no había tenido, y a sus parientes cercanos nunca los había frecuentado. Sociable jamás había sido y no era ahora, a esta edad, que iba a empezar a buscar amistades, ¿qué hacer? ¿Cómo evitar ser consumida por la tristeza y la soledad? ¿Cómo erradicar de su semblante ese aspecto de melancolía? Un día, como para salir de su rutina, abrió una botella de vino tinto, un Merlot francés, cosecha del 94, que su marido había guardado para el día de su cumpleaños número setenta y cinco, el cual, de no haber fenecido ese año, hubiera ocurrido en dos meses. Bebió un par de copas de vino, y aproximadamente a las siete de la noche –hora en que habitualmente Jorge empezaba a platicar tras llegar del trabajo– Leticia se encerró en su recámara y dijo: “Soy toda oídos, háblame, platícame.” De inmediato se le iluminó el rostro como por una luz divina y se le confeccionó una amplia sonrisa al escuchar el monologo de su marido, que se extendió por un par de horas. Tal 31


conversación se hizo rutinaria durante dos meses, todos los días, a la misma hora, hasta que llegó el día del onomástico de Jorge. Esa noche, tras una hora de estar escuchando ininterrumpidamente al difunto, la viuda le respondió en voz baja, “Te entiendo, yo también te extraño mucho… Sí, mi amor, atenderé a tu suplica, ya mismo me reúno contigo.” Apenas concluyó esas palabras, se tragó una pastilla que tenía en la mano y un minuto más tarde se desplomó en la cama; después, sólo se escuchó el zumbido de una mosca, que entró a dar una especie de vuelo de reconocimiento durante treinta segundos, antes de salir por la misma rendija de la ventana de la recámara que Leticia había dejado entreabierta.

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“Ni siquiera mi muerte será sorprendente: vendrá a su hora.” Jules Renard, Diario.

Su hora

N

ecesitaba saber la hora. Les preguntó a los pocos transeúntes que caminaban por el desolado lugar, pero nadie la sabía. Por fin, alguien le informó que a un par de cuadras al poniente había una casa abandonada donde podía entrar sin problema, y allí se iba a encontrar muchos relojes. Llegó a la casa, entró y atónito observó que había no menos de cincuenta relojes distribuidos desordenadamente en las cuatro paredes de la sala. Miró con angustia la hora de cada reloj y pudo percatarse que cada uno tenía una hora diferente. ¿Cuál de todas era la hora verdadera? Concluyó: “No hay tal, no existe. La hora que busco no es la hora, sino mi hora.” Se dio cuenta de que las manecillas de todos los relojes–exceptuando las de uno–se mantenían quietas, inamovibles, sin registrar el transcurrir del tiempo. Ese único reloj, cuyas manecillas acompañaban el caminar del tiempo, marcaba cinco minutos antes de las tres. Se sintió inundado de serenidad, se sentó en el suelo recargado en el muro, justo debajo de ese reloj, mientras recordaba que en su premonición su cita con la muerte era a las tres. Transcurridos los cinco minutos, al llegar su hora, se le cerraron los ojos para siempre.

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“Mi vida es un inmenso sueño.” Fernando Pessoa, Diarios.

Luna de miel

D

eben haber sido fácilmente ocho horas corridas de sueño profundo las que dormí esa noche. Horas en las que no supe absolutamente nada de mí. Tan hondo había sido mi sueño, que mi despertar fue descomunalmente lento, gradual, como por etapas. Cuando por fin abrí bien los ojos y la pupila se me achicó lo suficiente como para ver con nitidez, no sabía dónde estaba, no recordaba nada respecto de cómo había llegado allí, ni en qué hotel me alojaba, ni menos aún en qué país y ciudad me encontraba. Debo reconocer que no estaba tan asustado, porque viajo mucho por el mundo en mi carácter de experto automotriz de la General Motors con base en Tailandia, por lo que con cierta frecuencia me ocurre que al despertar no sé dónde estoy; aunque ciertamente después de uno o máximo dos minutos, recuerdo perfectamente bien de mí paradero. Sin embargo en esta ocasión, transcurridos cinco minutos, aún no tenía ni la más remota idea de mis coordenadas. Encendí el televisor para ver si algún canal me indicaba algo, pero de nada me

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sirvió, porque se trataba del mismo maldito sistema de cable que suelen usar los hoteles de cinco estrellas en todas partes y donde se hace casi imposible identificar el país en que se está. Me duché, me vestí rápidamente, me puse una chaqueta por si hacia frio en ese lugar y decidí preguntarles a los empleados del lobby del hotel pero, para mi mala suerte, estaban todos tan ocupados atendiendo a los huéspedes que se registraban que me avergoncé de hacer mi ridícula pregunta delante de tanta gente y opté por salir, y enterarme al recorrer las calles del centro, adonde podía llegar fácilmente dada la magnífica ubicación del hotel, situado a unas tres cuadras de la plaza central, según pude leer en un gran letrero en ingles donde se presumía la excelente ubicación del hotel. La primera conclusión a la que llegué, tras recorrer un par de cuadras, fue que se trataba de alguna ciudad de Europa perteneciente a algún país integrante de la Unión Europea, a juzgar por el fenotipo y color de la gente, además de que algunos anuncios en las vitrinas de los comercios hacían notar que los precios de los artículos eran en euros. La segunda conclusión que extraje después de caminar una cuadra más, fue que se trataba de una ciudad pequeña, dado el limitado tráfico vehicular y la poca gente que transitaba por las calles; y la tercera, que se hablaba un idioma completamente desconocido para mí. No es que me jacte de ser políglota, pero por mi trabajo he aprendido a reconocer varios de los idiomas de los países de la Unión Europea; por tanto, tenía suficiente información como para descartar muchos países, y en consecuencia encontrar pistas que me ayudaran a inferir dónde podría estar. Traté de preguntarle a algunos transeúntes en mi regular inglés, pero nadie parecía entenderme. Mientras caminaba por la plaza central de la ciudad, repasé mentalmente los países e idiomas de los miembros de la Unión Europea y de inmediato descarté a Alemania, Austria y Suiza porque claramente el idioma que se hablaba en la ciudad donde estaba no era ni alemán ni francés; a Bélgica, Holanda, Francia y Mónaco los eliminé porque obviamente la lengua que en esa ciudad se hablaba no era francés, que hablo con fluidez, pero tampoco holandés o flamenco: no los chapuceo ni remotamente, pero los reconozco y sé que se parecen mucho entre sí; a Grecia la sustraje como posibilidad, porque la conozco bien y los griegos no son rubios como lo era la gente que abundaba en aquel lugar; a España, Portugal e Italia los saque de la 35


lista de posibilidades, porque a pesar de lo pobre que son mi español, mi italiano y mi portugués, sé que se parecen mucho al francés y les juro que lo que esa gente hablaba no tenía parentesco alguno con ninguna lengua romance, aunque creo haber visto a personas caminando con tipo de italianas; a Irlanda e Inglaterra las descarté por razones obvias; Malta no podía ser porque los vientos del mar Mediterráneo no se respiraban por ningún lado. A Luxemburgo lo desconté porque a pesar de que el luxemburgués no me dice absolutamente nada, sé que en ese diminuto y rico país, el francés y el alemán son sumamente importantes, lo que no parecía ser el caso en el lugar en que me encontraba. Dada la temporada del año (iniciaba diciembre), ya debían registrarse temperaturas muy bajas en los países de la Europa del Norte, en contraste con los aún soportables doce grados que indicaba el termómetro del centro de la ciudad. Por ello, consideré razonable descartar a los países nórdicos, a los bálticos y a Polonia, cuyos idiomas me son tan extraños que ni siquiera puedo asegurar, ni por su sonido ni por su apariencia escrita, qué idioma no pertenece al de esos países. Aun así, el enigma estaba lejos de estar resuelto: podía estar en alguna ciudad de la República Checa, Eslovaquia o Hungría que son los restantes miembros de la Unión Europea que aún no había rechazado. Obviamente, la ciudad en la que estaba no podía ser ninguna de las magnificentes ciudades de Praga o de Budapest, pero podía quizá estar en alguna ciudad pequeña de esos países, o en Bratislava, que tengo entendido que no llega al medio millón de habitantes. ¿Dónde demonios estaba? Mi curiosidad se volvió angustia y reanudé mi afán de preguntarle a cuanto transeúnte pasaba por la plaza, hasta que después de muchos intentos una chica italiana, veneciana, para ser exacto, que pasaba la luna de miel con su novio quien –dicho sea de paso– se parecía a mí, me sacó de la duda. Simpáticamente se rió de mí cuando le pregunté en cuál de los mencionados tres países estaba. “You are not in any of those countries. This is Ljubliana.” A lo que le pregunté: “Where is it located? In what country?” “It is the capital of Slovenia”, me respondió lacónicamente. Eslovenia, justo el único país que se me había escapado de mi lista de países miembros de la Unión Europea. Ya sabía dónde estaba, pero ahora me restaba saber lo más importante: ¿qué estaba haciendo yo 36


allí? ¿Cómo llegué? ¿Para qué objetivo? ¿Por qué no me acordaba de nada? ¿Estaba amnésico? Justo cuando mi angustia se transformaba en pánico, me desperté sobresaltado de mi pesadilla. Mi flamante esposa, argentina como yo, quien por cierto tenía el mismo rostro de la chica italiana del sueño, me dijo: “Mi amor, estaba a punto de despertarte, tenemos que alistarnos para salir al aeropuerto, el vuelo de Buenos Aires a Venecia sale a las cuatro. Estoy tan emocionada por nuestra luna de miel, que estaba leyendo en la guía turística que muy cerca de Venecia está Eslovenia, dicen que es muy lindo, ¿no te gustaría conocer?” Asentí perplejo con la cabeza y, tras darle un beso amoroso, me metí a la ducha. Mientras me duchaba me preguntaba si en esta ocasión había por fin despertado de mi inmenso y extraño sueño.

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“Voltaire dijo que el hombre más extraordinario que registra la historia fue Carlos XII. Yo diría: quizá el hombre más extraordinario -si es que admitimos esos superlativos- fue el más misterioso de los súbditos de Carlos XII, Emanuel Swedenborg.” Jorge Luis Borges “En realidad nada sabemos pues la verdad se halla en lo profundo.” Demócrito

Secreto

¡Q

ué hermosa e inteligente era! A sus escasos treinta y tres años, Victoria Díaz era ya la ministra del Interior de su país. En el ejercicio de sus funciones gozaba de una envidiable fama como funcionaria honesta, firme y decidida en la resolución de los múltiples retos que el Ministerio enfrentaba día con día. Era muy admirada por sus colegas, en parte por ser la única jerarca del gabinete presidencial con elevados índices de aceptación según las encuestas más serias y creíbles del país. Hacía ya dos años que había reemplazado en ese importante cargo a un funcionario muy cercano al presidente de la República, que había tenido que ser removido del puesto ante su incapacidad para hacerle frente a las movilizaciones populares que azotaban al país como resultado de la agudización de la crisis

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económica y de la subsecuente caída vertiginosa del poder adquisitivo del pueblo. La ministra había podido encarar la situación con gran habilidad política, destreza negociadora y sensibilidad social, de suerte que la gente empezó a comprender que la solución de sus problemas requería cambios de fondo en la estrategia económica del Gobierno, así que, sin ceder en su empuje, el blanco de las consignas populares y protestas callejeras dejó de ser el Ministerio del Interior, como en años pasados, y la ministra Díaz empezó a ser vista, si no con confianza, con incuestionable respeto. Victoria, era soltera, había tenido muchos pretendientes y novios desde su juventud temprana, pero no tardaba en decepcionarse de ellos. Los consideraba inmaduros, poco serios, carentes de imaginación y carácter. Es verdad que había conocido a un muchacho en Berlín en la Universidad de Humboldt, paisano suyo de quien se había enamorado, pero él no le había prestado demasiada atención. Habían sido buenos amigos, no fueron novios y desde la época de estudiantes no se volvieron a ver porque el muchacho había decidido continuar sus estudios en Alemania, a fin de obtener el título de doctor en filosofía. Ella, por su parte, era sumamente afable, de buen carácter y, en contraste con la personalidad recia que exhibía como ministra, en realidad era una mujer dulce, de mirada risueña, que recordaba a la Gioconda de Da Vinci. Era de gustos refinados, amante del Art Noveau, coleccionaba muebles característicos de ese movimiento artístico de inicios del siglo XX, lo que la había llevado a decorar su casa –en un alarde de su gusto exquisito– con muebles hechos por un maravilloso artesano que hacía replicas de muebles clásicos de esa corriente por encargo; como una bellísima mesa diseñada por Joseph M. Olbrich en 1905 para el salón de música de Mathildenhohe en Darmstadt, hecha con tinte de ébano e incrustaciones y madera de raíz, y un sillón de padouk diseñado por Antonio Gaudí en 1902, con un enfoque ergonómico que dejaba claro que el artista catalán no veía contraposición entre lo cómodo y lo hermoso. Victoria era, además, una especialista en la cocina gourmet francesa y mexicana, y vestía siempre elegante. Le fascinaba la buena música, especialmente Mussorgsky, Berlioz y Saint Saens, de modo que no se perdía la temporada de la Sinfónica Nacional, ni ningún concierto dirigido por los grandes directores que visitaban el país. 39


A pesar de ser firme de carácter, muy sólida profesionalmente y extremadamente seria en todo lo que hacía, Victoria nunca abandonaba una expresión serena en el rostro, aun en los momentos de mayor tensión y adversidad. Muchos hombres rumoraban que Victoria era la mujer perfecta, ¿pero qué es lo perfecto? Comúnmente, lo perfecto, al ser inexistente, se idealiza en un dios, pero cuando se le trata de atribuir a un ser humano, a un mortal, lo perfecto adquiere significaciones diversas que dependen de la imagen idílica que construye cada subjetividad individual; así que cuando aseguraban que Victoria era la mujer perfecta, no sería inverosímil que cada uno estuviera fantaseando en función de la proyección de sus disimiles, vagas y muy peculiares concepciones de lo supuestamente perfecto en una mujer. Más allá de lo anterior, lo que estos individuos ignoraban era que Victoria tenía un secreto. Un secreto tan bien guardado que no lo había compartido absolutamente con nadie. Una intimidad suya, sólo suya, enterrada en lo más profundo de su ser y su conciencia; tanto, que no parecía repercutir en su vida psicológica, ni a nivel familiar, ni en su manera de relacionarse con los hombres o mujeres, ni menos aún en el plano laboral. En realidad, podría parecer que el secreto no tenía importancia en la vida de Victoria, como si fuera un secreto celosamente guardado, pero insignificante. Sin embargo, lo más extraño es que no era así: éste era de gran importancia en su vida. ¿Era acaso, entonces, un secreto fósil? No, tampoco, era algo vivo, omnipresente en su existencia, algo que le apasionaba y de cuya poderosa fuerza no podía, ni quería escapar. Victoria vivía sola desde los dieciocho años, cuando se fue a Alemania para estudiar en la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad Humboldt de Berlín, donde se graduó en Ciencias Sociales. De manera que cuando regresó a su país, a los veinte y tres años, decidió no volver a la casa de sus padres. Muy pronto, ingresó a trabajar en el Gobierno. Destacó rápidamente e impresionó a sus jefes, por lo que su ascenso meteórico no fue una sorpresa para nadie. Esta vertiginosa carrera le fue ayudando a forjar relaciones y aliados a varios niveles, excepto verdaderas amistades, pero Victoria no parecía apesadumbrarse por eso. De manera que Victoria era una persona solitaria, y su vida privada distaba de ser conocida por 40


nadie: ni por sus padres, ni por los colegas de trabajo con quienes mantenía relaciones muy cordiales, cercanas en lo laboral, pero alejadas en lo personal. Un día en que Victoria regresaba a su casa tras una ardua jornada de trabajo, le pareció ver a Gabriel, el muchacho del que se había enamorado en Berlín en su época de estudiante, en un café ubicado en el mismo barrio donde ella vivía. Casi instintivamente, le pidió al chofer que se detuviera, entró al sitio y, al verlo de más cerca, pudo constatar que efectivamente se trataba de él. Tenía la barba larga y espesa, el cabello muy crecido, seguía siendo tan delgado como diez años atrás, aunque ahora lucía un poco encorvado y algunos callejones de calvicie prematura le ampliaban aún más la frente; pero no había duda, era él: distraído como siempre, cogitabundo, con la mente quizá detenida en algo abstracto y profundo. Se encontraba sentado solo y, justo cuando se disponía a empinar el codo para darle un leve sorbo a su café, Victoria, simulando haber entrado al café por casualidad, le preguntó, “¿Eres tú, Gabriel?” A lo que el hombre de inmediato respondió, “Pero claro, regresé hace una semana, ¿cómo estás Victoria?, ¡tanto tiempo!” El reencuentro marcó el inicio de una relación sentimental, que en el caso de Victoria significó el reavivamiento de un fuego que no del todo se había apagado con los años. Por más diferentes que eran, congeniaban en varios aspectos, por lo que no tardaron en consolidar su relación como pareja, y en un par de meses Gabriel, quien recientemente había conseguido trabajo como investigador universitario, se mudó a vivir con Victoria. La verdad es que aun viviendo juntos se veían poco, el trabajo de Victoria con tan importante cargo le absorbía en demasía, e incluía viajes frecuentes; por su parte, Gabriel investigaba a profundidad, día y noche, el pensamiento filosófico de Swedenborg -eminente científico, filósofo y místico sueco del siglo XVIII-, expresado en sus obras Regnum animale, Diarium spirituale, Arcana coelestia, El diario de los sueños, Arquitectura del cielo, pero, sobre todo, escudriñaba a fondo su pensamiento en la obra Del Cielo y sus maravillas y del Infierno. 41


Normalmente, cuando Victoria estaba en la ciudad, los amantes se veían por las mañanas. Esos días, se despertaban temprano, hacían el amor y se ponían al día en lo relativo a lo más sobresaliente de sus actividades respectivas del día anterior. Su luna de miel parecía prolongarse indefinidamente. Gabriel admiraba profundamente la valentía, inteligencia y habilidad política de Victoria, de manera que le fascinaba escuchar sus historias, especialmente cuando pormenorizaba la manera en que enfrentaba, resolvía o manejaba los problemas del Ministerio, por muy complicados que fueran. Gabriel sentía que Victoria poseía cualidades que a él le estaban negadas. En cambio, Victoria apreciaba enormemente la capacidad analítica de Gabriel, la profundidad de su pensamiento abstracto y su conocimiento enciclopédico del pensamiento filosófico de los grandes pensadores de la historia. Particularmente, mostraba un genuino interés al escucharlo exponer su análisis de Del Cielo y sus maravillas y del Infierno. Por las noches, Victoria solía llegar muy cansada, así que se limitaba a ver las noticias en la televisión abrazada de Gabriel. Además, al menos una vez por semana, llegaba tan tarde que encontraba a Gabriel dormido. Gabriel jamás le reclamaba, ni mostraba el mínimo signo de celos. Un día en que Victoria salió de prisa de la casa al habérsele hecho tarde para asistir a una reunión con el presidente de la República, olvidó su teléfono celular en la recámara. Gabriel no tenía ninguna curiosidad por hurgar en el teléfono de Victoria, pero la insistencia con que llegaban los mensajes de texto al celular de su mujer lo llevó a averiguar de qué se trataba, pues pensó que podría ser algo urgente que su amada debía saber y sentía que era su deber informarla. Al leer los mensajes, Gabriel no los entendió a cabalidad, pero alcanzo a comprender que había algo muy extraño. Eran mensajes en clave; después de mucho batallar, pudo descifrar una urgente indicación sobre el cambio de local en el que se desarrollaría una actividad subrepticia, al parecer regular de Victoria, que se llevaría a cabo esa misma noche. Gabriel se sumergió en una honda perplejidad. Le dio vueltas y más vueltas a su pensamiento, preguntándose qué clase de actividad misteriosa podría ser aquella en la que su pareja partici42


paba sin que a él le hubiese informado nada en absoluto. Decidió entonces borrar los mensajes e ir esa noche a aquel lugar, suponiendo que Victoria no acudiría al no haberse enterado del cambio de dirección. Al llegar al domicilio indicado, se encontró con una mansión inmensa, ubicada en el barrio de la aristocracia más rancia de la ciudad. Sin titubeos, tocó el timbre. Al abrirle el guardia de seguridad, se atrevió simplemente a decir que había sido invitado por Victoria, su esposa, quien se encontraba un poco indispuesta y en esta ocasión quizá no iba a poder asistir. El guardia consultó por teléfono con Ludwig, el dueño de la casa, quien, intrigado por conocer al esposo de Victoria, le permitió entrar. Al llegar al portón principal que posibilitaba el acceso a una primera sala de la casa, el mismo Ludwig, alemán, muy alto, más bien flaco, de aspecto un tanto raro y ataviado totalmente de negro, salió personalmente a recibirlo. Hubo una inmediata química entre ellos, y Gabriel logró cautivarlo con su apasionada y seductora conversación en excelente alemán. Mientras Ludwig guiaba a su inesperado visitante por los pasillos de la mansión en dirección hacia la escalera que los habría de conducir dos pisos abajo, un lugar bastante tenebroso, Gabriel alcanzó a distinguir los Cantos y danzas de la muerte de Mussorgsky, que tanto le gustaba escuchar a Victoria en su casa para relajarse. Gabriel guardó silencio y prosiguió su camino. Mientras seguía a su anfitrión, recordaba uno de los sueños narrados por Swedenborg en el que el místico sueco se encontraba en una escalera aterrado ante un abismo sin fin y sobre un puente bajo el que había “profundidades y peligros”. Ludwig finalmente se detuvo ante el umbral de un salón de forma oval, tenuemente iluminado por candelabros antiguos de hierro con tres brazos, al fondo del cual se escenificaba una ceremonia ritual satánica con una veintena de fanáticos que se contorsionaban extasiados alrededor de una sacerdotisa, que con los pechos desnudos devoraba un corazón sangrante, en marcado desplante de necrofagia. Gabriel se desplazó hacia la sacerdotisa como succionado por una poderosa fuerza centrifuga y, al verla de cerca, pudo y no pudo reconocer a Victoria quien, en trance, no lo vio a él. Era Victoria y no era: su rostro era el suyo; no obstante, su ex43


presión correspondía a alguien distinto: sus ojos le pertenecían pero su mirada le era ajena; su cuerpo era el mismo, pero su movimiento corporal era desconocido. ¿Era o no era ella? El cadáver de la joven víctima cuyo corazón había sido arrancado, yacía a los pies de la que parecía ser Victoria. El cuerpo de la chica lucía aún fresco, todos los signos indicaban que apenas la habían sacrificado; Gabriel estaba horrorizado, se sintió como Swedenborg visitando, como decía Borges, “el remolino sórdido de los goces infernales”, pero su horror se volvió superlativo cuando se convenció de que definitivamente era Victoria. Había descubierto su secreto: no soportó más, salió huyendo de allí, llegó a su casa y optó por esperarla para decirle que estaba enterado de su vida clandestina, que era el fin de la relación y se iba para no verla más. Al llegar Victoria a la casa, una hora más tarde, se acercó a Gabriel, quien estaba sentado en la sala, y le dio un beso amoroso, como de costumbre. Gabriel la miró fijamente y vio en ella a la Victoria de siempre, con su dulce sonrisa, con sus finos modales, con su mirada inteligente y serena. Quiso comunicarle su decisión, pero no se atrevió, no pudo. Esa noche, sus cuerpos se fundieron incandescentemente en uno como nunca y poco más tarde, mientras Victoria dormía plácidamente, Gabriel, henchido de felicidad, se refocilaba al saber que no había perdido a su amada, que la sacerdotisa era la otra Victoria, la satánica, no la suya. Victoria, su Victoria, seguía siendo la misma mujer encantadora de siempre: y esa no lo había traicionado.

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“No hay más pecado que la estupidez.” Oscar Wilde

Impostores

N

oel, comerciante de bebidas alcohólicas, tenía la costumbre de escribir sobre lo más interesante que veía en cada aldea que recorría de los municipios sureños de Chiapas, fronterizos con Guatemala. Cuando llegaba a su tierra, leía sus escritos en voz alta como pasatiempo para los lugareños de su pueblo. Una ocasión, leyó la siguiente historia, no sin antes advertir que esa aldea le parecía fiel imagen del mundo. “Cuando había terminado de vender mi mercancía en la aldea, me senté a descansar en la plaza principal y pude ver y escuchar lo siguiente: Un ciego observaba detenidamente a un mudo indicarle con voz sonora a un sordo que apagara su radio, que emitía ruidosa música de reggaeton, a lo que el sordo contestó que la iba 45


a apagar, no tanto por obedecerle a él, sino porque ya estaba harto de escucharla. Como el ciego lo había visto todo, acusó al mudo y al sordo de impostores. Ante el juez que sesionaba a la intemperie en el kiosco de la plaza, el mudo se defendió diciendo que el impostor era el ciego, porque siendo ciego no podía haber visto nada, y si había visto algo entonces no era ciego y, por tanto, de todos modos era un impostor. El sordo, al escuchar al mudo, terció ante el juez para decir, ‘la verdad, señor juez, el mudo tiene razón en lo que dice, pero el solo hecho de que el mudo hable para defenderse, demuestra que el ciego también tiene razón de acusarlo de impostor’. Entonces el juez, que era manco, dictó su sentencia: ‘Los condeno a los tres por impostores a un mes de prisión y cinco salarios mínimos de multa, pues es claro que el sordo oye muy bien, como lo demuestra el hecho de que estaba escuchando el radio y de que no ha perdido detalle de lo que aquí se ha dicho’. Acto seguido, el juez manco, ayudado por tres policías, se los llevó a empellones haciendo uso de sus dos musculosos brazos.”

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“He quebrado la flauta que me regaló Apolo, ya nunca más seré pastor de este rebaño de dulces animales. Tampoco consigue tentarme el endeble cetro de los hombres-otros dulces animales somnolientos-. Quiero un nombre indeleble como el fuego, que ante él se inclinen los dioses. Quiero ser Erostrato, inmortal, pastor de la apacible morada en que los dioses reposan.” Harold Perdomo

El pastor de Nueva York

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rederick Johansson nunca había sobresalido en nada. Era verdad que como músico se defendía, pues no tocaba mal el bajo eléctrico, pero estaba muy lejos de ser un Jaco Pastorius o un Charles Mingus. Además, con la tremenda competencia de músicos de jazz en Nueva York, terminaba por ser uno más. Vivía cerca del Central Park en el Upper East Side, en la Calle 89 entre Park y Madison, en un lujoso departamento que había heredado de su padre, acaudalado empresario recientemente fallecido. No se puede decir que se la pasara mal, porque vivía sobradamente de las rentas de media docena de edificios ubicados en diversos puntos de Manhattan: en Battery Park, el Upper West Side, Soho y Greenwich Village, sin em47


bargo, su gran frustración desde pequeño consistía en que nunca había recibido elogios ni acaparado miradas. Ya desde la primaria, se sentaba en el banco de reservas del equipo de basketball; abstraído, pensaba en lo maravilloso que sería que pudiera saltar más que Michael Jordan y encestar la pelota con una fuerza tal que pareciera que estuviera introduciendo una canica en la canasta. También, cuando asistía al Junior High School y más tarde al High School, sentado siempre en la banca viendo jugar al equipo de futbol americano de su colegio, imaginaba que recibía el ovoide para regresar la patada del equipo contrario desde la yarda uno, y que corría como bólido burlando a todo el equipo defensivo de los rivales sin que nadie le viera ni el polvo, hasta anotar un touchdown de antología que dejaba a todos boquiabiertos. Ya en la universidad, cuando iba a fiestas fantaseaba en que todas las chicas salían a bailar con él por su ritmo endemoniado y su depurada técnica para bailar desde salsa hasta música electrónica. Cuando se recibió de administrador de empresas con calificaciones mediocres, nunca ejerció, pues los edificios de su padre eran administrados por una empresa especializada. Nuestro personaje claramente había estudiado sólo por obtener el título, porque lo suyo era la música, a la que le dedicaba largas horas ensayando con su grupo de jazz. El grupo tocaba principalmente los fines de semana en Greenwich Village, aunque en ocasiones iba de gira a otros estados del país. Frederick cada vez tocaba mejor el bajo, pero eran el trompetista, el saxofonista y el pianista quienes monopolizaban los aplausos durante los conciertos. De modo que Frederick, que toda su vida había soñado con destacar en algo, empezaba a cansarse de pasar desapercibido y ser uno del montón. El bajista se mantenía soltero a sus treinta años, y estaba más y más agobiado por el complejo de Erostrato, pero a diferencia del pastor de Éfeso que logró inmortalizarse al incendiar el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo, Frederick quería hacerse famoso sin destruir una obra artística. Así que empezó por masturbarse en la calle en pleno día, como lo había hecho Diógenes, uno de los más importantes representantes de la escuela filosófica de los Cínicos. Lógicamente, en cuanto lo vio la policía fue detenido 48


y multado por faltas a la moral. En otra ocasión, siguiendo la pauta de Crates, discípulo de Diógenes, le pagó a una prostituta para que se hiciera pasar por su esposa y en plena vía pública copuló con ella. Sobra describir el escándalo que se armó; en esta ocasión, incluso los medios de comunicación le dedicaran tiempo en sus noticieros. Otra vez, emulando a Baudelaire, inventó que él había sido el asesino de su padre, que lo había destazado y después se lo había comido a pedacitos. Con semejante confesión, se fue a entregar a la policía en medio de gran publicidad. Aunque semejante historia fue fácilmente rebatida, al demostrarse que el padre había muerto de cáncer y que había sido incinerado, no dejo de llamar la atención del público neoyorkino. Sucedió entonces que su grupo de jazz empezó a tener gran éxito. No sería exagerado asegurar que más de la mitad del público asistente a los conciertos iba exclusivamente a ver a Frederick, de quien los medios empezaron a decir que era un formidable músico. Así fue como el bajista se convirtió en el centro de las miradas y en el rompecorazones de las muchachas. Nunca más recurrió a excentricidades, su sueño, ese sueño erostrático de ya no ser más el pastor de dulces animales, finalmente se había cumplido.

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“¡Oh! ¿Dónde está ese ojo negro, redondo y gordo como una ciruela? ¿Dónde está ese ojo de liebre aterrorizada? ¿Ah! ¡Lo veo! A mi disparo la liebre sale despedida de la madriguera con la cabeza destrozada.” Renard, La liebre

El carnaval de los animales

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na jirafa gorda danzaba con un oso esbelto al compás de las dulces notas de una selección de valses de Strauss. Con atención los observaban felinos y marsupiales, reptiles y anfibios, aves y paquidermos. No había envidias, ni criticas mordaces, no había alabanzas hipócritas, ni burlas despiadadas, sólo había respetuoso silencio y afán de aprendizaje. En esa solemnidad carnavalesca estaba la fauna selvática cuando el águila de las alturas bajó a dar señal de alerta. A distancia no lejana apareció una liebre muerta. No fue de frío, ni de hambruna sostenida, había sido una bala la que dio en su guarida. Se organizó la resistencia para hacerle frente al intruso, fuera yanqui, chino o ruso. Al caer la noche el plan estaba armado, asomaban las estrellas titilando su existencia, la sinfonía de los grillos, las cascadas y los vientos, acompañaban la marcha incontenible de los cazadores suculentos, cuando al rugido del león empezó el enfrentamiento. Sangría, muerte, destrozo de cabezas y de cuerpos, selló la intención malévola de acabar con la fiesta apacible de las bestias, que tras sepultar a los agresores continuaron su carnaval, que motivara la inspiración musical de Saint Saens, las historias naturales de Jules Renard y los bestiarios de Borges, Cortázar y Arreola. 50


“Por eso, nunca vivimos sino esperamos a vivir. Puesto que, al prepararnos constantemente para ser felices, es inevitable que no los seamos nunca.” Pascal “En los últimos momentos de su vida el sabio comprendió que tampoco la sabiduría tenía importancia.” André Comte-Sponville, Le Sage

Tres vidas

M

i caso es muy extraño. He tenido ya tres vidas: he muerto dos veces y renacido otras tantas. Sí, lo dije bien: renacido, no reencarnado. Soy yo, el mismísimo yo, obstinado en renacer, empecinado en darle continuidad a mi propia vida por medio de una fórmula cíclica consistente en morir para reimpulsarme a vivir de nuevo en busca de la felicidad. Como no soy inmortal, ni cosa cercana, pues me muero, como cualquier vulgar efímero, en eso, no me distingo de nadie; pero lo extraordinario es que renazco, retoño de las cenizas como el ave fénix una y otra vez. Seguramente, el lector se preguntará cómo puedo probar la veracidad de mi aseveración. Es muy sencillo, así que con gusto procedo a explicarlo: Mi primera vida data de fines del siglo XV y el primer cuarto del XVI. Mi nombre era Menavino, y era un paje de origen genovés dentro de la corte del poderoso sultán otomano Bayaceto II, adonde llegué por 51


obsequio de un pirata. Estudié dentro de la escuela palaciega Galata, fundada por el mismo sultán. Primero aprendí el “turco vulgar”, que era la lengua franca del palacio, bajo la autoritaria y rígida disciplina de los eunucos. Después, me enseñaron el alfabeto, el Corán y los artículos de fe islámica. Más tarde aprendí árabe y persa “vulgares y eruditos”, sin los cuales me hubiese sido muy difícil aprender el turco literario y oficial. Como mi ambición era formar parte de la clase militar, también recibí instrucción en las artes militares: tiro al arco, lucha y equitación. Si bien como paje no era más que un esclavo que hacía las tareas más serviles para el sultán, la proximidad a él me daba cierto poder político en la medida en que tenía acceso a información confidencial. Así fue como me licencié del palacio y me convertí en visir, pero la ambición me cegó: me olvidé de que no había dejado de ser esclavo y el sultán me condenó a muerte. Por suerte, Alma, una de las esclavas del propio sultán, estaba enamorada de mí y me ayudó a huir a Granada, donde a los cuarenta años morí de viruela, el 3 de marzo de 1523. Hasta aquí, no hay nada descomunal. El caso es que ese mismo día, en la misma casa en que fallecí, apareció un niño recién nacido en una canasta, sin que nadie supiera quién lo había traído, ni de dónde había llegado. Era yo, Menavino: se trataba de mi primer renacimiento. Como nadie me reclamó, Francisco de los Cobos, un hidalgo pobre de Úbeda, me puso el nombre de Fernando y se hizo cargo de mí, mientras que una de sus amantes, María Galíndez, fue una verdadera madre para mí en esa mi segunda vida. Para sorpresa de todo mundo, mostré desde la infancia una destreza increíble para el manejo de las armas, la lucha y la equitación, como si hubiese nacido con ese conocimiento, como si lo trajera en los genes. Durante mi enseñanza escolar en Granada, aprendí en un santiamén el árabe y, de manera autodidacta, el genovés, el persa y el turco, también asombrosamente rápido. Por si lo mencionado no fuera suficiente, maravillé a propios y extraños al demostrarles que conocía muy bien la geografía de Turquía, de Génova y de Al Ándalus, lugares donde se suponía que jamás había estado. Lo más sorprendente, es que no tenía la misma facilidad para aprender otros idiomas aparte, desde luego, del español, que ya había pasado a ser otro idioma materno para mí; ni tenía la más remota idea de la geografía de otros lugares. Sin embargo, mostré una enorme habilidad para navegar, 52


algo que sólo podría ser propio de alguien con gran experiencia en viajes marítimos. La supuesta primera ocasión en que me subí a una embarcación contaba con sólo dieciséis años. Mi padre adoptivo me pidió que lo acompañara en un viaje desde Málaga con destino a Algeciras, para que fuera aprendiendo las técnicas de la navegación. Sucedió que mi padre, quien dirigía la embarcación de regular tamaño, intempestivamente se sintió muy mal, por lo que de inmediato lo sustituí mostrando gran pericia en el manejo del barco a barlovento, dejando estupefactos a todos los tripulantes. ¿Cómo podía ser eso posible? La única explicación lógica de lo anterior era que en realidad yo no era un joven novato, sino un experimentado navegante genovés. Navegando fue que un pirata me había capturado tras encarnizada lucha en altamar, durante mi primera juventud; captura que marcó mi destino porque, como recordará el lector, fue así como llegue a ser esclavo del sultán Otomano. Reconozco que a mí mismo todo esto se me hacía muy extraño. A menudo sentía encontrarme en situaciones de deja vu y solía tener sueños maravillosos en que recreaba escenas de mi primera vida. De manera que llegué a un punto en que concluí que estaba viviendo mi segunda vida, y que esa segunda no era más que la continuación de la primera. Entendí a esas dos vidas, como si se tratara de una sola, dividida en dos partes, sólo separadas entre sí por mi primera muerte. Cuando le comentaba lo anterior a mis amistades o a mis padres adoptivos, no me lo creían; en cambio, se inundaban de tremendas dudas, porque tampoco le encontraban explicación a lo que me sucedía. Todo esto ayuda a comprender el porqué decidí zarpar a la Nueva España. No eran épocas en que prevaleciera la racionalidad, estaba en boga la Santa Inquisición y mis extrañas destrezas me hacían candidato inequívoco a sufrir acusaciones que me pondrían en grave riesgo de la persecución inquisitorial. Además, había ya demostrado tener cualidades de navegante, aspecto que también influyó en mi decisión de viajar al nuevo continente. Finalmente, debo decir que las noticias de las maravillas encontradas en la Nueva España y los comentarios que había hecho el gran pintor Durero sobre las admirables obras artísticas de los aztecas, acicateaban mi curiosidad al máximo. De manera que transcurría el año 1543 cuando, 53


con apenas veinte años, viajé a Sevilla. Me dirigí al río Guadalquivir, nutrido de una gran variedad de peces, desde lampreas hasta percas, y junto con prostitutas, aventureros de todo tipo incluidos mendigos, delincuentes escapando al nuevo mundo y los soñadores ávidos de oro y fortuna, emprendí mi viaje a la Nueva España. Mi vida en aquellas hermosas tierras, cambió radicalmente. Me enamoré de Xochitl, una india muy bella con la que formé una numerosa familia. Me asenté con ella en Xochimilco, y me dediqué de lleno a la agricultura en chinampas, me fascinaban sus técnicas intensivas gracias al rico medio lacustre, con cultivos autóctonos como el maíz, el chile, el amaranto, el frijol, la calabaza, el tomate y el aguacate. Me maravillé de sus canales múltiples que me permitían navegar por toda la gran ciudad mexicana para comercializar los productos; me encantaron, también, el gran colorido de sus flores y los ritos indígenas. Me inserté tan profundamente en la cultura indígena que aprendí el náhuatl con una fluidez notable, y me solidaricé tanto con los indios que participé en una tremenda batalla codo a codo contra los colonizadores represores, en la que pretendían despojar a los indígenas de sus tierras, lo que me obligó a huir con mi familia a Oaxaca, donde morí por segunda vez en el año de 1593, a los setenta años, de una enfermedad tropical. Al igual que había ocurrido en ocasión de mi primera muerte, el mismo día de mi fallecimiento apareció, en la misma casa en que mi corazón cesó de latir, un cesto con un bebé en su interior. Otra vez, tampoco se supo quién había traído a la criatura. La verdad es que el bebé era yo, Menavino o Fernando. Mi tercera vida estaba empezando: había vuelto a renacer. De mi orfandad se hicieron cargo monjes dominicos y esta vez me bautizaron con el nombre de Pedro. Ya desde la infancia, asombré a todos por mi vasta cultura en artes marciales, en técnicas de navegación, en agricultura y en idiomas. Eso, desde luego, no era más que el resultado de mis dos vidas anteriores; algo que, obviamente, nadie sospechó. Durante mi vida monacal, pude adquirir grandes conocimientos en arquitectura, por lo que me dediqué a la construcción de templos como el de la Soledad, con su bella portada barroca, y el Convento de Santo Domingo, de gran influencia renacentista. 54


Hoy, ya en el año de 1672, me siento viejo y acabado a mis casi ochenta años y, si les soy sincero, aunque en esta mi tercera vida he tenido muchas mujeres e hijos, me siento muy solo, quiero ya morir, envuelto en una enorme curiosidad ¿seguiré renaciendo? ¿Qué clase de vida tendré? O será que por fin ¿mi ciclo de muerte-renacimiento, ha concluido? Decidí escribir este breve relato, para dejar constancia de mi extraño caso, por si acaso Dios ha optado por esta última opción. Quiero finalmente dejar constancia como Menavino, Fernando y Pedro, como genovés, otomano, andaluz, xochimilca y oaxaqueño, que le estaré por siempre agradecido a las escuelas de Galata, Granada y al Monasterio Dominico en Oaxaca. Pero, ante todo, quiero expresar mi agradecimiento eterno y rendir tributo infinito a los mares del Mediterráneo, a la región lacustre de Xochimilco, a los indios mexicas y oaxaqueños y a la escuela de la vida, que me enseñaron a crecer como ser humano… sin embargo, ahora que he acumulado sabiduría, en los que quizá son los últimos momentos de mi vida final, puedo decir que ni siquiera la sabiduría tiene importancia y que, más que vivir, siempre esperamos a vivir en incesante búsqueda de la felicidad.

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“Nunca comprenderé por qué los locos se enojan de que los tengan encerrados en ese lugar. Uno puede arrastrarse desnudo por el suelo, aullar como un chacal, enfurecerse y morder a quien le dé la gana. Si alguien hiciera esto en la calle el mundo se sorprendería, en cambio allí todo resulta natural.” Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Schveik “The future depends solely on the young What the young know the future will know What they are and do the future will be and do What has been done must not been done again Will the American way allow this? No.” Gregory Corso “Bomb you are as cruel as man makes you and you´re not crueler than cancer All man hates you they´d rather die by car crash lightning drowning falling off a roof electric chair heart attack old age old age O bomb they´d rather die by anything but you.” Gregory Corso “Follow your inner moonlight, don´t hide the madness” Alan Ginsberg “All I can do is be me whoever that is” Bob Dylan

La libertad del manicomnio

L

amentaba Mike haber salido del encierro a donde había ido a parar por haber ingerido LSD. Por extraño que pareciera, allí se había refocilado como nunca. A sus dieciocho años, ya acumulaba una buena experiencia en encierros de diversa índole: había estado internado en la escuela primaria y secundaria, de los seis a los quince años; también, había estado recluido en el tribunal de menores un par de ocasiones, ambas por consumo de drogas; de niño, había pasado vacaciones en hoteles de lujo con sus padres en varias islas caribeñas, pero en ninguno de los sitios donde había estado encerrado se sintió tan feliz como en ese manicomio, en el que pasó un mes completo. ¿Había encontrado allí a alguna muchacha de la que se había enamorado? No, en absoluto; ni siquiera conoció en el lugar a alguna mujer que le gustara. ¿Había conocido gente interesante, de la que

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se hizo buen amigo durante su estadía? No, en realidad hablaba con poca gente y con ninguna se sintió identificado. Entonces, ¿era acaso un hospital moderno y lujoso en que gozó de todas la comodidades? No, tampoco, si bien no era un leprosorio, como los primeros manicomios de la Edad Media en Europa, muy bien descritos por Foucault, tan sólo se trataba de un sitio de mediana calidad ¿Entonces, qué le había divertido tanto en el manicomio? ¿Era él mismo un loco que en el hospital psiquiátrico se sintió en su medio natural? Pues no; ciertamente el ácido lisérgico había causado estragos en él, pero el LSD sólo lo enloquecía cuando estaba bajo su efecto directo y, obviamente, en el hospital cualquier droga se le decomisaba a los pacientes al entrar, y las visitas eran sometidas a una revisión sumamente estricta. Sobra decir que la vigilancia y el monitoreo a que estaban sujetos los internos las veinticuatro horas del día, por medio de videocámaras, era muy riguroso, así que Mike no consumió droga durante su estadía en el hospital. 57


Transcurría el fin del verano del 68 y la vida en San Francisco era muy especial para la juventud. Mike no se distinguía demasiado de los muchachos blancos rebeldes de aquellos años en los Estados Unidos en general, y de esa bella ciudad californiana en particular. No era propiamente un hippie, como muchos jóvenes clase medieros que habían hecho de San Francisco su safe haven, pero tenía muchos rasgos de ese movimiento. Usaba el pelo muy largo, la barba crecida y cerrada como Allen Ginsberg, su ídolo, ropa psicodélica y desaseada, pantalones acampanados y un sombrerito negro redondo. No estaba muy politizado, no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pasando ese año convulso con las manifestaciones estudiantiles libertarias y democráticas en España, Francia y México, ni tampoco había estado al tanto de la famosa primavera de Praga, en que los tanques soviéticos brezhnevianos habían entrado para salvaguardar al régimen del llamado socialismo… sin embargo, participaba en las frecuentes manifestaciones pacifistas en repudio a la guerra de Vietnam, en la que habían muerto muchos jóvenes como él, por no hablar de los miles de vietnamitas civiles masacrados durante los bombardeos aéreos y los feroces ataques terrestres del ejército yanqui. Adicto a la marihuana como todos sus amigos, también consumía LSD con frecuencia. Fanático de Eric Burdon, Bob Dylan, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, The Cream y The Doors, cargaba una guitarra valenciana todo el día, que tocaba con gran feeling. Mike era un gran seguidor de la generación beatnik tan en boga en esos años en San Francisco, leía apasionadamente a Burroughs, Corso, Ginsberg, Kerouac y Snyder, el Thoreau de esa generación. Ante todo, amaba la libertad de poder cantar, tocar la guitarra, bailar, escribir y declamar su poesía (influenciada por el llamado San Francisco Renaissance) a todo pulmón en plena calle: era un enamorado de la vida, del amor y la paz. Admiraba a los pájaros, que volaban libremente, sin cortapisas ni restricciones, ¿entonces, por qué amó el encierro en el psiquiátrico? ¿Cómo un águila de las alturas llegó a sentir placer enjaulada? En sesión con la psiquiatra, a la que renuentemente había finalmente visitado tras largos ruegos de sus padres, quienes pensaban que su hijo estaba al borde de la locura por la droga, Mike confesó: “Tengo tres razones: amo la libertad, amo la paz, no quiero ir a la guerra, 58


prefiero el manicomio que la locura bélica, nadie en el hospital es un loco peligroso, como lo son los dementes que lanzan bombas contra el inocente pueblo vietnamita; como dice Gregory Corso, el futuro sólo depende de los jóvenes y las bombas no son más crueles que el hombre que las hace. Además, por extraño que parezca, me fascina la idea de Schveik, el original personaje de Hasek, mi escritor checoeslovaco preferido, para quien el manicomio era como el paraíso, sólo allí podía ser plenamente libre, y hacer lo que le venía en gana, sin ser visto como alguien que se comporta de modo anormal o inconcebible.” Entonces la psiquiatra, afligida madre de un hijo desaparecido en Vietnam, se quedó pensando un par de minutos, lo miró fijamente con los ojos llorosos y le extendió un certificado médico para que lo internaran en el hospital psiquiátrico, donde vivió feliz ensayando todo tipo de locuras inofensivas durante un par de años. Evadiendo así el reclutamiento militar para participar en esa guerra infame.

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“La lujuria conduce a un derroche de vida/ en eriales de culpa; y aun antes del hecho/es perjura, asesina, sanguinaria, e infame, /violenta, brutal, cruel e indigna de crédito./ Es apenas gozada cuando ya se desprecia,/ perseguida con furia, y en el acto con furia/tan odiada también, como un cebo mordido/ que tenia por fin volver loco al que muerde./ Loco cuando la ansía y más loco al tenerla,/ y violento después, en el goce y en la búsqueda; y un deleite al probarla, y en seguida congoja,/ antes gozo esperado, y después sólo un sueño. / ¿Quién ignora estas cosas? Pero nadie consigue/evitar ese cielo que conduce a ese infierno.” Shakespeare, Sonetos

Venganza

O

lga era un dechado de virtudes. Lo mismo pintaba con gran destreza, que cantaba con voz privilegiada. Había sido una niña prodigio que desde los seis años, demostraba una increíble facilidad para resolver problemas de matemática avanzada. Además del ruso, su lengua materna, hablaba con fluidez el español, el inglés, el alemán, el japonés y el francés. Tocaba el violín con gran virtuosismo, pero lo que más le apasionaba era la literatura. Había nacido en Moscú el año de 1985, cuando Gorbachov, político mucho más aclamado en occidente que en su propio país, impulsaba la llamada Perestroika y el Glasnost. No obstante, Olga había vivido poco tiempo en su país natal y no sabía gran cosa de eso. Puesto que su padre era diplomático del servicio exterior soviético, desde pequeña viajó y vivió con su familia en varios países, donde pudo aprender

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los mencionados idiomas. Por suerte, su padre –quien había servido en diversas embajadas en el extranjero desde la época de Brezhnev– capoteó el fuerte temporal de los cambios de régimen, incluido el duro gobierno de Putin. Olga se graduó en historia en la Sorbona de Paris a los veintidós años pero, tan pronto como pudo, se trasladó a la Ciudad de México, donde vivían sus papás (su padre era ministro consejero en la Embajada Rusa), para estudiar la Maestría en Arqueología, disciplina que le llamaba poderosamente la atención. Olga era tan dinámica y activa que se las arreglaba para dedicarle tiempo a sus estudios, pasear, tocar el violín, ir a fiestas con sus amistades y escribir. Se mudó a un apartamento ubicado en la colonia Polanco (en el mismo edificio en que vivían sus padres), donde decidió escribir su primera novela, sobre la vida de Simona, una joven violinista como ella. De manera que puede decirse que su obra era en gran medida autobiográfica. Desde los comienzos de su novela, Olga se percató de que le sucedían cosas inusuales; inicialmente, prefirió no ponerle demasiada cabeza. La primera señal extraña fue un ruiseñor que se posó en un poste de luz aledaño a la ventana de su recámara. A pesar de que nunca había visto a un pájaro así de cerca de su casa, eso, per se, no tenía nada de insólito. Lo que verdaderamente le llamo la atención, era que justo el día anterior le había dedicado un par de párrafos de su novela a un ruiseñor y a su bello canto. Lo tomó como una mera coincidencia. Una semana después, mientras merendaba en su apartamento con Sandra, una amiga pianista, ésta le comentó: “¡Escuchas Olga!, es el Rondo capriccioso de Saint Saëns que tanto te gusta ejecutar”. “Tienes razón, estaba tan metida en la conversación que no lo había percibido”, le contestó Olga, “Al parecer es el vecino del piso catorceavo, me he dado cuenta de que le gusta la buena música”, aseveró con tranquilidad la escritora. Cuando se fue Sandra, Olga se quedó pensativa. Le intrigaba que esa misma mañana acababa de concluir el primer capítulo de su novela, en que hacía referencia a las largas horas en que Simona se había dedicado a ensayar precisamente el Rondo capriccioso de Saint Saëns. Nuevamente, el suceso no le quitó el sueño. En el segundo capítulo de su novela, Simona ofrece un concierto en 61


el que ejecuta con maestría superior algunas sonatas de Paganini; especialmente, deslumbra con una brillantísima ejecución del Moto perpetuo. Por la noche, poco después de acostarse, cuando Olga pretendía conciliar el sueño casi se cayó de la cama al escuchar las mismas sonatas interpretadas por su criatura en la novela. Lo más extraño es que sólo escuchó esas piezas, ni una más ni una menos. Ciertamente, eran cds que su vecino ponía por las noches, pero era demasiada coincidencia que al vecino, a quien por cierto ni siquiera tenía el gusto de conocer, se le ocurriera poner exactamente la misma música de su novela y, para colmo, el día exacto en que Olga la mencionara en sus escritos. Para no alarmarse en demasía, Olga, quien era muy racional, hizo un esfuerzo por convencerse de que todo derivaba de una coincidencia esencial: ella y su vecino tenían gustos musicales muy parecidos. En el tercer capítulo de su novela, Olga introdujo a un joven guapo y seductor que asediaba tercamente a Simona, hasta lograr conquistarla. Samuel, como se llamaba el atrevido personaje, era rubio y robusto con un aire a galán de película western de John Wayne. Era un mujeriego con un record invicto en amores y acechanzas de aventuras pasajeras. Mientras Olga lo describía en los pasajes de su novela, sentía que lo aborrecía: era exactamente el tipo de hombre que más detestaba. Sin embargo, sin reconocerlo abiertamente, tratando absurdamente de guardarse el pecaminoso secreto de sí misma, en sus intimidades más recónditas le excitaba que el tipo arrogante y machista de su creación hubiera podido conquistar a la violinista en quien, inconscientemente, la misma Olga se veía representada. Ese fin de semana, Olga aceptó la invitación de su amiga Sandra para ir a bailar. Allí conoció a un muchacho de características físicas similares al personaje de su novela; además, su comportamiento de seductor irresistible, idéntico al del galán de su obra, propició en Olga una contradictoria mezcla de repulsión-atracción, horror y fascinación. El tipo le suplicó varias veces que bailara con él, pero una y otra vez Olga, inexorable, rehusó. Hasta que en una de tantas, le preguntó “¿Cómo te llamas?” “Samuel”, contestó de inmediato el tipo. En su perplejidad, atónita y enmudecida, aceptó bailar. El fulano de inmediato aprovecho el desconcierto de Olga para zamparle 62


tremendo beso en la boca. La escritora no sabría cómo explicarlo, pero esa noche cayó en las placenteras redes de Samuel. Como si mutuamente se condicionaran y retroalimentaran la novela y la vida real, asombrosamente los romances del Samuel de la novela y de la violinista y del Samuel de carne y hueso y Olga, siguieron prosperando por carriles paralelos y casi idénticos. Lo más sorprendente era que los acontecimientos de la novela, en esencia, precedían invariablemente a los de la vida real. Una noche triunfal de Simona, en la que había hecho gala de acendrado virtuosismo, al interpretar maravillosamente el concierto número uno para violín y orquesta de Prokofiev y el Ballet para un violinista solitario de Lera Auerbach, la violinista descubrió que su novio la traicionaba, al leer unas cartas apasionadas que la amante de Samuel había dejado deliberadamente en su cuarto de estudio. Al parecer poseída por su propia mano, o ¿acaso dominada por la voluntad de Simona que desobedecía los designios de su creadora?, Olga escribió en su novela que la violinista enfurecida decidió vengarse de Samuel. Cuando éste llegó a visitarla a su casa, la normalmente prudente Simona lo esperó detrás del zaguán y en cuanto Samuel entró lo golpeo con un mazo en la cabeza con toda la rabia de que era capaz, hasta matarlo. Al día siguiente, al regresar Olga a su apartamento por la noche, tras haber pasado toda la tarde en casa de sus padres, encontró a Samuel besándose apasionadamente con su amante en su propia recámara, sin que él la viera. Sin pensarlo mucho, la escritora decidió seguir el ejemplo de Simona: buscó un mazo prehispánico que le había obsequiado un compañero de la carrera de arqueología y se escondió detrás de la puerta de su recámara, lista para golpear a Samuel; como éste no salía del cuarto, abrió lentamente la puerta de la alcoba para ver qué estaba pasando, pero, para su sorpresa, ya no había nadie en la recámara. No podía haber escapado por la ventana, porque estaba en un quinceavo piso. Lo buscó por todo el apartamento y se dio cuenta que no estaba allí. Entonces se dirigió a su cuarto de estudio en busca de su laptop, donde estaba el borrador de su novela, y completamente estupefacta leyó que a quien Simona había asesinado era a su propio padre por equivocación, mientras que Samuel había lo63


grado huir con su amante, ¿qué había pasado? Ella estaba segura de haber visto a Samuel en su recámara con su amante y también podía apostar su vida a de que ella misma había escrito que Simona había liquidado a Samuel. Se encontraba presa de esos pensamientos de angustia extrema revoloteándole por la mente, cuando escuchó unos pasos cada vez más cerca. Entonces se escondió detrás de la puerta del estudio, y cuando entró Samuel lo golpeó con el mazo duramente en el cráneo hasta dejarlo exangüe. Fue sólo entonces cuando se dio cuenta horrorizada de que a quien había ultimado no era a Samuel sino a su propio padre, en trágico y desafortunado desenlace de parricidio involuntario. Tras haber leído el epilogo de la novela, antes de que hubiese llegado Olga a su casa, Samuel había cambiado el final. Además, al haber percibido que Olga lo había visto besándose con su amante en la recámara, logró escapar junto con su compañera sexual, mientras Olga había ido a buscar el mazo. Cuando bajaba por el elevador, Samuel se encontró al padre de Olga, a quien le informó sobre la urgencia de que auxiliara a su hija quien, según le dijo, se había caído en el estudio de su casa, mientras él acudía a buscar un médico de emergencia. Al concluir que había sido Samuel quien había cambiado el derrotero de su novela, Olga se apuró a modificar el párrafo final, agregándole al texto que al salir del edificio en su huida Samuel y su amante, un auto los arrolló. Tras escribir en un santiamén esas últimas líneas, la afligida y omnisciente escritora se asomó por el balcón, para constatar con sus propios ojos que una ambulancia estaba recogiendo los cadáveres y, después, lloró inconsolable la fatídica muerte de su padre.

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“Con los rumiantes no he podido intimar en forma profunda: Sin embargo soy un rumiante, No comprendo que no me entiendan. Tengo Que tratar ese tema Pastando con vacas y bueyes Planificando con los toros…” Pablo Neruda, Bestiario

Confusión

R

umiaba como vaca la gata. Cuando fue vista pastando y dando abundante leche a media docena de becerros, floreció la duda sobre si realmente fuese felina. Sólo cuando a lo lejos de la escarpada montaña, bajo la engañosa y tenue luz crepuscular, miradas lascivas la observaron mientras la montaba bravío y rollizo toro, la duda se disipó por completo. Con esa certeza, todo mundo escucha su mugido, le distingue grandes manchas en el cuerpo, un par de cuernos retorcidos, y una enorme ubre inflada con cuatro pezones: ya nadie duda que siempre fue vaca. 65


“Las creencias verdaderas que no se fundamentan en razón son como las estatuas de Dédalo, se nos escapan. Es preciso atarlas a su fundamento para que permanezcan y devengan conocimiento.” Platón “Todo lo que engaña fascina al espíritu.” Platón

Estatuas

J

acinto esculpía, esculpía sin cesar. De sus diligentes manos surgían variadas y bellas estatuas. Todas estáticas, como es natural. La belleza de sus obras eran objeto de encomios mil, pero la frustración y angustia de Jacinto acrecía conforme más estatuas producía, porque soñaba con que sus estatuas caminasen como las de Dédalo. Fundaba su creencia extraña en que ese sueño pudiese devenir realidad en que desde niño había sido un fiel seguidor del artista e inventor griego, para quien ningún milagro técnico resultaba imposible. Al igual que Dédalo, Jacinto siempre encontraba soluciones a las dificultades a través de ingeniosos inventos, de manera que pensaba que sus estatuas algún día caminarían y así las pondría vender a precios exorbitantes. Con el paso del tiempo, al ver que sus estatuas se erguían inmóviles en su jardín sin visos de caminar, decidió ponerlas en venta. A la mañana siguiente, cuando fue a visitar a sus estatuas como lo hacía todos los días, se encontró con que ninguna estaba: salió entonces a la calle a buscarlas y no las encontró por ningún lado. Al regresar a su casa, gritó de júbilo por haber logrado emular la hazaña de Dédalo; sin embargo, en pocos minutos, su grito de alegría se convirtió en inconsolable llanto, al convencerse de que sus estatuas, la obra de toda su vida, no habían caminado, sino que habían sido robadas.

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“Pero sus semblantes y sus actitudes pronto llegaron a ser fúnebres el cielo y la tierra perdieron su aspecto fantasmagórico.” Apollinaire, La casa de los muertos

Juntos

E

ntre llantos y sollozos, Serafín se dirigía a su amado hermano Humberto, recientemente sepultado tras haber sido asesinado accidentalmente: “¡Sal, sal de esa tumba! ¿No te das cuenta que tú lugar está entre los vivos? ¿Por qué estoy vivo yo, que debería estar muerto? ¡Enroquémonos! Si sales de ese hueco, yo de inmediato lo ocuparía, ¡es allí donde debo estar! ¡Regresa al mundo de los vivos! ¡Egresa de esa oquedad oscura! ¡Abandona esa impura sepultura, henchida de hedor! ¡Deja ese foso maloliente, enmohecido y tenebroso!” “Sabemos muy bien los dos que la bala que te atravesó el corazón iba dirigida a mí. ¿Por qué te tenías que cruzar en el momento preciso? ¿Por qué estoy vivo y tú occiso? ¿Por qué estoy erguido animado, mientras tú yaces exánime? ¿Por qué respiro mientras tu corazón ya no late? ¿Por qué fluye sangre por mis venas, mientras tus líquidos se 67


estancan? ¿Por qué soy vida y tú muerte? ¿Por qué luzco vital mientras tú descansas exangüe? ¡Sal, sal de esa cárcava miserable!” “¡Mictlantecuhtli amo y señor de la región de la muerte, despiértalo y toma mi vida a cambio! ¡Anubis, guardián de las tumbas, déjalo salir al exterior, permite que vuelva a disfrutar del perfume de las flores, a admirar los más bellos colores de la tierra, a acariciar la tersa piel de las mujeres, a degustar las más suculentas mieles y a escuchar las más hermosas sinfonías!” Ante tanto ruego, Serafín observó absorto cómo se levantó Humberto, aparentemente auxiliado por los dioses, con bruñida mirada. Pasmado, Serafín vio cómo su hermano se sacaba la bala de la región derecha del pecho, a la altura del corazón, y cómo, después, lo abrazó y le dijo: “Hermano he venido por ti, no he resucitado, simplemente he salido momentáneamente del hipogeo ante tu súplica para llevarte al reino de los muertos, adonde como tú mismo reconoces te corresponde estar. Vámonos, no temas.” En ese momento, Serafín se desmayó del susto y cayó desvanecido junto con su interfecto hermano dentro de la fosa. Al caer, se pegó duramente en la cabeza con una piedra y se mató. Mientras el cielo se ennegrecía anunciando una tormenta, un buitre planeando en vuelo bajo respetuoso observaba cómo los dos entrañables hermanos yacían juntos y alineados en eterno sueño dentro de la oscura garganta de la tumba.

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“Mientras ame el jabalí la cumbre de los montes, mientras el pez los ríos y mientras se alimenten las abejas de tornillos. Mientras de rocío las cigarras, subsistirán por siempre tu honor y tu nombre y tus loores.” Virgilio, Bucólicas “La sabiduría imperturbable es lo más digno de todo.” Demócrito

Trueque

“T

e cambio mi belleza por tu dureza”, le propuso la rosa a la piedra ordinaria. “Quédate con tu belleza que dura sólo unos pocos días, mi dureza dura siglos”, le contestó la piedra. “No entiendo tu arrogancia, si no eres una piedra preciosa”, replicó la rosa. “Te doy un consejo –prosiguió, impávida, la piedra-, ama tu belleza aunque efímera sea, déjame a mi amar mi dureza por rígida, áspera y fea, esa es nuestra naturaleza.”

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“Caminemos fieles al amor inicial” Apocalipsis 2, 4

Arrepentido

F

ray Antonio, un monje dominico endemoniadamente perverso, había fabricado tantos odios por sus empecinados actos malvados en su natal Bolonia, que decidió convocar a cuanta gente había perjudicado a lo largo de su vida en variadas maneras, para inmolarse en su presencia como muestra de arrepentimiento de su sevicia infinita. La carta en que les hacía la invitación rezaba: “Sólo Dios sabe, hermanos míos, cuán arrepentido estoy por mis pecados. Circunstancias que no viene al caso referir, me condujeron a obrar de esa manera. No me atrevería a justificarme, os ruego me perdonen, sin embargo, estoy convencido que sólo merezco la muerte, por lo que en pago a mis errores, en ofrenda os doy mi vida. Os invito, hermanos, a que presencien mi propia muerte, el próximo 70


domingo en el anexo del monasterio de Santa Inés de Bolonia, a las 6 de la tarde.” Puntuales llegaron diez de los convocados: María, una joven a la que el fraile había violado repetidamente; Sofía, su prima, a quien había difamado y ocasionado que su esposo la abandonara; Filippo, un pobre viejo que pasó encerrado treinta años en un calabozo por sus falsas acusaciones; Andrea, un muchacho al que había maltratado duramente durante su infancia; Elizabetta, una monja a la que golpeaba sin piedad; Darío, un infeliz al que sometió a torturas inquisitoriales; Pietro, su primo, al que le secuestró a su hijo para abusar de él; Davide, un amigo al que traicionó y delató tras haberse asociado con él para raptar a una niña; Antonia, una cocinera a quien encerró en un cuarto varios meses y azotaba con látigo por negarse a acostarse con él; y Luisa, a quien engañó inescrupulosamente tras jurarle amor eterno. Al entrar al anexo del monasterio, los citados encontraron al fraile parado en una silla con un lazo prendido del techo y atado su cuello, y con un letrero en el pecho que decía: “Perdonadme hermanos, quitadme la silla, merezco morir por infame.” Las diez víctimas del monje se acercaron cuidadosamente a Fray Antonio. Cuando estaban a escasos tres metros de distancia, el tablón del piso que estaba colocado en falso se cayó, e hizo que los diez ingenuos se precipitaran hacia el sótano, donde les esperaba una jauría de perros rabiosos, que no descansaron hasta desgarrar y matar a mordidas feroces a la decena de incautos. Entonces, Fray Antonio se desató el lazo del cuello, se bajó de la silla y bendijo a las víctimas de la tragedia diciéndoles: “Caminemos fieles al amor inicial.”

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“Pasan los días pasan las semanas ni el pasado ni los amores vuelven bajo el puente Mirabeu fluye el Sena.” Apollinaire

Finale

C

arl, talentoso director de la orquesta sinfónica de Budapest, tras mucho pensarlo, decidió escribirle a Saeko, su ex amada, virtuosa violinista internacional que lo había traicionado con John, clarinetista de mediana calidad: “Bellísima y amada Saeko, “No pienso equivocarme, simplemente me equivoco. No deseo desearte, solamente te deseo. No te busco para encontrarte, inexplicablemente te encuentro. No quiero quererte, sin querer te quiero. “Me olvidé de olvidarte y te recuerdo. Soñé en no soñarte y te soñé dormido y despierto. Nadé en la nadería para ahogarme en tu todo. Te consideré fruslería pero resultaste pieza fina de joyería. 72


“Creí elevarme en la cima mientras me hundía en la sima. ¡Qué seguro me sentía de no amarte mientras mi corazón por ti ardía! ¡Qué torpeza la mía, qué arrogancia, qué osadía! ¿Cómo pudiste amarme si no me lo merecía? “Ahora que te comprendo es demasiado tarde, tu corazón se lo entregaste a otro, a mí no me queda más que olvidarte. ¿Acaso puedo? ¿Acaso me sirve el ruego? “Llamarada de esperanza desvanecida ¿para qué te asomas a mi vida? Apareces vigorosa pero te evaporas desnutrida. Copiosa entrega de ansiedades, ¿por qué me azotas con tus veleidades? “Reconozco mi insulsa vida, superficial y desabrida. A tu lado existiría sin lamento ni perfidia, pero amas a otro, a quien hoy le tengo envida. ¡Qué infidelidad, qué alevosía! ¿Cómo pudiste traicionarme, pisotearme y humillarme? “Te amaré por siempre, Carl” Al revisar su bandeja de entrada de su correo electrónico ese mismo día, Saeko leyó la carta y en llanto incontenible le respondió a Carl de inmediato: “Querido Carl, “Qué estúpido fuiste, me perdiste. Te quise mucho más de lo que eres capaz de concebir. Te amé con tanta locura que me sumía en la amargura cuando me tratabas con indiferencia, con tu jactanciosa actitud de creer que no sólo me dirigías en la orquesta sino en mi vida personal. Sí, te dejé por John y no me arrepiento. Sé que eso hiere tu hinchado ego, pero no lo hice para eso. John es mucho más comprensivo y humano que tú. No será el más brillante clarinetista, pero es un gran humanista. Tú me cautivaste por tu talento y tus grandes dotes de músico. Me fascinaste tanto que mi admiración se mezcló con un enamoramiento tan intenso que ni yo misma comprendía. 73


“Qué imbécil fuiste, me perdiste. Sólo quiero recordarte algunos ejemplos de tu arrogancia que ahora por fin reconoces. Aquel concierto en que dirigiste la Sinfonía 13 de Shostakovich en Praga, recién empezábamos como novios, y al termino de tu impecable conducción fuimos a cenar. Recuerdo que no dejabas de hablar de la belleza de una de tus múltiples admiradoras, esposa del barítono principal del coro. No te dije nada, para que no te percataras de los terribles celos que sentía. Desgraciadamente, tu complejo de conquistador no te abandonaba ni un minuto. No se me olvida tampoco aquella velada en que dirigiste La maldición de Fausto de Berlioz y tu descarado afán por besar a Consuelo, la mezzo-soprano que había interpretado a Margarita, como si fueses Fausto. Seguro recuerdas el pleito que tuvimos por ese motivo. Cómo olvidar la primera ocasión que interpretaste La cuarta sinfonía de Penderecki: no le quitabas la mirada a una de las trompetistas cuando festejábamos en el came-rino aquella noche triunfal, parecía que tus éxitos los saboreabas con la lujuria de tus pensamientos de seductor patológico. Nunca me engañaste, porque siempre supe de tus andanzas y tu vicio de mujeriego. Tú crees que no me di cuenta del affaire que tuviste con Laura, violinista mediocre y oportunista que bien sabes no tenía la calidad para estar en la noche de gala en que bajo tu brillante batuta ejecutaste de memoria y con enorme frescura la sinfonía Reforma de Mendelssohn. Haciendo a un lado cualquier indicio de profesiona-lismo, ordenaste que Laura, niña imberbe de sólo 18 años, estuviera en el performance de aquella noche fantástica para ti, aciaga para mí. Tuviste suerte que sus varios errores pasaran desapercibidos. “Pues bien, no es mi intención continuar con el rosario de infidelidades de tu parte. Sólo quiero que tengas claro que siempre supe muy bien de qué calaña eres. Qué bruto fuiste, me perdiste. ¿Recuerdas cuando fracasaste en tu conducción de la Misa Glagolítica de Janacek en Bratislava? Pues bien, para que sepas lo que se siente ser víctima de la infidelidad del conyugue, te informo que gocé de noches de placer esplendidas con Franz, el bajo del coro, con Ernst, el tenor, y con Paul, mi colega violinista. ¿Qué te parece? Así que si alguien ha sido víctima de engaño, ese eres tú. ¡Qué tonto fuiste, nunca entendiste! Yo nunca fui víctima de tus engaños sino de tus 74


infidelidades; en cambio yo, en legítima reacción a esa conducta necia y promiscua tuya, te engañe con varios, sin que siquiera te dieras cuenta. Saeko” Carl enloqueció cuando leyó el correo de Saeko. No podía creer lo que había leído. De inmediato tomó represalias contra Franz, Ernst y Paul, a quienes logró destituirlos del coro y la orquesta. En cuanto a John, se le ocurrió un plan malévolo: lo invitó como solista del concierto para clarinete de Nielsen, en Moscu, que según los entendidos demanda un gran virtuosismo del ejecutante, mayor aun que los conciertos para clarinete de Mozart o de Weber. Carl tenía toda la intención de arruinarle la carrera musical a John quien, contra todos sus pronósticos, tuvo un noche espectacular, y se ganó la aclamación generalizada del exigente público moscovita. John claramente se había preparado con gran ahínco, y dominó el solo a la perfección. Al constatar Carl que le había salido el tiro por la culata, urdió otro plan. Para ello decidió escribirle otra vez a Saeko. “Querida Saeko, “No te imaginas el dolor que sentí al leer tu correo. Sé que me lo merezco. En cambio, reconozco que mereces ser feliz con John. Por eso le di la oportunidad para ser la figura del concierto de Nielsen. No me defraudó y me siento feliz de haberle dado ese gran empujón a su carrera musical. Sé que ahora le están lloviendo ofertas. Me da mucho gusto por él, pero sobre todo por ti. Quiero aprovechar este mensaje para invitarlos a cenar a mi casa el sábado, para celebrar el éxito de John. Cariñosamente, Carl” Saeko y John, no sin vacilación, acudieron a la cena a la que también habían sido invitados muchos otros músicos. Al terminar de cenar, Carl hizo el brindis en honor a John: 75


“Queridos amigos y amigas: “Con un enorme gusto brindo por John, un clarinetista que nos ha dado la grata sorpresa de perfilarse como un gran solista, con un potencial tan maravilloso que no exagero si le auguro que de hoy en adelante se hablará de él en las principales capitales de la música sinfónica a nivel mundial. Brindo por él y su hermosa compañera Saeko, afamada violinista cuyas gloriosas páginas musicales han sido escritas hace ya varios años en las más importantes salas de concierto del orbe, por su virtuosismo excelso. ¡Salud por ellos!” Al concluir el brindis, Carl sacó un revólver y le disparó a John en la cabeza y de inmediato él mismo se dio un balazo en el cráneo. Mientras los invitados consternados enmudecían del susto ante el inesperado acontecimiento, se escuchaba el finale de la Quinta sinfonía de Tchaikovski. Saeko, auxiliada por flautistas, trompetistas y chelistas, llevó de urgencia en ambulancia a John al hospital más importante de la ciudad donde, tras una exitosa intervención quirúrgica, pudo salvar la vida, aunque nunca más pudo tocar el clarinete. Seis meses más tarde, Saeko dejó a John y aunque después se casó con otro músico, nunca dejó de llorar por Carl.

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“Todo es posible, y eso es prácticamente lo mismo que nada, casi como nacer en un mundo que nunca ha existido.” Paul Auster, El país de las últimas cosas

El extraño caso de Jaime Balbuena

J

aime Balbuena, hombre muy activo y nervioso de unos cuarenta años, estaba desesperado por ver a Yolanda, su esposa, a quien no había visto desde que salió de Los Ángeles, su residencia habitual, seis meses antes para irse a trabajar a Buenos Aires con una importante editorial. Tomó su avión en la capital porteña e hizo escala en Lima, en cuyo aeropuerto estuvo un par de horas para luego abordar el vuelo rumbo a su destino final. Durmió prácticamente todo el trayecto, y cuando despertó la aeronave ya estaba descendiendo para aterrizar veinte minutos después. Cuál sería su desagradable sorpresa, cuando se percató ¡que había llegado al aeropuerto de Buenos Aires, de donde originalmente había salido! Absolutamente contrariado, fue al counter de la aerolínea para averiguar lo qué había ocurrido. Aun quedó más perplejo cuando le explicaron que no había salido de Buenos Aires sino de Los Ángeles, con destino a la capital argentina. Al no entender un ápice lo que 77


pasaba, le llamó a Yolanda, quien al responder el teléfono le dijo: “Hola Jaime, mi amor, ¿ya estás en Buenos Aires? ¿Qué tal el vuelo?, ¿cómo llegaste?” Jaime no sabía qué contestar, estaba absorto, pero para no preocupar a su esposa, tras titubear unos segundos, le dijo: “Muy bien mi amor.” Entonces ella le comentó: “No sabes, mi vida, cómo te extraño… sobre todo al pensar, lo larguísimo que me van a resultar estos seis meses sin vernos.” El equipaje de Jaime, en efecto, era propio de quien está recién llegando y busca instalarse por primera vez. Aun así, le pidió al taxista que lo llevase a su departamento, ubicado en San Telmo. Al llegar al sitio, tocó el timbre. La dueña, a quien conocía bien, abrió la puerta, pero la mujer, aunque de manera amable, lo trató como a un desconocido y le dijo que efectivamente deseaba poner al apartamento en alquiler, pero que tenía que esperar un par de semanas, a que el inmueble estuviese desocupado, de manera que Jaime tuvo que irse a alojar a un hotel cercano a la oficina. Al día siguiente, al presentarse a trabajar a la casa editorial, sus colegas de trabajo lo recibieron cálidamente, como a un recién llegado a quien sólo conocían de cuando, un par de años atrás, Jaime había ido a la capital argentina en viaje de negocios, lo que profundizó aún más su estado de estupefacción. Le mostraron su lugar de trabajo, que ya conocía, aunque se dio cuenta de que no había ninguno de los cuadros con las reproducciones de pinturas surrealistas de Remedios Varo, que él mismo había colgado en las amplísimas paredes de su espaciosa oficina. En fin, cada detalle de la oficina o de su casa, a la que se mudó a los quince días, le eran enteramente familiares, pero a él ningún vecino, ni nadie, parecía haberlo reconocido. Tras discutirlo por teléfono con su esposa, con quien mantenía cotidiana comunicación, fue a ver al psicólogo quien, hasta cierto punto, lo convenció de que había estado bajo mucho stress antes de viajar a la Argentina, por lo que no era extraño que tuviera sensaciones de deja vu, especialmente si se tomaba en cuenta que ya había visitado ese país anteriormente y que no era del todo raro que se mezclaran escenas de la vida real con pasajes imaginarios. Le recomendó que se relajara, mejorara sus hábitos alimenticios, hiciera deporte de manera sistemática y procurara dormir cuando menos siete horas al día. 78


Después de tres meses, Jaime estaba razonablemente tranquilo, tanto por haber seguido al pie de la letra las indicaciones del psicólogo, como por haber estado sometido a una muy intensa carga de trabajo, que lo mantenía sumamente ocupado durante todo el día. Al concluirse los seis meses, Jaime estaba feliz porque al fin viajaría a Los Ángeles para ver a Yolanda, a quien tanto extrañaba. Optó por Lan, la aerolínea de su preferencia, y por la ruta Buenos Aires– Lima–Los Ángeles, que salía el 20 de agosto a las 20:10 de la noche de Buenos Aires y llegaba a la urbe californiana a las 6:50 am del día siguiente. Tomó el avión sin ningún problema, y cuando llegó a Lima para su vuelo de conexión compró varias revistas para entretenerse durante el largo trayecto que aun le restaba hacia Los Ángeles. Tras haberlas leído todas de la A la Z, se durmió profundamente y no despertó hasta aterrizar en suelo estadounidense. Descendió del avión apresuradamente, envuelto en una mezcla de ansiedad extrema y felicidad desmedida por ver a su esposa. Era tal su desesperación, que no sintió el frio invernal propio del hemisferio sur en el mes de agosto, a pesar de no haberse puesto su abrigo. Corriendo, llegó distraídamente al puesto de inmigración y sólo allí se dio cuenta, horrorizado, ¡que estaba en Buenos Aires! De inmediato le llamó a Yolanda, quien al responder el teléfono le dijo: “Hola, mi amor, ¿qué tal llegaste?, ¿no hace mucho frío en Buenos Aires?” Esta vez, Jaime no respondió, colgó el auricular, hizo sus trámites de inmigración y aduana, recogió su equipaje y salió del aeropuerto rumbo al hotel. Al día siguiente, fue encontrado muerto en su cuarto, había ingerido una sobredosis de anfetaminas.

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“Te sol, te sol quest´ anima ama d´inmneso amore, credimi,e puro il core, siempre ti fui fedel.” Verdi, Attila, tercer acto

Odabella

E

l enamoramiento de una orquídea de nombre Odabella y una avispa macho llamada Foresto, fue producto del amor a primera vista. En honor a la verdad, Foresto era muy feo mientras Odabella, en marcado contraste, era bellísima. Ciertamente su belleza no era tanto para complacer a los humanos sino, como decía Darwin, era resultado de adaptaciones para asegurar la polinización cruzada de los insectos. De modo que sus sofisticados cuernos y crestas, equivalían a las protuberancias femeninas para atraer a los hombres. Valiéndose de esos encantos, Odabella había seducido a Foresto; además, lo había atraído imitando el aspecto, tacto y olor de las avispas hembra. Sobre todo, había logrado engañarlo por la emisión de feromonas idénticas a las del insecto hembra. Otros insectos, al darse cuenta de la estafa sexual de las orquídeas, preferían evitarlas, pero Foresto estaba tan perdidamente enamorado de Odabella que empecinadamente continuó “pseudocopulándola”, mientras su amada, arropada 80


en la fascinación que derivaba de la entrega de su amante insecto, esparcía su polen. El progenitor ancestral de Odabella y de sus hermanas de especie, según reza la mitología griega, era Orchis, libidinoso hijo de una ninfa y un sátiro, que por haber abusado de una sacerdotisa tuvo que convertirse en orquídea para cumplir con el castigo de los dioses, quienes le exigieron que en su vida futura le diera satisfacción a los hombres. Por eso, los antiguos griegos le atribuían propiedades afrodisiacas a las orquídeas y se las comían. De manera que los atributos eróticos de Odabella los había heredado de sus orígenes. Ocurrió que Attila, un hábil insecto invasor que lideraba a un numeroso grupo de avispas macho, había logrado vulnerar a muchas orquídeas, por lo que engolosinado por sus victorias pretendió conquistar a Odabella. Aquélla, buscando vengarse de los abusos de Attila, astutamente le juró amor exclusivo. Al enterarse Foresto de semejante suceso, creyó que Odabella lo había traicionado. Un día en que Attila se había alejado en pos de nuevas aventuras, Foresto le reclamó airadamente a Odabella, pero ella lo convenció de que siempre le había sido fiel y que su juramento de amor a Attila era un estratagema para vengarse del invasor. Foresto aceptó perdonarla, al tiempo que quiso envenenar a su rival de amores, depositando veneno en el estambre de Odabella. Sin embargo, al acercarse Attila a Odabella, ella misma le advirtió que si la besaba iba a morir envenenado. Foresto, quien había escuchado a Odabella, se convenció entonces que su amada esta vez sí lo había engañado. Eso aun le quedó más claro cuando Attila anunció a los cuatro vientos su próximo matrimonio con Odabella. No obstante, Odabella que ya había logrado ganarse la plena confianza de Attila, se las ingenió para atraer a una golondrina justo cuando Attila pretendía copularla, y el pájaro se lo comió. Al enterarse Foresto de que Odabella había logrado vengarse de su acérrimo enemigo, volvió a buscar a su amada, con quien hizo el amor hasta su muerte.

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“La felicidad, consiste, principalmente, en conformarse con la suerte; es querer ser lo que uno es.” Erasmo de Rotterdam

Rareza

E

n apartada comunidad rural de la amazonia ecuatoriana sucedió una rareza: de un cascaron nació un perro amarillo y de un vientre canino salió un pollo negro. Al dejar de ser cachorro, al perro le crecieron alas en vez de patas delanteras y voló por corrales y tejados. El pollo, a los pocos días de nacido, desarrolló afilados colmillos, aprendió a ladrar y se hizo carnívoro. Prominentes genetistas y zoólogos estudiaron el extraño fenómeno, pero no pudieron arribar a conclusiones científicamente validas que les permitiesen brindar una explicación coherente sobre el origen y ulterior evolución de estas especies únicas. Sin embargo, el tiempo se encargó de llevar el rio a su cauce. Hoy el pollo, convertido en gallo, ha dejado el ladrido por un sonoro canto en los albores del día, con lo que ha abandonado sus pretensiones de guardián, para convertirse en el despertador más eficiente y respetado de la comunidad; mientras el perro, ya adulto, ha perdido por completo sus facultades aerodinámicas y es ahora un feroz policía de la aldea, y hace alarde de un imponente ladrido cada vez que la situación lo requiere. Los científicos hoy, ya duermen tranquilos. 82


“Ut sementem feceris, ita metis.” (como siembres así recogerás) Cicerón

Harén

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ucio gran retratista y especialista en la figura humana, se esmeró como nunca en pintar una bella y escultural mujer prescindiendo de modelo alguno. Haciendo acopio de toda su paciencia, mientras escuchaba las diversas sonatas para flauta de Bach, le dedicaba horas y días enteros al perfeccionamiento de su obra de arte, hasta que le puso punto final. Normalmente, cuando Lucio terminaba una obra, de inmediato se alistaba para empezar la siguiente, pero esta ocasión no salía de su embeleso por su propia pintura, de manera que pasaba horas y horas contemplando a la mujer de su propia creación, hasta que terminó por enamorarse de ella. Al igual que en la leyenda del escultor Pigmalión que se enamoró de su estatua Galatea, esculpida por él mismo, Lucio le suplicó a los dioses para que su pintura se convirtiera en mujer de carne y hueso. De la misma manera que en el caso del escultor, Lucio fue escuchado y su pintura se transfiguró en una mujer verdadera, así que Lucio 83


cumplió su sueño y se casó con ella. Con el transcurrir del tiempo, la pareja tuvo un hijo de nombre Porfirio, quien al crecer se caracterizó por ser extremadamente libidinoso. Cuando se enteró del milagroso advenimiento de su madre, intentó hacer lo mismo, pero a diferencia de su padre, Porfirio no se conformó con una mujer. Le robó veinte pinturas a su progenitor, en las que mujeres hermosas aparecían como las protagonistas, y le pidió fervientemente a los dioses que las convirtiesen a todas en mujeres reales. Durante mucho tiempo los ruegos de Porfirio fueron desoídos, hasta que una noche de luna llena, el milagro por fin se produjo. Porfirio, rebosante de felicidad, las condujo a una casa enorme que él mismo había mandado a construir apartada de la ciudad. Allí, las mantuvo en cautiverio en condición de esclavas sexuales, fascinado con la idea de ser el macho de un harén, así fuera relativamente pequeño si se compara con los grandes harenes de la historia que han habido países árabes, en Mongolia, Tailandia o la India. No contaba Porfirio con que los dioses le tenían preparada una trampa. Un día en que se preparaba a solazarse con una de las concubinas, la lideresa del harén le sirvió un soporífero en el té y, estando dormido, lo castró. Ya castrado, Porfirio prefirió dejarlas libres y desde entonces llora su pena todas las noches.

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“Moth: I gave you my life Flame: I allowed you to kiss me.” Metáfora Sufí

La promesa

T

ras haberse inmolado varias mariposas nocturnas en la misma flama, una, más cautelosa, que había venido observando los sacrificios de sus hermanas, voló hacia otro cuarto, donde encontró una flama más pequeña, a la que le preguntó: “Si te visito ¿me prometes no quemarme?” “Claro”, le respondió la flamita. En eso estaban, cuando otra mariposa se metió a la flamita y se incineró. “¿Por qué la quemaste?”, le cuestionó la mariposa cautelosa, “A esa mariposa imprudente, no le había prometido nada”, contestó lacónica la pequeña flama. Entonces, la mariposa cautelosa se adentró en la flamita, que la consumió en un santiamén. Aún viva, preguntó agonizante, “¿No me habías prometido no quemarme?” “Estoy muy apenada –contestó la flamita acongojada–, hice lo que pude, pero me fue imposible cumplir mi promesa.” 85


“The story teller, like the barber, the carpenter, the weaver, or any other craftsman, has a specific place in Pashtun society.” Aisha Ahmad, Pashtun Tales

El narrador de cuentos

U

n gordo elástico se encogía lo suficiente para atravesar por un cilindro de estrecho diámetro. Al terminar de cruzar el túnel, recuperaba su volumen y esférica figura para de inmediato erguirse y recitar en voz alta y de memoria varios cuentos italianos clásicos, que había aprendido del folklorista siciliano Pitre y del coleccionista americano Thomas Crane. Decenas de curiosos rodeaban de inmediato al gordo, que narraba sus cuentos con tal gracia y elocuencia que nadie perdía detalle de su encantador discurso. Pasadas dos horas de ininterrumpido relato, el gordo volvía a encogerse para introducirse de nuevo en el estrecho túnel y así emprender su camino de retorno a su pueblo. Al mes siguiente, el enigmático gordo regresaba por la misma ruta y volvía a contar cuentos: ahora, cuentos alemanes de los hermanos 86


Grimm. Así, se le hizo costumbre regresar cada mes, y siempre durante dos horas narrar cuentos de distintos países, hasta que le llegó el turno a los cuentos afganos coleccionados por Amina Shah y a los cuentos pashtunes que narraba el famoso Saeed Khan Baba en Peshawar. Cada vez más gente de todas las edades se congregaba para escuchar extasiada al gordo contar apasionadamente con sonora e imponente voz, poderosos movimientos de manos y vibrantes gesticulaciones histriónicas, sus maravillosos cuentos. La audiencia se regocijaba en absoluto arrobamiento, hasta que el gordo contó el cuento de Pastún Los tres amigos, que suscitó tal revuelo y escándalo en la aldea que acabaron por expulsarlo. El cuento trata de tres amigos: un rey, un visir y un campesino, que se encuentran un precioso diamante y deciden que quien cuente la historia más extraña pero verídica será quien se lo quede. Así, el rey cuenta una historia en la que narra cómo su mujer lo encornudaba con un negro que se escondía en la selva. Cuando él lo descubre, mata al negro, pero su mujer se venga y lo convierte en un perro. Después, una hechicera le devuelve su condición humana y le da el poder de transformar a su mujer en un burro, para culminar su venganza. El visir contó que estaba muy sediento cuando se encontró con un pozo. Para comprobar si el pozo tenía agua, lanzó una piedra y, tras escuchar el chasquido del agua, una extraña voz le dijo: “Si eres hombre te convertirás en mujer y si eres mujer te convertirás en hombre.” Al instante, él se convirtió en mujer, y un rey que pasaba por ahí, al verlo se enamoró de él. Se lo llevó a su reino, lo hizo su mujer y tuvo una docena de hijos con él. Buscaba huir de su predicamento sin éxito, hasta que un buen día logró convencer a su marido de que lo llevara a donde lo había encontrado. Ya allí pretendió tener sed y le dijo a su marido que viera si había agua en el pozo, entonces el marido lanzó una piedra y cuando la piedra golpeó el agua, un voz extraña dijo: “Si eres mujer te convertirás en hombre y si eres hombre te convertirás en mujer”, con lo que el visir se convirtió otra vez en hombre y el rey en mujer. 87


Entonces el visir se llevó a su casa al rey convertido en mujer y vivió con él doce años a lo largo de los cuales tuvieron otros 12 hijos, hasta que decidieron separarse. Finalmente el campesino contó su historia. Dijo que era muy amigo de un hada que nunca quería entrar a su casa. Sólo aceptó bajo la condición de que él nunca se casara. Sin embargo, su padre un buen día decidió casarlo. Entonces el hada, en venganza, mientras dormía le cortó el pene. Al asegurarle al hada que ya no se casaría jamás y suplicarle que lo perdonase, ella le lanzó el pene desde lejos, y cayó en su sitio, ligeramente lastimado y desviado. Al concluir su relato, el campesino le enseñó el pene al visir y al rey, quienes constataron que su historia extraña era la única que había sido “comprobada”, con lo que el campesino se quedó con el diamante. Escandalizados los oyentes por semejante cuento, esperaron con curiosidad y morbo a que el gordo finalizara la historia para después lanzarle piedras que lo obligaron a huir metiéndose apretadamente en su túnel. El gordo nunca regresó y ahora los habitantes del pueblo lo extrañan y lamentan profundamente haber expulsado a pedradas al narrador de cuentos.

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“When the prince saw that flower of beauty, he was so agitated that he would have fallen…” Domenico Comparetti, The fair Fiorita (cuento tradicional de Básicalta, al sur de Nápoles)

Tres hermanas

S

i raccunta chi´ na vota cc´era, que un rey tenía tres hijas: Laura la mayor, tenía hermoso carácter pero era cacariza y narigona en extremo; la segunda, Bertha, era muy simpática pero demasiado flacucha y dientona, al grado de que si un músico la veía, le daban más ganas de tocar el piano con su protuberante dentadura que de darle un beso en los labios; la más joven, Sandra, era hermosísima pero de pésimo genio. A Sandra le sobraban pretendientes; príncipes de todas partes venían a pedir su mano, pero a los tres minutos de conocerla, huían despavoridos, como si les hubieran puesto un cuete en el trasero. 89


El rey no sabía qué hacer para casar a sus hijas, así que hizo traer a una hechicera para que les mejorara el aspecto a sus hijas feas y le cambiara el carácter a su hija bella. La hechicera recurrió a todos sus menjurjes y a sus más sofisticados polvos mágicos. Logró la bruja grandes cambios: las feas se volvieron “geniudas” sin cambiar su aspecto y a la bella le crecieron orejas de burro y le salieron colmillos de morsa. Su carácter, en cambio, siguió siendo terrible. Al ver el alrevesado resultado del hechizo de la bruja, el rey enloqueció de furia. Hizo traer a la hechicera al palacio y le dio un ultimátum: o cumplía el pedido que le había hecho, o la encerraba en el calabozo más oscuro y frío de por vida. La bruja, sin el mínimo titubeo, respondió con gran aplomo: ella había cumplido con el pedido, lo que pasaba es que había ido más allá. Como su majestad lo que quería era que sus hijas se casaran, lo importante era que se casaran con un príncipe que de veras las quisiera como son y no uno que se enamorara efímeramente sólo por la apariencia externa y después las maltratara y las hiciera sufrir de por vida. Prosiguió su explicación, asegurando que la magia de su intervención consistía en que los hombres que se atrevieran a casarse con las doncellas iban a estar verdaderamente enamorados y, al casarse con ellas, todas se convertirían en bellas de buen carácter. El rey un tanto más tranquilo pero no convencido, le dio a la bruja un mes de plazo para que efectivamente sus hijas se casaran y se transformaran en bellas y de buen carácter; si no cumplía, la haría encerrar en el calabozo. Mientras tanto, las damiselas estaban insoportables, el carácter se les empeoraba día con día, lloraban angustiadas, peleaban entre sí, dormían mal, no querían salir de su alcoba y habían perdido el apetito. Estaban más feas y desaliñadas que nunca. Nada les complacía y no querían ni ver a su padre. Pasaron veinte días y ni una mosca se aparecía por el palacio. Mientras, la bruja estaba fuertemente custodiada en una de las habitaciones de la servidumbre para que no escapara. Hasta que a los veintisiete días tres príncipes se aparecieron en el palacio, cada uno por su cuenta y en momentos distintos. Tras numerosas súplicas, las doncellas salieron de sus aposentos para que los príncipes las vieran. 90


El primero en llegar, al ver a Laura hizo caso omiso de su cutis agujereado de y su exagerada nariz. Quedó enamorado de ella y le pidió su mano al rey, quien de inmediato se la concedió. El segundo fue flechado por cupido en el momento en que vio a Bertha, sin reparar en su enorme dentadura ni en su escualidez, y también le pidió la mano al rey, quien accedió al instante. Sólo quedaba Sandra, por fortuna, el tercer príncipe, por más extraño que parezca, no puso mucha atención en sus grandes orejas de burro y horrendos colmillos de morsa: se enamoró al verla y le pidió la mano al rey, quien acepto sin vacilaciones. La primera parte del trabajo de la bruja se había cumplido con gran eficacia. A pedido de sus tres hijas, el rey organizó a la semana una boda sencilla sin invitados y sin el mínimo boato. Las hijas no querían ser vistas por la alcurnia hasta casarse, en espera de que se les mejorara el aspecto y el carácter, según había prometido la bruja. Si eso en efecto sucedía al casarse, entonces, y sólo entonces, se haría el gran jolgorio. La boda se hizo colectivamente y la mano de la bruja se dejó ver: a Laura se le suavizó la piel como nalga de bebe, y la nariz se le achicó y respingó de tal forma que el mejor cirujano plástico del siglo XXI se hubiera muerto de envidia. A Bertha se le emparejó la dentadura y los dientes se le redujeron a un tamaño estéticamente perfecto, que le hacían lucir una cautivadora y radiante sonrisa, al tiempo que su esquelético cuerpo adquirió una figura curvilínea absolutamente sensual, sin llegar a la vulgaridad. Además, ambas hermanas recuperaron su buen carácter. Sandra, por su parte, resarció plenamente su belleza original: el tamaño de sus orejas y sus colmillos volvieron a ser normales. Por primera vez, empezó a gozar de un lindo carácter. No hay palabras para describir el lujo y la pompa con que se hizo la gran fiesta de la boda una vez que las hijas del rey habían adquirido la belleza y el carácter que siempre habían soñado. Invitados de la rancia aristocracia, de toda la nobleza, duques y duquesas, marqueses y marquesas de todas las comarcas del reino y de otros principados asistieron en gran número a la fastuosa celebración. La bruja fue recompensada con generosidad y el cuento en la tradición Siciliana hubiese terminado: “Iddi arristaru filici e cunten91


ti, e nuatri semu senza nenti.” Pero me disculpara el lector, porque la historia no termina allí. Resulta que después de un año de gran felicidad en los tres hogares de las princesas sucedieron cosas interesantes. Si cunta e s´ arrleunta… que Laura resultó ser de cascos ligeros, pronto se hizo de amantes varios aprovechando las largas ausencias del marido empecinado en participar en batallas interminables contra los musulmanes en Andalucía. Una ocasión en que el príncipe regresó de una de sus expediciones, encontró a su mujer en su alcoba solazándose con uno de sus esclavos negros y los mandó colgar a los dos. Bertha era en realidad una lesbiana reprimida, hasta que na vota cc´era no pudo esconder sus preferencias y se besó apasionadamente con una de sus mucamas. Al ser vista por un lacayo, enamorado de la mucama, fue delatada por éste y el príncipe en castigo la encerró en un cuarto oscuro, de donde no la dejó salir jamás. Sandra era muy fiel, pero sólo pensaba en sexo y no dejaba al marido tranquilo. Su furor uterino era tal que lo extenuaba todas las noches hasta que na vota le causó la muerte de un paro cardiaco. Su impresión fue tal que decidió volverse monja de claustro, y así acabó sus días. Favula scritta, favula ditta: Dicita la vostra, ca la mia e ditta.

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“Supe entonces que en verdad había muerto.” José Agustín, Mi vida con mi viuda

Paseo Final

A

bdul Haq no estaba enterado que estaba muerto, ni idea tenía de que, tras torturarlo, lo habían colgado. Estaba tan acostumbrado a estar al borde de la muerte, se había salvado de tantos atentados, que no creía que podía morir. Lo habían herido dieciséis veces y había perdido un pie tras haber pisado una mina; su vida había estado preñada de peligros pero siempre había podido evadirlos, de modo de que aun muerto, se creyó vivo. Al día siguiente de su entierro, se levantó de la tumba, como quien se levanta de la cama, encontró su caballo blanco y se enrumbó a Jalababad. Estando en ruta, lo emboscaron creyendo que se trataba de otro líder anti-talibán, pero al darse cuenta que era el mismísimo Abdul, se desmayaron del susto. Al ver tan extraña reacción de sus enemigos, Abdul se percató de que en realidad estaba muerto; entonces, dirigió su caballo hacia su sepulcro, se acomodó en el estrecho espacio del hoyo y se durmió para siempre. 93


“Right time, right place, right people equals success. Wrong time, wrong place, wrong people, equals most of the real human story.” Idries Shah, History

L

Los premios

a fiesta de gala para la entrega de los premios más cotizados del mundo estuvo de lo más concurrida. La realeza y la alcurnia más rancia se congregaron en la fastuosa celebración, amenizada con una de las orquestas de cámara más afamadas de Europa. Los principales medios publicitaron el magno evento con una cobertura mundial sin precedentes. El premio internacional del Silencio se lo dieron a un hombre estridente, que llegó a la ceremonia gritando a todo pulmón que el silencio se propaga con ruido. Fue tal el volumen de su estentórea presentación que a la respetable y ensordecida concurrencia le tuvieron que distribuir tapones para los oídos. El premio de la Moral fue otorgado a un pederasta, que en su discurso habló sin ambages sobre la importancia de cultivar el amor infantil, citando ejemplos ancestrales de la historia de Kandahar y frases de la obra de Petronio. Por su parte, un genocida acusado de perpetrar crímenes de lesa humanidad, se llevó los honores en el importante tema de la Defensa de los Derechos Humanos. El galardón de Economía, lo recibió uno de los principales asesores de Wall Street, responsable de la crisis financiera más grande desde los años de la gran depresión del 29-33. Su extraordinario curriculum vitae además incluía el haber sido uno de los teóricos del Fondo Monetario Internacional; sus teorías fundamentaron las principales recetas económicas que ese organismo crediticio utilizó para endeudar a las economías de los países del llamado tercer mundo. El premio de Literatura, fue dado a un plagiario que no se ruborizó al leer durante la elegante gala un speech de un conocido autor francés de mediados del siglo XX. Y el laurel más esperado de la noche, el de la Paz, fue entregado al comandante supremo del ejército más poderoso de la tierra, que acababa de ordenar el despliegue adicional de treinta mil soldados más para arreciar el ataque a uno de los países más pobres del orbe. Su aclamado discurso fue un elocuente panegírico de la guerra.

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Poemas



“Hagamos entonces homenaje a la bestia enfurecida y abstrusa, porque ha dado lugar a una leyenda hermosa.” J.J. Arreola

Extinción

E

l día de su extinción, se percibió abundante lluvia en sus ojos, un fuerte llanto de nube, un estruendoso estornudo en el cielo y un luminoso relampagueo en su armadura. Su hocico sangrante y su cuerno único retorcido. Su corpulencia desvanecida con la fibra derruida y un grito agónico. Todo acabado, revelando la muerte de su especie. Rino ya no es Onte. Ayer el mastodonte hoy el rinoceronte, ayer el Dino hoy el Rino, Rino ya no es Onte pero tampoco es Rino. Cruel extinción del unicornio, sepultura de su especie, y nosotros llamados racionales, ¿qué hicimos para evitarlo? 97


“Dios es día y noche, invierno y verano, Guerra y paz, abundancia y hambre.” Heráclito

Noche y día

D

ías largos, noches cortas, largas noches, cortos días, días nulos, noches todas, sólo días, nulas noches. Se preguntaba el girasol, si el día fuera noche, ¿qué de mí sería? Se cuestionaba el vampiro, si la noche fuera día, ¿acaso existiría? ¿Bebería de tus aguas subterráneas? ¿Nadaría en las sequedades del desierto? ¿Remaría por las venas de las boas? Si el día fuera noche, ¿qué de mí sería?

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¿Me deslumbraría?, ¿me encandilaría? ¿Acaso dormiría?, ¿Sólo despierto soñaría? Las centelleantes estrellas, ¿las vería? Si la noche fuera día, ¿acaso existiría? Amo las claridades más intensas, los colores brillantes de los días, el verde clorofílico, el azul profundo de los mares, si el día fuera noche, ¿qué de mí sería? Amo las negruras de las sombras, la discreción de las opacidades, la negación de los colores, si la noche fuera día ¿acaso existiría? Tezcatlipoca, guardián del frío, cielo nocturno, ¡Salve oh sol obscuro, negro espejo humeante! ¡Salve oh Nix, diosa de la noche, de rica descendencia! Engendradora de la muerte, del destino y la ternura, si la noche fuera día ¿acaso existiría? Ostara, lucero matutino, diosa de la fertilidad, surges con la primavera, la alegría y las flores, victorioso Xolotl, venciste a las tinieblas, esparciste conocimiento, con tu luz triunfante, si el día fuera noche, ¿qué de mí sería? Noche y día, sol y luna, actividad, reposo, hermanos entrañables, Bari y Use, hijos del dios Habi, cuentan los chamas, a veces se asoman juntos cuando se extrañan, si la noche fuera día, ¿acaso existiría? si el día fuera noche, ¿qué de mí sería?

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“He aquí de qué está hecho el canto sinfónico del amor Hay el canto del amor de antaño El chasquido de los ardientes besos de los amantes ilustres Los gritos de amor de las mortales violadas por los dioses Las virilidades de los héroes fabulosos erguidas como cañones antiaéreos El precioso aullido de Jasón El canto mortal del cisne Y el himno victorioso que los primeros rayos del sol hicieron cantar a Memnon el inmóvil Hay el grito de las Sabinas en el momento de ser raptadas Hay también los gritos de amor de los felinos en las junglas El rumor sordo de las savias que suben de las plantas tropicales El trueno de las artillerías que consuman el terrible amor de los pueblos Las olas del mar nacen donde nace la vida y la belleza Allí está el canto de todo el amor del mundo.” Apollinaire, El canto de amor

Aquel erótico día

A

quel erótico día en que pinceles pintaban rebosantes, las noches brillaban fulgurantes, las orquídeas aparecían abundantes, semejaban claveles los entuertos. 100


Llamaradas acudían delicadas, tu rostro aparecía y no se iba, mías parecían las guirnaldas, ajenas se veían las venganzas. Cuchillos no punzantes delicados adornaban los manteles del banquete, Dionisio encendido en las alturas, las almas gozosas de bravuras. Venus flotaba con los vientos, Baco yacía muy despierto, Eros en los mares y en los ríos, todo marcaba el sentimiento. Las noches se extendían luminosas, el corazón latía trepidante, día de mil noches, día de mil días. Cubiertas las nubes de blancura, grisáceos tintes no existían, los llantos contenidos balbuceaban, una lágrima enterrada, húmeda gota enternecida. Lujuria sometida no desvanecida, jugaba su reluciente rol en su guarida, el amor no se distanciaba en esas horas, la atmósfera toda resoplaba. Cobardes trazos alejados, lluvia y estiaje se entendían, remilgos y cordura conversaban, la tundra y la montaña se mezclaban. Aquel erótico día, cascadas de ensueños caían, fantasías iban y venían, utopías, entelequias parecían 101


las nubes paseaban cadenciosas. cupido no salía de su asombro, limpiaba incansable todo escombro, bañaba el cielo de quimeras, tu rostro aparecía y no se iba. Las notas del violín más delicadas, el más dulce concierto mozartiano, adagio y allegro cautivando, los fragmentos todos de aquel erótico día.

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“¿No hubiera sido preferible sufrir los tristes enojos de Amarilis y sus desdenes orgullosos? ¿O a Menalcas, por más que negro él y tú blanco seas? ¡Oh lindo muchacho, no confíes demasiado en el color!, la flor de la alheña es blanca, y cae, y negros los arándanos, y se recogen.” Virgilio, Bucólicas “Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición.” Jean Jaques Rousseau

Traición

T

raición embrionaria de vocación incendiaria, ¿por qué no cambias tu camino? Traición desconocida que amenazas a mi vida, ¿dónde te escondes? Traición despiadada que ocultas tu morada, ¿cuál es tu naturaleza? Traición de los infiernos de fuegos eternos, ¿cómo extinguir tu llama? Traición de los amigos, los hermanos y los primos, ¿no temes tu destino? Traición de los amores en crepúsculos y albores, ¿habrás dado origen al salado mar? 103


Traición de las traiciones de los odios y rencores, ¿qué veneno nutre tu alma? Traición almibarada que resecas la cascada, ¿sabes el daño que haces? Traición de las simientes, de las plantas y las serpientes, ¿por qué profesas culto a la muerte? Traición enmascarada de infamias y ambiciones, ¿cuándo has estado ausente? Traición embellecida de contornos y pezones, ¿qué te hace gozar las humillaciones? Traición arrepentida que buscas tu guarida, ¿No crees que sea demasiado tarde? Traición a los ideales, fabricaste tus propios males, ¿acaso no te engañas? Traición de debilidades, no era tu propósito, ¿no acaso te traicionaste? Traición traicionera de rencores rencorosos, ¿no odias tu propio odio? Traición a los traicioneros, a los cobardes y pandilleros ¿no mereces ser laureada? Traición traicionada, violada y mutilada, acuchillada y amortajada, ¿acaso no cavaste tu propia catacumba?

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“¡Cada canto del reloj es un adiós fúnebre! ¡Oh Duelo! ¡Un día vendrá en que ha de su ser tocar a muerte! ¡Hora a hora se desliza un paso en las tinieblas: es el píe de la muerte, que no retrocede!” Mallarmé, ¡Su fosa está abierta! “La historia es una sucesión de venganzas” Heródoto (A los civiles muertos en la masacre de Afganistán perpetrada por la OTAN en mayo de 2009)

Cadavérico cadáver

C

adavérico cadáver que vuelas por los aires, humeas humo negro de indecisión rotunda, afilado cuchillo que te entierras en las almas, maldices las entrañas de tus horadaciones, muere la muerte en plena vida, vive la vida en plena muerte, crucifican las alas de los vientos, cuando granizaban rabia los firmamentos. Cadavérico cadáver insepulto, ¿cómo es que siendo mártir no te rinden culto? 105


Avasallan la bóveda celeste de milagrosos cantos angelicales, trituran las escamas de los reptiles las asesinas armas de los males, perversión eterna ponzoñosa, haces de la virtud miasmas putrefactas, copiosa noche enmascarada, salpicas de sangre las polvorientas extremidades de la nada, absurdo discurso sin sentido, no te apiadas del inocente latido, inequívoco signo de Pan resurgido. ¿Tienen sentido las tragedias? ¿Acaso las comedias? ¿Hay lógica en la violencia perpetrada? ¿La hay en la tortura empecinada? ¿Tiene sentido el sinsentido? ¿Lo tiene el corazón herido? ¿Construye paz la hipocresía? ¿La edifica la demencia? ¿No acaricia locura la venganza? ¿No pulveriza las membranas de la inocencia? Se siguen contando los muertos, como meras estadísticas, si no valían vivos, menos valen muertos, continúan las desgracias personales, las matanzas de infantes, los tormentos cobardes, Deimos y Phobos fortalecidos, panegíricos del terrible drama presentado como heroico trama, fermentan los aires de veneno, ¿Hasta cuándo el letal episodio? ¿Hasta cuándo, hasta cuándo? ¡Oh Afganistán nuevamente masacrado! ¿Tiene sentido el sin sentido? Cadavérico cadáver que te arrastran miserable, profanaron tu tumba antes de enterrarte. ¿Tiene sentido el sin sentido? Cadavérico cadáver moriste sin juicio, te ultrajan con vicio. ¿Tiene sentido el sinsentido? Cadavérico cadáver asesinado con alevosía, mancillaron tu vida, humillaron tu muerte, ¿Tiene sentido el sinsentido? Cadavérico cadáver expuesto a la rapiña, humeas el humo purpura de la sevicia. ¿Tiene sentido el sinsentido? Cadavérico cadáver que flotas por los mares en ti se resumen las huellas de la infamia.

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“Ubi dubium ibi libertas” (donde hay duda hay libertad) Proverbio latino

Duda

E

ra la duda la cruda duda, la madre de mis angustias, era la duda enigmática y peliaguda, la autora de mis desvelos, zozobra enterrada, escondida y malvada, trastornabas mi sueño, amanecías incierta, apenas abierta, mantenías mi desasosiego. Gusanillo rabioso, activo y enjundioso, cosquilleas mi epidermis, laberíntico enredo de pensamientos confusos, ¿dónde está tu salida? Enmarañado camino de vertientes diversas, ¿donde están los peligros? Duda de mis certezas, mis bondades y mis vilezas, ¿te desvaneces o floreces?

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Duda libertaria que pisoteas la plegaria, escandalizas los dogmas, te satanizan por herética, duda revolucionaria, rebelde e inquieta, siembras tempestades, trastocas sociedades, duda que provocas las investigaciones y las exploraciones, no te pueden cortar las alas, Duda convulsa, enhiesta tu frente, aguijoneas la ciencia, sacudes la conciencia. Trayecto sinuoso, espinado y tortuoso, ¿me llevarás a la gloria o me hundirás en la escoria? Camino escarpado bondadoso o malvado, ¿me conducirás a la lava candente o a la vítrea esperanza? Vuelo de las hazañas, de las cumbres y las montañas, ¿me estrellarás en las alturas? Dudas irresueltas, subyacen en la gnoseología, nos abren las puertas, acicatean el pensamiento. Duda gigante, duda pequeña, duda de mil tamaños, ¡duda siempre duda! Duda morada, duda azulada, duda de mil colores, ¡duda siempre duda! Duda de mis ansiedades, de mis temores y mis despertares, ¡duda siempre duda! Duda de la superficie, duda profunda, duda de variadas texturas, ¡duda siempre duda! Duda de mi alma, que perturbas mi calma, te suplico ¡nunca me abandones! Duda de los amaneceres, de las tardes y del roció, ¡duda de todo menos en irte! Llamarada dudosa, relampagueante y sudorosa, ¡tus colores temblantes iluminan mi mente! Duda de la vida, de la suerte y de la muerte, ¡el escepticismo te marca, la incertidumbre te impregna, el conocimiento te llama!

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“La más ansiada ternura, condenada a un ayuno eterno. Lo que amamos no es más que una sombra. Para mí, la Naturaleza tan amiga murió con los sueños dorados de mi juventud.” Holderlin, A la naturaleza

Moribundo mundo

N

auseabundo mundo, de redonda pestilencia, sacrifica las almas de la inocencia, rueda la piedra, se desliza sigilosa, su desconocido rumbo agrava la cosa. Esperpento terráqueo, así te están transformando, bosques talados, junglas rasuradas, savia esclerotizada, enmudeces el canto de las aves, ¡verde moribundo, descolorido por la sequía asesina! Gea de anchos pechos, ¿qué te han hecho? Sin la dulce unión de amor, engendraste el cielo estrellado, Gea de consortes múltiples que asexuada concebiste a Ponto 109


¿En qué cascarón hueco te están convirtiendo? Cibeles, Magna Mater, ¿cómo pueden esquilmarte tus propios hijos? Pachamama divina de cosechas y cristales, huellan tu espíritu los indigentes mentales, Coatlicue sagrada, apuñalan tus entrañas los perversos asesinos de las mañanas. Jord, diosa Nórdica, te están deshelando, los ávidos prisioneros de la avaricia y la inmundicia. Irracionales emisiones de dióxido de carbono, del desecho contaminante haces tu miserable abono, desenfrenada producción norteña, ¡Asfixias la vida del lirio y la peña! Moribundo mundo ayer vigoroso, ¡hoy huyes del futuro luminoso!, posmodernidad arrogante y globalizada, ¡derrites las abundantes nieves del Himalaya!

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“La no violencia es la ética más alta, la cual es la meta de toda evolución. Hasta que dejemos de lastimar otros seres vivos, seguiremos siendo salvajes.” Thomas Alva Edison

Irracionalidad

O

lvida hormiga la vida, recuerda cieno la cerda, el lazo te ata y te ahorca, el fuego prende y te quema. Chupa la sangre el vampiro, salta aleatorio el conejo, la bala penetra y te mata, el sable asesta y asesina. Moscas traga la iguana, agua almacena el camello, el puñal maldito te horada, el cañón agujerea la casa. 111


Se arrastra lento el gusano, el pelícano produce su guano, la bomba estalla cobarde, la mina mutila al inocente. La yegua galopa a su antojo, el oso hiberna en su cueva, el proyectil perfora la aldea, el misil masacra los pueblos. El lobo le aúlla a la luna, la llama resiste en la altura, el hombre mata que mata, las guerras, no cesan, no cesan. El ciervo huye de miedo, se paraliza el búho de pavor, suplicio, tortura y tormento, Abu Ghraib, prisión y escarmiento. El león devora a su presa, no lo hace por mera vileza, secuestro, encierro y oprobio, Guantánamo, bahía del odio.

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“Toda conquista, todo avance en el campo del conocimiento tuvo por origen el valor, la severidad y la limpieza para con uno mismo.” Nietzsche, Ecce homo

Incongruencias

T

orpeza rara la de mi cara, que se mueve desarticuladamente sin sentido. Cuando debe contraerse se queda quieta y cuando le instruyo que se expanda se contrae. Torpeza rara la de mi cara, que se mueve desarticuladamente sin sentido. Cuando debe contraerse se queda quieta y cuando le instruyo que se expanda se contrae. Curioso hábito el de mi perro, que se duerme todo el día, mientras deambula en vigilia la noche entera. Cuando la familia come ayuna, y cuando nadie come, traga hasta saciarse. Extraña costumbre la de mi gata, que rasguña y muerde a quien la quiere, mientras lame cariñosa a quien la detesta. Cuando la premio me ignora y cuando la castigo me añora.

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AficiĂłn recurrente la de mi mano, de lanzar dardos venenosos a los inocentes y acariciar con delicadeza a los delincuentes. Cuando hace frĂ­o le gusta andar desnuda y cuando hace calor usa guantes. Estulticia ingente la de mi pie izquierdo que patea con fuerza al inerme, mientras teme pisar al poderoso. Camina aprisa en tiempos de calma, mientras se paraliza durante las emergencias del alma. Necia trayectoria la de mi vida de querer conocer la naturaleza careciendo del valor para lograrlo. CrĂ­tico despiadado de los otros, complaciente conmigo mismo. ManĂ­a nefasta la de mi casta que bebe de las aguas contaminadas en vez de las evaporadas. Prefiere morir envenenada que vivir acendrada.

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“Ce décès a été presque un suicide, un suicide préparé par beaucoup de temps.” Charles Baudelaire (sobre la muerte de Edgar Allan Poe)

Impaciencia

A

lcoholizado por el etílico de la vida, engendraba muerte en lugar de células vitales, arrobado por la cumbre de los sueños, producía granitos letales en vez de altares, enamorado del arte, embebido de onirismo, construía delirio sin intenciones de martirio, sometido a las tempestades del tiempo, naufragaba en una balsa frágil al oleaje y al viento. Desde recién nacido fue programando su momento terminal, buscando el riesgo y su prematuro final, cavaba su tumba desde su fase germinal, como botón de rosa expuesta a la tijera del mal, 115


¡qué enorme paradoja se encerraba en tanto amor, temerariamente entregada a la desdicha del dolor! Relampagueantes momentos de fastigio y esplendor, se ensombrecían con la manía del resquemor. Reconcomio por vivir célere y con intensidad aunque fuese mal, le llevaron a su precoz funeral, la impaciencia de su vida, le construía su propia muerte, víctima de muchas causas fue su suerte, nadie lo sabía, ni tampoco auguraba, de la mortal pócima bebía sin sospechar ni nada, pudo haberse quitado la vida en único acto fatal, pero prefirió suicidarse de manera gradual.

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“La cobardía es madre de la crueldad.” Montesquieu

Honduras

A

sexuado que se erotiza, como piedra que se flexibiliza, pierde su naturaleza, su razón y su entereza, erotómano sin concupiscencia, como neonato sin inocencia, transgrede su más profunda esencia, anarquista adocenado, como rebelde castrado, destruye sus ideales e inevitablemente muere aplastado, delicia amarga, que la hiel alarga, marca las tristezas, las soledades y las vilezas. Borradas de la superficie, la cordillera y la planicie, la dejan rasurada sin orografía ni nada, esquilmada la tierra, de sus nutrientes y sus riquezas, perece en sus flaquezas, su aridez y sus pobrezas, agujero negro insospechado, cuya inimaginable energía ha acabado, con las bases de la entropía, precipicio de las montañas, en las noches y las mañanas, pulveriza las serenidades, los vientos y las tempestades. Venganza por la matanza, osifica la justicia, perpetúa la cobranza de 117


la sangre y la sevicia, tramoya disfrazada, de paz y de esperanza, adorna la carnada, de sabor dulce y agua mansa, putrefacci贸n entronizada, por los medios poderosos, aparece maquillada, con recursos escabrosos, gorilas reapareciendo, con sus hilos escondidos, el pueblo combatiendo, con sus hijos reprimidos. Honduras desgarrada, mancillada y mutilada, te azota la desgracia, te manipula la falacia, democracia fulminada, democracia masacrada, te asesina la mentira, la violaci贸n y la ira, fascismo reanimado, de lejos financiado, cobijas la tortura, la violencia y la amargura, Honduras vapuleada, por CNN enga帽ada, ensombrecida en plena aurora, golpeada ayer y ahora.

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“Por el agua y por la orilla, las aves acuáticas pasean: mujeres tontas que llevan con arrogancia unos ridículos atavíos. Aquí todos pertenecen al gran mundo, con zancos o sin ellos, todos llevan guantes en las patas.” Juan José Arreola, Aves acuáticas

Galápagos

¡C

uán distantes, cuán pequeñas, cuántas maravillas nos enseñan! Su aislamiento no las enmudece, su latitud única las favorece, por erupciones fueron creadas, por sus corrientes, enlazadas, sus especies muy diversas, endémicas o foráneas, concentradas o dispersas. Tortugas gigantescas de longeva vida, tenaces peregrinas de lento andar en búsqueda de refugio y comida, iguanas de raros colores, terrestres o marinas, reptan o bucean sin rumbo y sin sus crías, cangrejos anaranjados desfilan ordenados, paseándose en sus arenosas y pedregosas playas Aves marinas en parvadas, cubren las rocas, los cielos y las marejadas, 119


islas volcánicas, de negros paisajes, tierras balsámicas pobladas por aves de bellos plumajes, sus lobos marinos no perdonan la siesta, cuando perciben sus presas hacen la fiesta, las tortugas acuáticas, sumergidas se desplazan, ocasionalmente exhiben la cabeza mientras avanzan, pelícanos graciosos de vuelo raso, se zambullen raudos sin titubeo ni atraso. Piqueros de patas azules con sus retoños, silban alegres como los vientos de los otoños, fragatas hembras aguardan quietas en la vegetación arbustiva, mientras los machos inflan sus rojos pechos como coqueta diva, Enormes albatros levantan el alto vuelo, divisando el panorama desde el vasto cielo, gaviotas veloces con acrobáticas piruetas, dibujan figuras como esculpiendo esculturas. Elegantes pingüinos de parado erecto, nadan veloces con su pequeño cuerpo compacto y recto, tiburones martillo se enseñorean en los mares, haciendo del plancton y de los peces, suculentos manjares, ballenas jorobadas atraídas por las corrientes frías, enriquecen la fauna, bucean durante las noches y los días, culebras multicolores de sinuoso movimiento, adornan la maleza con su enigmática belleza. Volcanes incandescentes arrasaron con las formaciones, diseñando murallas, cuevas y mágicos túneles durante sus furiosas pasiones, geológicas rarezas, construidas por la arquitectura de las erupciones, los sismos y las agitadas convulsiones ¡Archipiélago encantado, tu importante legado fue un libro abierto para un Darwin metódico e inspirado! ¡Galápagos de fantásticas especies, Galápagos de ensueño, con tu volcánica virtud posibilitaste a Darwin cumplir su sueño!

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“Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen.” Maquiavelo

Qué bonito sería

¡Q

ué bonito sería, que pudiésemos atravesar el océano sin hundirnos ni ahogarnos, caminando como en una alfombra sin temer la tormenta, ni la marejada hambrienta! ¡Qué bonito sería, que toda forma de muerte fuera una delicia, como un bálsamo, una caricia, que pudiésemos escoger nuestro final, como escoge una abeja su panal! ¡Qué bonito sería, que la luna bajase de vez en cuando para conversar con los amantes, para conocerlos de cerca, y perpetuar sus rostros radiantes! ¡Qué bonito sería, que no hubiese un solo niño ni una sola niña sin techo y sin hogar, sin escuela y sin abusos que lamentar, sin heridas innecesarias que curar! 121


¡Qué bonito sería, que el amor fuese dictadura, que al odio se le diese sepultura, que el egoísmo se asfixiase en su amargura y la vida se llenase de ternura! ¡Qué bonito sería, que el lenguaje de los pueblos fuera único y universal para mejor comprendernos, construyendo un mundo de paz y justicia a todos por igual! ¡Qué bonito sería, que la pobreza cediese su lugar a una vida de creciente felicidad, donde la opulencia desapareciese junto a su maldad y la avaricia junto a su voracidad! ¡Qué bonito sería, que Venus no sucumbiese ante Marte, que las tumbas sólo encerraran cadáveres de muerte natural, que la guerra ya estuviese en su fase terminal! ¡Qué bonito sería, que se respetase más al amor que al temor, que nunca se ofendiese a quienes aman, que se cultivase la dignidad y se exterminase la impunidad! ¡Qué bonito sería, que las armas ya no se fabricaran, que las almas ya no se atormentaran, que las tempestades se apaciguaran y las nubes se blanquearan! ¡Qué bonito sería, que sobre la tristeza prevaleciese la alegría, sobre la rigidez la fantasía, sobre la decadencia la lozanía y sobre la incomprensión la empatía! ¡Qué bonito sería, que las heridas todas ya hubiesen cicatrizado, que los criminales todos ya hubiesen claudicado y a los genocidas todos ya se les hubiese erradicado! ¡Qué bonito sería, que la noche se hermanara con el día, que se cumpliese la eterna utopía, que la cárcel de la injusticia estuviese vacía y el lenguaje no fuese simple gritería! ¡Qué bonito sería, que el amor de Francesca y Paolo no fuese condenado, que el mito de Tristán e Isolda fuese consagrado y el de Romeo y Julieta eternamente replicado! 122


“Es con el corazón que vemos lo verdadero; las cosas esenciales son invisibles para el ojo.” Antoine de Saint- Exupery

Heart

T

oday I saw the dark side of the moon and the clear side of your heart, Today I bowed to the white tide of the sea and to the shining creation of your art. Yesterday when I mystified your soul, I was blind and got lost in the haze of my confusion, Today that I discovered the essence of your most hidden pole, I can say I know you and I have lost any illusion. Now that I have given away every hope, I still love you but as my heart fades away, I know I will find it difficult to cope, I shall carry the burden of sadness, because my heart, my bleeding and suffering heart, I won’t betray. 123


“La expresión to fall in love se consolida gracias a Romeo y Julieta. La obra fija un uso idiomático y permite entender el amor como caída, la zona de fragilidad donde alguien, voluntariamente debilitado, desciende hacia el otro.” Juan Villoro, De eso se trata

Tiempo de nada

N

o tengo tiempo de nada, pienso en hacer tantas cosas, que acabo por no hacer nada, pero si llegase el día en que pudiese hacer muchas cosas, no toleraría la tortura de la manía, no resistiría naufragar en la locura de la fantasía. No tengo tiempo de nada porque el que tengo no me sirve para nada. No me sirve para buscarte, ni para conocerte y amarte, pero si llegase el día en que brotara del subsuelo o viniese del cielo ese tiempo preciado, ¿qué sería de mí si no te encontrara? No tengo tiempo de nada, ¿Acaso lo tengo para contemplar el firmamento? ¿Para mejorar mi temperamento? ¿Para buscarte por debajo de la frescura de los árboles frondosos? ¿Por los callejones empe124


drados? ¿Por las veredas de los bosques? ¿O por los senderos de los pueblos polvorientos? No tengo tiempo de nada, ni siquiera para imaginar tu rostro hermoso, ni tu cuerpo de sirena terrestre. Es tanta mi desgracia en ese empeño infructuoso, que tus facciones se me dibujan intermitentes como si se tratara de distintas gentes ¿acaso porque tu existencia está sólo en mi mente? ¿Es sólo un deseo, una llamarada de fuego inexistente? No tengo tiempo para nada, sólo para no tenerlo, a lo mucho para acariciarlo, para trazar las primeras líneas de tu cara, para el balbuceo de mis delirios incipientes, para apenas darme cuenta que en la calma o en la tormenta, no es a ti, sino al amor encarnado en no sé quién, lo que afanosamente busco, la zona de fragilidad para descender hacia ti quien quiera que seas.

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“¿Entonces, dónde estabas? ¿Entre qué gentes? ¿Diciendo qué palabras? ¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe Cuando me siento triste, y te siento tan lejana?” Pablo Neruda, Veinte poemas y una canción desesperada

Tu rostro y tu sonrisa

L

loraba el llanto lloraba, reía la risa reía. Odiaba el odio odiaba, amaba el amor amaba. Pero por más que por doquier te buscaba ¡Ni tu rostro, ni tu sonrisa, aparecían! En rincones esquinados, en montañas escarpadas, en las selvas humedecidas, en los ríos turbulentos, la búsqueda seguía, en las olas y en los vientos, ¡mas tu rostro y tu sonrisa, parecían evaporadas! Las zorras, los búhos y los delfines me ayudaron, los espíritus, los chamanes y clarividentes, reunieron sus poderes, movilizaron a las gentes, ¿pero tu rostro, o tu sonrisa, acaso encontraron? Ni en las nieves blanquecinas, ni en el fuego más ardiente, ni en la dulzura de las mieles, ni en las suavidades de las pieles, ni con remedios fantasiosos, ni con los atributos de la Cibeles, tu rostro y tu sonrisa aparecían más allá de mi mente Aparecían tus ademanes, tus gesticulaciones y modales, estaba tu silueta, tus brazos, tus piernas y caderas, se escuchaba el timbre de tu voz, tus humores y maneras, pero tu rostro y tu sonrisa ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cuáles? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cuáles?…

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“Feel I´m knocking on heaven´s door. Knock knock knocking on heaven´s door, knock knock knocking on heaven´s door, knock knoking on heaven´s door, knock knocking on heaven´s door” Bob Dylan

Volaba

S

oñé que volaba, desde las alturas el océano admiraba, los inmensos desiertos, los vivos, los muertos, las selvas copiosas, las nieves hermosas, las urbes, los campos, a lo lejos miraba. Soñé que volaba, cuanto más tiempo pasaba tanto más me elevaba, el ruido callaba, el silencio imperaba, tu silueta, tu sombra, tu suspiro, tu grito, tu todo en la lejanía se desdibujaba. Soñé que volaba, perdida la nube, islotes, destellos, cenotes, camellos, se confundían con la nada, mientras la cruzada maldita, la esperanza bendita, en la pampa lejana reeditaban su lucha enconada. Soñé que volaba, parecía despierto, pero soñaba y soñaba, no despertaba, por temor, por amor, por odio y por rabia. Por terror, por obstinación, por todo y por nada, mas no despertaba. Soñé que volaba, ¿huía por los cielos? ¿Me escondía en mis vuelos? ¿Qué buscaba? ¿A dónde iba? ¿Qué encontraba? ¿Sentía tocar la puerta celestial? No sabía, mas no despertaba. 127


“Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña.” Heráclito de Éfeso

Río

N

o, por ese río no corría agua, pero era un río, un enorme río turbulento y caudaloso, en el que como decía Heráclito nunca te bañas dos veces, porque siempre cambia, siempre fluye enjundioso. En ese río de Jaipur fluían seres vivos, hombres de diversos tamaños y edades, lampiños y barbados, con turbantes de todos los tipos, blancos, verdes y azulados. Nadaban en su cauce mujeres ataviadas de mil colores, mezclándose en sus sudores, con sus aromas y olores, musulmanas e hinduistas, bien cubiertas con sus velos, muy despiertas con sus señuelos, cargando altivas sus hijuelos. Niños y niñas corrían y brincaban, jugueteaban y cargaban, reían y lloraban. No, por ese río no corría agua, corrían Hjiras castrados con sus cabellos pintados y sus rostros afeminados. Corrían Brahma, Vishnu y Shiva, Hare Krishnas con sus cabellos rasurados, motocicletas públicas o privadas, bicicletas y carretas navegando. Corrían vacas, elefantes, perros, camellos, burros y caballos, caos, gritos, cornetas y comerciantes anunciando con micrófono sus mercancías, sin cansarse de sus ensayos, ni de sus angustias ni desmayos. Era un río de dos sentidos, unos iban otros venían, un río cuyo caudal acrecía en horas pico en que parecía que se desbordaba. Era un río ruidoso, de corrientes encontradas en el que motores, llantos, gritos, mugidos, ladridos, gruñidos y bocinas se mezclaban. No, por ese río no corría agua, corría vida, corría desorden enrumbado, tristeza y alegría, llanto, pobreza y algarabía, corrían las realidades, los sueños y las utopías, corrías tú, prisionera de ti misma, cautiva en ese río misterioso, turbulento y peligroso, corría yo, él, ella, nosotros todos, porque en ese río nos veíamos reflejados, porque en ese río corríamos y corremos el riesgo de ahogarnos, si no blandimos la antorcha de la Jyoti capaz de sepultar al más arraigado de los karmas, si no nos damos cuenta que por ese río o por cualquier otro de la vida, por apacible que parezca, no podemos sobrevivir sin armas. 128


“And a rain of flowers descended from the sky serene and flair, and a soft celestial music filled the fresh and fragrant air.” Valmiki, Ramayana

Delicadeza

C

omo la suavidad con la que un algodón cae al suelo ayudado por el tenue soplido de un calmoso viento amable, quisiera acariciarte. Como la dulzura del polen de una flor jugosa que imanta la atención laboriosa y cuidadosa de las abejas, quisiera abrazarte. Como la delicada tersura de la piel de un niño que apenas ha salido de la placenta materna y emitido sus primeros lloriqueos, quisiera besarte. Como la finura de los acordes de un Stradivarius, en las sensibles manos del virtuoso cuando ejecuta una sonata de Paganini, quisiera sentirte. Como la lisura de una llovizna de flores en un clima de primavera mediterránea en que los olivos y las parras sonríen dichosos, quisiera amarte. 129


“What though, I, too, have tasted the salt of my tears, Though I, too, have burnt in the fires of grief, Shall I cry aloud to unheeding ears? Mourn and be silent! nought brings relief. Though, Hafiz, art praised for the songs though hast wrought, But bearing a stained or an honored name, The lovers of wine shall make light of thy fameAll things are nought!.” Hafiz, Love at least exists

Sentidos

B

ailaba la tetera por el fuego de la estufa, bailaba la tetona por el calor de su alma, bailaba la tétrica noche bajo el titileo de las estrellas, mientras yo observaba con mis ojos danzantes. Se aquietaba la tranquila calma de la brisa, se dormía en estado mórbido la sonrisa, la dulce serenidad se arrullaba en silencio, 130


mientras yo escuchaba con mis oídos la ausencia. Se cobijaba de la nada la intemperie desierta, se cubría de nieve la montaña lejana, se vestía de pelaje la bestia ufana, mientras yo olfateaba el olor imperceptible. Bailaba la cadencia con la pétrea indiferencia, yacía inamovible la quietud sobrevolada por el ave, movimiento y sosiego se enamoraban, mientras yo tocaba el aire en su fino contoneo. Se arropaba la sinfonía de la oda maravillosa, fantasía en Presto-Allegro assai- Recitativo música, colores, sabores, texturas, aromas, mientras yo saboreaba el delicioso vino. Se arropaba la sinfonía de la oda maravillosa, Fantasía en Presto-Allegro assai- Recitativo Música, colores, sabores, texturas, aromas, Mientras yo saboreaba el delicioso vino.

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