Todo es soledad y locura: Cuentos Poemas y Reflexiones
Andrés Ramírez Silva Ilustraciones Carolina Castañeda
Todo es soledad y locura: Cuentos Poemas y Reflexiones
Andrés Ramírez Silva Ilustraciones Carolina Castañeda
Diseño editorial, portada e ilustraciones: Carolina Castañeda © Andrés Ramírez Silva, 2015. Textos, imágenes y diseño con licencia Creative Commons
Para Alejandra
Andrés, Carolina, Carlos Iván, Asael y Vania
Contenido Prólogo Introducción
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Cuentos
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1. Infeliz 2. Restaurante Thai 3. Santa 4. Domingo 5. Museo de cera 6. Moda 7. Partícula de dios 8. Soledad 9. Festín 10. Libertango 11. Imaginación 12. Turista 13. Médico forense 14. ¿Qué hacer? 15. Travesti 16. Paranoia 17. Confundido 18. Ángel 19. Amor ibérico 20. Velos 21. God bless America 22. Danza trágica 23. Arbolito 24. Esquela 25. Puerta de Alcalá 26. El Lobo 27. La mujer de los brazos largos 28. Honest guy 29. The mysterious driving force 30. All is loneliness
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31. Los niños 32. Dedos 33. Otro tiempo 34. ¡Agitase en su tumba Federico! 35. Lágrimas estacionales 36. ¿Qué formula? 37. ¿Para qué? 38. Vikingos 39. Nuevos tiempos 40. Erupción 41. Espejismo 42. Somos hijos 43. Vuelo de Europa a México 44. La rueda 45. No 46. Puedes 47. 19 de agosto
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Reflexiones
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48. 49. 50. 51.
155 159 163 169
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Poemas
Butes y Odiseo frente a las sirenas Tiresias doblemente castigado Aceptando la invitación de Borges Oda a la muerte
Prólogo E
ste es el tercer libro de Andrés Ramírez. Ahonda en el camino de los dos anteriores. Nuevamente, cuentos y poemas. Nuevamente, un caleidoscopio de personajes y escenarios: meseros, científicos, turistas, revolucionarios, traficantes, marineros, caníbales, arquitectos, querubines, héroes mitológicos; la ciudad de México, Iquitos, Roma, Gruyeres, Buenos Aires, Nueva York, Madrid, París: la vuelta al mundo en alrededor de150 páginas. Con la misma naturalidad y facilidad con la que Ramírez pasa de un sitio a otro, de una época a otra, de un personaje a otro, lo hace de una disciplina a otra. En sus relatos sorprende la riqueza del conocimiento que demuestra sobre los temas más diversos, ya sea científicos, históricos, musicales, geopolíticos, sociales… Por eso, es una grata sorpresa descubrir que en este tercer volumen se suma una nueva categoría a las ya habituales: Reflexiones. En ella, profundiza tanto en ámbitos científicos como mitológicos o filosóficos desde una perspectiva distinta a la que ofrecen sus cuentos y poemas. Cada una de estas perspectivas contribuye a crear el mundo particular de Andrés Ramírez, en el que se entrelazan el suspenso, la extrañeza, el clamor ante la injusticia, las paradojas, el realismo, las obsesiones, los giros inesperados, la curiosidad. Si la tierra en que vivimos es un lugar sorprendente, maravilloso, inagotable, la imaginación que vuelve a recorrerla y que, con este recorrido, construye un mundo literario, no lo es menos. He aquí un mundo nuevo, recién creado, a descubrir… Carlos Iván Ramírez Soriano
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Introducción Decía Saint-Exupery que si queremos un mundo de paz y justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor. No otra cosa ha motivado la escritura de los textos que aquí se presentan al lector. Se trata de una selección de cuentos, poesías y reflexiones sobre variados temas mayormente escritos del 2010 al 2015 cuando el suscrito vivía en Brasilia. Aunque la mayoría de los textos son cuentos, se incluyen además diecisiete poesías y cuatro reflexiones, una sobre una interesante idea de Borges la cual sostiene que el espacio es un incidente del tiempo, otra muy breve a modo de oda sobre la importancia de la muerte. Las otras dos refieren a temas mitológicos la primera sobre el adivino Tiresias y el otro sobre Ulises y Butes frente a las peligrosas Sirenas. De los treinta cuentos , cuatro son brevísimos, dos son cómicos, uno de los cuales escrito en inglés. El mayor numero de cuentos se podrían clasificar como fantásticos/oníricos en los que se recorren temas de lo más diversos desde la infelicidad existencial siguiendo la idea de Dostoievski quien en “las memorias del subsuelo” dice que incluso si nuestros deseos se cumpliesen seriamos infelices, pasando por la recreación de celebridades destinadas a una coexistencia inanimada en un museo de cera y por muertos que deambulan noctámbulos en las calles de Buenos Aires y un especialista en cadáveres que no se da por enterado de su muerte o se niega a reconocer su condición exánime. El itinerario del recorrido repasa también el recurrente tema de la manipulación del tiempo que hiciera tan famoso a HG Wells y prosigue con relatos de pesadillas entre mezcladas con realidades. Sin dejar de lado la ficción, también se incorporan narraciones totalmente apegadas a la vida real, ocho de ellas bastante verosímiles: un buen ejemplo es el “Restaurante Thai” en el que influido por el estilo de Murakami, se representa la idea del poeta Italiano Arturo Graf con arreglo a la cual tiene más conocimiento del mundo no el que más ha vivido sino el que más ha observado. 10
Me atrevo a agregar: “ y escuchado ” . Otros siete se refieren a historias poco probables, extrañas pero posibles. De nuevo, un relato de esta categoría, fue escrito en inglés. Ejemplo claro de esta categoría es “Festín”, que narra una situación macabra y rara pero posible en la locura del mundo o “Turista” en que se representa la perturbación mental congeniando con la idea del crítico literario Frederik Karl, quien señala que la persona que persigue a otra en realidad se busca a sí misma. La multiplicidad temática está también presente en las poesías, acaso más marcadas sea por los sucesos bélicos de estos tiempos cada vez más violentos o por los episodios sentimentales del suscrito. Confieso lo anterior sin recular de la idea según la cual, si bien algunos textos recogen en mayor o menor medida algún pasaje autobiográfico, la inmensa mayoría de lo que el lector tiene entre manos, ha brotado mucho mas de la imaginación del autor fundada en su experiencia indirecta sobre todo a través de observación y escucha o en lecturas varias, que en su vivencia directa propiamente dicha. Cualquiera que haya incursionado en el oficio de la escritura de ficción, sabe que lo anterior es practica bastante común, en todo caso lo que varia, es el peso especifico del componente autobiográfico respecto de aquel que se nutre de lecturas y dentro del autobiográfico el peso especifico de la experiencia directa en relación a la indirecta. Más allá del valor que a cada texto tenga a bien asignarle el lector, se mantiene la idea presente en publicaciones anteriores de incluir uno o más epígrafes al inicio del texto y una ilustración como si fuesen partes constitutivas del mismo texto. Todos estos escritos pueden encontrarse también como parte de mi obra completa en : wwwfabulasetmore.com Andres Alfonso Ramirez Silva
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Cuen tos
Infeliz
“¿Qué objeto tiene nuestra agitación? ¿Qué buscamos? ¿Qué deseamos? Ni nosotros mismos lo sabemos. Es más, si nuestros deseos se cumpliesen, no nos sentiríamos felices.” Dostoievski, Memorias del subsuelo
M
e quedé profundamente dormido. No sé si sería el tremendo cansancio acumulado de una semana infernal, propiciada por mi personalidad agresiva, pero me desvanecí de tal forma que debo haber parecido más un cadáver insepulto que un hombre dormido. Ni idea tengo de cuánto tiempo llevaría durmiendo, cuando en las cavidades de mi sueño me asusté por la descomunal fuerza de una tormenta que arreciaba incontenible como un torbellino motorizado, cuya potencia acrece en intervalos cada vez más breves. Soñaba que soñaba en la lluvia torrencial, pero mi percepción de esa tempestad se limitaba a escuchar un ruido trepidante, que registraba como un martilleo terco en el tejado de mi casa. 15
No debe haber pasado demasiado tiempo cuando esos caudales de agua que escupía el encolerizado cielo, horadaron el techo que me guarecía. Entonces, a la par del ruido estentóreo del golpeteo en el tejado, ocasionado por la hostil arremetida de la tormenta, percibí la caída de un chorro de agua en el piso justo al lado de mi cama. Ese es el último pasaje de mi sueño del que tengo conciencia. Después, sólo recuerdo que al despertar estaba ahogándome en el charco que se había formado al lado de mi cama, pero ¿cómo podía estarme ahogando en un charco de tan sólo 20 centímetros de hondo? El enigma quedó resuelto al percatarme de que me había convertido en un ¡vulgar y miserable insecto! Horrorizado, traté de aletear para levantar el vuelo y salir del terrible peligro, pero entonces desperté de aquella pesadilla, que no era más que el sueño primario que había envuelto al otro sueño. Al despertarme, ahora sí completamente, con gran estupor vi un charco al lado de mi cama y a un insecto diminuto en el agua, revoloteando para salvarse del ahogamiento. Me compadecí del insecto, como si se tratara de mí mismo, pero al rescatarlo del agua, me di cuenta de que inexplicablemente iniciaba el proceso de rescate de mi persona, que me condujo a la estabilidad emocional en que me encuentro ahora. He dejado en el pasado mis épocas de agresor compulsivo, pero ni aun así me siento feliz.
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“Tiene mejor conocimiento del mundo, no el que más ha vivido, sino el que más ha observado.” Arturo Graf
Restaurante Thai
E
l cliente de la mesa uno tritura la servilleta de papel nerviosamente con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda mientras come. En contraste, intercala elegante y armónicamente su deglución de bocados con su conversación, como cediéndole educadamente el turno a los pequeños trozos de comida que se lleva a la boca cada tanto y, así, permitirle a su interlocutor, que en este caso debe ser su esposa, expresarse serenamente. Ninguno de los dos habla con la boca llena, pareciera un muy bien sincronizado juego de vaivén, en el que uno conversa mientras el otro mastica discreta y suavemente, y viceversa. Invariablemente, me encontré con esa situación cada vez que los iba a atender a su mesa. 17
Ya que este trabajo de ser mesero no me gusta, al menos me entretengo observando a la clientela, de otro modo me aburriría hasta las náuseas. Eso de ser estudiante universitario lo obliga a uno a ganarse la vida de alguna manera. Esa pareja de la mesa uno debe ser neoyorkina, judíos cultos y sofisticados. Los escucho hablar de los conciertos de música clásica que se presentan en el Lincoln Center y de las exposiciones de arte moderno en las galerías de Soho. El alto calvo y narigón viste un elegante saco negro; ella, no fea, de estatura media, esbelta, rubia y pómulos salientes, está ataviada con un sobrio vestido gris oscuro de hermosa caída, y acicalada con un fino collar de oro con esmeraldas. Me toca atender las diez mesas de la parte de la terraza de un restaurante tailandés ubicado en el Upper East Side, aquí en Manhattan. El sitio está decorado con motivos tailandeses, sillas de madera de teka y cojines tradicionales thai. Penden del techo varios dragones voladores y en la paredes hay un buen número de tapices. Aunque el restaurante es caro, siempre está bastante concurrido y hay horas en que casi no me doy abasto. Hoy, sin embargo, sólo la mitad de las mesas que cubro están ocupadas, así que promete ser una noche relativamente relajada, y voy a poder observar mejor a mis clientes. En la mesa cuatro, come ovíparamente un individuo solo, ya me ha pedido cuatro cervezas Heineken y no parece saciarse, le he servido dos sopas tom kha gai de pollo con salsa de coco, que están muy bien servidas y son picantes, y también ha repetido con la orden de pad thai de tallarines salteados, igualmente de generosa ración. El tipo debe de hacer mucho ejercicio porque se mantiene bastante delgado. No mira a nadie, sólo se concentra en su alimento, como una fiera hambrienta devorando a su presa. Apenas alza la mirada, pide otro platillo y una cerveza más. A propósito lo observé cuando pasó frente a él una mujer de cuerpo monumental, y el tipo ni siquiera la miró de reojo. Debe tener unos cuarenta y cinco años, por su apariencia quizá sea un ingeniero japonés. En la mesa seis, hay una familia latina con tres niños, todos varones, el mayor no debe pasar de los doce años y el menor si acaso llegará a ocho. La mujer, rubicunda y mal encarada, no para de hablar en español; el marido, regordete y de mirada afable, en cambio, aprovecha para comer placenteramente, 18
mientras que su mujer, según logro entender, recita los chismes de la semana del lugar en que vive. Debe estar muy aburrida en su departamento, sin trabajar y sin tener con quién hablar, porque parece disfrutar más comiéndose a los vecinos del edificio donde vive que saboreando la deliciosa comida gourmet de este restaurante de primera clase. Uno de los niños, el mayor, come raudo sin parpadear. En lo radiante de sus ojos, se ve que disfruta la comida; mientras, sus hermanitos parecen estar muy entretenidos jugando con los alimentos, desplazándolos de un lado a otro del plato. Me da la impresión de que son hondureños, porque la única vez que escuché hablar al marido fue para elogiar el golpe de Estado que arrojó a Zelaya del poder. En la mesa ocho, una hermosa morena clara de larga cabellera negra y lacia y de unos treinta años, estuvo largo tiempo esperando a su acompañante, matando el tiempo bebiendo cocteles preparados a base de mango. Para cuando el hombre llegó, se había tomado tres. El tipo, cuarentón de mirada penetrante y de pocos amigos, la saludó con un beso en los labios, con aire de galán castigador, que, por supuesto, es un alarde un tanto ridículo si se toma en cuenta su notable fealdad, en acentuada discordancia con la belleza de la muchacha. Ella, que por cierto parece rumana (lo digo porque tuve una novia de Bucarest de su mismísimo tipo), lo mira con ojos de absoluta entrega, reforzándole la petulancia al que, supongo, es su novio. El tipo, notable por lo grande y robusto, ordena un whisky doble y pide para ella, sin consultarle, una piña colada preparada con ron y leche de coco. El hombre viste un saco verde olivo de marca Armani, zapatos italianos de charol y un prominente anillo de brillantes en el anular derecho. Tiene en una mano un Iphone y en la otra un Blackberry. Los usa alternativamente casi de manera ininterrumpida, sin mirar a su compañera. Su acento es inequívocamente ruso, aunque sólo lo escuché hablando inglés. Justo después de haber llegado el tipo de la mesa ocho, llegaron un par de individuos treintañeros a la mesa nueve. Uno de ellos, de aproximadamente seis pies de estatura y calvo, luce un fino saco negro de seda y el otro, más bajo, de abundante pero muy bien recortado cabello rizado, viste un traje sport azul cielo. Parecen ser los típicos yupis, metrosexuales, impecables en su vestir, en sus maneras y en su pulcritud. No son gays, lo sé porque cuando paso cerca de ellos no disimulan estar hablando de mujeres, y también me he dado cuenta de que aprovechan la displicencia 19
del tipo de al lado para con su novia por estar entretenido con sus celulares, para flirtear con la chica. Ella los mira con disimulo, pero los mira. Son apenas las nueve de la noche, así que, por ser jueves, debería llegar más gente. Nada nuevo parece registrarse en el comportamiento de mis clientes de todas las mesas descritas. De repente, me doy cuenta de que el tipo grande de la mesa ocho se levanta al baño y, un par de minutos después, el yupi de cabello rizado se dirige al baño también. Percibo que la mirada de la chica de la mesa ocho hacia el yupi calvo que queda en la mesa nueve se vuelve incisiva, hasta descarada. El yupi le guiña el ojo y ella le corresponde con provocativa sonrisa. Por estar distraído, desatendí la mesa seis, donde al parecer desde hacía rato demandaban mis servicios, y la mujer hondureña, ya furiosa por mi desatención, me hace una seña poco amigable que me obliga a alejarme del peligroso coqueteo de la mesa ocho y nueve para ir a ver qué se le ofrece. “¿Está usted de mesero o de fisgón?”, me espetó la mujer airadamente en un inglés bien articulado pero con marcado acento español. “Disculpe señora, ¿en qué la puedo servir?”, le respondí con humildad, tratando de minimizar las consecuencias de mi distracción. “Tráigame una coca cola light y a los niños otra limonada, y espero que ahora ponga más atención”. Rápidamente solicité las bebidas y se las llevé de inmediato, más por mi curiosidad de seguir la trama de las mesas ocho y nueve, que por quedar bien con la mujer de la mesa seis. Cuando volví a mi posición estratégica anterior, de donde diviso todas mis mesas, me di cuenta de que ni el tipo grande ni el yupi regresaban aún del baño. El otro yupi, el que se quedó en su mesa, me llama al mismo tiempo que el individuo de la mesa cuatro. Voy rápido hacia el yupi, quien me entrega un papelito para que se lo dé a la muchacha de la mesa ocho. Velozmente, le entrego el papel a la chica, y de inmediato me desplazo a la mesa cuatro. El tipo de la cuatro me pide otra cerveza, se la llevo a velocidad de vértigo y cuando regreso la muchacha le está dirigiendo una mirada coqueta al yupi tras haber leído la nota. Al minuto, regresa a su mesa el grandulón hablando en su Blackberry y un minuto más tarde también está de vuelta el yupi de pelo rizado. La pareja 20
de la mesa uno me llama para ordenar un postre y, mientras me dirijo a comunicar el pedido, veo que la chica de la ocho se dirige al baño y, tras ella, el yupi calvo que le había enviado la nota. Estoy intrigado y, a la vez, siento cierto nerviosismo porque se presagia algo terrible. El grandulón por fin deja de hablar por su celular, se zampa de un solo trago su whisky doble y, en ese momento, cae en cuenta de que su novia no está con él. Se hace el desatendido, pero es claro que comienza a preocuparse y a ponerse ansioso. Entonces me percato de que cerca de la mesa está tirado un papel en el piso, ¡es la nota! Camino disimuladamente en dirección a donde se encuentra el papelito y lo recojo como quien está recogiendo una simple basura del suelo. Con mucha discreción me dirijo hacia un cesto de papeles y aparento tirar la nota, pero no me deshago de ella. Tan pronto como logro colocarme en un lugar discreto, la leo con avidez. La nota dice: “Cuando regresen, aparentemos ir al baño también, primero tú, te sigo inmediatamente, y huimos. No te vas a arrepentir.” No pasan más de cinco minutos cuando el grandulón no resiste más y decide ir a buscar a la novia. No había visto bien al yupi, pero pudo darse cuenta de que el tipo se levantó justo después de su pareja. Decide ir primero al baño de los hombres para cerciorarse de si el yupi está allí. A los únicos que encuentra en el baño son al hombre delgado de la mesa cuatro y al judío de la mesa uno. En su mente descarta como sospechoso al tipo de la mesa cuatro por su aspecto oriental, pero sin más averiguaciones concluye que el judío es el yupi que se había parado de la mesa tras su novia. Según narró después el cliente de la mesa cuatro, dentro del baño el ruso le preguntó al judío en tono agresivo: “¿Dónde está Ana?”, a lo que éste, cuya esposa al parecer también se llama Ana, le respondió: “Dónde va a estar, pues esperándome, ¿tú quién eres?” Entonces, el grandulón sacó una pistola con sordina y lo mató de un balazo. El japonés, por suerte, logró salir del baño ileso mientras el ruso escapaba a toda velocidad del restaurante. Justo en la parte exterior del portón principal del restaurante, el yupi calvo fumaba un cigarrillo mientras esperaba a la muchacha salir del baño, y ve salir al ruso frenético. Tres minutos más tarde, la chica sale del baño sin inmutarse, se dirige al portón donde se encuentra con los dos yupis, pues para entonces el de pelo 21
rizado, temeroso de que a su amigo le hubiera pasado algo, ya se encontraba con él. La rumana, sin saber lo que había sucedido, se va campante del restaurante con ambos. En tanto allá dentro la otra Ana, la ahora viuda de la mesa uno, llora incontenible la muerte de su esposo. A los diez minutos llega la policía, yo narro los hechos con lujo de detalle, a excepción de lo sucedido dentro del baño, cuyos pormenores son muy bien descritos por el japonés, aún asombrosamente sobrio, mientras la mujer de la mesa seis se ofrece como voluntaria para hacer un retrato hablado del ruso. Esa noche no me dieron ninguna propina, pero es sin duda la más memorable de cuantas pasé en el restaurante thai.
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“Somos seres muertos desde el momento de nacer.” Dostoievski, Memorias del subsuelo
Santa
A
llá por la sierra norte de Puebla, Nicolasa, que de allí mismo era, tuvo muchos pretendientes. Su belleza y simpatía los atraía, realmente los enloquecía, pero a todos, vivos y pendejos, feos y horrorosos, chaparros y enanos, tranquilos y antipáticos, pobres y paupérrimos, no tan ignorantes y analfabetos, varoniles y afeminados, absolutamente a todos, los rechazaba. Cuando llegó a los veintidós años, se propagó el rumor en el pueblo de que esperaba a un rico, a uno de ciudad. El cura la confesó, el médico la examinó, la bruja la exorcizó, su padre la amenazó, su madre la chantajeó y su hermano la ridiculizó, pero de nada sirvió. Quiso huir, se lo impidieron; optó por el silencio y la hostigaron; quiso convertirse en monja y la vilipendiaron, ni en la iglesia la 23
apoyaron. Su vida era un infierno, sus días un suplicio, sus noches un tormento. En la escuela, el director y los profesores la acosaban, en la calle la agredían, en la casa la maltrataban. Un buen día domingo dio la sorpresa: se fugó en la madrugada. Al clarear el día, al canto de los primeros gallos y al ladrido de los perros más madrugadores, ya estaba demasiado lejos, al parecer, pues no pudieron darle alcance. No faltaba nadie en el poblado, ni un burro, ni una mula, ni un caballo. No faltaba ni camioneta, ni carro, ni bicicleta. ¿Cómo y con quién se había ido? Para llegar al sitio donde pasaba el autobús, había que viajar por un camino de terracería en mal estado; en camioneta o caballo, cuando menos durante un par de horas, en mula o burro, unas tres horas y media, caminando ni se diga, el tramo tomaba más de siete horas a paso firme. Eso no parecía posible. La buscaron por todas partes, en la escuela y en la iglesia, en la cantina y en los establos, en el billar y en la farmacia, en la panadería y en las cinco tienditas, donde las putas y donde las monjas, pero no, no aparecía, en la comunidad de plano no estaba. Pasaron dos, tres, cuatro días; algunos la lloraron, otros se confesaron, pero de ella no se supo nada. Los pocos viajeros que al poblado venían, decían no saber nada, nadie la había visto. Así que, justo a la semana, se le dio por muerta, y el cura celebró una misa en la que todo el pueblo estaba presente: no faltaba ni un solo pretendiente, ni el más aseado ni el más maloliente. El cacique ya había dado su discurso, en el que señaló que era una pena que la flor más bella se hubiera marchitado por más que se la hubiera regado. El padre inspirado sermoneaba, decía que había sido del pueblo la más amada, la más respetada, que era una santa; entonces, todos empezaron a gritar, desaforados: “¡¡Santa, santa, santa, santa!!” “¡Mañana mismo se envía la solicitud al obispo, nuestro pueblo tendrá su primera santa, que Dios nos ampare!”, dijo el cura emocionado, con los ojos humedecidos. La tristeza se convirtió en alegría, en gran algarabía: empezó a circular el aguardiente, la cerveza y el pulque, las lágrimas desaparecieron y el bailongo comenzó para celebrar con gran júbilo el advenimiento de la nueva santa. Estaba el jolgorio en su apogeo: muchos se caían de borrachos, los pretendientes se peleaban entre ellos, diputándose el mérito 24
de haber sido el preferido de la santa; la familia, por su parte, alegaba que debía de ser tomada muy en cuenta, sobre todo en lo que surgiera de utilidades por el concepto de santa. “Quiero recordarles -dijo de repente el cura-, que para que nos acepten a Nicolasa como candidata, primero a beata y después a santa, debemos demostrar que hizo milagros.” No había terminado de hacer su comentario el cura, cuando unos de los borrachos empezaron a gritar, eufóricos: “¡¡Milagro, milagro!!” Justo en ese momento, sorpresivamente, hizo acto de aparición Nicolasa, envuelta en una sábana, demacrada y muy delgada, totalmente cubierta de tierra y ojerosa. Se dirigió hacia sus padres con pasos lentos, dando la impresión de que en cualquier momento desfallecería. Tras los gritos de asombro y espanto de los aldeanos, sobrevino un silencio sepulcral, en perfecta armonía con el aspecto casi cadavérico de Nicolasa, quien, al borde del desmayo, dijo con voz trémula: “Es verdad, es un milagro que aún esté viva para decirles que ya no aguantaba más el martirio de todos, sólo porque no aceptaba a ningún pretendiente. No me fui del pueblo, me escondí en el único lugar donde sabía que no me iban a buscar: el cementerio. Me medio enterré toda una semana, y sólo fui visitada por un par de perros, a quienes agradezco su compañía y silencio cómplice. Pensaba que ya no me iba a levantar, pero decidí venir a decirles que no acepté a ningún pretendiente porque me gustan las mujeres.” Tras esas palabras se desvaneció, dio un último suspiro y ya no se volvió a parar. Entonces alguien grito con fuerza: “¡¡Resucitó de entre los muertos para confesarnos su sufrimiento, es una santa, ya tenemos el milagro, es una santa!!” Nadie hizo eco de esas palabras; incluso el sol se cubrió de vergüenza y cedió su lugar a la noche. Una noche más fría, más oscura y silenciosa que de costumbre…
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“An eye for an eye only makes the whole world blind” M.Gandhi
Domingo
U
nos niños negros jugaban futbol en las playas de Copacabana con tal habilidad y alarde técnico que un grupo de turistas holandeses decidió tomarse una caipiriña en un bar cercano a la playa, motivados más por verlos jugar que por saborear la deliciosa bebida. Deben haber sido las siete de la noche, el oleaje rítmico parecía acompañar las acrobáticas jugadas de los garotos mientras la brisa se contentaba con refrescar generosamente el ambiente de lo que había sido un muy caluroso día. Uno de los muchachos portaba con orgullo una camiseta verde-amarelha con el nombre de Ronaldinho en la espalda, mientras que otros tenían raídas y deslavadas camisetas del Botafogo. 27
Todo eso nos lo narraba Pedro, mi primo, desde Río de Janeiro por Skype. Efectivo medio de comunicación, con el que un grupo de tres muy cercanos amigos conversábamos desde distintas ciudades. Entonces Juan, amigo nuestro desde la secundaria, intervino para contarnos que desde su apartamento, situado frente a la plaza del agradable barrio de Usaquén en Bogotá, podía observar cómo un narrador de cuentos mantenía embelesado a un nutrido grupo de paseantes dominicales, haciendo gala de una facilidad increíble para contar y actuar las historias, con lo que aseguraba el absoluto hechizo de cuantos lo escuchaban y observaban, en una no nublada tarde Bogotana. Algunos lo miraban desde lejos, mientras disfrutaban un helado, otros preferían descansar sentados en las bancas de la pequeña plaza al tiempo que sus niños jugaban a corretearse los unos a los otros. Yo, por mi parte, les conté que en ese momento brillaba intensamente el sol en la plaza principal del barrio colonial de Coyoacán, en la Ciudad de México, como anunciando la pronta llegada de la primavera. Además, les comentaba que, desde donde estaba sentado conversando con ellos por medio de mi Blackberry, podía ver a varias parejas de aficionados ajedrecistas jugar muy concentrados, observados por un numeroso grupo de curiosos, mientras que cerca de la catedral, ubicada a unos treinta metros de donde estaban los jugadores de ajedrez, un grupo de músicos tocaba música experimental, y atrapaba la mirada enajenada de una treintena de jóvenes de ambos sexos. En eso estábamos cuando Juan nos pidió silencio porque le había parecido oír algo grave en la televisión, en la que estaban dando un noticiario internacional. Entonces, escuchó que unos niños habían perdido una pierna por haber pisado una mina antipersonal en el Arauca Colombiano; después, que en las favelas de Río se había incrementado la ola de crímenes perpetrados por las llamadas milicias; y, finalmente, que las matanzas de mujeres en Ciudad Juárez, México, se habían acrecentado más que nunca. “Ah, no es nada -dijo Juan-, creí que era algo serio; continuemos nuestra conversación.” Con lo cual, seguimos hablando muy a gusto de las atracciones dominicales en Usaquén, Copacabana y Coyoacán.
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“No piense mal de mí, señorita, mi interés por usted es puramente sexual.” Groucho Marx.
Museo de cera
C
uando el museo de cera estaba cerrado al público, los personajes cobraban vida y conversaban entre ellos. Cansados de estar en quietud y taciturnidad absoluta durante las horas hábiles, en que cientos de paseantes los visitaban diariamente, por la noche cobraban vida y recreaban su personalidad. Una de las noches, Marylin Monroe, sin duda la mayor atracción del museo, atrevidamente escotada se dirigió a Groucho Marx y le preguntó: “¿Por qué está tan sigiloso?” “Porque es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”, respondió el gran cómico, con tono de seriedad. 29
Entonces, Marylin le preguntó a Woody Allen, que estaba sentado justo al lado con mirada de congoja: “¿Y usted, por qué parece estar sufriendo?” “Porque la única manera de ser feliz es que te guste sufrir.” Le contestó, angustiado, el afamado cineasta y músico de Manhattan. Ante las desconcertantes respuestas de sus famosos vecinos, la rubia, icono del siglo XX, decidió darse una vuelta por otras salas del museo, hasta que se topó con Oscar Wilde, quien se encontraba hablando solo. “¿Usted por qué habla solo?”, inquirió el símbolo sexual femenino. “Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ninguna palabra de lo que digo”, contestó el escritor irlandés y continuó su monólogo. Contrariada, la famosa actriz y modelo continuó su caminata. En su trayecto pasó cerca de Orson Welles, Charles Chaplin y Louis Armstrong, pero decidió ignorarlos. Al poco tiempo se encontró a Pamela Anderson, con quien compartía el honor de haber sido conejita de Playboy. Anderson, quien estaba recostada en un sofá de piel beige, luciendo un diminuto bikini, le dijo al verla: “Hola, estoy aburrida, siento que aquí entre los vecinos del museo nadie me mira, ¿no sientes tú lo mismo?” “Cuando vivía –respondió Monroe– supe que pertenecí al público y al mundo, pero no porque tuviera talento o belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nada ni a nadie, así que ahora no me asombro.” Respondió con aire melancólico, quien en vida fuera poderoso imán de las miradas masculinas. Pamela la miro fijamente y le espetó: “No es la contaminación lo que está dañando el ambiente, son las impurezas que hay en nuestro aire y en nuestra agua, los que lo están haciendo.” Ante semejante comentario estólido, Monroe se convenció de que en definitiva no estaba a la altura de los comentarios agudos de Groucho, Woody y Oscar, pero tampoco se sentía tan mostrenca como para congeniar con la Anderson, por lo que prefirió regresar a su sitio para aguardar el amanecer de un nuevo día, en el que la mayoría de los visitantes la admirarían en su hermoso vestido blanco más que a ninguna de las otras estatuas de cera.
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“Nada tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado.” O. Wilde. “En el sueño se revela el problema vital de un individuo en forma simbólica.” Alfred Adler
Moda
Q
ué envidia ver a esos gordos esplendidos lucir sus grasientas panzas. Por más que como carbohidratos, azucares, grasas, carnes rojas y de cerdo, nada me hace engordar a esos niveles. Esta moda de la gordura me tiene muy acomplejado, no puedo ni imaginar lo que estarán sufriendo los pobres flacos y flacas de aspecto deprimente. En un año más llegaremos al fin de siglo, ya tenemos una década de haber entrado en esta moda, producto de los adelantos de la medicina moderna, que ha logrado conciliar el buen comer de proteínas animales y grasas con la salud física. 31
Recuerdo aún lo que me contaba mi abuelo: en sus tiempos a la pobre gente se le esclavizaba comiendo verduras como vacas todo el día y le estaba prohibido comer postres y carnes porque les subía el colesterol y los triglicéridos a niveles alarmantes, al grado de que mucha gente moría de enfermedades cardiacas. La gente se veía sometida a dietas de adelgazamiento mortales. He leído que muchas mujeres jóvenes se sacrificaban tanto por adelgazar que no comían, incluso muchas se enfermaban y morían. A esas pobres las llamaban anoréxicas, a otras les decían bulímicas porque vomitaban deliberadamente lo que comían con tal de no engordar, ¡qué tragedia! Mi abuelita me contaba que casi todas las revistas de mujeres hablaban de dietas para adelgazar. La gente estaba obsesionada, sufría mucho. Cuando comían algún postre delicioso o alguna comida sabrosa, se sentían muy mal psicológicamente, como si hubiesen cometido un pecado grave, y después trataban a toda costa de bajar de peso con intensos ejercicios. ¡¡Qué horror!! Me contaba, además, que había una discriminación contra la gente gorda; apenas se puede creer. Para nosotros, en el año 2099, un gordo es sinónimo de belleza, prosperidad y salud. Tuve recientemente la oportunidad de ver a unas bellísimas chicas, de alrededor de veinte años, lucir sus trajes de baño en el desfile internacional de modas que se organiza todos los años aquí, en Caracas. La que menos pesaba, rebasaba los ochenta kilos, y todas hacían alarde de sus redondeces y lindísimas caderas enormes. Entre el público había unas pobres escuálidas, que admiraban con tremenda envidia a las modelos cuando mostraban sus adiposidades. Dentro de las bellezas que desfilaban para el deleite de la nutrida concurrencia, había una jovencita pingüedinosa con protuberancias de tal magnificencia que arrancó la ovación del público. Justo estaba en ese momento de éxtasis de mi sueño, cuando sonó el despertador. Me paré de inmediato: se me hacía tarde para ir al trabajo. Y me preparé un café sin azúcar, al recordar que justo hoy empezaba mi dieta porque tenía dos kilos de más.
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“Le he pedido a mi partícula de Dios que me mantenga vivo un poco más.” Peter Higgs
Partícula de Dios
P
or haberlos tenido durante el ejercicio de ese oficio tan antiguo como la propiedad privada, Amélie no sabía quiénes eran los padres de sus tres hijos. Por más que se había cuidado durante los diez años en que se dedicó a ejercer su profesión, no pudo impedir tres embarazos indeseados. Había desarrollado su impúdica actividad en clubes nocturnos de lujo para caballeros adinerados, en distintas capitales europeas lo suficientemente cosmopolitas como para ser frecuentadas por acaudalados clientes de las más diversas nacionalidades, así que ni siquiera tenía claridad sobre el origen del progenitor de sus hijos. Amélie se había casado muy joven con un profesor de primaria francés, con quien había vivido únicamente un par de años en Lyon. El marido la había dejado en la ruina cuando murió prematuramente en un accidente automovilístico, por lo que Amélie, a
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sus escasos veintidós años, sin preparación alguna, huérfana de padre, hija única y con una madre con quien siempre tuvo una mala relación y a la que prefirió no recurrir, optó por quedarse en Lyon, donde lamentablemente sólo encontró trabajo como mesera en pequeñas fondas con salarios muy bajos y fue objeto de continuas propuestas indecorosas. Después de un año, una amiga suya la conectó con un pariente dueño de un club nocturno en Marsella, donde se inició en el negocio del alquiler temporal del cuerpo. Amélie era muy solicitada en los clubes nocturnos por su natural simpatía y belleza, de manera que trabajo no le faltaba y sus ingresos eran bastante buenos; sin embargo, cada vez que daba a luz a un hijo lo abandonaba en un buen orfanatorio. Era para ella una decisión muy dura, pero la había tomado con determinación; quizá por vergüenza hacia sus propios hijos o por no sentirse capaz de cuidar bien de ellos ante su diaria ausencia nocturna y la necesidad de dormir durante las mañanas, o por ambas cosas. Bien hubiera podido haberse esterilizado o amarrado las trompas, pero había renunciado a ello en parte por ignorancia, en parte por la esperanza de casarse de nuevo, dada su juventud, y poder tener más hijos, cosa que jamás ocurrió. También pudo haberlos abortado, pero su religión no se lo permitía, así que los paría, se deshacía de ellos y no los volvía a ver. Cuando finalmente reunió suficientes ahorros, se retiró de su rentable oficio y decidió mudarse a Gruyeres, de donde era originaria. En esa pequeña ciudad turística suiza, puso un modesto pero muy bien ubicado restaurante de fondue. Después de una brega inicial de unos cinco años en que sus ganancias eran reducidas, el negocio se fue consolidando y ampliando, de modo tras veinte años, cuando Amélie ya tenía cincuenta y tres años, el restaurante era muy próspero y contaba con una clientela numerosa. Amélie siempre tuvo curiosidad por el paradero de sus hijos, pero, la verdad, no había hecho gran cosa para averiguarlo. Sólo se había enterado de que los dos primeros habían sido adoptados por familias de clase media holandesa e italiana, respectivamente, y que la menor, su única hija, fue adoptada casi recién nacida por una acomodada pareja georgiana. Después, no supo más. Tal situación la inquietaba sobremanera, vivía con un remordimiento de conciencia permanente que a menudo no la dejaba dormir. 34
Sabía que el mayor, a quien había dejado en Marsella, debía tener unos treinta años, pero no tenía la más remota idea de dónde o cómo vivía, ni menos aún de qué hacía. Lejos estaba de saber que era un brillante zoólogo en Bélgica, donde se encontraba realizando una investigación sobre las características anatómicas del elefante asiático, y en la que había descubierto que tanto sus patas traseras como delanteras eran capaces de desempeñar tanto funciones de frenado como de tracción, a diferencia de los otros mamíferos, lo que le permitía desplazarse a gran velocidad. Tenía claro que su segundo hijo ya debería de haber cumplido los veintiocho años, que lo había dejado en un orfanato en Roma, pero ajena estaba de saber que era un destacado investigador astrofísico, y menos aún que vivía en Nyon, Suiza, muy cerca de Gruyeres, donde ella radicaba. Sabía que su única hija era la menor, que debía rondar los veinte años, pero no sospechaba que era la protagonista de la terrible noticia que acababa de ver en la televisión, donde la muchacha había sido la viuda negra que, como bomba suicida, había matado a ocho personas en Daguestán, en venganza por la muerte de su marido, un militante separatista checheno. Una noche en que Amélie se sentía un poco mal, había decidido irse más temprano del restaurante, pero justo en el momento en que se retiraba escuchó a un joven cliente discutir apasionadamente con sus amigos comensales sobre la “partícula de Dios”. Amélie había sido toda su vida una fiel calvinista, pero ahora, quizá por su remordimiento derivado del desapego hacia sus propios hijos, las dudas la estaban atormentando. Decidió quedarse un rato a escuchar a ese joven que hablaba en perfecto italiano, con un claro dejo romano que ella reconocía muy bien, por haber morado tres años en Roma. El muchacho argumentaba que la hazaña científica que se acababa de llevar a cabo en el CERN en la frontera franco-suiza, donde él trabajaba, no tenía parangón en la historia de la ciencia, pues se había logrado regresar 13.7 billones de años en el tiempo para situarse en un universo naciente, de un décimo de billonésimo de segundo de edad, justo después del momento de la explosión del big bang que dio origen al universo, por lo que ahora los físicos estarían en condiciones de buscar a la “partícula de Dios”. “Estoy emocionado -dijo el joven-, ser ayudante de investigador del CERN, en este momento histórico, es lo más maravilloso que le 35
puede pasar a un físico. Estoy seguro de que si mis padres existieran estarían muy orgullosos de mí.” Amélie, quien no entendía ni un ápice de física, concluyó que la “partícula de Dios” no era más que el milagro divino que le estaba permitiendo encontrar a uno de sus hijos. Estaba segura de ello, eran demasiadas las coincidencias: le calculaba más o menos la edad de su segundo hijo, al que había abandonado en Roma y había sido adoptado por una familia italiana. Además, el muchacho había mencionado desconocer a sus padres y, para colmo, lo veía muy parecido a ella. Entonces Amélie, con lágrimas en los ojos de emoción, se presentó ante el joven y le dijo: “Ya encontraste la partícula de Dios, ¡yo soy tu madre y estoy muy orgullosa de ti!” Tras lo cual el investigador, entre contrariado y emocionado, abrazó efusiva y cariñosamente a su presunta madre, ante la mirada atónita de sus amigos.
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“La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.” F. Nietzsche
Soledad
A
brió la puerta de su casa. “Buenas noches”, dijo al entrar. Pasó por la sala, saludó cortésmente sin detener su paso presuroso hacia su recámara, en donde amable preguntó: “¿Cómo pasaste el día?” Sin recibir respuesta, puso un cd de Tom Waits. Después, se metió al baño en donde dialogó consigo mismo en voz alta sobre las diferencias de Platón con Homero. Cuando salió de allí, convencido más del poeta que del filósofo, se asomó a su terraza y, dirigiendo la mirada al lejano cielo, le suplicó a los dioses del Olimpo que intervinieran para resolverle su soledad. 37
“Quieren salirse fuera de sí y escapar del hombre. Locura es: en lugar de transformarse en ángeles, transformarse en bestias, en lugar de levantarse, rebajarse.” Michael de Montaigne
Festín “¿Por qué estás tan demacrado?”, le preguntó con tono de preocupación Peter a su primo hermano Alfred, tras veinte años de no verlo. “Durante el largo tiempo en que no nos hemos visto -respondió Alfred- demasiada geografía, historia y psicología he tenido que cargar sobre mis espaldas. Tú, en cambio, debes haber llevado una vida cómoda: luces erguido y lozano.” “No te creas, mi vida ha sido muy dura -contestó Peter-, pero de la geografía he aprendido, de mi propia historia y de la de otros me he nutrido y con la psicología me he forjado, así que nada de eso he cargado, más bien, mucho he asimilado, tal vez eso me haya ayudado. Como tú, nací llorando por haber llegado a este teatro de locos, como decía Shakespeare; no tuve una vida brillante, pero nunca quise escaparme fuera de mí.” 39
“Entiendo muy bien tu mensaje -reaccionó Alfred-, disculpa por haberte dicho que debes haber llevado una vida cómoda, pero yo ni tuve una vida brillante ni traté de escapar de nada, sólo que las circunstancias de mi vida me han golpeado.” “¿Qué te pasó exactamente, Alfred? ¡Explícate!”, exigió intrigado Peter. “No sé si recuerdas que la última vez que nos vimos estaba saliendo con Karen, una chica de unos veinticinco años. Yo me acababa de divorciar de mi primera esposa, con quien estuve casado quince años, pero tan pronto como conocí a Karen sucumbí ante sus encantos; era lindísima, veinte años menor que yo…”, comenzó su relato Alfred. “Sí, claro, cómo no recordarlo si sólo hablabas de ella.” comentó Peter, un poco sarcástico. “Pues acabamos casándonos al poco tiempo. Durante los primeros cinco años de matrimonio todo parecía ir de maravilla, me sentí muy feliz durante ese tiempo. Me ascendieron a gerente en la compañía en que trabajaba, tuvimos una linda bebé y Karen parecía una mujer realizada. Se tituló de arquitecta, y apenas la niña estuvo un poco más grandecita la metimos a la guardería, para que Karen comenzara a trabajar en un bufete de arquitectos. Llegaba a la casa temprano. A las siete de la noche, cuando yo llegaba, la cena ya estaba servida y podía jugar con la niña, siempre cariñosa y graciosa. Nuestra vida sexual parecía mejorar con los años y el nivel de madurez que alcanzó nuestra relación originaba comentarios de encomio por parte de familiares y amigos.” “Entonces empecé a viajar mucho al extranjero. Fui a Bangkok varias veces, y allí me enredé con una tailandesa encantadora; tanto que quería casarse conmigo. Yo ya estaba entusiasmándome, pero quería mucho a Karen y a mi hija, así que no mordí ese anzuelo. Mis ausencias prolongadas y reiteradas fueron lentamente tejiendo pensamientos en Karen. Ella nunca me celó, ni me hacía reproches, se portaba como si nada ocurriera, pero yo percibía que las cosas estaban cambiando, probablemente, en parte, debido a que yo mismo experimentaba cambios.” “¿En qué notaste que ella cambiaba?”, preguntó curioso Peter. “Bueno, empecé a sentir que era menos cariñosa, aunque el sexo parecía más intenso. Después, ella también empezó a viajar a Barcelona, supuestamente porque allá está la vanguardia de la arquitectura contemporánea. Algunas veces, me atravesaban ráfagas de pensamientos atormentándome con la terrible idea de que Karen podía tener un amante; pero ahora que sé la verdad, 40
preferiría que ese hubiera sido el caso.” “¡Cómo! ¿Qué paso?”, inquirió Peter. “No sé si deba decírtelo”, respondió Alfred. “¿Cómo dices? –cuestionó Peter-. Siempre nos hemos tenido una gran confianza, tú bien sabes que con nadie compartías secretos más que conmigo. Sí, es verdad que desde que me fui a Los Ángeles no nos habíamos visto, pero sigo siendo el mismo, sigo abrigando los mismos sentimientos de gran cariño de hermano hacia ti. Ya regresé para siempre a Dublín, puedes contar conmigo plenamente: cuéntame para poder ayudarte. Yo ya tengo setenta años, lo que me quede de vida se centrará en apoyar a la gente que más quiero, y tú, sin ninguna duda, estás entre ellos; lo sabes perfectamente. Más bien, me sorprende que durante todo este tiempo no me hubieras escrito para contarme.” “En realidad, hace muy poco tiempo que me enteré de la situación”, aclaró Alfred. “Bueno, entonces cuéntame, te ayudaré en todo lo que pueda”, insistió Peter. “No, no es eso; en realidad, nadie me puede ayudar. Ahora tengo que decidir si la denuncio ante la policía”, explicó Alfred con voz que denotaba angustia. “Cuéntame de una vez, estás demasiado apesadumbrado, quizá te pueda ayudar a tomar la decisión y acompañarte a la policía de ser necesario, pero dime ¿de qué se trata?” “¿Recuerdas que cuando me hablaste por teléfono a la oficina te insistí en que nos viéramos en este restaurante?”, preguntó Alfred. “Claro, también recuerdo que se me hizo extraño, porque este restaurante está muy lejos de tu casa y de tu oficina”, comentó Peter. “Lo que pasa es que desde hace tres días que estoy huyendo de ella. Me escapé de mi casa y el personal de seguridad de mi oficina me acompaña al hotel en el que estoy viviendo temporalmente; me preocupa la niña”, contó Alfred con voz entrecortada. “¿Cómo? No entiendo nada”, dijo Peter, contrariado. “¿Pero por qué huyes de ella?”, inquirió con fuerza Peter. “Tengo un colega joven en mi oficina que es un hacker –comenzó a narrar Alfred, ya más convencido de revelar su secreto–, como yo siempre lo he apoyado se ha hecho mi amigo. Ahora que mis celos me estaban atormentando, le pedí que me ayudara a abrir el correo electrónico de Karen. Cuando comencé a leer su correspondencia, no lo podía creer. Descubrí que Karen ingresó a una secta antropofágica hace tres años.” “¡Pero qué dices, no puede ser!”, interrumpió Peter incrédulo. “La secta se reúne clan41
destinamente cada mes -prosiguió Alfred-, ella ha borrado casi toda la correspondencia que se refiere a las actividades de la secta, pero, supongo que por descuido, entre tanto mensaje en el que se mezclan cosas de trabajo, familia y amistades, no borró dos mensajes claves. Uno, en el que explica cómo ingresó a la secta y los rituales macabros que efectúan, y otro, muy reciente, en el que intercambia correspondencia con el líder de la secta ¡anunciando el plan para comerme a mí!” “¿Cuándo?”, preguntó Peter. “Hoy”, respondió Alfred con voz trémula. “Eso es verdad”, comentó, sorpresivamente, Peter, al tiempo que tres individuos sometían a Alfred para llevárselo al auto donde lo trasladarían al lugar del festín carnívoro.
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“El sueño fue -o me pareció en retrospectiva- una larga y complicada historia policiaca en que yo mismo me veía envuelto.” T.W. Adorno
Libertango
T
erminé de contarle mi sueño. No solía recordarlos ni, menos aún, contárselos a nadie, pero esa mañana había amanecido sobresaltado tras despertarme de una angustiante pesadilla, en la que había sido perseguido por la policía política mexicana. Todo el día había estado pensando en ello, así que cuando cené con Laura, una vieja amiga, en un restaurante de la Recoleta en Buenos Aires, no pude evitar contarle aquella historia que persistía en mi mente. Le expliqué que me había sucedido algo parecido al filósofo Adorno, quien narra un sueño suyo de 1942 en el que se veía envuelto en una historia policiaca, y del cual despierta 43
horrorizado por sentirse culpable. Estaba tan ensimismado en mi monólogo egoísta que ni siquiera puedo asegurar si a Laura le había agradado mi charla. Al concluir mi relato, sólo alcanzó a decirme que me tranquilizara, que era un sueño y nada más. Cuando salimos del lugar ya eran las dos de la mañana, así que Laura ofreció llevarme en su carro a mi casa, ubicada muy cerca de donde estábamos, pero no acepté, bajo la excusa de que prefería caminar para hacer un poco de ejercicio antes de irme a dormir. Seguí con la mirada su auto hasta que desapareció de mi vista. Entonces, resolví sentarme un rato en la banqueta, calentado más por las calorías transferidas por el abundante vino ingerido durante la cena que por la gentileza del clima a esas horas tardías del otoño bonaerense. Levanté la mirada y, en ese instante, vi a un extraño trio salir del cementerio de la Recoleta, ubicado justo enfrente de mí. Estaba compuesto por un hombre, una mujer y otra persona, cuyo sexo me resultaba difícil distinguir a la distancia. No sé por qué, pero opté por seguirlos. Doblaron por la calle Vicente López, abrazados en todo momento, perfectamente erguidos, sin encorvarse, sin mirar a los lados y sin aumentar ni aminorar el firme paso de su caminata, como si marcharan al vertiginoso ritmo del Libertango de Piazzola. Como pude, logré acercarme a ellos sin que se percataran de mi existencia, y me situé a sólo cinco metros de distancia. La mujer, que vestía una falda larga, tenía una espalda ancha de nadadora olímpica y unas piernas gruesas y musculosas que podrían ser la envidia de cualquier futbolista profesional. Sus fuertes brazos parecían de competidor de lucha grecorromana, y su estilo al andar parecía muy varonil; tanto, que dudé si en realidad se trataba de una mujer. El hombre a su lado tenía, en cambio, una figura esbelta con redondeces femeninas que asomaban intermitentemente. El tipo vestía un atuendo extraño: pantalones bombachos, una capa gigantesca y un sombrero panamá. Calzaba unas botas militares enormes, que se dejaban apreciar gracias a la bien iluminada calle. En contraste con la mujer, su caminar no era varonil. Al cruzar la avenida de Santa fe de repente dieron una vuelta de ciento ochenta grados, de manera que quedaron frente a mí, y empezaron a caminar lentamente en mi dirección, como al ritmo del Oblivion del mismo Piazolla. Me dio miedo y crucé la calle cuando estaban a escasos dos metros míos. Cuando los tuve de frente, tan cerca, pude constatar que, en efecto, el hombre caminaba como mujer y la mujer como hom44
bre. El cuerpo del varón era más bien femenino y el de la dama parecía bastante masculino. La verdad, no entiendo muy bien por qué le atribuía el sexo femenino a la persona hombruna y el masculino a la afeminada, pero así lo pensaba. La tercera persona era idéntica a quien me había perseguido en el sueño de la noche anterior y, al igual que en ese sueño, me era imposible reconocer su sexo. Parte de su cuerpo, para más exactitud de la cintura para arriba, parecía de mujer. Tenía una cintura muy estrecha y unos pechos prominentes, mientras que a partir de la cintura para abajo parecía el cuerpo de un hombre tosco; su rostro, inolvidable desde mi pesadilla, era también el de un tipo rudo y de notable fealdad. Era como la personificación de la bisexualidad corporal. Como si se tratara de una centauro, pero con la parte inferior no de caballo sino de hombre y la superior de mujer. Era muy extraño pero, más que su ambivalente apariencia física, me aterró el hecho de que era el mismo personaje que me había perseguido en mi sueño, como si se hubiera escapado del cementerio y de mi sueño para continuar persiguiéndome. Por si fuera poco, mi pánico se intensificó todavía más al cobrar conciencia de que ahora parecía ser yo quien lo perseguía. ¿Era un extraño personaje del cementerio que resucitaba por las madrugadas? ¿Era más bien un personaje de mi sueño, que había huido del mismo para continuar enloqueciéndome? O ¿era un personaje del sueño que yo me empecinaba en resucitar en mi imaginación? ¿Era en realidad un continuum onírico del que aún no despertaba? El alto contenido de alcohol en mi sangre ostensiblemente contribuía a mi confusión. Tras caminar unos veinte metros, el trio decidió virar otra vez ciento ochenta grados, así que otra vez caminaban en la dirección original, y pronto me rebasaron por la acera de enfrente, al retomar su paso de Libertango, veloz y firme. Esta vez, dejé que se alejaran unos veinte metros y, sin cruzar la calle, me mantuve a esa distancia mientras continuaba siguiéndolos. Llegaron a la avenida Corrientes, donde voltearon a la izquierda hasta llegar a la plaza de la República. Ahí, danzaron tango alrededor del obelisco de manera silenciosa, alternándose entre los tres hasta las cinco de la mañana, bajo mi mirada persistente desde la esquina de enfrente, donde me mantuve parado como hipnotizado. Después, reanudaron su caminata por la avenida 9 de julio hasta llegar a la avenida Alvear. Allí, se enrumbaron en dirección al ce45
menterio de la Recoleta, adonde entraron de nueva cuenta. Los seguí al interior del camposanto. Cada uno entró a un mausoleo diferente y yo, sin saber por qué, entré al mausoleo del personaje ambivalente, aquel policía que me había perseguido en mi sueño. Al verlo le dije, ya casi sobrio: “Soy culpable, vengo a entregarme.” Entonces, el extraño personaje me miró con lástima, me cedió su lugar, tomó un viejo y empolvado violín de su sombría guarida y, sin decir palabra, salió tranquilamente de su tumba, tocando con maestría el instrumento mientras yo me acomodaba en mi nueva alcoba.
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“E de te amar assim muito e amiude, E que um dia em teu corpo de repente Hei de morrer de amar mais do que pude.” Vinicius de Moraes, Soneto de amor total “Se entró de tarde en el río, La saco muerta el doctor; Dicen que murió de frío, Yo sé que murió de amor.” José Martí, La niña de Guatemala
Imaginación
W
anda no podía acostumbrarse a los ruidos de su nuevo apartamento. Sonidos inesperados, crujidos, rechinidos de puertas abriéndose y cerrándose, silbidos del viento, objetos cayendo y diversos ruidos exteriores, que creía interiores, la mantenían tensa todas las noches. De por sí era nerviosa y, a sus treinta años, se había acostumbrado a vivir acompañada, pero la 47
reciente ruptura, al parecer definitiva, con Gabriel, su ex marido, la había condenado a la soledad, muy a pesar suyo pues aún lo amaba intensamente. Bullas lejanas, que creía cercanas, la despertaron una noche y no pudo volver a conciliar el sueño. Pensaba lo peor: fantasmas regodeándose y burlándose de ella, aterrándola y torturándola, muertos resucitados, violadores, asesinos, secuestradores que merodeaban en las paredes, en el subsuelo, en los techos, en los intersticios de su apartamento, prontos a atacarla en cualquier momento, dispuestos a irrumpir súbita y violentamente en su habitación. Prisionera de esa angustia estaba cuando, alrededor de las tres de la mañana, oyó claramente que tocaban la puerta de su apartamento, en intervalos cada vez más frecuentes y con mayor fuerza. Aunque hasta ese momento su pánico le impedía distinguir entre la realidad y su imaginación, la persistencia del golpeteo era tal que le hizo recobrar la objetividad; tomó plena consciencia de ello cuando se cercioró de que había dejado de escuchar la otra multiplicidad de ruidos. Concluyó, entonces, que los mismos sólo habían estado en su cabeza, mientras que ahora percibía un ruido, un único y terrible ruido: aquel del terco golpeteo en la puerta en estado de pureza. Fue entonces cuando se aterró verdaderamente, al percatarse de que su percepción sensorial era absolutamente real, en modo alguno imaginaria. Esta vez, no tenía duda: el fuerte traqueteo sobre la puerta, que oía con toda nitidez, no encerraba la mínima fantasía. Antes de que tocaran la puerta, su horror había sido intermitente, mitigado por ráfagas de pensamientos optimistas emanadas del hecho inequívoco de que, invariablemente, los supuestos ruidos que escuchaba por la noche habían sido siempre inocuos y nunca habían dejado indicios, huellas o trazos, por insignificantes que fueran, cuando se levantaba por la mañana. Su miedo, hasta ese momento, oscilaba entre el terror propulsado por su imaginación y la calma determinada por atisbos momentáneos de racionalidad que le aconsejaban que todo era mera fantasía. Ahora, en cambio, estaba claro: no había lugar para la alucinación, alguien estaba tocando la puerta en la madrugada, con fuerza aterradora. Ante el obstinado y violento golpeteo de la puerta no había lugar para invenciones. En esta ocasión, no 48
podía haber confusión, su elucubración se limitaba a una danza de ideas sobre quién podría estar tocando su puerta a esa hora, y con qué propósito. No tenía la más remota idea sobre lo que estaba aconteciendo, pero su paranoia habitual le imposibilitaba visualizar algún escenario que no la estremeciera de pánico. La pregunta que se hacía entonces era ¿qué hacer? ¿Debía abrir la puerta? ¿Debía preguntar quién era? O ¿era mejor no dar señales de vida y esperar pacientemente a que la persona, quien quiera que esta fuera, terminara por cansarse e irse? Optó entonces por esperar a que la persona, ¿una o varias?, se fuera o se fueran, pero los golpeteos, más y más intensos, no cesaban, incluso después de una hora. Decidió entonces preguntar. Se acercó a la puerta temerosa, y con voz deliberadamente enérgica preguntó: “¿Quién es?”, a lo que una voz tranquila respondió: “Soy yo, mi amor, ábreme, perdóname.” No había duda, era Gabriel, y el tono de su voz denotaba esa modulación tierna y sincera de los momentos más álgidos de su romance. Entonces, henchida de esperanza y amor, inmediatamente abrió la puerta, pero, al hacerlo, sorprendida encontró que no había absolutamente nadie. No tuvo tiempo de pensar en nada porque instantáneamente sufrió un paro cardiaco del cual no pudo recuperase, como pudo detectarlo primero que nadie el perro madrugador del vecino, que olfateó el cuerpo aún caliente antes del canto de los primeros gallos.
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“¿Mi inclinación a la muerte es también inclinación a matar a los otros? No puedo matarlos, por lo menos no a todos. Pero puedo suprimir a todos: si yo me suprimo, ya, para mí, no existirán.” Antonio Di Benedetto, Los suicidas “La persona que anda tras otra lo que en realidad busca en ella es una parte de sí misma, para al encontrarla descubrir lo que ella misma es.” Frederick R. Karl
Turista
U
n nutrido grupo de turistas de diversas nacionalidades miraba extasiado la Fontana de Trevi, cuando una niña de unos diez años, ataviada con un bonito vestido bordado con vivos colores, alejada aproximadamente diez metros del grupo y parada al lado de un montón de basura, les gritó, en inglés, con un cerillo en la mano: “¿Ven este montón de basura? Le voy a prender.” Ante la mirada estupefacta del grupo de turistas, la niña se inmoló, consumiéndose en las llamas sin que nadie hiciera nada para salvarla. Aparentemente la niña estaba sola porque nadie del grupo la reclamó. Noriko, una de las turistas, había alcanzado a filmar la terrible escena desde el momento en que la niña se había dirigido al grupo. 51
Poco más tarde, al llegar a su cuarto de hotel Noriko conectó su cámara de video a la televisión y observó el suceso en cámara lenta. No podía creer lo que veía: tuvo la impresión de que la niña era muy parecida a ella misma cuando tenía su edad. Recordó, entonces, que guardaba en su maleta una foto suya de su niñez, y la buscó de inmediato con ansiedad extrema. Al encontrarla, casi se desmayó al constatar que ¡la imagen del video de la niña inmolada y la de su foto infantil eran idénticas! Además, observó horrorizada, ¡llevaba puesto el mismo vestido bordado de colores vivos que vestía la niña calcinada! Se atormentó pensando incoherencias sin encontrar una sola explicación lógica a lo que estaba experimentando. Ante su incapacidad por descifrar el terrorífico enigma, salió corriendo espantada con su cámara hacia la Fontana de Trevi, queriendo encontrar la explicación en el lugar de la horripilante tragedia. Al llegar al sitio, aún era de día, la hermosura primaveral impregnaba el ambiente de un aire alegre, contrastando irónicamente con la escena espeluznante que había acaecido allí mismo un par de horas antes. En los rostros de la multitud de turistas sólo se dibujaban gestos y muecas de felicidad, los pajarillos revoloteaban, las flores resplandecían y las notas musicales de O sole mio, en la vigorosa voz de Pavarotti, acentuaban el intenso ambiente festivo. Contrariada, al no encontrar el mínimo indicio del trágico, y aún fresco, incidente, Noriko preguntó a un policía sobre el desenlace posterior al infausto suceso, a lo que el tipo le respondió, extrañado, que no había ocurrido absolutamente nada, que él había estado vigilando el lugar las ultimas veinte horas y todo había estado tranquilo. Cabizbaja, confundida y con mirada fúnebre, Noriko deambuló por las calles romanas hasta que en la Piazza del Popolo volvió a encontrarse a la misma niña. Esta vez, a punto de ser decapitada en un acto de ejecución pública como los que solían llevarse a cabo en esa plaza en los siglos XVIII y XIX. En esta ocasión decidió no filmar la escena o quedarse en un estado meramente contemplativo: corrió hacia la tarima donde el verdugo se disponía a ejecutar a la niña y logró abrazarla en el momento de la ejecución, fundiéndose con ella, de manera que su cabeza rodó junto con la de la muchachita. Sin embargo, la decapitación, al menos la de Noriko, nunca tuvo lugar, a juzgar por el hecho de que ella aún vive: recluida en un hospital psiquiátrico de Tokio, desde hace un año.
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“¿A cuántas personas debemos mezclar para detener esta historia sin sentido? Todos estamos en el corredor de la muerte. Hasta que ya no podamos respirar.” Kim Ki-duk
Médico Forense
L
uis era un médico forense muy especial. Tenía la costumbre de mirar sus fotos de vez en cuando, pero no tanto para recordar las escenas de su pasado, sino para recrearlas y manipularlas. ¿Para qué recordar, entristeciéndose por amores pasados, o por éxitos evaporados? No, si veía sus fotos lo hacía para resucitar los personajes y escenas, recrearlos en su imaginación y dotarlos de la vida nueva que le impregnaban sus sueños diurnos y nocturnos durante una semana. Era como si después de repasar sus fotos penetrara en una tierra mágica con dimensiones sui generis, en la que se convertía en el demiurgo, en el creador de un devenir fascinante, hasta que la rutina de su trabajo, en 53
la que examinaba cadáveres, y su escatológica vida cotidiana, terminaban por absorberlo dentro de su vorágine inexorable. Su devaneo, sin embargo, lo sustraía durante días esplendentes de esa vida anodina de difuntos. Había adquirido el hábito de ver sus fotos más o menos cada dos meses. La historia que enseguida construía era siempre diferente; eso era parte del aliciente, porque lo que menos quería era tejer en su imaginación tramas repetitivas, en consonancia con el tedio mortuorio de su propia vida. Concomitantemente, los protagonistas de sus historias imaginarias solían cambiar, se daba el caso de que en varias de las historias Luis no apareciera: se mantenía al margen como un titiritero moviendo sus títeres escondido detrás del proscenio. Era como un escritor de novelas cuya única fuente de inspiración manara de sus abundantes fotos, acumuladas a lo largo de muchos años. Lo más original de su práctica creativa era que no escribía sus historias, era un escritor sin pluma ni papel, sin teclado y sin monitor, sus personajes y ambientes flotaban en la atmósfera de su imaginación sin jamás aterrizar. Si bien el punto de partida de sus personajes siempre era real, conforme despegaba en su delirio creativo a menudo mutaban, experimentaban cambios no sólo de apariencia física sino de personalidad. Después de una semana de fantasía, a Luis le esperaban casi dos meses de soso e insulso tedio examinando signos no vitales en cuerpos inanimados. Pero tenía que darle descanso a su vida imaginaria, no podía despegarse demasiado del entorno, so riesgo de enloquecer por completo y acabar por disociarse radical y definitivamente del mundo real. Aunque disfrutaba enormemente su vida durante la semana de viaje a los sueños mágicos en que danzaban rítmicamente los personajes de sus fotos, tenía miedo de rebasar ciertos umbrales. Se ponía límites estrictos y los respetaba religiosamente. En una ocasión, mientras Luis revisaba sus fotos, ocurrió que ¡encontró una foto de él mismo en que aparecía muerto! Angustiado, se hizo para sí muchas preguntas: ¿de dónde había salido esa foto? Nunca la había visto, ¿quién la había tomado? ¿Cuándo? ¿Quién la había colocado allí? ¿Estaba en realidad muerto en la foto? ¿Pero cómo podía estar exánime en la foto? ¡Eso era humana y científicamente imposible! La observó una y otra vez, y 54
entre más la observaba, más se convencía de que efectivamente ese rostro era suyo, y de que ese rostro suyo era el de un hombre occiso. Demacrado, empalidecido, de un color casi cenizo, como jamás lo había tenido. Sin embargo, aseguraba con el criterio de médico forense, una foto no se podía someter a exámenes físico químicos para diagnosticar si se trataba de un interfecto. La única hipótesis válida que pensó fue que alguien le había querido jugar una broma pesada y había colocado esa foto suya, que no era más que un fotomontaje. A pesar de todo, esa noche fue incapaz de conciliar el sueño. Al día siguiente se fue más temprano que de costumbre al laboratorio. Al llegar, le pidió a uno de sus ayudantes que le tomara los signos vitales. Su temperatura corporal era de ¡34 grados! Su corazón no latía, su aliento había cesado. Tenía, además, una clara lividez cadavérica, con manchas rojas en las partes declives de su cuerpo. En la córnea tenía una marcada opacidad, que generalmente aparece doce horas post-mortem, y una depresión de sus globos oculares. En el aspecto químico mostraba una marcada rigidez cadavérica. Entonces, el ayudante le dijo resignado: “Doctor, está usted perfectamente muerto.” Luis no tuvo la cortesía de responder, no se sabe si estaba sumergido en un último sueño creando alguna historia, inspirada en la foto suya en que aparece extinto…
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“El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción.” Octavio Paz, La llama doble
¿Qué hacer?
L
a historia que a continuación narro tiene como proscenio algún país sudamericano de los ochenta. Es ficticia, pero muy real; cualquier parecido con la realidad es excesiva coincidencia. Harta estaba Juanita de tanto escuchar los conciertos para piano de Beethoven, no porque le disgustaran, más bien le fascinaban, pero, además de rezar, escuchaba al genio alemán todo el día y no tenía acceso a nada más, en ese encierro en el que vivía en casa de sus tíos ya por más de tres años, desde que habían muerto sus padres en un accidente automovilístico y se había casado su única hermana, cinco años mayor que ella. 57
Juanita, esbelta, bonita y alta, parecía ser una católica ferviente, sin embargo, no se había convertido en monja de claustro pues no tenía la vocación requerida. Iba al templo todas las mañanas y cumplía las que ella llamaba sus obligaciones religiosas, tras lo cual volvía a su encierro habitual. Tenía ya dieciséis años y no la habían dejado ir a la secundaria, por más que le suplicaba a sus tíos. No olvidaba lo mucho que le había agradado asistir a la escuela primaria a la que la llevaba su madre mientras estuvo viva. Desde muy pequeña, por influencia de su padre, había adquirido el hábito de la lectura, pero los libros que había en su casa se los había llevado su hermana y en casa de sus tíos no parecía haber mucho amor por la literatura. Corrían las postrimerías de la década de los ochenta, así que no había internet con el que pudiera informarse y entretenerse. Pensó en escapar pero no tenía ni dinero ni adónde ir. Pronto se dio cuenta de que su deseo de ir todos los días a la iglesia respondía más a sus ganas de salir de la casa, que a su supuesta vocación religiosa. Fue justamente una de esas salidas cotidianas la que habría de cambiarle el rumbo de su vida por completo. Un día, al salir de la iglesia, pasó al lado de Juanita una chica poco mayor que ella, corriendo a toda velocidad en dirección a la universidad. En su carrera vertiginosa, se le cayó un libro, Juanita le gritó para que lo recogiera pero entre el barullo del tránsito y su marcha veloz no alcanzó a oír nada. Entonces, Juanita, situada a unos cinco metros del libro, lo recogió y sin ver siquiera el título corrió tras la muchacha, pero no pudo darle alcance. Al retornar a su casa, intrigada se encerró en su cuarto para hojear el libro. Era un libro delgado intitulado ¿Qué hacer? de V.I. Lenin, autor enteramente desconocido para ella. Lo hojeó con avidez. El libro estaba todo subrayado, con múltiples comentarios en los márgenes. Entre sus páginas encontró una breve carta manuscrita que decía: “Mi amorcito: Te dejo temporalmente. Me persiguen. Estaré escondido. Sabrás de mí. Estaré a salvo. No tenía más remedio. Te amo más que nunca. Habla con El Chepo y El Carteras. La revolución se acerca, nada ni nadie podrá detenerla. Tu amante y camarada El Topo.”
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Entre otras páginas del libro, se encerraba otra carta que Juanita leyó con la misma curiosidad. Ésta decía:
“Preciosa Alma: Ya no soporto un día más estar sin ti. El Topo es un impostor, te traiciona con otra, y traiciona los principios de nuestra organización. Huyó con el dinero, seguro te va a decir que se fue a la clandestinidad por la lucha pero todo eso es una farsa, se fue con la Juana. Te amo como nadie, El Chepo.”
Por último, encontró dentro del libro un pequeño papel con un número de teléfono anotado sin especificar a quién pertenecía. ¿Qué hacer? era el nombre del libro, y ¿qué hacer? era la pregunta que se hacía Juanita. Una y otra vez le dio vueltas al asunto hasta ordenar bien sus ideas y diseñar un plan. Antes que nada, leería el libro, después, buscaría a Alma. Para ello, llamaría al número de teléfono, a fin de averiguar su paradero, preguntándole a quien quiera que contestara cómo localizarla. Se dedicó, pues, todo el día a leer el libro. Entendió poco de los detalles, pero le quedó claro que el autor estaba sentando las bases para la construcción de un partido político obrero revolucionario en la Rusia de principios del siglo XX, que fuera capaz de derrocar al zarismo a través de una revolución social. De allí, comprendió mejor el contenido de las cartas que hablaban de revolución y lucha. Se decidió entonces a marcar el número telefónico. No obstante, antes de llamar fue inundada por un torbellino de ideas, de dudas, de preguntas y respuestas que ella misma se hacía a tropel. Parecía como si repentinamente la piel de su mano se hubiera convertido en plomo, impidiéndole marcar el número. El peso enorme de las múltiples interrogantes que habían manado de su cabeza la hacía hesitar, estaba confundida. Era su gran oportunidad para conocer a gente de su edad. Desde que se mudó a casa de sus tíos no veía a sus pocas amistades, las había perdido. Así y todo, dudaba: ¿qué gente era esa? ¿Revolucionarios? ¿Comunistas? ¿Ladrones? ¿Traidores? ¿Qué necesidad tenía de complicarse la vida? Por otro lado, parecía que eran muchachos estudiosos, rebeldes, interesantes, inquietos como ella. Sin embargo, qué maraña era esa, ¿el tal Topo amaba o no amaba a Alma? ¿De veras era perse59
guido y por eso se había ido a esconder? Si se escondía, ¿se estaría escondiendo por persecución política o por algún otro delito? ¿Habría robado dinero a sus propios compañeros? O ¿era acaso una acusación falsa del Chepo para sembrar la desconfianza de Alma en El Topo y ganar su amor? ¿Sería verdad que El Topo se había ido con una tal Juana? Para su desgracia se llamaba igual que ella, ¿no podría eso meterla en un problema gratis? ¿Por qué El Topo le había pedido a Alma que hablara con El Chepo y un tal Carteras? ¿Denotaba eso que El Topo era honesto?, o ¿al menos que confiaba en El Chepo y El carteras? Por otro lado, percibía que la confianza del Topo en El Chepo no era correspondida, porque claramente El Chepo no sólo no confiaba en El topo sino le hacía terribles acusaciones. A pesar de atormentarse con tantas preguntas predominaba en Juanita la idea de poder salir del marasmo que la sepultaba en el abismo de una soledad terrible. Total, más valía arriesgarse, a fin de cuentas ¿qué podría pasarle? Si al llamar intuía algún peligro siempre podía alejarse. Pero ¿si la engañaban? ¿Tendría opciones de huida? ¿Debía contarle a sus tíos? Si lo hacía, pensaba que seguramente le prohibirían llamar y acabaría presa nuevamente en su inercia habitual que la colocaría en la inmovilidad más deprimente. Quizá el factor más importante que inclinó a Juanita a arriesgarse a marcar el número fue el deseo. Juanita nunca había experimentado las caricias de un muchacho, no había besado a un chico en la boca, no había jamás unido su cuerpo, no digamos desnudo, al cuerpo de un hombre. Se derretía por un deseo inmenso de amar. Pensó que marcar ese número la situaba en el umbral del amor. Su fuego interno empezó a crecer, a expandirse por su cuerpo como la lava incandescente que brota del cráter de un volcán en erupción. De modo que a partir de ese instante dejó de pensar. Desde ese momento, fue guiada por el instinto, por la libido, por la forma embrionaria de un brote de amor sexual, como si un furor uterino la hubiera poseído. Tomó el teléfono y marcó. -¿Quién es? -respondió una voz masculina, joven. -Soy Juana, ¿tú eres El Chepo? -preguntó Juanita. -No, soy El Carteras, ¿buscas al Chepo? 60
-No, en realidad busco a Alma, ¿me puedes dar su número de teléfono, por favor? El Carteras le dio entonces a Juanita el número telefónico de Alma. Mientras Juanita telefoneaba a Alma, El Carteras le marcó al Chepo. “¿Quién crees que me llamó?”, le preguntó El Carteras al Chepo. “¿Quién, El Topo?” “No, la tal Juana, para pedirme el teléfono de Alma.” “Ahora sí, se armó la bronca. Yo ya le había informado a Alma que la tal Juana andaba con El Topo”, comentó El Chepo. -Bueno. -Sí, deseo hablar con Alma. -Ella misma habla, ¿quién la busca? -preguntó Alma, ante la llamada telefónica de Juanita. -Lo que sucede es que no me conoces, me llamo Juana y te llamo para darte un libro tuyo que se te cayó hoy por la mañana en la calle y que yo recogí. -Espera un momento -pidió Alma. Alma buscó entonces el libro en el morral donde lo había guardado y, efectivamente, pudo constatar que no estaba. -¿Dónde nos podríamos ver? -Afuera de la iglesia por la que pasaste corriendo esta mañana, cerca de la universidad, me queda bien a mí. -¿Nos podríamos ver allí en una hora? -Sí, está bien. Juanita pidió permiso a sus tíos y se dirigió a la iglesia. Mientras tanto, Alma telefoneó al Chepo: “¿Sabes quién me llamó por teléfono?” “La Juana”, respondió con mucha seguridad El Chepo. -¿Cómo sabes? -Yo todo lo sé -respondió ufano El Chepo. -Ahora la voy a ver frente a la iglesia cercana a la universidad. Tiene mi libro y la carta que me enviaste, así que ya sabe que yo estoy enterada de que ella anda con El Topo, ese maldito traidor mío y de la organización. ¿Cómo es la hija de su madre ésa? -preguntó Alma. -Es bajita y más joven que tú. -Te hablo más tarde- dijo Alma y colgó el auricular. Al llegar Alma al templo, encontró sentada a una jovencita bajita. Sin preguntarle nada, le asestó un par de violentas bofetadas. La joven reaccionó furibunda: sacó un cuchillo que guardaba en su bolsa y se lo enterró en el corazón a Alma, quien se precipitó al 61
suelo ipso facto. La joven, incrédula de su propio y terrible acto, se quedó un momento contemplando a Alma, que se retorcía en el piso de dolor, moribunda. En eso, llegó Juanita con el libro. Al ver la sanguinolenta escena, sin saber quién era la chica herida de muerte, corrió a la esquina para llamar una ambulancia de un teléfono público; mientras tanto, la joven agresora se dio a la fuga. En lo que venía la ambulancia, Juanita le sacó el puñal a Alma. Cuando hacía eso, llegó El Chepo, quien al ver a Juanita desenterrar la filosa arma del cuerpo de Alma, la señaló como culpable ante un par de policías que se aproximaban al lugar del incidente. La Cruz Roja llegó, y mientras los paramédicos subían a Alma a la ambulancia, los policías esposaban a Juanita y se la llevaban en la patrulla. Alma no alcanzó a llegar al hospital, se desangró en el camino. Juanita no sólo fue injustamente acusada del crimen sino también de participar en actividades subversivas, por traer consigo el libro de Lenin. Sin embargo, los testimonios oculares posteriores, las declaraciones de sus tíos y los propios interrogatorios a los que Juanita fue sometida demostraron su absoluta inocencia. Fue liberada tras diez días de encierro en el correccional de menores. El Carteras se dio cuenta de las intrigas y calumnias del Chepo, cuyo falso testimonio fue motivo de su eventual detención. La tal Juana, con quien supuestamente había huido El Topo, quien por cierto era el líder principal del grupo, nunca existió: todo había sido un invento del Chepo. La joven asesina jamás fue encontrada. Se perdió entre la jungla urbana. Mientras tanto, El Topo salió a la superficie tras un mes de desaparición voluntaria. Como se supo más tarde, el artífice de su inmersión en la clandestinidad había sido el propio Chepo, quien, tras manipularlo previamente, le pidió al Carteras que le avisara al Topo que la policía política lo estaba persiguiendo; una vez más, todo había sido un invento del Chepo. Juanita, una vez libre, volvió a entrar en contacto telefónico con El Carteras para entregarle las cartas que había encontrado en el libro ¿Qué hacer? A pesar de la mala experiencia que había sufrido, sentía que su “misión” no había concluido. Por alguna razón 62
que ni ella misma comprendía, deseaba ayudar a la organización y sabía que las cartas podrían ser un instrumento útil. En efecto, esas cartas fueron un elemento informativo clave en la siguiente reunión clandestina de la organización, en la que se decidió por unanimidad expulsar definitivamente al Chepo de sus filas. Se le acusó de traidor y de haber robado los fondos de la organización. Cuando Juanita se encontró con El Carteras para entregarle las cartas, El Topo estaba con él. Éste último recordó la carta que él mismo había escrito y leyó la infame carta del Chepo. La lectura de ambas cartas le originó un mar de lágrimas, imbuidas de una mezcla de profunda tristeza y de intensa rabia. Al levantar la mirada, aún humedecida por sus lágrimas “mixtas”, se encontró con la mirada compasiva y tierna de Juanita. El cruce de ambas miradas los flechó. La magia del amor a primera vista los había hechizado. Como si El Carteras no estuviera allí, El Topo, como por instinto divino, besó en la boca con ternura a Juanita, quien experimentó por primera vez una sensación extraordinaria, sublime, sintiéndose trasladada al ensueño más exquisito e inefable. Así, como encantada, Juanita regresó a su casa sin que se le borrase la indeleble huella de ese beso mágico. Caminó leve y extasiada, como si estuviese deslizándose en una alfombra de seda, su cuerpo y alma convertidas en una masa armónica constituida por zonas erógenas carnales y espirituales, alucinando en el trinar de los pájaros del romántico crepúsculo las bellísimas notas del concierto Emperador de Beethoven. El Topo, en su contrariedad, no la siguió y la perdió de vista. Juanita, tras mucho pensarlo, se decidió a contactar al Topo un par de días más tarde, para decirle que se quería unir a la organización; más por reencontrarse con El Topo que por estar convencida de la organización. Sin embargo, El Carteras, sumergido en absoluta desconfianza y temor, la rechazó. El Chepo no había salido de la organización sin infringir daño a sus ex camaradas: los había delatado ante sus superiores de la policía política, para quienes trabajaba a sueldo. El Topo, esta vez justificadamente, tuvo que internarse en el subsuelo de la clandestinidad durante una temporada corta antes de fugarse del país. El Carteras fue encarcelado y torturado, pero no dio nombres. Juanita nunca se enteró de nada y vivió enamorada platónica63
mente del Topo, a quien no volvió a ver. Consiguió un empleo para vivir modestamente y mudarse a un apartamento. Siguió escuchando a Beethoven, pero ya no le atrajo la literatura política. Sólo leía novelas, de todo género. No se interesó por nadie, aunque no dejó de tener pretendientes. Quizá por el agobio de su soledad, acabó casándose con un tipo de buen ver, pero anodino e ignorante, con quien se aburría más que cuando había estado soltera. La compañía no le había quitado la soledad, se la ahondó. Habían transcurrido quince largos años desde que había dejado a sus tíos cuando, en una de las recurrentes ocasiones en que frecuentaba un café cercano a su trabajo, vio pasar por la calle a un hombre barbado, en quien reconoció al Topo. De un sorbo se bebió el café, salió a la calle sin pagar y le gritó al tipo, pero éste no le hizo caso alguno. Lo alcanzó y le tocó el hombro, pero cuando el tipo volteó a verla Juanita se dio cuenta de que no era él. Escenas como aquélla se hicieron recurrentes a lo largo del resto de su vida. El Topo nunca emergió de las profundidades de su desaparición a la superficie de la tierra, al menos, no a la tierra de ella. El Topo, que Juanita alucinó en reiteradas ocasiones, no era más que una figura fantasmagórica que imaginó una y otra vez. No era más que una invención subliminal .
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“Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte, que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! Sino solo agonía. En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente, porque el amor y el sueño son solo agonía.” Luis Cardoza y Aragon, Soledad frag.)
Travesti
C
armen fue bautizada como Carmelo. El bebé con abundante cabello negro lacio no anunciaba en sus primeros meses su ulterior gusto por lo femenino, pero ya a los diez años le gustaba usar las faldas de su hermana mayor. A los doce, se pintaba las uñas a escondidas y a los trece le quedó claro a la familia entera, y a todos en la zona, que le atraían los hombres y le encantaba vestirse de mujer. De modo que ya a esa edad todo mundo lo conocía como Carmen. Ella, o él, como quiera que se prefiera llamarle, tenía nacionalidad peruana. Sus padres, oriundos de Chiclayo, por falta de trabajo 65
emigraron hacia Santa Rosa, aldea ubicada en la triple frontera amazónica entre Perú, Brasil y Colombia, en la que corrían en abundancia tanto los reales brasileños, como los pesos colombianos y los soles peruanos. Sin embargo, la familia de Carmen no abandonaba el círculo vicioso de la pobreza. El aislamiento absoluto de la triple frontera y la militarización del lado colombiano, habían originado un fuerte desplazamiento del cultivo de coca hacia el territorio peruano donde, muy cerca del vértice en que confluían esos tres países, se expandieron los campos de coca, y en las proximidades se establecieron múltiples plantas de procesamiento de cocaína. De tal suerte, el narcotráfico se desarrolló en la zona vertiginosamente y, como consecuencia de ello, florecieron negocios tanto lícitos como ilícitos, con lo que el dinero circulaba a granel. A sus quince, Carmen lucía como una linda chica: acinturada, las piernas esbeltas y bien torneadas, espalda angosta y nalgas levantadas. Además, no demoró en inyectarse silicones en los pechos, ayudada por El Calero, un narco colombiano que la había llevado en avión a Bogotá con ese exclusivo propósito. De suerte que con la figura que emergió tras la operación, resultaba imposible adivinar su sexo masculino debajo de su atuendo femenil y sensuales formas corporales de jovencita, en consonancia plena con sus finas facciones, que le configuraban un rostro sumamente agraciado. Para fortuna de Carmen, El Calero pudo cobrarse poco el “favor”, porque tan pronto como regresó a la triple frontera cayó en un ajuste de cuentas con El Jaibo, un poderoso narco peruano. Muerto El Calero, rápidamente comenzaron a lloverle a Carmen jóvenes pretendientes peruanos, brasileños y colombianos; sin embargo, la chica había quedado locamente enamorada de Robert, un nigeriano de veinte años que había llegado a Tabatinga recientemente huyendo de feroz persecución por motivos religiosos, tras larguísimo viaje desde su tierra natal. Carmen se había interesado por el idioma inglés, por lo que aprovechó para practicar con el nigeriano esa lengua, cuyas nociones básicas estaba aprendiendo en la secundaria. Aunque vivía en Santa Rosa, Carmen había logrado que la admitieran en un colegio de Tabatinga, el poblado fronterizo del lado brasileño, por lo que cruzaba la frontera todos los días, e invariablemente se encontraba con Robert después de sus clases. 66
Celosos, tres de sus pretendientes, uno peruano, otro colombiano y el último brasileño, se pusieron de acuerdo para golpear al nigeriano, y así apartarlo de la codiciada Carmen, so pretexto de que Robert no era de la región y, por tanto, no tenía ningún derecho para seducir a las chicas de la zona fronteriza. Sin embargo, gracias a su corpulencia y habilidad con los puños, Robert pudo derrotar contundentemente a los tres cobardes muchachos, les propinó una nutrida golpiza a pesar de que el trio fronterizo se encontraba armado con cuchillos y palos. Mientras tanto, El Jaibo, que ya se había deshecho del Calero, buscaba afanosamente la manera de hacerse de Carmen. Al igual que su homólogo colombiano, en realidad El Jaibo, pretendía a la chica para introducirla en las redes de trata con fines de explotación sexual. Para ello, El Jaibo se valió de un maestro de la secundaria, cliente suyo de años, cuya tarea, dada su cercanía con los alumnos, consistía en encaminar tanto a muchachos como muchachas para enrolarlos dentro del voraz circuito de trata, a cambio de cien reales por víctima. Para “obtener” a la apetecida Carmen, sin embargo, El Jaibo ofrecía doscientos reales. Así las cosas, el maestro pidió hablar con Carmen al término de la clase. Le ofreció un empleo bien remunerado como modelo de ropa femenina en Sao Paulo, con todos los gastos de traslado e instalación incluidos, lo que a Carmen, claramente necesitada de dinero y con sueños de llegar a ser una famosa actriz de cine algún día, le pareció una gran noticia, que no podía darse el lujo de rechazar. Sin informarle a Robert, Carmen conoció al Jaibo, en un día de tan copiosa tormenta que a las tres de la tarde las penumbras crepusculares ya asomaban prematuramente su manto. El Jaibo, de siniestra mirada, revisó a la chica, paseándole la vista por todo el cuerpo antes de espetarle que cumplía con los requisitos y que necesitaba tomar el avión a Manaos en dos días, para de allí volar un día después a Sao Paulo. Cuando ese mismo día Carmen le comunicó a Robert sobre su decisión de irse a Sao Paulo para trabajar como modelo de ropa femenina, tanto por desconfiado, como por miedo a perderla, Robert trató de disuadirla. Pero Carmen, absolutamente decidida, se aferró tercamente a su decisión. Dos días después, Robert acompañó a Carmen al aeropuerto de 67
Tabatinga, donde se encontraron con Rubén, un socio del Jaibo, encargado de llevar a Carmen a Sao Paulo. Era evidente que el tipo era un rufián. Fornido, con un cuello propio de toro de lidia y espaldas anchas de gladiador romano. Tenía abultado vientre, una ceja involuntariamente alzada y más poblada que la otra, bigote largo y espeso, dos añejas marcas de navajazos debajo del ojo izquierdo enrojecido y una sonrisa cínica como congelada, rígida, desagradable y grotescamente burlona. Al verlo, Carmen se sintió intimidada. Robert no le quitaba la mirada de encima, mientras Rubén, cuyo aspecto de maleante lo delataba a cada instante, parecía ignorarlo. Ante semejante personaje, Carmen pensó, no sin razón, lo peor de lo peor y, repentinamente, se rehusó a partir, con el manifiesto apoyo de Robert, quien también olfateaba el peligro. Entonces, Rubén amenazó de muerte a Robert quien, lejos de intimidarse, le soltó un contundente golpe en la quijada, noqueándolo en el acto. Ante tal desenlace, la pareja se dio a la fuga hacia Perú, y se embarcaron rumbo a Iquitos adonde llegaron al día siguiente por la mañana. Carmen tenía un tío, hermano de su padre, en esa ciudad amazónica peruana. Su nombre era Gonzalo, y lo localizaron rápidamente por ser un comerciante muy popular en la ciudad. Lo había visto por primera y única vez cinco años antes, cuando el tío había ido a visitar a la familia a Santa Rosa. No obstante, al ver a Carmen, Gonzalo no la reconoció. Él la había conocido como niño y ¡ahora se le presentaba como muchachita! Para colmo, acompañada de un negro africano. Tras una conversación inicial un tanto desconfiada pero amable, el tío acabó por creerle a Carmen y permitió que la pareja se quedara esa noche en su casa, aunque bajo la clara advertencia de que necesitaban buscarse, cuanto antes, un lugar donde quedarse, porque él no estaba en condiciones de alojarlos en su casa por mucho tiempo. Con el tío vivían, además de su esposa, quien no conocía a Carmen, dos hijos: Gregorio, de diecinueve, y Sergio, de dieciocho. A los dos, acostumbrados al duro trabajo de campo en el rancho ganadero de su padre, donde escaseaban las chicas, les llamó profundamente la atención Carmen, a quien acababan de conocer. Sobra decir que ni por asomo sospechaban que Carmen era en realidad hombre. Los hermanos, de aspecto peruano amazónico 68
bastante típico, no podían entender por qué su prima andaba con un negro. Así se lo comentaron a su impávido padre desde la llegada de la pareja. Al día siguiente, cuando el tío se disponía a abrir su negocio de venta de refacciones de auto, apareció Rubén, acompañado de un par de facinerosos. Mal encarado, le preguntó por Carmen. El tío negó saber algo sobre ella, asegurando que ni siquiera la conocía. Entonces, Rubén y sus pistoleros dejaron el lugar, no sin antes advertirle al tío que si para la tarde no les daba información sobre la muchacha, le podía costar la vida. No faltó quien les informara a los villanos la dirección del tío, de modo que se dirigieron hacia allá, en busca de Carmen. Al llegar a la casa, se encontraron con un escenario escandaloso, turbulento y confuso. Los gritos se alcanzaban a escuchar fuera del inmueble. ¿Qué estaba sucediendo? Poco antes de que llegaran los delincuentes, aprovechando que su padre y su madre habían salido a trabajar, los hermanos, acostumbrados a lidiar con vacas y toros, lograron amarrar fuertemente a Robert, aprovechando que el exhausto nigeriano se encontraba durmiendo de manera inusualmente profunda. Seguidamente se abalanzaron sobre la aún aletargada muchacha, con pretensiones de violarla. Gregorio la sometió por detrás, sodomizándola como macho cabrío de modo violento y doloroso, ocasionando en ella un alarido desgarrador, mientras Sergio intentó penetrarla por el orificio que posibilita la perpetuidad de la especie. Al encontrar, en cambio, un falo colgante, Sergio, haciendo gala de su radicalismo homofóbico, se enfureció e insultó rabiosamente a Carmen. Mientras que Gregorio continuaba su trepidante faena, Sergio salió embravecido del cuarto para buscar unas tijeras. Al regresar, Gregorio continuaba en inefable éxtasis la copulación anal de la travesti, sin embargo, el hermano menor no aguardó a su eyaculación orgásmica. De inmediato, abrió las filosas tijeras y se disponía, con mirada sanguinaria, a erradicar el pene de Carmen cuando, sacando fuerzas extraordinarias de no se sabe dónde, Robert se logró desamarrar y, en ágil y acrobático desplante, se arrojó sobre Sergio, trenzándose con él en feroz combate, llegando incluso hasta a arrebatarle las tijeras a su oponente. Satisfecho Gregorio, como una bestia saciada, empujó vehe69
mentemente al suelo a la humillada Carmen, como quien tira un envase desechable a la basura tras haberse hartado de su contenido, para prestarle auxilio a Sergio, quien parecía perder la batalla con el corpulento Robert. Cogió rápidamente un machete de su recamara y descabezó de un machetazo al infeliz Robert, justo en el momento en que éste había logrado enterrar las tijeras en la yugular de Sergio. Muertos trágicamente ambos contendientes, Gregorio intentó vengar la muerte de su hermano también con Carmen, quien tras vestirse había podido huir de la casa; pero, como un ratón que escapa de una trampa para caer en otra, al abrir el zaguán se encontró con Rubén y sus temibles acompañantes, quienes sin pensarlo la capturaron. Siete días navegaron Rubén y Carmen por el río Amazonas y Solimoes, hasta llegar a la ciudad brasileña de Manaos, donde la mancillada y resignada muchacha, que sufría terriblemente por la trágica muerte de Robert, tomó el avión para Sao Paulo. Al llegar a la enorme urbe brasileña fue entregada por una atractiva suma para ejercer la prostitución en lujosa casa de citas a lo largo de cinco años. Durante ese periodo, Carmen fue operada varias veces, tanto de los glúteos como de los pechos, de manera que al llegar a los veinte lucía ligeramente protuberante y elegantemente escultural. Una noche, en que estrenaba un corte de cabello chic, de modelos asimétricos y deshilachados, y vestía una minifalda plisada roja con polo sin mangas, medias negras y coquetas zapatillas de tacón alto del mismo color de la falda, solicitó sus servicios un hombre joven. Carmen no asomaba un solo ápice de vulgaridad. Era completamente otra. El tipo no podía reconocerla, pero ella al verlo lo identificó: era Gregorio, el asesino de Robert. Mientras el hombre se desvestía presuroso, Carmen, ya semidesnuda, saco un revolver debajo del colchón y con gran determinación lo mató de un balazo. La muerte de Robert, el amor de su corta vida, había sido vengada. Por decisión propia, Carmen no contactó a su familia desde que huyó de Iquitos. Fue encarcelada y allí adentro múltiples veces abusada, hasta que una noche estrellada de verano, antes de
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cumplir los veintiún años, mientras contemplaba el cielo esplendido y distante desde la pequeña ventanilla enrejada de su pequeña celda, ingirió una sobredosis de barbitúricos y ya jamás supo de sí. Carmen fue enterrada en un conocido cementerio de la ciudad, por intervención del influyente dueño del elegante prostíbulo. Al día siguiente del entierro, un músico anciano que algunas veces había pagado los servicios de Carmen sólo para conversar y estar con ella, fue a visitar su tumba. Con los ojos llorosos respetuosamente bajó la cabeza y, sin despegar la triste mirada de la pétrea lápida repleta de flores, silbó con intensidad un fragmento del andante lúgubre de la Francesca da Rímini de Tchaikovski, fantástica sinfonía inspirada en el amor prohibido de Francesca.
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“Los dioses vuelven locos a los hombres antes de destruirlos.” Eurípides
Paranoia
A
manda era bella. ¿Qué más da? Para fines de este breve relato eso es irrelevante, de manera que rehúso a continuar su descripción física. Interesa subrayar, sin embargo, que era terca, nerviosa, insegura y miedosa in extremis. A raíz de una ocasión en que Adrián, su marido, quien dicho sea de paso era también nervioso y un tanto miedoso, olvidó la llave para entrar a su apartamento, Amanda se despertó espantada ante los fuertes golpes de Adrián en la puerta y se negó a abrirle hasta que se convenció de que era él quien tocaba. Desde entonces, llegaron a un acuerdo: si a ella se le olvidaba la llave, tocaría la puerta con tres golpes rápidos fuertes, seguidos de otros dos menos rápidos y menos fuertes. Mientras si a Adrián se le olvidaba, él tocaría la puerta con cinco golpes fuertes y continuos. Podían obviamente haber utilizado el mismo código, pero como gustaban de hacer alarde de autonomía en todo, cada quien quiso escoger el suyo propio. Pasó el tiempo y, al cabo de un año, sólo una vez se le olvidó la llave a cada uno: utilizaron entonces su respectivo código y la cosa funcionó sin mayor problema. La verdad, las posibilidades de que Amanda llegara a su casa sola durante la noche eran pocas, sobre todo porque llegaba todos los días exhausta alrededor de las ocho de la noche de su tedioso pero intenso trabajo secretarial, en el que archivaba documentos, hacía citas y escribía oficios todo el día para su rubicundo, autoritario y corrupto jefe, en una oficina judicial del gobierno federal en la ciudad de México. Amanda incluso sospechaba que su jefe estaba vinculado a los narcos. Por si fuera poco, solía ser víctima de acoso sexual por parte de varios compañeros machistas. No le quedaban, por ende, las mínimas ganas de salir o de alimentar amistades de ningún tipo. 73
En cuanto a Adrián, que llegase tarde no era extraño. Tenía una amante, fogosa y ardiente que demandaba sus servicios con frecuencia, por lo que entre tres o cuatro días a la semana llegaba a su casa por las madrugadas. Era dueño de una pequeña editorial de libros infantiles, de modo que se daba el lujo de llegar al trabajo a la hora que se le daba la gana. Adrián había invitado a Amanda a que trabajara con él en la editorial, pero ella no toleraba tenerlo de jefe así que nunca aceptó el ofrecimiento. Era claro que Amanda abrigaba grandes sospechas de que Adrián la engañaba con otra, pero prefería no pensar mucho en ello y terminaba por hacerse de la vista gorda. Aunque Adrián ya no olvidaba la llave, Amanda siempre se daba cuenta cuando llegaba de madrugada, por más dormida que estuviera, pero fingía no percatarse en aras de llevar la fiesta en paz. La casi nula vida sexual que llevaban como pareja relativamente joven, puesto que ninguno de los dos llegaba a los cuarenta años de edad, la disculpaban ambos bajo el trillado y falaz argumento de que estaban muy cansados. Su conversación, durante el breve tiempo que pasaban juntos despiertos, era casi monosilábica y se limitaba a comentarios sobre las compras para la casa y a una que otra referencia lacónica sobre sus respectivos trabajos. Una madrugada en que Amanda estaba más nerviosa que de costumbre, se despertó a las cuatro de la mañana y se percató de que su marido aún no había llegado. Intentaba conciliar el sueño, cuando escuchó el golpeteo de la puerta. Se disponía a abrir cuando, tras prestar más atención, se cercioró de que escuchaba tres golpes rápidos y fuertes espaciados por dos menos rápidos y menos fuertes, es decir, no escuchaba el código de Adrián sino el suyo. Escuchó con más atención, y comprobó que efectivamente se trataba de su propio código. Su nerviosismo no hizo más que acrecentarse a niveles paranoicos. ¿Qué pasaba? Se atormentaba con mil preguntas: ¿Estaría Adrián borracho y por ello estaba utilizando el código de ella? ¿Se había confundido de código porque casi nunca lo utilizaba? ¿Le habría pasado Adrián el código de Amanda a su amante, quien osaba venir a esas horas de la madrugada, quizá drogada, a desafiarla? ¿Sería que alguien la había escuchado golpear la puerta, aquella única vez en que ella olvidó la llave? ¿Sería uno de los varios inescrupulosos y desvergonzados compañeros de trabajo que la asediaban a menudo, quien por casualidad tocaba 74
la puerta utilizando su código? ¿Sería que enviados de su jefe venían por ella al haberse dado cuenta de sus sospechas sobre la asociación con los narcos? La verdad, de todas las posibilidades prefería que fuera Adrián, aunque estuviera borracho. Preguntó quién era, pero nadie le respondió, lo que agudizó su nerviosismo. Para colmo, ese alguien seguía tocando la puerta sin desviarse del mismo código: tres golpes fuertes y rápidos, espaciados por dos más lentos y menos fuertes. Finalmente, se armó de coraje y abrió la puerta. Al abrir, horrorizada constató que la persona que estaba tocando la puerta ¡era ella misma!, ¡era como si estuviese mirando al espejo! ¡Era ella, estaba, incluso, vestida como ella! Fue tal el pánico que la Amanda de adentro se esfumó de manera extraña, mientras que la que había estado tocando la puerta entró a la casa como si nada, se dirigió a su recámara, se acostó en su cama, cerró los ojos y penetró en los túneles oscuros de un sueño eterno.
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“La confusión está clarísima.” A. Camus
Confundido
A
llá por Papantla tocaba un joven indio totonaco los diez sones completitos de la danza de los Hua-Huas con su flauta de caña, mientras, a escasos metros, un feroz perro pulguiento se rascaba frenéticamente con sus afiladas uñas, al tiempo que se alejaba de la música ritual en graciosa danza renca y elíptica, pues, confundido, le atribuía a las agudas notas de la flauta la comezón insoportable, causada por los invisibles e insaciables chupadores de sangre que moraban fascinados en su lomo.
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“He visto en innumerables ocasiones que los ángeles poseen forma humana y he estado conversando con ellos como si fuesen hombres corrientes, a veces con uno solo a veces con varios. Y jamás he observado que se diferencien en nada de los hombres normales.” Emanuel Swedenborg, Arquitectura del cielo
Ángel
E
l maldito demonio, de ampulosos pómulos y retorcidos colmillos, se enamoró de un buen ángel depravado. Lo dejó cuando ya no aguantó su ritmo desenfrenado. El buen ángel, ante el abandono inopinado del evasivo demonio, emprendió su persecución y lo agredió sexualmente, mientras Lucifer se embriagaba en barricas de espumoso vino. Entonces, el ángel enfermó de priapismo, dícese que por castigo divino. Así mismo le había pasado a los atenienses cuando rechazaron agresivamente a Pegaso, embajador de Dionisio, quien les llevaba una estatua del dios del vino. Algunos, en los contornos celestes de donde emana el soplo divino, no creían la virtud y enfermedad fálica del querubín. Por ello, una comisión celestial fue enviada para verificarla. Al término de su evaluación ocular, los comisionados sentenciaron, con las palabras que se usaban tras la constatación del sexo de los papas, instaurada después de la elección de la papisa Juana: “Duas habet et bene pendentes.” La difícil tarea del intrépido ángel, fue exitosamente concluida cuando logró separarlo del demonio y curarlo milagrosamente de su terrible enfermedad, hecho que poco después fue reflejado de forma distorsionada por Baglione en aquella célebre pintura en la que el ángel representando al amor sagrado, salva al “inocente” Cupido que representaba al amor profano, de las garras del espíritu maligno.
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“Pues lo hermoso no es otra cosa que lo terrible en un (grado que todavía podemos soportar..” Rilke.
Amor ibérico
L
a membrana endurecida en su rostro y el acero emblandecido de su falcata le daban al bandido lusitano Viriato una apariencia patética. Tras duras peleas sanguinarias, había tomado un baño de vapor desprendido de piedras incandescentes, y se disponía a huir una vez más, tras haber predicho, inspirado en las entrañas de sus múltiples víctimas (antigua costumbre de los arúspices etruscos, respetada por los romanos y también practicada por los galos) que se le avecinaba el infortunio. Se montó en el corzo que robó a una de las víctimas y escapó hacia el este donde, tras un par de días, encontró muchos caballos salvajes, incluidas algunas veloces yeguas fecundadas por el viento, nerviosas y sin aparente rumbo. Más tarde, observó a lo lejos una comunidad ibérica salvaje que extraía orines envejecidos de una cisterna para lavarse los dientes, costumbre que le pareció terrible pero que soportó y después encontró hermosa, quizá por haberse enamorado de una jovenzuela llamada Urraca, con un ligero hedor a amoniaco pero de valentía impertérrita. Se cautivó al verla enfrentar con carácter y firmeza –nunca antes vistas por él en mujer alguna– las imprecaciones e inepcias de un agresor romano, a quien Urraca logró herir con su jabalina puntiaguda. Con ánimo renovado, llegó oportuno Viriato para impedir que el humillado agresor la pudiera decapitar con la feroz fuerza de su último aliento. La subió rápidamente a su caballo, en el que huyeron a las montañas ante la atónita mirada del romano moribundo, quien no comprendía por qué aquel par de salvajes se salvaba si no contaba con la protección de los dioses. Urraca y Viriato sobrevivieron en las montañas, escondidos de los romanos. Llevaban una vida austera in extremis, bebían agua de los manantiales, se alimentaban de raíces y del pan que hacían a base de bellotas de encina tras triturarlas y molerlas. Ya nunca bajaron a las llanuras, pero se amaron hasta extasiarse y procrearon abundante prole. 81
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“In the streets and places of work, and particularly in school and universities, an increasing proportion of young women were covering their hair if not their faces and avoiding social and professional mixing with men. By what might seem a paradox, this was more a sign of their assertion of their own identity than of the power of the male.” Albert Hourani, A History of the Arab Peoples “Así, las militantes con velo, que reclamaban la aplicación de la shari’a, en muchos casos han formado la primera generación de mujeres que toman la palabra en la escena política, fuera del hogar y del universo doméstico. Pero su actitud las enfrentó con los militantes barbudos, interesados en confinarlas en un papel de fuerza adicional para sus propios retos. Algunas de ellas, sobre todo en Turquía y en Irán, crearon entonces un ‘feminismo islamista’ parar cuestionar el ‘machismo’ que prevalecía en el movimiento. Probablemente con este tipo de comportamiento es con el que se elabora hoy la democracia musulmana de mañana.” Gilles Kepel, La Yihad
Velos
L
as vi a todas caminado, con sus distintivos atuendos, cada una por su lado, con su rumbo, dueñas de su alegría y su propia angustia, allá, en la plaza de Gréve, en asoleado domingo de verano parisino, el primero del siglo 21. No sé cómo me atreví, pero fue tanta mi curiosidad al verlas que les pregunté su nombre y nacionalidad. Reconozco que no todas, ¡pero algunas de ellas me respondieron! “Nicabi” le decían a la saudí árabe Layla, por el nicab que llevaba, según ella misma me explicó. Ese velo negro que le cubría el rostro, le permitía sólo asomar sus lindísimos, grandes, redondos y luminosos ojos, de mirada tan profundamente alegre como penetrante. ¿Por qué estaba contenta? ¿Qué le pasaría por la mente? Ni idea… Aaminah, marroquí de avanzada edad, no hablaba bien el francés pero me entendió y respondió amablemente. Lucía elegante con su llamativo traje, una chilaba de vivo color cedro y un precioso pañuelo negro que le cubría la cara, al que ella llamaba litam. Se despidió con risueña mirada y prosiguió, un tanto encorvada, su lento pero apresurado camino. Una joven palestina, Nadia decía llamarse, llevaba un hiyab azul. No podía lucir su cuello ni su cabello, pero sí su bella cara. Me miró con un dejo de desconfianza, no obstante, fue lo suficientemente
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gentil como para darle el nombre a un desconocido como yo. Tras pronunciarlo con voz ronca y pausada, se alejó rápidamente y se perdió entre la muchedumbre. Otras dos mujeres me llamaron la atención: una de ellas, seguramente afgana, caminaba escurridiza, zigzagueante y enigmática entre la masa informe que pululaba en la plaza, oculta en una burca como un fantasma invisible, con pequeñas cuadrículas de tela en la parte superior del frente para permitirle ver, y el rostro escondido, sin que pudiera percibirse adonde dirigía la mirada. Cuando le hablé, ni siquiera supe si me escuchó. La otra, enfundada en un chador negro, me insultó, supongo que en árabe, cuando me dirigí a ella. Sus facciones no eran hermosas pero definitivamente atrayentes y seductoras. Configuraban un conglomerado facial que le conferían una expresión firme y de notable fuerza. Sentí vergüenza y tomé el denuesto como merecido. Once años más tarde, escribo estas memorias, después de haber participado la semana pasada en algunas de las aguerridas y emotivas manifestaciones en Paris para protestar por la guerra contra Libia, planeada y ejecutada so pretexto de proteger a la población civil de aquel país, y por la reciente prohibición en Francia, mi país, del velo islámico que encubre el rostro de las mujeres. Reflexionando sobre los dos asuntos, me pregunto: ¿no sería mucho mejor que se prohibieran las máscaras de hipocresía que utilizan algunas potencias para justificar sus agresiones? No soy islámico. Tampoco soy ni persa, ni turco, ni árabe; no sé bien quién soy, ni qué quiero, sólo sé que esa prohibición, en medio del despertar de los pueblos árabes, va a terminar de convertir los velos de las mujeres en emblemas de la lucha contra todo tipo de autoritarismo: los suyos, históricos, de dictadores y machistas musulmanes; y aquellos occidentales, que se disimulan con velos democráticos.
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“Irving Berlin has no place in American music -he is American music.” Jerome Kern “In high school, I was best in music class on the trumpet. I knew it but all the contest first prizes went to the boys with blue eyes.” Miles Davies “En estricta confidencia, agradecería casi cualquier guerra, pues creo que este país necesita una.” Theodore Roosevelt
God bless America
F
reddy no aguanto más. Como pudo, logró salir de la bodega del Queen Mary, ubicada junto a la sala de máquinas donde lo habían apiñado con otros soldados negros como él, para no contaminar el aire puro de la cubierta. Recién comenzaba el año 45 y Freddy no era más que uno entre el millón de trabajadores que había participado en las múltiples huelgas del 44, que se habían propagado como reguero de pólvora en su país. Acababa de ser despedido, tenía una esposa y un bebé que sostener, y no le había quedado otra que presentarse al reclutamiento militar, sin el mínimo fervor patriótico. Freddy reticentemente formaba parte de las tropas americanas embarcadas hacia Europa para darle el mate final al herido de 85
muerte ejército alemán. Al llegar a cubierta, escuchó una airada discusión entre dos oficiales blancos, al parecer del mismo rango. Se escondió detrás de una columna y escuchó con atención: Oficial 1: -No cabe duda de que si no fuera por nosotros esta guerra no se ganaría. Hemos financiado gran parte de ella, hemos tenido grandes victorias en batallas gloriosas, como aquella de Normandía, y hasta hemos divertido a los ejércitos aliados con nuestra maravillosa música americana. Somos la fuente de la victoria y de la alegría; algún día de éstos, esos brutos rusos y esos sucios negros, que no son capaces ni de aportar oficiales de nivel, nos agradecerán. Tiene mucha razón aquel portavoz de la fábrica de aviones de la costa oeste, que el otro día dijo que sólo se empleará a los negros como porteros y en ocupaciones similares y ¡que nunca se les empleará como constructores de aviones! Oficial 2: -Entiendo la importancia de nuestra participación en la guerra y no quiero discutirla, pero nadie puede subestimar el enorme papel que han jugado los rusos en la guerra. La batalla de Normandía se dio en condiciones en que el 80% del ejército alemán estaba distraído con los rusos, y nunca podríamos comparar esa batalla con las de Leningrado o Stalingrado, por nombrar dos de epopeya. Hablando de música, ¿sabías que dos de los cuatro más grandes compositores de la música popular americana son hijos de judíos rusos y que otro es un negro afro descendiente? Oficial 1: -¿De quiénes hablas? Te expresas como traidor. Oficial 2: -Por favor, ¿qué tiene que ver eso con la traición? Me refiero a Irving Berlin, George Gershwin, Duke Ellington y Cole Porter. Son sin duda los más grandes compositores de la música popular americana. De ellos, sólo Porter es 100% americano; y, sin duda, los mejores intérpretes de la música y canciones de esos cuatro magníficos son negros: Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Charlie Parker y unos jovencitos maravillosos, todos negros, que van a dar mucho que hablar dentro de poco, como Dina Washington, Joe Williams y Miles Davies, maravilloso trompetista que acabo de escuchar interpretando música de Gerswhin. En eso sonó la corneta llamando a que todos pasaran a la cubierta. El coronel iba a dirigirse a todos. Freddy alcanzó a mezclarse con sus compañeros de raza, sin que nadie se diera cuenta de que había estado fuera de la bodega. Una vez formada la tropa 86
ordenadamente en la cubierta, el coronel les ordenó cantar God bless America, acompañados por una banda musical que venía a bordo. Los blancos cantaban con más entusiasmo que los negros, algunos de los cuales no se sabían bien la letra de la canción. Al terminar, el coronel les dijo: “Muy bien, este es nuestro nuevo himno, lo vamos a cantar diariamente; pueden retirarse a sus lugares.” Antes de irse, Freddy alcanzó a escuchar a los dos oficiales que habían estado discutiendo antes de que la tropa cantara. Oficial 1: -¡Ahora seguro me vas a decir que el nuevo himno lo compuso un japonés! Oficial 2: -Justamente lo que te decía antes: God bless America lo compuso Irving Berlin, que no sólo era hijo de judíos rusos inmigrantes sino que él mismo nació en Rusia. Oficial 1: -No puede ser, estás mintiendo; lo único que falta es que el autor de nuestro nuevo himno sea un espía. Oficial 2: -Llegó a Nueva York con sus padres cuando apenas tenía 5 años. Oficial 1: -Lo único que te puedo asegurar es que nunca tendremos un presidente negro: son claramente inferiores, como los japoneses.” Freddy se iba a retirar a su “bodega” cuando otro oficial blanco le gritó, “¿Qué haces escuchando hijo de puta? Yo te garantizo que vas a la línea de frente.” La promesa fue cumplida: Freddy cayó atravesado por una bala nazi. Su mujer no soportó la soledad inmensa de la viudez temprana y rápidamente se volvió a casar con un negro anodino, cuya única ventaja era su edad: demasiado viejo para participar en alguna guerra. Su hijo resultó un músico de jazz con enorme talento, pero fue obligado a participar en la guerra de Vietnam, de donde nunca regresó.
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“His vesture was dabbled in blood and his broad brow, with all the features of his face, was besprinkled with the scarlet horror.” Edgar Allan Poe, The mask of the red death
Danza trágica
A
l salir de su casa, Bruna vio pasar como rayo a un gato negro por debajo de una escalera de madera. Corrió velozmente a la parada de autobús, como queriendo huir de su superstición, y logró alcanzar a la unidad que justo en ese momento estaba arrancando. Se sentó en el único lugar vacío que encontró. Apenas se acomodó en el asiento, sintió que se hundía jalada por un torbellino de fuerzas centrípetas y centrífugas que la succionaban a velocidad de vértigo hasta el fondo de un hoyo oscuro, misterioso y profundo, habitado por seres moribundos bañados en sangre y por miles de insaciables vampiros que chocaban entre sí. Lo único que se escuchaba en esas honduras negras eran las notas del movimiento Danza trágica de la Sinfonie del silenzio e della morte de Malipiero, que se repetían furiosas y penetrantes en sus oídos mientras los vampiros parecían danzar a su ritmo. Cuando la despertó el chofer (sólo ella no había bajado del autobús), se encontraba ya en la terminal, a una hora de la academia de danza adonde se dirigía a tomar sus intensivas clases diarias de ballet. Hasta entonces, no estaba claro en el imaginario de Bruna si su interés desmedido por asistir a clases obedecía a su fascinación por Gabriel, su siniestro profesor, seductor e implacable, o por el ballet mismo. Ráfagas intermitentes parecían perturbarle la mente. A ratos parecía cobrar conciencia de la perversidad de Gabriel, pero de inmediato la idea se desvanecía y se instalaba una imagen idílica. Era como el wishful thinking de considerarlo perfecto. Tras brevísimo lapso, sin embargo, volvía a anidársele en el pensamiento la monstruosidad de un personaje abyecto, cruel y despiadado, insensible al dolor humano. Bruna abrió los ojos y se paró de inmediato, pero su despertar era incompleto, como si estuviera saliendo del pesado letargo de una anestesia general. Sin embargo, casi balbuceante, repetía 89
el corolario fatídico de la joya literaria de Poe La Máscara de la Muerte Roja: “And Darkness and Decay and the Red Death held illimitable dominion over all.” Ante la mirada atónita del chofer, Bruna se alejó caminando con paso lento, en dirección a la academia de danza. Mientras lo hacía, imaginaba a su profesor de danza como si fuera el famoso príncipe Próspero de la obra mencionada. Su marcha, sin embargo, era involuntaria. Bruna se sentía arrastrada por una fuerza invisible e inexorable hacia un desenlace fatal en el que participaría como bailarina principal. Al mismo tiempo, por su mente reaparecían los bellos pasajes musicales de la Danza trágica mientras repasaba los pasos de su propia actuación dentro de la coreografía bellamente estructurada por Gabriel. Lo más terrible era que en su premonición también columbraba la tragedia que tenía como blanco principal al profesor y su selecto séquito. Exactamente igual que en el caso de la inoportuna fiesta organizada por el frívolo y cínico príncipe Próspero en la obra de Poe, su presagio le prefiguraba un cuadro sangriento que combinaba una actividad lúdica y soberbia con un final sangriento, en donde Gabriel no era más que la reencarnación del detestable príncipe. Aún imbuida de la más grande angustia, Bruna continuó su marcha, repitiendo incansablemente la misma terrible frase: “And Darkness and Decay and the Red Death held illimitable dominion over all.” Mientras el chofer perdía de vista a su misteriosa pasajera, escuchó en el radio un llamado de alerta a la población ante la proliferación inusitada de dengue hemorrágico en la ciudad. Un par de horas más tarde, tanto la superstición de Bruna como su premonición sobre la sangría en la academia habrían de mostrar con toda crudeza su infausto correlato con la realidad, pero esta vez la muerte roja no habría de aparecerse enmascarada, sino como una miríada de navajillas invisibles que, inadvertida y simultáneamente, cortaban las venas a todos, incluidos Bruna, Gabriel y las bailarinas. Ocurría el sanguinolento desenlace justo en la fase final de aquella danza trágica, en la que todos se verían inmersos en el molino de la muerte. 90
Arbolito
“El espacio ha dejado de ser sagrado y con ello el hábitat humano.” Raimon Panikkar, El silencio del Buddha
E
ra un arbolito florido que daba mucha sombra y hospedaba a muchos pajaritos. Bajo su espeso follaje solía meditar Roger, silenciando su cuerpo, su voz y su mente al grado de que su respiración devoraba su palabra, alejándose del placer sensual y de los estados groseros del pensamiento. Un día en que una extraña mezcla de nubarrones negros y rayos de sol amainados por el ocaso pintaban de tonalidades melancólicas el paisaje, el arbolito fue destrozado por violentos hachazos. Murió el arbolito, falleció su sombra, fenecieron sus alegres flores, expiraron los gérmenes de vida encerrados en los huevecillos de los pajaritos cuyos nidos poblaban los ramales, y pereció la paz interior de Roger. 91
“No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein.” Oscar Niemeyer “Sólo en intima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a sí mismo. Es buena compañera, y mi arquitectura no es para quien le tema o le rehúya.” Luis Barragán “Lo que ha de suceder sucederá.” Virgilio
Esquela
J
acobo se levantó tarde como todos los domingos. Desayunó frugalmente, se sentó en el sofá de dos piezas de su sala, se sirvió un ron y se dispuso a leer la primera sección del periódico, en la que encontró múltiples noticias sobre inundaciones, guerras y matanzas. Harto de tanta tragedia, decidió leer mejor la sección de sociales, sin embargo, inadvertidamente pasó por las páginas 93
de obituarios, con rapidez e indiferencia, hasta que fijó su atención en una esquela que destacaba por su gran tamaño y cuya atenta lectura lo dejo perplejo: “Los hermanos Gutiérrez Armas con profundo dolor comparten el sensible fallecimiento de su padre el Arq. Jacobo Gutiérrez Dueñas, cuyo noble corazón cesó de latir el 15 de diciembre del 2030. Las exequias tendrán lugar en la funeraria Gayosso, ubicada en la Col. Del Valle de la Ciudad de México, el día 17 de diciembre.” Helado de pánico ante la extraña coincidencia de encontrar su propio nombre, se tranquilizó al recordar que acababa de ser admitido en la carrera de Ingeniería Civil que había elegido estudiar a pesar de la dura presión de su padre para que estudiara arquitectura, como él. En realidad, lo escrito en la esquela le pareció absurdo: a sus diecinueve años no tenía ni novia ni, mucho menos, pensaba tener hijos. Además, apenas transcurría el año 2009, y su natural sentido racional rápidamente le llevó a concluir que se trataba de una broma de mal gusto de sus maliciosos amigos, que gustaban de burlarse de él por la constante presión de su padre para que estudiara arquitectura. Al poco tiempo, sin embargo, Jacobo se dio cuenta de que su padre tenía razón: su verdadera vocación era la arquitectura. Tan pronto como pudo se cambió de carrera, y se apasionó tanto que estudió intensamente desde los arcos y bóvedas romanas hasta la perspectiva del gran arquitecto florentino Brunelleschi, la combinación renacentista y gótica del arquitecto Charles Barry del siglo XIX en Inglaterra, la influencia japonesa en las líneas curvas y descarte de la simetría del arquitecto belga Victor Horta dentro del llamado Art Nouveau, la arquitectura orgánica de Wright de la primera mitad del siglo XX, el funcionalismo del alemán Dessau, que pretendía acabar con el divorcio entre arquitectura e ingeniería, y la hermosa arquitectura de Oscar Niemeyer, el que se alimenta de sol. Mientras estudiaba como maniático, se enamoró de Cristina una chica vivaracha de su misma edad, también brillante estudiante de arquitectura, con quien se casó al año siguiente y procreó un par de traviesos niños antes de los dos años de haber contraído nupcias. A los 25 años, consiguieron ambos una beca para estudiar un posgrado en arquitectura en Barcelona y de vuelta en México, un par de años más tarde, se asociaron con discípulos del afamado arquitecto Luis Barragán y raudamente se convirtieron 94
en profesionales de renombre, frecuentemente solicitados por la crème de la crème de la alcurnia mexicana para construir mansiones de gran belleza arquitectónica en las que se conjugaba la armonía, la luz, el espacio, la funcionalidad y la serenidad. Todo parecía marchar de maravilla en la vida de la familia Gutiérrez: prevalecía el éxito profesional, la bonanza económica y el amor familiar. Pasó el tiempo y los éxitos continuaron, la prosperidad de la familia se acrecentó, pero se atravesó un lamentable inconveniente: Jacobo, a quien siempre le gustó el trago, comenzó a beber en demasía y su relación con Cristina empezó a agriarse. Convertido en alcohólico empedernido, Jacobo fue abandonado por Cristina, quien se llevó a sus hijos ya adolescentes a vivir con ella. El arquitecto continuamente se metía en problemas con sus trabajadores, a quienes maltrataba sin razón alguna, y con sus clientes, a quienes solía quedarles mal tanto en la entrega de los diseños de los proyectos como en la ejecución de los mismos. Su apogeo profesional había quedado enterrado en el pasado, y ahora que frisaba los cuarenta parecía haber encontrado su ocaso. La luminosidad de su brillante carrera arquitectónica se había oscurecido a tal punto que acabó prisionero de patéticos cuadros depresivos, encerrado en la soledad más cruel, en el abandono absoluto de sí mismo y con la salud seriamente quebrantada, hasta que, a mediados de diciembre de 2030, fue hospitalizado de emergencia debido a un complicado cuadro de cirrosis hepática. El 15 de diciembre, exactamente a las tres de una tarde lluviosa, Jacobo dejó de respirar. En su delirio, Jacobo, que había olvidado del todo aquella esquela fatídica que había visto en su juventud, alcanzó a alucinar arcos, bóvedas, simetrías, curvas, pilastras, espejos, escaleras espectaculares y hermosísimas fuentes, que contrastaban con el oscuro, rígido y cuadrado diseño del antiestético cuarto en que moró sus últimos días. Sus hijos, de 17 y 18 años, con lágrimas en los ojos ordenaron una esquela para informar del deceso de su padre, con las mismas palabras que el propio Jacobo extrañamente había leído veintiún años antes.
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“Todos los tiranos se abrazan como hermanos exhibiendo a la gente sus calvas indecentes manadas de macantes, docenas estudiantes inician la revuelta, son los años 60. Y ahí está, ahí está, la puerta de Alcalá. Ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la puerta de Alcalá.” Bernardo Fuster y Luis Mendo
Puerta de Alcalá
J
uan era bígamo, tenía dos ojos y dos nacionalidades, ambidiestro en su escritura y ambivalente en sus posiciones políticas: tanto de derecha como de izquierda, según soplaran los vientos. Pedro era monógamo y tuerto, tenía una nacionalidad, era diestro y de derecha: como lo manda la santa Iglesia Católica. Adrián carecía de pareja, no tenía ojos, era apátrida, manco de dos brazos y apolítico. 97
Joaquín era polígamo, tenía un ojo invisible adicional que le daba una visión especial para avizorar futuros y profundidades. Tenía muchas nacionalidades, la peruana de su madre, la italiana de su padre, la mexicana por haber nacido en Acapulco y la canadiense, costarricense, australiana y argentina de sus cuatro esposas. No sólo era ambidiestro sino escribía escritura de espejo con ambas manos. Era ecléctico, abrazaba una mezcla abigarrada de ideologías, y era tan oportunista políticamente que su único principio era no tener principios, como decía Rosa Luxemburgo. Confluyeron los cuatro en un vagón de metro. Ni se conocían, ni se conocieron. Se dirigían hacia la Puerta de Alcalá. Era medianoche, las estrellas brillaban, la luna se escondía, pero nada de eso era visible dentro del vagón. El vagón estaba semivacío. El resto de los pasajeros lo componían mujeres, un par de niños y tres ancianos; nuestros personajes fluctuaban entre los treinta y cuarenta años. Se abrió la puerta, cinco mujeres salieron y entró un hombre joven, rubio y corpulento. Apenas cerró la puerta, el recién llegado se dirigió hacia una joven ecuatoriana a quien, ante la atónita mirada de los pasajeros, encañonó con una mano y manoseó en los pezones con la otra, mientras la insultaba llamándola “perra sudaca”. Sólo Adrián reaccionó, propinándole violento puntapié en los testículos. El maleante cayó al piso adolorido, justo en el momento en que el tren se detuvo en la estación del Retiro, muy cerca de la Puerta de Alcalá. Juan y Joaquín salieron del tren felicitando a Adrián. Pedro abandonó el vagón despavorido rezando, junto con el resto de mujeres, ancianos y niños. Atrás de ellos salía Adrián, escoltando a la joven aún asustada y agradecida con su “discapacitado” protector, mientras el maleante se retorcía de dolor en el suelo.
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“El hombre es un lobo para el hombre” Thomas Hobbes
El lobo
U
n lobo atacó ferozmente a Ulf, poderoso terrateniente y casero de Thordis, afable zapatero de la aldea. Bajo acusación de haber agredido al casero y haberle causado profundas heridas, Thordis fue arrestado la mañana siguiente, cuando aún no despertaba de profundo sueño. Se argumentó que el lobo no era más que el doble zoomorfo de Thordis, como lo había predicho una semana antes un mago Lapón, quien alertó a Ulf sobre la necesidad de cuidarse de la inminente agresión de Thordis transfigurado en su doble animal. Meses atrás, algunos lugareños ya habían advertido el deambular nocturno de un ser lupiforme que aullaba bajo la luna y se alimentaba de cabras y conejos. No tenían idea, sin embargo, de que se trataba de la forma lupina de Thordis, como explicó cate99
góricamente el mago, quien siempre insistió en que no se tocara a Thordis mientras durmiera so riesgo de que muriese. Aun encerrado en el calabozo, cuando dormía lograba escaparse por las noches transformado en lobo de filosos colmillos, mientras que su cuerpo físico permanecía inmóvil, preso de arrullador sueño. A pesar de frecuentes y crueles torturas instigadas por el influyente casero, Thordis negaba tener relación alguna con el feroz lobo. Una noche, el animal solitario fue herido en la pata izquierda con una flecha disparada por uno de los cazadores de la aldea. El lobo huyó entre las montañas, pero la mañana siguiente el celador se percató de que Thordis sangraba de la pierna izquierda, lo que fue considerado como prueba inobjetable de que el lobo era efectivamente el doble zoomorfo de Thordis. Con el fin de tener una prueba definitiva, Thordis fue conducido a otra celda, carente de ventana: la fiera no volvió a rondar por las noches. Tras de eso, ya no cabía ninguna duda. Un año después Thordis fue liberado. Su casa fue objeto de estricta vigilancia nocturna, hasta que tres meses más tarde, cuando quedó claro que el alma lobuna de Thordis no lo abandonaba ni en noches de luna llena y el mago lapón sentenció que el doble feroz de Thordis ya no migraría de su cuerpo, la vigilancia fue relajada. Durante todo ese tiempo el buen zapatero fue acrecentando su simpatía entre los pobladores, al tiempo que el infame Ulf era más y más odiado por sus injusticias y crueldades. Por azares del destino, el zapatero se enamoró de Pia, única hija de Pirkko, una hermosa mujer de quien Ulf había abusado 16 años atrás, haciendo uso de su derecho de pernada. Pia le correspondió a Thordis y aceptó casarse con él al poco tiempo; ambos ignoraban que el odiado Ulf era el padre de Pia. El día de la boda todo transcurrió en paz y alegría. Pero una vez enterado el casero del matrimonio, sus hombres allanaron violentamente la morada de Thordis la misma noche nupcial, le aplicaron formol mientras dormía y raptaron a la recién desposada para llevársela a Ulf, quien decidió encerrarla en una celda para satisfacer su irracional furia. Al poco rato, y sin que el mago Lapón lo advirtiera, fue visto de 100
nuevo el descomunal lobo con su cabeza aguzada, sus orejas tiesas y la cola larga y peluda, aullando bajo la luna más fuerte y dolido que nunca, pero los lugareños no se amedrentaron, ni lo atacaron. Más bien, sublevados en marcha insólita, lo escoltaron a casa de Ulf. Al llegar allí, lograron entre todos derribar el pesado e inmenso zaguán, posibilitando la entrada de la implacable bestia que como rayo penetró a los aposentos del casero y lo devoró en un pestañear de ojos. Los dos guardianes de Pia huyeron despavoridos mientras la multitud la liberaba. El lobo, no satisfecho con su venganza, se lanzó por la ventana con pretensiones de alcanzar a los fugitivos, pero una flecha disparada desde lejos encontró guarida en su corazón ardiente y salvaje. Ignorante del trágico final de la fiera, Pia llegó a su casa donde encontró a su marido en el lecho conyugal exánime, con el corazón sangrante. La joven viuda lo lloró toda su vida. Los aldeanos, por su parte, le levantaron un monumento al lobo, en el que aparece aullándole a la luna. Dícese que generaciones enteras lo han venerado, centenares de milagros se le han atribuido, y aunque al zapatero nadie lo recuerda, cuando en ocasiones un lobo ronda por la noche se cree que es ánima en pena de algún durmiente, honrado y valiente.
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“Picture yourself in a boat on a river with tangerine trees and marmalade skies Somebody calls you, you answer quite slowly a girl with kaleidoscope eyes Cellophane flowers of yellow and green Towering over your head Look for the girl with the sun in her eyes And she`s gone Lucy in the sky with diamonds Lucy in the sky with diamonds Lucy in the sky with diamonds…” Lennon/McCartney, Lucy in the sky with diamonds
La mujer de los brazos largos “¿Te acuerdas de la mujer de los brazos largos?” “No”, me respondió Alejandra, mi esposa, en voz casi inaudible, tras lo cual regresé al profundo sueño del que no tengo recuerdo alguno. Al despertar la mañana siguiente, ella me inquirió sobre mi extraña pregunta, que no sólo la había despertado sino generado prolongado insomnio. Si mi mujer no me hubiera recordado aquella pregunta insólita, seguro la hubiera olvidado, pero al escuchar sus palabras me acordé de inmediato. Sin embargo, no tenía idea de por qué se me habría ocurrido hacerle semejante pregunta, seguramente formulada en estado hipnopómpico originado en alguno de mis no tan infrecuentes microdespertares; pero como había olvidado del todo el sueño de donde había brotado la rara pregunta, no estaba en condiciones de explicar quién podría ser la “mujer de los brazos largos”. Está claro que la forma en que había enunciado la pregunta (“¿Te acuerdas de la mujer de los brazos largos?”) prefiguraba una clara intención por iniciar una conversación o, al menos, un comentario sobre algo relacionado con esa mujer fuera de lo común, a quien tácitamente suponía que mi mujer habría visto por lo menos una vez, y sobre la que se sobreentendía que ambos concordábamos en identificar como su rasgo distintivo la longitud excesiva de los brazos. Mi esposa pareció olvidarse del asunto, pero a mí me intrigó sobremanera. De allí que pensé mucho sobre quién podría haber sido esa mujer de extremidades superiores descomunales: ¿una basquetbolista?, ¿una voleibolista? Por más que le di vueltas no pude hallar la mínima pista. Repasé mentalmente mujeres que he visto, que conozco o conocí en el pasado, y ninguna encuadraba 103
dentro de esa peculiar característica física. Es cierto que contaba con un solo dato, una, y sólo una, característica del personaje, que además es meramente física; no sé nada ni sobre su personalidad, ni acerca de sus cualidades intelectuales, ni sobre sus actividades… nada, absolutamente nada, fuera de que tenía los brazos largos. Lo que normalmente supone dos cosas: 1) que efectivamente debe tener los brazos (entendiendo por brazos, en mi formulación, no sólo los brazos en sentido estricto, sino los antebrazos y las manos, cuyos huesos, como sabemos, constituyen la estructura ósea que forman las extremidades superiores) demasiado largos en relación a la longitud normal de las extremidades superiores de una mujer, o de un ser humano, puesto que la longitud de los brazos y su proporcionalidad corporal es indistinta del género; y 2) que esa característica suya sobresale sobre cualquier otra de ella misma. Sin embargo, este último aspecto no necesariamente tenía que ser así, porque es evidente que mi pregunta era sólo la introducción de alguna elaboración ulterior que bien podría trascender ese rasgo físico. Así, si hubiera estado despierto, aquella pregunta, independientemente de la respuesta afirmativa o negativa de mi mujer, lógicamente hubiera sido seguida de al menos algún comentario sobre aquella persona, en el que, en principio, era de esperarse que habría continuado el diálogo describiendo otro aspecto de esa mujer, más allá del largo de sus brazos, tal vez no tan evidente a primera vista, pero que pusiese al desnudo algún otro defecto o virtud, o varios defectos o virtudes, de ella; pero también podría haber proseguido mi comentario describiendo algún comportamiento suyo o algo que le hubiese ocurrido, que no alterase en nada la descomunal longitud de sus brazos como el principal rasgo distintivo. En fin, toda esa disquisición no dejaba de ser mera elucubración. Al no encontrar explicación coherente alguna en el registro de mi memoria, me acordé de que en el pasado había tenido sueños premonitorios. El más reciente, una pesadilla que había tenido poco antes del sueño sobre aquella mujer insólita, en la que había soñado con una enorme tarántula, que hizo que me despertara sobresaltado. Al levantarme fui al baño y me sorprendí al ver a una araña grande, de patas muy largas, en la pared. Eso no sugería que estuviera nuevamente delante de un sueño premonitorio, pero ante mi imposibilidad de rescatar al personaje del pasado me quedó la duda de si mi sueño sería presagio de algo. 104
Llegó el momento en que me cansé de darle tanta vuelta al asunto y me olvidé de aquel sujeto extraño. No obstante, no había transcurrido ni un par de meses cuando las piezas del rompecabezas se empezaron a acomodar. Desde antes de mi sueño, mi mujer veía con asiduidad una telenovela brasileña cuyo tema musical era la famosa canción de los Beatles Lucy in the sky with diamonds, pieza que me fascinó desde que fue dada a conocer en el maravilloso disco Sargeant Pepper Hearts Club Band, a inicios de 1967, y que, por supuesto, compré apenas salió a la venta, cuando todavía era un adolescente. Aunque yo no veía la telenovela, cada vez que escuchaba un fragmento de la canción me acordaba de mis años juveniles y la tarareaba. Como decía, casi dos meses después de haber soñado con la “mujer de los brazos largos”, un día en que me disponía a ir a trabajar empezó a desatarse el nudo gordiano: el portero del edificio donde vivo me entregó un sobre que, según él, alguien había dejado la noche anterior, pero no me supo describir a la persona con detalles porque dijo haber estado dormido cuando ese “alguien” lo dejó en la ventanilla de la caseta, y cuando despertó aquella persona ya no estaba. Ante mi insistencia sobre cómo era, me dijo que sólo alcanzó a verla de espaldas, pero que era una mujer muy baja de estatura y de ¡brazos largos! Quedé horrorizado. Abrí el sobre: contenía un papel que tenía escrito: “Lucy 3.2 Ma”. ¿Qué quería decir eso?, me pregunté más intrigado que nunca. Ese día no me pude concentrar bien en mi trabajo. Cuando llegué a la casa de noche, se escuchaba la música de Lucy in the sky with diamonds en la televisión; le di un beso a mi mujer, que bordaba mientras veía la telenovela. Preferí no comentarle nada sin antes investigar un poco el posible significado de “Lucy 3.2 Ma”. De inmediato entré al internet y digité en el buscador: “Lucy 3.2 Ma”. Francamente, veía muy difícil encontrar una pista, pero rápidamente ¡apareció la respuesta! Lucy era ni nada más ni nada menos que el fósil homínido más famoso. Una mujer australopithecus afarensis de un poco más de un metro de estatura y brazos largos, que data de hace tres millones doscientos mil años, y cuyos restos fósiles fueron descubiertos en 1974 por un grupo de paleontólogos que le pusieron el nombre de Lucy porque el día posterior al descubrimiento escucharon y cantaron ¡Lucy in the sky with diamonds! Me quedé en shock, el enigma estaba casi resuelto a no ser porque no sabía de dónde había surgido esa 105
mujer bajita de brazos largos ¿era el espectro de Lucy? Obviamente eso era una tontería, en la época de los australopitecos no existía el protolenguaje articulado, y mucho menos escrito. Lo único que me quedaba claro era que Lucy no tenía los brazos excesivamente largos para su especie, puesto que la longitud de sus extremidades superiores correspondían a las dimensiones proporcionales entre la longitud del húmero y del fémur propias de su especie, que se sitúan entre el indicador normal para un homo sapiens y el indicador normal para un chimpancé, como resultado de que esa ancestro nuestra, así como el resto de los austrolotiphecus afrensis, si bien era bípeda como nosotros, no había dejado del todo las costumbres arbóreas de la mayoría de los primates. Es decir, tenía muy largos los brazos para nosotros y muy cortos para los chimpancés. Las coincidencias entre mi sueño, la canción de Lucy in the sky with diamonds que escuchaba todas las noches y la relación entre el descubrimiento de la mujer de los brazos largos con el hecho de que los paleontólogos hubieran decidido llamarla Lucy en honor justamente a esa misma canción de los Beatles, era asombrosa. Pero la pregunta sobre de dónde había venido esa creatura que había dejado aquel papel que decía “Lucy 3.2 Ma” continuó siendo un enigma indescifrable. Decidí contarle toda la historia a Alejandra, quien reaccionó de la única manera que podía paliar mi ansiedad: me besó amorosamente y me abrazó con sus brazos perfectamente proporcionales a sus piernas, según los estándares del homo sapiens.
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“If you do not tell the truth about yourself you cannot tell it about other people” Virginia Woolf
Honest guy
“Be yourself; everyone else is already taken.” Oscar Wilde
I
remember damn well when I used to dance Little Richard’s music all night long, I was five years old back then, but do I really remember? Not sure, have the impression that I only came across his music when I was ten and, in fact, I never really learned to dance rock and roll. Nothing to be ashamed of, really. I do recall, though, the way I used to imitate a gorilla by rapidly banging my chest with my two fists ridiculously hard and screaming loudly, not that I was particularly strong, but I even have blurred remembrances of my younger brothers and my friends with an expression of genuine terror on their faces when I began grunting like King Kong, but hold on a second, actually now that I think twice about it, I sincerely believe it was not really me but my dad, who disguised himself as the fearful anthropoid while I used to panic and hide under the dining table. Well, I was just an immature seven year old little kid, not big deal. 107
What I can affirm with no hesitation is that the girls used to chase me in High School in a way that I had to run for my life, making up all sorts of incredible stories so that I could avoid them. I have to say that I was not precisely ugly and had a kinda sex appeal to women. Nor was I silly either. In short, I was the sort of guy girls would die for. Not that I deserved it but, what the heck, I was well and fashionably dressed, extremely charming and, sorry to brag, rather cute. Thanks the lord, such embarrassing situation happened when I was sixteen and only went on for no more than two years, as soon as the girls realized that I was way more interested in astronomy than in them, funny assessment that was, as I can hardly describe a single constellation in the firmament and can barely tell the moon from a bloody twinkling star. I know the reader may suspect to what extent that story about the girls being wildly excited about me was actually accurate. Fair enough. How would I react to that skepticism? As I always do, with remarkable honesty. I would have no regret whatsoever to rephrase what I just mentioned and let everybody know with all frankness and being absolutely strict with the actual truth, that it was only one girl who chased me, until she openly confessed her homosexuality. That girl, whose name was Maria, later explained to me that the five days she had chased me (I felt that two years had actually passed by, though), she was just pretending so as to provoke jealousy on the girl she was crazily in love with: a young nun by the name of Sarah or Petra, something like that, whatever the name, if not a nun she must have been at least a novice ready to taking vows, that’s for sure. As the reader may have gathered, memory is not quite serving me well, but nobody can deny my honesty and courage to fearlessly correct myself regardless of what people may judge or think about my behavior. My honesty is so admirable, that now that senility has pervaded my existence, I’ve seriously been thinking of publishing my memories following a thorough and strict scrutiny of the facts of my life, eliminating the slightest element which could not abide by the truth. Nevertheless, and to be quite honest with everyone out there, I guess I may simply leave things as they initially come to my mind, otherwise that would be a puerile piece of writing and I have to admit, it would not be really me.
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“I have a hole in my heart that will never be replaced, That feeling I have felt, Is like torture I have faced I can´t deal with this anymore, I´m going down to the ocean floor, I will never come back, I planned my own attack.” Aidan Clifford, My only Love
The mysterious driving force
I
t surely was love at first sight. Aashi and Anbu immediately started dating, but in a blink of an eye they were strangely split apart. Right after their instantaneous magic mutual enchantment, they enjoyed a delightful night of intense romance but just before dawn they were blissfully transported away from one another. It was not a geographical separation; they met in Bombay and remained there. It was rather a time estrangement. It was a mysterious 109
driving force which penetrated their bodies and imposed on them a forced time travel against their will and beyond their control. Aashi seemed to have flown into the future and Anbu would appear to have been thrown into the past. But the love each of them felt in the profoundness of their hearts triggered their decision to travel to the present to see each other again, regrettably to no avail. The problem was that despite their efforts, she went a bit too far back into the past and he travelled a bit too far forward into the future. She then sadly lived in a remote and dark medieval past and he lived totally confused in a distant and robotized future. Their love was so passionate and intense that they tenaciously continued trying to solve their chronological mismatch, but they were both victims of a time control disorder, which enabled them to counterbalance the effects of the mysterious driving force at their own will. However, a miraculous cure arose when Aashi was transported to the year 1869. When she lived at that time, her beauty had ironically sunk her in a miserable life as she was converted into a cobra courtesan, habituated to cobra venom. Aashi had been gradually increasing her dose. After some time she could drink a teaspoon per day, and continued increasing her ingestion until a year later she reached a maximum daily consumption of one glass without suffering harm. Miracles do not come without danger. Any individual who would have dared to kiss her would have immediately died poisoned. Her sweat, her spit, her blood, every single fluid emanating from her body, would relentlessly kill any reckless human being. Aashy was normally kept hidden, as she had purposely been transformed into a secret deadly weapon to get rid of certain individuals targeted by the owner of the house. She would rarely come out to the surface, and that would only happen when she was asked to exhibit her charm and beauty, so as to attract her next victim to her spider net. As strange as it may sound, the fact is that after years of uninterrupted search, Anbu was in the verge of finally finding her. His powerful love instinct appeared to have influenced the mysterious driving force in a way that he was taken to the last third of the nineteenth century, matching the exact time when his beloved was living. He was unaware, but the chronological divergence was 110
finally over. Fruitlessly, he looked for her in every corner of Bombay. He finally visited the house of courtesans guided by an old wise man who, after having attentively listened to Anbu’s detailed description of Aashi, advised him (not without warning him of the existing dangers therein) about the famous place where beautiful and sensuous courtesans were providers of endless pleasure and where Anbu had good chances of finding her. He reluctantly decided to visit the place, as he denied the possibility that Aashi could have become a courtesan. As soon as he arrived and stepped into the house, Anbu could not believe his eyes when he saw a pretty woman, in her early thirties, the age that Aashi should have been by then, standing in the living room wearing a beautifully colored silk sari, who looked just like her. When Aashy had a glance at him, she immediately recognized him but, conscious of her condition, she tried to evade him; nonetheless Anbu ran after her, and when he tried to hug her she yelled at him preventing him from touching her, as she knew that her entire body was a lethal threat and that he was absolutely endangered. The body guards reacted on the spot and violently threw him out of the place. Anbu walked away weeping extremely sad, but he had not even walked two hundred meters when Aashi reached him. She pleaded on her knees in a tremulous voice: “Please don’t you dare to touch me. I love you since the very moment I met you, but my entire body is poisoned and if you touch me you will inevitably die”. Anbu could not help it, he ignored her request and despite her resistance he embraced her and forcefully kissed her. It did not pass too long before he laid on the floor. She could not bear his death. She felt terribly guilty of having murdered the man she loved. That same night, while others in the house danced and enjoyed, Aashy, deeply devastated, was ready to kill herself when she heard Anbu´s voice loudly calling her name from the outside. He had not died. She stepped out of the house and ran to hug him and kiss him while the mysterious driving force sent them back together to the present time, as Anbu was able to confirm when he awoke from his nightmare and could stare at his lover, who silently slept at his side like a beautiful princess while the headline news on the TV, which they had left on, announced the commemoration of the 145th anniversary of the birth of Mahatma Gandhi, born on October second 1869. 111
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“All is loneliness, before me Loneliness” Moondog, All is loneliness “Who knows what true loneliness is-not the conventional word but the naked terror? To the lonely themselves it wears a mask. The most miserable outcast hugs some memory or some illusion” Joseph Conrad “Un desventurado estar solo, al borde de uno mismo ¿Qué menos? ¿Qué más sufres? ¿Qué rosa pides, sólo olor y rosa, sólo tacto sutil, color y rosa, sin ardua espina?” Ida Vitale, De palabra dada
All is loneliness
“A
ll is loneliness”, insisted the woman I met in the train when I was going to the airport Charles de Gaulle after visiting the Louvre Museum in Paris. She had exotic looks. Her skin was bronzed, beautifully tanned as if she had been in the beach under the radiant sun at least a full week. A stunningly rare beauty, with a profound look that came from her impressively vivid eyes, which gave the impression that her sight could penetrate across my skin, as if it were searching for the inner side of my soul. She must have been in her late thirties -some ten years younger than me-, dressed in a fine turquoise linen dress, which matched perfectly well with the elegance of her lovely slim body, rather tall height, well-shaped and distinguished figure. I remained strangely mute. True, my french is not the best, but that behavior was radically opposed to my outgoing personality, an unknown feature to me, as I normally stand out as a talker. As anybody who knows me could confirm, the words tend to automatically flow from my mouth like the water flows from a fountain. I guess her personality was so overwhelmingly strong that I opted to listen. When she had stepped into the wagon of the train and sat by my side, she asked me the time and, after two minutes of silence, a rather one sided but largely pleasant conversation arose between an artist and an industrial designer, till we arrived to the airport. Isis was her name. Before saying goodbye, she asked me for my 113
email address and, staring at me in a weird but simultaneously sensual manner, she promised she was going to write to me. “All is loneliness”, she reiterated before disappearing inopportunely, as a shadow that vanishes before us when the sun suddenly interrupts its mighty luminosity as soon as a thick and irreverent cloud dares to proudly fix its presence between the sun rays and the spot of the earth where one is located. I was on my way to Rome, my hometown, while she had a boarding pass to Cairo, where she was going to visit her father, seemingly a well-respected man in Egypt. I could not eradicate her face and strong expression from my memory, which normally is not that retentive, over the following three months. As it usually happens, though, my enormous workload in the company of industrial design which I run ended up absorbing all my energy and my thinking, drying out my willful desires, to the extent that I thought of her no more. A year more passed by and I had literally been transformed into an automat whose brains were totally inserted in a machinery, like a mechanical piece which is moved in a rigid and repetitive way. My girlfriend had broken up with me as she could not stand my workaholism and absolute lack of interest to anything beyond my work. I lost all my friends, who by the way were not that many, and as far as my family is concerned, I only had my sister remaining in Rome, whereas the rest had fled to South America. When my sister decided to leave, one dull and foggy day, Isis’ favorite phrase came to my mind: “All is loneliness”, which I kept on repeating loudly as if I were desperately asking for help. I must have repeated the phrase twenty times when my computer´s screen showed that Isis had just sent me a message, as if my words would have been listened by her. The message which I read right away with keen interest said: “Dear Giovanni, sorry that I had not contacted you earlier but I just overcame a terrible disease. Now I am ok to the extent that I am commemorating my fortieth anniversary with my closest friends and I thought that perhaps you would like to come over next Saturday at 9 here, in my place in Paris: Rue de Saint Honoré 125. I would be very happy if you join us. I have not forgotten you. Kisses and a big hug, Isis. P.s: no need to book a hotel, have plenty of space here where you are most welcome to stay.”
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I could not believe it, my sadness immediately turned into joy. I put my work aside, bought my airplane ticket, and the next Saturday I was punctually in her place. Her house was gorgeous, very spacious and decorated with very good taste, but what really stroke me the most was Isis herself. Her outstanding personality and her extraordinary beauty, shone even more than when I had first met her a year ago. She was impressively dressed in a magnificent long linen kalasiris that fit her body perfectly. The dress had golden and black stripes and she wore an embroidered belt and a gleaming gold collar. There was no doubt: she was the vivid likeness of an Egyptian Queen. I rapidly realized that most of the invitees were well known artists of various nationalities, but she clearly was the startling star of the night, very much respected as a great sculptor. The dinner was delicious and abundant with koshari, shawarma, kebab and falafel accompanied by excellent Egyptian Shiraz wine. She was very nice to me throughout and made me feel really special. She even introduced me to her friends as an important industrial designer in Italy. When all the invitees left, she invited me to listen to a song which I never heard before. She played the original version by Moondog and its bluesy interpretation by Janis Joplin, as she explained to me. Then she said, “As you may have understood from the lyrics, the name of the song is ‘all is loneliness’, my favorite song.” Then she went on to say: “I am very happy that you have accepted my invitation. Your luggage has already been taken to your room, but before anything else please let me show you what I consider my best sculptural work. I have these pieces well kept in a special room. You will be the first one to see this artwork, which has taken me several years of dedication and I value dearly.” I followed her through various corridors of the very big house and suddenly I was with her in a huge salon which she had illuminated with a track-lighting system which provided a sense of intimacy with the art pieces. In the middle of the room, of some 150 square meters, a superb collection of beautiful sarcophaguses sculptured in stone were orderly aligned one after the other. All of a sudden, a weird expression, but yet full of sensuality, appeared on her face along with an intimidating and penetrating way of looking at me, which powerfully reminded me more than anything else of the mysterious and fascinating woman that I had met last year. While staring at me, she softly asserted: “I am the 115
reincarnation of Isis the great Egyptian Goddess and even though you have not yet realized, you are the reincarnation of Osiris, my brother and husband, whose evil brother Seth drowned in the Nile and later perversely cut into fourteen pieces. Only I could put your corpse together. “I have been tirelessly looking for you, now that I have finally found you after many years of intense and thorough search, it is absolutely clear to me that I cannot let you go. One of these sarcophaguses will be your eternal abode, choose the one you like. All of them, with the exception of mine, correspond to your size, as I made sure to sculpt every piece to make Osiris fit perfectly well. When my moment comes, I will also sleep in my sarcophagus so that we both rest side by side until the next reincarnation. All is loneliness�, were the last words she pronounced. I tried to run away but I couldn`t, I was sort of hypnotized by her magic eyes and obediently and silently chose one of the sarcophaguses, slowly opened it and quietly accommodated myself in the hunting grounds of eternity.
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Poe mas 117
“Strike against war, for without you no battles can be fought. Strike against manufacturing shrapnel and gas bombs and all other tools of murder.” Hellen Keller “Al menos tres niños murieron en incidentes relacionados con la guerra cada día en 2009 y muchos más sufrieron de diversa manera.” Ajmal Smadi, director de Afghanistan Rigfhts Monitoring, sobre la guerra en Afganistán
Los niños
P
elota grande, pelota pequeña
¿Por qué cuando rebotas lo haces risueña? Un granizo aplastó a la hormiga ¿Por qué tanta violencia si no era su enemiga? Rodó la piedra, rodó hasta que nadie la vio ¿De quién escapaba? ¿A dónde se escondió? La bomba mató a cientos de niños en Hanói, Bagdad y Kabul ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¡¡Los niños, los niños!! ¿Por qué los niños?
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“A lua foi companheira No praia do Vigidal Nao surgió, mas mesmo oculta Nos recordou seu luar Teu ventre de mare cheia Vinha em ondas me puxar Eram-me os dedos de areia Eram-te os labios de sal.” Vinicius de Moraes, Balada da Praia do Vigidal
Dedos
M
is dedos caminaron unos dos metros en la mesa afelpada. Después descansaron, durmieron y soñaron. Despertaron al cabo de un rato, buscaron tu piel sensible, la encontraron y la acariciaron suavemente, incitando tu amor, soliviantando tu pasión desenfrenada. Dedos necios los míos, cabalgaban por las noches oscuras cuando dormían las almas y se agigantaban las calmas. Dedos intrépidos, de vocación insurrecta, dedos tenaces de habilidad perfecta, ni la artritis, ni la artrosis los destruían, ni el reuma ni la bruma los detenían. No eran mis dedos aquellos del virtuoso, menos aún los del facineroso, estaban encendidos por el fogón del arte, propulsados por los vientos, acicalados de tanto amarte, bruñidos por los tiempos, templados en las batallas y acuñados por la esperanza, inyectados por las agallas y moderados por la semblanza. 121
También cruzaron mi mente ideas descabelladas, como sueños fugaces con pinceladas surrealistas, en que mis dedos trotaban libres como los artistas, venciendo timideces por todas las aristas. Otras ocasiones mis dedos volaban lejos, más allá de las pasiones, trascendiendo las regiones. Un día por la mañana mis dedos se entumieron, las teclas de mi piano sus puntas extrañaron, las texturas de tus cabellos su delicado toque añoraron. Su roce fue distinto, así lo percibiste, tu tacto fue transformado por mi torpeza digital, a partir de ese aciago día ya nada fue igual.
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“Es la Amazonia la patria del agua” Thiago de Mello
Otro tiempo
S
e detuvo el tiempo, pero seguí mi camino. Durante mi trayecto, las caudalosas aguas se encontraron, los pájaros en parvada se zambulleron en los matorrales precipitados por el crepúsculo. Las pirañas se sacudían en el río, mientras los macacos rugían estruendosos. Cuando desperté, ya era demasiado tarde. Quise pero no pude reingresar al tiempo, me había salido de su devenir para siempre. Desde entonces, sufro y gozo de otro tiempo, aquel del denso océano de la floresta verde, de las bellas cachoeiras, los enormes ríos y sus infinitos ramales, de las aves multicolores y las comunidades indígenas enraizadas en la madre tierra, moldeadas por sus ritos ancestrales. ¡Oh esplendorosa Amazonia, tú que eres el más grande pulmón de vida resiste la voracidad insana para perpetuar tu tiempo, porque sin tu tiempo ya no habrá más tiempo! ¡Oh señera maravilla digna de apotegmas y sinécdoques, inspiradora de manantiales poéticos, no sucumbas a la depredación irracional! 123
“¿Qué es un hombre, si su mayor bien y el sentido de su vida no es más que comer y dormir? Una bestia, nada más.” Shakespeare
¡Agitase en su tumba Federico!
E
staba en el siglo XXI Juanito, niño proletario, llorando la terrible muerte de su padre enterrado en la mina coahuilense. ¡Agitase en su tumba Federico! Globalización en el siglo XXI: murió de trabajo extenuante Marianita en la cosecha forzada de tomate en los campos californianos. ¡Agitase en su tumba Federico! Enfermo cayó Pedrito, el bolivianito, desfalcado de tanto trabajo esclavo en la maquila de Sao Paulo. ¡Agitase en su tumba Federico! Irinita fue enganchada y engañada para salir de Bucarest y traerla como modelo a Londres. Subyugada vive ahora sometida a dura explotación sexual en la pornografía más humillante. ¡Agitase en su tumba Federico!
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Kingsley, niño nigeriano de diez años, fue vendido en diez € por su padre. Ahora come ratas y trabaja de sol a sol en la selva de Costa de Marfil, donde cultiva cacao después exportado como materia prima para elaborar el más fino y delicioso chocolate belga y suizo. ¡Agitase en su tumba Federico! Akbar, de ocho años, se cayó de la bestia y se rompió la pierna cuando participaba en la carrera de camellos en Abu Dabi. Akbar fue traído de Afganistán a los seis meses y desde entonces está cautivo haciendo ganar mucho dinero a sus dueños. ¡Agitase en su tumba Federico! Thakisn no sabe que todo el camarón que pesca en altamar va a parar a los consumidores estadounidenses, muy lejos de las costas tailandesas donde lo avasalla el trabajo forzoso sin piedad alguna. ¡Agitase en su tumba Federico!
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Da minha poesia” Vinicius de Moraes, Poetica (II)
Lágrimas estacionales
E
n la primavera poblaron mi barrio tantos pajaritos que mis lágrimas parecían una necedad, tanto calor hacía en el verano que mis lágrimas se evaporaron al nacer, lágrimas del tiempo, lágrimas mías, lágrimas del sentimiento de las noches y los días, cayeron tantas hojas en el triste otoño que mis abundantes lágrimas pasaban desapercibidas, en el grisáceo invierno el frío era tan grande que mis lágrimas se congelaron al caer, lágrimas del tiempo, lágrimas mías, lágrimas del sentimiento, no son para que rías. Muchas estaciones han pasado sin que brote de mis ojos lágrima alguna. Ya no las veo, ¿estarán en el mar o en aquella laguna? No queda rastro de su forma ni su sal. Sin causa ni utilidad, con el tiempo secaron su caudal. Lágrimas del tiempo, lágrimas mías, lágrimas del sentimiento de las noches y los días. Lágrimas del tiempo, lágrimas mías, lágrimas del sentimiento de las noches y los días. 127
“No morirás del todo, muerto de amor. Algo sigue sonando en la sombra de tu jardín romántico.” Juan José Arreola, “Loco de amor”, Confabulario
¿Qué formula?
¿Q
ué es aquello que al amor castra?
¿La víbora infame que por doquier se arrastra? ¿La que aun siendo madre es siempre madrastra? ¿La que en vez de alivio de empatía como odio se perpetua, hiere y arrastra? ¿Qué antídoto, qué remedio, qué fórmula es útil ante semejante amenaza? ¿El arte, el canto, la danza? ¿La risa, el llanto, la añoranza? O acaso, ¿la quietud, la pasividad… el agua mansa?
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“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésta ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.” Rubén Darío, Lo Fatal
¿Para qué?
¿P
ara qué el empeño en la fantasía destructora de cavidades oscuras cuando la transparencia le es ingénita al amor que aun herido rebasa en limpidez hasta las aguas más puras? ¿Para qué el desprecio a quien te añora cavando la tumba de lo que no tiene precio? ¿Para qué la intolerancia? ¿De qué sirve la intransigencia? ¡Como si el aire sin impurezas existiera y el juicio final nos perteneciera! ¿Para qué reventar la burbujita amorosa? Frágil e imperfecta pero tierna y genuina con la piedra protuberante y áspera de la incomprensión abyecta más obscura que la caverna y la mina.
¿Para qué la dosis deletérea constructora de muerte, si el cuerpo al que se le aplica por amor permanece incólume? ¿Para qué la ruina de la desdicha, la pretensión de la indiferencia, el ensanchamiento de la grieta y el puñal en la herida? 131
“Atroces heridas crecen grandemente; Su filo recio a los furiosos guerreros Cortante les raja los duros escudos; El caudillo vive en gloria. Su refulgente espada Enrojece más cada hombre valiente; Grande el señor su excelente blasón Lleno de tajos disfruta feliz En su atrevido corazón.” Drottkvaett con Kenningar verdaderos
Vikingos
“Los teñidores de los dientes del lobo Prodigaron la sangre del cisne rojo. El halcón del rocío de la espada Se alimentó con héroes de la llanura. Serpiente de la luna de las piratas Cumplieron la voluntad de los hierros.” Egil Skallagrímsson
E
n sus ojos se dibujaban los dragones, clavaba en la rosa espinosa sus pedacitos de esperanza, los trineos del invierno nórdico los transportaban, no eran verdaderos, eran sólo ilusiones. Infeliz encuentro con las naves mediterráneas, brusca travesía vikinga, colmada de aventura terror y codicia, los remos, las velas, los músculos, las olas, los mástiles, la proa, nada era cierto, el mismo mar estaba muerto.
Recordaba el olvido, para bo-rrarse el recuerdo, los navíos de sus expediciones los alejaban, los temibles drakkars, los sne-kkes invasores. ¿Acaso existían? No, ni su forma, ni su movimiento, sólo su terror sangriento.
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Cobijaba la altura los moldes de la bajeza, espíritu débil, sudor de crimen abyecto, la velocidad de la furia los desplazaba, mentira consumada, vocación perversa. Grosero delirio trepador de odio, penetra las venas, lacera las penas, desuella las almas, trasladándose con el viento, falsedad importada, pulverizando lo profundo y lo obvio. Felinos feroces agredían los monasterios, con sus garras despellejan las pieles, inundan de sangre, ahogan los tiempos, profanan los templos ¿podrá ser eso cierto? La altiva montaña dinamitada y perforada, la cumbre y la sima, agrietadas y heridas armas cobardes, tecnología del Medievo, Ziu despierta furibundo al ocaso invernal. Entuertos ríspidos, cohesionando hostilidades, despiden veneno, catapultan maldades, vuelan en alas asesinas con navajas mortales, somatizan la risa, osifican la prisa, Loki de los males.
Tranquilidad en medio del enfurecido mar, como riqueza incrustada en la apabullante miseria, navega indiferente en buques de muerte, Niord fabuloso ¿podrás defendernos? Sacrílega y teófoba, perturba las almas, crucifica las inocencias y las paciencias, engendro monstruoso de mortífera mirada, Eskol iluso ¿podrás devorar a la luna? Salen de Utgard los monstruos malvados, penetran la Asgard jardín de los dioses, saquean la mansión de las divinidades, el Gladheim incendiado, Odin incinerado. En Baffin los malditos vikingos repelidos, bombas voladoras de esquimales los expulsaron, flechas envenenadas de los aguerridos nativos, masacre de invasores, ni Freydis de desnudos pechos pudo evitar 134su vergonzosa huida.
“El fracaso consiste en no persistir, en desanimarse después del error, en no levantarse después de caer.” Thomas Alva Edison
Nuevos tiempos
U
n triángulo + dos círculos – un cubo trazaron mi pitagórica suerte. Un pie y dos pulgadas, una mano menos dos yardas, Midieron la estatura de mi muerte. Cohesionaron dos pedacitos el rumbo de mi desgracia, pedacitos de destino y desatino, colocaron esas noches linternas de fuego vivo, acompañando la trágica escena con agua y vino. Brindaron ante mi cadáver las burlonas hienas, gozaron de enfermizo júbilo, simulando llantos y penas, me levanté de los escombros, una noche sigiloso, cargaba sobre mis hombros, la lápida y el oscuro foso.
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Las llamaradas del Vesubio me iluminaron, piedras volcánicas, mi camino pavimentaron, incienso y claveles impregnaron mis aromas, la titánica sinfonía de Malher, primigenia y hermosa, hechizó mis oídos, sus cavidades y sus zonas. Los paisajes del Dr Atl, la poliédrica inspiración de Siqueiros, la arquitectura pictórica de Escher, inyectaron mi rumbo de esperanza. Los frutos de los mares suculentos, la lluvia de delicias de la tierra, azuzaron mi ilusión por nuevos tiempos.
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“Salamandra frondosa y bien poblada Te vio la antigüedad, columna ardiente, ¡oh Vesubio, gigante el más valiente Que al cielo amenazo con diestra osada!” Francisco de Quevedo, Soneto
Erupción
E
l caleidoscopio de luces ditirámbicas posó en el Parangaricutirimícuaro, para que pinceles de artistas descomunales se refocilaran orgiásticamente con sus febriles llamaradas relucientes. Hoy son las abundantes piedras volcánicas, porosas, dueñas de tan convulsionados episodios, las huellas indelebles de aquel espectáculo de rojos, azules y amarillos. ¡Maravillosos fuegos fatuos y ardientes! También son las bellas pinturas paisajistas, registro creativo e imperecedero de aquel violento canto de la profunda garganta del agitado cráter, arte que perpetua la infinita belleza de su colorida y extraordinaria danza. ¡Caudal de minerales, creador de nuevas faunas y renovadas floras, origen de arquitecturas y hasta de auroras! ¿Acaso tus fugaces centelleos, nos iluminaron para siempre? ¿Será que los fulgores de tus piras, equivalen a nuestros paroxismos y nuestras iras? 137
“En ciertos oasis el desierto es sólo un espejismo.” Mario Benedetti
Espejismo
R
econozco los atardeceres de tu piel lozana, como se percibe la madurez en el amarillear incipiente de la cáscara de una manzana. Adivino en tu mirada la llanura amplia de tu desventura. No la esconde ni la sonrisa dulce de tus labios carnosos ni el ademán alegre de tus dedos graciosos. Identifico la pesadumbre de tus desvelos. El manto denso y oscuro de tus ingeniosas oraciones es insuficiente para ocultar tus infortunios y encendidas pasiones. Bebiendo del disimulo de tu tristeza, oso caminar por las sinuosidades de tus laberínticos recorridos, intentando conocerte a fondo, no para reprocharte sino para amarte. Tu infelicidad nutre mi desafío, linda creatura de encantos inagotables, semejas la vid de las mejores cepas mediterráneas y la fragancia más genuina de las mañanas.
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Por las noches descansando en la quietud de mi tranquilo sueño, me pregunto si me engaño en querer rescatarte de tu desdicha y si en vez de salvarte me hundo en los efluvios de un espejismo. Si el mismísimo Amor no pudo cumplirle a Psique su promesa de amor eterno, ¿seré capaz de impedir que la ilusión de paraíso no se transforme en el oscuro averno?
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“La eternidad está en las cosas del tiempo, que son cosas presurosas.” Jorge Luis Borges, Al hijo “Toda Venus nace como la primera del cielo. Un misterioso parto desde el infinito ‘ponto’.” Schiller.
Somos hijos
S
omos hijos de los polvos estelares, de sus mutaciones permanentes, de la estrella lejana, de la tierra cercana, de los ríos y los mares. No nos es ajeno nada, venimos de aquí, de allá y de todos los lares, de las alegrías, las pobrezas, las riquezas y los pesares. Somos hijos de las alturas, de sus vuelos y desventuras, de sus júbilos y amarguras. No escapamos de nada, ni de sus maldades lacerantes ni de sus tiernas dulzuras. La nuestra es abigarrada mezcla de partículas infinitas e impuras. Somos hijos de nuestro pasado, de nuestra experiencia acumulada, la de nuestros padres, sus ejemplos y sabidurías. No podemos disociarnos de nada, ni de las atrocidades, ni de las revoluciones, ni de las perversiones, ni de las pasiones.
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Somos hijos de nuestras lecturas, de sus conceptos, sus ideas, enseñanzas y censuras. Queda en nosotros la impronta de sus impactos, la marca de sus insinuaciones subrepticias, que influyen nuestros pensamientos y muchos de nuestros actos. Somos hijos de nuestras partituras y pinturas, de la música que escuchamos, del arte que gustamos, de la naturaleza que vemos, palpamos, oímos y admiramos, de lo que aceptamos y de lo que rechazamos. Somos hijos de lo que hacemos, de nuestros actos y trayectoria. Somos vástagos de nuestras creaciones, de nuestros sentimientos y pasiones. De nuestros odios y amores. Somos constructores de ingredientes, que harán parte del torrente que impactará a otra mucha gente. Somos hijos de nosotros mismos. Sí, somos hijos de la historia con su banalidad y su gloria, pero somos padres y madres al mismo tiempo, no sólo de otros hijos, de niños y niñas, de otros seres, sino hijos de aquello que sembramos, de aquello que esculpimos y moldeamos: nosotros aequus.
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“Mas o que se vê não é isso: é sempre nosso serviço crescendo mais cada dia; morre gente que nem vivia.” Joao Cabral de Mello Neto, Morte e vida Severina
Vuelo de Europa a México
V
olando hacia el occidente, escapa de las sombras, buscando el día reluciente, lo logra ¿no te asombras? De repente cambia el rumbo, hacia el suroeste se dirige, va de tumbo en tumbo, el astro rey ya no rige. La noche lo ha alcanzado, el día por fin sucumbe, la oscuridad lo ha cobijado, no hay nada que lo alumbre. Al llegar a su destino, las estrellas centellean, recibió un saludo fino, las piedras lo homenajean. Pero al tocar tierra, algo terrible encontró, moría gente en la guerra, gente que nunca vivió.
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“El movimiento es causa de toda vida” Leonardo Da Vinci
La rueda
G
ira la rueda, gira el planeta, gira la vida, gira la suerte, rueda la rueda, gira la muerte. Revolución tecnológica, neolítica y cósmica, inventaron la rueda, trágica y cómica. La enviaron los dioses, la inventaron los hombres, oh grandes sumerios, de egregios nombres, revolucionaron los tiempos, con alfarería y transportes. Cien milenios sin rueda, el homo sapiens vivió, hasta que en Mesopotamia, la rueda inventó, pieza mecánica, pieza con eje, Sumeria de ríos, agua que teje, hazaña titánica, nunca perece. Ol Beid fue el periodo, Ur el lugar, el Éufrates su río, el Pérsico su mar. El trigo y el mijo, el ajo y la cebada, agricultura de riego, ganadería encantada. Maravilla tecnológica, no tiene parangón, imaginemos el momento de su invención, rueda divina, rueda del movimiento, rueda de la alegría y del sufrimiento. 145
Rueda que dura, rueda que cura, rueda de tormentos, rueda de tortura, rueda de lamentos, rueda de amargura, rueda en los cimientos, rueda en la altura. Rueda que vemos por los siglos rodar, rueda utilizada en mĂĄquinas de matar, rueda de guerra, rueda de paz, rueda del progreso, rueda del bienestar, rueda del tiempo y de todo lugar. Rueda girando, gira rodando, rueda en los caĂąones, rueda en los panteones, rueda en el llano, rueda en pastizales, rueda la mente, de toda la gente. Rueda la rueda de forma circular, rueda el mundo en su eje rotacional, rueda rodando sin jamĂĄs descansar, rueda inventada, rueda singular, rueda de dicha, rueda de pesar.
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“Tonight, I can report to the American people and to the world that the United States has conducted an operation that killed Osama Bin Laden(…) Justice has been done(…) Let us remember we can do these things not just because of wealth or power but because of who we are: one nation, under god indivisible, with liberty and justice for all. Thank you. May god bless you and may god bless the United States.” Discurso del presidente de EU, Barack Obama, 2 de mayo 2011
No
N
o se puede vivir permanentemente en silencio, porque se tendría que vivir sujeto al ruido de los opresores. No se puede ahuyentar la esperanza, so pena de esclavizarse en la perpetua fatalidad de la ignominia. No se puede depositar el pensamiento en la urna mortuoria de la esclerosis, so riesgo de sepultarse en vida. No se puede ahogar el grito rebelde bajo el sudario de la resignación capitulante, ni bajo el de la complacencia vergonzante. ¡No a la muerte de los de siempre, no a los cadáveres prematuros, no a la guerra absurda, no a la voluntad de los duros! ¡No a la infamia enmascarada, no a la violencia perpetuada, no a la mentira descarada, no a la matanza almibarada!
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¡No a los crímenes bíblicos de Moisés, no al amor hacia los esclavos, para que se perpetúen como esclavos! ¡No al “Dios lo quiere” de las cruzadas, no al “Gott mit uns” de los prusianos, no al “in God we trust” de los americanos! ¡No a la inquisición del Medievo, no a la persecución de los herejes, no al alboroto de los mequetrefes! ¡No a las mentiras de Goebbels, no a las de los sionistas, no a las bushianas sobre las armas de destrucción masiva! ¡No al holocausto infausto, no al genocidio en Gaza, no a la hecatombe proterva, no a la ira que se exacerba! ¡No a Obama ni a Osama, no al crimen de las Torres Gemelas, no a la agresión inglesa, no a la rusa, no a la americana! ¡No a la enésima muerte teatral de Bin Laden, no a los montajes funestos, no a los circos sangrientos! ¡No a la apología de la destrucción, no a la alabanza de la manipulación, no al ensalzamiento de la represión! ¡No a la resurrección de los muertos como terror de la gente, no al enaltecimiento de los entuertos como ultraje de la mente! ¡No al fomento del odio, no a la persecución de los fieles, no a los criminales en el podio, no a la multiplicación de los peleles! ¡No a la intolerancia inveterada, no a la manipulación del miedo, no a la gente masacrada, no a la guerra como credo! ¡No al panegírico de la venganza, no a los daños colaterales, no al encomio de la matanza, no a las campañas letales! ¡No al terrorismo de todos los colores, no a los odios y rencores, no al festejo de los dolores, no a la sepultura de los amores! ¡No, mil veces no, no un millón de veces no, no, una infinidad de veces no, no a la alabanza de la matanza, no, no, no, infinitamente no! 148
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica. Esa fuerza es la voluntad.” A Einstein
Puedes
P
uedes decirme que me quieres aunque lastimes tu orgullo, puedes contarme tus desventuras a pesar de lacerar tu finura, puedes amarme sin límites así magulles tu recato y mesura, puedes escalar las más altas cumbres y soportar las quemantes lumbres, puedes beber las aguas del océano y devorar las profundidades de la tierra, puedes no poder si lo que quieres es no querer, puedes, siempre puedes, puedes fingir que haces lo que no quieres hacer pero, ¿para qué? puedes amanecer en brazos del engaño, e ilusionarte con el daño, puedes hipnotizarte con quimeras y traspasar todas las fronteras,
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puedes ahogarte en la más dura sequía o morir de sed en pleno diluvio, puedes pensar la tierra plana y creer que no hubo un ayer ni habrá un mañana, puedes imaginar al sol girando alrededor de la tierra y a ésta circundando la luna, puedes gozar de la tortura, disfrutar de la amargura y sufrir ante la dulzura, puedes adivinar el desenlace, prever la catástrofe y no entender el presente, puedes esclarecer lo más complejo, desentrañar lo abstruso y confundirte con lo obvio, puedes partirme con un rayo, colgarme de una nube y rociarme de asteroides, puedes cosechar en tierra ajena, bostezar en la verbena y extasiarte en lo letárgico, puedes encapsular lo infinito con tu imaginación, puedes engrandecer lo finito hasta la exageración, puedes, todo puedes, sólo no puedes una cosa: no puedes no amarme.
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“‘Icare,’ dixit. ‘Icare,’ dixit ‘ubi es? qua te regione requiram?’ ‘Icare’” Ovidio, Metamorphoseon “Sergio, ¿estás ahí?” Samantha Power, Sergio, chasing the flame
19 de Agosto
M
e pareció ver al Minotauro y a su madre Pasifae perdidos en el laberinto, y a Ícaro levantar el vuelo para abandonar Creta hasta que sus alas sujetas con cera se derritieron con el sol. No vi nada, sólo era mi imaginación. Me pareció escuchar a Cyrano de Bergerac declamando bellos versos de amor a su amada Roxana, escondido tras la máscara de un rostro agraciado carente de su protuberante nariz. No escuché nada, todo era un sueño. Me pareció oír los gemidos de Onan tras practicar el coitus interruptus con la viuda de su hermano, evitando dar descendencia al mismo y provocando la ira de Yahvé. Todo era irreal, no oí nada. Me pareció divisar a lo lejos las mortíferas balas de los cañones napoleónicos y caer muertos centenares de combatientes rusos, creí escuchar el ataque virulento de OTAN en Gorazde dizque para proteger a la población civil mientras 151
centenares perecían y los estruendos de misiles de la misma organización militar en Trípoli, con el mismo pretexto, ocasionando baños de sangre inocente. Desgraciadamente nada de eso fue imaginario. Me pareció escuchar desde las profundidades de mi sueño el sonoro y trágico estallido en el Hotel Canal en Bagdad, cinco meses después de la infame agresión americana, donde veintidós funcionarios de Naciones Unidas fenecieron. Pude haber estado, pero no estuve. No lo escuché, lo presentí. Al despertar, infelizmente la pesadilla de ese 19 de agosto no era irreal…
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Re fle xio nes
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“Sirenae sunt marinae puellae quai navegantes pulcherrima forma et cantus decipiunt dulcedine. Et a capite usque ad umbilicum sunt corpore virginali, et humano generi simillime; squamosas tamen piscium caudas habent.” Anónimo, Liber monstrorum de diversis generibus “No a todos asustó la muerte lenta De consunción fatal con que acostumbra Su amor funesto, la pasión violenta Pagar de aquel que su beldad deslumbra. Aunque apagado el canto, a Butes tienta: Horas de dicha en su ilusión columbra. Del banco de remero, alucinado, Al ponto salta y lo atraviesa a nado.” Ipandro Acaico “Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa.” Pascal Quignard
Butes y Odiseo frente a las sirenas
¿S
erá que me puedo salvar de la muerte?
Como lo hizo Jasón con la citara de Orfeo. ¿Será que podré tener un poco de suerte? Como la tuvo Odiseo con la hierba de Hermes. ¿Seré rescatado de mi propia temeridad? Como le pasó a Butes con la Venus de los mares. ¡Oh Odiseo, polytropos tan distinto de Aquiles! 155
El dios mensajero, descifrador de significados ocultos, te salvó del hechizo de Circe y ésta, enamorada, te protegió del canto sirénido. La música celestial y mágica de la lira órfica neutralizó los cantos traicioneros de las mujeres pájaro, evitando la fatal muerte de los intrépidos argonautas. La osadía de Butes le hizo saltar al mar, seducido por sus eventuales asesinas. ¿Por qué la temeridad del argonauta? ¿Acaso por la música, en un regreso a su vitalidad primitiva, por preferir una música animal a la música órfica, como sugiere Quignard? Prefirió la llama del instante que lleva a la fatalidad a las notas mágicas, fuente de la serenidad del alma. ¿O acaso atraído por una fantasía erótica inspirada por la presunta belleza de las jóvenes cantoras? Ésta última hipótesis de tufo sexual parece fácilmente refutable si consideramos que las sirenas de la mitología greco romana eran híbridos mitad mujer mitad pájaro, y sólo fueron metamorfoseadas en sensuales jóvenes pisciforme en el imaginario de la iglesia, a partir del Liber Monstrorum escrito no antes de finales del siglo VII. Ni Odiseo, quizá igualmente curioso aunque menos intrépido que Butes, quiso perderse la música sirénida. Butes saltó de Argos con la pasión desmedida por la música original, aquella primigenia, cuna de todas las músicas, sin importarle el riesgo. Odiseo, en cambio, ensordeció a su tripulación con cera para que no fuese atraída por los mortíferos cánticos, mientras él, consciente de su propia vulnerabilidad, se hizo atar para no perderse el canto. No era una idea propia, se la había sugerido Circe. Su sapiencia consistió en saber escuchar el consejo sabio. Cierto, las circunstancias de los personajes eran bien distintas, pero no era menos diferente su naturaleza. ¿Qué hubiera pasado si Butes hubiese sido aconsejado por la hechicera? ¿Habría preferido atarse al mástil, como hizo el héroe de Homero? ¿Qué habría sucedido si Odiseo hubiese estado en la nave de Argos? ¿Habría optado por renunciar a las féminas malignas, bajo el manto protector de la música de la lira de nueve cuerdas de Orfeo? La reacción de un Butes inserto en el contexto de la Odisea parece más simple: si rechazó los bellísimos acordes de Orfeo, ¿por qué habría de seguir los consejos de una hechicera maldita? No es difícil vaticinar que ni se habría tapado los oídos con cera, 156
ni hubiese querido atarse al mástil. Su reacción probablemente hubiera sido la misma que tuvo en Argos: se habría zambullido a las aguas oceánicas, tras el canto sirénido. En cambio, elucidar la probable actitud de Odiseo convertido en argonauta parece más complicado. De hecho, tal situación lo hubiera colocado en un dilema: o le era fiel a su curiosidad extrema por escuchar el canto de las doncellas marinas, y ponía en riesgo su vida al lanzarse al mar, pues se daría cuenta de que de mantenerse en la nave no habría podido escuchar la voz de las sirenas, apagada por la portentosa citara de Orfeo; o se habría mantenido quieto en la embarcación, protegido y arrullado por la encantadora música órfica. La personalidad del héroe de los cantos homéricos parece inclinarse más a tomar el riesgo. Así lo demostró su actitud al navegar por las costas de las sirenas; su curiosidad por escuchar su dulce voz fue satisfecha, y se imposibilitó a sí mismo saltar hacia la rapiña melodiosa. Si la mismísima Circe le aconsejó atarse fue porque presagiaba su desgracia, sabía que el valiente navegante sucumbiría fatalmente al llamado pérfido. Si Odiseo siguió su consejo fue porque reconocía su debilidad y confiaba en la capacidad de predicción de la sabia hechicera. Es verdad, seguía el consejo porque le resolvía el dilema: le permitía escuchar el seductor canto sin correr riesgo. En cambio, en Argos carecería de esa solución ideal: para evadir el riesgo tendría que acogerse a la antítesis de la aventura, tendría que refugiarse bajo la égida de la música órfica y privarse de escuchar a las sirenas. No había allí solución perfecta. Tendría que elegir, igual que Butes. Y, como el joven y atrevido argonauta, quizá habría optado por lanzarse al mar, atraído por la música primitiva y dulce, aguijoneado por su afán de saber que lo llevó incluso a visitar el mismísimo Hades. Pero es verdad que dado su perfil de guerrero ingenioso y multiforme, sin duda el más prudente de los héroes griegos, tal vez habría preferido acogerse a los acordes de Orfeo, como la gran mayoría de la valerosa tripulación de Argos. Cierto: por más que le demos vueltas nunca sabremos qué solución le habría dado el poeta. El hecho de que Afrodita, la bella y malvada diosa nacida de la espuma, hubiese salvado a Butes de las sirenas, al rescatarlo de las aguas tras su irreflexivo salto, poco importaría en la disertación que nos ocupa, si no fuera porque nos puede recordar que el poeta en la solución a su dilema podría haber echado mano de 157
ese recurso, habida cuenta del recurrente hábito de la diosa de la lujuria por renovar su virginidad en los mares, y de rescatar bellos guerreros para satisfacer su avidez sexual, a pesar de la furia de Vulcano. No se puede soslayar, tampoco, que el poeta le tenía reservado a su afamado héroe la más terrible y triste de las muertes, augurada por el adivino Tiresias: la muerte a manos de Telégono, su propio hijo, procreado, valga la ironía, con la misma Circe. Sirva esto último, en todo caso, para reforzar la idea de que aun saltando al agua como Butes difícilmente hubiera encontrado el fin de sus días en la guarida fatal de las melosas sirenas.
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“De macho se hizo hembra también mudando todos sus miembros.” Dante Alighieri, La divina comedia “Heu frustra dilecte puer! totidemque remisit verna locus, dictoque vale ‘vale’ inquit et Echo. Ille caput viridi fessum submisit in herba, lumina mors clausit domini mirantia formam: tum quoque se, postquam est inferna sede receptus, in Stygia spectabat agua.” Ovidio, Metamorfosis, Libro III “El mayor o menor disfrute del amor no se puede evaluar cuando el lenguaje ofrece el término de ‘orgasmo’, opaco e imposible de definir en su esencia con palabras.” Carlos Rehermann, Con las serpientes nunca se sabe “And still deeper the meaning of that story of Narcissus, who because he could not grasp the tormenting, mild image he saw in fountain, plunged into it and was drowned. But that same image, we ourselves see in all rivers and oceans. It is the image of the ungraspable phantom of life; and this is the key to it all.” Herman Melville, Moby Dick
Tiresias doblemente castigado
P
or vocinglera y manipuladora, Eco, ninfa de la montaña, fue castigada por la celosa diosa Juno. Al enterarse la diosa de que Eco la había estado distrayendo para que su esposo Júpiter se solazara con múltiples mujeres, se vengó de ella inclementemente: su verborrea fue reducida a la repetición de la última frase que escuchaba, ¿podía Eco recibir peor castigo? ¡Ella, la parlanchina de labia incontenible, mutilada a la condición de vulgar loro repetidor de terminaciones! Su impotencia iba a evidenciarse en su mayor crudeza cuando, al enamorarse del bello Narciso, éste la rechaza y ella tan sólo es capaz de repetir la última frase de lo que él dice. Apesadumbrada, se aleja a una cueva de la montaña, hundida en su sufrimiento 159
hasta consumirse enteramente; únicamente sobrevive de ella su maldita y mediocre voz repetidora. La maldición de Juno fue tan terrible que sólo el producto de su castigo se perpetuaría: ¡nada más esa triste característica de Eco alcanzará la eternidad! ¡Qué cara le había salido la complicidad con Júpiter! ¡Júpiter, que no iba a perder tiempo en defenderla ante la ira de Juno! Como al nacer Narciso, Tiresias, el afamado adivino de Tebas, había predicho que la perdición de Narciso vendría al verse en un espejo, su madre evitó tener en su casa cualquier objeto en que su hijo pudiera ver reflejado su rostro, de manera que el joven Narciso no tenía ni idea de por qué era asediado por mujeres de variadas edades. Poco después de rechazar a Eco, Narciso vio reflejado su rostro en una laguna y, sin tener claridad de a quién estaba viendo, se quedó perdidamente enamorado del reflejo. Cuando se da cuenta de que se había prendido de una imagen sin existencia independiente a la de su propio rostro, de que había enloquecido de amor por sí mismo, ya era demasiado tarde, no podía dejar de amarse, y acaba muriendo por un amor imposible. La profecía de Tiresias se había cumplido: el muchacho murió al verse. Allí donde murió, nació una flor amarilla de pétalos blancos, a la que el joven le cedió su nombre, Narciso, y que desde entonces se refleja en el agua. En realidad, el profeta Tiresias era ciego y andrógino. Había experimentado el placer como mujer porque en una ocasión había encontrado a una pareja de serpientes apareándose y las separó apaleándolas, tras lo cual, extrañamente, se convirtió en mujer. Siete años vivió bajo la forma femenina, pues al octavo año se encontró a las mismas serpientes copulando, las volvió a separar de modo similar y logró recuperar su masculinidad por medio del mismo e inexplicable artificio mágico. Como a juicio de Júpiter y Juno la transexualidad de “ida y vuelta” de Tiresias, todavía ni ciego ni adivino, le daba un conocimiento único y especial –el de conocer por experiencia propia los sentimientos y placeres de un hombre y de una mujer–, decidieron consultarlo sobre una disputa entre ellos: saber quién experimentaba más placer sexual, un hombre o una mujer. Cuando Tiresias explicó que el hombre gozaba solamente una décima parte del placer que el experimentado por la mujer, Juno, enfurecida, lo volvió ciego; pero, en compensación, Júpiter le con160
cedió la facultad de adivino. El cruel castigo para Tiresias por evidenciar el mayor placer sexual de la mujer en relación al del hombre, consistió en que perdiera la posibilidad de ver lo inmediato, pero, por la intervención de Júpiter, adquirió, al mismo tiempo, el don de ver el futuro. Júpiter lo compensó con una “vista de futuro”, porque un dios no podía deshacer lo que otro había dispuesto. Lo retribuyó con esa capacidad porque Juno lo había castigado injustamente, sólo por decir la verdad. Con esa “vista” especial podría ver lo que a nadie más le era viable ver, y contaba ahora con una función social extraordinaria: la de las profecías. Ese ciego del presente y vidente del futuro, y mediador entre hombres y mujeres por su carácter andrógino, había pronosticado, pues, la causa de muerte de Narciso, quien acaba muriendo postrado ante la imagen inmaterial de sí mismo, mientras escucha la voz de la incorpórea Eco arremedando la última frase de sus propias palabras. Muere con Eco repitiendo sus palabras finales y con la imagen del agua repitiendo sus gestos. Fenece observando la imagen inalcanzable de su propio rostro y escuchando el sonido repetitivo de sus propias palabras. ¡Qué muerte horrible! Pero, ¿a Tiresias qué le sucede? Lo revela Dante: tras su muerte, queda confinado al cuarto hoyo (de los adivinos) del octavo círculo (de los fraudulentos) del infierno, condenado eternamente a caminar con la cabeza vuelta para atrás. Si al nacer nada más podía mirar a los objetos que tenía delante en el momento presente, como cualquier otro individuo normal, tras su primer castigo en vida pudo mirar sólo para adelante, por ser sujeto de esa cualidad especial concedida por Júpiter como contrapeso a la punición de Juno. Ya post mortem fue enviado al infierno, condenado a perpetuidad a mirar hacia atrás, hacia un pasado que lo martiriza. Virgilio, en su trayecto por los círculos del infierno que describe Dante, al encontrar a Tiresias en un hoyo ubicado dentro del círculo de los fraudulentos podría haber concluido que, en realidad, Juno había tenido razón al castigar a Tiresias, porque el solo hecho de que hubiera querido regresar a su condición de varón, tras haber experimentado la condición tanto femenina como masculina, demostraría con nitidez la falsedad de su afirmación, según la cual una mujer goza mucho más el placer sexual que el hombre. 161
Sin embargo, como destaca Carlos Rehermann, eso no prueba nada, pues es claro que Tiresias habrĂa considerado mĂĄs ventajas en ser hombre, independientemente del mayor placer sexual que hubiera podido experimentar como mujer. Sin embargo, para su desgracia, no pudo escapar del doble castigo: uno en vida al perder la vista normal y otro en el infierno, obligado a mirar eternamente hacia atrĂĄs.
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“El espacio es un incidente en el tiempo y no una forma universal de intuición, como impuso Kant. Hay enteras provincias del Ser que no lo requieren; las de la olfatación y audición.” Jorge Luis Borges, La penúltima versión de la realidad “Maybe there´s a world that I´m still to find Maybe be there´s a world that I´m still to find Open up a world and let me in, then there will be a new life to begin…” Yusuf Islam, Maybe there´s a world
Aceptando la invitación de Borges
N
o era visible, era un fantasma, pero cuando pasaba a mi lado, me reía. ¿Cómo lo percibía? No sabía, ¿por qué me daba risa? ni idea, pero me reía. ¿Cómo sabía que era ella? Quizá por su olor o su peculiar sonido al desplazarse. Borges nos invitaba a imaginar un mundo cuyo abastecimiento de realidades fuese limitado a las percepciones auditivas y olfativas. 163
A su entender, en ese mundo imaginario la vida no perdería ni en pasión ni en precisión, pero estaría fuera y ausente de todo espacio. La humanidad ni siquiera se preguntaría sobre el espacio, todo sería tiempo. El espacio sería un simple incidente del tiempo. Aceptemos por un momento la invitación del escritor platense. En un mundo habitado por seres carentes de percepción visual, gustativa y táctil ¿cómo pueden mantenerse la pasión y precisión? O, mejor dicho, ¿es posible mantener la pasión y la precisión bajo esas condiciones? Para ello tendría que partirse de cualquiera de las siguientes situaciones: O las percepciones auditiva y olfativa son capaces de sustituir plenamente las percepciones visual, gustativa y táctil, o el desarrollo de las percepciones auditiva y olfativa las potencia y transforma de tal manera que, sin llegar a sustituir del todo a las otras percepciones, adquieren dimensiones nuevas e insospechadas para el ser humano que le posibilitarían lograr formas no iguales, pero equivalentes, de pasión y precisión para captar las realidades del mundo. Seamos más concretos, ¿cómo poder admirar, por ejemplo, la belleza de un paisaje sin verlo? ¿Cómo percibir el sabor de un suculento platillo, sin poder saborearlo? ¿Cómo percibir objetos inodoros e inaudibles, cuando tampoco los podríamos ver, probar, ni tocar? Tratemos de abordar brevemente algunas de estas cuestiones. La percepción del paisaje es exclusividad de la vista. Se puede apreciar el olor de un árbol, el aroma de las flores, el olor de la tierra húmeda, es posible escuchar el silbido del viento pero no se puede ni oler ni oír el paisaje. La captación de la realidad del mismo sería a lo sumo una percepción parcial, en tanto es claro que el paisaje exige un panorama amplio que sólo se aprecia a cierta distancia. Requiere un determinado grado de lejanía, y justamente esa condición se constituye en el impedimento para que el olfato y el oído puedan cabalmente capturar su realidad, así sea fragmentada. En otras palabras, la percepción de partes fragmentarias del paisaje exige una cierta cercanía, mientras que la percepción del paisaje como tal, es decir, su esencia panorámica, presupone una determinada lejanía. Dicho de otro modo: la condición de uno es 164
excluyente de la condición del otro. Esta situación mutuamente excluyente explica la imposibilidad, en este caso, de que el olfato y el oído puedan funcionar como reemplazo efectivo de la vista, el tacto y el gusto. Todavía más importante es que aun al conseguir potenciar el oído y el olfato con absoluta independencia de qué tan lejos o cerca nos ubiquemos en relación al paisaje de nuestro ejemplo, ninguno de esos sentidos podría jamás percibir el color y forma, aspectos esenciales del paisaje. El color, por ejemplo, presupone la luz, que sólo puede ser percibida visualmente. Como la luz tiene diferentes frecuencias, el ojo humano las ve como diferentes colores. La ausencia de la vista equivale a la negación absoluta de la luz y, por tanto, del color. O, mejor dicho, sin percepción visual no hay captura del color, puesto que es esta percepción la encargada de interpretar las señales nerviosas que envían los fotorreceptores a la retina del ojo. Estos fotorreceptores, a su vez, interpretan y distinguen las distintas longitudes de onda que captan de la luz. Ningún otro sentido puede cumplir esa función, simplemente porque ésta es inmanente y exclusiva de la visión. ¿O podría esta función adaptarse a otros sentidos? Es claro que sin la captación de la luz tampoco puede haber apreciación posible de los diversos componentes de la naturaleza cuyos elementos tienen innumerables longitudes de onda electromagnéticas, que se perciben en el cerebro como colores diferentes. Sin embargo, algunos animales, quizá “vean” o perciban los colores con el oído o con la nariz. Los murciélagos, por ejemplo, viven en un mundo de sonidos. El modelo del mundo, nos dice Richard Dawkins, tiene que ser el mismo, ya sea construido o actualizado con ayuda de rayos luminosos o con la de ecos sonoros, por lo que el famoso zoólogo llegó a pensar en la posibilidad de que los murciélagos “oigan” en colores. Es un decir, pero el sofisticado sistema de captación de matices sonoros de los quirópteros les permite distinguir con claridad las peculiaridades de intensidad, frecuencia y demás cualidades según los materiales, texturas, profundidades, mezclas diversas y demás características (inimaginables para los humanos) propias de los ecos sonoros. Lo mismo puede ocurrir en el caso del ornitorrinco, que tal vez puede “ver” con el pico, el cual posee un mundo sensible 165
eléctrico muy especial; o con el topo estrellado, al que quizá le sea posible “ver” con la nariz, donde tiene una sensibilidad táctil muy superior a la del ser humano. No poder percibir el color es propio de un mundo reducido a lo temporal o, como lo entiende el erudito argentino, un mundo donde lo espacial es un mero incidente del tiempo. Y, si todo es tiempo, la pasión y precisión nacen, se desarrollan y se manifiestan únicamente en función del tiempo. El espacio, en este hipotético caso, es un non issue, de manera que estaríamos ante una humanidad que no se preguntaría por el color, en tanto éste sólo se percibe en un mundo espacial/temporal. Por cierto, ya desde la teoría de la relatividad nos hemos obligado a cambiar la idea de espacio y tiempo, en tanto que, como dice Stephen Hawkins, debemos aceptar, en virtud de esa teoría, que el tiempo no está del todo separado ni es independiente del espacio, sino que se combina con él para formar “un objeto llamado espacio-tiempo”. Cabría además argumentar: si bien la humanidad no se preguntaría por lo espacial, al no percibirlo ni visual ni táctilmente, eso no significa que tal dimensión no existiría, de igual manera que el fin de la humanidad no presupondría el fin del mundo espacial temporal. La humanidad, de hecho, tuvo su origen sólo en un momento del desarrollo de la vida. Ha sido la cúspide de la evolución más compleja de la misma, que a la vez brotó tras miles de millones de años en sus formas más simples, bajo la conjunción de circunstancias concretas que tras la mezcla de elementos físicos y químicos la hicieron posible en el marco de un mundo pre-existente e independiente. Luego entonces, la humanidad presupone el mundo. Es la humanidad la que ha dependido de él y de su desarrollo, independientemente de las dimensiones que la humanidad perciba del mismo. Tiene razón Borges cuando dice que la humanidad no perdería ni en pasión ni en precisión bajo las condiciones de su invitación imaginaria, porque a fin de cuentas la pasión y precisión se desarrollarían en un ámbito restringido a la unicidad temporal, pero no porque lo espacial hubiese dejado de existir; simplemente, la humanidad no lo estaría percibiendo. De allí surge la pregunta, ¿el hecho de no percibir una determi166
nada dimensión anula la posibilidad de buscarla, de indagarla o, más aún, de conocerla? Es decir, el mundo que conocemos no se limita a aquel que percibimos con nuestros sentidos; si así fuera, estaríamos reduciendo el conocimiento a su fase sensible. La inteligencia humana ha permitido a la humanidad conocer mucho más gracias al pensamiento abstracto, a la enorme fuerza de la abstracción como poderosa herramienta gnoseológica, y a otras que la humanidad en su desarrollo ha inventado, diseñado y perfeccionado incesantemente, lo que le ha posibilitado avanzar en el conocimiento no sólo del mundo sino de nuestra galaxia. Ha producido instrumentos y máquinas que le han permitido reproducir el Big Bang y recoger partículas extraterrestres para estudiarlas. El mundo figurativo de Borges (ese mundo que si seguimos la idea de Hawkins del concepto espacio-tiempo es de suyo una abstracción) tal vez no perdería en precisión, pero nos obligaría a desarrollar una tecnología apropiada que prescindiese de la vista como instrumento de observación científica; cuesta trabajo imaginarlo pero ¿sería imposible? ¿Se podría llegar a la precisión que tenemos hoy, así fuera en un tiempo mayor? La primera y más importante tecnología apropiada ni siquiera tendría que ser creada como elemento externo, se desarrollaría naturalmente como fenómeno intrínseco, por medio de la neuroplasticidad, es decir, de la maleabilidad del cerebro para adaptar las zonas encargadas de la visión a otra función como la táctil, la auditiva o la olfativa. Si esta neuroplasticidad logra adaptaciones increíbles en el transcurso efímero de la vida de un individuo ciego, por ejemplo, podemos vaticinar, sin mucho riesgo de equívoco, las transformaciones de las que sería capaz en el transcurso de miles y miles de años.
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“A vida apos a morte é como a utopia, um lugar onde ninguem quer viver. Sem as estaçoes, nada amadurece e cai ao solo, as folhas nunca mudam de cor nem o ceu altera seu vago azul. Nada morre, e assim nada nasce.” John Gray, A busca pela inmortalidade “Disse um gene egoísta de passagem, Tantos corpos já vi que perdi a contagem Te julgas tão inteligente Mas é apenas minha aparelhagem Para viver eternamente.” Richard Dawkins, conferencia en los Estados Unidos a propósito de su libro El gen egoísta
Oda a la muerte
¿P
odrán encontrarse signos vitales después de la muerte?
¿Habrá indicios de vida en el cuerpo exangüe o atisbos animados en el rostro cadavérico? Si permanentemente mueren células y neuronas en la persona viva, ¿no podrán nacer estas expresiones de vida en el individuo muerto? Y si nacen y se reproducen estos elementos vitales en el cuerpo exánime, ¿no podría haber esperanza de su resurrección plena? 169
Si puede manipularse la genética, ¿no podrá transformarse la muerte en vida? ¿No podrá, en fin, la ciencia algún día lograr la perpetuidad de la vida? Si en tiempos milenarios Afrodita renovaba su virginidad en los mares y Hera hacía lo propio en la fuente de Canato, emulando a Atenea en su virginidad perenne, ¿por qué no podría recrearse la vida del occiso en pleno siglo XXI? La respuesta es contundente. Aun pudiendo hacerlo, tal situación implicaría la perpetuidad artificial de lo vetusto y caduco, no de lo lozano y nuevo. ¡Viva la muerte, viva! Porque sin ella no tiene sentido la vida. Mal haría la ciencia al empecinarse en la negación de la muerte, porque si así lo hiciese acabaría negando la vida. Viva la muerte, viva, conditio sine qua non de la reproducción y vitalidad de la especie. ¡Viva la muerte, viva! palanca motriz de la emergencia de lo nuevo y de la trayectoria cíclica vital. No hay que engañarnos, los individuos continuarán con su vida efímera, acaso aumentando su esperanza de vida, pero, como dice Dawkins, éstos no son más que puntos de encuentro temporales en las rutas entrecruzadas que los genes recorren a lo largo de la historia. El individuo pretencioso no es más que un recipiente desechable, son los sigilosos genes los personajes de remotas épocas. Son ellos, modestos e invisibles, quienes atravesando inúmeros cuerpos en su trayectoria intergeneracional viven a través de los tiempos.
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