Bajo las piedras

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n el campo, mis abuelos trabajan de sol a sol. A veces los acompaño un rato. Voltean la tierra cuando creen que tiene que respirar. Pasean entre las plantas y las verduras, observando sus hojas, sus tallos, sus flores y sus frutos. Espían a los insectos y a otros animales voraces, comprobando que ninguno de ellos se haya escondido, mimetizándose en una esquina, fingiendo que no está allí. Cuando te paras a mirar el campo, lo ves hervir de una vida que sabe moverse rápida como un rayo, pero también demorarse en esperas interminables. En primavera, por la noche, al borde de los campos, brillan las luciérnagas. Son destellos tan fugaces que, cuando los ves, te queda la duda de si los has imaginado. A veces las luciérnagas no tienen alas. Mi abuelo me dice que entonces se llaman gusanos de luz. Estas luciérnagas emiten una luz constante, son un botón al lado del sendero. Iluminan la noche. Como un faro. Detrás de los campos está el bosque. El bosque de castaños que lleva a los pastos. Allí, una vez al año, en la época de la siega, nos quedamos todos a dormir bajo las estrellas.


En la vida de las garrapatas, cada fase dura lo que se tarda en tragar una comida completa. El resto es una larga espera. Hay que ser obstinadas para estar permanentemente alerta. Yo no podría. Los ladrones, los agentes secretos y los espías son los que en sus entrañas esconden un alma de garrapata.



Al sapo le gusta la lluvia. Le gusta tanto la lluvia que debajo de un chaparrón se hace el despistado. En medio del camino finge un resbalón, cuando lo que desea es sentir el repiqueteo de las gotas de agua sobre su panza. Hace una pirueta, se da la vuelta, recupera la compostura y echa a andar con decisión a través de la noche. He estudiado su táctica, lo he observado con atención. A mí el sapo no me engaña.




La araña camina agarrada a los hilos de su tela. Eso lo sabes tú y lo sé yo. Sin embargo, al atardecer, cuando la luz se vuelve dulce como el agua del mar en calma, si ves a una araña subir tranquila hacia un árbol lejano, no sabes de hilos ni de telas ni de otras adherencias. Si la ves, dirás con total certeza que una araña, esa araña, ha encontrado los caminos ocultos del aire y se desplaza liviana por los senderos del cielo.



Cuando baja la noche en la Tierra, el gusano de luz brilla paciente. Su luz, que no tiembla, anuncia un puerto seguro al caminante extraviado al final del día. Dicen que donde brilla un gusano de luz siempre hay una puerta que todavía no se ha cerrado.


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uando te paras a mirar el campo, lo ves vibrar con una vida que sabe moverse rápida como un rayo, pero también demorarse en esperas interminables.

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978-84-17440-67-1

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Un canto a los pequeños detalles y a las maravillas de la naturaleza.


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