José leandro andrade

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Crónicas de un SALTO desconocido Aporte para un Turismo Cultural, Histórico y Patrimonial

JOSÉ LEANDRO ANDRADE (1901 – 1957) Crónicas de un SALTO desconocido - Alberto J. Eguiluz

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Crónicas de un SALTO desconocido Aporte para un Turismo Cultural, Histórico y Patrimonial

José Leandro Andrade Por Alberto J. Eguiluz

“¡Fútbol y Carnaval!” Fútbol y Carnaval, Carnaval y Fútbol, pasión de multitudes, alegría del pueblo, amores de los uruguayos. ¡Ah!... fútbol uruguayo, cuando éramos campeones de América y del Mundo, cuando nuestra especial forma de jugar, aquella que se usó en los años 1924, 28, 30 y 50. conquistaba todos los títulos. ¡Ah!...¡Que añoranzas!, ¡que tiempos!. Justo es recordar que el ingrediente principal eran sus jugadores, que por aquel entonces, eran los mejores del mundo. En esta era lejana de aquellos triunfos recordamos, al “Negro Andrade”, el “Mariscal”, Nasazzi y Arispe en el 24 y 28, Mascheroni, Máspoli, Matías González y Tejera, en el 50, era impresionante ver a estos monstruos sagrados de nuestro fútbol, su personalidad, su hidalguía, la forma de parase en la cancha, su alegría tanto en el triunfo como en la derrota, su amor a la celeste, todo eso hace que hoy los recordemos con orgullo, especialmente a uno, al salteño

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Crónicas de un SALTO desconocido José Leandro Andrade, que nació en Salto, en el barrio la Cachimba y brilló en París. El 1º de octubre de 1901, hubo un revuelo enorme en el barrio la Cachimba, barrio éste que aún vive recostado a orillas del arroyo ceibal, lindero y hermano menor del Paso del Bote. Ese día, los parientes, las vecinas, todos hablaban del botija que había nacido en la casa de Don José Ignacio Andrade, brasileño de 97 años de edad, todos hablaban de este niño que tanto chirriaba sacando pecho. José Leandro fue algo así como la mascota del barrio pobre, pero alegre. Del Barrio donde salían los “Negros Moros”, aquella comparsa de los escoberos, los que tenían aun alma carnavalesca como pocos, Alma de “Negros Moros”, del Chás, Chás, Chás del tamboril. El muchacho fue creciendo descalzo a la vera del arroyo Ceibal, moviendo en los baldíos cercanos la pelota de media, hermana menor de la Nº 5. Un día, como los gitanos, los Andrade, levantaron las cacharpas y se marcharon rumbo a la capital. Y entre ellos iba José Leandro, sin imaginar que pronto vestiría la Celeste, siguiendo el camino de otro negro formidable Juan Delgado y el no menos brillante Isabelino Gradín. Corría el año 1923. En Bella Vista faltaba uno en la línea media. Y la solución se encontró en “un moreno alto y esbelto que actuaba como insider”. Así comenzó el negro Andrade su historia grande en el fútbol de las grandes hazañas. Ese mismo año 1923 vestía la celeste en el Sudamericano de Montevideo recibiendo el espaldarazo. Andrade había cruzado el umbral para incorporarse al núcleo de futbolers de mayor nombradía en el continente. El estadio de Colombes en 1924 fue el teatro desde el que con sus genialidades conquistó simpatía, admiración y fama. Crónicas de un SALTO desconocido - Alberto J. Eguiluz

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Crónicas de un SALTO desconocido Sin caer en exageración, puede decirse que sus actuaciones en París fueron seguidas por un público delirante, singularmente atraído por el malabarismo del magnífico atleta. Dicen las crónicas: “Su popularidad fue enorme en la Ciudad Luz, de donde partieron para todo el mundo, los mayores ditirambos para el futbolista maravilloso, que siempre estuvo asediado por los periodistas parisinos y cazadores de autógrafos”. -¿Coment s´apelle le merveille noir? – le preguntó un reporter francés. - Mesié Andrade, … de Salto, contestó el negro. Si de Salto. De la Cachimba. De aquella Cachimba de los “Negros Moros”, de la Cachimba carnavalera donde las vecinas lo vieron un día en la cuna, chillando y sacando el pecho. Como lo sacó aquella tarde después de ganarles a los suizos en la final, paseando con su porte de gentleman por los boulevares parisinos.

El negro que nació grandote, lo fue dentro de la cancha y fuera de ella. Buscó la gloria que le daría el fútbol sin importarle nada más que la gloria. Así fue Mesié Andrade, de Salto. Llegó la segunda cruzada, 1928. Ámsterdam y otro lauro para los celestes. La fama de Andrade, se había extendido. Por eso Holanda, que vivía pendiente de la presentación de los uruguayos, quería ver al negro de las cosas increíbles, el que “tiraba de atrás, como una boleadora que cargara el diablo, un tijeretazo -4-

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Crónicas de un SALTO desconocido de sus piernas mágicas, imposible de describir, pero que siempre dejaba la pelota lejos del alcance del rival”. Y Andrade deleitó en Ámsterdam. Antes paseó nuevamente su gallarda figura por los escenarios franceses. Esa fue la antesala que tuvieron los celestes, vencedores por segunda vez consecutiva, en un evento olímpico. El mundo todo, conocía el arte sublimado de Andrade. Todos, pero no Uruguay, no el Salto. Un día se lo vio en el viejo Fiel Oficial de calle Blandengues y Av. Batlle y también capitaneó la Selección salteña. Era la distinción que se le otorgó a aquel formidable futboler, que paseó por cien escenarios, la maravilla de un juego no superado. Y lo vio Montevideo, con la casaca color cielo, en el inolvidable primer Campeonato del Mundo, con que Uruguay agregó otra estrella en su firmamento, que sólo sabía de insuperables conquistas. José Leandro Andrade fue una vez más el magnífico negro de Colombes y Ámsterdam. El negro inigualado. El que viene que viene en la foto, con la mano en alto, saludando a la multitud delirante del Estadio Centenario. Después cargado de gloria, se le vio como gran señor, elegante, traje negro, zapatos de charol, camisa blanca… Solo le faltó el frac, la galera y el bastón con los que también pudo haber jugado. Era tal su elegancia, su toque de verdadero prestidigitador, que de frac, galera y bastón habría dado mayor magnificencia a su espectáculo. Porque Andrade era un espectáculo dentro del espectáculo sobre el tapete verde del campo de juego. Pasó el tiempo. Poco a poco Andrade se fue alejando de las canchas. Crónicas de un SALTO desconocido - Alberto J. Eguiluz

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Crónicas de un SALTO desconocido Vivió el recuerdo de París… de aquellos días de Mesié Andrade… y vivió la alegría carnavalera con el chás, chás de los tamboriles, hasta que se apagó su vida, así, como se fueron los “Negros Moros” de aquella Cachimba que lo vio nacer, sin pensar que un día, el moreno alto y esbelto, sería Campeón del Mundo y que allá en el viejo París, Mesié Andrade de Salto deslumbrando se convertiría en la “Merveille Noir”

El tambor cruzado al pecho, los ojos cerrados en un profundo éxtasis, el oído dormido sobre el canto armonioso y dulce del Chás, Chás, Chás del tamboril; Andrade, venía, a ofrecernos su simpatía con el alma puesta en el parche. -6-

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Andrade: Una vida excepcional Era una cuestión prevista: Andrade tenía que terminar así, porque fue siempre así: desaprensivo, indiferente para con todos, incluso consigo mismo. Una vez – hace algunos años – escribimos algo de Andrade en el ”El País”. Fue en vísperas del Campeonato Mundial. Nos ocupamos especialmente de él, porque habíamos sorprendido en la vidriera de un cambalache uno de sus trofeos olímpicos; la medalla de campeón. Allí, al lado de un clarinete adusto y negro como un cura, entre un par de espuelas – sin dientes ya las pobres, de tanto morder caminos –y unas bolas de billar cansadas de tanto rodar, allí, el pequeño disco de oro escondía su vergüenza al comentario mordaz e intencionado de las gentes. Daba lástima, y por eso escribimos. A veces, escribir es como cantar: dulcifica las tristezas. Otras veces es como una confidencia, que alivia las amarguras. Por eso escribimos. Aquella medallita rubia, había nacido para arrimarse mimosa, al pecho de un campeón y soñar allí el ritmo sereno de un corazón fuerte. Pero el hombre desaprensivo la arrojó a la vida- La mandó al asfalto como se manda a un clarinete o a un puñal. Esto sólo pintaba la psicología de Andrade. Y adivinamos lo que habría de suceder más tarde, cuando aquellas piernas oscuras y finas empezaran a hundirse en los años y las bisagras enmohecidas por muchas lluvias empezaran a chirriar. Lo predijimos. Andrade vivió con la precipitación e indiferencia de los triunfadores. Pareció que la vida se le entregaba para siempre y sin condiciones. El pardito humilde, que se pasó los días fumando, arrimado a un buzón de la Estación Pocitos y en espera de que alguno lo invitara con un vinito de a vintén, subió rápidamente sobre las multitudes y las conquistó y despreció ensoberbecido.

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Crónicas de un SALTO desconocido Fue a París. Como el Tango. Se cambió la gorra grasienta y las alpargatas destripadas por el capelo clarete que le hacía sobra sobre los ojos y las botitas de charol que iluminaban todavía más, aquellos pies privilegiados. Y lo bailaron las francesitas y lo acercaron a su corazón. Era el tango, era Reo, compadre, varón y cruel. Era el tango que triunfaba arrollándolo todo. Por eso, en lo mejor de su vida, cuando se le ofrecía la fortuna con los ojos ciegos y las mujeres con los ojos entornados, se desprendió de aquella medallita, que para él no tenía otro valor que el de todas las cosas de la tierra. Es decir, ninguno, porque todas las conseguía fácilmente. Espíritu excepcional el de este negro que no conmovieron las glorias ni quebrantaron las miserias. Tipo admirable que vio con indiferencia pasar a su lado el triunfo y la celebridad y soportó con la misma hidalguía y entereza las horas tristes de La decadencia. Cuando estaba en su apogeo, Andrade, más de una vez creíamos descubrir en la mueca desdeñosa de sus labios y en sus ojos entornados que parecían mirar siempre a la distancia, un infinito desprecio hacia quiénes lo rodeaban y proclamaban como ídolo. Entonces pensamos en el tiempo que habría de castigar cruelmente su altivez. Pero poco más tarde volvemos a ver a Andrade. Había perdido su brillo y su fama. No interesaba a nadie. Había perdido a sus amigos de las épocas buenas y cuando volvió al barrio tampoco encontró allí una mano que se extendiera fraterna. Había perdido todo. Todo menos su gesto despectivo, y la gallardía de su estampa y la indiferencia altiva hacia este mundo nuestro. Porque es así: duro, impenetrable tanto al odio como a la ternura. Esa nota que publicamos lo molestó. Quiénes llovieron en aquel momento dicen que tomó el diario y lo hizo deshizo en virutas. Más aún prometió tomarse venganza. Pero pasaron dos meses, no más, y una noche de Carnaval, nos encontramos a Andrade confundido en una agrupación de negros frente a la redacción del diario. -8-

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Crónicas de un SALTO desconocido El tambor cruzado al pecho, los ojos cerrados en un profundo éxtasis, el oído dormido sobre el canto armonioso y dulce de los pinos. Andrade, olvidando todo resquemor, venía, el también, a ofrecernos su simpatía con el alma puesta en el parche. En París fue la novedad. Se le dispensó una admiración supersticiosa. Se lo disputaron las lindas francesitas como un extraño amuleto, con algo de temor, algo de curiosidad y quién sabe que extraño sensualismo salvaje. Una vez el loco Romano lo fue a buscar a una dirección que el mismo Leandro le había dado. Llegó frente a un suntuoso apartamento y pensó: “Me habré equivocado”. Igual se resolvió. Y allí, su sorpresa no tuvo límites. Antes la invocación de una doncella a quién lo único que se le entendía era “mesié Andrad”, apareció José Leandro vistiendo un regio kimono de seda, en aquellas habitaciones llenas de pieles, de estatuitas, de “abat tours” y perfumes. Un par de días más tarde Andrade andaba de nuevo suelto. Lo aburría el amor, lo ahogaban las pieles, lo asfixiaba ese aire cargado de esencias, a él acostumbrado a respirar fuerte en la costa de Palermo que bendice el mar, y a recibir con el pecho descubierto el sol picante de la muralla. Así despreciándolo todo, se precipitó el triste final. Andrade en la miseria, fue a parar a un sanatorio de enfermos pulmonares, Sus amigos le organizaron algunos festivales de beneficio que nunca se realizaron. Ahora – ¡qué diablos! – ahora Andrade no interesa. Algo admirablemente, dramático en esta vida original, personalísima, que se despegó de un buzón hediondo a perros, y se levantó hasta los labios perfumados de las finísimas parisinas, para ser devuelto a la calle, más pobre y abandonado que antes. Hay hasta poesía. Hay, sí. Poesía de arrabal: letra de tango. Crónicas de Julio César Puppo (“EL Hachero”) Andrade Falleció en el año 1957, a los 56 años, pues había nacido en 1901. Crónicas de un SALTO desconocido - Alberto J. Eguiluz

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El tambor cruzado al pecho, los ojos cerrados en un profundo éxtasis, el oído dormido sobre el canto armonioso y dulce de los pinos. Andrade, olvidando todo resquemor, venía, el también, a ofrecernos su simpatía con el alma puesta en el parche. - 10 -

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